La economía ¿Qué puede suceder? La otra cara de Brasil América

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LATERCERA Domingo 13 de marzo de 2016
mando Michel Temer, que por cierto también está bajo sospecha. Probablemente se multiplicarían las
presiones para destituir también a
Temer. Por último, podría prolongarse la agonía de Dilma hasta los
siguientes comicios, en contra de lo
que piden la calle, los partidos, los
medios y muchas instituciones civiles importantes.
La otra cara de Brasil
Los países a veces salvan su honor
en los momentos de derrumbe moral. Le ocurrió a Italia cuando se desencadenó el proceso conocido
como “Mani Pulite” (Manos Limpias), liderado por el fiscal Antonio
Di Pietro, contra una trama de corrupción conocida como “tangentopoli”. Pues bien: en su hora de desamparo ético, a Brasil le ha surgido un conjunto de personas dentro
del sistema jurisdiccional que, en
contra de la tradición judicial de ese
país y de América Latina en general (con excepciones), están llevando a cabo un esfuerzo conmovedor
para exponer las vísceras del monstruo y cazarlo.
No sabemos adónde llevará todo
esto, pero sí sabemos que estos jueces y fiscales representan una forma
de institucionalidad que brilla por
su ausencia en otros órdenes de la
vida brasileña y que, sin proponérselo, operan de amortiguador social
en cierta forma. ¿Cuánto mayor sería la ira ciudadana contra los políticos y empresarios en cuestión si
pareciera que fiscales y jueces son
parte de la trama y no hay castigo?
FOTO: AFP
América Latina
está claro que el ocultamiento de
patrimonio tenga que ver solamente con aquellas propiedades de las
que se ha ocupado la Fiscalía de Paraná. En cualquier caso, esta última ha llegado a decir que Lula es
uno de los “principales beneficiarios” de la trama.
Dilma, hasta ahora, había salido
relativamente ilesa desde el punto
de vista penal de todo lo que está
ocurriendo. Pero una espada de
Damocles pendía –y pende- sobre
ella porque los investigadores sostienen que la trama ayudó a desviar
dinero hacia las campañas electorales de 2006 (Lula), 2010 (Dilma)
y 2014 (Dilma). Pero hay ahora un
nuevo hecho que añadir: un senador oficialista que se ha convertido en colaborador de la fiscalía general, Delcidio do Amaral, acaba de
sostener que tanto el ex presidente como la actual presidenta estaban al tanto de lo que sucedía.
Otros testimonios que no se conocen en público pero que en privado son materia de constante mención son los de allegados políticos
como Joao Santana, el asesor de
campaña de Dilma.
La economía
El telón de fondo social y económico de todo escándalo político importa mucho. Cuando el “mensalao” parecía en condiciones de acabar con el gobierno de Lula y
ciertamente con las perspectivas
del PT a corto y mediano plazo, la
población hizo de tripas corazón y
renovó su fe en las autoridades responsables de la trama porque las cosas iban bien. Brasil vivía un apogeo económico como resultado de
tres cosas: el “boom” de los commodities, los efectos de las reformas liberalizadoras que había hecho Fernando Henrique Cardoso durante
su gobierno y la tranquilidad que
Lula había devuelto al capital mostrándose como un gobernante menos radical de lo que se temía.
Las cosas, ahora, tienen un color
más turbio. La economía es un desastre: Brasil no crece desde 2010 y
el año pasado se ha encogido casi
4%, a lo que se añade la perspecti-
va de que en 2016 el crecimiento
también sea negativo: -3,5%. La
clase media, emblema del Brasil
emergente, ahora tiene demasiadas
deudas y menos empleo, y soporta una inflación de precios muy
alta y unos intereses también, inevitablemente, elevadísimos. Y, lo
que es peor, tiene poca fe en que las
cosas mejorarán.
En este escenario, que Dilma tenga 11% de aprobación no sorprende: hasta los millones de beneficiarios de las subvenciones que han
sostenido a la clase media emergente y a los pobres le dan la espalda al gobierno. De allí que, por
ejemplo, las marchas convocadas
para hoy en Brasil tengan en vilo a
Planalto.
¿Qué puede suceder?
Como consecuencia de todo lo anterior, el debilitamiento de Dilma es
de pronóstico grave. Hace poco, un
partido laboral que le aportaba 33
diputados a su coalición, si no oficial al menos oficiosamente, ha desertado. Como antes había roto pa-
litos con Dilma el Partido del Movimiento Democrático Brasileño,
un bastión del oficialismo en el
Congreso, donde aportaba al PT votos y operadores importantes. Tanto así, que el proceso de destitución
se inició con gran impulso del presidente de la Cámara de Diputados, Eduardo Cunha, que es del
PMDB (él mismo enfrenta acusaciones graves, pero esa es otra historia).
El proceso lleva un tiempo detenido por el receso parlamentario pero
ya está siendo retomado.
Hay distintas posibilidades. Una
es que ni siquiera haya que esperar
a que termine el proceso de destitución y el Tribunal Supremo Electoral determine que hubo fraude en
la elección de Dilma por la financiación irregular de su campaña. En
ese caso, adelantaría las elecciones
(que en principio no tendrán lugar
hasta 2018). Tanto la mandataria
como su segundo de a bordo serían
reemplazados y se llevaría a cabo el
proceso en un lapso de tres meses.
Otra posibilidad es que Dilma sea
destituida y por tanto asuma el
Lo que sucede, ¿es bueno o malo
para América Latina? Es, por supuesto, una tragedia que el país líder de Sudamérica (líder al que no
le gusta liderar) atraviese una zozobra económica y política de esta
magnitud. El efecto es devastador
para la imagen de la región en el exterior, con las consecuencias económicas que ello implica en un período bajista desde el punto de vista del ciclo de los commodities. Un
Brasil tan malherido es incapaz, en
el supuesto de que quisiera asumir su rol, de marcar el derrotero
latinoamericano en toda clase de
asuntos, desde el modelo socioeconómico para llegar al desarrollo
hasta la manera de afrontar la tragedia venezolana.
Pero desde otro punto de vista, lo
que sucede allí es esperanzador: la
independencia judicial y la solidez
aparente de las instituciones que
llevan a cabo el proceso -lo que incluye a la policía- no pueden resultar invisibles para los actores de
países vecinos que observan con
una mezcla de fascinación y terror
lo que allí acontece. Y ya eso es
una buena cosa: en cierta forma
redime a unas instituciones jurisdiccionales latinoamericanas que
están en las antípodas de lo que representan hoy las brasileñas.R
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