Democracia radical, entre la crítica y el nihilismo. Deslizamientos de

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FACULTAD LATINOAMERICANA DE CIENCIAS SOCIALES
SEDE MÉXICO
Maestría en Ciencias Sociales
Promoción XVIII
(2010-2012)
Democracia radical, entre la crítica y el nihilismo.
Deslizamientos de la propuesta hacia la fijación
de la crisis y la fragmentación social
Tesis que para obtener el grado de
Maestro en Ciencias Sociales presenta:
Lucas Alberto Gascón Pérez
Director: Santiago Carassale
Lectores:
Julio Aibar
Guillermo Pereyra
Seminario: Sociología cultural y retórica social
Línea de investigación: Discurso e identidades en América Latina
México, D.F., Julio de 2012
Este posgrado se realizó gracias al apoyo del
Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACyT)
Resumen
La democracia radical pretende ser una crítica que no recurra a la fijación de la crisis ni
tampoco que se desdibuje en el nihilismo/cinismo. Esta investigación visualiza los
momentos en la obra de Laclau en que dicha propuesta arriesga deslizarse hacia esas
alternativas, y también, las correcciones que el autor realiza. Con este fin, este trabajo
complementa el análisis teórico interno de las categorías del autor, con una perspectiva
que aborda la complicación entre esa producción teórica y los contextos donde ella se
inscribe. Uno de los principales elementos contextuales que determinan la escritura del
autor, lo constituye Žižek, quien señala que la democracia radical no logra ser una
alternativa a la disyuntiva señalada. En el capítulo I, contextualizaremos históricamente
este diálogo recurriendo a la descripción de estratos coyunturales y epocales. En el
capítulo II, describiremos el trasfondo teórico del diálogo, constituido por Hegemonía y
Estrategia Socialista. En el capítulo III, explicaremos el transcurso del diálogo antes y
después de los acontecimientos de 1989. En el capítulo IV, describiremos la última etapa
del diálogo caracterizada por una nueva coyuntura política. Estos dos últimos capítulos,
exponen, respectivamente, los deslizamientos en el nihilismo/cinismo y en la fijación de
la indeterminación.
Palabras clave: Antagonismo, crisis, crítica, democracia radical, dictadura, Filosofía de
la Historia, hegemonía, ideología, jacobinismo, sujeto.
Abstract
Radical Democracy aims to be a critique, but not one that recurs in the fixation of the
crisis or that becomes blurred in the nihilism/cynicism. This study visualizes the
moments in Laclau's work in which such proposal slides towards those alternatives, and
also the corrections done by this author. Towards this end, this work completes the
internal theoretical analysis of the author's categories, with a perspective to tackle the
implications between the theoretical production and the contexts in which it is inscribed.
One of the main contextual elements of the author's writing lies in Žižek, who states that
i
the radical democracy is not able to be an alternative to such dilemma. In the first
chapter, we put this dialogue in a historical context, recurring to a description of the
strata and constraints of that age. In chapter II, we describe the theoretical background of
the dialogue, constituted by Hegemony and Socialist Strategy. In chapter III, we explain
the course of the dialogue before and after the 1989 events. In chapter IV, we describe
the last stage of the dialogue, characterized by new political constraints. In the last two
chapters, we explain the lapse towards the nihilism/cynicism and the fixation of the
indetermination, respectively.
Key words: Antagonism, crisis, critique, radical democracy, dictatorship, Philosophy of
History, hegemony, ideology, Jacobinism, subject.
ii
A mis padres
A Karla
iii
Agradecimientos
Gratitud es, después de todo, la palabra que nomina mi sentir desde mi arribo a México.
Intentaré, en lo siguiente, identificar las causas de ese profundo sentimiento.
Estoy muy agradecido con tres instituciones en particular. En primer lugar, con la
Universidad Nacional de Villa María (UNVM), situada en mis “pagos”, en la tierra de la
que provengo. Esta institución, además de haberme formado como alumno y haber
permitido mis primeras incursiones como docente, facilitó mi venida a México
otorgándome un periodo de licencia ante la ocurrencia de alguna contingencia. En
segundo lugar, estoy agradecido con el Concejo Nacional de Ciencia y Tecnología de
México (CONACYT), por financiar mis estudios durante los últimos dos años. En tercer
lugar, quisiera expresar mi especial agradecimiento con la Facultad Latinoamericana de
Ciencias Sociales, unidad académica México (FLACSO-México), por brindarnos a lo
largo de todo este periodo, condiciones inmejorables para la consecución de nuestros
estudios. Recuerdo que en los primeros meses de mi estadía en este país, esta institución,
de diferentes maneras, estuvo presente para brindar el sustento necesario a un estudiante
como yo, en calidad de extranjero.
Por otro lado, quisiera agradecer a todos mis compañeros de la Promoción XVIII
de la Maestría en Ciencias Sociales de esta casa de estudios. Siempre recordaré a este
grupo y al ambiente solidario, respetuoso, alegre y crítico en que nuestras relaciones y el
cursado de materias se desenvolvieron. En frecuentes ocasiones, este grupo fue más bien
como una familia para mí.
No quisiera dejar de agradecer los comentarios, sugerencias y correcciones de los
lectores de esta tesis, Julio Aibar y Guillermo Pereyra. Para mí, ha sido gustoso poder
compartir las ideas de este trabajo con ellos, afines conocedores de la problemática que
aquí se plantea.
También estoy muy agradecido con todos los miembros del seminario “Sociología
Cultural y Retórica Social”, alrededor del cual se fue desarrollando esta investigación. El
esfuerzo y dedicación que todos estos compañeros dedicaron para leer y comentar la
presente investigación, me resulta invaluable. Especialmente agradecido estoy con los
coordinadores de este seminario, Liliana Martínez y Santiago Carassale, quienes a través
iv
de una labor seria, responsable y creativa, establecieron las condiciones sin las cuales
este trabajo no podría haber alcanzado sus pocas virtudes, ni tampoco haber sido
presentado a tiempo. Quisiera enfatizar, a su vez, mis agradecimientos a Santiago
Carassale, quién también ha sido el director de este trabajo. En retrospectiva, creo que la
debilidad se transformó en fortaleza. A él debo la incorporación de nuevas perspectivas
y dimensiones de una problemática que, en ciertos puntos, encontraba dificultades para
su desarrollo.
Mi más sentido agradecimiento viene, y está dirigido, hacia mi “gran familia”,
incluida Karla y su familia. Los casi 8000 kilómetros que me separan de Villa María, y
la otra considerable distancia que me separa de mi familia en el norte, no han sido
respetados por mis pensamientos y sentimientos. Esos lugares siempre están, y estarán,
“a la vuelta de la esquina”. Pienso en mis padres, Emilce y José Alberto. Pienso en mis
hermanos y sus compañeras/os. Pienso en todos mis sobrinos. De ellos sale gran parte
del sentido de mi vida. En todos ellos encuentro el asidero y amparo en momentos de
dislocación.
Por estar presente en esos momentos críticos, y por personificar nuestros
momentos de felicidad y tranquilidad, va mi profundo agradecimiento hacia Karla, bella
mujer a la cual conocí al poco tiempo de venir a México. Quizá, ella explique mi casi
inconmensurable sentimiento de gratitud durante los últimos dos años.
Personalmente, considero que la labor científica no impide la sinceridad conmigo
mismo y con las pocas personas que alguna vez ojearan esta tesis. Algunas veces pienso
(o creo) que existe un lugar, dentro de mi casi insondable sentimiento de gratitud, que no
puedo nombrar directamente; pero que igualmente está presente. En este lugar, quisiera
expresar tácitamente mi gratitud hacia ese recodo que deja notar lo trascendente.
v
Índice
Introducción .....................................................................................................................1
Capítulo I ..........................................................................................................................9
Contextualización epocal y coyuntural ..........................................................................9
1. La democracia-popular de la Revolución Francesa como antecedente de la
democracia-radical. ........................................................................................................9
2. Jacobinismo, dictadura y Filosofía de la Historia ...................................................11
3. Slavoj Žižek y el continuo jacobinismo-hegelianismo-marxismo ...........................13
4. Democracia radical como una de las formas de la reemergencia de la sociedad civil
......................................................................................................................................16
5. La coyuntura política y las diferentes obras de Laclau ............................................28
6. Conclusiones ............................................................................................................30
Capítulo II.......................................................................................................................32
El escenario del diálogo. Democracia radical y crítica a la Filosofía de la Historia en
términos de una deconstrucción del marxismo. ..........................................................32
1. Introducción .............................................................................................................32
a. Articulación versus fragmentación: Los riesgos de la contingencia radical ........32
b. Discurso versus crítica de la ideología: nivelación de la topografía social.........35
c. Oscilación entre dimensiones. La hegemonía como formalidad primera y como
democracia radical ..................................................................................................37
d. El sujeto de la emancipación................................................................................38
e. La problemática del antagonismo ........................................................................40
2. Conclusiones ............................................................................................................41
Capítulo III .....................................................................................................................43
El diálogo antes y después de la caída del Muro de Berlín. Formación y disolución
de las afinidades electivas ...............................................................................................43
vi
1. Introducción .............................................................................................................43
2. El comienzo del diálogo. Apología crítica de Hegemonía y Estrategia Socialista. 43
3. Radicalización categorial de la obra de Laclau. Las problemáticas del antagonismo
y el sujeto (I).................................................................................................................45
4. Radicalización categorial de la obra de Laclau. Las problemáticas del antagonismo
y el sujeto (II)................................................................................................................46
a. El sujeto de la emancipación. De las posiciones de sujeto a el sujeto como falta48
b. La problemática del antagonismo. Del antagonismo como “ambigüedad” al
antagonismo como dislocación y exterior constitutivo............................................49
5. El cénit de las afinidades electivas...........................................................................51
a. Discurso versus crítica de la ideología: crítica a la razón cínica..........................53
6. Reformulación de la crítica a la crítica de la ideología...........................................55
7. Las implicancias de la instauración democrática y enfatización de la crítica. ........57
8. La presentación conjunta del diálogo. Ruptura definitiva de las afinidades electivas
......................................................................................................................................61
a. La diferencia ontológica como estrategia de solución de la oscilación entre
dimensiones..............................................................................................................62
b. Discurso versus crítica de la ideología. El riesgo pluralista/neoliberal de la TH (I)
..................................................................................................................................68
c. Articulación versus fragmentación. Los riesgos del posmodernismo y de la
tercera vía en la TH ...................................................................................................71
9. Primeras repercusiones del dialogo mantenido en Contingencia, Hegemonía y
Universalidad...............................................................................................................73
a. Discurso versus crítica de la Ideología. El riesgo pluralista/neoliberal de la
TH
(II) .............................................................................................................................73
10. Otras repercusiones del dialogo mantenido en Contingencia, Hegemonía y
Universalidad...............................................................................................................74
vii
a. Articulación versus fragmentación. La heterogeneidad disloca la fragmentación
monádica ..................................................................................................................76
b. Discurso versus crítica de la Ideología. Nivelación de la topografía social y la
lógica del objet petit a como modo de eludir el cinismo..........................................77
11. Conclusiones ..........................................................................................................79
Capítulo IV .....................................................................................................................81
El diálogo en una nueva coyuntura política. Reinscripciones en puntos de
adscripción que fijen la crisis ........................................................................................81
1. Introducción. ............................................................................................................81
2. El populismo y el riesgo cesarista-dictatorial...........................................................82
a. Distanciamiento de la perspectiva lefortiana........................................................83
b. Interpretaciones de la sinonimia entre lo político y el populismo........................84
3. Las problemáticas del antagonismo y la oscilación: El populismo y el riesgo
“proto-fascista” ............................................................................................................91
4. Otro modo de solucionar la oscilación entre dimensiones: Iluminar la historia desde
la especificidad del presente.........................................................................................94
5. Conclusiones. ...........................................................................................................98
Conclusiones .................................................................................................................100
Bibliografía ...................................................................................................................106
viii
Abreviaturas
Abreviaturas de escritos de Ernesto Laclau:
Hegemonía
Hegemonía y estrategia socialista
Nuevas reflexiones
Nuevas reflexiones sobre la revolución de nuestro tiempo
“Nuevas reflexiones”
“Nuevas reflexiones sobre la revolución de nuestro tiempo”
Emancipación
Emancipación y diferencia
La razón
La razón populista
Abreviaturas de escritos de Slavoj Žižek:
El sublime objeto
El sublime objeto de la ideología
El espinoso sujeto
El espinoso sujeto. El centro ausente de la ontología política
Abreviaturas de publicaciones conjuntas:
Contingencia
Contingencia, hegemonía y universalidad
Abreviaturas de expresiones:
TH
teoría de la hegemonía
DR
democracia radical
ix
Introducción
En el ensayo “Nuevas reflexiones sobre la revolución de nuestro tiempo” (perteneciente
a la obra titulada con el mismo nombre), Ernesto Laclau comienza su análisis afirmando
que la “crisis de la razón” que caracteriza el “clima intelectual” de nuestra época, no
necesariamente debe desembocar en un “atrincheramiento” en aquella, ni tampoco en un
vía “nihilista” que suponga el “abandono de todo proyecto emancipatorio” (1993 [1990]:
19-20). Según el autor, esta época de crisis “abre posibilidades inéditas para una crítica
radical de toda forma de dominación” (Ibíd.: 20). “Democracia radical” es el nombre de
este proyecto ético-político, caracterizado por evitar tanto las formas universalistas de la
emancipación tradicional, así también como la contrapartida de éstas, a saber, aquellas
concepciones particularistas y relativistas. Esta estructura de oposiciones que caracteriza
la crítica de Laclau, atraviesa toda su obra, y permite señalar aquí, que al bando
universalista que él intenta evitar, pueden incorporársele otras formas de la
emancipación tradicional, como por ejemplo, aquellas que proponen una Filosofía de la
Historia. De hecho, en Emancipación, el autor habla de seis dimensiones presentes en el
entendimiento de la noción “clásica” de emancipación.1 La ponderación de una o la
combinación de algunas de ellas, configura los distintos “metarrelatos” de la
modernidad, ya sea que estos pertenezcan a la crítica de la Ilustración como a aquellas
filosofías de la historia generadas no solo en esa época, sino también en el período
posterior a la Revolución Francesa, en la que se pueden encontrar las escatologías de los
“padres de la Sociología”, así también como aquellas interpretaciones de la historia
elaboradas por los “jóvenes hegelianos”; de la cual se desprendería la concepción
marxista (Koselleck, 2007: Caps. 1 y 2; Págs. 254-261).
Estamos en condiciones, entonces, de traducir esta problemática a los términos de
dos conceptos íntimamente relacionados, a saber, crítica y crisis. El marco de la
emancipación tradicional es equivalente a la estructura lógica de la concepción “clásica”
de crítica. Los diferentes “metarrelatos” antes mencionados, pueden agruparse bajo la
1
Las dimensiones de las que habla Laclau son: “dimensión dicotómica”, “dimensión totalizante”,
“dimensión de preexistencia”, “dimensión de fundamento”, “dimensión de transparencia” y “dimensión
racionalista”. El autor sostiene que no existe una coherencia lógica estricta entre algunas de ellas, sin
embargo, igualmente de reunieron para formar una narrativa que constituyó las diferentes formas de la
emancipación tradicional (Laclau, 1996 [1996]: 11-13).
1
noción de crítica tradicional. Todos ellos comparten un marco lógico dicotómico en el
que existen dos términos mutuamente implicados, crisis y resolución de la misma (Palti,
2005: 16-17). Ante un periodo de crisis, la crítica se habilita para superar o resolver
dicho periodo. De todo esto se deduce que la propuesta de Laclau intenta ser una crítica
que no incurra en el marco lógico de la crítica tradicional, a la vez que esta demarcación
no se desdibuje en el nihilismo. En estricto sentido, desde el punto de vista de la crítica
clásica, todo intento de crítica que evada el marco lógico que aquella propone, no es
realmente una crítica sino una forma de nihilismo. Desafiando esta disyuntiva, Laclau
intenta realizar una crítica en un tiempo en que la idea misma de crítica ha entrado en
crisis, y donde la política ha perdido todo fundamento o certeza (Palti, 2005: 19-21). En
este sentido, Laclau sostiene:
Quizá lo que está surgiendo como posibilidad en nuestra experiencia política es algo
radicalmente diferente de aquello que los propios posmodernos del “fin de la política”
anuncian: la llegada a una era totalmente política, dado que la disolución de las marcas de
la certeza quita al juego político todo tipo de terreno apriorístico sobre el cual asentarse,
pero, por eso mismo, crean la posibilidad política de redefinir constantemente ese terreno
(Laclau, 2005 [2005]: 275-276).
Es necesario realizar aquí una aclaración que nos acompañará a lo largo de todo este
trabajo. Si bien no forma parte estrictamente de lo que nosotros hemos definido como
critica tradicional, en esta investigación añadiremos a este “bando” una tradición de
pensamiento que compartiría, desde la perspectiva de Laclau, una cierta similitud con la
crítica clásica, en la medida en que en todas ellas se intenta, de diferentes maneras, fijar
la indeterminación que habría abierto la revolución democrática en 1789. Nos estamos
refiriendo a una tradición que, sin ir más lejos, recupera algunos elementos del orden del
“antiguo régimen”, oponiéndose así a la tradición democrática-popular en la que se
inscribe Laclau. Si bien este nuevo oponente no necesariamente intenta recuperar los
privilegios de los estamentos “tradicionalistas” del orden “fijo” del Antiguo régimen,
tematiza una figura histórica que explica su impronta fuertemente “estatalista”, la
monarquía absoluta. Al postular un “punto de adscripción” “trascendente” a los distintos
partidismos religiosos, morales, etc., desde el cual emana la decisión (crisis), esta
tradición conservadora, representada en buena medida por la obra de Carl Schmitt,
todavía se apoya en ciertos criterios de legitimidad consistentes en la procuración del
2
orden, al estabilidad y la paz (S. Weber, 1999: 18; Koselleck, 2007: 33-34). De esta
manera, a la crítica tradicional (que intenta evitar Laclau), puede añadírsele la tradición
conservadora de pensamiento político, la cual constituiría otro modo de dar certeza a la
crisis de la cual se alimenta, desde la perspectiva laclauiana, la democracia.2
En cuanto a la otra actitud a evitar, el nihilismo, también es necesario realizar aquí
algunas precisiones. En la presente investigación, sostendremos que el riesgo nihilista
surge a través del desdibujamiento de la propuesta de Laclau en el pluralismo liberal.
No obstante, también es necesario añadir al riesgo nihilista, un cierto cinismo
igualmente presente en la obra del autor. Entre ambas actitudes existe un punto en
común, consistente en una cierta apología del “egoísmo” y la defensa de los intereses
particulares de un individuo o una clase. Como hemos adelantado, ante la pérdida de
fundamento y todo tipo de marcadores de certeza, solo restan dos actitudes señaladas (a
las cuales Laclau también intenta criticar): por un lado, una postura despolitizante de
cierre sobre la propia identidad (nihilismo) y, por otro lado, una posición que, siendo
igualmente egoísta, defiende “desvergonzada” y explícitamente su punto de vista
particularista, aún siendo consciente de ello (cinismo). Ambas actitudes serían
correlativas de los efectos de fragmentación y dispersión del liberalismo.
El objetivo general de este trabajo consiste en visualizar aquellas inflexiones,
momentos y pasajes en la obra de Laclau, en los que se corre el riesgo de incurrir en una
de las dos alternativas señaladas y, también, de qué maneras él intenta corregir estas
oscilaciones (es decir, defender un proyecto político verdaderamente emancipatorio que
no acuda a los marcos tradicionales de la crítica, ni tampoco que incurra en una
perspectiva nihilista/cinista). En este sentido, nuestro objetivo no se orienta hacia la
búsqueda de una respuesta categórica acerca de si la DR logra ser una crítica en tiempos
de crisis de la noción misma de crítica, sino visualizar los matices en los que las
2
Aludiendo a la expresión de Tocqueville de “revolución democrática”, Laclau y Mouffe sostienen: “Con
ella designaremos el fin del tipo de sociedad jerárquica y desigualitaria, regida por la lógica teológico
política en la que el orden social encontraba su fundamento en la voluntad divina. El cuerpo social era
concebido como un todo en el que los individuos aparecían fijados a posiciones diferenciales” (Laclau y
Mouffe, 2004 [1985]: 197). Páginas más adelante, al exponer el enfoque de Claude Lefort, los autores
afirman: “En las sociedades anteriores [a la “revolución democrática”], organizadas según una lógica
teológico política, el poder estaba incorporado a la persona del príncipe, que era el representante de Dios –
es decir, de la soberana justicia y la sobreaña razón-. La sociedad era pensada como un cuerpo, la jerarquía
de cuyos miembros reposaba sobre un principio de orden incondicionada” (Ibíd.: 232-233 [Corchetes
agregados]).
3
categorías y propuestas dentro de ese proyecto ético-político se alejan, o se acercan a,
las dos alternativas antes planteadas.
Dada la dificultad de cumplir aquel objetivo en un estricto nivel filosófico, hemos
procurado alumbrar el problema adoptando con una perspectiva histórica que tenga en
cuenta factores contextuales. Es decir, hemos complementado el análisis interno de las
categorías y nociones laclauianas, con una perspectiva que aborde la coimplicación
entre la producción teórica del autor, y los distintos contextos históricos que enmarcan
su obra. Bajo esta perspectiva histórica, a pesar de su contaminación o interpenetración,
hemos distinguido tres contextos diferentes que sobredeterminan la escritura de Laclau.
En primer lugar, un contexto de coyuntura intelectual, en buena medida agotado por los
intercambios teóricos entre este autor y Slavoj Žižek a partir de 1987. En segundo
lugar, un contexto de coyuntura política e ideológica, ya sea nacional o internacional,
cuyos principales acontecimientos son, por ejemplo, la caída del Muro de Berlín en
1989, la disolución definitiva de la Unión Soviética en 1991, o el ascenso de diferentes
regímenes de centro-izquierda en Latinoamérica en los años que rodean la frontera del
siglo
XX-XXI.
En tercer lugar, una plano más bien epocal, que escenifica la obra de
Laclau en términos de estratos ideológico-políticos que se remontan, por ejemplo, a
1789 o 1848.
A pesar de que el diálogo entre Laclau y Žižek constituya una de las
contextualizaciones, el cual, a su vez está enmarcado en los otros dos escenarios, reviste
aquí un carácter central y estructurará nuestro trabajo. Como hemos dicho, si bien
nuestro análisis recurre constantemente a las motivaciones e implicancias de la
variación categorial de Laclau, en términos contextuales y epocales, es en la
interlocución de este autor con Žižek en la que enfatizaremos; la cual estructurará
prioritariamente los capítulos de este trabajo. Llegados a este punto, estamos en
condiciones de introducir algunas de las afirmaciones centrales que a traviesan esta
investigación. A través de todas las críticas que señalan que la
DR
se desliza hacia
alguno de los dos polos de la disyuntiva señalada, está presente Žižek. Hasta la caída del
Muro de Berlín, ciertas afinidades electivas van a poder marcarse entre la obra de
Laclau y otros pensadores, entre ellos Žižek. No obstante, una vez desaparecido el
enemigo común caracterizado bajo la noción de dictadura, las afinidades van a irse
4
disolviendo paulatinamente. Inscrito en una tradición cuyo principal referente histórico
fue el jacobinismo, Žižek señalará, de diferentes maneras, que la obra de Laclau se
desdibuja en alguna de las variantes de los dos bandos arriba descritos. Como hemos
adelantado, esta investigación se concentra en los momentos en que la obra de Laclau
corre el riesgo de sufrir estos deslizamientos, así también como las respuestas que el
autor realiza para defender su propuesta teórico-política. Estas respuestas son de diversa
índole. Algunas consisten en la incorporación de nuevas categorías en términos de una
reelaboración de aproximaciones parciales o totalmente deficientes (posiciones de
sujeto a sujeto como falta; desdoblamiento explícito de la noción de antagonismo en dos
registros, por un lado, dislocación y exterior constitutivo y, por otro lado, antagonismo;
diferencia ontológica). Otras consisten en enfatizaciones o explicaciones diferentes de
posiciones que no variarán considerablemente a lo largo de toda la obra del autor
(articulación como modo de evitar la fragmentación y la dispersión; la crítica a la
crítica de la ideología).
Para describir el diálogo, hemos adoptado un criterio cronológico que obedece a la
publicación de las distintas obras de los autores. Hemos decidido analizar,
prioritariamente, los textos incluidos en las publicaciones en forma de libro debido a
que estos condensan y sistematizan las ideas de los autores en la coyuntura intelectual y
política específica. Pero esto no ha sido obstáculo para la revisión de publicaciones
aisladas, como por ejemplo, “Muerte y resurrección de la teoría de la ideología”
(Laclau), y “Contra la tentación populista” (Žižek). Debido a que nuestro análisis está
centrado en la obra de Laclau, son cuantitativamente más los textos que de este autor
hemos estudiado con respecto a Žižek. Respecto al primero, se han estudiado las
siguientes obras: Hegemonía (con Mouffe) (1985), Nuevas reflexiones (1990), (Laclau),
“Muerte y resurrección de la teoría de la ideología” (1996)3, Contingencia (con Butler y
Žižek) (2000), La razón (2005) y Debates y combates (2008). En el caso se Žižek, a
demás de sus intervenciones en Contingencia, los textos revisadas han sido tres: El
sublime objeto (1989), El espinoso sujeto (1999) y Contra la tentación populista
(2006). Dentro de algunas de estas obras, existen algunos escritos de los autores que
3
Este artículo ha sido publicado posteriormente, en: Laclau, E. (2002) Misticismo, retórica y política.
Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica. No obstante, aquí haremos referencia a la publicación de ese
artículo aparecido algunos años antes en Buenfil, R. (1998).
5
hemos analizado de manera separada, a saber: “Más allá del análisis del discurso”
(1987), escrito por Žižek y aparecido en Nuevas Reflexiones; el “Prefacio” a El sublime
objeto de la Ideología (1989), escrito por Laclau; y el “Prefacio a la segunda edición en
español” de Hegemonía (2002), escrito por Laclau y Mouffe.
En pos de exponer la secuencia de análisis, es necesario realizar antes, algunas
precisiones. En primer lugar, de los escritos de Laclau en Nuevas reflexiones, nos
concentraremos prácticamente a un solo trabajo: a saber, a “Nuevas reflexiones sobre la
revolución de nuestro tiempo”. De dicho libro, nos interesan los escritos elaborados con
posterioridad al encuentro en Ljbljana (octubre de 1987). De manera totalmente
secundaria, haremos alguna mínima referencia a las dos entrevistas publicadas en dicho
libro: “La construcción de una nueva izquierda” y “Teoría, Democracia y Socialismo”.4
Por su riqueza y sistematicidad, “Nuevas reflexiones” reúne los principales cambios
categoriales del momento. En segundo lugar, tanto el “Prefacio” a El sublime objeto
como los escritos revisados de Nuevas reflexiones, muestran simultáneamente las
repercusiones que el artículo “Mas allá del análisis del discurso” de Žižek, tubo sobre el
marco categorial de Laclau. Por esa razón, “Mas allá del análisis del discurso”
(aparecido con posterioridad en Nuevas reflexiones), será analizado como un momento
diferenciado e intermedio entre, por un lado, Hegemonía y Estrategia Socialista y, por
otro, los escritos revisados de Nuevas reflexiones. En tercer lugar, el cuerpo de El
sublime objeto (escrito por Žižek), solo será descrito como una forma de ilustrar el
periodo de afinidades electivas entre los autores.5 En cuarto lugar, el “Prefacio a la
segunda edición en español” de Hegemonía (2002), será ubicado inmediatamente
después de Contingencia, como una de las primeras repercusiones del diálogo
mantenido en esta obra. A estas repercusiones, añadiremos algunos pasajes de La razón,
aunque esta obra ya se encuentra en la nueva coyuntura política que marca la última
4
Existe otro texto publicado originalmente con posterioridad al encuentro en Ljbljana, y republicado en
Nuevas reflexiones: “Posmarxismo sin pedido de disculpas”, elaborado conjuntamente con Mouffe. Por el
escaso margen de tiempo que separa a esa publicación original del encuentro con Žižek, y porque su mapa
categorial parecería todavía pertenecer al horizonte de Hegemonía, no incluiremos este trabajo en las
obras a analizar dentro del periodo de Nuevas reflexiones.
5
Debido al cambio de énfasis que aparece en este libro con respecto a “Más allá del análisis del discurso”,
no vemos forzados a suponer que el autor ya conocía algunos de los cambios categoriales de Laclau.
Probablemente, Žižek pudo haber conocido los cambios que se realizan en “La construcción de una nueva
izquierda”, la cual había sido previamente publicada (a la aparición de Nuevas Reflexiones, en 1990) en
marzo de 1988.
6
etapa del diálogo. De esta manera, la secuencia de análisis es la siguiente: Hegemonía;
“Más allá del análisis del discurso”; “Prefacio” a El sublime objeto y escritos
posteriores a 1987 de Nuevas reflexiones (dentro de esta etapa también se añade el
cuerpo de El sublime objeto); “Muerte y resurrección de la teoría de la ideología”; El
espinoso sujeto; Contingencia; “Prefacio a la segunda edición en español” de
Hegemonía; La razón populista; “Contra la tentación populista” y Debates y combates.
En el capítulo I, contextualizaremos las posturas de ambos autores desde un punto
de vista epocal, así también como de coyuntura política. Bajo el primer estrato de
tiempo, describiremos cómo la propuesta de Laclau intenta inscribirse en una tradición
democrático-popular cuyo periodo de máximo expansión se encuentra entre 1789 y
1848. En contrapartida, veremos como Žižek, se inscribe en una tradición rival marcada
por el continuo jacobinismo-hegelianismo-marxismo. Bajo la escenificación coyuntural,
observaremos cómo la obra laclauiana está sobredeterminada por un periodo
democrático de reemergencia de la sociedad civil. En el caso de Žižek, visualizaremos
como la inscripción de este autor en la tradición jacobina, se produce explícitamente a
medida que transcurre la década de los ´90; habiendo sido posible, antes de 1989, un
breve periodo de afinidades entre ambos autores. En el capítulo II, explicaremos el
trasfondo o escenario teórico inmediato sobre el cual se desarrolla el diálogo, el cual
está constituido por Hegemonía; obra en la que por primera vez, y de manera
desarrollada, se expone el proyecto de DR. Aquí, expondremos los nudos problemáticos
o tópicos con los que operaremos para abordar la problemática planteada. En el capítulo
III, desarrollaremos el diálogo antes y después de la caída del Muro de Berlín, hasta
finales de la década de los ´90, donde se escribe Contingencia; obra que marca la
ruptura definitiva de las afinidades electivas entre ambos autores. Una de las
características presentes en todo este periodo, consiste en un cierto “giro lacaniano” en
el mapa categorial de Laclau, en buena medida realizado para radicalizar su postura en
un tiempo que ésta corría fuertemente el riesgo de desdibujarse en el “neoliberalismo”.
En el capítulo III, estudiaremos el diálogo ya en otra coyuntura política, en la cual Žižek
varía el sentido de su crítica señalando el riesgo proto-fascista en la aproximación del
populismo de Laclau. Debido a que este último capítulo está dirigido a visualizar el
riesgo de reinscripción en algún punto de adscripción que fije la crisis, hemos añadido
7
allí otra problemática, la cual, si bien no pertenece exclusivamente a esa última etapa
temporal del diálogo, es igualmente pertinente para visualizar esas reinscripciones.
8
Capítulo I
Contextualización epocal y coyuntural
1. La democracia-popular de la Revolución Francesa como antecedente de la
democracia-radical
En Hegemonía, Laclau dedica unas páginas a Arthur Rosemberg, un historiador alemán
que había sostenido que el hiato epocal producido en 1848 constituía un retroceso en las
luchas democráticas ya que había desvinculado las luchas clasistas respecto a las
populares. A nuestro entender, esta referencia de Laclau no es secundaria, ya que señala
el referente histórico donde Laclau intenta inscribir su proyecto democrático-radical.
