EL ARTE DE VIVIR SIN SOÑAR, DE EDUARDO CABALLERO CALDERÓN, COMO UNA NOVELA DE EDUCACIÓN Licda. Teresita Marroquín Costa Rica[1] Resumen Según la teoría de Bajtín, El Arte de Vivir sin Soñar es una "novela de educación" porque en ella, las experiencias acaecidas al héroe, en el mundo, son secuelas para obtener al fin una lección de sensatez. La educación y la guía recibida por Amín a través de más de mil años, del marco apreciativo sobre el contrapunto espacio – temporal Viejo Salem – Nuevo Salem y de quince metarelatos o procesos de enseñanza – aprendizaje en los cuales él es el narratario, otorgan al héroe los frutos de la sabiduría: prudencia, reflexión, consejo… El príncipe, el iluminado, trasciende el espacio privado como maestro, sabe ahora cuál es el camino para llegar a la felicidad. También sabe que solo el amor une a los seres humanos, a las comunidades, más allá del tiempo y del espacio, y que, entonces, no es posible el arte de vivir sin soñar La novela El arte de vivir sin soñar, del colombiano Eduardo Caballero Calderón, posee un atractivo que suscitan el rico léxico de procedencia oriental-persa, los principios musulmanes en torno a Alá y su hábitat en el corazón de los hombres, el deseo de cambiar el mundo circundante por efectos de un conjuro y la voluntad de volar y de transportarse en el tiempo. Junto a estos elementos en sorprendente armonía, aparecen legados celtas, que remiten a lo hadálico y que, desde luego, pertenecen a la tradición literaria occidental. Hay, pues, confluencia de elementos de las culturas de oriente y de occidente, pero también, de la cultura latinoamericana en particular, puesto que Eduardo Caballero Calderón, desde este Continente, relee y reescribe el camino que conduce al encuentro de la felicidad, es decir, Caballero Calderón conjuga el ayer y el hoy, el allá y el acá, la enseñanza y el aprendizaje para poner de manifiesto la incesante búsqueda de la felicidad por todos los seres humanos en todos los tiempos y en todos los espacios. El contenido de la primera parte de la novela narra el ayer acaecido allá, en el Viejo Salem, (Oriente); el de la segunda parte un hoy y un acá, en el Nuevo Salem (Occidente). La contraposición de esas dos temporalidades y de los dos espacios correspondientes está estructurada por medio de una elipsis diegética de mil años. La elipsis que escinde la diégesis, en El arte de vivir sin soñar, se puede clasificar como determinada y explícita en términos de Gerard Genette, además, suma a la información puramente temporal (diez veces cien años) una información de contenido diegético. De este modo, la novela amalgama su propia verosimilitud y acuña la enseñanza indiscutible de Ahmed: “Sin Alá en el corazón no se puede vivir ni se puede soñar” (p. 719) lo que equivale a decir, y esta es la hermosa enseñanza de la novela, que la felicidad debe tener un fundamento espiritual. En este contexto, la elipsis, como mecanismo regulador de la velocidad del relato, evidencia, simultáneamente, el transcurrir de la vida de Ahmed y Amín, ya que duermen, sueñan o viven, y del acontecer histórico. El narrador, apoyado en la tradición, recrea el mundo físico, las costumbres y tradiciones del Salem milenario. Salpica el relato con voces de ascendencia oriental y, en este mundo casi mágico, coloca a los personajes, cuyas historias, discurren ataviadas con todo ese esplendor. Amín procede de este mundo, en el que crece hasta los quince años (599). En este entorno su vida transcurrió buscando, tan solo, cómo convertir sus sueños en realidad. En busca de esa felicidad, emprendió en compañía de Ahmed, el viaje iniciático, que, estuvo lleno de aventuras. Los niveles narrativos y los procesos de enseñanza-aprendizaje Los metarrelatos que ayudan a conformar el corpus de la novela son doce en la primera parte y cuatro en la segunda y todos tienen función didáctica. De la relación narrador-narratario, maestro-alumno, es decir, entre los interlocutores, surgen historias, que en la primera parte de la novela son “maravillosas” en términos de Todorov y, en la segunda parte, han dejado de serlo, pero siempre conducen hacia una enseñanza. Apólogo y fábula resultan ser sinónimos y se definen como un género didáctico, que consiste en narrar, en prosa o en verso, un pequeño suceso, del cual se extrae una consecuencia moral o “moraleja”. En El arte de vivir sin soñar, los metarrelatos son apólogos de los cuales se deriva una enseñanza. Véase por ejemplo: La tríada que narran el Emir, el Derviche y el Visir, tiene como finalidad hacer comprender a Amín su propio origen