los nuevos ministerios

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JOSÉ Mª. CASTILLO
LOS NUEVOS MINISTERIOS
La renovación de la Iglesia pretendida por el Vaticano II es imposible mientras no se
resuelva el problema de los nuevos ministerios, concebidos como servicio y no poder ni
dignidad, lo que únicamente se puede realizar si son para, con, y dentro de la
comunidad, y si el pueblo de Dios adquiere la primacía sobre la jerarquía. José M.ª
Castillo analiza la situación del "clero" actual, la critica desde el evangelio y esboza su
renovación.
Los nuevos ministerios. La iglesia será ella misma cuando tenga su centro en los laicos,
Sal Térrea, 66 (1977) 3-20
La autoridad eclesiástica: un constraste que sorprende
Entre la serie de contrastes que se han producido desde el pasado Concilio Vaticano II,
entre lo que se dice y lo que se hace, resulta específicamente significativo el que se da
entre lo que la autoridad eclesiástica dice de sí misma y lo que hace.
Contrastes en los planteamientos generales y en las aplicaciones prácticas
El Magisterio y la teología han enseñado constantemente que lo primario y lo básico en
la iglesia es el pueblo de Dios y no la jerarquía, sin que ambas dimensiones de la iglesia
se contrapongan ni se contradistingan en realidad. Pero lo que se hace es que la
jerarquía adquiere la primacía, ella piensa, enseña, decide y organiza, mientras que el
pueblo tiene que pensar lo que el clero piensa, y comportarse como el clero enseña.
Se nos dice que la jerarquía es servicio, que se despliega según el mismo Vaticano II en
un triple poder: de enseñar, santificar y regir. Poder que el mismo Concilio entiende
como servicio. Pero se hace otra cosa: en realidad, se ha convertido en fuerza y poder de
dominio. Esta inversión no se puede atribuir exclusivamente al temperamento-de este o
aquel jerarca -que de todo hay-, sino al modo concreto como el clero ejerce estas
funciones.
El sujeto de la infalibilidad es el pueblo de Dios
En la función de enseñar, atribuye el Concilio al pueblo de Dios la infalibilidad. Por
tanto, obispos y sacerdotes, no se encuentran en la enseñanza sobre el pueblo creyente,
sino dentro como servidores. La jerarquía posee el derecho y el deber de enseñar, pero
en relación con la fe que es esencialmente vida y no saber. Pero la jerarquía actúa como
si la fe fuese esencialmente transmitir un saber, creando inevitablemente una relación de
dependencia entre el que enseña y el que aprende. El clérigo se convierte en dominador
del pueblo. El saber es uno de los lugares primordiales del poder, por lo que la relación
pedagógica es una relación fundamental asimétrica. Los conocimientos pasan del
maestro al alumno, modelándole. El que enseña no sólo transmite una serie de
informaciones, sino que establece también ciertas relaciones de dependencia, que
comprometen a actitudes de sumisión y expectativa de bienes que sólo otro ser superior
puede dar.
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Pero, además, el carácter sagrado tanto de la persona del sacerdote como la
preocupación por la ortodoxía, duplican el poder del saber religioso.
Esta imagen del sujeto supuestamente sapiente, inductora en el laico de actitudes de
inexperiencia y dependencia, no es cuestionada. Al noclérigo no le queda más remedio
que identificarse miméticamente con ese saber si quiere participar en el diálogo.
¿Sin un sacerdote no hay posible eucaristía?
El oficio de santificar, concretado en la celebración de los sacramentos, adquiere su
forma específica en la Eucaristía y Penitencia. La división entre poder y no-poder,
aparece aquí más claramente. Un "modo de proceder que se ha impuesto en la Iglesia",
concibe la posibilidad de celebrar la eucaristía por el sacerdote solo sin comunidad,
mientras que no es posible a una comunidad reunida sin sacerdote. Cierto que es algo
comúnmente admitido, que donde no hay sacerdote no hay comunidad. Pero ese hecho
es significativo de la división tajante de poder de unos, que están arriba, y del nopoder
de otros, que están abajo. Y eso en el acto central de la Eucaristía. Esta concepción
viene a equivaler en el fondo a que la iglesia consiste esencialmente en el sacerdocio. La
comunidad de los fieles se convierte en un apéndice, que si está presente en la
celebración de la eucaristía, bueno va, pero que si está ausente, no sucede nada en
definitiva.
