José Luis Romero

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José Luis Romero (Argentina)1
Función social de la Universidad Latinoamericana (1959)2
1. — La Universidad es, fundamentalmente, un centro de enseñanza superior, y como
tal mantiene, desde sus orígenes, ciertos caracteres exteriores inalterables. Pero fuera
de éstos, tanto sus fines como sus formas de acción y el tipo de relación con su
contorno, se han modificado sustancialmente de acuerdo con las situaciones sociales
predominantes y con la significación que el saber ha tenido en cada colectividad. La
concepción de la Universidad y de su misión no es, pues, absoluta sino que está
condicionada por circunstancias de tiempo y lugar.
2. — Unas veces la Universidad ha sido solamente un instrumento de conservación y
transmisión del saber tradicional. En esas ocasiones podían darse dos circunstancias
diferentes: que el ambiente espiritual y social no requiriera la elaboración y difusión de
otro tipo de saber, o que, por el contrario, existiera cierta inquietud en relación con
nuevas formas de conocimiento ajenas a la atmósfera de los claustros. En el primer
caso, la Universidad ha mantenido su condición de centro cultural eminente; en el
segundo, la ha ido perdiendo, poco a poco, y de hecho ha sido reemplazada por otras
instituciones que se mostraron más ágiles para responder a los nuevos requerimientos
del ambiente intelectual. Pero otras veces la Universidad ha percibido y aceptado las
situaciones de cambio, tanto espiritual como social. En ese caso ha renunciado a limitar
sus funciones a la simple conservación y transmisión del saber tradicional,
encaminando sus esfuerzos, en cambio, a la tarea de renovarlo. Por esa vía la
Universidad ha mantenido o recobrado su condición de centro cultural eminente.
3. — Debe entenderse, pues, que —como ha ocurrido siempre— la Universidad
latinoamericana de nuestro tiempo tiene que elegir su camino en relación con las
opciones que le ofrecen las exigencias propias de la época y del lugar en que actúa. El
mantenimiento de su rango depende de su elección.
4. — De hecho y por imperio de las circunstancias, la Universidad latinoamericana de
1
Tomado de José Luis Romero. La experiencia argentina y otros ensayos. Buenos Aires, Editorial
Belgrano.
2
Documento para la III Asamblea General de la Unión de Universidades de América Latina, Buenos
Aires, Septiembre de 1959.
nuestro tiempo es una institución a la que se le exige mucho más —y en diversos
planos— que a la Universidad europea o norteamericana. Son éstas, exclusivamente,
centros de enseñanza e investigación, y la colectividad no espera de ellas sino lo que
prometen como tales, puesto que para otras necesidades colectivas hay, o surgen
fácilmente,
otros
órganos
destinados
a
satisfacerlas.
Las
universidades
latinoamericanas, especialmente después de la primera guerra mundial, han sido
vivamente solicitadas por inquietudes de otro tipo. La colectividad ha esperado de ellas,
fundadamente o no, la sistematización y formulación de nuevas corrientes de opiniones,
sin duda difusas, heterodoxas y en ocasiones revolucionarias, de los nuevos sistemas
de valores que comenzaban a adquirir espontánea vigencia y de las respuestas
adecuadas a las nuevas situaciones espirituales y sociales. Este requerimiento
constituye el hecho más sorprendente y significativo en la historia de la Universidad
latinoamericana.
Una opinión apresurada o superficial ha condenado, en función de una idea
preconcebida y abstracta de la Universidad, la actitud que en casi todos los países
latinoamericanos ha adoptado la Universidad frente a estas vagas solicitaciones de la
colectividad o de algunos de sus grupos más o menos disconformistas. Pero un análisis
más detenido de la situación espiritual y social de Latinoamérica parece justificarla.
