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EL CORDERO Y EL DRAGÓN.
El Apocalipsis ¿una teología política?
Eduardo Arens, s.m.
En memoria de Mons. Oscar Alzamora
El tema del Apocalipsis ha despertado siempre curiosidad e interés en estudiosos y en gran
parte del público en general; y muchas veces ha sido interpretado de manera superficial o
para avalar a profetas de desgracias.
Páginas considera de suma importancia el presente estudio, precisamente en estos
momentos de cambio de época. Su autor, biblista, analiza con detalle las imágenes,
símbolos y lenguaje a través de los cuales se expresa un mensaje político que debe ser
interpretado en su contexto.
Si bien este artículo forma una sola unidad, por razones de longitud lo hemos dividido en
dos partes; la segunda aparecerá en el número siguiente de Páginas.
Para entender correctamente la intención de una determinada obra hay que conocer la situación u
ocasión que motivó su composición. Esto es parte de lo que se conoce como Sitz im Leben o
situación vital. De hecho, el género literario al cual recurre un escritor está íntimamente
relacionado a una situación vital, con la cual se sitúa en diálogo.
En las últimas décadas hemos tomado conciencia del influjo que han tenido factores de índole
socio-económica, además de aquellos de índole política, en relación con la situación vital de los
textos bíblicos. Es decir, la dimensión religiosa no ha sido el único factor determinante en la
composición de los textos bíblicos. En la antigüedad, esas dimensiones estaban entramadas y
todas estaban, en mayor o menor grado, comprometidas. Es sabido que el género apocalíptico
tiene un Sitz im Leben sustancialmente político: floreció en contexto de adversidades,
hostigamientos, y algunos escritos resultan de una situación de persecuciones violentas como el
libro de Daniel, situación descrita en 1 Macabeos. Es igualmente sabido que el celotismo, conocido
por sus actividades violentas contra sus «adversarios», está estrechamente relacionado a la
ideología apocalíptica en torno a los siglos primero a.C. y d.C. Ésa fue una de las razones por las
que, aparte de Daniel, los escritos apocalípticos fueron excluidos del Canon hebreo de Sagradas
Escrituras.
Los apocalipsis casi contemporáneos al de Juan, a saber, 4 Esdras, 2-3 Baruc, y el Apocalipsis de
Abraham, fueron escritos a raíz de situaciones socio-políticas adversas y se dirigían a ellas: la
situación de dominación por parte del Imperio romano bajo la cual vivían los judíos,
particularmente en la tierra de Israel. Bajo situaciones similares se había compuesto antes el libro
(apocalíptico) de Daniel, una de las fuentes básicas de inspiración de Juan para su apocalipsis.
Por otro lado, es un hecho que ningún texto (que no sea ciencias exactas) es ideológicamente
neutral. La absoluta imparcialidad simplemente no existe en las humanidades. Quien escribe
siempre lo hace desde una perspectiva y con preconceptos ideológicos, los cuales consciente o
inconscientemente propugna y defiende. Esto se impregna en el texto. Es tarea del estudioso de
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textos de la antigüedad tratar de detectarlos para comprender su origen, particularmente en
cuanto al mundo personal y circunstancial del autor, y su finalidad.
¿Qué propugnaba y qué defendía Juan en su apocalipsis? Una entrada segura para responder a
esa importante pregunta es la simple observación del lenguaje empleado, de las interrelaciones
que marcan la trama y de las escenas más desarrolladas.
I. OBSERVACIONES LITERARIAS
En lo que sigue, nuestra atención está fijada en el campo de aquello que conocemos ampliamente
como «la política». Empezaremos por los indicadores lingüísticos, que son los más objetivos y
evidentes.
1. Un lenguaje revelador
Una mirada atenta al vocabulario, las expresiones y las relaciones lingüísticas en el Apocalipsis,
revelan entre otros, una impresionante cantidad de términos, muchos de ellos empleados
frecuentemente, especialmente en la primera mitad de la obra, provenientes del mundo político y
afines. Veámoslo más detenidamente.