La autoridad y su lenguaje patológico
El Concilio que afirma que la potestad de regir es una autoridad y potestad sagrada,
enseña también que se ha de ejercitar como servicio (Lc 22,26-27). Lo que equivale a
decir, que en tanto es válido el ejercicio de la autoridad y en tanto es admisible, en
cuanto, o en la medida -y sólo en la medida- en que se realiza como servicio, entendido
este servicio como lo más radicalmente opuesto a cualquier tipo de autoridad mundana.
(Mc 10,42-45; Mt 20,25-28). Ya que las autoridades mundanas tiranizan y oprimen (Mc
10,42; Mt 20,25), la autoridad eclesiástica, por el contrario, tiene que ser la negación y
anulación práctica de esta forma de proceder. Reducir esto a una humildad interior o a
"un gran espíritu de servicio", es negar el sentido del servicio. Decisiones y modo de
proceder no han de oprimir a los fieles. La patología del lenguaje en la autoridad civil y
eclesiástica es en este punto evidente: todos afirman su espíritu de servicio, muchos
interpretan su autoridad como imposición de la propia voluntad. Pero toda imposición
desde arriba es opresión.
La autoridad eclesiástica tendría que concebirse y realizarse como colaboración,
coordinación, cooperación desde abajo, desde la base, viviendo entre, con y como la
comunidad. Es decir, la comunidad no tiene que ser pasiva en la toma de decisiones, ni
puede la autoridad eclesiástica imponerlas a su antojo, independientemente del pueblo,
sin contar con él y sin consultarle.
En la práctica sigue siendo la iglesia jerárquica una forma totalitaria de gobierno, una de
las formas más absolutistas. Jamás consulta al pueblo: en la designación de los jerarcas,
en la toma de decisiones, en la forma general de gobernar. O si se le consulta, su
respuesta no tiene valor decisorio.
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Esta patente contradicción entre el dicho y el hecho, no puede depender de los
individuos, o su mejor o peor voluntad -que de todo hay-, sino del sistema.
La imposible comunidad y la imposible libertad
Un doble fenómeno de graves consecuencias se origina de la situación descrita: la
comunidad se hace prácticamente imposible y queda hipotecada la libertad de la iglesia.
La comunidad se estructura según el modelo de sumisión y no de participación. La
Iglesia se concibe en el eje obispo-padre- fiel, autoridadobediencia, reposando el
gobierno en la figura del obispo, quien delega su autoridad en sus representantes. El fiel
se convierte en sujeto-pasivo, sin participación alguna en las decisiones. Lo que implica
una doble esfera: la consagrada (mundo clerical) y la no-consagrada (mundo secular).
La consecuencia es que la gran masa de los fieles ni se sienten responsables ni activos
en el funcionamiento y marcha de la iglesia. Han de aceptar lo que dice y manda el
clero: serán buenos o malos católicos, según sean buenos o malos clientes del clero.
Está tan arraigado en la autoridad eclesiástica el modelo de sumisión, que les duele la
creciente aparición en la iglesia de las llamadas "comunidades de base", acusadas por
los jerarcas de contestación y rebeldía. Más bien habría que suponer que es la autoridad
quien es rebelde al hecho comunitario. No hay comunidad donde no existe participación
ni corresponsabilidad de todos.
También queda hipotecada la libertad de la iglesia. La gran masa de fieles sigue
identificando iglesia con clero, debido a que éste ha monopolizado prácticamente todo
lo que en la iglesia es pensamiento, poder, decisión y responsabilidad. El clero se ha
convertido irremediablemente en funcionarios con plena dedicación a las tareas
eclesiásticas. Para ser clérigos con esas funciones, se ha de pasar por estudios largos y
complicados, que les capaciten para impartir luego estos conocimientos. Esta tarea, si se
tomase en serio, exigiría las 24 horas del día. Porque el clero tiene que programar,
organizar, y seguramente presidir toda clase de actos que celebren los cristianos en
cuanto tales. Con lo que además asume tareas administrativas y burocráticas exigidas
por tal tipo de organización. Al clérigo no le queda tiempo más que para actuar como
clérigo. Por eso el estamento eclesiástico ve con malos ojos al clérigo que se dedique a
tareas seculares, como obrero, funcionario de otras corporaciones distintas de la iglesia,
pero no ve mal a aquellos que, por sus estudios brillantes, cargos de influjo, etc,
prestigian a la iglesia o aumentan su influjo en los altos niveles de la sociedad. Lo
normal, sin embargo, es ser y funcionar únicamente como "sacerdotes".