y el de todos los hombres. De esta tríada que ubica a Amín en los orígenes de su casta, se desprenden varias enseñanzas: su nobleza y su poder le vienen por ser descendiente de un guerrero, su ascendencia divina le hace ser el primero entre los hombres, y si su padre y el padre de su padre tuvieron como misión enseñar a los hombres a soñar, Amín será el sucesor en tal tarea. En definitiva, el hecho de que Amín sea narratario de quince metarrelatos pone de manifiesto que el proceso de enseñanza-aprendizaje opera en función de la educación y guía de quien sí encuentra el camino de la felicidad, con la suma de todas las orientaciones que asimila en el allá y en el acá. Amín, el héroe y la novela educativa En El arte de vivir sin soñar, el héroe es Amín, un príncipe de quince años que, en el despertar de la vida, emprende, por arte casi de magia, la búsqueda de la felicidad. La novela está conformada por los avatares que éste sufre, durante un largo tiempo histórico, hasta llegar a la linde con la felicidad. Es ese tiempo que va desde el idealismo juvenil hacia la madurez sobria y práctica. Esta novela se caracteriza porque en ella, las experiencias acaecidas al héroe en el mundo, son escuela para obtener, al fin, una lección de sensatez. Según Bajtín, todo hombre se ubica entre dos épocas: entre la que le correspondió nacer y hacia la que él va; todo ese proceso de desarrollo, de transformación histórico-humana, se da en el tiempo histórico, pero a través del hombre. O sea, que el héroe se ve obligado a convertirse en un nuevo hombre, antes inexistente, y que, paso a paso, va dejando de ser, para ser otro, diferente, dentro de un tiempo histórico enmarcado en un espacio que, por la interacción hombre-tiempo-espacio también es cambiante, aunque no siempre sea gratificante. La imagen del hombre pasa, entonces, de tener un carácter privado y trasciende hacia el espacio de la existencia histórica, social. La idea pedagógica claramente enunciada por el preceptor de Amín, el mendigo Ahmed, es aprender a ver para encontrar un camino: “-Enséñame a ver, ¡oh Ahmed! Volaremos en mi alfombra de Smyrna. -No es necesario, Amín. Todo el universo cabe en una gota de agua para quien sabe ver.” Así, con esta guía, Amín irá a encontrarse con su realidad. El sentido de la vista sirve al hombre para percibir imágenes que la luz, reflejada por un objeto, forma en la retina. Pero, ver también requiere aplicar cierta atención intelectual con auxilio de la vista, algo así como observar, examinar. Hacia esta actividad es que Ahmed guía a su pupilo. El ejercicio comienza en “la tortuosa y estrecha callejuela que partía en dos la ciudad de Salem” (p. 612) en la cual lo primero que ven es la suciedad y la pobreza que privan en ella. Observan cómo están distribuidos mercaderes y mercancías en promiscuidad con cabras y pastores, gatos y perros y, como telón de fondo, la algarabía estruendosa de tal confusión. Ahmed ha explicitado la idea pedagógica por medio de la cual guiará a Amín. Y, según Bajtín, desde el momento en que la novela aparece fundamentada sobre una idea pedagógica explícita o implícita, se puede afirmar que se está en presencia de una novela didáctico-pedagógica, fácil de distinguir por cuanto muestra el proceso educativo que sufre el héroe, en el sentido exacto del término. Amín continúa su aprendizaje y observa los diversos rostros de la pobreza y la miseria, siempre acompañados por olores nauseabundos que emanan esos cuerpos humanos, ayunos de limpieza y de salud. Ve, asimismo, los mercaderes, cuyo propósito radicaba en comprar y vender, o sea, en hacer dinero, según le explicó Ahmed. Pero después, Amín aprende a ver que no siempre un saludo es muestra de respeto, también puede ser muestra de envidia o de burla: -“Un grupo de rapaces desnudos que jugaban en el arroyo cenagoso, al ver pasar a Amín de punta en blanco, con su turbante de rayas, rojas y sus pantalones bombachos de lana cruda, se inclinaron para rendirle homenaje. -¡Me saludan Ahmed! – exclamó Amín con orgullo -Solo que cuando vuelvas las espaldas...