Situado en una concepción política que tiene como principal hito histórico a la
Revolución Francesa, Laclau procura defender las ideas de pueblo y democracia de
diferentes modos a lo largo de su obra. Según el autor, esta tradición fue dominante en
algunos países europeos desde 1789 a 1848 (Laclau, 2004 [1985): 191). Con la
Revolución Francesa se abre una época de creciente movilidad y contingencia de las
relaciones sociales y políticas, las cuales habían estado fijas en las sociedades
segmentadas del Antiguo Régimen. El periodo que se abre con las revoluciones de
1848, generalizadas por toda Europa, configura el escenario político tal como lo
conocemos en la actualidad: liberalismo, conservadurismo y socialismo. Desde la
Revolución Francesa hasta aproximadamente mediados del siglo XIX, sólo va a existir
un enfrentamiento político básico, a saber, aquellas demandas democrático-populares
reunidas frente a un enemigo común, y los segmentos tradicionalistas defensores del
Antiguo Régimen. Durante esa época, lo que luego se escindirá en demandas socialistas
y liberales, estará reunido en el polo democrático-popular, el cual aglutinará a la
pequeña burguesía, al campesinado, a la clase obrera y a ciertos sectores de la burguesía
(Laclau, 1978 [1977]: 119). Para Laclau, esta “articulación” iba “más allá de las
ideologías de las distintas fuerzas intervinientes en el pacto” (Ibíd.). Según Wallerstein,
dentro de este polo democrático, podían encontrarse “rótulos tan diversos como
republicanos, radicales, jacobinos, reformadores sociales, socialistas y liberales”; y sólo
9
para 1848 van estar claramente diferenciadas las ideologías que agruparían a esos
rótulos: liberalismo y socialismo (Wallerstein, 1998: 97). Bajo la perspectiva laclauiana,
la democracia popular presente en este periodo histórico, coincidiría con una forma de
hacer política que no se apoya en ningún fundamento o certeza sino que se alimenta de
la crisis misma. La división tripartita que aparece al final de este periodo, estará
caracterizada por el intento de fijar la indeterminación y contingencia radical que
supuso la democracia popular. En el caso del conservadurismo, esta oposición
(fijación) a la equivalencia democrático-popular, al recuperar muchos de los elementos
presentes en el Antiguo Régimen, ya estaba presente antes de 1848.
En la referencia de Laclau a Rosemberg en Hegemonía, se puede observar cómo
la crítica “antiesencialista” a la sobredeterminación de lo económico sobre lo político,
encuentra su punto de anclaje histórico, epocal. Rosemberg explica (en palabras de
Laclau) cómo de 1789 a 1848, el crecimiento del proletariado industrial en Europa,
había sido tal que, progresivamente los antagonismos irían reduciendo al enfrentamiento
entre proletarios y capitalistas (Laclau, 2004 [1985]: 192). Hasta 1848, la lucha
democrática aglutinaba tanto a campesinos como a proletarios. No obstante, esta
“habilidad táctica” llevada a cabo por parte del partido, había venido siendo cada vez
más dificultosa y, para mediados del siglo XIX, la escisión entre ambos tipos de luchas
era clara (Ibíd.). Según Rosemberg, las luchas socialistas vendrían a ser una
unilateralización de una lucha más radical que tenía como principal significante al
pueblo. Al abarcar la totalidad de las luchas políticas, el marxismo no sólo reduciría los
alcances de lo político, sino, en otras palabras, postularía una fundamentación que
excede lo político. Entonces, desde cierto punto de vista, la teoría marxista constituiría
el intento de restaurar un fundamento absoluto, el cual habría sido puesto en cuestión
por la “revolución democrática”. Así, esta corriente vendría a sustituir el intento de
restaurar la fijación y determinación social presentes de las sociedades del Antiguo
Régimen, características derivables de fundamentos “teológico políticos” (Ibíd.: 197).
El periodo que se abre en 1848 y que entra en crisis casi un siglo después, con la
finalización de la segunda guerra mundial, está caracterizado por los diferentes ascensos
de Alemania como imperio (en este sentido puede sostenerse que la Alemania que
triunfa en 1848, es derrotada casi exactamente un siglo después, en 1945), por el
10
paulatino surgimiento del socialismo como ideología y su cristalización en regímenes
comunistas reales y, finalmente, por la acelerada expansión de la mecanización y la
industrialización propias del capitalismo. A pesar de esto, dicho periodo no es
homogéneo y, en su interior, existen periodos de crisis. En el caso del marxismo, dicha
crisis se produce, aproximadamente, durante las últimas décadas del siglo XIX y las
primeras del siglo XX. No es casual que Laclau recupere, como uno de sus principales
referentes intelectuales, a Antonio Gramsci, pensador de esa crisis, la cual volverá en
las últimas décadas del siglo XX. A este periodo de retroceso del marxismo en el que
escribía Gramsci, debe añadirse la condición de derrotado ante el ascenso de la
dictadura fascista italiana. Como han sostenido Laclau y Mouffe en Hegemonía, esta
etapa de inflexión del marxismo es el periodo de paulatino ascenso de la categoría de
hegemonía como lógica constitutiva de lo político. En el caso del imperialismo alemán,
y su principal correlato ideológico, el conservadurismo, su crisis más evidente se
encuentra en la República de Weimar. Tampoco es casualidad que Laclau y Mouffe
recuperen algunas ideas del pensamiento schmittiano de esa época de derrota del
imperio alemán.
2. Jacobinismo, dictadura y Filosofía de la Historia
Llegados a este punto, debemos comenzar a tener en cuenta algunos elementos que
problematizan la interpretación histórica de Laclau antes vista. A lo largo de toda la
obra de dicho autor, existe una referencia crítica constante a una forma de hacer política
que no necesariamente es coherente con el proyecto político de la Revolución Francesa,
a saber, el jacobinismo. Bajo la perspectiva del autor, durante el periodo 1789-1848, la
articulación democrática-popular no sólo se opuso a aquellos sectores conservadores
sino, también, a la dictadura jacobina. La determinada aproximación que se haga del
jacobinismo constituye un elemento clave para nuestra contextualización histórica, ya
que de eso dependerá la veracidad de la interpretación laclauiana de la tradición
democrática-popular y, por ende, la posibilidad de que su proyecto no se desdibuje en
el pluralismo liberal.
11
Básicamente, quisiéramos traer a colación dos interpretaciones de la naturaleza y
función del jacobinismo. Por un lado, está aquella interpretación que realiza Laclau,
para quien el jacobinismo sería una manera de oposición a los sectores conservadores,
con la particularidad que tal oposición se caracteriza por la exclusión de los reclamos de
la clase obrera (Laclau, 1977 [1978]: 135-136). De modo similar al fascismo, el
jacobinismo constituiría una modalidad de oposición popular que, al mismo tiempo, no
articula las demandas obreras. En este sentido, como la diferenciación que se produce a
mediados del siglo XIX, el jacobinismo se basaba ya antes de ese periodo, en una
escisión del polo democrático-popular. Lo particularmente importante de esta
interpretación es que ella concibe a las demandas obreras como radicalmente diferentes
del jacobinismo.
Por otro lado, existen aquellas concepciones que ven en el jacobinismo uno de los
elemento in nuce de la teoría marxista. En este caso, las demandas obreras, más que
oponerse al jacobinismo, encontrarían en éste su forma más acabada de realización. La
concepción política dictatorial del jacobinismo, unida a la Filosofía de la Historia del
hegelianismo, constituirían los elementos fundamentales de la concepción de la historia
marxista. La Filosofía de la Historia del hegelianismo, con el lugar central que ocupa en
esta filosofía el Estado, puede ser tomada como una respuesta en espejo del jacobinismo
francés. La teoría marxista, al fusionar y reelaborar ambas concepciones, sería también
su heredera.
Es así que el jacobinismo, a través del concepto de dictadura, constituiría una
forma política común, en la que convergen tanto el marxismo como el fascismo. En este
sentido, es esclarecedor traer a colación la concepción que sobre la dictadura y el
jacobinismo realizan Schmitt y Gramsci. En Sobre el Parlamentarismo, Schmitt
sostiene que la dictadura es una forma política en la que coinciden fascismo y
bolchevismo, corrientes que en 1848 formaron alianza contra el liberalismo burgués
(Schmitt, 1996: 67). En contraposición al significado que normalmente se tiene de
democracia (liberal), Schmitt sostiene que estas formas dictatoriales normalmente
defienden un tipo de democracia cesarista y homogeneizante que, aunque permita la
exclusión, precisamente por este hecho logra la igualdad “real” y el verdadero gobierno
del pueblo (Ibíd.: 21). Adicionalmente, Schmitt señala algo muy relevante para
12
nosotros, a saber, que el marxismo tiene sus principales antecedentes filosóficopolíticos en la dictadura racionalista educativa del jacobinismo y en la lógica hegeliana
(Ibíd.). Como veremos más adelante, Gramsci es un pensador que más bien se opone a
la instancia dictatorial como única forma de hacer política (posición por la cual es tan
recuperado por Laclau). A pesar de ello y de manera casi idéntica a Schmitt, Gramsci,
en uno de sus escritos de la cárcel, traza los antecedentes de la filosofía de la praxis de
Marx en el jacobinismo (Robespierre) y en Hegel; solo que le agrega la economía
política inglesa (Ricardo) (Gramsci, 1970: 442-444). No obstante, aun cuando el autor
agrega este último elemento, realiza la misma genealogía del marxismo que Schmitt.
Hemos mencionado que la tradición democrático-popular en la que intenta
adscribirse Laclau, se opone a la dictadura jacobinista. Ahora, podemos agregar a esta
oposición la Filosofía de la Historia hegeliana. No obstante, el problema consistiría en
dilucidar dónde se encuentran los elementos centrales de las que luego serían las luchas
proletarias de 1848, ¿en el jacobinismo o en la articulación democrático-popular? Para
aquella concepción que visualiza una continuidad entre jacobinismo, hegelianismo y
marxismo, la única interpretación restante respecto de la tradición que intenta defender
Laclau, consistiría en que ella ocupa un lugar más o menos burgués (liberal). Si durante
el periodo 1789-1848, la dictadura contenía elementos del conservadurismo fascista y
del
marxismo,
la
tradición
democrática-popular
desempeña
una
función
aproximadamente liberal. Las cosas son más claras, desde esta perspectiva, para el
periodo que se abre en 1848: la división tripartita del espectro ideológico también fuerza
la ubicación de la tradición laclauiana en la hegemonía capitalista burguesa. Para
Laclau, a partir de 1848 esa tradición democrática-popular será silenciada no pudiendo
restringirse a ninguna de las tres ideologías. Procedamos ahora a exponer brevemente el
punto de vista de un pensador que tiende a interpretar la dictadura jacobina del modo
opuesto al que lo hace Laclau, a saber, Slavoj Žižek.
3. Slavoj Žižek y el continuo jacobinismo-hegelianismo-marxismo
Hasta la caída del Muro de Berlín y la disolución de la Unión Soviética, cierta
superación del marxismo tradicional va a permitir un acercamiento entre Laclau y
13
Žižek. No obstante, luego de esos acontecimientos, la posición de Žižek va a retomar
progresivamente el marxismo y, con él, el continuo jacobinismo-hegelianismomarxismo. Si bien muchas de las posturas posteriores a 1989-1991 ya estaban presentes
antes de ese interregno, las afinidades electivas entre Laclau y Žižek van a ser
progresivamente opacadas principalmente a causa de ese retorno por parte de de este
último a la tradición jacobina-hegeliana-marxista. Este cambio de posición ante la
pérdida del enemigo común que suponían lo regímenes dictatoriales fascistas y
comunistas, puede ser interpretado como un cambio drástico, de alguna manera
contradictorio, a través del cual el tono de los nuevos posicionamientos de Žižek sería el
de arrepentimiento respecto a su lucha democrática contra el régimen socialista
yugoslavo antes de la década de los 90. No obstante, una lectura menos crítica de la
obra de Žižek mostraría que estos cambios constituyen más bien un reclamo de
radicalización o institucionalización de la ruptura democrático-popular ocurrida,
principalmente, en 1989.
A medida que transcurre el tiempo respecto a esta fecha, puede observarse cómo
la posición de Žižek va siendo cada vez más crítica de ciertas posturas con las que
alguna vez había experimentado afinidades, debido a la creciente fragmentación y
despolitización de muchos países que habían vivido la transición, en especial aquellos
de Europa central que habían sido comunistas. Lo que se estaba demostrando en
muchos de esos países, es que la lucha antiautoritaria no necesariamente llevaba a una
repolitización de la sociedad civil sino, más bien, a la fragmentación y despolitización
de muchas identidades que antes habían estado cohesionadas (Lechner, 1994: 140). De
esta manera, el reclamo de Žižek vendría a consistir en la invocación de una fuerte
razón estatalista que pudiera materializar, concretizar e institucionalizar los logros de
las revoluciones democrático-populares.6
6
La propuesta de Žižek para nuestra coyuntura política, consiste en hacer una lectura del jacobinismo que
pueda ser aplicable en nuestra actualidad. Al final de su trabajo dedicado a Robespierre, Žižek concluye:
“A propósito de la desintegración del socialismo estatalista hace dos décadas, no se debería olvidar que,
aproximadamente en el mismo momento, la ideología estatal del bienestar de la social-democracia
occidental sufrió también, un golpe fatídico y también dejó de funcionar como imaginario capaz de
suscitar una adhesión colectiva apasionada. Le idea de que ´la época del Estado de Bienestar ha
terminado´ es ya un lugar común. Lo que compartían esas ideologías derrotadas era la noción de que la
humanidad tiene como sujeto colectivo, capacidad para limitar de algún modo el desarrollo socio histórico
impersonal y anónimo y para impulsarlo en una dirección determinada” (Ibíd.: 48).
14
Es bajo esta clave de lectura que puede interpretarse su postura respecto a unos de
los componentes básicos de la tradición hegeliana-marxista, a saber, el jacobinismo. De
la misma manera que Žižek sostiene que los logros obtenidos en 1989-1991 conducen a
la fragmentación si no son complementados por una fuerte acción estatal, 1789 sin 1793
constituye una “Revolución descafeinada” o una “Revolución sin Revolución”; en otras
palabras, abogar por la Revolución democrática sin jacobinismo, constituye una postura
liberal (Žižek, 2010 [2007]: 6). En Slavoj Žižek presenta a Robespierre, virtud y terror,
el autor esloveno sostiene que tanto la Revolución Francesa como la Comuna de París
(1792-1794), deben ser entendidos como dos momentos igualmente necesario de un
mismo proceso revolucionario. Aquí, la categoría de dictadura cobra su mayor utilidad
analítica debido a que el jacobinismo se constituyó como un nuevo orden soberano
desde el cual emanan las decisiones políticas por antonomasia sin estar fundamentadas
en ningún orden racional o moral (Ibíd.: 10-11). Demostrando el parentesco entre una
concepción conservadora estatalista y el marxismo-socialismo a través del concepto de
dictadura, Žižek marca la analogía entre la dictadura jacobinista y la del proletariado,
en la medida en que ambas apuntan a materializar sustantivamente los logros
igualitarios de las revoluciones que las preceden (Ibíd.: 12-13).
De una u otra manera, Žižek defiende el jacobinismo tradicional y se inserta en el
continuo jacobinismo-hegelianismo-marxismo. A lo largo de la obra en cuestión, el
autor pretende realizar reiteradamente una “autocrítica” de la dictadura jacobina y el
terror que ella implicaba. No obstante, si existe tal autocrítica, ésta consiste en su
readaptación a los tiempos contemporáneos. Así, Žižek sostiene que “virtualmente
deberíamos defenderlo de la misma manera”, es decir, readaptarlo histórica y no
conceptualmente (Ibíd.: 13). Si hay una autocrítica de esta forma política, ésta mantiene
sus rasgos centrales. Esta reivindicación del jacobinismo que realiza Žižek en la obra en
cuestión, consiste más bien en un relectura de esta experiencia histórica desde otros
pensadores o corrientes de pensamiento, pero estas relecturas no abandonan el proyecto
del jacobinismo tradicional; incluso, a través de estas diferentes propuestas de
reinterpretación y autocrítica, por momentos no queda muy claro si ellas abandonan
incluso el rasgos más crítico de dicha corriente, el terror.
15
Como quizá pueda detectarse, la misma estructura lógica con la que
caracterizamos nuestro problema de investigación, está aquí presente en términos
históricos o secuenciales. Permitámonos aquí reducir los términos del planteamiento de
Žižek. Para este autor, 1789 sin jacobinismo no hubiera conducido a una transformación
verdaderamente radical. De esta manera, la alternativas hubieran sido, o una simple
dispersión de las identidades (liberalismo), o bien, una restauración inmediata del
Antiguo Régimen. Para Žižek, esto se ve constatado con la experiencia de muchos
países occidentales a finales del siglo
XX,
a saber, 1989 sin una acción fuertemente
estatal, conduce a la dispersión y fragmentación de las identidades (neoliberalismo). Si
traducimos esto a los términos de nuestro problema principal, tendríamos las siguientes
proposiciones: una crítica que no se apoye en un fundamento (fijación estatalista) es,
por definición, nihilista; la crítica debe estar siempre apoyada en un fundamento, ya sea
este el universalismo nacido en la Ilustración, ya sea las Filosofías de la Historia
postrevolucionarias, o la misma Filosofía de la Historia marxista. La crisis abierta por la
crítica debe siempre estar acompañada por una instancia de reconstrucción hegemónica,
es decir, desde el punto de vista de Žižek, no puede haber crisis permanente. En cierto
sentido, la corriente liberal está en uno y otro lado de las dos alternativas que intenta
evitar Laclau, con la diferencia que en una se remarca el carácter particularista y
relativista de dicha corriente, y en la otra se hace referencia a aquellas concepciones
universalistas del liberalismo.
4. Democracia radical como una de las formas de la reemergencia de la sociedad
civil
Las últimas décadas del siglo XX muestran la expansión y consolidación, en Occidente,
de una clase de “régimen” político que, hasta entonces, no podría considerarse como la
“regla” en esta región del mundo. Aproximadamente, a partir de la década de los 70 del
siglo pasado, el imaginario democrático-liberal se va a encontrar más extendido que
nunca en las sociedades capitalistas occidentales. La expansión de los principios básicos
democráticos puede ser entendida como la progresiva emancipación de aquellos
sectores sociales susceptibles de englobarse bajo el nombre de sociedad civil. Esta
16
emergencia de la sociedad civil ha “sobredeterminado” la elaboración de distintas
corrientes y enfoques, lo que posibilitó que estos la tematizaran de diferentes maneras.
Según Norbert Lechner, estos diferentes modos pueden distinguirse en tres “versiones”
de análisis de dicha emergencia. En primer lugar, una concepción de la sociedad civil en
términos populares que pone énfasis en la “democracia real o sustantiva” denunciando
las deficiencias de la “democracia formal” (Lechner, 1994: 142-143). En segundo lugar,
una concepción de la sociedad civil básicamente libertaria, que el autor denomina como
“public choice”, la cual aboga por la autonomía de ese ámbito social en términos de la
independencia en el mercado (Ibíd.: 143). Por último, una versión que concibe a la
sociedad civil como “limitadora” de las dinámicas incompatibles del Estado, así
también como del mercado, la cual, a su vez impone una clausula autolimitativa de no
ocupar el lugar del estado (Ibíd.: 143-144). En pos de una mejor descripción de esta
última concepción, podría decirse que sus principales precursores teóricos son Clauss
Offe y Jürgen Habermas.
Toda la obra de Ernesto Laclau que aquí analizaremos, está fuertemente marcada
por este proceso de emergencia de la sociedad civil. En tanto tal, ella se ubica en una de
las tres “versiones” mencionadas, a saber, la que enfatiza la democracia sustantiva en
términos populares. Profundamente crítica de la versión de la “public choice”, la
perspectiva de Laclau comparte ciertas afinidades con la tercera versión. Los motivos de
estas similitudes pueden encontrarse en un cierto “parecido de familia” proveniente del
“posmarxismo”. La categoría de sociedad civil permitió (de manera implícita o
explícita) a muchos teóricos provenientes de la izquierda, “reorganizar” y “reinventar”
sus perspectivas sociales en un periodo crecientemente democrático sin caer en la
dispersión y despolitización de una “sociedad mercantil fragmentada” (Ibíd.: 134).
Es aquí donde la referencia a Antonio Gramsci se torna operativa. Ese rasgo
común que posibilita ciertas afinidades es explicado, en buena medida, por la
recuperación que los teóricos de la primera y tercera versión realizan de la obra de
Gramsci. Es en este sentido que Cohen y Arato afirman:
Sostenemos que el concepto de sociedad civil, tal como ha sido usado por nuestras
diferentes fuentes, pertenece al mundo intelectual e incluso a la cultura política del
posmarxismo (y quizá del “posgramscianismo”). El discurso contemporáneo de la
17
sociedad civil fue diseminado internacionalmente, al menos en sus inicios, por la
circulación de las ideas posmarxistas (Cohen y Arato, 2002: 92).
Adicionalmente, los autores sostienen:
Los posmarxistas no sólo se dan cuenta, al igual que Gramsci, de la durabilidad de la
sociedad civil en las democracias capitalistas y de la consecuente improbabilidad de la
revolución en el sentido marxista clásico, sino que además afirman lo normativamente
deseable que es la conservación de la sociedad civil. No obstante, el posmarxismo se
puede distinguir de todos lo neoliberalismos (que a su propia manera también identifican
a la sociedad civil con la burguesa) por sus esfuerzos para desarrollar el tema de la
transformación democrática radical o pluralista radical de las versiones existentes de
sociedad civil (Ibíd.).
Antonio Gramsci constituye uno de los autores centrales sobre el cual se apoya la obra
de Laclau. De todos los pensadores de la tradición marxista fue Gramsci el que, en
términos de Laclau, produjo (aunque con algunas ambigüedades) una verdadera crítica a
la Filosofía de la Historia presente en el marxismo. La concepción que existe en
Gramsci acerca de la “sociedad civil”, lleva a tematizar, según Laclau, la especificidad
de la lógica de la hegemonía como lógica constitutiva de lo político. Al declararse
abiertamente “posmarxista” y continuador de las ideas de Gramsci, la obra de Laclau
parecería compartir esta similitud con diversas corrientes y pensadores que, de manera
directa o indirecta, tematizaron esta extensión democrática en términos de reemergencia
sustantiva de la sociedad civil.7
Prosigamos en este momento con la caracterización que Cohen y Arato realizan
de la emergencia de la sociedad civil. Estos autores la tematizan en términos de
“resurgimiento” o “reemergencia” y, en su exposición, ya eliminan de su
7
Para América Latina, en especial el Cono Sur, estas características que proveen Cohen y Arato,
parecerían repetirse. En tanto pensador latinoamericano, en concreto de Argentina, Laclau está motivado e
influido por las tendencias existentes en la región. Principalmente durante la década de los 80, al igual que
muchos otros pensadores provenientes de la izquierda, formó parte de un proceso de transformación del
socialismo en su versión extendida, el cual, al incorporar principios democráticos y del liberalismo
político tradicional, “hacía muchos esfuerzos por no ser liberal” (Lesgart, 2003: 149). Este proceso de
reinvención del socialismo implicó una “demanda común” en todos estos pensadores, consistente en
abandonar la dicotomía “Reforma-Revolución” (Ibíd.: 152). Adicionalmente, el denominador común
respecto al papel del Estado en todos estos autores, consistía en su reformulación antes que en su
abandono. Si bien existía una fuerte crítica respecto al intervencionismo estatal de índole soviético, al cual
se agregaba una fuerte crítica al corporatismo y dirigismo populista, todo esto no implicaba un abandono
frontal de Estado (Ibíd.: 178-179). Finalmente, la recepción y relectura del pensamiento de Gramsci
constituyó un elemento muy importante en este grupo que proponía un “socialismo democrático”; incluso
esta recepción fue particularmente importante en Argentina (Ibíd.: 152).
18
caracterización a la versión de la “public choice” o la concepción “neoliberal” de la
sociedad civil (Cohen y Arato, 2002: 53). Como hemos sugerido a partir de la primera
clasificación de Lechner, la obra de Laclau, sin ser “asociativista”, “solidarista” o
“comunitarista” (rasgos que más bien oscilan entre las otras dos versiones de la
sociedad civil), podría caracterizarse como una versión de la sociedad civil en términos
de interpelación del sujeto popular. Pese a la reticencia de Laclau hacia el enfoque de
los “movimientos sociales”, así también como a toda aproximación que adopte
categorías típicas de la sociología, su enfoque, a la luz de diferentes acontecimientos
contemporáneos, podría inscribirse dentro de esta versión de resurgimiento de la
sociedad civil en términos populares. De la explicación que Cohen y Arato ofrecen
respecto al resurgimiento de la sociedad civil, dos características son, aparentemente, las
principales. Ellos sostienen que esta reemergencia de la sociedad civil supone un tercer
“paradigma” socio-político que intenta, por un lado, diferenciarse del “estatismo” y de
la “economía capitalista” y, por otro lado, evitar las alternativas clásicas de “reforma” o
“revolución” (Ibíd.: 54-55 y 91). Bajo la primera diferenciación, se procura evitar la
adopción del paradigma del Estado Moderno sin incurrir en la reducción de la sociedad
civil a la concepción burguesa propia de la economía clásica (primer rasgo); bajo la
segunda distinción, se intenta evitar la alternativa “revolución desde abajo” o “reforma
desde arriba”, proponiéndose ahora un proceso de “reforma desde abajo” (segundo
rasgo) (Ibíd.).
En cuanto al primer rasgo, la referencia a Gramsci permite una primera
aclaración. Como hemos adelantado, la oposición al “estatismo” no supone, según
Cohen y Arato, la propuesta del abandono total de la esfera estatal, sino una crítica a
aquellas concepciones “estadólatras” que abogan por una esfera estatal diferenciada
rígidamente, la cual permite ser el locus que agota la política. Es decir, entendemos aquí
la crítica al “estatismo” como la oposición a la centralización estatal y a la fuerte
burocratización, rasgos presentes en los Estados de Bienestar y en los dictatoriales. La
marcación de una frontera clara entre la esfera política estatal y otras esferas de la
sociedad civil (como la económica, por ejemplo), es la condición del “estatismo”. La
concepción de hegemonía que Laclau toma de Gramsci, desdibuja estas fronteras rígidas
19
y, sin abandonar la importancia de una instancia estatal, propone su ampliación en
términos de que lo político se encuentra diseminado (Laclau, 2005 [2005]: 193).
Esta primera caracterización que ubica a la obra de Laclau como una crítica al
“estatismo” y al “neoliberalismo”, constituye un rasgo que estará presente en toda la
obra del autor. Aún en un periodo más reciente, que tiene su principal condensación y
sistematización en La razón, estas preocupaciones seguirán siendo operativas. En
estricto sentido, aún en la obra mencionada como en distintos publicaciones
relacionadas con la coyuntura de los gobiernos populistas latinoamericanos, la
preocupación crítica por el autoritarismo y la burocratización sigue estando presente.
La doble oposición al estatismo y al neoliberalismo, puede observarse claramente
en Hegemonía, obra enmarcada por un lado, en un periodo de crisis de legitimidad de
muchos países comunistas de Europa oriental y, adicionalmente, de transición
democrática de algunos países latinoamericanos. Por otro lado, en un tiempo de fuerte
presencia neoliberal encarnada en los gobiernos neoconservadores de Inglaterra y
Estados Unidos. La referencia crítica a estos últimos, aparece claramente en los últimos
apartados del último capítulo del libro. Aquí, el autor se pronuncia en contra de
personalidades del terreno político, así también como del intelectual. Describe y critica
la “hegemonía neoliberal”, también llamada “nueva derecha” o “neoconservadurismo”,
la cual estuvo fielmente materializada en los gobiernos de Thatcher y Reagan, y
representada, a en el terreno académico, por Hayek, Nozick, Friedman, etc. (Laclau y
Mouffe, 2004 [1985]: 214-218). Por otro lado, prácticamente toda la obra en cuestión
consiste en una crítica a lo que, en términos de Cohen y Arato, sería el “dogmatismo
marxista” y a la “era en la que parecía posible (por no decir deseable) que la clase
trabajadora –o cualquier otro estrato social o grupo único- desempeñara el papel de
sujeto global del cambio social” (Cohen y Arato, 2002: 91).
La oposición al “estatismo” por parte de Laclau podría describirse en términos de
crítica a la noción de dictadura, ya sea ésta de izquierda o de derecha. Aunque, como
hemos señalado, la crítica de Laclau y Mouffe en Hegemonía está dirigida a los
regímenes dictatoriales de izquierda, toda la obra de Laclau puede concebirse como
sintomática de una serie de movimientos de protesta que incluyen, también, a regímenes
dictatoriales de derecha, en mayor o menor medida fascistas. Pese a sus
20
enfrentamientos, cuyo cénit se encuentra en la Segunda Guerra Mundial, ambas formas
comparten una modalidad básica de hacer política: la dictadura; modalidad que en las
últimas décadas del siglo
XX
se encontraba deslegitimada. Gran parte de este
debilitamiento deviene del “agotamiento” de la tradición radical/revolucionaria del
jacobinismo francés de la última década del siglo XVIII (Hobsbawn, 1998: 447).8
El marco histórico que registra este resurgimiento de la sociedad civil y que
motiva la obra de Laclau, puede delimitarse, en sus inicios, con los levantamientos de
algunos países europeos periféricos. Así, Hobsbawn escribe:
Comenzaron sorprendentemente en Europa con la caída, en abril de 1974, del régimen
portugués, el sistema de derecha más longevo del continente, y, poco después, con el
colapso de la dictadura militar de extrema derecha en Grecia. Después de la largamente
esperada muerte del general Franco en 1975, la transición pacífica española del
autoritarismo a un gobierno parlamentario completó este retorno a la democracia
constitucional en el sur de Europa (Ibíd.).
Casi al mismo tiempo, o pocos años más tarde, se produjeron los enfrentamientos entre
la sociedad civil y el estado comunista en Polonia y Hungría, conflictos que expresaron
la crisis de legitimidad del sistema soviético y que, a la postre, produjeran su caída
generalizada entre 1989 y 1991. El caso polaco fue donde el enfrentamiento se produjo
más drásticamente, primero en 1976 y luego en 1980-81 con el período de huelga
general del movimiento sindical de “Solidaridad”.9
Cohen y Arato agregan otros resurgimientos en dos países donde no había
dictadura sino un régimen parlamentario, como la “Segunda Izquierda” en Francia a
mediados de la década de 1970, y la facción de los “Verdes” en Alemania occidental. Al
no existir un régimen dictatorial, el lugar de la oposición en estos contextos lo ocuparía,
principalmente, el Estado de Bienestar. En el caso francés, se utilizó asiduamente la
distinción de Tocqueville entre “sociedad civil” y “sociedad política”, en pos de procurar
una politización de la sociedad civil sin incurrir en su sobrepolitización al reconocer un
ámbito que excede las relaciones políticas (Cohen y Arato, 2002: 61). Pierre
8
De manera similar, Laclau y Mouffe refieren a esta agotamiento como la “disolución del imaginario
jacobino” (Laclau y Mouffe, 2004 [1985]: 26).
9
En el comienzo de la Introducción de Hegemonía, Laclau y Mouffe aluden, a modo de una mínima
referencia histórica en la cual se enmarca su obra, a los levantamientos de la sociedad civil contra el
régimen comunista, producidos en Checoslovaquia, Polonia y Hungría.
21
Rosanvallon, con su propuesta de un tercer camino entre estatismo y neoliberalismo, que
a la vez evitara la adopción del modelo bienestarista (fuertemente estatista), así como
Claude Lefort y su crítica a la “clase” como único agente del cambio social, fueron
algunos de los intelectuales que respaldaron al movimiento (Ibíd.: 62-63). Claus Offe
fue uno de los principales teóricos del movimiento de los “Verdes” en Alemania, autor
que, como los anteriores, es fuertemente crítico del estatismo del Estado de Bienestar,
defendiendo una “democracia radical” que revitalice la participación de los ciudadanos
ordinarios (Ibíd.: 65-68).
La reseña de los movimientos contestatarios culmina con las transiciones
democráticas en Latinoamérica, principalmente en la década de 1980 si se tiene en
cuenta a los países del cono sur.
Como hemos adelantado, la oposición a una concepción de la sociedad civil que
se contraponga totalmente al Estado o, en todo caso, que proponga la existencia de un
“Estado mínimo”, es central para contrastar la posición de Laclau respecto a la instancia
estatal. Para éste, no se trata de un abandono del Estado sino, de modo similar a
Gramsci, de una “ampliación” en términos de “desdibujamiento” de las fronteras que lo
separan de la sociedad civil (Laclau, 2011a [2000]: 57-60). En cualquier caso, lo
importante para Laclau no es identificar a priori un locus de la dominación, ya sea el
Estado o la sociedad civil (lo que implicaría, en el caso del primero, su abandono), sino
concebir a estas dos instancias sociales como oposiciones discursivas que constituyen
una determinada posición hegemónica (Laclau y Mouffe, 2004 [1985]: 225-226). El
Estado no encarna de antemano una instancia de opresión ya que, en diferentes
contextos, puede constituir un actor esencial en la defensa de ciertas minorías oprimidas
en la sociedad civil (Ibíd.: 225).
