Primer Concilio Ecuménico de Constantinopla

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DIOS HABLA EN LOS CONCILIOS
El Primer Concilio de Constantinopla,
pintura mural en la iglesia de Stavropoleos, Bucarest, Rumania
Fascículo 2
Segundo Concilio Universal
1º de Constantinopla – Mayo de 381
1630º aniversario
Parroquia Inmaculada Concepción
Monte Grande - 2011
Motivos de su convocatoria
El arrianismo1, el cual fue condenado por el primer concilio universal realizado en Nicea
(325), había dejado heridas en la Iglesia, generando nuevos errores. Al negar la divinidad del Hijo,
no había cómo asentar al Espíritu Santo en el trono de Dios, y así lo negaban abiertamente los
macedonianos, convirtiendo al espíritu Santo en una simple criatura al servicio de Dios. Si Cristo
no era Dios, el hombre podía salvarse por méritos propios, y así surge el pelagianismo. Asimismo,
la Virgen María no podía titularse Madre de Dios, como fue declarado por Nestorio. Finalmente,
reaccionando contra el arrianismo, un campeón de la fe de Nicea, Apolinar, caería en el error de
negar el alma humana de Jesucristo, surgiendo así el apolinarismo.
A estos problemas mayores, se añaden inconvenientes surgidos con las sedes episcopales de
Constantinopla y Antioquía.
La sede de Constantinopla
En Constantinopla a fines del 380, el emperador Teodosio I, había obligado al obispo arriano
Demófilo a entregar todas las iglesias a los católicos, luego que éste se negara a confesar la fe de
Nicea. Pasados tres días, los arrianos cumplieron la orden perentoria, luego de haber retenido los
templos por cuarenta años.
Mas el problema no terminaría allí. En Constantinopla, sin contar otros disidentes obispos,
novacianos, macedonianos, apolinaristas y de otras sectas, existen dos pastores en la grey católica:
uno con cayado de paz y otro con espada de guerra.
El primero es Gregorio Nacianceno, teólogo profundo, inspirado poeta y, sobre todo, santo.
Éste, habiendo estado de paso por la ciudad, aceptó ser Pastor por pedido del pueblo y para que
éstos no quedaran huérfanos en la fe. Pero aún siendo prelado a la fuerza, deberá sufrir persecución
de un ambicioso, precisamente de uno que él cree —en su santa ingenuidad— buen amigo y varón
respetable.
El segundo, llamado Máximo, es un personaje lleno de argucias y escapadas. Mientras
Gregorio, que es obispo, desdeña la sede de Constantinopla, Máximo, que es apenas seglar, la desea
en todo instante. Llegado a Constantinopla, se hace sumamente popular y quiere ser sacerdote. Su
ordenación fue como un motín. Sus seguidores (marineros y gente de baja estofa) le aclaman como
obispo, y con escándalo de las gentes sensatas, le consagran como tal algunos prelados venidos de
su patria, Egipto.
Enterado el Sumo Pontífice, Dámaso I (384), contesta en tonos de amargura sobre aquella
violación de los cánones de Nicea… y del sentido común.
Gregorio, totalmente desengañado, quiere marcharse, pero el pueblo lo aclama como su
Pastor, y éste acepta la carga ante las lágrimas bizantinas. No obstante, acepta con la condición que
se estudie el caso en un sínodo para confirmar su legitimidad. Pero finalmente, dada la ordenación
irregular de Máximo y el trastorno de la Iglesia Patriarcal, aceptó y Teodosio I lo posesionó de la
Sede. Con un arrianismo enquistado en la corte, y con tantos obispos y fieles de otras sectas,
devorándose entre si, pero unidas cual lobos para atacar la verdadera religión de Cristo, gobernar
era harto difícil.
La sede de Antioquía
La cuestión de Antioquía tiene sus comienzos en el 330, cuando se produce la expulsión de
Eustacio, su obispo, defensor de la fe de Nicea. Así, la tercera sede en el mundo queda en manos de
los arrianos, mientras se aísla un grupo fiel, llamados los eustacianos. En el año 360, tras treinta
años de arrianismo, es nombrado Melecio de acuerdo al emperador, quien hasta ese momento era
obispo retirado de Sebaste.
Apenas toma posesión de la sede patriarcal, hace profesión de fe, confesando el dogma
combatido, la consustancialidad del Verbo con el Padre, pero evitando la palabra clave de Nicea, el
1
Esta herejía negaba la divinidad de Cristo, sólo era considerado como la primera criatura creada por
Dios.
homoousios2. El emperador Constancio, protector del arrianismo, lo destierra y nombra a Euzoio,
declaradamente arriano. Melecio no ha durado ni treinta días.