5. — En general, puede decirse que la sociedad de los países latinoamericanos ha
perdido coherencia en los últimos tiempos. Está integrada por grupos que no están
suficientemente articulados, o cuya articulación es notoriamente inestable. Son
elementos yuxtapuestos dentro de una estructura formal más que partes de un conjunto
homogéneo. La consecuencia más importante de esta situación es que la
comunicabilidad entre los grupos se torna difícil, sobre todo porque los supuestos de la
mentalidad y del comportamiento de cada uno de ellos son distintos y tienden a
acentuar su diversificación. En consecuencia, la formación de corrientes de opiniones
es, en relación con la fluidez de las situaciones, sumamente lenta, y muy difícil de lograr
el consentimiento.
De aquí el problema que se suscita en los grupos más lúcidos de cada colectividad
cada vez que se producen cambios en las situaciones reales: no se advierten
simultáneamente las respuestas eficaces en el terreno de las ideas y de las opiniones,
ni llegan a formularse oportunamente las correcciones de matiz en los sistemas de
valores ni se logra un consentimiento suficientemente generalizado en relación con
ninguna de las reacciones suscitadas por los cambios. Las corrientes de opinión
circulan dificultosamente en una sociedad que es fluida para los cambios de situaciones
sociales y que no está suficientemente articulada para permitir la comunicabilidad de las
actitudes intelectuales y emocionales. A veces las mutaciones son muy lentas, y por lo
mismo ocurre que en ciertos momentos se producen cambios bruscos caracterizados
por la madurez de las nuevas formas. Los grupos lúcidos y sensibles se caracterizan en
Latinoamérica por su constante insatisfacción frente a lo que consideran insensibilidad y
conformismo, tanto de las mayorías como de ciertas minorías tradicionales. Esa
insatisfacción tropieza con inmensas dificultades para llegar a una formulación precisa,
y si llega a alcanzarla, aún quedan otras dificultades para obtener rápido y profundo
arraigo en la conciencia colectiva. La consecuencia es manifiesta: aparece en el seno
de la comunidad una necesidad nueva, que consiste en que alguien a quien se
reconozca autoridad moral e intelectual se encargue de promover esas vastas
corrientes de opiniones que la comunidad no engendra sola, como seguramente lo
haría si fuera más homogénea y sus grupos estuvieran mejor articulados. Así parece
explicarse el hecho de que los sectores disconformistas tiendan a reconocer que no hay
en la sociedad de los países latinoamericanos otro órgano para esa función que la
Universidad.
6. — Si la peculiaridad espiritual y social del ambiente en que se desenvuelve la
Universidad latinoamericana requiere que afronte estas exigencias, es obvio que no
tiene sino dos posibilidades: aceptar esta misión sui generis abandonando cierta
concepción abstracta de la misión de la Universidad, o, por el contrario, rechazarla y
mantener su esquema tradicional. Cualquiera sea la opinión que suscite la gravedad de
la decisión, debe convenirse en que, si la Universidad latinoamericana opta por la
segunda de estas dos posibilidades está destinada a perder la posición rectora que ha
tenido, y puede preverse que se verá desplazada por otros órganos más ágiles y más
sensibles a las inquietudes de la época.
7. — Si, por el contrario, acepta esa misión sui generis, la Universidad latinoamericana
tiene que modificar y diversificar su estructura. Esta perspectiva produce en algunos
espíritus cierta alarma; pero tal actitud no es más válida que la de aquellos que en otras
circunstancias y otras épocas resistieron la incorporación al ámbito universitario, por
ejemplo, de la filosofía racionalista o de la física experimental. Puede convenirse, sin
agravio para nadie, en que la actual estructura de la Universidad latinoamericana ha
sido eficaz y adecuada a la realidad, pero que ya no lo es. Corresponde, pues,
cambiarla, no excluyendo ciertamente nada de lo que haya de útil en ella, sino
ampliándola y adecuándola a exigencias antes insospechadas. Puede convenirse en
que una Universidad destinada eminentemente a formar profesionales con estudiantes
reclutados en altísima proporción en las clases medias, y en la que sólo ocasionalmente
se han constituido algunos centros de investigación científica de alto nivel —
generalmente promovidos por la tenacidad de algunas vocaciones individuales— no
constituyen el instrumento eficaz que la sociedad y la cultura de los países
latinoamericanos requieren hoy para afrontar sus necesidades materiales y espirituales.