- anotó el Mendigo... Los rapaces le tiraron pegotes de un barro fétido y podrido que le manchó la ropa.” (p. 615) Amín quiere huir de allí, Ahmed lo increpa porque desea ir a ver el mundo y, ya se cansó en una sola calle. Amín estaba allí, en medio de la calle, para aprender a ver. Y como resbalara y cayera, se levantó sucio y embarrado como los rapaces de Salem. Ahmed aprovecha para vaticinar lo que le espera en la vida: “Todavía tendrás que resbalar y caer muchas veces en tu vida, Amín, antes de que aprendas a ver”. (p. 616). Cuando Amín ve al encantador de serpientes siente miedo y pide a Ahmed que se vayan. Esta es la segunda vez que manifiesta este deseo. Al príncipe le queda mucho por ver. Ahora Ahmed arroja una reluciente moneda de oro al arroyo. Un traficante tira su carga de alfombras y se lanza en el cenagoso canal para apropiársela. En esta vivencia, Amín aprende a conocer el alma de los mercaderes. Luego irán a visitar y a ver el taller del tejedor, donde, aprenderá que hay hombres que viven felices trabajando y, además se enteró que él no tenía las características externas de un príncipe. En el café de Salem, Amín, acompañado de Ahmed, vio muchas cosas: los hombres lujuriosos que miraban a la bailarina, los fumadores de opio, los bebedores de licor y el viejo que contaba historias y que “solo se escuchaba a sí mismo”. (p. 622). Al Príncipe Melancólico no le gusta lo que ve y pide reiteradamente a Ahmed que se vayan porque: “...Esto que me muestras me produce tristeza”. (p. 624) Así, Amín, en este proceso de aprender a ver, va pasando desde la euforia que le produce la perspectiva de viajar con Ahmed, al asco, al miedo, al fastidio, al desencanto, al llanto y hasta la tristeza. Porque, según Ahmed, el príncipe ha descubierto: “...la existencia de dos mundos opuestos e irreconciliables: el que llevas en tu corazón y el que no sabes ver”. (p.624) Cuando regresa de este su primer viaje, Amín no viene eufórico. Todo lo contrario. Lo que ha visto y oído lo ha dejado más melancólico que de ordinario. Cuando el Visir lo increpa por andar con un mendigo y le pregunta qué hacía con él, el Príncipe contesta, de tal forma que no deja lugar a dudas sobre el efecto que el recorrido por Salem causó en él; no cabe dude, Amín ha madurado: “-¿Y qué hacías con él? -Aprender a mirar- respondió AmínSu voz era distinta, o al menos así lo pareció al Consejo de la Corona: era más resuelta, más llena, más varonil, más dura”. (p. 631) Finalmente, Amín parte en compañía de Ahmed en un viaje que no solo realiza en la geografía, sino en el tiempo. Van en busca del lugar y del tiempo en que los sueños se hayan convertido en realidad. Por largos años se detuvieron en el Tíbet para aprender las ciencias ocultas; además aprendieron a ayunar y a comer poco, que les fue de mucha utilidad más tarde cuando durmieron mil años y despiertan en lo que hoy es Salem, Oregón, en 1941. De acuerdo con las teorías de Bajtín, la novela de desarrollo del hombre alcanza un estadio óptimo en el momento en que éste se produce en una relación indisoluble con el devenir histórico, o sea que su transformación individual se realiza dentro del tiempo histórico real. Es ya en esta novela donde se produce una interacción: hombre-tiempo. El mundo deja de ser un punto inmóvil de referencia para el hombre en desarrollo, y se convierte en un mundo concebido como espacio, para la realización de experiencias vitales del hombre héroe. Así se transforma junto con el mundo, y refleja en sí mismo el desarrollo histórico de aquél. Cuando Amín abre los ojos, un mundo extraño y maravilloso se le pone por delante. Entonces, es su oportunidad de practicar su habilidad para ver. Ve todo cuanto se pone a su alcance y completa su aprendizaje preguntando lo que no logra comprender. Y cuando ha visto todo cuanto le rodea, decide lanzarse en pos de un mayor conocimiento cual es ver la ciudad del Nuevo Salem. Ahmed le había dicho allá en el Viejo Salem que “el universo cabe en una gota de agua”. (p. 612) Cuando allá en el Viejo Salem, vio, olió, escuchó, ya había conocido todas las ciudades del mundo. Aquí va a ver, a oler, a escuchar lo mismo, solo que enmarcado en otra geografía y en otra arquitectura. Pero el hombre, el ser humano tiene, vive y exhibe sus mismas pasiones, debilidades y virtudes. Y, como allá y entonces, aquí y ahora, también busca la felicidad. El hombre de este Nuevo Salem aún anhela y atesora el oro: Así cuando Ahmed conversa con los comerciantes que desean “la exclusiva” para usar los nombres y las imágenes de Ahmed y Amín con fines de propaganda comercial, se les descubre que, aún ahora, el hombre persigue las riquezas, igual que aquellos del Viejo Salem: “-¿Dinero, dices? (...) ¿A monedas de plata y oro te refieres? (...) -¡Yo creía –dijo Ahmed- que en esta ciudad feliz no existiría el oro. (...) -Creía –prosiguió Ahmed- que el hombre que hizo la luz y la oscuridad a voluntad, y el calor y el frío y las cajas misteriosas que reciben y proyectan la voz a distancia, y las alcobas que vuelan, y tantas otras cosas admirables, como las láminas de agua cristalizada que envuelven los bombones, había logrado prescindir del oro que es una fuente de desdichas”. (p. 698) El cansancio los invade, están abrumados por tanto ajetreo comercial, entrevistas y conferencias. Ahora es Amín quien llevará a su maestro a ver el mundo. Conocerán el Nuevo Salem: “-Estoy cansado. ¿Por qué no nos vamos de este lugar, Ahmed? Ahora soy yo quien ha de conducirte... ( ) -...