De esta manera se forman tres partidos: los intransigentes, antiguos eustacianos, que nombran
al presbítero Paulino, lleno de méritos. Los católicos, que proclaman a Melecio como pastor, y los
arrianos que siguen con Euzoio.
Tras la disputa entre Melecio y Paulino por la Sede de Antioquía, se encontraban nada menos
que Oriente y Occidente. Decíase que ambos varones, para terminar el litigio, habían pactado que si
moría Melecio antes que Paulino le sucediera éste.
La solución, un concilio universal
Como única panacea a tantos y tan diversos males que aquejaban a la Iglesia de Cristo, el
emperador Teodosio I decide llamar al segundo concilio universal, terreno ya preparado por varios
sínodos celebrados entre el año 377 y el 380.
Las cuestiones a tratar en los planos dogmático y disciplinar son bien definidas:
macedonianismo, apolinarismo y la pacificación de las Iglesias. En éste último punto, la de
Constantinopla con dos contenedores de la sede episcopal: Gregorio y Máximo. La de Antioquía
con dos obispos ortodoxos, paulino y Melecio, además de Euzoio, arriano, y Vidal, apolinarista.
Además, el concilio debía dotar de mayor precisión a algunos cánones de Nicea, a los fines de
evitar abusos introducidos en Oriente.
El concilio del Espíritu Santo
El emperador convocó a concilio para el año 381, en la ciudad de Constantinopla. No hubo
convocación, presidencia ni aprobación inmediata del Pontífice de Roma. Probablemente el Papa
Dámaso I sí conoció su realización, pero no figuran para nada sus delegados pontificios. Este
concilio, para ser considerado como ecuménico, necesitó la aprobación posterior del Papa Gregorio
el Grande y los obispos de Occidente.
Por sus actas, sabemos que asistieron unos 150 obispos, todos ellos de Oriente. Entre los que
se contaban: Melecio de Antioquía, Heladio de Cesarea de Capadocia, Gregorio de Nisa con su
hermano Pedro de Sebaste, Eulogio de Edesa, San Cirilo de Jerusalén. Además, asistieron 36
obispos de la secta macedoniana.
Ante la ausencia de Tiometo de Alejandría en la apertura, ocupó la presidencia Melecio de
Antioquía. Gregorio Nacianceno nos lo describe así: “Melecio imponía y atraía sin hacer violencia,
teniendo tanta miel en su carácter como en las sílabas del nombre que llevaba3”. Por sus
cualidades y ser apreciado grandemente por el emperador Teodosio, era el más adecuado para ese
oficio.
Pero, apenas iniciado el concilio, Melecio muere exhortando a todos a la caridad. El concilio
le tributa un gran elogio y los mismos occidentales lo veneran por santo.
El problema de la sede de Constantinopla
Teniendo en cuenta la imposibilidad de discutir temas de doctrina y cánones, sin haber
aclarado antes quién era el obispo de la ciudad, asiento del concilio. Éste comenzó por estudiar
detenidamente el caso más urgente: la intromisión de Máximo en la Sede de Constantinopla. Se
adoptaron dos resoluciones.
1. Se declara nula la escandalosa ordenación de Máximo el Cínico, contraria a todos los
cánones, siendo inválidas todas sus ordenaciones y decretos.
2. Los obispos que prescindieron en absoluto de los requisitos canónicos y ordenaron fuera
de la ley a Máximo serán procesados.
2
3
De la misma naturaleza.
En griego, Melecio significa cuidadoso.
Con la generosidad que sólo poseen los santos, pide Gregorio que, mirando la concordia de
todos y estando ausentes los obispos consagrantes de Máximo, se los perdone. Así se hace.
La vacante en la sede de Antioquía
Tras el fallecimiento de Melecio, Obispo de Antioquía y presidente del concilio, estallará una
gran crisis para determinar su sucesor.
Con la conocida generosidad de Gregorio Nacianceno, éste abogó por que se respetara el
pacto entre Melecio y Paulino (ver “La sede de Antioquía”). Cuando Gregorio declaró su voto por
Paulino, basado en su opinión personal y también en la simpatía que Occidente tenía por él, fue
como dar un palazo en el avispero, recordemos que todos los obispos reunidos eran de Oriente. El
santo compara los rumores con el zumbido del enjambre o el graznar de una banda de cuervos,
había herido el orgullo nacional. ¿No es en Oriente donde nació Jesús?, le grita un prelado oriental.
¡Sí! Venerable hermano, pero también aquí le crucificaron…
El concilio casi por unanimidad rechaza a Paulino y nombra al presbítero Flaviano, hombre
benemérito, pero que perpetuaba el cisma. Gregorio Nacianceno, viendo tal desautorización de su
opinión, renuncia a la presidencia de la asamblea y se retira, siguiendo de lejos las decisiones del
concilio.