Esta plena dedicación de tantos funcionarios exige como consecuencia el disponer de
considerables fondos económicos. Y la alternativa es clara: o la iglesia es. una
institución rica, o tiene que depender del poder civil. Lo que origina una dependencia o
de los que aportan el capital que -son los ricos, o del poder civil, que suele proveer en
otros casos. Esta es la razón de los concordatos, "acuerdos parciales", o de compromisos
más o menos ocultos entre capital y poder, poder por una parte, y jerarquía eclesiástica,
por otra. La pérdida de libertad en la iglesia, es resultado de todo esto.
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Mientras el clero funcione como funciona, resultará grotesco hablar de independencia
respecto del poder. El poder y el capital mantendrán al clero mientras les resulte útil a
sus intereses, siguiendo sus propias reglas del juego.
El sistema eclesiástico, como sistema de poder y de dominio, imposibilita que la iglesia
sea una comunidad y vende su libertad por otros intereses que son en definitiva los de
los sistemas y poderes de este mundo.
El NT desautoriza al clero...
No se opone el NT a que en la iglesia, comunidad de personas, existan ministerios,
como carisma y servicio a los demás.
Pero no se identifican ministerio y clero. Del clero no se habla jamás en el NT como
clero-eclesiástico. Más bien se aplica la palabra a la comunidad en contraposición a sus
pastores. (1Pe 5,3). La distinción entre clérigos y laicos -ajena a las ideas y al espíritu de
la iglesia primitiva-, comienza a apuntar en el Siglo III y se afianza en el IV.
Esta distinción, ¿es un progreso o una desviación? El clero entendido como categoría de
personas que se diferencian y distinguen del resto de los fieles se origina en la
pretensión mundana de querer asimilarse los clérigos al ordo de los magistrados y
notables que gobernaban Roma.
El NT reconoce y acepta la existencia de dirigentes o líderes de las comunidades
cristianas. Pero no los sitúa por encima de la comunidad para imponerse a ella o
dominarla (Mc 10,42-45; Mt 20,25-28; Lc 22, 26-27; Jn 13,13-17). Pablo habla de
éstos, como "servidores" y "esclavos", es decir, como dependientes de Dios o Cristo, del
evangelio y de los hombres a quienes se deben. (2Co 6,4;11,23; Col 1,7; 1Tm 4,6: hasta
aquí "servidor"; y 1Co 9,19; 2Co 4,5; Flp 2,22; cfr 1Co 3,2123: hasta aquí "esclavo").
Más tajante es en su formulación Pedro en su primera carta 5,1-3. Los dirigentes de la
comunidad no pueden tener una mentalidad de señores, ni menos comportarse como
tales, que es lo propio de los jefes de este mundo (Mt 20,25-26 y par). El Señor es
terminante en este aspecto con los responsables de su iglesia.
Pero todo eso se ha reducido a pura "espiritualidad", a algo que obispos y presbíteros
han de tener en cuenta si quieren santificarse, pero ni teólogos ni el Magisterio han
deducido las consecuencias teológicas que habría que deducir para ser fieles al mensaje
cristiano.
... ni separación, ni privilegio ni poder
Las consecuencias teológicas serían las siguientes: sólo se puede ser de verdad servidor
si se excluye: 1) toda separación, 2) todo privilegio, 3) todo poder que en la práotica
signifique dominar a los demás.
1) Separación: Es típicamente judía la separación entre sacerdotes y resto del pueblo: el
sacerdocio es asunto de casta y se accede a él por medio de unos ritos consecratorios.
Nada de esto se dio ni en Jesús ni en sus discípulos. Al contrario, para la carta a los
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Hebreos el "hacerse en todo semejante a sus hermanos" (2,17) fue la condición
indispensable a Cristo para su sacerdocio. t1 partir de Cristo no hay ni puede haber más
sacerdocio, que el que se base en la asimilación total a los demás, es decir, en la
negación de toda separación, que implique preeminencias y superioridades (cfr Hb
4,15). Por tanto, donde se organice una casta, separación, ardo, no hay ni puede haber
sacerdocio cristiano.
2) Privilegios: El NT, siguiendo a Jesús, tajante en esto con sus discípulos, no aplica a
los ministros de la comunidad títulos de poder o de dominio de un hombre sobre otro, o
títulos de dignidad o prestigio. Quedan estrictamente prohibidos por el evangelio toda
una serie de títulos que utiliza el clero: padre, abad, papa, maestro, doctor, señor (y más
aún "monseñor"). (Mt 20, 26-26; 23,7-8; Mc 9,35; 10,43-44; Lc 22,25; Jn 15,13-15).