Pero esta simpatía por una forma de Estado que no sea mínima, ni tampoco
“estadólatra”, no implica que ella consista en una forma de Estado al estilo bienestarista,
corporativista, planificador, etc. Durante la década de los 80, la concepción que Laclau
tiene respecto a este tipo de Estado burocrático, está más bien relacionada con una
variante de la dictadura o el autoritarismo. Bajo el rótulo de “estatismo”, Laclau
concibe todos estos modos de Estado, incluido el bienestarista:
22
Desde el punto de vista de los niveles sociales en los que se concentra la posibilidad de
implementar cambios, los obstáculos fundamentales han sido el estatismo –la idea de que
la expansión del papel del Estado es la panacea para todos los problemas; y el
economicismo… (Ibíd.: 223).
Por esta misma época, Laclau confirma su crítica a esta concepción del Estado, por la
cual se lo toma como punto privilegiado (“panacea”) para la solución de todos los
problemas de la sociedad:
…mi optimismo presente respecto al futuro de la democracia en América Latina,
especialmente en el sur del continente, se liga a los efectos combinados de lo que yo
llamaría un cierto pesimismo histórico y la crisis del jacobinismo.
Durante los años sesenta y setenta dominó la idea de que, de alguna manera, un take-off
de las economías latinoamericanas era posible en la medida en que se implementara desde
el Estado una política económica que sería la panacea para todos los males. Desde un
nacionalismo militar autarquizante hasta el liberalismo de los Chicago boys, hemos visto
variados candidatos a ocupar este papel del plan económico redentor. A esta
sobrevaluación del papel del Estado que, paradójicamente, caracterizaba no solo a
intervencionistas sino también a los sustentadores del más agresivo monetarismo, se
acompañaba la afirmación de la necesidad de concentrar el poder en una élite cuyo
despotismo ilustrado implementaría los cambios necesarios. Hoy se ha quebrantado en
buena medida la confianza en las curas milagrosas, pero, por eso mismo, hay cada vez
menos sectores dispuestos a confiar su destino a las élites salvadoras (Laclau, 1987
[1986]: 41).
Pasemos ahora contemplar el pensamiento de Laclau en el nuevo escenario político que
se abre en algunos países de Latinoamérica, a partir de la crisis del implementación de
las políticas inspiradas en el Consenso de Washington. En esta nueva coyuntura, hay
algunos elementos en el pensamiento del autor, que generan algunas tensiones con
respecto a la crítica al estatalismo, pero la caracterización dada antes del enfoque de
Laclau como una propuesta democrática que intenta evitar la disyuntiva dictaduraneoliberalismo, sigue siendo operativa.
La oposición al neoliberalismo y a aquellas concepciones de la sociedad civil que
priorizan la acción racional del individuo, parece quedar más clara que la cuestión del
estatismo una vez entrada la primera década del siglo
XXI.
Es por ello que nos
concentraremos, ahora, en esta última problemática. Revisaremos, para ello, la obra que
principalmente condensa las ideas del autor en estos años, La razón. Adicionalmente,
revisaremos algunos escritos periodísticos en donde Laclau expresa su pensamiento
sobre el acontecer político latinoamericano, principalmente el argentino.
23
Puede sostenerse que, si existe una situación de tensión digna de relevarse, puede
encontrarse en el pensamiento del autor respecto de los populismos latinoamericanos de
la primera mitad o mediados del siglo pasado. No obstante, en términos generales, el
pensamiento de Laclau respecto a esta problemática está caracterizado por una fuerte
preocupación por los riesgos autoritarios y fuertemente burocratizantes en que, según él,
puede caer el populismo.
En cuanto a esta situación de tensión mínima, observemos dos pasajes de La
razón en los que el autor menciona la cuestión del estatismo. En su análisis comparativo
de los populismos latinoamericanos de mediados del siglo XX, y los de Europa del este,
el autor deja entrever una leve apología de los primeros respecto a los segundos, debido
a que aquellos son más “radicales” en el establecimiento de la frontera antagónica. Es
decir, los populismos latinoamericanos establecen una “frontera interna” a diferencia
del “etnopopulismo” que, al estar basado en última instancia en un fundamento nacional
y étnico, marca una “frontera externa” y, de esta manera, limita la lógica de
“vaciamiento” de los significantes políticos (Laclau, 2005 [2005]: 243-244). Pero lo que
es importante señalar aquí, es que, según Laclau, la principal característica de los
populismos latinoamericanos es el “estatismo”. Si un estado fuertemente interventor y
burocrático fue, según él, uno de los diferentes rasgos de los populismos
latinoamericanos, ¿el autor no corre el riesgo de incluir esta característica dentro de su
apología general de esos populismos? No obstante, como hemos adelantado, este
peligro se contrapone con la afirmación explícita por parte del autor, sobre el carácter
jacobinista que también tuvieron los populismos latinoamericanos. (Ibíd., 238). Y,
todavía en esta época, para el autor el jacobinismo es uno de los elementos medulares de
una tradición diametralmente opuesta a la suya.
En el otro pasaje, Laclau analiza el movimiento kemalista turco y afirma, de
manera similar a sus conclusiones sobre el “etnopopulismo” de Europa oriental, que
aquel movimiento no siguió un camino estrictamente populista debido a su proyecto de
lograr una sociedad sin fisuras, homogénea, sin heterogeneidad interna (Ibíd., 259). A
pesar de ello, el autor aclara que el movimiento kemalista comparte muchos rasgos de la
lógica populista, a saber, una propuesta de cambio del status quo y un fuerte
intervencionismo estatal sobre la sociedad civil, principalmente en las esferas religiosa y
24
económica (Ibíd.: 262-264). Dada su defensa tácita de los populismos latinoamericanos
en comparación con los restantes referentes históricos, en mayor o menor medida
populistas, ¿Laclau no realiza una concesión del rasgo estatista en pos de defender la
razón populista? Por el contrario, al mismo tiempo Laclau deja entrever que su
concepción del populismo tiene un fuerte componente antiestatista. Así, afirma:
Entonces, si el momento de anti status quo, componente esencial de toda ruptura
populista, estaba tan presente en el kemalismo, ¿por qué este fue incapaz de seguir el
camino populista? La razón es clara: porque su homogeneización de la “nación” no
procedió mediante la construcción de cadenas equivalenciales entre demandas
democráticas reales, sino mediante una imposición autoritaria (Ibíd., 264).10
Pasemos ahora al pensamiento del autor, expresado en esta misma coyuntura, pero
referido a lo que puede caracterizarse como populismos latinoamericanos actuales, en
especial, la experiencia de centro-izquierda argentina a partir de mayo de 2003. Aquí,
prácticamente no se observa dicha situación de tensión, y la caracterización del enfoque
de Laclau tratando de evitar la dictadura y el neoliberalismo parece prevalecer. Si bien
el autor da algunos elementos aislados que podrían interpretarse, desde cierta
perspectiva, como contrapuestos con una propuesta democrática (como por ejemplo, su
opinión acerca de la necesidad de una “reelección indefinida” para dar continuidad al
modelo experimentado en Argentina desde 2003, o su aparentemente nuevo parecer
acerca de que la existencia de los “significantes vacíos” depende en buena medida de un
líder que los sustente), estos elementos son prácticamente escasos y podrían
interpretarse de otra manera (Lorca, 2010 [entrevista a Laclau]; Bullentini, 2010
[entrevista a Laclau]).11
Laclau lee las nuevas experiencias de centro izquierda latinoamericanas como un
resurgimiento populista de la sociedad civil. Es por esto que él considera que dichas
experiencias descansan en elevados grados de “participación popular” dentro de la
“esfera pública”, movimiento que tiende a limitar los dictados del líder y propensión a
la “burocratización”. Así, el autor escribe:
10
El énfasis es nuestro.
Por ejemplo, el autor sostiene que la reelección indefinida podría implementarse a través del llamado a
elecciones democráticas. Por el otro lado, su simpatía con la existencia de un líder en la Argentina actual
podría interpretarse igualmente desde la perspectiva gramsciana de la necesidad de liderazgos que
interactúen con masas activas (Lorca, 2010 [entrevista a Laclau]; Bullentini, 2010 [entrevista a Laclau]).
11
25
Lo que sí constituye una legítima cuestión es si no hay una tensión entre el momento de la
participación popular y el momento del líder, si el predominio de este último no puede
llevar a la limitación de aquélla. Es verdad que todo populismo está expuesto a este
peligro, pero no hay ninguna ley de bronce que determine que sucumbir a él es el destino
manifiesto del populismo […] en la experiencia venezolana no hay indicios que nos
permitan sospechar que una tendencia a la burocratización habrá de prevalecer. Por el
contrario, a lo que asistimos es a una movilización y autoorganización de sectores de la
esfera pública. Si hay un peligro para la democracia latinoamericana, viene del
neoliberalismo y no del populismo (Ibíd., 60-61).
Similar lectura es la que hace el autor respecto al contexto argentino.12 Él considera que
el “kirchnerismo” está fuertemente basado en movilizaciones autónomas de la sociedad
civil (reclamos por la violación de los derechos humanos durante el último periodo
dictatorial en el país, movimiento de los denominados “piqueteros”, etc.), las cuales
redefinen las fronteras entre Estado-sociedad civil al constituir organizaciones “cuasiestatales” que mantienen la politización por fuera de aparato estatal (Poore, 2010
[entrevista a E. Laclau]; Laclau, 2010). En la defensa de la “transversalidad” y la
movilización social (factores en los que para el autor está fundamentado el
“kirchnerismo”), él critica “ciertos límites” del mismo movimiento peronista, a saber, su
carácter burocrático y clientelista (Bullentini, 2011 [entrevista a E. Laclau]).
Adicionalmente, el autor describe dicho movimiento como una forma de populismo
basada en una sociedad civil movilizada, que evita la alternativa del abandono total de
las instituciones estatales (“democracia diluida”), así también como el populismo “fácil”
o “puro” en el que la sociedad civil acata los dictados de un líder (Laclau, 2010; Lorca,
2010 [entrevista a E. Laclau]). Incluso, el autor realiza una asociación muy similar antes
vista, a saber, el vínculo existente entre las formas dictatoriales de la política y el
neoliberalismo: para él, los regímenes autoritarios de Pinochet (en Chile) y Videla (en
Argentina), fueron la condición necesaria para la instauración de las políticas
neoliberales de los denominados “Chicago Boys” y el plan de Martínez de Hoz.
Pasemos ahora a tratar el segundo rasgo (crítica a la disyuntiva “revolución desde
abajo” o “reforma desde arriba”). Los enunciados ético-políticos presentes en la obra de
12
Nos toca aquí describir, más que en ningún otro lugar, el discurso de Laclau antes que afirmar acerca de
su veracidad. De esta descripción no debe deducirse que aquellas expresiones opositoras al partido en
gobierno desde mayo de 2003, necesariamente si inscriban en uno de los dos polos de la caracterización en
cuestión (dictadura o neoliberalismo).
26
Laclau, referidos a la DR, explican esta característica. Según el autor, ésta supondría una
propuesta política verdaderamente emancipatoria (radical), sin recurrir a una revolución
que sustituya los avances democráticos de 1789. En otras palabras, “Reforma desde
abajo” parecería ser equivalente a lo que Laclau denomina “revolución democráticaburguesa”, es decir, la propuesta de una transformación emancipadora que combine la
cosmovisión liberal de derechos universales, con una concepción estrictamente popular
que abogue por los derechos de los oprimidos. Es esta combinación la que, según
Laclau, parece haberse producido en la Revolución Francesa, fórmula que en la
actualidad él propone retomar. De esta manera, haciendo referencia a que el concepto de
“revolución democrático burguesa”, pese a ser elaborado por la Segunda Internacional,
nunca fue tematizado por Marx y Engels, Laclau escribe:
…el concepto de “revolución democrático-burguesa”, que habría de constituir la piedra
angular del marxismo etapista de la Segunda Internacional, nunca fue formalizado
explícitamente en los textos de Marx y Engels, y ambos tuvieron dudas crecientes acerca
de la posibilidad de su generalización como categoría histórica. El concepto estaba
claramente ligado a la experiencia histórica de la Revolución Francesa y combinaba los
objetivos burgueses de la revolución con el carácter de movilización “desde abajo” de la
misma. Pero es precisamente esta combinación la que fue puesta en cuestión por el
desarrollo europeo posterior. La burguesía fue crecientemente capaz de lograr sus
objetivos por medios no revolucionarios. En 1895, en su introducción a la Lucha de
clases en Francia de Marx, Engels concluyó que después de las experiencias de
Napoleón III y Bismark, el ciclo de las revoluciones burguesas desde abajo estaba cerrado
y comenzaba un periodo de revoluciones desde la cúpula del poder (Laclau, 1993 [1990]:
61).
Como hemos señalado en la Introducción a este trabajo, para la matriz ideológica
fundamental que se abre en 1848, es inconcebible postular una emancipación al estilo de
la Revolución Francesa. Los objetivos de la burguesía y el pueblo fueron
paulatinamente escindidos y, como Laclau sostiene al final del pasaje, esta bifurcación
tiene su relato en el ascenso de la forma política dictadura. Según el autor, la forma
política dictadura, tiene su origen en esa escisión clasista, ya sea “pequeño burguesa”
(jacobinismo) u obrera (socialismo), la cual es explicada por la motivación totalitaria de
cada una de esas clases de derrocamiento del bloque dominante y transformación radical
de la sociedad desde su punto de vista escindido, privilegiado (Laclau, 1978 [1977]:
130-136). Para Laclau, nos encontramos en un periodo histórico donde es posible, y
27
necesario, pensar un proyecto democrático-popular que, como en la Revolución
Francesa, aúne ambos proyectos emancipatorios.13
En un pasaje escrito muchos años más tarde, Laclau, refiriéndose a la analogía
entre la lógica del populismo y la del “objeto a” lacaniano, escribe:
…el análisis político que intenta polarizar a la política en términos de una alternativa
entre revolución total y reforma gradualista pierde enteramente de vista lo principal: lo
que se le escapa como alternativa es la lógica del objeto a, es decir, la posibilidad de que
una parcialidad se convierta en el nombre de una totalidad imposible (en otras palabras: la
lógica de la hegemonía) (Laclau, 2005 [2005]: 281).
El populismo, según Laclau, supone una transformación “radical” de la sociedad sin
recurrir a la alternativa de la revolución total y abrupta, es decir, sin abandonar el
imaginario básico de los derechos humanos.
5. La coyuntura política y las diferentes obras de Laclau
Antes de finalizar nuestra contextualización histórica, es necesario dar algunas
referencias acerca de la coyuntura política específica en la que se desenvuelven las
diferentes publicaciones del autor.
Puede sostenerse que el intento de demarcación de la democracia radical respecto
al pluralismo socialdemócrata, ya estaba presente en la obra de Laclau antes de la caída
del Muro de Berlín. Ya en Hegemonía y Nuevas reflexiones, podemos encontrar el
intento de diferenciar lo que se pretende dos tipos distintos de pluralismo. La
recuperación por parte del autor de los logros obtenidos por la Revolución Francesa en
términos de derechos universales, predispone a la
DR
a confundirse con el tipo de
pluralismo socialdemócrata o liberal; de ahí que Laclau defina a su pluralismo como
13
Laclau encuentra, en la Inglaterra del periodo que se extiende, aproximadamente, desde la Revolución
Francesa hasta 1832, otro referente histórico de sus ideas sobre populismo. Este referente es el Cartismo,
articulación popular que no se reducía a un reclamo sectorial o a un movimiento social específico, sino
que expresaba un reclamo generalizado frente “al abuso de poder de los sectores parasitarios y
especulativos” de la época; en buena medida asociados a las prácticas del Antiguo Régimen (Laclau, 2005
[2005]: 118). El Cartismo estaba constituido por la articulación equivalencial entre la clase media y la
clase trabajadora; no obstante, hacia 1832, esta articulación va a escindirse paulatinamente a medida que
la lógica de la diferencia fue capaz de satisfacer las demandas de la clase media y de proletariado (a través
de los sindicatos), de una manera aislada (Ibíd.: 119-120). Para entonces, ya estaba en ciernes la
instauración del Estado liberal victoriano con la concomitante desaparición del movimiento popular
cartista (Ibíd.).
28
radical (Laclau, 2004: 211). Este tipo de pluralismo atravesaría la distinción públicoprivado sobre la cual se asienta el otro tipo, el cual no constituiría otra cosa que (en el
vocabulario de Laclau) la preponderancia de la “lógica de la diferencia” y la “difusión
total del poder”; pluralismo que tiene dificultades para detectar los puntos nodales sobre
los cuales se estructuran las identidades, los cuales exceden la división entre lo público
y lo privado (Ibíd.: 186-187).
Las dos obras nombradas se escriben durante la década de 1980 y antes de la
caída del Muro de Berlín. Como hemos dicho, algunos de los escritos reunidos en
Nuevas reflexiones, son en buena medida contemporáneos a Hegemonía. Muy
probablemente, los textos más recientes reunidos en esa obra, fueron escritos poco
tiempo antes de la caída del Muro (Laclau, 1993: 11). Durante esta década, la
socialdemocracia inglesa estaba casi en su totalidad representada por el Partido
Socialdemócrata, escisión a principios de esa década del Partido Laborista inglés.
Durante este periodo, desde una postura aproximada laborista, Laclau expresa la
oposición al pluralismo de índole liberal que defendía el Partido Socialdemócrata, perfil
que se hace patente cuando éste se fusiona con el Partido Liberal a fines de esa década,
formando el Partido Liberal Demócrata. Unos años más tarde, durante la década de
1990, el lugar que ocupaba la Socialdemocracia, se va a trasladar al mismo partido
laborista. Es ya sobre esta nueva configuración, desde la cual pueden ser entendidas las
declaraciones respecto a la socialdemocracia y la “tercera vía” que aparecen en
Contingencia. Con la caída del Muro y la disolución de la Unión Soviética, el fuerte
retroceso de las posturas de izquierda permite que el pluralismo socialdemócrata avance
dentro del Partido Laborista.
Pero, regresando a Hegemonía y Nuevas reflexiones, en ambas obras se propone
una alternativa democrática que se diferencia tanto del marxismo, como del “estatismo”
del Estado de Bienestar, así también como del liberalismo individualista encarnada, en
ese momento, en la hegemonía neoconservadora (Laclau y Mouffe, 2004: 222-223;
Laclau, 1993: 12-13). Es relevante la referencia que el autor hace a Harold Laski en el
Prólogo de Nuevas Reflexiones escrito en 1990, y el hecho de que el título de este libro
sea una extensión del libro de otro publicado por dicho autor en 1943, titulado
Reflexiones sobre la Revolución de Nuestro Tiempo. Laclau comenta que, en la década
29
de 1930, el pensamiento de Laski se radicaliza, intentando ocupar una posición
intermedia entre el pensamiento marxista y la socialdemocracia, postura que luego se
expresara en el gobierno laborista de “los años de la inmediata posguerra” (Laclau,
1993: 12-15). Sin conservar el carácter necesariamente estatista que esa postura
implicaba, Laclau intenta, en este período (todavía no se había producido la disolución
definitiva de la U.R.S.S.), ocupar una posición similar a la de Laski. La referencia a
Laski es sintomática de un momento en la escritura de Laclau, en la que esta tercera
postura todavía podía identificarse con una posición aproximadamente laborista.
Pero luego del interregno 1989-1991, se haría necesario desmarcarse, también, de
la posición laborista, la cual, durante la década de los años 90, adoptaría el lugar de la
socialdemocracia inglesa. Luego de este periodo, el espectro ideológico internacional
cambia radicalmente. La caída de los regímenes comunistas disuelve un enemigo
común (también constituido por los regímenes dictatoriales de derecha), que permitía
aglutinar en un mismo frente a diferentes concepciones críticas de la dictadura. Esto
explicaría porque durante la década de los 80, distintas posiciones, como el
posmarximos habermasiano y el laclauiano, o las perspectivas de Žižek y Laclau,
pudieran agruparse en torno a la defensa de la democracia. Pasado el interregno 19891991, aquel enemigo común se disuelve y aquellas posturas críticas afines, comenzaran
a remarcar sus diferencias. El momento de máxima ruptura entre Laclau y Žižek, puede
observarse en Contingencia, y en algunos pasajes de La razón. No obstante, esta última
obra ya pertenece a un periodo considerablemente distinto, en el que se empieza a
tematizar la crisis del neoliberalismo, sobre todo, en América Latina.
6. Conclusiones
En este capítulo, hemos recurrido a una perspectiva histórica y contextual para alumbrar
el interrogante principal. Se ha intentado describir los antecedentes históricos de la
tradición democrática en la que busca inscribirse Laclau, así también como la
reemergencia de esta tradición en las últimas décadas del siglo
XX.
A su vez, hemos
procurado exponer una interpretación histórica rival a la laclauiana, en buena medida
identificada con Žižek. Uno de los puntos centrales de discusión entre ambas, es el lugar
30
donde se ubican los orígenes del marxismo antes de 1848, a saber, por un lado, si es en
el jacobinismo/hegelianismo o, por otro, si es en la tradición democrático-popular de la
Revolución Francesa (que Laclau distingue del jacobinismo). Es por ello que Laclau
intenta inscribir los antecedentes de la DR en la tradición política que dominó en algunos
países europeos hasta, aproximadamente, 1848. Desde otra perspectiva, más bien
aproximada a la de Žižek, el jacobinismo, a través del concepto de dictadura, es un
antecedente común entre el conservadurismo fascista y el marxismo; de lo que se podría
deducir que, para antes de 1848, la única posición política en la que se inscribe en última
instancia la democracia-popular laclauinana, es en la tradición liberal. Debido a esto,
Žižek sostiene que una revolución sin jacobinismo, es decir, una crítica sin fijación de la
crisis, constituye una propuesta liberal; que fue lo que ocurrió, según el autor, luego de
1989.
31
Capítulo II
El escenario del diálogo. Democracia radical y crítica a la Filosofía de
la Historia en términos de una deconstrucción del marxismo
1. Introducción
En el presente capítulo, nos introduciremos en el trasfondo teórico inmediato antes del
diálogo entre Laclau y Žižek. Este trasfondo o escenario está constituido por
Hegemonía, obra en la que por primera vez se planeta (y de modo desarrollado), la
propuesta teórica que gira en torno a la categoría de hegemonía, y el proyecto político
que de esta propuesta los autores desprenden, a saber, la democracia radical. En el
análisis de esta obra, hemos distinguido cinco tópicos, los cuales, aunque no son
mutuamente excluyentes y están íntimamente relacionados entre sí, nos ayudarán a
identificar los puntos de discusión entre los autores. Estos tópicos son: “articulación
versus fragmentación”, “discurso versus crítica de la crítica de la ideología”,
“oscilación entre dimensiones”, “el sujeto de la emancipación” y “la problemática del
antagonismo”. Antes de adentrarnos en estos tópicos, cabe señalar que, a través de cada
uno de los trabajos posteriores a Hegemonía, no relevaremos todos estos puntos de
discusión. Solo expondremos los puntos distintivos de cada uno de estos escritos.
a. Articulación versus fragmentación: Los riesgos de la contingencia radical
Hegemonía, escrita conjuntamente con Chantal Mouffe es, probablemente, la obra de
mayor impacto de Ernesto Laclau. Dicha importancia se debe, en buena medida, a que
en esta obra se presentan muchas de las ideas centrales del enfoque del autor, las cuales
se irán profundizando y precisando en las restantes obras. No obstante, este impacto no
sólo se limita a una comparación entre las obras del autor sino que Hegemonía
constituyó un trabajo innovador en el campo general de la teoría social y política, al
aplicar el enfoque posestructuralista al análisis político (Dallmayr, 2008: 64; Žižek,
1993: 257 y 266).
32
La crítica a la Filosofía de la Historia, como hemos mencionado, es una
característica central de toda la obra de Laclau y, en particular, también de Hegemonía.
Aquí, esta crítica se desarrolla en términos de una “deconstrucción” del pensamiento
marxista, rastreable en la crisis de dicho paradigma a partir de las últimas décadas del
siglo
XIX.
A lo largo de los primeros dos capítulos (en donde los autores trazan el
nacimiento y la genealogía del concepto), la crítica se presenta de manera heterogénea,
debido a que la Filosofía de la Historia es entendida de diferentes maneras:
“apriorismo”, “teleologicismo”, “finalismo”, “esencialismo”, “necesidad histórica” y,
también, “economicismo”, “reduccionismo”, “determinismo”, etc.
La crítica es heterogénea porque se desarrolla a través de dos argumentos básicos.
Por un lado, se presenta a la hegemonía (como forma de crítica a la Filosofía de la
Historia del marxismo) como una “lógica de lo contingente”, es decir, como una lógica
de la indeterminación y de la “historicidad radical” (Laclau y Mouffe, 2004 [1985]: 31,
105 y 124). Es en este sentido que, por ejemplo, se rescatan los pensamientos de
Gramsci o Sorel, o se sopesan cuán lejos han avanzado estos autores en tematizar la
indeterminación y contingencia de lo social. Así, Laclau y Mouffe sostienen que, en la
obra gramsciana, por primera vez dentro de la historia del marxismo, la hegemonía
como lógica de la contingencia, no es “escamoteada” o no está garantizada por un
movimiento estructural (Ibíd.: 100-101). También, en estos términos, estos autores
consideran que Sorel fue incluso más allá que Gramsci al pensar la contingencia a
través de las nociones de “mélange” y “mito” (Ibíd.: 69-75). Por otro lado, de manera
similar aunque implicando otra forma de argumentación, la hegemonía es presentada, en
parte en términos “voluntaristas”, como una forma de defender la autonomía de lo
político respecto a otras esferas, principalmente de la económica. De esta manera, se
resalta la idea kautskyana de priorizar la acción de los intelectuales sobre la sindical
(Ibíd.: 54), o el “espontaneismo” de Rosa Luxemburgo (Ibíd.: 32 y 54), o la
tematización de la autonomía de lo político en Bernstein (Ibíd.: 62-63).
Ya al final del segundo capítulo, comienzan a aparecer, aunque de un modo
disperso, algunas salvedades respecto a esa crítica. Parecería haber una oscilación o
deslizamiento por parte de los autores, hacia otro tipo de argumentación. En cualquier
caso, ellos comienzan a realizar algunas aclaraciones respecto a lo que se entiende por
33
“contingencia radical”. En estos pasajes, los autores intentan desmarcar su
deconstrucción de una crítica que implique, solamente, la “simple” o “abierta”
contingencia. En este sentido, afirman que su deconstrucción del marxismo supone que
se ha “disuelto el espacio que hacía inteligible la oposición necesario/contingente”
(Ibíd.: 125). De manera similar, ellos afirman que la crítica a la “necesidad histórica” no
implica incurrir en la fragmentación, descentramiento o dispersión total de las
identidades, porque ello supondría otro tipo de fijación esencialista, ahora al nivel de los
“elementos”: “Una concepción que niegue todo enfoque esencialista de las relaciones
sociales debe también afirmar el carácter precario de las identidades y la imposibilidad
de fijar el sentido de los ‘elementos’ en ninguna literalidad última” (Ibíd.: 132). Este
tipo de diferenciación de una crítica que suponga la simple historicidad o contingencia,
constituye un rasgo que atraviesa toda la obra laclauniana, observable, en la década de
los 90, en su deseo de evitar el “particularismo” al elaborar su concepción de la
“universalidad contingente” (Dallmayr, 2008: 72).
Estas salvedades suponen, también, dar relevancia a lo que parecería ser otro de
los rasgos del concepto general de hegemonía, su perfil “constructivo”, que muchos
comentadores han expuesto como “complementario” a la deconstrucción del marxismo.
Es en este momento de la argumentación donde simultáneamente aparece una de las
nociones más importantes de Hegemonía, a saber, articulación. Con esta categoría se
expresa claramente la adscripción de los autores a las problemáticas estructuralistas (o
posestructuralistas). Revelando las simpatías (aunque con reservas) que en este
momento todavía tenían respecto al pensamiento de Althusser, la noción de articulación
parecería ser una evolución o superación de la categoría de “sobredeterminación” de
este autor. En una de las definiciones más claras de articulación, para Laclau y Mouffe
de trata de una “práctica que establece una relación tal entre elementos, que la identidad
de estos resulta modificada” (Laclau y Mouffe, 2004 [1985]: 142-143). También
sostienen que tal práctica consiste en una “construcción política que parte de elementos
disímiles”, o que ella supone “intentos precarios y en última instancia fallidos de
domesticar el campo de las diferencias” (Ibíd.: 124 y 132).
34
b. Discurso versus crítica de la ideología: nivelación de la topografía social
Es justamente la noción de articulación la que nos permite introducirnos a la crítica de
la crítica de la ideología en términos de “radicalización” del discurso. Adscribiendose a
una perspectiva estructuralista (o posestructuralista), Laclau y Mouffe en Hegemonía,
redescriben “lo social” en términos “lingüísticos” o, mejor dicho, “discursivos”. La
categoría de articulación concibe a lo social como una especie de estructura,
precariamente suturada, compuesta por posiciones diferenciales, cuyos significados son
constituidos de manera relacional (la “totalidad” de la estructura se encuentra ya
presente en cada una de las identidades). Es ese carácter precario de la estructura y de
toda identidad, lo que explica el carácter arbitrario y contingente de toda configuración
discursiva, la cual no está determinada por un principio exterior a su movimiento
inmanente. A la hora de ilustrar la relacionalidad/diferencialidad de las posiciones, los
autores recurren a un concepto foucaultiano, a saber, “regularidades en la dispersión”;
noción que permite explicar el carácter no apriorístico de lo social, a la vez que
mantener una especie de totalidad precaria, a posteriori, que articule las diferentes
posiciones diferenciales (no hay una especio puro de la dispersión) (Ibíd.: 143). Es a
esta cuasi-totalidad que los autores denominan discurso, al cual definen como un
“sistema diferencial y unificado de posiciones”, mismo que, como hemos dicho, nunca
puede ser “cerrado” o final (Ibíd.). En este sentido, los autores afirman que “si la
contingencia y la articulación son posibles es porque ninguna formación discursiva es
una totalidad suturada, y porque, por tanto, la fijación de “elementos” en “momentos”
no es nunca completa” (Ibíd.: 144).
A los fines de nuestra investigación, diremos que el concepto de articulación no
es solamente relevante por ser una de las principales preocupaciones temáticas de la
obra en sí, sino, más bien, porque es a través de aquel concepto que accedemos a la
noción de discurso. Como veremos a lo largo de este trabajo, la noción de discurso
constituye uno de los principales núcleos problemáticos en el diálogo Laclau-Žižek, ya
que esta noción reemplaza o, en todo caso, reformula la noción de ideología tan cara a
la tradición marxista. En Hegemonía y Estrategia Socialista, Laclau y Mouffe critican
la concepción de la ideología, extendida en el marxismo, bajo la lógica de la
35
“apariencia”, a través de la cual toda la heterogeneidad del campo político (ideas,
instituciones, rituales, etc.), opera como una “pantalla que oculta los intereses de la
burguesía” (Ibíd.: 49). Al pretender tematizar cabalmente la diferencia política, la
categoría de discurso vendría a nivelar las expresiones del campo político sin reducirlas
a una lógica o sentido más profundo. Según los autores, “afirmar el carácter relacional
de toda identidad social” implica “disolver” toda “diferenciación de planos”; por
ejemplo, aquella supuesta en el análisis marxista entre base y superestructura (ibíd.:
129). Es así que con la noción de discurso, se desdibujan los desniveles de la “metáfora
tópica”, tan extendida en la teoría marxista.
Extendiendo las intuiciones gramscianas en Laclau, la ideología se transforma en
la categoría de discurso al abandonar su estatus superestructural pasando a desempeñar
lo que más tarde el autor denominaría un rango “ontológico”. Lo discursivo pasa a ser
un horizonte de significación insuperable que estructura lo lingüístico y la “realidad”
extralingüística, y donde todos los objetos adquieren significado; “lo discursivo es
equivalente al ser de los objetos” (Laclau y Mouffe, 1993 [1990]: 119).