Nuevo conflicto con la sede de Constantinopla
Al llegar Timoteo con los obispos sufragáneos de Alejandría, éste toma la presidencia y lo
primero que plantea a la asamblea es la cuestión de Constantinopla, acusando a Gregorio de haber
pasado de una sede a otra contra los cánones, lo cual no era totalmente cierto. Ahora su candidatura
quedaba entre dos marejadas opuestas entre sí, pero acordes en hundir al santo. La mayoría de la
asamblea, porque él apoyaba a Paulino en la cuestión de Antioquía, y los egipcios, porque él no
sería juguete fácil de sus intereses, más políticos que religiosos.
Ante tal situación, Gregorio toma una resolución heroica, proclamando en la asamblea:
“¡Varones de Dios! Dignaos no tomar en cuenta para nada lo que a mí se refiere. Yo me entrego
como Jonás, para salvar la nave, aunque no sea yo la causa de la tempestad”. Cosa increíble, pero
tan humana; ni una sola voz le pide que se quede. Gregorio se aleja silencioso. Sólo algunos obispos
le acompañan, en homenaje de amistad.
Gregorio suplicó el permiso de alejamiento al emperador Teodosio el Grande, y aunque éste le
instó amigablemente a no renunciar, finalmente le otorgó el permiso con un abrazo y lágrimas, que
eran el mejor homenaje a las virtudes sobrehumanas de un gran santo.
Ahora el concilio estudia el sucesor de Gregorio. Se envía una lista al emperador Teodosio I, y
éste selecciona al menos pensado, el pretor de Constantinopla, que aunque lleno de cualidades
(prudente, noble, bien intencionado y un gran administrador de lo civil), era un poco anciano y
sobre todo, apenas neófito y ni siquiera bautizado. Nectario es electo por unanimidad, incluso el
voto de Gregorio Nacianceno, como una contribución más a la pacificación religiosa. Teodosio pide
la confirmación del Sumo Pontífice, y con esa bendición se viste de blanco para el bautismo, el
sacerdocio y la sede episcopal. Ahora el presidente del concilio pasa a ser Nectario.
El concilio combate los nuevos errores
Resueltas las cuestiones urgentes de las sedes de Constantinopla y Antioquía. El concilio pasa
a tratar el tema más importante, la extirpación del arrianismo y de otras herejías nacidas a su calor.
Se entablan las discusiones sobre la divinidad del Espíritu Santo. Los macedonianos se
mantuvieron en negar la divinidad, tanto del Hijo como del Espíritu Santo, aceptándolas sólo como
criaturas de Dios, las más encumbradas, e instrumentos suyos, para obrar en los hombres. Así,
fueron considerados como herejes notorios estos macedonianos o semiarrianos. Los treinta y seis
obispos partidarios de este error se retiraron de la asamblea, protestando contra la fe de Nicea y el
concilio que la defendía.
Se examinó después aquel nuevo error tan extendido por el Oriente a través de Apolinar. Error
que había fundado Iglesias cismáticas y que estuvo a punto de apoderarse de Constantinopla al
morir el emperador Valente (328 – 378). Como el error era por esencia disgregante, los discípulos
añadían teorías nuevas a las tesis madres. Así, los apolinaristas terminaban por enseñar novedades
caprichosas, acerca de un Verbo encarnado, que sólo toma de la naturaleza humana lo sensible,
nunca el alma racional. Ellos, los discípulos, imaginaban un cuerpo no formado de la Virgen María,
sino bajado del cielo. Además señalaban que Jesucristo no habría sido hombre, sino en apariencia.
Habiendo surgido tantos errores luego de Nicea, el concilio I de Constantinopla no sólo
aclamará el Símbolo de fe del primer concilio, sino que formulará un Credo propio, ampliando el de
Nicea. Así nace el Credo Niceno-Constantinoplano, refutando de esta manera las nuevas
desviaciones del arrianismo y también el apolinarismo.
Dice el Credo Niceno sobre la Encarnación: “Descendió de los cielos, se encarnó, se hizo
hombre, padeció, resucitó al tercer día, subió a los cielos, y vendrá a juzgar a los vivos y a los
muertos”.
Declara el I de Constantinopla: “Descendió de los cielos, se encarnó del Espíritu Santo de la
Virgen María, y se hizo hombre; fue crucificado por nosotros bajo Poncio Pilato, padeció y fue
sepultado, resucitó al tercer día según las Escrituras; subió a los cielos, está sentado a la diestra
del Padre, y vendrá de nuevo en su gloria a juzgar a los vivos y a los muertos, y su reino no tendrá
fin”.