¿Quieres seguirme? Daremos una vuelta por las calles de Salem, y nada más. Todo el universo cabe en una gota de agua para quien sabe ver, me dijiste hace tiempos. ¡Sígueme!” (p. 722) Esto, sin duda, es un cambio en la actitud del alumno que se va adaptando a las exigencias del mundo que los rodea. Pero, a Amín le falta aún mucho por ver y por oír. En la relación que se establece entre el objeto y ellos, aprende que los viejos tienen una manera de ver el mundo y los jóvenes otra, bastante diferente. Estos jóvenes, hombres y mujeres, del acá y del ahora, se presentan ante Amín como seres disconformes con el momento histórico que les corresponde vivir. Protestan por la guerra, por las fábricas de armamentos, por la sociedad capitalista y persiguen ideales. Esperan instaurar un nuevo orden social y una repartición más justa de las riquezas. Amín es arrastrado por dos gendarmes y llevado a empellones a la Comisaría. Este es el resultado que obtiene por haber acompañado a los hijos del obrero a un mitin de sindicalistas. Ante la brutalidad de los gendarmes, que habían matado a Ahmed, Amín grita su identidad, orgulloso de ser quien es y de venir de donde viene: “-Ya te lo he dicho, idiota: yo soy Amín, hijo del esplendoroso Omar, Rey de Salem, llamado por otro nombre el Muy Feliz...” (p. 741) Clama enfurecido contra los asesinos de Ahmed y, en un arrebato profético, repite las enseñanzas de su mentor y vaticina el futuro de esos salemitas dasalmados. Exterioriza que si pudiera regresaría a Salem, pero no puede, ni quiere hacerlo, porque él pertenece tanto al Viejo Salem, como al Nuevo Salem. Su identidad la constituye, pues, este mestizaje. En el momento que la novela absorbe el tiempo histórico real y al hombre histórico, en ese instante, y por efecto de esa absorción, surge la novela de Educación en la que se da el crecimiento esencial del hombre y cuyo tema concreto y específico, según Bajtín, es: “La imagen del hombre en proceso de desarrollo”. Una de las formas en que la novela absorbe el tiempo real, es cuando la transformación del héroe se da dentro del tiempo biográfico, en el que se ubican aquellas etapas importantes y únicas de la vida del héroe. Ese hombre, inmerso en un mundo de acciones y de trabajo, va viviendo, o sufriendo o experimentando acontecimientos que contribuyen a delimitar sus fluctuantes condiciones de vida. De esta manera se crea, tanto el destino humano, como también se forma el hombre mismo y su carácter. En síntesis, el proceso de desarrollo de Amín adquiere gran importancia en el desarrollo novelesco. Amín ha madurado física y emocionalmente y, con tal maduración, la novela madura también; es decir, consolida su carácter didácticomoralizante. La educación y la guía recibida por Amín, a través de más de mil años, del marco apreciativo sobre el contrapunto espacio-temporal Viejo Salem-Nuevo Salem y de quince metarrelatos o proceso de enseñanza-aprendizaje en los cuales él es el narratario, otorgan, al héroe, los frutos de la sabiduría: prudencia, reflexión, consejo, fuerza, habilidad, inteligencia, justicia, equidad y prosperidad El Príncipe, el iluminado, trasciende el espacio privado y, como maestro, sabe ahora cuál es el camino para llegar a la felicidad. También sabe que solo el amor une a los seres humanos, a las comunidades, más allá del tiempo y del espacio; y que, entonces, no es posible el arte de vivir sin soñar. Bibliografía Caballero Calderón: Eduardo. El arte de vivir sin soñar. En: Eduardo Caballero Calderón. Obras. (Tomo lll. Medellín, Colombia: Editorial Bedout, 1964). Gerard Genette. Figures III. (París: Editiones du Seuil, 1972) (La traducción completa utilizada no tiene valor comercial y fue realizada por el Dr. Miguel Álgel Quesada y la Dra. Ivonne Robles Mohs). M. M. Bajtín. “La novela de educación y su importancia en la historia del realismo” en Estética de la creación verbal. (México: Siglo XXI Editores, 1982). Todorov, Tzvetan: Introducción a la literatura fantástica. (Argentina: Editorial Tiempo Contemporáneo, 1972). ...................................................................... Nota [1] Licenciada en Filología Española. Universidad de Costa Rica