Adelantemos aquí algunas implicancias de esta crítica a la crítica de la ideología,
ya que sobre esta problemática volveremos a lo largo de este trabajo. La crítica a la
crítica de la ideología (que tiene su correlato en la crisis de la noción de crítica
tradicional) está presente a lo largo de toda la obra de Laclau. No obstante, dicha crítica
parecería experimentar diferentes énfasis a lo largo del tiempo, dependiendo, como
hemos adelantado, de la coyuntura política particular que enmarca la escritura del autor,
así también como de las distintas aproximaciones teóricas a las que se da preferencia en
cada momento. La reabsorción de la crítica de la ideología marxista en manos de la
categoría de discurso, parecería formularse en la época en la que se escribe Hegemonía,
prácticamente en términos de un “abandono” de la categoría misma de ideología. Como
veremos más adelante, durante la década de los 90, arrastrada por el mismo cambio de
énfasis categorial que experimentaron las problemáticas del antagonismo y del sujeto, la
noción de ideología va a ser tenuemente rescatada desde una perspectiva
aproximadamente lacaniana.
36
c. Oscilación entre dimensiones. La hegemonía como formalidad primera y como
democracia radical
Al estar basada en la obra de Gramsci, la concepción de hegemonía de Laclau y Mouffe
experimenta similares desplazamientos que en la obra de aquel pensador. En la Segunda
Internacional y, particularmente, en la concepción leninista antes de la Revolución
Rusa, hegemonía era una categoría referida a ciertas tareas tácticas que el proletariado
se veía exigido a realizar. Es en Gramsci que se produce una “transición imperceptible”
de la categoría, desde una estrategia exclusiva del proletariado, hacia una concepción de
la hegemonía como una teoría “formal” constituida por “proposiciones sobre la
naturaleza del poder en la historia” (Anderson, 1981: 17).14 Para Gramsci, la
hegemonía es la tarea política específica de las clases subalternas y, a su vez, es una
categoría teórica de gran utilidad “gnoseológica” o teórica bajo la cual puede
describirse, también, a la burguesía (Gruppi, 1976: 47).
Desplazamientos similares pueden ser observados en Hegemonía y Estrategia
Socialista. Aquí, hegemonía experimenta un movimiento pendular entre dos
dimensiones. Por un lado, es una “práctica articulatoria específica” (no toda práctica
articulatoria es hegemónica), caracterizada por la lógica de la equivalencia y la
demarcación de fronteras antagónicas (Laclau y Mouffe, 2004 [1985]: 178). En otro
pasaje, los autores sostienen que hegemonía es una “dimensión específica” de la política
o un “tipo de de relación política” (Ibíd.: 182). Asimismo, sostienen que estos “efectos
de frontera” específicos de la hegemonía, confirman la “imposibilidad de cierre de lo
social”, y que “toda ´sociedad´ constituye sus propias formas de racionalidad e
inteligibilidad dividiéndose: es decir, expulsando fuera de sí todo exceso de sentido que
la subvierta” (Ibíd.: 180). Esto puede explicarse porque la “lógica de la equivalencia”
(después de todo el rasgo constitutivo de la hegemonía), está presente en toda
“formación social”. Es decir, toda “formación social” es una “totalidad” demarcada por
ciertos límites en mayor o menor medida antagónicos. La “lógica de la diferencia” no
podría marcar, por sí misma, esos límites (Ibíd.: 187-188). Entonces, la lógica de la
equivalencia (y la hegemonía) es, por un lado, “la condición más abstracta y general de
14
El subrayado es nuestro.
37
existencia de toda formación” social (Ibíd.: 188) y, por otro lado, un modo de describir
o proponer formas singulares de acción política, como los movimientos populares o la
lucha hegemónica de las clases subalternas propuesta por Gramsci en la Italia de su
época.
Si bien los autores hablan de una “radicalización” de las intuiciones de Gramsci desde que la hegemonía, como lógica de la contingencia, desestabiliza aún las dos
posiciones de sujeto de las que habla Gramsci (proletariado y burguesía)-, los
desplazamientos de Hegemonía pueden observarse ya en la obra del pensador italiano.
Es la hegemonía como lógica específica que tematiza un modo de hacer política
de izquierda, ya sea que éste se trate de la tarea de las clases subalternas de Gramsci
como de las luchas democrático-populares de 1789, la que permite a Laclau y Mouffe
conservar los contornos o relieves particulares de un proyecto ético-político específico,
denominado
DR.
De esta manera, tendríamos dos dimensiones a través de las cuales
oscila la hegemonía, una teórica y otra normativa. Más adelante veremos cómo de la
dimensión teórica los autores desprende un proceso de “ontologización” de los rasgos
característicos de la hegemonía.
d. El sujeto de la emancipación
Íntimamente ligada con la problemática discurso-ideología, se encuentra la cuestión
acerca de las concepciones diversas de sujeto presentes en Laclau y Žižek e, incluso,
dentro de la misma obra de Laclau. Básicamente, esta problemática gira en torno a
dilucidar quién es el verdadero sujeto emancipador o, en todo caso, si realmente existe
un sujeto privilegiado de la emancipación; así también, para el caso de Laclau, cómo su
concepción debe diferenciarse de una aproximación pasiva o pluralista-liberal del
sujeto. En este apartado veremos cuál era la concepción de Laclau respecto a dicha
categoría, antes del inicio del diálogo con Žižek.
La crítica a la Filosofía de la Historia que en Hegemonía se realiza, tiene su
correlato, en esta misma obra, en la deconstrucción de toda concepción de sujeto
“privilegiado”, “preconstituido”, “trascendental” o como “fuente de sentido” (Ibíd.: 52 y
143). En esta obra, todas las argumentaciones críticas están dirigidas a la concepción de
38
sujeto de clase propia del marxismo. Como hemos visto en la problemática discursoideología, Laclau y Mouffe adoptan, para su concepción del sujeto, una postura
posestructuralista; bajo la cual se entiende a las identidades como posiciones
diferenciales en el orden simbólico que, sin embargo, no logran un cierre pleno. Es así
que los autores recurren a otro concepto de Foucault, utilizado en sus escritos
“arqueológicos”, esto es, el de posiciones de sujeto.
No obstante, es importante realizar, en este momento, una breve aclaración. Pese
al énfasis que los autores ponen en la noción estructuralista de posiciones de sujeto, en
diferentes pasajes ellos ya comienzan a emplear, de modo secundario, un vocabulario
lacaniano, que más tarde sería más frecuente o explícito. La referencia más clara de esta
apropiación aparece en una nota al pie, al comienzo de uno de los capítulos del libro,
destinada a la explicitación de la procedencia de la categoría de “sutura”, y al
entendimiento que los autores tienen de dicha categoría (Ibíd.: 77). En este pasaje, como
en otros, los autores explican la falta de cierre literal de las posiciones de sujeto en
términos de la “imposibilidad” del sujeto de constituirse como “presencia plena” (Ibíd.:
77 y 151). Incluso, dan un paso más allá al afirmar que el sujeto es una “falta originaria”
o la “presencia de una ausencia” de la sutura simbólica (Ibíd.: 156-157). En este sentido,
parecería haber una cierta ambigüedad en la recepción lacaniana que los autores realizan
respecto a la noción de sujeto. Por un lado, la “falta” es parcial, es decir, el sujeto está
constituido por una positividad simbólica pero, además, por esa falta que impide la
constitución plena de esa positividad, es que la “falta” es total, es decir, el sujeto mismo
es la “falta”.
En otras palabras, este es el punto en que entran en disputa la noción foucaultiana
y lacaniana del sujeto. En cualquier caso, lo cierto es que en este momento, Laclau y
Mouffe resuelven su análisis en términos de la noción estructuralista de posiciones de
sujeto. Así, los autores afirman: “siempre que en este texto utilicemos la categoría de
´sujeto´, los haremos en el sentido de ´posiciones de sujeto´ en el interior de una
estructura discursiva” (Ibíd.: 156).
39
e. La problemática del antagonismo
En la estructura de la obra en cuestión, la explicación de la noción de antagonismo
aparece luego de las de articulación y posiciones de sujeto, con el fin de
complementarlas y precisar aún la concepción de hegemonía de los autores. Aquí, el
antagonismo es constitutivo de lo social y se explica por la “precariedad” o
imposibilidad de cierre de toda posición diferencial o articulación equivalencial entre
esas posiciones. En la medida que toda posición diferencial o equivalencia entre esos
“momentos” no pueda fijarse literalmente y sea “polisémica” o “ambigua”, existe una
diferencia o “polaridad” que amenaza la constitución plena de aquellas. Según los
autores, el antagonismo es la “’experiencia’ del límite de toda objetividad”, es decir,
este aparece cuando el “diferir” de todo “significado trascendental” ya no implica el
deseo de sutura de esa identidad o cadena equivalencial, sino que deja ver la “vanidad
misma de este diferir, la imposibilidad final de toda diferencia estable y, por tanto, de
toda ‘objetividad’” (Laclau y Mouffe, 2004 [1985]: 164). De un modo preciso, esta
descripción de la noción de antagonismo, los lineamientos centrales que de esta
categoría los autores tienen en esta obra, son coincidentes con lo que aquí ellos
denominan como “subversión” (Laclau y Mouffe, 2004 [1985]: 154; Dallmayr, 2008:
71-72).
Si el antagonismo no surge de una “oposición” real entre términos positivos, ni
tampoco de una “contradicción lógica” (al estilo de la dialéctica) que posibilite el cierre
pleno de cada una de las diferencias y, de esta manera, su objetividad, cada una de las
diferencias amenaza la plena constitución de la otra (Ibíd. 165-166). Por lo tanto, el
cierre siempre precario y diferido, da una “existencia real a la negatividad en cuanto
tal”, “expresa algo que el objeto no es” (Ibíd.: 171-172).
Llegados aquí, es necesario señalar que ya en la obra en cuestión, existe un atisbo
por parte de los autores del desdoblamiento que se producirá, de manera explícita, en
Nuevas reflexiones. Por un lado, los autores reparan en enfatizar que:
El límite de lo social no puede trazarse como una frontera separando dos territorios,
porque la percepción de la frontera supone la percepción de lo que está más allá de ella, y
este algo tendría que ser objetivo y positivo, es decir, una nueva diferencia. El límite de lo
social debe darse en el interior mismo de lo social como algo que lo subvierte, es decir,
40
como algo que destruye su aspiración a constituir una presencia plena. La sociedad no
llega a ser totalmente sociedad porque todo en ella está penetrado por sus límites, que le
impiden construirse como realidad objetiva” (Ibíd.: 170).
Y por otro lado, junto a esta concepción del antagonismo como “fracaso” “crisis de
identidad” aún presente en el interior de la estructura (Ibíd.), los autores dan otra
aproximación de esta noción. Así, aluden al antagonismo como la cancelación precaria
de las diferencias positivas de cada una de las posiciones (equivalencia), en relación a
una diferencia externa que niega la articulación equivalencial; generándose, así,
“polaridades” o “efectos de frontera” (Ibíd.: 171-172 y 179).
Pese a estas intuiciones, la “dimensión interna” del antagonismo experimentará
cambios considerables en los escritos siguientes. En Hegemonía, la noción, ya sea en la
dimensión interna como externa, todavía tiene una fuerte influencia estructuralista. La
aproximación externa, justificadamente, no sufrirá transformaciones, no obstante, si lo
hará la interna debido a que en ésta todavía se define al antagonismo en términos de
simetría, en donde la imposibilidad de cierre de las identidades sólo es explicada por la
“polisemia” o “ambigüedad” entre ellas. Queda así planteado el escenario que nos
permitirá observar los intercambios argumentativos entre Laclau y Žižek.
2. Conclusiones
En este capítulo hemos descrito el terreno, trasfondo o escenario sobre el cual se
desarrollará el diálogo entre Laclau y Žižek. De esta manera hemos descripto cinco
tópicos o nudos de discusión tal como fueron planteados en Hegemonía y Estrategia
Socialista, lugar donde por primera vez se plantea, de manera desarrollada, la teoría de
la hegemonía y su respectivo proyecto ético-político de una democracia radical y plural
tal como la conocemos en la actualidad. Una de las características centrales de
Hegemonía es la crítica a la Filosofía de la Historia y a la crítica de la ideología,
presentes en el marxismo tradicional. A través de casi todos los tópicos, puede
observarse un fuerte peso de un estructuralismo de corte historicista, mediante el cual
parecería postularse la contingencia abierta de los órdenes sociales. El fuerte peso de la
41
categoría de discurso, explica la presencia de ese lenguaje estructuralista en el horizonte
de escritura de dicha obra.
42
Capítulo III
El diálogo antes y después de la caída del Muro de Berlín. Formación y
disolución de las afinidades electivas
1. Introducción
En octubre de 1987, Ernesto Laclau y Slavoj Žižek se reúnen en Ljbljana –Eslovenia,
país que durante el sistema bipolar de postguerra, se constituyó en uno de los pocos
lugares de Europa en el que existía intercambio a varios niveles, entre “oriente” y
“occidente”-, en ocasión de una conferencia dedicada, en parte, a la discusión de
Hegemonía. Este encuentro marcaría el comienzo de un diálogo que determinará la
totalidad del trabajo intelectual de Laclau hasta la fecha. En el presente capítulo,
describiremos este intercambio desde su inicio hasta el momento en que las afinidades
electivas
se
diluyen
definitivamente
entre
ambos
autores;
momento
que
aproximadamente coincide con la transición a una nueva coyuntura política. Si bien el
quiebre definitivo entre ambos autores puede observarse en Contingencia, en el presente
capítulo incluiremos las primeras repercusiones del debate mantenido en esa obra, las
cuales, a pesar de que ya se encuentran en la nueva coyuntura política, resulta
pertinentes incluirlas en el presente capítulo.
2. El comienzo del diálogo. Apología crítica de Hegemonía y Estrategia Socialista
Como hemos sostenido, el diálogo entre Ernesto Laclau y Slavoj Žižek comienza con el
comentario de este último a Hegemonía, el cual se titula “Mas allá del análisis del
discurso”. El período que se abre en este momento y que va hasta, aproximadamente, la
caída del Muro de Berlín, enmarca a este diálogo en un intercambio en el que prevalecen
las coincidencias y reconocimientos entre ambos autores. Si bien existen críticas
cruzadas, el tono de éstas parece ser el de un proceso de sintonización mutuo dentro de
una corriente de pensamiento que intenta superar los marcos tradicionales de la teoría
43
política. En todo caso, en ese momento ambas propuestas, críticas de los regímenes
comunistas soviéticos, encontraban más puntos de encuentro que de desacuerdo. “Más
allá del análisis del discurso” es, de esta manera, más bien una apología crítica de
Hegemonía. En este artículo, la admiración de Žižek por ese libro, precede a su crítica.
Así, el autor llega a realizar afirmaciones tan singulares como que esa obra “representa,
quizás, el avance más radical en la teoría social moderna”, o, también, que “el principal
logro de Hegemonía, el logro por el cual este libro –lejos de ser una más en la serie de
obras ´pos´ (posmarxistas, posestructuralistas, etc.)- ocupa en relación con esta serie una
posición de extimité, es que, quizá por primera vez, él articula los contornos de un
proyecto político basado en una ética de lo real…” (Žižek, 1993: 257 y 266).
Tal como hemos observado, en Hegemonía, Laclau y Mouffe ya incorporaban
categorías
provenientes
del
psicoanálisis,
como
por
ejemplo
“sutura”,
“sobredeterminación”, “exceso”, “point de capiton”, etc. (Laclau y Mouffe, 2004 [1985]:
77, 134 y 151-152), no obstante, en lo que se refiere a la problemática del sujeto, su
análisis termina resolviéndose por la noción estructuralista de “posiciones de sujeto”. En
el artículo en cuestión, Žižek ataca precisamente la adopción de esta categoría, la cual
implicaría un “retroceso” respecto al acercamiento sobre el sujeto que Laclau había
elaborado en Política e Ideología en la Teoría Marxista (1977) (Ibíd.: 258). Según
Žižek, la “posición de sujeto” sería, todavía, una posición de interpelación simbólica, es
decir, una posición ideológica que impide detectar al sujeto como núcleo traumático que
excede a esa simbolización (Ibíd.: 259). A pesar de que Laclau y Mouffe pensaron al
sujeto como atravesado por esta imposibilidad de simbolización, es decir, de alcanzar la
identidad plena, su adscripción al estructuralismo impide, según Žižek, concebir al
sujeto como el fracaso de la subjetivación en el orden simbólico. Las intuiciones a las
que Laclau y Mouffe habían llegado sobre esta noción en Hegemonía se ven limitadas
por la categoría de “posición de sujeto”, que impide ver al antagonismo en su dimensión
“radical” o “pura”, como una “externalización” de la falta constitutiva e “intrínseca” del
propio sujeto (Ibíd.: 259-261). Es decir, el antagonismo no aparece en la relacionalidad
de las posiciones de sujeto, sino que es solo la “proyección” de la “inmanente
imposibilidad” del propio sujeto (Ibíd.).
44
3. Radicalización categorial de la obra de Laclau. Las problemáticas del
antagonismo y el sujeto (I)
Tanto el “Prefacio” a El sublime objeto, como los escritos posteriores a 1987 de Nuevas
reflexiones, constituyen una respuesta en simultáneo al artículo de Žižek antes analizado.
Reconociendo los señalamientos de Žižek, en ambos escritos Laclau intenta reelaborar
las problemática del antagonismo y del sujeto ante el riesgo de la pasividad en que
podría caer su propuesta por el peso de su radical historicismo y estructuralismo. Si bien
en el escrito “Nuevas reflexiones” se realiza un tratamiento más desarrollado de estos
cambios, en el “Prefacio” antes citado, escrito contemporáneamente a “Nuevas
Reflexiones”, también se pueden observar estas transformaciones.
En su totalidad, El sublime objeto es un buen lugar para observar el periodo de
afinidades electivas entre ambos autores. Ya sea en su “Prefacio”, escrito por Laclau,
como en el cuerpo del libro, las referencias mutuas tienen el sentido de remarcar las
equivalencias entre ambos autores. Aunque el tono con el que Laclau escribe el
“Prefacio” es más medido que el de Žižek al explicitar las diferencias que los separan, lo
que prevalece en la generalidad de la obra en cuestión es la misma predisposición que
encontraremos en Nuevas reflexiones, a remarcar las afinidades compartidas.
En el “Prefacio”, Laclau explicita las diferencias existentes entre la escuela
lacaniana eslovena y su propia perspectiva, principalmente en lo referente a la distinción
(para el autor “demasiado drástica”) entre la teoría lacaniana y el posestructuralismo y,
además, a la lectura (que, a su consideración, omite el “panlogismo” hegeliano) que esta
escuela hace de la obra de Hegel (Laclau, 1992 [1989]: 14). No obstante, como hemos
adelantado, estas diferencias son opacadas por una serie de afinidades. En primer lugar,
la noción de una imposibilidad constitutiva de la sociedad, denominada por Laclau y
Mouffe como antagonismo, equivalente a la noción de lo Real lacaniano. En segundo
lugar, la concepción de una idea de sujeto que evite tanto la noción de sujeto
spinoziano/althusseriano, como la noción cartesiana (Ibíd.: 17). La noción de sujeto
como falta, como “resto” o “fisura en el centro mismo de la estructura constituiría esta
otra concepción del sujeto que superaría aquella antinomia (Ibíd.: 15 y 18). En tercer
45
lugar, el carácter antiobjetivista con el que los dos autores entienden los procesos de
significación de los objetos, lo que marcaría una analogía entre el “antiesencialismo”
laclauniano y lo que Žižek denomina como “antidescriptivismo” en el sublime objeto.
Según Laclau, lo que es aún más importante remarcar en esta similitud de perspectivas,
es la conclusión a la que se llega a partir de la cuestión de cómo un significante puede
conservar la identidad de un objeto si se tiene en cuenta la radical contingencia de la
nominación: este hecho sólo es posible gracias a la presencia de lo que en el enfoque de
Laclau serían los “significantes vacíos” (“point de capiton” en la terminología lacaniana)
(Ibíd.: 16-17).
4. Radicalización categorial de la obra de Laclau. Las problemáticas del
antagonismo y el sujeto (II)
A diferencia de Hegemonía, Nuevas reflexiones no es una obra homogénea sino que
constituye una compilación de diversos artículos, correspondencias y entrevistas de
Laclau y otros autores, realizados durante la década de los años 80. De esta obra, nos
interesan aquellos trabajos escritos después de octubre de 1987, fecha en que ocurre el
encuentro en Eslovenia entre Laclau y Žižek. Por su mayor desarrollo y sistematicidad,
aquí nos atendremos prácticamente al ensayo “Nuevas reflexiones”.
Este trabajo
representa y perfecciona los cambios en los escritos restantes: “La construcción de una
nueva izquierda” y “Teoría, democracia y socialismo” (ambas entrevistas al autor). Estos
escritos son especialmente relevantes para nuestro trabajo ya que se elaboran en el
periodo que va desde octubre de 1987 hasta la caída del Muro de Berlín en noviembre de
1989. No tenemos los suficientes elementos para determinar si el trabajo “Nuevas
reflexiones” se escribe en su totalidad durante este periodo. No obstante, sí existen las
suficientes referencias para inferir que gran parte de este escrito fue elaborado antes de
la caída del Muro.15
15
Sólo el “Prefacio” del Nuevas Reflexiones, se escribe luego de la noviembre de 1989. De los tres
escritos que nos interesan de este libro para describir el diálogo en este periodo específico, las dos
entrevistas se realizan durante 1988. Por su parte, existen dos referencias para sostener que casi la
totalidad de “Nuevas reflexiones sobre la revolución de nuestro tiempo”, fue escrita durante 1988 y antes
de noviembre de 1989. En primer lugar, el autor afirma en las primeras líneas del “Prefacio”: “Este
prefacio fue escrito en febrero de 1990, en un contexto histórico muy distinto de aquel en que el volumen
46
Como hemos adelantado, Nuevas Reflexiones es el lugar donde más
desarrolladamente se observa la incorporación de los señalamientos de Žižek. Si bien la
crítica de este se realizaba en un marco de apertura mutua, esta dejaba una resonancia
implícita que debía ser corregida por parte de Laclau, a saber, la sospecha del déficit
emancipatorio de la propuesta de una
DR,
o, en todo caso, la inviabilidad de esta
propuesta de constituirse como una verdadera alternativa de izquierda. No existe
unanimidad acerca de cuál es el impacto de esta crítica y el sentido del cambio de
énfasis por parte de Laclau. Esta confusión está presente, principalmente, en lo referente
a la problemática de la noción de antagonismo. Para algunos autores, el cambio que
Laclau realiza en Nuevas reflexiones respecto a esta problemática, consiste en un mayor
ajuste y explicación de las dimensiones ya señaladas en Hegemonía. Según esta
perspectiva, los cambios que Laclau realiza no implican un abandono de los
lineamientos ya planeados, lo cual implicaría que, en cualquier caso, la concepción de
antagonismo de Laclau es considerablemente diferente a la de Žižek (Zerilli, 2008: 130131). Bajo esta perspectiva, las categorías de dislocación y exterior constitutivo vendrían
a explicitar la dimensión “interna” del antagonismo ya presente en Hegemonía; con lo
cual, los cambios realizados no trascienden el horizonte estructuralista en que esta obra
fue escrita. En esta misma línea, otros autores consideran que la incorporación de la
categoría de dislocación ya estaba presente en la categoría de subversión, la cual era
central para entender el antagonismo en Hegemonía (Marchart, 2008: 83).
Aquí sostendremos, de un modo diferente, que la transformación categorial que
Laclau realiza en Nuevas reflexiones es considerable y está caracterizada por un intento
de elaborar una concepción de sujeto que evite caer en la pasividad de la estructura
simbólica y, además, una concepción de antagonismo que radicalice el conflicto.
Nuestra interpretación de estas transformaciones consistirá en aplicar la misma lógica
observable en los cambios en torno a la categoría de sujeto, a los cambios en la
problemática dislocación/antagonismo.
fue originalmente planteado, a comienzos de 1988 (Laclau, 1993 [1990]: 11). En segundo lugar, ya para
finales de “Nuevas Reflexiones”, el autor menciona que esas páginas fueron escritas en el año de
Tiananmen Square y al colapso de los regímenes comunistas de Europa Oriental (Ibíd.: 91). Sabemos que
las protestas de la Plaza Tiananmen se producen a mediados de 1989. Adicionalmente, si el autor se está
refiriendo a Hungría y Polonia entre aquellos países de Europa Oriental donde se está produciendo el
colapso de los regímenes comunistas, en dichos países, el desmonte del sistema se produce incluso desde
1988.
47
a. El sujeto de la emancipación. De las posiciones de sujeto a el sujeto como falta
De
la
transformaciones
categoriales
producidas
en
Nuevas
reflexiones,
la
correspondiente a la problemática del sujeto es la más clara. Como en Hegemonía,
Nuevas reflexiones no está libre de ambivalencias, no obstante, la resolución que el autor
realiza ante estas oscilaciones, es igualmente clara en ésta como en aquella obra. Como
hemos mencionado, a pesar de estas ambivalencias la transformación realizada dentro de
esta problemática es, en comparación con la de dislocación/antagonismo, la más
evidente. En el prólogo a la obra en cuestión, Laclau reconoce explícitamente el impacto
que los señalamientos de Žižek han tenido, principalmente, sobre la categoría de sujeto
(Laclau, 1993 [1990]: 16).
Ante la crítica de Žižek, el cambio está dirigido a la elaboración de una
concepción de sujeto más radical, más independiente de la fascinación simbólica de la
estructura; en otras palabras, una noción de sujeto subversiva. Es de esta manera que se
relega la noción de posiciones de sujeto, por la concepción lacaniana del sujeto como
falta o ausencia. Ahora, la posición de sujeto es una respuesta o, en todo caso, una
“reducción” o “reabsorción” del sujeto como falta originaria, al campo simbólico (de la
objetividad) (Ibíd.: 77). Como hemos sostenido, este cambio de énfasis no se produce
sin ambigüedades. Todavía en “Nuevas reflexiones”, el sujeto es entendido, en algunos
pasajes como una “semi-indentidad” “parcialmente” identificada con la estructura; es
decir, un sujeto “impuro”, imposibilitado de alcanzar su identidad “plena” (Ibíd.: 40, 44
y 76).
Pero la toma de partido por el sujeto como falta es clara. Así, Laclau escribe: “el
sujeto, en el sentido en que lo entendemos en este texto, no puede ser objetivo: él solo se
constituye en los bordes dislocados de la estructura” (Ibíd.: 77). El sujeto ya no está
parcialmente estructurado sino que él mismo es “el lugar de una ausencia”. En otro
pasaje, el autor afirma: “Sujeto= forma pura de la dislocación de la estructura, de su
inerradicable distancia respecto a sí misma” (Ibíd.: 76). Si bien la cuestión de la
dislocación es correspondiente a la problemática del antagonismo (que trataremos más
adelante), queda claro que la intención del autor en estos pasajes es la misma, tanto para
48
la categoría de dislocación como para la de sujeto: así como bajo la nueva tematización,
la dislocación no debe ser parcial sino total, el sujeto no debe estar parcialmente
estructurado sino que debe ser la “metáfora de una estructuralidad ausente” (Ibíd.: 79).
b. La problemática del antagonismo. Del antagonismo como “ambigüedad” al
antagonismo como dislocación y exterior constitutivo
La transformación elaborada por Laclau en esta problemática no es tan clara como la
anterior y merece un tratamiento más detenido. Ante las ambigüedades presentes en este
nuevo tratamiento, nuestra interpretación consiste, como hemos adelantado, en atribuir
el mismo sentido del cambio observado en la cuestión del sujeto a la del antagonismo.
Es decir, al parecer, lo que prevalece en la incorporación de las categorías de dislocación
y exterior constitutivo, así como en el cambio de registro del antagonismo, es un intento
por evitar caer en la concepción, de alguna manera pluralista/liberal, del conflicto como
un libre movimiento entre posiciones diferenciales. En otras palabras, este intento puede
consistir en dos objetivos. Por un lado, el intento de desestabilizar el propio terreno en el
que se produce el libre juego de la articulación, en pos de evitar un riesgo latente y
presente en toda concepción pluralista/liberal, a saber, el nihilismo o la “indiferencia”
(neutralización de la política) ante el libre juego de la equivalencia-diferencia (Ibíd.: 66).
En este sentido, la dislocación hace referencia a que siempre existe un desnivel
estructural que explica el conflicto radical y la inevitabilidad de lo político. Por otro
lado, el intento de tematizar una exterioridad extradisursiva que evite incurrir en una
concepción cartesiana del sujeto, a la vez que no suponga la adscripción a la concepción
del sujeto privilegiado marxista. De manera similar, este segundo objetivo está motivado
por la necesidad de dar cuenta de la posibilidad de la emancipación desde una postura
alternativa de izquierda. La noción de exterior constitutivo permitiría a Laclau “infundir
un ´dinamismo extradiscursivo´” a su teoría, sin que esta exterioridad implique la
postulación de un fundamento apriorístico al estilo marxista (Howarth, 2008: 324).
De manera análoga, si en la problemática sobre el sujeto se buscaba de evitar el
sesgo estructuralista presente en la categoría de posiciones de sujeto, de lo que se trata
aquí es de evitar la reducción de toda la problemática del antagonismo al registro
49
simbólico. De esta manera, se produce un desdoblamiento de la problemática, en dos
niveles, uno de base, algunas veces denominado por el autor como “ontológico”, al que
pertenecerían las categorías complementarias de dislocación y exterior constitutivo; y
otro secundario, al que pertenecería la noción particular de antagonismo, el cual
constituiría una respuesta simbólica a aquella dislocación estructural. Como hemos
sostenido, estas transformaciones estarían dirigidas en la misma dirección que los
cambios observados en la noción de sujeto: pensar una exterioridad de modo similar a
“lo real” lacaniano. De esta manera, Glynos y Stavrakakis afirman:
Aunque en Hegemonía… Laclau y Mouffe rechazan explícitamente la “distinción entre
prácticas discursivas y no discursivas”, no se ocupan de la dialéctica entre campo de la
discursividad y su éxtimo real per ser. En Emancipación y diferencia, sin embargo,
podría decirse que Laclau hace justamente eso. Su artículo sobre los significantes vacíos,
por ejemplo, no deja dudas sobre el cambio de énfasis que comenzó con Nuevas
reflexiones sobre la revolución de nuestro tiempo en 1990. El énfasis se traslada de la
significación y la articulación discursiva a los límites de la significación. Si bien la
categoría de antagonismo fue concebida como un límite de la objetividad en
Hegemonía…, Nuevas reflexiones… ya concibe al antagonismo como una articulación
discursiva. Nuevas reflexiones… introdujo la categoría de dislocación como remedio y
podría decirse que el artículo de Laclau sobre los significantes vacíos, en cierto modo,
formaliza esa operación (Glynos y Stavrakakis, 2008: 254).
A pesar de que en “Nuevas reflexiones” la noción de antagonismo en algunos pasajes
aparece asociada con una de las nuevas categorías, a saber, la de exterior constitutivo,
parecería ser que la nueva concepción de antagonismo constituye ya una organización
discursiva particular ante el carácter estructuralmente dislocado de lo social. Así, Laclau
afirma que “la respuesta a la dislocación de la estructura será la recomposición de la
misma por parte de diversas fuerzas antagónicas” (Laclau, 1993 [1990]: 57). La
disociación de lo que antes se entendía por antagonismo, ubica a la dislocación y al
exterior constitutivo en un “nivel ontológicamente primario de constitución de lo
social”, en el que cada una de esas categorías es correlativa de la otra (Ibíd.: 61). Es este
exterior constitutivo una diferencia no simbolizable que bloquea las posiciones
diferenciales al interior del sistema. Como podemos notar, esta imposibilidad de la
objetividad ahora no provendría del interior del sistema sino de una exterior radical, que
no puede ser estructurado pero que, a su vez, es necesario para la estructuración de la
interioridad del sistema. Laclau da el ejemplo de las posiciones de sujeto en las
50
relaciones de producción. El límite o la frontera absoluta no se produce “entre” las
posiciones de sujeto (proletario, capitalista), sino entre estas y una exterioridad que no
puede ser simbolizada y que disloca aquellas identidades al interior de la estructura
(Ibíd.: 27). El carácter mutuamente implicado que la dislocación y el exterior
constitutivo poseen en el nivel fundamental, puede observarse en el siguiente pasaje:
Esta referencia a la compulsión y a la exterioridad es fundamental, ya que ella implica
claramente que el desnivelamiento resulta de la disrupción de la estructura por fuerzas
que operan por fuera de ella. Y este es un exterior radical sin medida común con el
interior. Esto es exactamente lo que hemos llamado dislocación (Ibíd.: 66).
