OPCIÓN FUNDAMENTAL “Todo el que aborrece a su hermano es un asesino... En esto hemos conocido lo que es el amor: en que Él dio su vida por nosotros. También nosotros debemos dar la vida por los hermanos. Si alguno que posee bienes en la tierra, ve a su hermano padecer necesidad y le cierra su corazón, cómo puede permanecer en él el amor de Dios... Si alguno dice: “Amo a Dios”, y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano a quien ve; no puede amar a Dios a quien no ve. Y hemos recibido de Él este mandamiento: quien ama a Dios, ame también a su hermano” Primera carta de San Juan (1 Jn. 3, 15-17; 4, 19-21). El seguimiento de Jesús La vida cristiana puede ser descrita como una vida de discipulado. El discipulado es el ejercicio del seguimiento de Jesús, colocando los propios pasos en las huellas de Jesús. Así un discípulo configura su vida con la del Maestro, mediante la escucha y aprendizaje de su palabra y mediante el ejemplo de sus acciones. El seguimiento de Jesús implica que nos pongamos en camino de conversión y aprendamos la vida nueva de Jesús. La renuncia al propio camino para seguir el de Jesús. El “seguir” a Jesús comienza con un cambio de vida. Convertirse a Jesús significa aceptar la escala de valores, que él propone, y vivir de acuerdo con esta nueva forma de entender la vida. 1 “El que quiera salvar su vida la perderá, pero el que la pierda por mí la encontrará”. La dialéctica de estas palabras se agudiza hasta convertirse en la cuestión del sentido de la vida. El que crea que puede dar plenitud a su vida mediante falsas seguridades, metas equivocadas y egoístas, el propio rendimiento, los bienes terrenos y otros bienes similares, errará en cuanto al sentido de la vida, equivocará las prioridades. En cambio, quien plasme su vida, yendo en pos de Jesús y orientándola hacia su palabra, dará pleno sentido a su vida, aunque tenga que sufrir adversidades. Seguir a Jesús es hacer una opción por el evangelio. La palabra de Jesús se convierte para el discípulo en norma de vida, en sentido existencial, en guía de la vida, en tesoro escondido y piedra preciosa. Hacer opción por el evangelio es estar dispuestos a “cargar la propia cruz”, lo cual evoca el conjunto de dificultades a las cuales se expone el discípulo cuando pone sus pasos detrás de los de Jesús. Este ajustar siempre el rumbo al pensamiento y a la acción del maestro es lo que define al discípulo: hacer las mismas opciones que él, asumir sus gestos significativos, sus pensamientos, inspirarse en sus criterios y tomas de postura, tener sus preferencias, en suma, poseer su mismo espíritu. El seguimiento es una experiencia comunitaria. Los discípulos aprenden de Jesús al caminar con él y al convivir juntos con él. El discipulado es un camino, que los discípulos recorren juntos siguiendo a Jesús. El vivir en comunidad crea una unión entrañable, que se caracteriza por el amor y la amistad -“Una cosa os mando que os améis los unos a los otros como yo os he amado”-, y el servicio -“El que quiera ser el primero entre nosotros que sea el servidor”; “Misericordia quiero y no sacrificio” (cf. Mt 25). La opción fundamental La vida del cristiano ha de ser una vida del seguimiento de Jesús. Antes de explicar su relación con el seguimiento, resulta oportuno comprender la opción fundamental como expresión del dinamismo moral de la persona. Fundamento antropológico La opción fundamental es la primera expresión del comportamiento humano responsable. La opción fundamental (orientación o sentido que se le da a la existencia) es una decisión, que brota del centro de la personalidad, del corazón del hombre, como núcleo de su personalidad. Es una decisión fundamental, que condiciona, como intención básica, todos los demás actos. Es decir, la opción fundamental es la intención nuclear, que se desarrolla a través de los actos morales concretos. Subyace a la opción fundamental una concepción según la cual la persona humana es dinámica, posee capacidad de tomar decisiones. La vida humana es elegida y vocacionada, por tanto, “opción” pertenece