Dijo Nicea sobre el Espíritu Santo: “Creemos en el Espíritu Santo”.
Dice Constantinopla: “Creemos en el Espíritu Santo que también es Señor y confiere la vida;
y que procede del Padre, y que con el Padre y el Hijo recibe las mismas adoraciones y una misma
gloria y que habló por los profetas”.
Refutando ciertas herejías y a todas en general, añade: “Creemos en una sola Iglesia, santa,
católica y apostólica. Confesamos un solo bautismo para la remisión de los pecados. Esperamos la
resurrección de los muertos, y la vida del siglo venidero”.
Formulado el Símbolo, debían prescribirse algunas medidas disciplinares, de ellas se habla en
los cuatro cánones de este segundo concilio universal.
Canon I. — Luego de transcribir el Símbolo, dice: “Es preciso guardar la fe de los 318
Padres reunidos en Nicea de Bitinia y se debe anatematizar toda herejía, aquella de los
eumonianos o anomeos, la de los arrianos o eudoxianos, de los semiarrianos o neumatocos4, de los
sabelianos5, marcelianos6, fotinianos7 y apolinaristas”.
Canon II. — Prohíbe a los obispos de una diócesis mezclarse en los negocios de otra diócesis.
“Igualmente que los obispos no vayan a las Iglesias fuera de sus diócesis y confundan las Iglesias.
De modo que el de Alejandría sólo debe gobernar el Egipto, etc. Los obispos no saldrán de sus
diócesis sin ser llamados para elecciones y otros asuntos eclesiásticos; los negocios de la provincia
deben ser arreglados por el concilio provincial de acuerdo con el canon de Nicea. Las diócesis que
están entre las naciones bárbaras se gobernarán conforme a la costumbre recibida de los
Padres.”.
Bajo el nombre de diócesis no se ha de entender un simple episcopado, sino una de aquellas
grandes circunscripciones eclesiásticas, que correspondían a las diócesis civiles, es decir
patriarcados o exarcados, y metropolitanos. Diócesis se decía entonces lo que nosotros llamarnos
hoy parroquia.
Enemigos del Espíritu Santo.
Doctrina iniciada por Sabelio, heresiarca africano del siglo III, la cual se encuentra fundada en la
creencia de un sólo Dios que se revela bajo tres nombres diferentes, y negando, por tanto, la distinción
de las tres Personas y el misterio de la Santísima Trinidad.
6
Doctrina herética sustentada por Marcelo, obispo de Ancira, que unía las tres personas de la Trinidad
en un Ser Supremo. Considerando que las tres Personas de la Santísima Trinidad eran
denominaciones relativas de este Ser, según se lo considerara creador, redentor o regenerador
purificante.
7
Seguidores de Fotino, obispo de Srem y discípulo de Marcelo. Concentraban su doctrina de manera
especial en la afirmación de que Jesucristo fue sólo un hombre, en el cual moraba la Divinidad con
particular plenitud, pero sin ser Él eterno.
4
5
Canon III. — Decreta que “el obispo de Constantinopla debe tener preeminencia de honor,
luego del obispo de Roma, porque Constantinopla es la nueva Roma”.
Este canon es más político que religioso. Se trataba de humillar a Alejandría, despojándola del
sitio que siempre ocupaba. El comentario “por ser la nueva Roma”, con toda la cortesía oriental, no
es sino el germen de la dolorosa escisión, en la Iglesia, que aún padecemos.
Canon IV. — Declara que Máximo el Cínico nunca fue obispo y así sus ordenaciones y actos
episcopales son de ningún valor.
Cierre del concilio y resoluciones del emperador Teodosio I
El concilio, en su última sesión (Julio de 381), redactó una carta respetuosa y agradecida al
emperador, dándole cuenta de sus actos y pidiendo la confirmación civil de sus decretos.
Teodosio I promulgó un acuerdo, ordenando se entregaran las Iglesias a los obispos que
confesaran la Trinidad Santísima, reconociendo una sola divinidad en las tres Personas. El
emperador prohibió las reuniones de macedonianos, semiarrianos y apolinaristas, ordenando la
deportación de sus obispos. Sumamente más severo fue con otros herejes, condenando a algunos a
pena de muerte por tener costumbres extremadamente licenciosas, considerándolos perniciosos para
la buena marcha del Imperio.
El concilio I de Constantinopla había terminado con la cizaña del arrianismo que gozó por
unos lustros de una extraña protección de los emperadores. Pero antes de morir, ese arrianismo,
como una planta venenosa, ha entregado su semilla al viento, para infectar los pueblos bárbaros
(visigodos, ostrogodos, vándalos, etc.).
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