Como hemos afirmado, este intento de tematizar la exterioridad pretende evitar la
referencia a un exterior extradiscursivo, privilegiado, apriorístico. La exterioridad que
intenta tematizar el exterior constitutivo “no puede ser significada sino solamente
manifestada como interrupción o ruptura del procesos de significación” (Marchart,
2008: 83). Es en este sentido que la categoría de exterior constitutivo de Laclau es un
intento por pensar los límites de la estructura de modo equivalente a otras dos
aproximaciones, por un lado, como el fracaso de la simbolización que constituye “lo
real” (en Lacan) y, por el otro, la frontera como “autorreferencialidad” del sistema (en
Luhmann).
5. El cénit de las afinidades electivas
Si existe un cénit dentro de este período de afinidades electivas, éste lo constituye el
cuerpo de la obra escrita por Žižek. Aquí, el autor radicaliza las afinidades y la crítica
atenuada que habíamos encontrado en “Más allá del análisis del discurso” no se observa.
La idea de antagonismo en Hegemonía no es ya tomada con reservas (como lo había
sido en “Más allá del análisis del discurso”), sino que es recuperada sin modificaciones
como un equivalente de lo Real lacaniano. De manera similar, la crítica a la noción
estructuralista de posiciones de sujeto que frecuenta El sublime objeto, no es asociada
con la perspectiva de Laclau. Las referencias de Žižek a este autor, ya sea de manera
individual o de manera conjunta con Mouffe, ya sea a Hegemonía, son continuas en El
51
sublime objeto; ya en el primer párrafo de la “Introducción” de este libro, Žižek hace
referencia a Laclau y Mouffe (Žižek, 1992 [1989]: 23).
¿Por qué motivos los anteriores señalamientos de Žižek desaparecen? ¿Por qué
razones el autor olvida los señalamientos que, aunque atenuados, seguían siendo
señalamientos críticos? Aquí supondremos que, al momento de escribir El sublime
objeto, Žižek ya conocía el cambio categorial realizado por Laclau. No obstante, como
“Nuevas reflexiones” y “Teoría, democracia y socialismo” son escritos que se publican
por primera vez en 1990 (luego de la publicación del libro de Žižek), nos vemos
forzados a suponer que este autor había entrado en contacto con escritos de la índole de
“La construcción de una nueva izquierda” (previamente publicado en 1988), donde
Laclau ya incorpora las nociones de exterior constitutivo y sujeto como falta o
dislocación de la estructura (Laclau, 1993 [1988]: 190-196).
Todas estas equivalencias coinciden, aproximadamente, con aquellas señaladas por
Laclau en el “Prefacio”. Como hemos mencionado, la más importante es la analogía que
Žižek remarca entre la noción de antagonismo y lo Real lacaniano. De esta manera,
sostiene que el antagonismo es un “trauma original”, un “núcleo imposible que resiste a
la simbolización”, una “imposibilidad constitutiva de la sociedad” (Ibíd.: 28-29, 76 y
173). En este sentido, Žižek llega a realizar la siguiente afirmación del tenor de las que
ya habíamos observado en “Más allá del análisis del discuro”: “Laclau y Mouffe fueron
los primeros en elaborar esta lógica de lo Real, en la pertinencia que tiene para el campo
social-ideológico” (Ibíd.: 214). De una manera casi idéntica a la del antagonismo, Žižek
también rescata la noción de contingencia radical de Laclau y Mouffe, como un hecho
“traumático que se debe reprimir” (Ibíd.: 67). De las restantes referencias a Laclau,
existe otra analogía que parecería ser importante, y que en parte se desprende de la
equivalencia entre “antiesencialismo” y “antidescriptivismo” que Žižek realiza (y que
más arriba mencionamos), a saber, la correspondencia entre la categoría de “significante
vacío” laclauiano y “point de capiton” lacaniano. A lo largo de la obra, Žižek denomina
de diferentes maneras esta última noción: “punto nodal”, “designante rígido”,
“significante amo”, “significante sin significado”, etc.; el cual tiene la función de, por un
lado, construir el campo de la objetividad histórica, a la vez que detener el deslizamiento
de los elementos protoideológicos (Ibíd.: 125-126, 133, 138 y 141). Aquí también
52
tendríamos, según Žižek, otra equivalencia, ya que los “elementos protoideológicos”
serían equivalentes a los “significantes flotantes” en la terminología laclauiana (Ibíd.:
125-126).
a. Discurso versus crítica de la ideología: crítica a la razón cínica
Ya en El sublime objeto se encuentran las mismas posiciones temáticas básicas que
Žižek sostendría años más tarde, como por ejemplo, en Contingencia. No obstante, a
diferencia de esta obra, El Sublime objeto contiene un rasgo sorprendente, a saber, la
omisión del vínculo de Laclau respecto a corrientes de pensamiento frente las cuales
Žižek es fuertemente crítico; como por ejemplo, el estructuralismo/posestructuralismo,
un cierto “cinismo posideológico”, e historicismo. Sorprende, entonces, que Laclau no
sea incluido en la crítica a estas corrientes. Con respecto a los primeros, Žižek no
solamente critica la noción de posiciones de sujeto al considerar que esta categoría
implica una posición diferencial de interpelación ideológica o subjetivación, que ocluye
la verdadera dimensión radical del sujeto (sujeto como falta), sino también, el manejo
subrepticio de un “metalenguaje” por parte del posestructuralismo, noción que esta
corriente se esfuerza por criticar. Es decir, con la crítica a la idea de “metalenguaje”
realizada por el posestructuralismo en términos de una reducción retórica de todo
discurso teórico, o en todo caso, de todo texto, esta corriente incurre en el manejo de un
metalenguaje que, por un lado, deja sin problematizar el lugar desde el cual es enunciado
y, por otro lado, hiere “la realidad” al no detectar lo que difiere de este metalenguaje (lo
Real lacaniano) (Ibíd.: 201-207).
De manera similar, la reducción de todo texto a su contexto, que postula el
historicismo es, según Žižek, sólo una cara de un mismo marco lógico que abarca,
también, al universalismo. La antinomia entre historicismo-universalismo o entre formacontenido, no tematiza la “represión” primordial, el “síntoma” que es necesario
“disimular” y que permite esta dialéctica entre forma y contenido (Ibíd.: 35-47). Žižek
expresa esta lógica en el análisis del fetichismo de la mercancía de Marx, el cual, según
el autor, es equivalente al análisis de los sueños de Freud. Así como en este último, de lo
que se trata no es en develar el “contenido latente” del sueño tras las forma en que
53
aparece, sino de dar con la “represión” fundamental que explica porqué este contenido
se expresa en la forma determinada en Marx, la crítica a la economía política clásica
burguesa consiste en ir más allá del descubrimiento realizado por esta corriente -la
determinación del valor de la mercancía (forma) por el tiempo de trabajo (contenido)-, y
dar con el “secreto de la forma-mercancía” que explica el proceso mismo por el que el
contenido asume esa forma (Ibíd.).
De las diferentes protecciones que Žižek realiza respecto a Laclau al no incluirlo
en el objetivo de sus críticas, la que se produce en ocasión de la “crítica a la razón
cínica” es, quizá, la más notable. En este pasaje de El sublime objeto, Žižek se apoya
(para criticar a aquellas corrientes “posmodernistas” que sostienen que nos encontramos
en un periodo “posideológico”), en la obra de Peter Sloterdijk, titulada Crítica a la razón
cínica. Suscribiendo a la propuesta de dicho autor, Žižek sostiene que la crítica al
funcionamiento tradicional de la ideología realizada en términos de deconstrucción de
fundamentos apriorísticos, enmascara un nuevo modo de dominación ideológica de una
determinada clase. En nuestros términos, aquí Žižek no estaría señalando la actitud
nihilista enmascarada en la crítica a la crítica de la ideología, sino un cierto cinismo
oculto en dicha crítica. La crítica a la noción tradicional de de concebir la ideología no
implica incurrir estrictamente en una especie de nihilismo, despolitización o déficit
normativo, producto de la crisis de la idea misma de crítica -ni tampoco desembocar en
una apertura del campo político en el que se reconocería la dispersión y consistencia
específica de las diferentes luchas que no necesariamente se reducirían a la lucha de
clase (sino que, más bien, ésta sería uno más de esos reclamos)-. En todo caso, la crítica
a la noción tradicional de ideología implicaría, siguiendo el punto de vista de Žižek, una
cierta reconfiguración del dominio de las clases “ilustradas” o de la “cultura dominante”,
quienes aún sabiendo que no existen fundamentos positivos, trascendentales,
universales, adoptan una actitud cínica o irónica al no renunciar a la prosecución
política de esos fines universales. Como hemos mencionado, esta actitud no abarca la
totalidad de las luchas políticas (es decir, no abarca al socialismo de tal manera que esta
lucha podría seguir defendiéndose ahora desde una actitud cínica), sino que pertenece a
una determinada clase política, ya dominante y favorecida; la cual aboga, por ejemplo,
por la idea de libertad como valor trascendental, a pesar de que este mismo grupo sea
54
consciente de que tal idea es una expresión particular y contingente (“que encubre una
forma particular de explotación”) (Ibíd.: 55-61).
6. Reformulación de la crítica a la crítica de la ideología
Antes de proseguir con nuestro análisis, es necesario realizar algunas observaciones. A
partir de ahora, comenzaremos a analizar el diálogo durante la década de los 90. Es
necesario reiterar que durante esta etapa, se comienza a disolver el flanco común que
una vez había sido posible frente a los regímenes dictatoriales. En el primer texto que
analizaremos, “Muerte y resurrección de la teoría de la ideología”, parecería ser que
Laclau todavía intenta salvar las relaciones cordiales mantenidas con
Žižek. No
obstante, en el texto que analizaremos en segundo lugar, El espinoso sujeto, Žižek ya
comienza a retornar a sus cuestionamientos respecto a Laclau. Podremos observar la
ruptura definitiva de las afinidades electivas en Contingencia.
“Muerte y resurrección de la teoría de la ideología” es un texto significativo para los
objetivos de este trabajo, ya que otorga un elemento más para la visualización de la
recepción por parte de Laclau, de los señalamientos de Žižek de 1987. De hecho,
Laclau comienza este ensayo, originalmente escrito en 1996, refiriendo a la crítica a la
noción tradicional de ideología realizada por Žižek unos años antes. De manera similar
a como lo había hecho en Hegemonía, aquí Laclau retoma la idea por la cual se
afirmaba que los puntos “extra-discursivos” o extra-políticos, los cuales posibilitaban
pensar la “distorsión” ideológica o “falsa conciencia” en la crítica de la ideología
marxista, ya son ideológicos; es decir, ya forman parte de un discurso que al interior
distingue entre niveles ideológicos y no ideológicos (Laclau, 1998 [1996]: 76-77). Este
proceso de redescripción ideológico-discursiva de lo que antes se consideraba “extradiscursivo”, tornó a la noción tradicional de ideología, tal como la había utilizado el
marxismo, ubicua y ambigua. En un párrafo de las conclusiones de este ensayo, Laclau
explica claramente este proceso, pasaje que a su vez da algunos elementos para entender
el contexto donde había sido escrita Hegemonía. El autor escribe:
Esto condujo a una inflación del concepto de ideología, referida al principio de este
ensayo, y finalmente a su abandono, cuando se percibió que había perdido todo valor
55
analítico. Otros términos, tales como “discurso”, eran menos ambiguos y mejor
adaptados para expresar una concepción del vínculo social que trascendía al objetivismo
y también al naturalismo (Ibíd.: 96-97).
No obstante, ahora Laclau pone otro énfasis a su crítica de la crítica de la ideología.
Para él, aquella crítica no puede desembocar en un puro historicismo discursivista, ya
que esto significaría “transferir” “la noción de una totalidad positiva, de un terreno
extra-discursivo a la pluralidad del campo discursivo” (Ibíd.: 77). Estas nuevas
motivaciones de su crítica, le permiten no abandonar en su totalidad la categoría de
ideología (tal como había parecido desprenderse de Hegemonía). Ahora, la ideología, en
tanto equivalente a la constitución de todo orden simbólico, se vuelve “constitutiva”, es
decir, deviene una dimensión indispensable de toda representación y sentido social y
político (Ibíd.: 80-81). Las categorías de “distorsión”, “enmascaramiento”, “falsa
representación”, “falsa conciencia”, etc., pueden ser ahora explicadas en referencia a un
punto “extra-ideológico” que, al posibilitarlas y, a su vez subvertirlas, explica el cierre
ilusorio, ficticio (ideológico) de toda identidad y horizonte social (Ibíd.: 80 y sigs.). Así,
el juego ideológico es, para Laclau, el juego de la equivalencia en que un significante
particular encarna la totalidad de la sociedad. En la medida en que la constitución de un
horizonte social esté posibilitada por un significante particular hegemonizado, tal
constitución estará, a su vez, siempre distorsionada y diferida por la presencia de un
“verdadero” cierre que la trasciende. En palabras de Laclau:
Podemos ver claramente también porqué la distorsión tiene que ser constitutiva: porque
el objeto a ser representado es, al mismo tiempo, imposible y necesario. La ilusión de
clausura es algo con lo que podemos negociar, pero nunca eliminar. La ideología es una
dimensión que pertenece a la estructura misma de toda experiencia posible” (Ibíd.: 88).
Esta matización de la crítica a la crítica de la ideología en Laclau, parecería estar
orientada a atenuar o, en todo caso, corregir la crítica realizada en Hegemonía y
Estrategia Socialista. Ante la dispersión y fragmentación de las identidades políticas
durante la década de los 90, parecería ser que Laclau necesitaba realizar algunas
concesiones a la noción tradicional de ideología. De ahí que intente oponerse a aquellos
pensadores que postulan el “fin de la ideología” (Ibíd.: 98). No obstante, si la crítica a la
crítica de la ideología se sigue manteniendo, se abre aquí la pregunta acerca del carácter
56
de estas concesiones; es decir, si ellas realmente constituyen una recuperación de
algunos significados presentes en la noción tradicional de ideología, o si siguen siendo
una absorción discursiva dirigida al abandono de esta noción.
7. Las implicancias de la instauración democrática y enfatización de la crítica
A finales de la década del ´90, cuando se escribe El espinoso sujeto, las implicancias de
la instauración de la economía de mercado en gran parte de los países de Europa del
este, ya eran visibles. Sin abandonar su actitud crítica hacia los regímenes comunistas,
Žižek comienza a expresarse en un tono un tanto melancólico respecto al tiempo
anterior al colapso de esos regímenes. En retrospectiva, el autor considera que la crítica
a los regímenes comunistas desembocó en una especie de “desolación” neoliberal, en la
que ya no existen temas políticos que cohesionen a la sociedad (Žižek, 2001 [1999]:
361). Apremiado por esto y, principalmente, por la devastación producida por la guerra
entre los países de la ex Yugoslavia a principios de esa década, Žižek empieza a
enfatizar sus intuiciones críticas con respecto a los riesgos de la instauración de la
democracia, ya señaladas antes de la caída del Muro de Berlín. Bajo este cambio de
énfasis es que se escribe El espinoso sujeto. Como es de esperar, esta acentuación de su
perfil crítico hacia la democracia liberal, va a englobar sus referencias respecto a la
perspectiva de Laclau.
Aunque este periodo en la escritura de Žižek constituya un cambio significativo con
respecto, por ejemplo, a El sublime objeto, todavía existen muchas equivalencias que en
El espinoso sujeto se remarcan respecto a las ideas laclauianas, principalmente, en
relación al movimiento de sustituciones hegemónico entre lo particular y lo universal (al
cual Žižek interpreta como homólogo al “universal-concreto hegeliano”) y, también, la
similitud entre la noción de antagonismo de Laclau, y la de la diferencia sexual del
autor esloveno (Ibíd.: 14, 192-193 y 290).
A pesar de ello, y como Žižek señala en la introducción de El espinoso sujeto, uno de
los objetivos de la obra es el de una “confrontación” con algunos pensadores con los
que mantiene ciertas afinidades, como Balibar, Rancière, Laclau y Badiou (Žižek, 2001
57
[1999]: 11). Referente a Laclau, existen en el texto dos cuestionamientos que nos parece
relevante exponer aquí. En primer lugar, entre una de las principales similitudes que
Žižek encuentra entre los cuatro autores anteriormente mencionados, está la negación
que todos ellos realizan de su pasado althusseriano. En el caso de Laclau, esta negación
puede observarse en el paso de Política e Ideología en la Teoría Marxista hacia
Hegemonía (Ibíd.: 137-138). Lo que perecería ser un punto de partida neutral en la
explicación que Žižek realiza de estos autores (el autor habla de un tipo de comienzo
que niega o silencia un pasado anterior), es decir, el reconocimiento acrítico de ciertos
rasgos en los cuatro pensadores, lleva implícita una crítica. Para el caso de Laclau, esta
afirmación puede sustentarse teniendo en cuenta dos elementos. Por un lado, para Žižek,
el paso existente entre las dos obras mencionadas, es un paso “posmoderno”. Como
hemos visto en El sublime objeto (y, como lo haremos en Contingencia), el
“posmodernismo” es constantemente, en Žižek, una corriente a criticar; muchas veces
asociada al historicismo y al posestructuralismo. Es decir, la insinuación de la
perspectiva laclauiana como una más de los trabajos posmodernos, es explícita. Por otro
lado, el pasaje en cuestión nos remite al antiguo escrito “Más allá del análisis del
discurso”, en el que Žižek ya había mencionado que, en lo referente a la cuestión del
sujeto, el paso entre las dos obras nombradas de Laclau, implicó un cierto “retroceso”
(Žižek, 1993 [1990]: 258-259). Según Žižek, si bien la noción de posiciones de sujeto
todavía se encuentra dentro del horizonte de pensamiento estructuralista althusseriano,
la reflexión de este autor todavía guarda una teoría del sujeto, la cual había sido
retomada por Laclau a través del concepto de “interpelación” (Ibíd.). Según Žižek, con
Hegemonía esta aproximación se pierde; incluso se abandona la idea de sujeto en sí
misma (solo hay posiciones de sujeto).
En segundo lugar, encontramos en el texto otro tipo de cuestionamiento, referido a que
la hegemonía, o los “significantes vacíos”, pueden operar en cualquier dirección
política, es decir, puede haber una hegemonía democrático-radical, otra populista de
derecha, otra neoliberal, etc. Los “significantes vacíos” pueden ser colmados con
cualquier contenido óntico, como por ejemplo, “libertad” y “democracia”. Es esto lo
que ocurrió, según el autor, en los países ex comunistas de Europa del este con la
instauración de la democracia: en realidad, fue una democracia gobernada por las reglas
58
de la economía de mercado (Ibíd.: 191-191). Es decir, para Žižek la teoría de la
hegemonía adolecería de un “déficit normativo” o necesitaría ser suplementada por
algún principio apriorístico para evitar el fascismo, el neoliberalismo, etc. Es en este
mismo sentido que considera que la hegemonía, en tanto lógica que “involucra la brecha
ente lo universal y lo particular, y por lo tanto la imposibilidad estructural de la
sociedad”, cae en los mismos problemas de la différance derrideana: de estas lógicas
decontructivas es posible enganchar diferentes direccionalidades ético políticas, no
necesariamente las propuestas por los autores (Ibíd.: 186-187 [nota al pie]). Como
hemos visto en el capítulo dedicado a describir los tópicos de Hegemonía y Estrategia
Socialista, esto ocurre por la oscilación existente en la obra de Laclau entre enunciados
teóricos (posibilitados por concebir la hegemonía en un registro ontológico o, en todo
caso, trascendental) y enunciados ético-políticos (democracia-radical), movimiento que
abre la posibilidad para una posible “despolitización” de la teoría en la medida que la
dimensión formal pese más, o sea más consistente. Es en este sentido que Žižek le
atribuye a la obra de Laclau, las mismas ambigüedades u oscilaciones que él encuentra
en la obra de Carl Schmitt. De esta manera, Žižek afirma que Laclau es un “schmittiano
antischmittiano” en la medida que rescata la noción de antagonismo como la
característica central de lo político, pero reinscribe esta concepción en una especie de
“ontología de lo político” la cual, al pertenecer a un orden conceptual, normal, teórico,
va en contra de la especificidad de lo político como un evento disruptivo, de orden
teológico político, que elude toda formalización. Según Žižek:
Laclau reconoce el status de antagonismo fundamental, insuperable, pero en lugar de
fetichizarlo en un conflicto bélico heroico, lo inscribe en lo Simbólico como lógica
política de la lucha por la hegemonía (Ibíd.: 185).16
16
Las ideas de Žižek en este punto parecerían ser muy atinadas. El nombre de Schmitt está presente de
manera tácita y silenciosa al tratar estas problemáticas. J. Dotti, un erudito en la obra de Schmitt, realiza a
la T. de la Hegemonía, un señalamiento similar al realizado por Žižek. Según Dotti, dicha teoría realiza
una recepción errada de la obra de Schmitt al interpretar la crítica de este autor (principalmente realizada
en El concepto de lo político) a aquellas concepciones que toman a lo político como un epifenómeno de lo
social o una esfera más dentro de la sistemática liberal, como una totalización o dispersión ontológica de
lo político, bajo las cuales esta condición existencial pasaría a estar presente en toda expresión, contexto o
sociedad políticas. Según Dotti, La T. de la Hegemonía, en tanto ontología de lo político, no sólo
constituiría una contradicción en sí misma, en tanto “ontología existencial” o pensamiento “necesario” de
“lo contingente”, sino más bien, haría referencia a un momento de normalización o naturalización, ya sea
59
Siguiendo a Žižek, al inscribirse en lo Simbólico, la hegemonía pasa a ser un
“formalismo protokantiano”, una “teoría cuasi-trascendental” o, en todo caso,
experimenta un proceso de ontologización por el cual se desdibuja su origen y su
vínculo con una práctica política particular (“la estrategia posmarxista de la multitud de
las luchas emancipatorias por el reconocimiento”) (Ibíd.: 185-186). Líneas más
adelante, Žižek escribe:
Esta tensión era ya claramente discernible en la obra de Michel Foucault, punto de
referencia de casi toda esta corriente de pensamiento: Foucault presenta su concepción
del poder como una herramienta neutral que describe el modo como funciona todo campo
de las estructuras de poder existentes y las resistencias a ellas. A Foucault le gustaba
presentarse como un positivista distanciado, libre de los mecanismos comunes que
subyacen tras la actividad de los agentes políticos apasionadamente resistentes; por otro
lado, es inevitable la impresión de que Foucault estaba de algún modo apasionadamente
del lado de “los oprimidos”… En un nivel diferente, ¿no encontramos la misma tensión
en Laclau? La concepción de la hegemonía que tiene Laclau describe el mecanismo
universal del “cemento” ideológico que unifica a todo cuerpo social; esa concepción
permite analizar todos los órdenes sociopolíticos posibles, desde el fascismo hasta la
democracia liberal, pero, por otro lado, Laclau propugna una determinada opción política,
la “democracia radical” (Žižek, 2001: 186).
Si los rasgos de la hegemonía pasan a redescribir todos los fenómenos políticos
(ontologización), la propuesta de Laclau se “despolitiza” o padece de un “déficit
normativo” (Stäheli, 2008: 282; Critchley, 2008). Con esta neutralización de las
“cientificista” o “moralista”, característico de un orden funcional, despolitizado, algorítmico y
sistematizado, al cual la teología política subvierte o posibilita (Dotti, 2004: 505). Desde esta perspectiva,
la indecidibilidad ontológica por la que aboga la Teoría de la Hegemonía, “tiene sentido solo como
concreción o cumplimiento de una función absolutamente necesaria, respecto de la cual lo único
indeterminable a priori es qué particular concreto único, ‘diferente’, -entre todos los candidatos posiblesla cumplirá”; no obstante, el mismo sistema no es sometido a la indecidibilidad (Ibíd.: 494). Como
veremos más adelante en este trabajo, Dotti realiza la misma vinculación que Žižek, en cuento a que este
libre movimiento entre particulares sólo puede ser pensado a través de la lógica capitalista,
particularmente la contemporánea en un mercado globalizado, en donde las mercancías, así como las
identidades (significantes), deben circular lo más rápidamente posible en una estructura respetuosa del
pluralismo; es decir, de una manera que no se llegue a la crisis o estado de excepción: “Si hay un espacio
donde el desplazamiento a lo largo de la cadena de significantes alcanza su máxima fluidez […]; este
espacio posmoderno por excelencia, entonces, es el mercado global…” (Ibíd.: 507). Por el contrario,
según el autor, el decisionismo schmittiano remite a una teología política que hace referencia a la
especificidad de lo político y no a su ontologización. Ante épocas de fuerte escepticismo, como la de
entreguerras y la actual, la aproximación de lo político schmittiana fue motivada (y debería serlo también
en el presente) como una “recomposición existencial de la sustancialidad de la política”. En este sentido,
Dotti prosigue: “La decisión soberana que resuelva la violencia del origen se plantea como acción
fuertemente identitaria y sustancializante […] Es recién a partir de esta acción cuando puede funcionar la
normalidad discursiva del antagonismo entre subjetividades desustancializadas…” (Ibíd.: 511-512).
60
intuiciones y motivaciones de Laclau, lo que está en juego es la imposibilidad de la
crítica en que puede caer su teoría; y, a través de ello, el riesgo nihilista. Es por ello que
otro modo de describir esta imposibilidad es en términos lógicos: ¿cómo puede la
propuesta de Laclau proponer un proyecto ético-político determinado (democracia
radical), si los rasgos de su concepción de lo político pasan a redescribir todos los
fenómenos políticos -los pasados, los presentes y los futuros (ontologización)-? ¿Cómo
puede realizarse una crítica si la hegemonía, presente en lo que se ha criticado (crisis),
se convierte en el destino insuperable de todo proyecto ético-político? Es aquí donde la
oscilación bidimensional presente en la obra de Laclau se plantea en términos de
“contradicción lógica” o “paradoja” o, en términos de Habermas, “autocontradicción
performativa” (Habermas, 1989: 330).
8. La presentación conjunta del diálogo. Ruptura definitiva de las afinidades
electivas
Contingencia, constituye el lugar de condensación de muchos de los tópicos en
discusión desde 1987. Tal como los autores sostienen, esta obra constituye un momento
de síntesis, de mirada retrospectiva y redescripción de las categorías expuestas en
Hegemonía y Estrategia Socialista (Butler, Laclau y Žižek, 2011 [2000]: 9). Si bien,
como hemos visto, Žižek ya había formulado algunas críticas en El Espinoso Sujeto,
podría sostenerse que Contingencia, Hegemonía y Universalidad constituye un punto de
inflexión en el diálogo entre ambos autores, en el que se produce una ruptura definitiva
de las afinidades electivas. Lo que vendrá posteriormente a esta obra, estará constituido
por un enfrentamiento directo, y por momentos simplificado, de los argumentos
intercambiados en Contingencia, Hegemonía y Universalidad.
De todos los tópicos discutidos entre los autores, existe uno que parecería central,
a saber, la crítica de Žižek a Laclau acerca del carácter ambivalente de la Teoría de la
Hegemonía (con el consiguiente riesgo de “déficit emancipatorio” de dicha teoría),
señalada ya en El Espinoso Sujeto. Aunque en Emancipación y Diferencia Laclau ya
había incorporado algunas ideas respecto a la distinción entre la “función” ontológica y
61
los “contenidos factuales” que llenan esa función, en Contingencia, Hegemonía y
Universalidad profundiza estas intuiciones bajo el nombre de la diferencia ontológica
heideggeriana. Entonces, estas enfatizaciones emergen como un modo directo de
respuesta al problema de la oscilación bidimensional señalado por Žižek. Como hemos
señalado, la crítica de dicho autor en El Espinoso Sujeto, apuntaba a una supuesta
despolitización de la obra de Laclau, con su concomitante riesgo nihilista. En
Contingencia, Hegemonía y Universalidad Žižek proseguirá con estos puntos de vista,
inscribiéndose ya abiertamente en la Filosofía de la Historia marxista, matizándola con
algunos elementos de la tradición conservadora (como hemos señalado, el punto en
común entre ambas tradiciones sería la dictadura jacobinista). Si Žižek acusa a Laclau
de que su obra se desdibuja en un cinismo o nihilismo neoliberal, Laclau considera que
Žižek realizó un retroceso en su trayectoria intelectual, adoptando un punto de vista
marxista clásico.
a. La diferencia ontológica como estrategia de solución de la oscilación entre
dimensiones
En Contingencia, la diferenciación heideggeriana entre lo óntico y lo ontológico,
aparece ya en los primeros pasajes de la primera intervención individual de Laclau
(2011a [2000]: 62-63, 78-79). No obstante, existe un pasaje dentro de este capítulo, en
que la diferencia ontológica es asociada a otra dicotomía, esto es, la distinción entre lo
ético y lo normativo. El momento en que aparece este otro modo de leer la diferencia
ontológica heideggeriana, se encuentra en ocasión de responder a la crítica de Žižek
(realizada en El espinoso sujeto) acerca del carácter aporético o ambiguo en que se ve
sumida la TH al oscilar entre sus dimensiones descriptivas y políticas (Ibíd.: 87-89; Žižek
2001 [1999]: 186).17 Es decir, si bien la diferencia óntico-ontológica comienza a verse
desde el comienzo de la primera intervención de Laclau en el diálogo, su explicación
abierta y la asociación de esta dicotomía con la distinción entre lo ético y lo normativo,
17
En Contingencia, Žižek reitera el cuestionamiento ya realizado en El Espinoso Sujeto. De manera
idéntica, ahora se pregunta acerca de si la hegemonía es un enfoque “formal” que aporta las coordenadas
de “todo proceso ideológico-político, o “simplemente” es la “estructura conceptual de la específica
práctica política actual” (Žižek, 2011a [2000]: 114).
62
aparecen en torno a la cita de Žižek referida a la oscilación de “hegemonía” como una
categoría “formal” a la vez que “política” (DH). La respuesta de Laclau a la crítica
comienza por señalar que la distinción que realiza Žižek, entre la dimensión normativa y
la descriptiva, pertenece, en última instancia, a una estructura de pensamiento kantiana o
positivista, en la que se realiza una “distinción estricta” entre esas dos dimensiones.
Según Laclau, la
TH
no sería una descripción neutral de la realidad, sino que estaría
atravesada por una decisión ética desde el principio (Laclau 2011a [2000]: 88).
Conjugando una concepción de la decisión y la indecidibilidad cercana a la propuesta
por Derrida, junto con un punto de vista lacaniano, Laclau escribe lo siguiente:
Entonces, volviendo a nuestra pregunta inicial, diría que “hegemonía” es un enfoque
teórico que depende de la decisión esencialmente ética de aceptar, como horizonte de
toda inteligibilidad posible, la inconmensurabilidad entre lo ético y lo normativo
(incluyendo este ultimo lo descriptivo). Es esta inconmensurabilidad la que constituye la
fuente de la desigualdad entre los discursos, de un momento de investidura que no está
dictado por la naturaleza de su objeto y que, como resultado, redefine los términos de la
relación entre lo que es y lo que debería ser (entre ontología y ética): la ontología es ética
de un extremo al otro, puesto que toda descripción depende de la presencia (a través de su
ausencia) de una plenitud que, al ser la condición de cualquier descripción, vuelve
cualquier pura descripción totalmente imposible (Ibíd.: 89-90).
Como hemos dicho, es en este contexto de respuesta a aquella crítica de Žižek, donde la
diferencia entre lo óntico y lo ontológico, traducido a la diferencia entre lo normativo y
lo ético respectivamente, se hace presente. Este pasaje, adjetivado por Critchely como
“novedoso” en toda la obra de Laclau, es denso y complejo (Critchley, 2008: 150). Por
esa razón, antes de encarar el tratamiento directo de este pasaje, prepararemos el terreno
para entender cuál es la problemática implícita a la que Laclau se enfrenta. En la
segunda intervención del autor en la obra en cuestión, y en ocasión de tratar los
cuestionamientos de Judith Butler, el autor da una argumentación que plantea las
alternativas que la diferencia ontológica debe evitar.18 Entonces, en este punto, Laclau
se encuentra respondiendo a la pregunta de Butler acerca de la compatibilidad entre el
tipo de sujeto que requiere la TH, y el sujeto supuesto por lo Real lacaniano, el cual, para
la autora, constituiría un límite ahistórico o cuasitrascendental. Para desmarcarse de este
18
Más adelante, Laclau confirmará este vínculo entre ambos pasajes del texto, afirmando que la presente
argumentación destinada a Butler sirve también para responder a la crítica de Žižek (Laclau, 2011b
[2000]: 202).