al mundo de la elección, entre diversas 2 alternativas, y de la decisión, en cuanto que el sujeto queda implicado en la alternativa elegida. La opción fundamental se refiere al conjunto de toda la existencia. Es una decisión de tal densidad que abarca totalmente a la persona, dando orientación y sentido a toda su vida. Toda la vida moral es juzgada desde la profundidad de dicha opción. La decisión moral brota del núcleo autónomo de la personal. Únicamente tiene sentido una decisión ética cuando es responsable, es decir, cuando es una respuesta del yo ante las exigencias de su propia realización. En este sentido la opción del sujeto puede ser una decisión fundamental de entrega, de fe, de aceptar al otro, o de clausura, hacer su propia historia, endiosamiento, egoísmo, soberbia. Se trata de dos curvas existenciales desde las cuales el sujeto determina el horizonte de su realización humana. La decisión moral se expresa a través de opciones y actitudes. La actitud en términos psicológicos se refiere a las disposiciones habituales y adquiridas para reaccionar de cierta forma ante situaciones, personas u objetos de su alrededor. Las actitudes son las disposiciones adquiridas y habituales (fidelidad, gratuidad, justicia, servicio, sinceridad, solidaridad...), que posibilitan formas peculiares y coherentes de respuesta personal ante las diversas situaciones de la existencia humana; ejercen su función de nexo entre la opción fundamental y los actos concretos. Finalmente el acto moral es la manifestación de la opción y de la actitud. Los actos serán responsables (buenos o malos) en la medida que participen de la opción fundamental. Los actos de la persona tienen sentido a través de esta decisión fundamental. Ellos manifiestan el enraizamiento existencial de la opción fundamental, a la vez que contribuyen a su configuración, desarrollo, consolidación, debilitamiento o modificación. Ellos son el criterio normal para evaluar la consistencia e intensidad de la opción fundamental. Defino opción fundamental, actitudes morales y actos morales. Represento gráficamente la relación que hay entre estos conceptos. Escribo las actitudes más frecuentes en mi manera de ser, e identifico el dinamismo interior al cual corresponden. Ese dinamismo determina la manera como voy asumiendo mi existencia. ¿Oriento mi existencia movido por la entrega y la aceptación del otro o por el encerramiento en mí mismo y en mi egoísmo? Trato de definir cuál es mi opción fundamental, es decir, la orientación o sentido que le quiero dar a mi existencia. ¿Qué actitudes tendría que ir asumiendo para que se verifique en mi vida cotidiana la orientación o sentido que deseo darle a mi vida? 3 Perspectiva cristiana En la perspectiva cristiana dicha opción fundamental u orientación de la dirección de toda la vida se encontraría en el amor a Dios manifestado en el amor al prójimo. “... Cuando Dios se ofrece al hombre como el verdadero contenido de su realización, y cuando el hombre libremente se decide a acogerse a ese ámbito de referencia, entonces tiene lugar la “gracia” de la opción cristiana”. Por tanto, la opción cristiana es la verificación de la experiencia paulina: “Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí” (Gál 2, 20). En este sentido la opción fundamental es la aceptación radical de Cristo como un alguien, que “condiciona” nuclearmente la comprensión y la realización de la existencia personal. En síntesis, la opción fundamental cristiana constituye la decisión nuclear del existir cristiano y los comportamientos o decisiones singulares son “mediaciones” de la opción fundamental. Esta manera de asumir la existencia en la relación amorosa con Dios, esta opción fundamental de una orientación radical hacia Dios, se relaciona con la categoría “seguimiento”. La opción cristiana se resume en la actualización del seguimiento de Jesús, el cual conlleva de modo indisoluble la trasformación interior de la persona y el compromiso de transformación intramundana. La opción fundamental del creyente supone la exigencia de un cambio