Es, pues, necesario transformarla.
8. — Transformar la Universidad tradicional no es, ciertamente, una tarea fácil ni sobre
la que haya ideas claras y maduras. La persistencia de lo que se considera la idea
arquetípica de la Universidad es muy fuerte en muchos espíritus. Intereses de grupo —
más o menos legítimos— suelen coadyuvar a la persistencia de esa noción. Pero las
dificultades no residen solamente allí. Si las formas de acción para el cumplimiento de
la misión tradicional de la Universidad están claramente establecidas, las formas de
acción para el cumplimiento de esa misión sui generis propuesta ahora a la Universidad
latinoamericana no sólo no están establecidas sino que, además, son difíciles de
descubrir y formular. Hay que innovar, pero no podrá innovarse hasta que la
formulación genérica de esa nueva misión no sea traducida a términos concretos y
reales. Habrá, pues, que formular un nuevo sistema de fines de la Universidad e
imaginar después las formas de acción.
9. — Para afrontar las tareas que la situación espiritual y social de Latinoamérica exige
hoy a la Universidad, parece imprescindible que se acepten dos postulados básicos.
El primero es que nos hallamos en una época de intenso cambio social y espiritual. Es
una afirmación que exime de la prueba. Si es innegable que hay una intensificación
notable de la movilidad social desde la primera guerra mundial, no es menos notorio
que hay una renovación radical en las concepciones teóricas fundamentales de todos
los campos de la cultura.
El segundo es que, en casi todos los países latinoamericanos, esa intensificación de la
movilidad social ha traído consigo alteraciones sustanciales en la realidad nacional de
cada uno de ellos. La significación relativa de los diversos grupos sociales, y muy
especialmente de las élites, se modifica notablemente y a veces con extraordinaria
rapidez. Pero el hecho trasciende con no menos velocidad del campo de lo puramente
demográfico y alcanza tanto al plano de las formas de convivencia como al de la
cultura. Existe una cultura latinoamericana sin ninguna duda, pero es inestable,
imprecisa Y proteica, tanto como conjunto como desde el punto de vista de cada ámbito
nacional.
10. — Aceptados estos dos postulados básicos, aparecen dos corolarios inexcusables.
El primero es que la Universidad latinoamericana tiene que elegir entre oponerse al
cambio tal como se da en el orden universal, o, por el contrario, resolverse
deliberadamente a contribuir a su desarrollo. En última instancia puede decirse que no
caben actitudes intermedias. No cabe sino la posición extrema de enfrentar
polémicamente el cambio y transformar a la Universidad en un reducto académico en el
que se defiendan las situaciones sociales tradicionales y las formas de saber ya
constituidas y ahora cuestionadas, o, por el contrario, aceptar resueltamente el cambio,
aun cuando se admita la posibilidad de actuar más o menos intensamente en el
proceso de su desarrollo. Si es así, la Universidad latinoamericana tiene que tomar
clara conciencia de su responsabilidad y optar entre ambas posiciones ponderando
cuidadosamente las consecuencias que tal opción entraña.
El segundo es que la Universidad. latinoamericana tiene que establecer la manera de
combinar sabiamente sus finalidades de tipo universal y sus finalidades de tipo local.
Tiene que decidir si se mantiene ajena al profundo y dramático proceso mediante el
cual se renuevan, en cada país, los fundamentos económicos, las relaciones sociales y
la vida de la cultura; o si, por el contrario, se dispone decididamente a colaborar en la
obra de renovación fundamental que requiere cada región y cada país y en la definición
de sus peculiaridades. Pero si adopta esta última actitud, tiene que establecer en qué
medida esa tarea puede realizarse sin abandonar las exigencias derivadas de la intensa
universalización de los problemas que caracteriza al mundo de hoy.
