José Luis Olaizola Génesis del “ Planeta 83” Si a raíz que el ministro del Interior manifieste que la Guardia Civil ha sido un hallazgo para el Gobierno socialista aparece un libro que narra la peripecia de un coronel del Cuerpo que se mantuvo leal al Gobierno de la República el 19 de julio de 1936, puede calificarse ese libro de oportuno. Pero si con ese libro se ha ganado el premio Planeta 1983, dícese del libro que es oportunista. En este caso se trata de La guerra del general Escobar, personaje entrañable del que, excepto por los historiadores, se ignoraba casi todo hasta la concesión del citado Premio, que, pienso, consagra más al personaje que al autor. Empecé a investigar sobre él, hace años, sin una idea clara del tratamiento que daría al tema. Me ¡sentí atraído por el coronel de la Guardia Civil, don Antonio Escobar Huertas, cuyas circunstancias familiares y sociales parecían abocarlo a militar en la confrontación del 36 en el bando de los que luego resultarían vencedores. Viudo, católico practicante •—-era terciario franciscano—, con una hija y una hermana monjas adora trices, con otros dos hermanos tenientes coroneles de la Guardia Civil, más otro hijo, igualmente capitán del Cuerpo, su hijo pequeño falangista militante, y su padre, «Benemérito de la Patria», héroe de la guerra de Cuba, en la que murió en Cuenta y Razón, n.° 14 Noviembre-Diciembre 1983 el 96 defendiendo Santiago de Cuba frente a los americanos del Norte. Sin embargo, «en. la España del gran desgarrón histórico eligió, ante el estupor mal disimulado de las autoridades, una incómoda postura, porque creía que su puesto era aquel» (Carlos Pujol). Es decir, durante tres largos y penosos años combatió con el Ejército Popular de la República, sin abdicar de sus principios. No consintió el alzamiento militar, pero tampoco la revolución interna anarcosindicalista. Llegó a general en jefe del Ejército de Extremadura, y bajo su mando se celebraba, diariamente, misa de campaña. Me interesó el personaje porque yo, que cuando empezó la guerra tenía nueve años, creía que el ser católico formaba parte de la disciplina del régimen. Es más, los que formaban en el otro bando ni eran católicos, ni tenían derecho a serlo. Me comentaba, recientemente, uno que fue soldado en el ejército que se enfrentaba al que mandaba Escobar, que cuando los mandos nacionales se enteraron de que en el Ejército de Extremadura se celebraba misa de campaña no salían de su asombro y aun indignación. Como si dijeran: ¡La misa es nuestra! ¿Cómo se atreven ellos a celebrarla? Desde que franqueé la adolescencia y empezó a madurar mi fe de cristiano se me hacía difícil creer que durante la contienda civil los buenos y los malos se hubieran compartimentado en dos bandos estancos. En el uno todos eran buenos y en el otro no. No me parecía que eso se correspondía con la condición humana. Es más, se había considerado aconsejable que todos los buenos estuvieran perfectamente compactados en un bando para así poder aplastar cuanto antes a los del otro. Teóricamente, este procedimiento a corto plazo da resultado, pero a la larga entiendo sirve de poco. Y así ocurre que a los cuarenta y tres años de terminarse aquella guerra están gobernando los que la perdieron. No se olvide que, de algún modo, el actual presidente del Gobierno, don Felipe González, trae su causa del profesor Bes-teiro, uno de los fundadores del PSOE, que fue el miembro de la Junta de Defensa que rindió Madrid, en el 39, al Ejército nacional. Me interesó un personaje que militó en un bando en el que ser católico era un peligro, pero no una obligación. Para informarme leí lo que sobre él encontré escrito, fundamentalmente, Salas Larrazábal y Luis Romero. A continuación interrogué a cuantas personas, principalmente familiares, pudieran facilitarme datos sobre el perfil humano del general. Al tiempo, obtuve mi tarjeta de «Investigador histórico» para poder acceder a los archivos militares, como así hice. Y fue entonces cuando me di cuenta de que yo no era un historiador, sino un novelador. Había tenido la intención de escribir un libro histórico sobre mi querido general, pero me di cuenta a tiempo de que era capaz de recrear un personaje, respetando el marco histórico, pero que la precisión que exige el narrar histórico me excedía. Una vez que me encontré desarrollando el tema conforme al único gé* Escritor. Premio Planeta 1983. nero que he cultivado hasta ahora —la novela—, la conclusión de presentarlo al premio Planeta era casi inevitable: soy un escritor sin factores extralite-rarios —no salgo en las revistas del corazón, no dispongo de columnas en los periódicos, soy padre de familia numerosa...— cuya posibilidad de publicar para comunicar con el público son los premios. Lo que me produce verdadero asombro es que un premio de características tan peculiares como el «Planeta» me lo hayan concedido con mi única novela de claro contenido doctrinal. Aunque la prensa ha insistido con excesiva reiteración a mi juicio, en mi condición de católico, quiero aclarar que no soy un escritor católico, sino un católico que escribe. Quiero decir que no soy un Bernanos, o Mauriac, o los mismos ingleses Grahan Greene y Evelyn Waugh, que, pese a confesarse, humildemente, católicos poco ejemplares, escriben sobre temas de trascendencia teológica: la Eucaristía, el Sacramento del Orden, la gracia de la salvación final, etc. No es ése mi caso; más bien mis novelas se mueven en un mundo de personajes a típicos, niños huérfanos, ancianos, marginados que aceptan amablemente su marginación... y, realmente, enfrentarme con la entereza y la profundidad de fe del general Escobar me ha supuesto tal esfuerzo y aun sufrimiento, que no veo el momento de que termine la eclosión del Premio y pueda seguir escribiendo la novela que hube de interrumpir cuando se produjo el acontecimiento: Bibiana, novela juvenil, con destino a la colección «El Barco de Vapor», de Ediciones SM. ¡Qué maravilla escribir para los niños, a los que no veo la necesidad de contarles los aspectos más crueles de la vida! J. L. O.*