Mucho menos habría que utilizar títulos como "excelencia", "eminencia" o "reverencia":
Hay que excluir todo lo que signifique privilegio, en una comunidad en la que todos son
iguales. Las diferencias son para servicio en el cuerpo de Cristo (Pablo), en donde todos
están al servicio de los demás, de manera que se ha de tratar con mayor esmero y
respeto a los más desvalidos (cfr 1Co 12, 12-26).
3) Poder: El NT no habla de poder sobre las cosas, ni personas, sino sobre los espíritus
malos. Hoy es comúnmente aceptado por la teología más seria y documentada, que de
los solos datos del NT no se puede demostrar que la presidencia de- la Eucaristía y el
perdón sacramental de los pecados estén necesariamente vinculados a un poder
exclusivo de ciertas personas (Conferencia Episcopal Alemana: El Ministerio
sacerdotal, Salamanca, 1970, pp 55 y 57).
Tampoco se habla en parte alguna de que tenga que haber en la iglesia hombres que
posean un poder sobre la verdad. No se pone en duda la razón de ser y la necesidad del
Magisterio de la iglesia, cuya existencia es un dato fundamental de la revelación
cristiana y cuyo sentido está en su relación con la fe. Pero la fe ni es una simple
doctrina, ni un conjunto de teorías que haya que conservar incontaminadas. La fe es
esencialmente vida. La función, por tanto, del Magisterio ni se puede comprender ni
practicar como señorío o dominio que se ejerciese sobre la manera de pensar de los
fieles, sino que tiene que ser testimonio y servicio que se presta a la vida íntegra de los
creyentes. Sólo a partir de este planteamiento puede tener sentido en la iglesia la
función de
anunciar el Evangelio y de vigilar para que se conserve íntegramente. Y del poder de
regir, sólo figuradamente se puede llamar poder. Su significado está en la función de
"pastor" como lo enseña Jesús: buscar lo perdido, al pecador, a los extraviados (Mt
18,12-14; Lc 15, 4-7), dar la vida por los demás (Jn l0,lls). Otra cosa sería adulteración
(1Pe 5,3). Resulta significativo el comportamiento de Pablo con sus comunidades:
jamás impone órdenes o leyes. Cuando Pablo dispone algo en bien de las comunidades,
utiliza un término que viene a significar que él actúa como intermediario que transmite
la palabra del Señor.
En conclusión: la aparición y la permanencia del clero como grupo cualificado de
hombres que dominan en la iglesia, es una desviación, porque se basa en división,
privilegios y poderes, que no sólo no se puede justificar en el mensaje revelado del NT,
sino que está en contradicción con él.
JOSÉ Mª. CASTILLO
La Iglesia será ella misma cuando tenga su centro en los laicos
Tanto el NT como la Tradición entera testimonian que la Iglesia ha de ser una
comunidad con ministerios diferentes y permanentes para la común utilidad y el buen
funcionamiento de la misma comunidad. Ministerios diversos que se adapten a las
diferentes necesidades, situaciones y circunstancias de cada comunidad. Ciertamente,
que no concibe ni el NT ni la Tradición una especie de organización sin dirigentes ni
ministerios.
La comunidad primitiva que crea ministerios-servicio, movida por el Espíritu, tendría
que ser nuestra norma hoy. Por supuesto que ni se deben interpretar ni realizar estos
ministerios como funciones de casta privilegiada, grupo clerical, separado del resto de
los fieles. Jesús no fue sacerdote, en el sentido de funcionario del templo, ni miembro
de un grupo separado o privilegiado. En este aspecto, Jesús fue un seglar.
Al propugnar la desaparición del clero, no se propugna tampoco la anarquía en la
iglesia, sino que se trata de crear en la iglesia el espacio en el que sea posible la
aparición y la existencia de "ministerios", como ocurrió en la iglesia primitiva. Hay que
crear las condiciones para que sea posible la corresponsabilidad de todos y la libertad de
la iglesia ante los poderes de este mundo. La iglesia será ella misma cuando tenga su
verdadero centro en los laicos ("laos" = pueblo), no en el clero.
Dios quiere que haya en su iglesia obispos y presbíteros, pero no clero. Obispos y
presbíteros que deberían ser laicos, como los demás ministros que el Señor coloque en
su pueblo. Dada la abundancia de obispos y presbíteros, lo importante hoy no es
preocuparnos por ellos, sino fomentar otros servicios para la transmisión del mensaje, la
ayuda fraterna a la comunidad, el servicio de los hermanos en la fe y de todos los
hombres en general. Los seglares no serán más la clientela del clero, sino que todos nos
sentiremos activos y responsables en la iglesia, que será asunto de todos.
Condensó: XIMO RIBERA
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