11. - Si acepta las responsabilidades que supone contribuir al desarrollo del proceso
universal de cambio y acepta también las que entraña sumarse a la renovación nacional
y regional dentro del orden de la universalidad, habrá llegado el momento de que la
Universidad latinoamericana revise a fondo el sistema de sus fines, el conjunto de sus
formas de acción, su estructura funcional y, sobre todo, sus relaciones con el contorno
social.
LA REFORMA Y LA FUNCIÓN SOCIAL DE LA UNIVERSIDAD. (1959)3
Referida a la Universidad, la palabra "Reforma" ha llegado a tener un significado casi
místico. Independientemente de su misión, el universitario de espíritu inquieto y
moderno, el universitario sensible a las incitaciones del mundo, se siente llamado a
preocuparse por la institución donde se ha formado, la institución que lo cobija, donde
enseña o aprende. Y esa preocupación lo mueve a desear su reforma antes que
ninguna otra cosa. Querer reformar la Universidad es ahora el signo del amor a la
Universidad. Ser reformista es estar insatisfecho. Nadie quiere una Universidad
reformada: se quiere intensamente una Universidad reformista, en trance de reforma.
Yo diría que el más genuino significado de la Reforma radica en la dimensión de su
perpetuidad. Una Universidad en perpetua reforma: tal es el anhelo del universitario
inquieto y moderno de nuestros días. He aquí una actitud espiritual que merece un
examen.
Una Universidad que se quiere reformar es una Universidad que no satisface, que se
desea ver organizada y dirigida de otra manera, cuyos fines y cuyo funcionamiento
parecen esencialmente perfectibles y cuya vocación educacional debe responder a los
llamados de la hora. Tal es la idea de la Universidad que se hace todo reformista en
este continente —porque bueno es señalar que el reformismo universitario es un
fenómeno propio de nuestro continente—. ¿Cuál es el fundamento de esa idea?
Acaso no se haya reparado suficientemente en que la Universidad latinoamericana es
una institución a la que se le exige mucho más que a la Universidad europea o
norteamericana. Son éstas exclusivamente centros de estudio, hogares de formación
profesional y humanística, centros de investigación: en ellas lo fundamental es cumplir
rigurosamente con las labores específicamente universitarias de enseñar, de aprender,
de investigar. Y nadie podría exigirles más, ni sería necesario, porque otras
necesidades de la vida social y espiritual de la comunidad la satisfacen otros órganos, y
en ocasiones la colectividad misma como conjunto dotado de sensibilidad para la
canalización y la formación de las corrientes de opinión.
Pero si las universidades europeas o norteamericanas son diferentes de las nuestras,
es porque las sociedades son distintas también, porque la realidad de que se nutren es
3
Discurso pronunciado en la III Asamblea General de la Unión de Universidades de América Latina,
Buenos Aires, Septiembre de 1959.
distinta. En aquellas sociedades, la Universidad no tiene otra misión que organizar el
saber sistemático; pero es porque todas las otras formas de saber se elaboran intensa y
continuamente en el crisol de una sociedad coherente: las corrientes de opinión, las
respuestas a las situaciones reales, los sistemas de valores que requieren rápido ajuste
en situaciones fluidas como las que caracterizan a la sociedad contemporánea. Ahora
bien, en casi todos los países de América Latina la sociedad no es coherente; está
integrada por grupos que no están suficientemente articulados; son grupos
yuxtapuestos más que elementos de un todo orgánico, de manera que la comunicación
entre ellos es difícil, y la formación de corrientes de ideas que circulen con fluidez por
entre los grupos es compleja, lenta y difícil.