63
riesgo trascendental, Butler había adoptado una postura aproximadamente historicista:
toda afirmación de trascendentalidad y universalidad está atravesada por su contexto
(Laclau, 2011b [2000]: 186). Ante este posicionamiento, Laclau sostiene que Butler se
estaría moviendo dentro del marco de pensamiento tradicional, en el que en
contextualismo/historicismo, constituye una cara de la misma moneda compartida por el
trascendentalismo. Esta cuestión nos recuerda el problema principal que motiva todo
nuestro trabajo, a saber, el de dar cuenta de una crítica que no recurra a los marcos
clásicos de la emancipación, ni tampoco que caiga en el nihilismo. Según Laclau,
existirían básicamente dos alternativas que la TH debe evitar para resguardar su proyecto
ético-político. Por un lado, no debe marcar la differentia specifica del contexto en el que
ella nace (o desea abandonar), recurriendo a un límite trascendental o positivo; por el
otro lado, tampoco puede abrazar abiertamente una apelación al contexto u ontología de
la historicidad abierta (que en buena medida ella ha aceptado), debido a que, entre otras
cosas, esto implicaría la eliminación de toda posibilidad de marcar límites y, de esta
manera, abandonar su efecto ético-político (Laclau, 2011b [2000]: 186-187; Moreiras,
2006: 175).
Según Laclau, la hegemonía no debe extraer su diferencia de un punto de vista
trascendental (la determinación de la barra lacaniana, la filosofía del sujeto o de la
historia del marxismo, una ontología “realista” o “positiva”, etc.), porque esto
implicaría la existencia de otras sociedades u épocas (limítrofes al período que se
intenta emancipar) que “estarían determinadas totalmente por lo trascendental”, donde
“la universalidad sí emerja separada de toda norma cultural” (Laclau, 2011b [2000]:
186-187). Por otro lado, la
TH
tampoco puede mover el péndulo hacia un historicismo
abierto, porque esto implicaría su inscripción en la otra cara de la misma moneda
compartida por el trascendentalismo. Una postura de este tipo supondría adoptar una
apelación absoluta al contexto que no distinga matices entre ambos polos. Como hemos
expuesto, para Laclau, es en este tipo de postura historicista en la que estaría
incurriendo Butler (Ibíd.; Moreiras, 2006: 165-167). El historicismo, si bien reconoce
diferencias epocales que son imprescindibles para marcar la particularidad de un
contexto, no realiza (en principio) ninguna ponderación entre esas épocas, de tal manera
que esas diferencias que reconoce no son las necesarias para una crítica política. El
64
historicismo implicaría, así, una postura relativista. Es necesario demarcar, de alguna
manera, la differentia specifica del periodo o sociedad que se procura emancipar; y esto
no implicaría conceder razón al señalamiento que encuentra una “autocontradicción
performativa” en la
TH
o incurrir en un punto de vista trascendental que habilite la
crítica.
La aproximación de Laclau consiste en evitar el empleo de alternativas rígidas
entre trascendentalismo e historicismo; o, en todo caso, en proponer una alternativa que
complejice la relación entre ambos polos de tal manera de tematizar, explícitamente, el
movimiento de subversión y mutua implicación entre ambas alternativas. Sin que su
propuesta se confunda con un trascendentalismo debilitado al estilo habermasiano,
Laclau afirma que la alternativa a la disyuntiva consiste en pensar la “cuasitrascendetalidad” (Laclau, 2011a [2000]: 83-84; Moreiras, 2006: 140). En nuestros
términos,
esta
“cuasi-trascendentalidad”
posibilitaría
(sin
oscilar
hacia
una
trascendetalidad pura) una crítica que, sin abandonar la contingencia e historicidad,
habilite un dimensión ético-política. En otra obra, Laclau cuestiona la demarcación
rígida entre ambos polos, en ocasión de oponerse a la crítica de la “autocontradicción
performativa”; ahora definida en términos de la paradoja de la “contingencia necesaria”.
Así, él escribe:
Como dijera Heidegger alguna vez, las argumentaciones contra afirmaciones tales como
“Estoy mintiendo”, según el ejemplo de Devenney, podrían ser lógicamente irrefutables,
¿pero cuál es la consecuencia de aceptarlas? Ciertamente no es la comprobación de la
rectitud de la verdad absoluta sino más bien un escepticismo general acerca del
conocimiento. En los hechos reales, la autocontradicción performativa solo obtiene el
terreno de su dudosa validez sobre la base de una hipótesis sumamente restrictiva.
Tenemos que aceptar un terreno lógico en el que necesidad y contingencia son las únicas
y mutuamente excluyentes alternativas para que el argumento de la autocontradicción
performativa sea válido (Laclau, 2008b: 364).
Aquí,
la
paradoja
de
la
“contingencia-necesaria”
(como
variante
de
la
“autocontradicción performativa” utilizada en contra de Laclau) es criticada por el autor
no sólo por generar una cierta inmovilidad política, sino también por estar basada en una
distinción tajante entre trascendentalidad e historicidad, la cual posibilita, en este caso,
una defensa del polo trascendental. Es decir, esas paradojas vendrían a ser, en el sentido
utilizado, una variante de la crítica trascendental.
65
Si nos concentramos en el polo historicista, podemos encontrar otras razones
adicionales al peligro relativista de esa postura, por las cuales, según Laclau, se hace
necesario evitarlo. En Contingencia, este autor menciona dos ideas en ese sentido. En
primer lugar, un punto de vista historicista implica postular, tácitamente, una especie de
continuum temporal donde inscribir las variaciones históricas y temporales. Este
continuum ya es una dimensión trascendental. A decir de Laclau, el punto de vista
historicista implica adoptar una “ontología de la historicidad”, con la cual se
“reintroduce” subrepticiamente una “dimensión estructural-trascendental” que explica la
apelación contextual (Laclau, 2011b [2000]: 186). Según Ankersmit, el historicismo o
“historismo” postula, implícita y constitutivamente, una “evolución histórica” o un
“mismo tiempo” donde inscribir las diferencias específicas de cada sociedad o contexto;
cumpliendo este flujo temporal único una función trascendental (Ankersmit, 2004: 360 y
420). En segundo lugar, Laclau realiza otra crítica al historicismo, pero ahora, cambia el
plano de la observación al concentrarse en el contexto de la enunciación donde se realiza
la afirmación misma de la “ontología de la historicidad”. Para el autor, la afirmación de
la ontología de la historicidad o la contingencia, mina las propias bases donde se
produce tal afirmación, es decir, la afirmación misma acerca de que “todo es
contingente” puede pasar a depender ella misma de su contexto, con lo cual, por defecto,
se abre la posibilidad de que existan otras sociedades determinadas directamente por lo
trascendental (Laclau, 2011b [2000]: 186-187). En ambos señalamientos contra el
historicismo, se observa la imposibilidad de eliminar la dimensión trascendental
postulada subrepticiamente. Esta introducción solapada de la trascendentalidad es
asociada, por parte de Laclau, con una concepción en donde se realiza una distinción
tajante entre ambos polos. Entonces, se deduce de las ideas laclauianas, que proponer
una concepción de la historicidad alternativa que explicíte la complicación entre ambas
dimensiones, supone una aproximación que logre tematizar el movimiento de
subversiones y sustituciones entre ambos polos.
Una vez preparado el terreno para entender la diferencia ontológica
heideggeriana, retomemos el párrafo en el que Laclau explica dicha noción
(asociándola a la diferencia entre “lo ético” y “lo normativo”). La diferencia ontológica
remite a un juego de sustituciones entre lo óntico y lo ontológico, similar a la idea de
66
irreductibilidad o inconmensurabilidad derridiana entre “concepto” y “metáfora”. Para
Derrida, no bastaría con redescribir un concepto desde un punto de vista metafórico
(historicista), sino que esta misma redescripción ya está sobredeterminada por una
distinción conceptual (filosófica), entre concepto y metáfora. Este movimiento de
sustituciones, más que implicar un situación de inmovilidad entre ambas dimensiones,
remite a un modo de explicar el carácter complejo de una teoría (en este caso, la TH). De
esta manera, esta teoría, en tanto pretende ser una “ontología de la historicidad”
(dimensión teórica acerca de lo que “es”), está subvertida por una instancia ética
(dimensión normativa acerca del “deber ser”); es decir, está ya atravesada por una
decisión ética que la hace posible. La presencia de la dimensión ética constituye un
límite negativo de la teoría, es decir, dicha dimensión no está dada por una transición
lógica del orden descriptivo-simbólico (subversión). A su vez, esta presencia subversiva
de “lo ético” hace imposible el logro definitivo de la misma ontología, con lo cual la
propia dimensión ontológica pasa a ocupar el lugar de un horizonte descriptivo siempre
inalcanzable y diferido, al cual se lo inviste interminablemente en órdenes parciales y
transitorios (limitación). Nótese cómo se produce la inversión de niveles de la que habla
el autor. Por un lado, la dimensión ontológica ocupa el registro de “lo descriptivo”
(“es”), subvertido por “lo ético”. Por otro lado, la dimensión ontológica ocupa el rango
de “lo ético” (“deber ser”), limitado por investimentos ónticos parciales. Algo similar
ocurre si nos concentramos en “lo normativo”. Por un lado, existe una especie de
dimensión normativa subvirtiendo a la ontología; por otro lado, “lo normativo” es
tomado conjuntamente con “lo descriptivo” como investimentos ónticos parciales que
intentan lograr el cierre ontológico definitivo.19
Como hemos sostenido, la diferencia ontológica constituye una forma de evadir la
crítica trascendental, así también como la historicidad y la contingencia abierta;
constituyendo estas dos últimas posiciones, peligros en los que la TH, principalmente en
Hegemonía, había corrido el riesgo de desdibujarse.
19
Es importante señalar cómo Žižek no desconoce el modo de argumentación que implica la diferencia
ontológica, pero él se la permite a Derrida y no a Laclau. Žižek acepta estas ideas para dar solución a la
ambivalencia planteada, pero no acepta la apropiación que realiza Laclau de esta concepción derridiana.
Para Žižek, el enfoque laclauniano sería una variante del “relativismo historicista” que se diferencia de
aquella postura “más matizada” de Derrida que supone una “implicación mutua circular” o
“sobredeterminación” (Žižek, 2011b [2000]: 233-236).
67
b. Discurso versus crítica de la ideología. El riesgo pluralista/neoliberal de la TH (I)
En su introducción, los autores informan que la mayor parte de este libro fue escrita en
1999. Como hemos sostenido, Contingencia expresa los momentos finales de un diálogo
abierto poco más de una década atrás. En el horizonte de escritura del diálogo LaclauŽižek, se encuentra la “social-democracia” inglesa, la cual, en términos de uno de sus
principales representantes, consistía en una especie de “tercera vía” entre posiciones
estrictas de izquierda y derecha. De esta manera, es factible sostener que las propuestas
realizadas por Laclau durante este período, buscaran al mismo tiempo diferenciarse de
aquella postura “social-demócrata” ante la crítica de Žižek a su obra. De hecho, en uno
de los pasajes del libro, Laclau sostiene: “no hay relación entre mi política y la de los
teóricos de la Tercera Vía, de quienes soy tan crítico como Žižek” (Laclau, 2011b
[2000]: 199).
El argumento central de la primera intervención de Žižek en este libro, en lo
referente a su crítica a Laclau, versa sobre el problema de la ambigüedad bidimensional
formulada en términos de una crítica cuasi-socialista a la
TH.
Según Žižek, la TH, así
como otros enfoques contemporáneos como el de Derrida, Rorty, Habermas y Dennett, a
pesar de sus diferencias, comparten algunas premisas fundamentales, cuya equivalencia
podría ser el primer paso para detectar su reverso silenciado; mismo que sería la
exclusión de la problemática del antagonismo de clases como lucha verdaderamente
radical (Žižek, 2011a: 139). En este sentido, Žižek escribe:
La política posmoderna definitivamente tiene el gran mérito de que “repolitiza” una serie
de ámbitos antes considerados “apolíticos” o “privados”; lo cierto es, sin embargo, que de
hecho no repolitiza el capitalismo, porque la misma noción y forma de “lo político”
dentro de la cual opera está fundada en la “despolitización” de la economía. Si jugamos
el juego posmoderno de la pluralidad de subjetivaciones políticas, es formalmente
necesario que no hagamos ciertas preguntas (sobre cómo subvertir el capitalismo como
tal, sobre los límites constitutivos de la democracia política y/o el Estado democrático en
tanto tales…). De modo que, de nuevo, a propósito del obvio contraargumento de Laclau
de que lo Político, para él, no es un ámbito social específico sino el conjunto mismo de
decisiones contingentes que fundan lo Social, yo respondería que la emergencia
posmoderna de nuevas subjetividades políticas múltiples no alcanza por cierto este nivel
radical del acto político propiamente dicho (Ibíd.: 105-106).
68
Si, como sostiene Žižek, la
TH
todavía se mueve dentro de una fijación apriorística que
excluye la lucha de clases o, en todo caso la nivela, se deduce que dicha teoría es una
nueva reconfiguración pluralista liberal, similar a la defendida por la “tercera vía”,
corriente a la que Žižek critica abiertamente ( Ibíd.: 134-138). En uno de los últimos
párrafos de Žižek en todo el libro, este autor expresa atenuadamente tal postura: “Yo
sostengo que la ‘democracia radical´ de Laclau y Mouffe se acerca demasiado a
meramente ´radicalizar´ este imaginario democrático liberal y permanece dentro de su
horizonte” (Žižek, 2011c [2000]: 326).
Según Žižek, la
TH,
en tanto tradición democrática, está basada en un gesto
estrictamente político, que tiende a ser silenciado. Este “exceso” reprimido y silenciado,
es la lucha de clases frente al sistema capitalista. El repliegue de la política al libre
movimiento de demandas (contingencia) sería una forma de desplazamiento ideológico
en el que se ocluye la verdadera lucha (de clases) (Žižek, 2011a [2000]: 103-104). La
hegemonía está “barrada” por un núcleo “traumático” que impide su plena realización
como ideal de la democracia; como tal, tiene una “garantía ideológica”, se constituye
sobre acciones sedimentadas o “naturalizadas” (Ibíd.: 108-109). Tanto Laclau como
Butler, según Žižek, estarían moviéndose dentro del horizonte de pensamiento liberal,
capitalista. De esta manera, están dando prioridad al polo de la contingencia
(historicismo), con lo que se hace necesario “historizar el mismo historicismo”, es decir,
dar relieve al momento de decisión de la “represión primordial”, que hace posible el
“´campo de batalla´ de la hegemonía” (Ibíd.: 114-119).
De esta manera, Žižek ha tomado una postura que conjuga, tanto una perspectiva
socialista (marxista) como una decisionista en gran medida nacida de la tradición
conservadora. Es inevitable pensar, entonces, en el referente histórico común presente en
el devenir de estas tradiciones, el jacobinismo. De hecho, ya hemos visto en nuestra
contextualización histórica la recuperación que en años recientes Žižek hace de
Robespierre. Para el autor esloveno, la “imposibilidad” de lograr una sociedad cerrada
ya es una idea presente en el marco simbólico del liberalismo/capitalismo, el cual debe
ser subvertido por un “acto auténtico” (revolución) que apunte a la realización de esa
imposibilidad (Žižek, 2011a [2000]: 132-136; Moreiras, 2006: 168-170). En las últimas
líneas de su intervención final, Žižek escribe lo siguiente:
69
La única perspectiva “realista” es fundar una nueva universalidad política optando por lo
imposible, asumiendo plenamente el lugar de la excepción, sin tabúes, sin normas a
priori (“derechos humanos”, “democracia”), cuyo respeto nos impediría también
“resignificar” el terror, el ejercicio implacable del poder, el espíritu de sacrificio… si
algunos liberales de gran corazón desaprueban esta elección radical por considerarla
Linksfaschismus, ¡que así sea! (Žižek, 2011c [2000]: 327).
De una manera ecléctica, parecería ser que Žižek estuviera reencausando su propuesta en
una crítica de la ideología, frente a la cual, Laclau sigue sosteniendo una postura
fuertemente crítica. A partir de la caída del Muro de Berlín, este autor, sin abandonar su
crítica a la crítica de la ideología realizada principalmente a través de la noción de
discurso, parece retomar, o realizar algunas concesiones mínimas, de la noción de
ideología. Podríamos denominar por lo menos dos formas a través de las cuales Laclau
realiza esta revalorización. Por un lado, en “Muerte y resurrección de la teoría de la
ideología” habíamos visto como la ideología constituye otra forma de describir la lógica
de la equivalencia y los procesos de cierre “ilusorio” indispensables para la constitución
del vínculo social. Es decir, la ideología, como “distorsión constitutiva” debido a que
ella intenta nombrar una exterioridad imposible de ser nombrada, vendría a ser otro
modo de describir los procesos políticos y sociales. Por otro lado, en Contingencia,
Laclau formula otro modo de retener algunos contenidos de la noción de ideología; pero
sigue manifestándose fuertemente en contra de los señalamientos de Žižek.
En este momento, Laclau adhiere al concepto de ideología sólo en la medida que
esté formulado en términos gramscianos, es decir, en tanto sea el lugar de una lucha
política que corresponda al ámbito de la sociedad civil. En Gramsci, a diferencia de
Marx, la sociedad civil pasa a tener un estatus superestructural, junto al estrictamente
institucional. Al tematizar la dispersión/expansión de lo político, Gramsci, a su vez, da
primacía al momento de la lucha en la sociedad civil en detrimento de la esfera
estrictamente institucional y de todo antagonismo derivable de la estructura económica.
La lucha política en la sociedad civil, no es otra cosa que el terreno sobre el cual se
construye la hegemonía; lo que en Gramsci sería la preponderancia de lo ideológico por
sobre lo institucional y lo económico (Laclau, 2011a [2000]: 54-56).
Por el contrario, para Žižek la
TH,
al constituir una política que se fundamenta en
la exclusión o el silenciamiento del “análisis de clase”, constituye “un caso ejemplar de
70
desplazamiento ideológico”, en el que se “carga” a otras luchas lo que debería cargar la
lucha de clases; produciéndose la oclusión del verdadero conflicto (Žižek, 2011a
[2000]: 103-104). Como hemos sostenido más arriba, “la lucha radicalmente
contingente por la hegemonía”, está ella misma barrada, es decir, la misma
TH
no logra
captar cabalmente el “mismo antagonismo/negatividad” soportando un “mínimo de
naturalización”, una “garantía ontológica” que ocluya “el exceso” (Ibíd.: 108-109).
En su segunda intervención, Laclau responde a esta crítica de una manera
esperable: la postura de Žižek, según Laclau, es similar a la noción del “´falsa
conciencia´” de Lukács, en la cual se postula una esencia (verdadera conciencia del
sujeto privilegiado del marxismo), conjuntamente con otros tipos de construcciones
simbólicas falsas o erróneas (Laclau, 2011b [2000]: 206). No es necesario profundizar
aquí en las razones por las que Laclau se opone a estas ideas. Basta señalar que este tipo
de respuesta parece retomar la crítica a la crítica de la ideología realizada en
Hegemonía. Como hemos visto, esta obra está prácticamente dedicada a la
deconstrucción del esencialismo marxista y su noción de sujeto histórico privilegiado, el
cual, en última instancia, es capaz de posicionarse por fuera del discurso y el poder.
Según Laclau, toda articulación política (populista, clasista, etc.), constituye una
construcción simbólico-política “diferente” y, “el hecho de que uno prefiera un tipo de
articulación a otra no significa que una sea teleológicamente ´verdadera´, mientras la
otra puede ser desechada como una ´distorsión´. Si fuera así, la lucha hegemónica estaría
ganada antes de comenzar” (Ibíd.).
c. Articulación versus fragmentación. Los riesgos del posmodernismo y de la
tercera vía en la TH
Otra de las problemáticas que se mantiene constante a lo largo de toda la obra del autor,
confirmada en Contingencia, es la preocupación de Laclau de que su enfoque no se
resuelva en la fragmentación, dispersión y atomización como efectos de la contingencia
radical. No obstante, en dicha obra, una de las razones de esta inquietud constante se
hace explícita: estos efectos tienen su correlato estrictamente político en el
particularismo liberal. Ya en Hegemonía la categoría de articulación tenía la función de
71
tematizar una totalidad en la que los elementos se fijaban precariamente. En Nuevas
Reflexiones existen diferentes intentos por evitar el desdibujamiento del enfoque
laclauiano en una lógica de la sistematicidad diferencial. Por ejemplo, la categoría de
dislocación implicaba desnivelar el terreno sistemático sobre el cual se produce el libre
movimiento de la equivalencia y la diferencia; o la idea de exterior constitutivo, la cual
vendría a evitar la primacía de la lógica de la diferencia al postular el carácter inevitable
de las fronteras políticas, elemento necesario para abogar por una política
emancipatoria. Adicionalmente, en dicha obra existen otros modos de oposición al
particularismo liberal. En algunos pasajes aislados, Laclau sostiene que la crítica al
esencialismo y a la necesidad histórica, no implica una “oposición frontal” que suponga
incurrir en la contingencia absoluta; la cual no sería más que la otra cara de la necesidad
(Laclau, 1993 [1990]: 43). De lo que se trata es de “subvertir” este horizonte sin incurrir
en la “pura indeterminación” (Ibíd.).
En
Contingencia,
Laclau
hace
aún
más
explícitos
los
riesgos
particularistas/relativistas de la contingencia radical. De esta manera, el autor afirma:
(Ésta, [la lógica de la diferencia] incidentalmente, es la posibilidad que le preocupa a
Žižek: que las demandas de los nuevos movimientos devengan tan específicas que
puedan ser integradas transformistamente al sistema, y dejen de ser portadoras de un
significado emancipatorio más universal) (Laclau, 2011c [2000]: 303).
En este sentido, la categoría de articulación sigue siendo muy importante para Laclau
para explicar los efectos equivalenciales que desafían la lógica sistémica de la
satisfacción de demandas particulares (fragmentación, dispersión de las identidades):
La falla del enfoque posmoderno es, sin embargo, que transformó la conciencia de la
disolución de las identidades de clase, y la desintegración de las formas clásicas de
totalización, en la afirmación de una real dispersión de elementos que vuelve obsoleta la
categoría de “articulación”. […] Ambos [Laclau y Žižek] afirmamos la necesidad de un
discurso articulador que no se quede en el nivel de una pura enumeración de diferentes
identidades y demandas; pero Žižek ve en el posmodernismo una suerte de desviación
perversa y, en su búsqueda de una dimensión articuladora, totalizante, retoma nociones
marxistas tradicionales como “lucha de clases” –sin involucrarse en lo más mínimo en un
análisis de las tendencias históricas que las socavan (Ibíd.: 300 [corchetes añadidos]).
72
De esta manera, tanto el posmodernismo como la denominada “tercera vía”, son los
referentes coyunturales de esta obra, frente a los cuales Laclau intenta diferenciarse.
9. Primeras repercusiones del dialogo mantenido en Contingencia, Hegemonía y
Universalidad
De los escritos de Laclau inmediatamente posteriores a Contingencia, aquí revisaremos
el “Prefacio a la segunda edición en español” de Hegemonía (2004 [2002]), escrito
igualmente con Chantal Mouffe.
En términos generales, en este texto las repercusiones de las críticas de Žižek son
casi nulas o, en todo caso, no se expresan en un cambio o incorporación de categorías,
ni tampoco en argumentaciones diferentes de las ya expuestas en el Contingencia. Sin
llegar a ser una respuesta específica, la diferencia entre lo ontico y lo ontológico se
sigue manteniendo. Aquí es utilizada como una forma de dar cuenta de cómo
descubrimientos a nivel óntico -compuesto éste por cambios históricos (por ejemplo,
“desarrollo desigual y combinado” del capitalismo en su era “imperialista”, “sociedad
de la información”, etc.) que, a su vez, afectan el progreso de tradiciones de
investigación (por ejemplo, Filosofía analítica, Fenomenología, Estructuralismo,
Marxismo, etc.), las cuales tematizan esos cambios-, pueden cambiar los “paradigmas
ontológicos” de toda un época (la manera en que es concebido el ser de los entes)
(Laclau y Mouffe, 2004 [2002]: 10-12). Es dentro de este entendimiento de la diferencia
ontológica que se realiza de una manera explícita la inscripción de lo político (la
hegemonía), en un nivel ontológico. Así, los autores señalan: “Por esto, no concebimos
a lo político como una superestructura sino que le atribuimos el status de una ontología
de lo social” (Ibíd.: 14).
a. Discurso versus crítica de la Ideología. El riesgo pluralista/neoliberal de la TH (II)
No obstante, a lo largo de todo este escrito, el único pasaje que parece tener alguna
significancia para los objetivos de esta investigación, es el siguiente:
73
Una palabra final acerca del modo en que encaramos las tareas más urgentes de la
izquierda. Varias voces se han oído recientemente proclamando: “¡Volvamos a la lucha
de clases!”. Ellas sostienen que la izquierda se ha identificado demasiado estrechamente
con cuestiones “culturales” y que ha abandonado la lucha contra las desigualdades
económicas. Ya es tiempo, se dice, de dejar de lado la obsesión con la “política de las
identidades” y de prestar nuevamente atención a los reclamos de la clase obrera. ¿Qué
pensar de estar críticas? ¿Estamos hoy en una coyuntura opuesta a aquella que proveyó el
trasfondo de nuestra reflexión, que se fundó en criticar a la izquierda por no tener
suficientemente en consideración las luchas de los “movimientos sociales”? (Ibíd.: 19).
Si este pasaje no constituye una respuesta orientada únicamente a las críticas de Žižek,
es muy probable que este autor esté incluido entre aquellos a los que Laclau y Mouffe
hacen referencia y que proponen volver a la lucha de clases. Este fragmento está
enmarcado en una crítica de Laclau y Mouffe a aquellas propuestas políticas de
izquierda que, luego de la caída del comunismo, oscilaron hacia una posición de
“centro”; siendo el caso más representativo la “tercera vía” de Blair, Giddens y Beck.
Como hemos expuesto ya, Laclau y Mouffe reconocen que distintos partidos de
izquierda experimentaron un corrimiento hacia su derecha luego de 1989-1991, como
por ejemplo, el Partido Laborista inglés. No obstante, ellos necesitan desmarcarse de
este comportamiento y, por ello, argumentan que dicho corrimiento se debió a una
“incapacidad” por parte de esos partidos, de “concebir una alternativa al
neoliberalismo” (Ibíd.). Es decir, no se trataría de abandonar las luchas por la
“identidad” y el “reconocimiento”, sino articularlas “con las de los trabajadores en un
nuevo proyecto hegemónico de la izquierda” (Ibíd.). Al procurar desmarcarse de la
“tercera vía”, los autores intentan confirmar aquella postura democrática de izquierda,
sostenida antes de 1989-1991 cuando se hacían posibles las afinidades electivas con
autores como Žižek. Como hemos mencionado, este tipo de argumentaciones por parte
de Laclau, ya estaban presentes en Contingencia.
10. Otras repercusiones del dialogo mantenido en Contingencia, Hegemonía y
Universalidad
Evidentemente, las repercusiones de la crisis de la hegemonía neoliberal en
Latinoamérica se expresan en La razón. Motivado por esa situación coyuntural, Laclau
retoma (y modifica) algunos de los primeros lineamientos sobre la cuestión expuestos en
74
Política e Ideología en la Teoría Marxista. A pesar de estos cambios coyunturales, La
razón, a diferencia de las obras anteriores, no incluye ninguna categoría estrictamente
novedosa o que, en todo caso, termine de elaborar intuiciones anteriores. Sin por ello ser
un trabajo menos complejo o importante en relación a los restantes, la obra en cuestión
más bien consiste en un desarrollo e ilustración de nociones antes desarrolladas. Si bien
ahora el objeto central es el populismo, éste ocupa el mismo lugar (y es descrito bajo las
mismas características) que antes había ocupado la noción de hegemonía. Los nuevos
nombres categoriales que ahora aparecen, son más bien otros modos de explicar
nociones ya expuestas de una manera casi exhaustiva. Por ejemplo, en esta obra,
aparecen las categorías de afecto, heterogeneidad y la dicotomía plebs-populus. No
obstante, la primera, no hace referencia más que al proceso por el cual son posibles los
lazos equivalenciales en toda formación hegemónica, más precisamente, al “polo
paradigmático” o “asociativo” que explica la unidad precaria de formaciones
estructurales a pesar de la existencia diferencial de cada una de las identidades o
demandas (Laclau, 2005 [2005]: 142-143). En cuanto a la categoría de heterogeneidad,
más precisamente denominada heterogeneidad social, ésta refiere a la dimensión interna
del antagonismo, concomitante a la externa referida a aquella “diferencia representable”
del otro lado de la frontera antagónica. Como hemos señalado, este desdoblamiento del
antagonismo ya estaba en “Nuevas reflexiones” con la postulación de, por un lado, las
categorías de dislocación exterior constitutivo y, por el otro, con la noción de
antagonismo de modo específico. En estricto sentido, la dimensión interna del
antagonismo a la que pertenece la heterogeneidad social, es más radical en tanto hace
referencia a los límites mismo de la propia representación; es decir, en tanto remite a la
presencia de una ausencia que excede el marco discursivo o simbólico (Ibíd.: 176). Ya
desde “Nuevas reflexiones” se hace totalmente manifiesto el intento de Laclau por
“radicalizar” la noción de antagonismo en tanto la diferencia antagónica mas allá de la
frontera está ya positivisada discursivamente. Aún más frecuente que la categoría de
heterogeneidad social, es la dicotomía plebs-populus. La referencia casi constante a esta
dicotomía se debe a que constituye uno de los modos centrales de describir la lógica
populista. A pesar de ello, dicha dicotomía hace referencia a los lineamientos centrales
de la lógica de la hegemonía o, en todo caso, a la lógica del “objeto a” lacaniano; ambas
75
equivalentes desde la perspectiva laclauiana. El movimiento de sustituciones que implica
que la representación de la comunidad (populus), solo pueda realizarse a través de un
parte de ella (plebs), es idéntico al juego de subversiones entre lo particular y lo
universal que implica la lógica de la hegemonía y, a su vez, a la elevación de un objeto
parcial a la “dignidad de la cosa” de la lógica del “objeto a” lacaniano (Ibíd.: 148-149).
Teniendo en cuenta estos lineamientos, debería interpretarse la interlocución entre
Laclau y Žižek. La razón es uno de los lugares donde más repercuten las críticas de
Žižek a Laclau realizadas años antes en Contingencia. De hecho, Laclau mismo aclara
que su apartado titulado “Žižek: esperando a los marcianos”, no constituye otra cosa que
una respuesta a las críticas de dicho autor en la anterior obra conjunta (Ibíd.: 289).
Nosotros, en la presente sección, aludiremos también a otras referencias dentro de La
razón, pero que se encuentran por fuera de dicho apartado. Pero si esa obra es el lugar
donde más impactan las críticas del interlocutor, no lo es tanto por la incorporación de
nuevas categorías al marco categorial de la
TH,
sino por el “tono” de la respuesta. En
efecto, Laclau no aporta ninguna argumentación considerablemente nueva a las ya
sostenidas en Contingencia, sino que las desarrolla y las expone con otro énfasis. Así,
un rasgo particular en la obra en cuestión, es el “tono” con el que Laclau expone sus
respuestas, lo que indica una ruptura abierta y definitiva de las afinidades con el autor
esloveno. Existen por lo menos dos momentos en la obra analizada, en los que podemos
visualizar el intento por parte de Laclau, de desmarcarse del liberalismo ante las críticas
de Žižek.
a. Articulación versus fragmentación. La heterogeneidad disloca la fragmentación
monádica
En primer lugar, en ocasión de tratar la categoría antes vista de heterogeneidad social,
Laclau sostiene que ésta constituye la noción más importante de su enfoque del
populismo, y, a continuación sostiene:
…la heterogeneidad no significa pura pluralidad o multiplicidad, ya que esta última es
compatible con la completa positividad de sus elementos constitutivos. Uno de los rasgos
76
definitorios de la heterogeneidad, en el sentido en que la concebimos, en una dimensión
de ser deficiente o unicidad fallida (Ibíd.: 277).
