LOS DERECHOS CULTURALES DESDE UNA PERSPECTIVA SOCIAL-DEMOCRATA Héctor Vasconcelos Si algo se reconoce en cualquier sociedad liberal es el derecho a la cultura y la educación. También -- en tiempos recientes --, se admite el derecho a todo género de diversidades: étnicas, sociales, sexuales. Afirmar estos derechos se ha vuelto un lugar común, salvo en los espacios más conservadores y reaccionarios o en regímenes totalitarios. El problema está en el cómo, o en los cómos. En otras palabras, en cómo darle contenidos específicos a estos derechos. Un nuevo partido tendría que ir más allá de las afirmaciones discursivas en cuanto al cumplimiento de estos derechos, y pasar a la discusión de las propuestas de contenidos. Me parece que en el contexto social y político en que vivimos, y desde una perspectiva en esencia socialdemócrata, se podría empezar por la exigencia de la más irrestricta pluralidad en los contenidos culturales. Puede parecer obvio que la defensa de la pluralidad intelectual, ideológica, estética y de géneros es el núcleo mismo del concepto de cultura en una sociedad moderna y liberal, y por lo tanto, la insistencia en estos valores resultaría superflua. Pero ningún nuevo partido o movimiento social en nuestro país puede pasar por alto el hecho que, en los últimos años, hemos presenciado un intento, quizá todavía contenido pero ciertamente implacable, de las fuerzas 2 conservadoras, para ganar espacios que tenían históricamente perdidos e impedir, o al menos resistir, los avances de la modernidad. Se impone aquí una enumeración sucinta, que no exhaustiva, de los hechos. En tiempos recientes, hemos atestiguado los intentos de la derecha por obstruir iniciativas o revertir medidas que son simplemente constitutivas de la modernidad. Han habido intentos por impedir u obstaculizar la educación sexual en las escuelas, por obstruir el uso generalizado de medicamentos que favorecen la racionalización de los nacimientos y por impedir prácticas que protegen la salud de los ciudadanos, y especialmente de los jóvenes. Se ha intentado reintroducir la censura en temas que atañen a la institución eclesiástica y que, más que de censura, requerirían de amplia difusión para favorecer la salud social. Han habido también intentos de la iglesia católica por recuperar espacios físicos, con el pretexto de las necesidades del culto, en abierta contravención de las leyes y los consensos que nos han regido durante un siglo y medio; la jerarquía eclesiástica ha intervenido en la vida política en flagrante contradicción de la separación Iglesia-Estado; el propio Jefe del Estado ha violado abiertamente el espíritu y la letra del estado laico que nuestras leyes, desde los 1860s, establecen. Por todo ello, por ese nuevo embate de la vieja derecha, que ha sobrevivido agazapada a nuestro liberalismo del siglo XIX y al clima intelectual emanado de la Revolución Mexicana, resulta tan importante que las nuevas formaciones políticas asuman la defensa de la libertad intelectual, artística y de opciones vitales, es decir, de la 3 tradición liberal. Y, también, la defensa de la separación Estado-Iglesia. Desde esta perspectiva resulta indispensable que cualquier nueva propuesta en materia cultural incluya, en primer termino, la defensa de estos valores. Defensa y promoción de la cultura, sí, pero, ¿de qué cultura? De la cultura en que florece la más irrestricta libertad creativa. No cualquier cultura. No la “cultura” de los estados totalitarios o teocráticos. No la cultura de la Alemania nazi o de la Unión Soviética estalinista o de la España franquista. En esas dictaduras se usó destacadamente el término “cultura” y las tres pretendieron apoyarla. La Alemania nazi promovió obsesivamente la ópera y el mito wagneriano, mientras perseguía hasta el aniquilamiento a judíos y homosexuales que en muchos casos eran los mejores exponentes de esa música. La Unión Soviética promovió la música clásica y el ballet más tradicionalistas, en tanto que sofocaba toda forma de pensamiento creativo. Todos sabemos que en realidad esos totalitarismos violaron, deformaron y ultrajaron la cultura. En una palabra, la destruyeron porque la única esencia posible de la cultura, en tanto que expresión del pensamiento y la sensibilidad, es la libertad irrestricta. Nada más antitético a la cultura que las dictaduras ideológicas o las teocracias. Por lo mismo, un nuevo partido político debiera siempre hacer explícito, a mi juicio, que lo que promueve es el derecho a una cultura liberal y a una sociedad abierta. 4 Ante la sutil, pero creciente, derechización del país, que abarca incluso al sector intelectual y al de los analistas de los asuntos públicos, una postura social-demócrata debería asumir la defensa a ultranza de los valores liberales; tendrá que ser un dique de contención para las tendencias retrógradas. Y también, y por lo mismo, subrayar su carácter de postura de izquierda. La social-democracia no debe nunca olvidar su origen y su filiación de izquierda. En una época en que el pragmatismo tiende a desdibujar las posturas y las opciones políticas, debe mantenerse como una clara opción izquierdista. Por esa razón, las corrientes y los partidos social-demócratas no pueden incurrir en acciones que beneficien a la derecha. No debieran, so pretexto de contribuir a la conciliación y la marcha institucional, aceptar alianzas o acuerdos que, en última instancia, beneficien a las fuerzas de derecha. Resistir desde dentro del sistema puede ser una opción válida, pero, desde luego, manteniendo con intransigencia convicciones y objetivos. Porque, finalmente, el enemigo verdadero, el enemigo histórico, es la derecha. Y eso es lo que nunca puede olvidarse, sin perder la razón misma de ser.