De aquí el problema que se suscita en los grupos más lúcidos cada vez que se
advierten cambios en las situaciones reales, porque no se advierten simultáneamente
las respuestas imprescindibles en el campo de las ideas y las opiniones, no se
descubren las rápidas y ágiles variaciones de matiz en los sistemas de valores. Las
corrientes de opinión circulan dificultosamente en una sociedad que es fluida para los
cambios de situaciones pero que no es suficientemente articulada para la comunicación
de las reacciones intelectuales y sentimentales frente a aquellos cambios. A veces las
mutaciones son muy lentas, y por lo mismo ocurre que en cierto momento irrumpen con
ritmo violento y catastrófico. Los grupos lúcidos y sensibles se caracterizan en
Latinoamérica por su constante insatisfacción frente a lo que les parece insensibilidad
de las mayorías, y que no es en rigor sino dificultad en la elaboración de corrientes de
opinión que arraiguen rápidamente en la conciencia común. La consecuencia es
manifiesta: una nueva necesidad aparece en la comunidad, que consiste en que alguien
se encargue de promover esas corrientes de opinión que la comunidad no engendra
sola, como lo hacen otras comunidades más homogéneas y mejor articuladas. Y los
grupos lúcidos y sensibles parecen reconocer que no hay en Latinoamérica otro órgano
para esa función que la Universidad.
Este es, en mi opinión, el fundamento de lo más revolucionario y original que hay en el
movimiento latinoamericano de la Reforma universitaria, que es la exigencia de lo que
se ha llamado "la función social de la Universidad". ¿Acaso no es una función social la
elaboración de nuevos caudales de conocimiento sistemático por la vía de la severa
investigación? Sin duda son estas eminentes funciones sociales. Empero no parecen
suficientes en Latinoamérica, y se le exige más a la Universidad. Es, por cierto, un acto
de fe, de conmovedora fe en la juventud, de conmovedora fe en el saber, de
conmovedora fe en el desinterés que parece habitar en un grupo caracterizado por la
juventud y el saber como es la comunidad universitaria; es un acto de fe éste mediante
el cual se le confía a la Universidad el papel de promotora de los movimientos de
opinión que la constante mutabilidad de la sociedad en nuestros países requiere para
ajustar su desarrollo.
Tal es el legítimo y sólido fundamento de la llamada función social de la Universidad, en
el sentido que lo da a esta expresión la Reforma universitaria. Si nunca se halla a la
Universidad suficientemente reformada sino que se aspira a una perpetua reforma, no
es porque se pretenda transformar perpetuamente la organización del gobierno
universitario o los métodos de enseñanza y de investigación. Estas cosas no tienen
porqué modificarse perpetuamente. Lo que sí parece imprescindible es que la
Universidad no permita el esclerosamiento de su estructura intelectual y, menos aún, el
de su estructura como grupo dentro de la comunidad. Se necesita que la Universidad
mantenga su extrema agilidad y su permanente contacto con la sociedad, que sea
sensible a sus cambios, que no los rechace en nombre de intereses constituidos o de
normas académicas demasiado estrechas; que por el contrario extreme la sensibilidad
de sus antenas para que nada se le escape, puesto que de esas transformaciones
viven nuestras sociedades heterogéneas, y en ellas viva buscando su personalidad y su
estilo espiritual. De la Universidad —que es exquisita conjunción de desinteresada
juventud y desinteresado saber— deben surgir los movimientos de opinión sobre las
cosas de la vida, sobre los problemas de la convivencia, sobre los problemas de la
espontánea creación de cultura que toda sociedad cumple, y que sería nefasto rechazar
en nombre de convencionales módulos culturales de vigencia universal, que hay que
respetar, pero que no pueden respetarse tanto como para que comprometan la creación
peculiar de cada sociedad.
Es cierto que esta creación peculiar es a veces primaria, confusa y carente de esos
rasgos que proporcionan a la creación una vigencia universal. Pero así ha nacido toda
creación y toda cultura: entre el barro y la escoria, y sólo los buriles y los cinceles del
tiempo han logrado pulirla, y liberarla de las toscas rebarbas y de' las groseras aristas,
hasta alcanzar su perfil purísimo y su valor eterno.