Como en las categorías de dislocación y exterior constitutivo, la heterogeneidad (el
antagonismo) deviene interno, constitutivo, de tal manera que no es posible postular una
homogeneidad totalmente reconciliada, ya sea a nivel de la sociedad como a nivel de las
demandas/identidades particulares, como lo hace el liberalismo/pluralismo. En el pasaje
citado, Laclau enfatiza en el carácter dislocado de los elementos internos al sistema, con
el fin de evitar la fragmentación monádica (homogeneidad esencialista) postulada por el
liberalismo.
b. Discurso versus crítica de la Ideología. Nivelación de la topografía social y la
lógica del objet petit a como modo de eludir el cinismo
En segundo lugar, se encuentran las argumentaciones explícitas de Laclau sobre Žižek.
Como hemos adelantado, éstas no difieren de los modos de respuesta ya dados
anteriormente por aquél autor. Nuevamente, se hace presente aquí la cuestión de la
heterogeneidad social (el antagonismo en su dimensión interna). Básicamente, Laclau
ubica la postura de Žižek en un modo de pensar similar al de la Segunda Internacional,
que no ha incorporado las innovaciones conceptuales de la obra de Gramsci (Ibíd.: 193
y 293). El centro de la crítica se encuentra en la negación que Žižek hace de la
especificidad de la lucha política, es decir, del antagonismo. Al reducir el conflicto a un
antagonismo entre dos posiciones de sujeto irreductibles (proletario-capitalista),
“determinadas en última instancia” por la esfera económica”, la propuesta de Žižek
(según Laclau), no capta la verdadera “radicalidad” del antagonismo (heterogeneidad
social) y, por lo tanto, tampoco es capaz de constituirse en una propuesta
verdaderamente emancipatoria. En términos apriorísticos, la perspectiva de Žižek no
sería muy diferente de la de un marxismo reduccionista, el cual postula la existencia de
un sujeto privilegiado de la historia a través del cual sólo se podría lograr una
universalidad esencial o una sociedad reconciliada consigo misma (Filosofía de la
Historia).
77
En la obra en análisis, Laclau expone esta crítica de maneras diferentes. Por un
lado, siguiendo las ideas gramscianas, se opone a la división estricta (esencial) entre las
esferas sociales, postulado necesario para posteriormente sostener la “determinación en
última instancia” de una de ellas, a saber, la económica (como lo hace Žižek). Según
Žižek, “la economía tiene un cierto estatus social prototrascendental” (Žižek citado por
Laclau, 2005 [2005]: 194, nota al pie). Como hemos dicho, según Laclau, al postular la
primacía apriorística de la esfera económica, Žižek no detecta o, en todo caso, deja sin
efecto sus intuiciones respecto al antagonismo radical (lo político mismo) y, por lo
tanto, es incapaz de proponer un proyecto político verdaderamente liberador.
Refiriéndose al pasaje en el que Žižek realiza esa afirmación respecto a la esfera
económica, Laclau escribe:
Su disputa, dada su visión de la economía, no es con una u otra clase de lucha, sino con la
noción de “lucha” tout court. Es cierto que al final del párrafo saca de su sombrero su
conejo de la “lucha económica anticapitalista”, pero es meramente gestual: no puede
ofrecer un solo ejemplo de tal lucha. No es raro: una vez que ha determinado un territorio
regional objetivo como el área necesaria para la emergencia de un antagonismo
“fundamental”, ya no puede mantener una noción de heterogeneidad que, por definición,
subvierte las delimitaciones territoriales (Laclau, 2005 [2005]: 194, nota al pie).
Por otro lado, y por motivos similares, Laclau reacciona contra la acusación del autor
esloveno acerca del cinismo implícito en su obra. Como hemos observado en
Contingencia, Žižek había sostenido que el libre juego entre lo universal y lo particular
que supone la lógica de la hegemonía, desemboca en un nihilismo por parte de los
sujetos, o, en todo caso, a un cierto cinismo en la medida en que ellos son consientes de
que la universalidad alcanzada es, en realidad, un particularidad hegemonizada (Žižek,
2011a: 98). Y, a esto puede añadírsele la concepción que Žižek había tomado de
Sloterdijk: esta hegemonización de lo particular es llevada a cabo, de una manera
“consiente”, por una clase particular de la sociedad, la burguesía. Frente a esto, Laclau
se ve sorprendido de cómo un pensador lacaniano como Žižek no comprenda la lógica
del “objeto a”, la cual, según el primero, es idéntica a la lógica de la hegemonía; y siga
pensando en términos de la dicotomía absoluta entre parcialidad y totalidad (Ibíd.: 289291). Según este autor, el hecho de que sólo sean posibles “universalidades parciales”,
no implica que ellas se experimenten unívocamente como parcialidades siempre
78
incapaces de alcanzar una universalidad “nouménica”. Diferenciándose de la
concepción kantiana, Laclau afirma que la hegemonización de una particularidad
implica “elevar un objeto a la dignidad de la cosa”, es decir, dar existencia, aunque
provisoria, a esa universalidad (Ibíd.: 292). Esto tiene dos implicaciones. Por un lado, en
contra del cinismo, el proceso de hegemonización se experimenta como el proceso de
lucha de una verdadera universalidad. Por otro lado, en contra del nihilismo, a través de
la lógica de la satisfacción del deseo por lograr esa universalidad (lo “real”), se da
cuenta de la posibilidad de la lucha política.
11. Conclusiones
El fuerte peso del estructuralismo y la contingencia radical en Hegemonía, ya sea a
través de la imposibilidad de las posiciones de sujeto para abandonar el marco
simbólico-estructural, o a través de la dispersión absoluta de la contingencia abierta,
determinaban que la propuesta de Laclau presentara un “déficit emancipatorio”. A lo
largo de todo este capítulo, hemos visualizado los cambios de énfasis, abandonos,
reincorporaciones y reelaboraciones categoriales que realiza el autor, para conjurar ese
déficit emancipatorio. Casi en su totalidad, estas variaciones teóricas consisten en una
incorporación del lenguaje lacaniano en la propuesta. Bajo este lenguaje, se produce el
desdoblamiento de la categoría de antagonismo incorporándose las nociones de
dislocación y exterior constitutivo; se incorpora la noción de sujeto como falta; se
produce una redescripción del concepto de ideología; se incorpora la noción de
heterogeneidad para explicar de otra manera lo que ya había tematizado la dislocación y
la exterioridad constitutiva; y, finalmente, se recurre a la lógica del objet petit a
lacaniano como otro forma de explicar los procesos hegemónicos y de equivalencia.
Estas dos últimas nociones (heterogeneidad y lógica objet petit a) ya se producen en un
contexto en donde era claramente insuficiente, para Žižek, la incorporación del lenguaje
lacaniano como recurso utilizado por Laclau, para evitar el deslizamiento
nihilista/cinista. Antes de la caída del Muro de Berlín, la incorporación había sido
aceptada por Žižek debido al periodo de afinidades electivas que caracterizaba ese
momento. No obstante, para finales de la década de los años 90, ese lenguaje será
79
insuficiente desde el punto de vista de Žižek. Es en Contingencia, que Laclau termina de
formular un recurso que parecería ser comparativamente el más prometedor, a saber, la
diferencia ontológica heideggeriana.
80
Capítulo IV
El diálogo en una nueva coyuntura política. Reinscripciones en puntos
de adscripción que fijen la crisis
1. Introducción
La
DR
no sólo tiene que probar que, en última instancia, ella no implica una actitud
nihilista o cinista, sino también tiene que ser capaz de realizar una crítica, evaluación o
diagnóstico de las sociedades contemporáneas, sin incurrir en un fundamento positivo,
esencial, apriorístico. Como hemos mencionado en la Introducción de esta
investigación, a este otro polo de la crítica tradicional hemos añadido aquellas
perspectivas conservadoras que, por invocar un “punto de adscripción” teológicopolítico, fundamentan el orden en un punto de vista trascendente y no inmanente. El
elemento común que existe entre los grandes metarelatos de la Modernidad y esa
tradición de pensamiento teológico-política es el intento de fijar, de una u otra manera,
la indeterminación o crisis abierta por la Revolución Francesa. Así, la
DR
de Laclau
debe probar que ella es la forma histórico-política que se alimenta de la crisis misma,
sin recurrir a ningún tipo de fijación; es decir, sin reinscribir su crítica en ninguna clase
de fundamento, ya sea liberal, socialista o conservador.
En el presente capítulo observaremos cómo en ciertos momentos de su obra,
Laclau realiza algunas inflexiones o propuestas que implican una reinscripción de su
crítica en un fundamento. Como hemos mencionado al principio de este trabajo, nuestro
objetivo no consiste en dar una respuesta categórica acerca de si la propuesta de Laclau
cumple o no lo que ella misma pretende, sino visualizar los momentos en que corre el
riesgo de caer en la crítica o en el nihilismo/cinsimo, así también como las estrategias
que el autor propone para alejarse de estos peligros. En este capítulo, expondremos
básicamente dos argumentaciones para demostrar la posible reinscripción de la DR en un
punto de fijación. En primer lugar, nos adentraremos en lo que no es otra cosa que la
última etapa del diálogo entre Laclau y Žižek. El eje de esta última etapa, girará en
torno al posible riesgo cesarista al que se acerca la obra de Laclau al enfatizar o retomar
81
su enfoque del populismo. En segundo lugar, añadiremos un recurso presente a lo largo
de casi toda la obra de Laclau, referido a una posible reinscripción de su obra en una
variante de la Filosofía de la Historia, como modo de dar respuesta al problema de la
oscilación bidimensional de su teoría. Como es de esperar, Žižek también está presente
en este cuestionamiento.
2. El populismo y el riesgo cesarista-dictatorial
Ya entrada la primera década del siglo
XXI,
los intereses teóricos de Laclau van a estar
fuertemente marcados por la nueva coyuntura política latinoamericana, caracterizada
por el “giro a la izquierda” que diferentes países de la región, de diferentes maneras,
experimentaron. Las dos últimas obras del autor, La razón y Debates y Combates, se
redactan en esta nueva coyuntura política (Laclau, 2008a [2008]: 12). En ambas obras,
principalmente en la primera, está presente el interés del autor por retomar, enfatizar y
defender un objeto temático ya presente desde Política e Ideología en la Teoría
Marxista, a saber, el populismo. Este nuevo contexto político marca otra etapa del
diálogo entre Laclau y Žižek, en el que están presentes nuevas expresiones históricopolíticas en Latinoamérica, que comparten ciertos rasgos con los viejos populismos de
mediados del siglo
XX.
Al estar motivado por el resurgir de estas nuevas expresiones
populistas, la escritura de Laclau, por momentos, va a correr el riesgo de abandonar el
pretendido carácter alternativo de su propuesta de
DR
al confundirse con
argumentaciones familiares a los populismos de derecha.
En esta sección, revisaremos tres textos referidos a este potencial riesgo: La razón
populista y Debates y combates por parte de Laclau y, por otro lado, “Contra la
tentación populista” de Žižek. Este artículo, así como Debates y combates, constituyen
una discusión en torno a la propuesta presente en La razón. Es por ello que
analizaremos este libro por separado y, adicionalmente, a los dos últimos escritos de
manera conjunta. De los tres subapartados que a continuación expondremos, los dos
primeros refieren a La razón, y el último a los escritos restantes.
82
a. Distanciamiento de la perspectiva lefortiana.
En La razón existen dos pasajes que sugieren la posibilidad de un abandono por parte de
Laclau de su proyecto de
DR
basado en ningún tipo de fijación. Aquí, nos referiremos a
la reinscripción de dicho proyecto en un punto de vista cesarista que guarda un
parentesco cercano con el fascismo (otra forma de fijación). En el apartado siguiente,
llegaremos a conclusiones similares a partir de otro fragmento de la obra del autor.
En uno de los pasajes de dicha obra, Laclau, de un modo novedoso, hace explícito
su distanciamiento respecto a las ideas de un autor que, hasta entonces, había sido una
especie de aliado a la hora de defender un proyecto democrático socialista que no sea,
en última instancia, pluralista liberal. Nos estamos refiriendo a Claude Lefort. Si bien en
este mismo pasaje Laclau reconoce la “deuda intelectual” que en ciertos aspectos la
TH
mantiene con la obra de Lefort, lo que predomina en este momento es un alejamiento.
Las afinidades entre ambos autores habían sido posibles por sus similares perspectivas
de la “revolución democrática”. Tanto Laclau como Lefort ven en esta revolución un
referente histórico que tematiza, a nivel teórico y ético-político, una concepción
democrática no basada en fundamentos o certezas apriorísticas. Pero ahora, motivado
por la reelaboración de su enfoque sobre el populismo, Laclau ve en la perspectiva de
Lefort un riesgo pluralista liberal. En otras palabras, según Laclau, “Lefort sólo percibe
la cuestión de la democracia como ligada al marco simbólico liberal, identificando
implícitamente la democracia con la democracia liberal” (Ibíd.: 211). La descripción
lefortiana de la democracia como el marco simbólico que permite el vaciamiento del
lugar del poder corre el riesgo, según Laclau, de sucumbir ante la fragmentación y la
dispersión individualista del liberalismo. Para este úlitmo, la “vacuidad” debe ser
entendida de otra manera, es decir, en términos de significantes tendencialmente vacíos
a través de los cuales se hace posible la unificación de las identidades mediante la
elevación hegemónica de una de ellas (Ibíd.: 210).
Desde ese punto de vista, la propuesta lefortiana, ubicaría al populismo como uno
de los modos totalitarios de llenado de esa vacuidad, en la medida que procura, desde el
vértice social (los dictados del líder populista), la unidad sin fisura de la sociedad (Ibíd.:
209). Pero, para Laclau, esta atribución totalitaria al populismo, no es necesaria. Según
83
este autor, el autoritarismo no sería un rasgo esencial del populismo en tanto que este
supone irrupciones y cambios “profundamente democráticos” (Ibíd.).
Con los cambios de énfasis y abandonos de la reelaboración laclauiana de la
noción de populismo, podríamos preguntarnos si realmente este autor abandona la
perspectiva “revolucionaria democrática” que, hasta entonces, permitía las afinidades
entre él y Lefort y, a través de esto, si Laclau reinscribe su obra en otro tipo de fijación.
Si la “revolución democrática” como régimen político-histórico, coindice con una
perspectiva en la que se hace posible la crítica sin que ella esté asentada en “indicadores
de certeza” o fundamentos apriorísticos, ¿el alejamiento de Laclau respecto a Lefort no
implica (a pesar de los temores del primero), el llenado sustancialista de ese lugar vacío
y, como tal, la reinscripción de su enfoque en otro modo de fijación de la crisis? Todo
parecería indicar que, al menos en este pasaje de su obra, Laclau se acerca demasiado a
la tradición cesarista-conservadora en la cual pondera la figura del líder carismático.
b. Interpretaciones de la sinonimia entre lo político y el populismo
En pos de explicar este otro tipo de reinscripción, es necesario comenzar con la
descripción que del problema de la oscilación bidimensional que en La razón se
produce. Como hemos visto, el problema de la oscilación remite más bien a otro tipo de
riesgo diferente al que ahora estamos buscando, referido al desdibujamiento
nihilista/cinista visto en el anterior capítulo. No obstante, es necesario adentrarnos
nuevamente en esa problemática, para distinguir
una posible reinscripción
fascista/conservadora, en la obra de Laclau.
Existe un rasgo de La razón que es inevitable tener en cuenta en su análisis, a
saber, la constante oscilación de la noción de populismo entre diferentes registros, a lo
largo de la obra. Si antes este tipo de oscilaciones ya estaban presente, hecho que había
habilitado la crítica de Žižek, ahora ese movimiento pendular se acentúa. En adición a
estas oscilaciones, existe un pasaje en la obra que se opone a la inscripción del
populismo en un registro ontológico (acción que generaba las oscilaciones), el cual
consiste en una diferente interpretación de la “sinonimia” entre el populismo y lo
político. Es esta segunda interpretación la que principalmente nos interesa aquí, ya que
84
expresaría otras de las repercusiones de las críticas de Žižek. No obstante, este efecto en
la obra de Laclau podría correr el riesgo de una reinscripción de su enfoque en una
tradición de la democracia fuertemente sustancialista que no necesariamente se opondría
a la Filosofía de la Historia. Por lo demás, nuestra interpretación acerca del manejo
pendular del populismo a través de diferentes registros que se encuentra en esta obra (el
cual no repara en el problema de las aporías o contradicciones lógicas señaladas por
Žižek), se debe a los propios efectos de la incorporación de la diferencia ontológica, la
cual le permite a Laclau exponer sus intuiciones de una manera libre, en un periodo ya
de ruptura definitiva de las afinidades con Žižek. Prosigamos, entonces, con la
explicación de las diferentes interpretaciones respecto a la “sinonimia” populismo-lo
político.
En La razón la noción de populismo ocupa prácticamente el mismo lugar que la
categoría de hegemonía en Hegemonía. Al ocupar tal ubicación, está sujeta a muchas de
las oscilaciones similares a las observadas en la noción de hegemonía. Como en
Hegemonía, donde se había realizado una genealogía de hegemonía, en la obra en
cuestión, Laclau realiza una genealogía de la noción de populismo insertándose en los
principales estudios realizados sobre la problemática de las masas. Así como en la obra
de mediados de los ´80, se había rastreado dentro del marxismo el progresivo avance de
los puntos de vista que ponderaban el “voluntarismo” y la lucha política hegemónica, en
la obra en cuestión, de lo que se trata es de visualizar los progresivos avances de los
estudios que ponderaban los factores sociales o ambientales a la hora de explicar el
comportamiento de las masas, en detrimento de las explicaciones biologicistas o
anatomistas. Curiosamente, también la época estudiada por ambas obras es la misma, a
saber, las últimas décadas del siglo
XIX
y las primeras del siglo
XX
(Ibíd.: 59). La
genealogía de la crisis que se realiza en ambos campos de estudio, tiene como su cénit a
dos grandes pensadores ocupando un lugar equivalente: Gramsci y Freud. Es por ello
que Laclau ve una analogía entre la lógica de la equivalencia que caracteriza la noción
de hegemonía gramsciana, y la noción de “identificación” entre los miembros de los
grupos sociales, de Freud (Ibíd.: 84). Pero si no fueran suficientes los elementos para
observar estas similitudes entre ambas obras, cabe mencionar que el autor utiliza las
mismas estrategias para realizar esta genealogía. Por un lado, como entonces, también
85
habla de un “grado cero” de la crisis en el que se comienza a atisbar la deconstrucción
del esencialismo biologicista o anatomista (Ibíd.: 47). Por otro lado, la nociones que
explican la categoría de populismo, así como aquellas referidas a la de hegemonía,
experimentaron un camino en el que fueron comprendidas como un fenómeno
“transitorio”, “periférico” o “contingente”, hasta llegar a entenderse como lógicas
constitutivas de la estructuración de lo social (Ibíd.: 10 y 33).
Dado que la noción de populismo ocupa el mismo comportamiento que antes
había ocupado la de hegemonía, no resulta extraño que aquella experimente las mismas
oscilaciones que ésta. En La razón, una de las formas en las que se expresa la noción de
populismo es en el de la preponderancia de una lógica específica, que lo ubica en un
lugar particular dentro de una gradación o continuum determinado por la interacción
entre las lógicas de la diferencia y la equivalencia. De esta manera, el populismo sería
una determinada articulación dentro de un “espacio de variación” constituido por la
interacción de dichas lógicas (Ibíd.: 155). En otras palabras, se trataría de una de las
diferentes formas de constituir discursos políticos, caracterizada por la primacía o
preponderancia de la lógica de la equivalencia (Ibíd.: 97). Es en este sentido que Laclau
afirma: “hay otras lógicas que operan dentro de lo social y que hacen posible tipos de
identidades diferentes a la populista” (Ibíd.: 98). Permitámonos transcribir un pasaje en
que aparecen claras estas ideas:
Por lo tanto, tenemos dos formas de construcción de lo social: o bien mediante la
afirmación de la particularidad –en nuestro caso, un particularismo de las demandas-,
cuyos únicos lazos con otras particularidades son de una naturaleza diferencial (como
hemos visto: sin términos positivos, solo diferencias), o bien mediante una claudicación
parcial de la particularidad, destacando lo que todas las particularidades tienen,
equivalentemente, en común. La segunda manera de construcción de lo social implica el
trazado de una frontera antagónica; la primera, no. A la primera manera de construcción
de lo social la hemos denominado lógica de la diferencia, y a la segunda, lógica de la
equivalencia (Ibíd.: 103-104).
Hasta aquí, no existiría ninguna dificultad en torno a la noción de populismo. Éste sería
una expresión particular de la interacción de dos lógicas igualmente constitutivas de lo
político (diferencia y equivalencia). Es por ello que podría afirmarse que lo político
tiene como rasgos elementales a esas dos lógicas y, adicionalmente, que muchas
86
expresiones políticas, ya sean institucionalistas, populistas, etc., son igualmente
políticas.
No obstante, en su esfuerzo por proponer un entendimiento del populismo como
una expresión política con su propia consistencia, que no sea tomada como un “exceso”
o un fenómeno meramente contingente a las verdaderas fuerzas que caracterizan la
política, Laclau añade al análisis del populismo como una forma política particular,
afirmaciones referidas al populismo como forma “tout court” de la política, o que
caracteriza la “esencia misma” o “naturaleza misma” de lo político (Ibíd.: 10, 128 y
220). En este sentido, el autor escribe: “La operación política por excelencia va a ser
siempre la construcción de un ´pueblo´” (Ibíd.: 192). ¿A qué se refiere Laclau con esta
afirmaciones?, ¿De qué maneras debemos entender esta “sinonimia” entre el populismo
y lo político? Es aquí donde se abren dos posibles interpretaciones, ambas presentes en
la obra en análisis.
Así como hegemonía, populismo es entendido bajo un movimiento pendular entre
ser una expresión específica de la política, y ser una ontología de lo social. En La razón,
la exposición acerca de las características principales del populismo (construcción de un
sujeto global que reúna una pluralidad de demandas a través de significantes
tendencialmente vacíos, dicotomización del campo político y creación de una frontera
antagónica interna), imperceptiblemente modula hacia un registro ontológico. La misma
noción de hegemonía experimenta, incluso en La razón, tales oscilaciones; y esto es
debido a que ambas son entendidas de un modo similar: la preponderancia de la lógica
de la equivalencia en la estructuración de lo social y la existencia de un exterior
constitutivo (Ibíd.: 143). Es así como el privilegio de la equivalencia pertenece a la
especificidad del populismo o de la hegemonía y, al mismo tiempo, a una “formalidad
primera” bajo la cual pueden ser entendidos diferentes discursos políticos (Barros, 2006:
67-68). Es por ello que Laclau habla de diferentes “totalidades”, por ejemplo, una
“totalidad institucionalista”, una “totalidad populista”, etc. (Laclau, 2005 [2005]: 107).
En otros pasajes, el autor afirma que el populismo es una “lógica que organiza cualquier
contenido social”, o “una dimensión que atraviesa las diferencias ideológicas y sociales”
(Ibíd.: 20 y 29). Esto implicaría, por ejemplo, que bajo un orden institucionalista, donde
87
predomina la lógica de la diferencia, habría de fondo una estructuración hegemónica en
términos estrictamente políticos.
Esta interpretación de la sinonimia entre lo político y populismo/hegemonía, está
ampliamente extendida entre diferentes pensadores. Como hemos observado en el
“Prólogo a la segunda edición” de Hegemonía, Laclau y Mouffe hablan de que los
rasgos de la hegemonía pasan a “radicalizarse” constituyendo una “ontología de lo
social”. Como hemos expuesto a lo largo de este trabajo, esta “radicalización”
constituye un objetivo obligado de la crítica a la Filosofía de la Historia elaborada por
Laclau. De otra manera, tanto la hegemonía como el populismo, no podrían ser tomados
como constitutivos de lo político y serían entendidos como un epifenómeno o una
expresión contingente y transitoria de una ontología positiva, realista, o de una
trascendentalidad, que gobernaría centralmente los procesos políticos. También, y como
hemos expuesto, en El Espinos Sujeto, Žižek critica a Laclau en estos términos, es decir,
por la ambigüedad que se crea en la oscilación entre los dos registros de la hegemonía.
Además, cabe agregar que esta interpretación de la sinonimia está extendida entre
diversos autores dedicados a hacer operativa la
TH
para el análisis empírico.20 La
inscripción de las lógicas que caracterizan al populismo, en un nivel ontológico, tiene
muchas propiedades o “ventajas formales”, ya que permite visualizar esos rasgos en
diferentes discursos entre los cuales el populismo sería uno de ellos (Barros, 2006: 6768).
Como se podrá ir apreciando, esta oscilación, pese a sus ventajas, no se realiza sin
dificultades. En primer lugar, el populismo (o la hegemonía), se vuelve “ubicuo”
perdiendo diferencialidad; frente a lo cual, se hace necesario añadirle rasgos específicos.
En segundo lugar, sostener que la hegemonía/populismo es también una ontología,
remite a “normalizar” los efectos políticos que esas propuestas contienen. En tanto
“ontología”, la hegemonía/populismo pasa a ser una descripción conceptual de los
rasgos centrales de lo político, con lo cual tiende a perderse su carácter disruptivo,
excepcional y, en última instancia, político. En tercer lugar, como ya lo hemos visto a
través de Žižek, este movimiento pendular puede ser leído en términos de una
“ambigüedad” o, más aún, en términos de una “contradicción lógica” o
20
Por ejemplo, véase: Barros, 2006; Groppo, 2009; Thomassen 2005.
88
“autocontradicción
performativa”.
Tanto
la
pérdida
de
especificidad
del
populismo/hegemonía al “redescribir” todos los procesos políticos en términos de sus
características centrales, como el costo de “normalización” pagado por aspirar a una
teoría capaz de fundamentar análisis empíricos, así también como la “ambigüedad” o
“contradicción lógica” resultante del movimiento pendular, colaboran con la
despolitización de la propuesta de Laclau; la cual es asociada por Žižek con una cierta
complicidad de la teoría de aquel autor con el liberalismo-capitalismo. Es a partir de
estas dificultades que, como hemos analizado, Laclau incorpora la diferencia entre lo
óntico y lo ontológico, ya expuesta más arriba.
La otra interpretación de la sinonimia es en cierto sentido novedosa en la obra de
Laclau, en la medida en que hace explícita la posición del autor respecto a que, tanto la
hegemonía como el populismo, son las únicas expresiones de lo político, mientras que
las otras formas implican la muerte de lo político. A esta interpretación, la hemos
entendido como la cuarta repercusión de las críticas de Žižek, observables en La Razón.
Las críticas de ésta alternativa, consiste en evitar la “formalidad” o “normalización”
ganada al inscribir a la hegemonía/populismo en el registro ontológico. Esta
interpretación surge de un párrafo singular en La Razón. Aunque extenso, consideramos
pertinente transcribirlo:
¿Significa esto que lo político se ha convertido en sinónimo de populismo? Sí, en el
sentido en el cual concebimos esta última noción. Al ser la construcción del pueblo el
acto político par excellance –como oposición a la administración pura dentro de un marco
institucional estable-, los requerimientos sine que non de lo político son la constitución de
fronteras antagónicas dentro de lo social y la convocatoria a nuevos sujetos de cambio
social, lo cual implica, como sabemos, la producción de significantes vacíos con el fin de
unificar en cadenas equivalenciales una multiplicidad de demandas heterogéneas. Pero
éstas constituyen también los rasgos definitorios del populismo. No existe ninguna
intervención política que no sea hasta cierto punto populista. Sin embargo, esto no
significa que todos los proyectos políticos sean igualmente populistas; eso depende de la
extensión de la cadena equivalencial que unifica las demandas sociales. En tipos de
discurso más institucionalizados (dominados por la lógica de la diferencia), esa cadena se
reduce al mínimo, mientras que su extensión será máxima en los discursos de ruptura que
tienden a dividir lo social en dos campos. Pero cierta clase de equivalencia (cierta
producción de un “pueblo”) es necesaria para que un discurso pueda ser considerado
político. En cualquier caso, lo que es importante destacar es que no estamos tratando con
dos tipos diferentes de política: sólo el segundo es político; el otro implica simplemente la
muerte de la política y su reabsorción por las formas sedimentadas de lo social. Esta
distinción coincide, en gran medida, con aquella propuesta pos Rancière entre pólice y le
peuple, que discutiremos en la conclusión (Laclau, 2005 [2005]: 195).
89
En este párrafo se encuentran las dos interpretaciones de la sinonimia que venimos
exponiendo. En un pasaje intermedio del presente párrafo (“Sin embargo, esto no
significa que todos los proyectos políticos sean igualmente populistas […] Pero cierta
clase de equivalencia [cierta producción de un “pueblo”] es necesaria para que un
discurso pueda ser considerado político”), Laclau expone la primera interpretación, a
saber, aquella que ubica a lo político en un nivel ontológico (general), dentro del cual
pueden expresarse diferentes formas en última instancia políticas. La primera y última
parte, consiste en la identificación total del populismo con lo político, pero no en el
sentido de una generalidad, sino de una “especificidad” de lo político, referido a una
instancia concreta y particular; opuesta a las formas institucionalistas de la política, que
implican “la muerte de lo político”. El nombre de Carl Schmitt resuena en esta
oposición. Las formas institucionalistas (liberales) de la política serían apolíticas y
pertenecerían al ámbito de la “normalidad” jurídica o, en todo caso, ética o económica.
Nótese que aquí estamos hablando de un tipo de “especificidad” diferente a la vista en
la primera interpretación, donde ella implicaba un caso particular de una generalidad
más abarcativa. Ahora, esta “especificidad” es singular, excepcional, no abarcada por la
generalidad, sino a la cual más bien irrumpe.
Como podremos apreciar, esta segunda interpretación es fuertemente crítica. Está
asociada a un momento de ruptura o, también, de institución de lo social. ¿Implica esta
interpretación de Laclau una reinscripción de su perspectiva del populismo en una
tradición que concibe la democracia en términos homogeneizadores donde ser permite
la exclusión de un sector de la sociedad en pos de lograr una igualdad “real”?
Consciente o no, parecería que Laclau adopta una posición similar a la teológicopolítica schmittiana y, al hacerlo, provee una fijación a la crisis abierta por el
liberalismo.
90
3. Las problemáticas del antagonismo y la oscilación: El populismo y el riesgo
“proto-fascista”
Impulsado por lo que para él constituyen “incoherencias” en La razón, Žižek escribe un
artículo titulado “Contra la tentación populista”. En este trabajo, realiza diferentes
críticas a aquella obra de Laclau, muchas de las cuales podrían alinearse con alguno de
los señalamientos antes vistos en los capítulos anteriores. No obstante, entre esas
críticas existe una que merece ser expuesta, a saber, la acusación de que existe un cierto
parecido de familia entre el populismo y el fascismo.
Como hemos explicado, en La razón la oscilación del populismo entre, por un
lado, ser una lógica específica que describe a un grupo de fenómenos políticos y, por
otro lado, ser una formalidad política cuyos rasgos se vuelven sinónimo de todos los
procesos políticos, se torna claramente remarcada. Una de las consecuencias de esto no
sólo consiste en el desdibujamiento de los contornos del populismo como lógica
específica y útil para el análisis político, sino también en el riesgo de toda la propuesta
de Laclau de abandonar la “dimensión interna” del antagonismo ganada a partir de
Nuevas reflexiones. A partir de esta obra, Laclau había elaborado un desdoblamiento
tácito de la noción de antagonismo, en la que el populismo parecía ser ya una
inscripción discursiva del antagonismo, es decir, una respuesta específica, alternativa, a
la dislocación y a la exterioridad constitutiva, consistente en una dicotomización del
campo político (Critchley y Marchart, 2008: 20). Ahora, con La razón, la oscilación
remarcada del populismo hacia un registro que lo vuelve sinónimo de la política (a pesar
de que en dicha obra Laclau sigue explicando la dimensión interna del antagonismo a
través de la noción de heterogeneidad social), ubica a Laclau en una situación de riesgo
consistente en que todo su enfoque se resuelva por la “dimensión externa”. Ante esto, la
crítica de Žižek parece retomar el señalamiento realizado en “Más allá del análisis del
discurso” realizado casi veinte años antes. No obstante, ahora los mismos argumentos
son utilizados para señalar otro riesgo, a saber, el deslizamiento “proto-fascista” en la
obra de Laclau. Si en ese entonces la misma crítica (mitigada) había consistido en que el
peso del estructuralismo en Hegemonía podía conducir a un posible déficit
emancipatorio o falta de radicalidad de la propuesta de Laclau (nihilismo o cinismo),
91
ahora las implicanciones políticas son, para Žižek, las de ciertas similitudes entre el
populismo laclauiano y el fascismo (Žižek, 2006: 556).