radical en el modo de entender y realizar la existencia: pierde la propia vida para entregarla en servicio a los demás como verificación real de la apertura a Dios y de la aceptación de Cristo Jesús. Si la opción fundamental del cristiano es el amor a Dios manifestado en el amor al prójimo, la cuestión ahora es intentar especificar los contenidos de ese amor para que pueda ser catalogado como propiamente evangélico. Veamos esto en la conocida parábola del Buen Samaritano. “Se levantó un legista, y dijo para ponerle a prueba: «Maestro, ¿que he de hacer para tener en herencia vida eterna?». Él le dijo: «¿Qué está escrito en la Ley? ¿Cómo lees?» Respondió: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo.» Díjole entonces: «Bien has respondido. Haz eso y vivirás.» Pero él, queriendo justificarse, dijo a Jesús: «Y ¿quién es mi prójimo?» Jesús respondió: «Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de salteadores, que, después de despojarle y golpearle, se fueron dejándole medio muerto. Casualmente, bajaba por aquel camino un sacerdote y, al verle, dio un rodeo. De igual modo, un levita que pasaba por aquel sitio le vio y dio un rodeo. Pero un samaritano que iba de camino llegó junto a él, y al verle tuvo compasión; y, acercándose, vendó sus heridas, echando en ellas aceite y vino; y montándole sobre su propia cabalgadura, le llevó a una posada y cuidó de él. Al día siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero y dijo: "Cuida de él y, si gastas algo más, te lo pagaré 4 cuando vuelva." ¿Quién de estos tres te parece que fue prójimo del que cayó en manos de los salteadores?» El dijo: «El que practicó la misericordia con él.» Díjole Jesús: «Vete y haz tú lo mismo.» En la parábola del Buen Samaritano (cf Lc 10, 25-37), ante la pregunta por la vida eterna, Jesús, al unificar en uno solo los preceptos del amor a Dios y al prójimo, destaca la unidad indisoluble entre el amor a Dios y el amor al prójimo, que pasa a constituir el único precepto fundamental. Con el fin de evitar, también nosotros, la tendencia a delimitar las obligaciones hacia el otro que subyace a la pregunta hecha por el legista, conviene señalar que “todo hombre que necesita amor y nuestra ayuda es nuestro prójimo”. La unidad indisoluble entre amor a Dios y amor al prójimo es explícita también en la primera carta de san Juan: “Todo el que aborrece a su hermano es un asesino... En esto hemos conocido lo que es el amor: en que Él dio su vida por nosotros. También nosotros debemos dar la vida por los hermanos. Si alguno que posee bienes en la tierra, ve a su hermano padecer necesidad y le cierra su corazón, cómo puede permanecer en él el amor de Dios... Si alguno dice: “Amo a Dios”, y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano a quien ve; no puede amar a Dios a quien no ve. Y hemos recibido de Él este mandamiento: quien ama a Dios, ame también a su hermano” (1 Jn. 3, 15-17; 4, 19-21). La opción fundamental sería entonces un amor sin límites hacia el otro a quien yo hago que sea otro relevante y significativo, movido únicamente por la capacidad de compadecerme frente a su necesidad. Sólo aquel que tuvo compasión es señalado como aquel que se portó como prójimo. Entonces “prójimo” no es el que está cerca, el compañero de camino, el amigo; prójimo es el que me necesita, aquel a quien yo me aproximo movido por su necesidad; prójimo es el que rompe el círculo de sí mismo y se inclina sobre el otro. La capacidad de compadecerse frente a las necesidades del otro hace que el amor no se manifieste solo a través de sentimientos y palabras, sino en hechos concretos, en la capacidad para dar, en la prontitud para el servicio, en la renuncia a toda venganza, en el amor a los enemigos, en el perdón sin límites. En suma, el necesitado o el abandonado, en el camino de la vida y de la historia, llega a ser la medida concreta de un amor sin límites, expresión del amor y verificación del amor hacia Dios. “La fe (el amor a Dios) se traduce en obras de amor para con el necesitado (la imagen sufriente de Dios)”. 5