A esta creación singular de nuestras sociedades heterogéneas debe atender la
Universidad, al tiempo que colabora en la creación universal, sujeta a los cánones
universales, y trasmite ese saber que constituye el patrimonio universal. Difícil tarea, sin
duda; pero precisamente por ser difícil convienen los espíritus lúcidos e inquietos en
que sólo puede cumplirla la Universidad, esa exquisita conjunción de desinteresada
juventud y de desinteresado saber. Difícil tarea que requiere en los universitarios el uso
simultáneo de dos sistemas de trabajo muy distintos, de dos especies de instrumentos
muy diversos, y que sin embargo deben ser utilizados por las mismas manos y dirigidos
por los mismos espíritus.
Los instrumentos y los sistemas de trabajo apropiados para la investigación y la
trasmisión de ese saber sistemático que coincide con el caudal universal del
conocimiento, no pueden ser otros que los que han probado ya su eficacia, porque no
nos es dado improvisar en tal terreno, y nuestra misión no es sino agregar nuestro
esfuerzo al que realizan todas las otras universidades del mundo. En este aspecto,
nuestras universidades tienen que parecerse cuanto sea posible a las más ilustres, y
extremar las exigencias de rigor en el ejercicio de su misión científica y pedagógica.
Pero los instrumentos y los sistemas de trabajo apropiados para cumplir la específica
función social de la Universidad ni pueden ser imitados ni pueden ser prescriptos de
antemano. Se necesita primero fijar las condiciones de la realidad, establecer los
puntos de incidencia que la Universidad puede aprovechar, medir las posibilidades de
actuar que les son dadas y sólo entonces plantear la metodología de esa acción.
La función social de la Universidad no se cumple en un ámbito universal e impreciso,
sino en el circunscripto ámbito de influencia al que llega cada una de ellas. Es acción
sobre el medio ambiente inmediato. Este medio ambiente debe ser conocido
cuidadosamente. Tampoco se cumple por intermedio de seres abstractos o genéricos,
sino a través de un tipo humano especial, que es el que constituye la fuerza humana de
cada Universidad; también este tipo humano debe ser estudiado y conocido con la
mayor exactitud.
Cuando este conocimiento se haya alcanzado, habrá llegado la hora de obrar; con
estos elementos humanos, se puede incidir sobre esa realidad de cierta manera para
lograr determinados fines; dos fundamentalmente son éstas: extender la acción social y
extender la acción cultural de la Universidad. Extender la acción social y cultural no
significa solamente: realizar obras y difundir conocimientos. Hay algo más importante
aún: hay que suscitar intereses, crear vocaciones, infundir energías, provocar
entusiasmos, estimular la capacidad de tantos seres humanos como se pueda para que
alcancen conciencia de sí mismos.
¿Sería demasiado audaz intentar una fórmula sintética de lo que es la extensión
universitaria, de lo que debe ser la acción social y la acción cultural de la Universidad,
en lo más profundo? Es responder a una exigencia de nuestras sociedades
heterogéneas. Es conocerlas. Es ofrecer a aquellas a quienes se dirige las palabras
desconocidas para expresar sentimientos bien conocidos. Es, sobre todo, desmasificar
al hombre-masa, contribuir a individualizarlo, y al mismo tiempo ayudarlo a fundirse en
una sociedad articulada en la que la comunicación sea tan fluida como los cambios
situacionales. Esto es, en cierto modo, lo que la Universidad debe hacer por intermedio
de aquellos que, por un privilegio todavía raro, logran llegar hasta sus aulas. Es lo que,
movidos por un sentimiento moral, deben hacer éstos con los que no pueden llegar por
el azar de las condiciones sociales.
En el seno de sociedades como las nuestras, fundadas en el privilegio, la Universidad
constituye una isla de privilegiados. Pero lo son de una especie peculiar, estos
privilegiados que defienden lo que se llama la reforma universitaria. Son los
privilegiados que quieren rendir cuentas de sus privilegios. La reforma es como la
catarsis. Y la acción social es el rito supremo de esta creencia, de esta fe, apoyada en
el más generoso y noble de los ideales.
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