Casi exactamente dos décadas atrás, Žižek había sostenido que la frontera
antagónica de Laclau (por la cual se identifica un enemigo), es la “proyección” o
“externalización” de la falta constitutiva de la identidad propia. El enemigo es una
invención propia en pos de “evadir el bloqueo constitutivo e intrínseco de las misma
identidad” (Žižek, 1993 [1990]: 260). De manera similar, ahora Žižek habla de que el
populismo, ya sea que éste encarne en contenidos ónticos “reaccionarios-populistas” o
“progresivo-nacionalistas”, construye siempre una enemigo “externalizado o reificado
en una entidad ontológica positiva […] cuya aniquilación restauraría el equilibrio y la
justicia (Žižek, 2006: 555). Es por esto que el populismo ocluye o “naturaliza”, a través
de una estructura funcional entre amigo y enemigo, la verdadera falta constitutiva de ese
marco simbólico; a la cual sí apunta, según el autor, la genuina lucha comunista (Ibíd.:
555-556). Así, para Žižek, está en la “esencia” misma del populismo postular la fantasía
de una “sociedad reconciliada consigo misma” o una “identidad sustancial de un
pueblo”; la cual se anularía a través de la eliminación del enemigo (Ibíd.).
Entonces, para Žižek el populismo consiste en un cierre esencialista de la
identidad. Adicionalmente, es esta característica la que pasa a ser preponderante a partir
de La razón, con la implicación de que la dimensión interna o radical del antagonismo
corra el riesgo de abandonarse.
En Debates y combates, Laclau dedica un capítulo a responder a las críticas de
Žižek antes mencionadas. En pos de respetar el derecho a réplica de Laclau,
procederemos a exponer sus respuestas. Estas son básicamente tres, pero sólo una
parecería ser la más prometedora; esto es, aquella que señala que el populismo es un
fenómeno complejo que no necesariamente tiene que ser reducido a fenómenos
fuertemente estatalistas o dictatoriales. Comencemos, entonces, con aquellas respuestas
que presentan ciertas dificultades.
En primer lugar, la respuesta que parecería ser menos prometedora, consiste en
interpretar el concepto de “reificación” de Žižek desde un punto de vista estrictamente
marxista, a modo de ubicarlo en una posición que sea el blanco de una crítica
antiesencialista de la ideología. Así, para Laclau, la operación de reificación tal como la
92
utiliza Žižek, supone la de “distorsión” o “mediación” ideológica que, asimismo
conlleva un sustrato de conflictividad “real”, apriorístico, del cual el proletariado debe
adquirir consciencia (Laclau, 2008a [2008]: 18-19). Según el autor, no hay un sustrato
de antagonismo que pueda ser no mediado por una operación discursiva; en rigor, esto
no sería antagonismo.
Parecería ser que la interpretación de Laclau del concepto de “reificación” es de
alguna manera forzada. En la concepción de Žižek acerca del antagonismo, éste es más
bien el núcleo traumático, lo “real lacaniano” que se evade generando una respuesta
simbólica. De tal manera, esta concepción de lo “real” no es la que Laclau le atribuye a
Žižek, referida a un sustrato positivo, material o, en todo caso, trascendental. En este
punto, que debemos reconocer el carácter deficitario de la respuesta de Laclau.
En segundo lugar, Laclau sostiene que la lógica del populismo es más bien similar
a la lógica del objet petit a lacaniano. Es decir, no niega que la lógica del populismo
caracterice toda la política, sino que afirma que esa noción, más que implicar un cierre
esencialista (a decir de Žižek), es precisamente la lógica que expresa la imposibilidad de
cierre de toda identidad. El juego de subversiones entre lo particular y lo universal se
produce, según Laclau, ante la imposibilidad de cierre de lo social; es decir, ante la
presencia constitutiva de una brecha o exterioridad radical (Ibíd.: 19-21). Así, la lógica
populista en la que una parte de la sociedad (plebs) encarna la totalidad (populus),
consiste en la misma lógica que, como formalidad primera, caracteriza a todos los
fenómenos políticos.
Pese a que el señalamiento de Žižek acerca del riesgo “proto-fascista” en La razón
populista, parecería estar insuficientemente justificado, esta respuesta de Laclau
tampoco sería lo suficientemente satisfactoria. Al intentar resguardar el carácter interno
y radical del antagonismo y, adicionalmente, asociarlo a la lógica del populismo, Laclau
ahora estaría corriendo un riesgo opuesto al señalado por Žižek, a saber, totalizar su
perspectiva desde la lógica interna del antagonismo, olvidándose de la “dimensión
externa” de aquél, la cual permitía definir la especificidad del populismo.
Finalmente, debemos exponer la respuesta que parece ser más promisoria por
parte de Laclau, en tanto que ella mantiene cierta coherencia con la defensa de su
propuesta inicial acerca de una posición democrático-radical que no incurra en un punto
93
de fijación estatalista (ni en el nihilismo-cinismo). Como una de sus primeras respuestas
a Žižek, Laclua sostiene que en la crítica de aquél, existe una cierta ambigüedad debido
a que, por un lado, el populismo se entiende como un “género” de distintas “especies”
populistas (cartismo, fascismo, etc.) (Ibíd.: 18). No obstante, por otro lado, este género
es definido con los rasgos de una de sus especies, es decir, con el fascimo o “protofascismo”, excluyéndose subrepticiamente los rasgos de otras formas populistas, como
el cartismo inglés (Ibíd.). Para nosotros, esta crítica no sólo significa una mera
imposibilidad lógica, sino que expresa la plausibilidad que reclama Laclau de entender
al populismo como un fenómenos complejo que no necesariamente tiene que reducirse a
la dimensión estatalista, “proto-fascista” o dictatorial. Estas características más bien son
rasgos de los movimientos nacional-socialistas. Así, la genericidad del populismo
consistiría en la dicotomización de lo político a través de la formación de fronteras
equivalenciales, rasgos que no necesariamente tienen que declinar en formas fascistas,
sino que pueden expresarse en movimientos fuertemente democráticos al nivel de la
sociedad civil, que no incurran en un fortalecimiento extremo del aparato estatal.
4. Otro modo de solucionar la oscilación entre dimensiones: Iluminar la historia
desde la especificidad del presente
Para explicar esta nueva reinscripción, es necesario que volvamos a la crítica de Žižek
acerca de la imposibilidad lógica en que cae la
TH
al oscilar entre una dimensión
ontológica (que redescribe toda la historia con los rasgos de la hegemonía) y una
dimensión ético-política (DR). Hemos dicho que la diferencia ontológica surge en
Contingencia, en buena medida como respuesta por parte de Laclau hacia dicha crítica.
No obstante, pese al intento de este último de no incurrir en dicha obra, tanto en el
trascendentalismo como en el historicismo, en algunos pasajes de sus otras obras, parece
postular un continuum metahistórico desde el cual entender la especificidad de la
hegemonía. No queda claro si este recurso es de índole kantiana o hegeliana, lo cierto es
que éste implica una estructura metahistórica que, oculta o silenciada, está presente a lo
largo de toda la historia como una condición estructural o trascendental desde la cual ver
la especificidad donde surge la hegemonía.
94
Volvamos una vez más a Contingencia. En un sentido lógico y tradicional, todo
proyecto emancipatorio debe basarse en un esquema de fundamento, es decir, debe
postular una estructura trascendental o metahistórica dentro de la cual inscribir el
periodo de dominación (alienación, crisis, enfermedad, etc.); el cual sería tomado más o
menos como un “accidente” (Moreiras, 2006: 142). En otras palabras, si la T. de la
Hegemonía pretende ponderar o salvaguardar su dimensión ético-política emancipatoria,
debe recurrir a alguna forma de trascendentalismo. No obstante, la
TH
también
experimenta un proceso de ontologización por el cual los rasgos de la hegemonía (como
lógica antiesencialista) pasan a redescribir toda la historia en términos de una apelación
a lo concreto y lo contingente. Es decir, si la
TH
pretende resguardar su dimensión
teórica o, en última instancia, “ontológica”, debe renunciar a su pretendida propuesta
ético-política. Pero esto tampoco puede hacerlo por la motivación ético-política que
desde un principio atraviesa a la obra de Laclau. De esta manera, dicho autor debe ser
capaz de marcar la diferencia específica del periodo de crisis, sin recurrir a un punto de
vista trascendental, pero tampoco (desde el momento en que necesita marcar esos límites
específicos) sin incurrir en una “ontología historicista radical”; o, en todo caso,
mitigando los efectos del empleo de esta última.21
Como hemos adelantado, en muchos escritos de su obra, el autor recurre a un
recurso que corre paralelo con la solución de la diferencia ontológica heideggeriana, y
que guarda un parecido de familia con una aproximación kantiana. Llamaremos a esta
21
De manera sugerente, Dotti explica la situación paradojal en la que incurre la T. de la Hegemonía al
aspirar a una “ontologización” de su propuesta (situación que conlleva, a su vez, la dificultad de sostener
su reclamo ético-político), de la siguiente manera: “Si […] la única verdad ontológica es la expuesta por el
decontruccionismo, entonces toda sociedad es pluralista y democrática, aún las que se legitiman mediante
equívocas formulaciones sustancialistas. Sólo que, de ser así, el precio a pagar por alcanzar validez teórica
sería muy caro: si ninguna forma de convivencia puede desmentir la dislocación estructural que la
constituye como sociedad, ni escapar a la politicidad antagónica que de ello se sigue, entonces el
deconstruccionismo tendría, quizá, dificultades para enunciar la especificidad de su objeto temático, y,
sobre todo, para reivindicar la prioridad discursiva de la política sobre la economía, pues ninguna
situación existencial infringiría la regularidad de la postestrucutra” (Dotti, 2004: 515). Aquí, el autor hace
referencia a la teoría de Lalcau y Mouffe en términos de “deconstruccionismo”. Ante este panorama, Dotti
imagina dos posibles soluciones al dilema, la primera de las cuales parecería guardar una cierta similitud
con la “solución histórica” laclauiana. En primer lugar, si la dislocación es una verdad ontológica y, a su
vez, quiere preservar su capacidad crítica, todas las teorías sustancialistas, pasadas o contemporáneas, son
cierres ideológicos errados (y, por lo tanto, totalitarios) de esa ontología. En segundo lugar, existiría una
pluralidad de ontologías, cada cual ha nacido y es operativa en una época, siendo la ontología
deconstruccionista solo una de ellas. Desde este segundo punto de vista, la ontología de la dislocación no
es cabalmente una ontología, en tanto solo existe una pluralidad de ellas, aunque es pensable y operativa
en la época contemporánea (Ibíd.).
95
solución, de un modo aproximativo, “recurso histórico” (de índole kantiano). Hemos
afirmado que este recurso histórico es observable en otras obras de Laclau y vuelve a
aparecer incluso en Contingencia, como una especie de resabio que emerge, no sin
generar ambigüedades respecto a la solución de la diferencia ontológica. El recurso
consiste en resguardar la especificidad o novedad del contexto histórico donde nace la
TH,
recurriendo a una inflexión similar al punto de vista kantiano, es decir, dicha teoría
vendría a ser una descripción de un momento histórico particular pero experimenta un
proceso de trascendentalización que pasa a redescribir todas las sociedades históricas.
No obstante, esta teoría pasaría a iluminar, alumbra, refractar o proyectar en las
restantes sociedades, los rasgos que ella misma describe, con el añadido que su novedad
descriptiva genera un efecto-político emancipatorio. Para Žižek, esta solución consiste
más bien en un recurso “pseudo-hegeliano” en el que las sociedades contemporáneas, a
través de una “evolución” histórica, expresan directamente los rasgos constitutivos de lo
político (Žižek, 2011c [2000]: 319; Palti, 2005: 114). En cualquier caso, lo cierto es que
en ambas interpretaciones se postula un fundamento histórico que, al no estar sujeto a
construcciones hegemónicas, entraría en conflicto con los mismos postulados de la T. de
la Hegemonía (Palti, 2005: 114 y 124).
Observemos como en el siguiente pasaje aparecen, conjuntamente, la solución de
la diferencia ontológica y el recurso histórico del que estamos hablando. Hemos
decidido subrayar la parte del pasaje en donde la postura de Laclau parece oscilar hacia
una variante historicista. Refiriéndose a Žižek, Laclau escribe:
…no acepto la distinción tajante que hace entre una analítica trascendental (bajo la cual –
no sin problemas- subsume la estructura existencial de la vida social en Heidegger), y la
descripción de una condición histórica definida. La “hegemonía” como marco teórico es
las dos cosas a la vez y, al mismo tiempo, ninguna de ellas. En un primer sentido, es la
descripción de ciertos procesos que son particularmente visibles en el mundo
contemporáneo. Si fuera solo eso, no obstante, se requeriría otro marco meta teórico que
permitiera describir ´hegemonía´ como la diferentia specifica de cierto género. Pero no
hay tal marco metateórico. Solo en las sociedades contemporáneas hay una
generalización de la forma hegemónica de la política, pero por esta razón podemos
interrogar el pasado y encontrar allí formas incoadas de los mismos procesos que hoy
son totalmente visibles, y, cuando esas formas no están presentes, entender porqué las
cosas eran diferentes. Inversamente, esas diferencias hacen más visible la especificidad
del presente. Hoy, por ejemplo, tenemos una categoría descriptiva de algunos procesos,
tal como ´distribución del ingreso´ -una categoría que no existía en el mundo antiguo-.
96
¿Tendría sentido, entonces, decir que en el mundo antiguo no se distribuía el ingreso?
Obviamente no (Laclau, 2011b [2000]: 202).
De manera similar, principalmente en lo referente a la segunda parte de este pasaje, en
Nuevas Reflexiones, el autor señala:
…toda historia que merezca este nombre y que no sea una mera crónica debe proceder
del modo en que hemos procedido –en términos de Foucault, la historia es una historia
del presente. Si hoy tengo la categoría de “distribución del ingreso”, por ejemplo, puedo
preguntarme acerca de la distribución del ingreso en la Antigüedad o la Edad Media,
incluso si esta categoría no existía en aquellos tiempos. Es interrogando el pasado desde
la perspectiva del presente como la historia se constituye. La reconstitución histórica es
imposible sin la interrogación del pasado. Esto significa que no hay un en sí de la historia,
sino refracciones múltiples de la misma, que depende de las tradiciones desde las cuales
la interrogación tiene lugar (Laclau, 1993 [1990]: 137).
Y, en “Atisbando el futuro”, Laclau escribe:
En cuanto a si la “hegemonía” es una categoría que pertenece a la teoría general de la
sociedad –es decir que funciona como una suerte de “a priori social”- o, por el contrario,
describe una articulación específicamente moderna de lo político, diré lo siguiente: toda
sociedad constituye su propia estructura “trascendental” a partir de una experiencia
particular que, a pesar de su particularidad, ilumina aspectos generales del
funcionamiento social que no pueden reducirse a la temporalidad de esa experiencia. [...]
(la hegemonía) solo podría haber surgido del terreno histórico de la modernidad, pero sus
proyecciones teóricas van mucho más allá de esos límites temporales (Laclau, 2008:
398).22
La separación temporal entre estas citas, demuestra que este tipo de argumento, aunque
de alguna manera secundario en el pensamiento de Laclau, sí es una referencia constante
en toda su obra. No obstante, la solución histórica-kantiana constituye una postura
22
Las mismas ambigüedades señaladas por Žižek, son detectadas por Howarth, quien, no obstante, las
resuelve de un modo historicista. Este autor intenta resguardar la “orientación normativa” de la Teoría de
la Hegemonía insertándola en la tradición histórica y política marxista o, por otro lado, aludiendo a pasajes
de la teoría (como los arriba citados), en los que se hace referencia a que la teoría sólo pudo ser pensada en
contextos como los actuales, en los que existe permanente cambio y dislocación (Howarth, 2008: 335336). En líneas subsiguientes, este autor añade: “En todos estos aspectos, entonces, la clara línea divisoria
entre descripción y explicación, por un lado, y evaluación normativa, crítica y justificación, por el otro,
queda desdibujada en los escritos de Laclau (y Mouffe). Sin embargo, es igualmente cierto que la lógica
de la hegemonía se ha generalizado como una herramienta de análisis universal –que funciona en el nivel
ontológico- y que por lo tanto puede aplicarse a la construcción de todas las formas de orden social. En
otras palabras, aunque el concepto laclauiano de hegemonía surge como un concepto estratégico destinado
a impulsar un proyecto particular de democracia radical, ha sido extendido a una teoría general de la
política” (Ibíd.: 336-337).
97
incompatible con la aproximación heideggeriana a la que Laclau recurre en
Contingencia, a la vez que es un recurso incompatible con los mismos postulados de la
TH.
Con este otro tipo de solución que supone una estructura metahistórica, se
reintroduce subrepticiamente una lógica que Laclau había intentado criticar a lo largo de
toda su obra, a saber, la Filosofía de la Historia. Hemos dicho que este recurso histórico
de Laclau es, por un lado, aproximadamente kantiano porque resuelve la ambigüedad en
un plano epistemológico, es decir, tiene la ventaja de asegurar, en un nivel ontológico
(aplicable a toda la historia), la postulación de la contingencia e historicidad radical, a la
vez que resguardar la especificidad (anclaje contextual y político) de la T. de la
Hegemonía, postulando que esos rasgos de la contingencia radical siempre existieron
pero sólo pudieron ser pensados en las sociedades contemporáneas (en condiciones de
posibilidad determinadas). Por otro lado, este recurso es interpretado por Žižek en
términos hegelianos. De esta manera, el autor escribe:
Lo que me parece problemático en esta solución es que respalda de modo implícito el
punto de vista evolucionista pseudo-hegeliano que evoqué críticamente […] En otras
palabras, la verdadera cuestión es: ¿cuál es el estatus exacto de esta “generalización de la
forma hegemónica de la política” en las sociedades contemporáneas? ¿Es en sí misma un
hecho contingente, el resultado de la lucha hegemónica, o es el resultado de alguna lógica
histórica subyacente que no está en sí misma determinada por la forma hegemónica de la
política? (Žižek, 2011c [2000]: 318).
Como hemos sostenido, en cualquiera de las dos interpretaciones (kanitana o hegeliana)
se postula una temporalidad homogénea donde inscribir los cambios epocales. Como
todo punto de vista en donde se acepta un continuum histórico, es posible que también
se postule una trascendentalidad al nivel del sujeto. Sea como fuere, es claro que este
recurso, que corre paralelo a la diferencia ontológica, se inscribe en una Filosofía de la
Historia.
5. Conclusiones
En este capítulo, procuramos observar las posibles reinscripciones de la crítica de
Laclau, en algunas de las versiones del bando de la crítica; como si la DR (la cual, desde
su punto de vista, se alimenta de la crisis) corriera el riesgo de disolverse en dicha crisis
98
y necesitara un punto de fijación no reconocido. Con este fin, hemos descrito,
básicamente, dos posibles riesgos de deslizamiento. Por un lado, aquellos que apunta a
sugerir que la
DR,
en la nueva coyuntura política de la primera década del siglo XX, se
acerca tácitamente a una posición de índole conservadora-estatalista. Por el otro lado,
hemos añadido un deslizamiento de la propuesta que, en diferentes ocasiones, Laclau
realiza hacia un recurso histórico que postula un continuum temporal trascendente.
Estamos en condiciones de afirmar que este segundo deslizamiento se produce de hecho;
no obstante, no existen lo elementos suficientes para afirmar que la propuesta caiga en
un populismo de derecha.
99
Conclusiones
Por sus propias declaraciones, la obra de Ernesto Laclau pretende ser una crítica
emancipatoria de las sociedades contemporáneas que no se deslice, por un lado, en el
marco tradicional de la crítica y, por el otro, en actitudes nihilistas o cinistas. A aquel
bando de la crítica que Laclau pretende evitar, le hemos añadido una tradición de
pensamiento conservadora, la cual comparte con la crítica clásica, el hecho de que
ambas procuran fijar la crisis para asegurar su resolución. Es de esta tradición
conservadora de donde nacen aquellas aproximaciones que intentan tematizar el
decisionismo, la excepcionalidad y la responsabilidad específicamente política. En su
estructura argumentativa se encuentra la postulación de un “punto de adscripción”
teológico político (ya sea que éste se exprese en las figuras del monarca absoluto o del
líder carismático) desde el cuál resolver la crisis. De ahí que esta tradición suela
defender el punto de vista de una estatalidad fuerte y de una democracia cesarista. Es así
que la TH y la DR deben ser capaces de mantener una alternativa intermedia entre los dos
bandos señalados. Desde el punto de vista de la crítica clásica, y también desde la
corriente de pensamiento conservadora, sólo puede existir una disyuntiva absoluta entre
los dos bandos, es decir, todo intento de una alternativa intermedia (“radicalmente”
emancipatoria en términos de Laclau) se verá inevitablemente deslizada hacia uno de los
dos bandos.
Coherentemente con la metodología empleada en esta investigación, procederemos
a plantear las conclusiones de tres maneras, a saber, una epocal, otra coyuntural (aquí
aunaremos la contextualización coyuntural con la intelectual), y una estrictamente
teórica:
a. Desde una perspectiva epocal, una conclusión se decanta de manera segura en este
trabajo. De una u otra manera, existen dos movimientos o tradiciones rivales que se
enfrentan bajo los términos de crisis y fijación de la crisis. De esta manera, la crisis del
Antiguo régimen vendría a tener su correlato en la crisis ideológica de finales del siglo
XIX
y principios del XX, periodo en el cual se produce la crisis del marxismo. A su vez,
en las últimas décadas del siglo
XX
se experimenta otro periodo crítico con el
100
debilitamiento de los regímenes fascistas y comunistas en el sur y el este de Europa y
América Latina. Esto explica porqué Laclau recupera elementos de todos esos periodos
de crisis. Hemos sostenido que él se inscribe en la tradición democrática de la
Revolución Francesa y, también, que su propuesta teórico-política presentada en
Hegemonía gira en torno a la categoría de hegemonía surgida en la crisis del marxismo.
Además, su trabajo se ve sobredeterminado por la reemergencia de esa tradición
democrática en un nuevo periodo de crisis ideológica a fines del siglo
XX.
Finalmente,
dentro del periodo 1789-1848, Laclau procura diferenciar su tradición de dos corrientes
político-filosóficas que, equivalentemente, intentan fijar la crisis, a saber, el jacobinismo
y el hegelianismo. De una u otra manera, Žižek intenta recuperar elementos de estos
referentes históricos, los cuales buscaban encausar o fijar la indeterminación abierta por
la Revolución Francesa.
No obstante, queda todavía una cuestión a plantear, referida a la verdadera
naturaleza de esta tradición de crisis en la que intenta inscribirse Laclau; o, en todo caso,
acerca de la factibilidad de la pretensión del autor acerca de que dicha tradición pueda
diferenciarse de la fragmentación y de la dispersión liberal. Como hemos informado, dar
una respuesta categórica a este problema no es el objetivo del presente trabajo. Pero sí
constituye nuestra meta planear la cuestión desde diferentes perspectivas; tarea a la que
ahora debemos volver.
Las revoluciones proletarias de 1848 constituyen un momento muy importante
para nuestro problema debido a que es en estos acontecimientos, y alrededor de esa
coyuntura política, donde quedan finalmente demarcados los elementos políticos que
dividirían el espectro ideológico hasta nuestros días, a saber, conservadurismo,
liberalismo y socialismo. Identificar estos elementos parecería ser un paso necesario
para plantear la verdadera disputa que, bajo esta contextualización, enfrentan Laclau y
Žižek; esto es, acerca del origen del elemento socialista antes de la coyuntura política de
1848. Según la lectura histórica de Laclau, el elemento proletario estaba presente en el
polo democrático-popular de la Revolución Francesa, del cual posteriormente se
escindirían las ideologías liberal y socialista. También sostiene que este elemento ni
siquiera estaba presente en el jacobinismo, porque ésta expresión política era más bien
contraria al movimiento democrático-popular. Por su parte, Žižek interpreta que el
101
elemento marxista ya estaba presente en la dictadura jacobina y en la Filosofía de la
Historia hegeliana. De hecho, el elemento será un desprendimiento del hegelianismo en
una disputa que, hacia 1848, enfrentaba a conservadores y hegelianos de izquierda. ¿Por
qué es tan importante determinar el “verdadero” “origen” del elemento marxista?
Debido a que, si ese elemento estaba presente en la tradición jacobina-hegeliana, y dado
que el conservadurismo y el socialismo comparten algunos elementos genealógicos en
común, la única posibilidad restante para la tradición rival de Laclau es moverse en un
terreno en última instancia liberal.
También, es necesario plantear la cuestión en lo referente al riesgo de la
reinscripción. Hemos descripto cómo la perspectiva de Žižek desempeña la misma
estructura lógica de la crítica tradicional: si una crítica o revolución es posible, necesita
fijarse en algún tipo de adscripción que asegure la resolución de la crisis; en caso
contrario, se caerá en el nihilismo/cinismo. Es decir, bajo los términos de nuestro trabajo,
Žižek estaría pensando en una disyuntiva crítica o nihilismo/cinismo. Lo que desprende
su aproximación teórica, es que la
DR
necesita, si quiere salvar su crítica, reinscribir su
propuesta en alguna forma de crítica -recurso filosófico-histórico laclauiano, “protofascismo” (en términos de Žižek)-. Es bajo esta misma estructura lógica que este autor
compara los acontecimientos de 1789 con los de 1989. Según su perspectiva, toda
revolución debe tener un punto de adscripción que fije o encause la crisis, si no lo tiene,
se incurre en la fragmentación, dispersión y atomización liberal. Esto fue lo que ocurrió
tras la caída del Muro de Berlín, a diferencia de la experiencia exitosa de la Revolución
Francesa, en la que esa fijación se produjo gracias al jacobinismo.
b. El problema que aquí se plantea, puede desplegarse en términos temporales. El bando
del nihilismo/cinismo puede articularse temporalmente con la década de los años 90, y el
bando de la reinscripción de la crítica puede identificarse con la primera década del
siglo
XX.
Esta última articulación no es exhaustiva debido a que, como hemos visto, la
reinscripción laclauiana en la Filosofía de la Historia atraviesa las distintas coyunturas.
No obstante, el despliegue temporal puede sernos útil analíticamente. Adicionalmente,
dejaremos sin cuestionar lo ocurrido durante la década de los 80, debido a que éste fue
un periodo en donde muchos intelectuales provenientes de la izquierda creían altamente
102
factible el establecimiento de un proyecto democrático verdaderamente socialista. Esto
explica las afinidades electivas que durante ese periodo se dieron entre muchos
intelectuales, entre ellos Laclau y Žižek. De esta manera, podríamos formular la
siguiente relación: en la medida que la escritura de Laclau se ve más dependiente de la
coyuntura, es decir, se ve más influida por las tendencias intelectuales y políticas del
momento, se vuelve más probable la existencia de los deslizamientos señalados a lo
largo de este trabajo. Entonces, de lo que se trataría si la propuesta de Laclau pretende
ser una crítica en tiempos de crisis de la crítica, es que ella pudiese ser sostenida a lo
largo del tiempo sin deslizarse en las distintas coyunturas intelectuales y políticas.
Hemos visto de qué maneras el autor intenta defender su tradición democrática a lo largo
del tiempo. Durante la década de los años 90, periodo en donde existe una especie de
corrimiento de todo el espectro ideológico hacia la derecha y una expansión del
imaginario liberal (lo que explica, por ejemplo, el desplazamiento ideológico del Partido
Laborista inglés hacia posiciones democrático-liberales cuyas políticas no trascendían el
horizonte de las reformas institucionales neoliberales realizadas años antes), Laclau
necesita diferenciarse de aquellos teóricos “posmodernistas” que anunciaba el “fin de la
ideología”, así también como de aquellos de la “tercera vía”. De manera similar, durante
la primera década del siglo XX, caracterizada por el ascenso de algunos gobiernos
latinoamericanos, en mayor o menor medida populistas, y la expansión en Europa de
movimientos políticos conservadores, Laclau procura diferenciarse del perfil
conservador, cesarista y estatalista presumiblemente presente en el populismo.
c. Tampoco a un nivel teórico interno de las variaciones categoriales y nocionales de la
obra de Laclau, pretendemos dar una respuesta concluyente a si realmente se producen
los desplazamientos conjeturados. Pero esto no es óbice para pronunciarnos sobre
algunos deslizamientos particulares de los cuales tenemos certeza de que se han
producido. Aquí mencionaremos dos, uno en lo referente al riesgo nihilista/cinista, y
otro referido a la reinscripción en la crítica. Con respecto a lo primero, hemos
aproximado algunos elementos en relación a la insuficiencia del giro lacanaino en
Laclau. Por ejemplo, hemos mencionado que para muchos autores este giro no se
produce realmente, y que las nociones de sujeto y antagonismo se siguen moviendo en el
103
marco estructuralista que el autor había procurado corregir. Siendo aún más precisos,
existirían algunos elementos para afirmar que el sujeto laclauiano sigue estando
parcialmente dislocado, frente a lo cual necesita embarcarse en procesos de
identificación que suturen esa distancia. Esto contrastaría con la propuesta de Žižek de
una radical desidentificación del sujeto respecto a la estructura. De hecho, en varios
pasajes de este trabajo, hemos descrito el carácter deficitario que para Žižek tiene ese
cambio de énfasis lacaniano en Laclau. Lo que hemos denominado como ruptura de las
afinidades electivas explica esta posición del autor esloveno. No obstante, a pesar de
todos estos elementos, en términos generales, no estamos en condiciones de afirmar el
desdibujamiento de la
DR
en el nihilismo/cinismo. Sólo existe un deslizamiento del que
tenemos certeza, el cual está referido al intento de recuperación, más bien retórico, que
Laclau realiza de algunos contenidos semánticos de la noción clásica de ideología.
Como hemos explicado, durante la década de los 90, este autor, siguiendo su
reelaboración lacaniana, había intentado retomar algunos elementos de la noción
tradicional de ideología, no obstante, la crítica a la crítica de la ideología sigue estando
intacta. La ideología ahora pasa a ser una categoría teórica correspondiente a la noción
de equivalencia o de la lógica del objet petit a lacaniano. No pretendemos cuestionar
aquí esta relación que hace el autor entre tales conceptos, sino preguntarnos si la
elección de esa categoría en particular, y su redescripción, no implica un recurso
“retórico” (en el sentido estrecho del término), en pos de que la propuesta general no se
desdibuje en el nihilismo, en un periodo en el que estaban extendidos los discursos sobre
“el fin de la ideología”. Si esto es así, todo parecería indicar que la redescrpción
lacaniana, al menos en este caso, no conjura el déficit emancipatorio del que padecía la
DR.
Por el lado de los deslizamientos en la reinscripción, también hemos abordado
algunos elementos para sospechar de un posible desdibujamiento de la propuesta en un
populismo de derecha, en una época de resurgimiento de expresiones aproximadamente
populistas. Por ejemplo, en nuestro capítulo histórico, hemos mencionado una mínima
simpatía del autor, en esta nueva coyuntura política, con el rol del papel de un líder que
soporte los significantes vacíos. De manera sistemática, aquellas inflexiones
repercutieron en el último capítulo donde, para la misma época de escritura del autor,
104
había algunos acercamientos hacia una postura levemente conservadora-estatalista. No
obstante, en términos generales no estamos en condiciones de afirmar tales
reinscripciones. Si existe una, en particular, de la que tenemos certeza, ella refiere a otro
tipo de reinscripción. Nos estamos refiriendo al recurso histórico, que remite a una
Filosofía de la Historia, a la que Laclau apela en varias ocasiones a lo largo de su obra,
para salvar la especificidad de la hegemonía. Este otro deslizamiento parecería ser claro
e ir contra los propios postulados declarados de la DR.
Queda así abordada la problemática acerca de si la
DR
puede desempeñar la casi
imposible tarea de ser una crítica en tiempos de crisis de la idea misma de crítica. Como
hemos afirmado, no hemos pretendido dar una respuesta categórica a si Laclau logra
hacer (o no) lo que él pretende. Pero sí estamos en condiciones de pronunciar que el
mismo hecho de intentarlo, justifica y vuelve relevante toda su obra.
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