1.1 IMÁGENES Y SÍMBOLOS DEL MUNDO POLÍTICO
Un término frecuentemente usado en el Apocalipsis (= Apoc) y relacionado con el mundo político es
«trono», que se encuentra nada menos que 47 veces. Es a la vez uno de los más significativos en el
Apoc. Del mismo campo semántico son: reinar, basileuein (7 veces); rey, basileus (20 veces); reino,
basileia (9 veces ); corona (8 veces), a menudo afín a oro/dorado (26 veces); cuerno(s), que
denota(n) poderes súbditos (9 veces); poder(ío) (12 veces); adorar (proskynein) a Dios/al Cordero
(12 veces), en contraste con adorar a la bestia (8 veces), como expresión de sumisión y
reconocimiento de su soberanía.
El título Señor, kyrios, es empleado para Dios 16 veces, y para Jesucristo 4 veces. Este título
merece especial atención por ser de carácter político; se aplicaba regularmente para las
autoridades, entre otras el Emperador. A la usanza oriental, kyrios denotaba autoridad y soberanía
terrenas. Para los cristianos el único kyrios, en el sentido de soberano, es Dios y su Cristo. En el
Oriente no se usaba en el ámbito cultual. Que esto es así lo confirman los empleos de kyrios en el
Apocalipsis en expresa contraposición a otras pretendidas soberanías en este mundo. Junto con la
designación de Cristo como Cordero (29 veces), kyrios es el título más frecuente en el Apocalipsis.
Dios también es llamado soberano, despotes (6,10), así como todopoderoso, pantokrator (9 veces), título éste igualmente revelador e importante en el contexto temático del Apoc. En el
Apocalipsis, pantokrator designa la soberanía de Dios sobre todas las cosas; no denota la
abstracción «todopoderoso» como tal. Por eso es adorado por toda la creación y en los cielos, y
debe serlo también sobre la tierra.
Aparte del vocabulario, son particularmente significativos la grandiosa descripción de la sala real
en el cap. 4, así como los cánticos de alabanza a la soberanía (4,8.11; 5,10; 7,10; 11,15.17s;
12,10; 19,6) y el triunfo de Dios sobre el mundo, que recuerdan los cánticos triunfales al retorno
de generales y reyes victoriosos de la guerra. Notable es la expresión «el que está sentado sobre el
trono», que tiene fuerza de título honorífico (4,9s; 5,1.7.13; 6,16; 7,15; 21,5; vea también 4,2.3;
7,10; 19,4; 20,11).
1.2 TÉRMINOS PROVENIENTES DEL ÁMBITO MILITAR
Guerra (9 veces; en el resto del Nuevo Testamento se encuentra sólo otras 7 veces). Afín es
«guerrear» (5 veces). En l2,l7 y l7,l4 se explicita que la guerra es entre el dragón/bestia y el
Cordero. A eso se puede añadir las menciones de ejércitos (3 veces) y espadas (9 veces). Lo
arrojado desde el cielo son «municiones divinas».
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Por cierto, hay frecuentes menciones de victoria (l5 veces; en el resto del Nuevo Testamento se
halla sólo 10 veces), en contraste con derrota del ejército(s). Los colores blanco (=victoria) y rojo
(=sangre) provienen de ese ámbito.
1.3 TÉRMINOS QUE DE UNA U OTRA FORMA EXPRESAN LA SOBERANÍA DE DIOS
En lo temporal, se destaca la perpetuidad del reinado de Dios con expresiones como: «yo soy el alfa
y la omega» (1,8; 21,6; 22,13); «el que es, que era y que ha de venir» (1,8; 4,8); «el primero y el
último» (1,17; 2,8; 22,13). Él es el que «tiene las llaves del Hades» (1,18). La perpetuidad de su
soberanía se afirma también por medio de calificativos como «por los siglos de los siglos» (aiônes: 9
veces). Esa perpetuidad de la soberanía de Dios se afirma por el hecho de ser el creador de todo
(4,11; 10,6; 14,7); el «Dios del cielo» (11,13; 16,11), el todopoderoso (pantokrator).
Esos títulos descriptivos se complementan con los cuadros de sumisión de toda la creación ante Él,
p. ej. en el cap. 4. Como soberano, Dios tiene a su servicio a ángeles y espíritus que a sus órdenes
controlan la tierra (cf. 4,5-8; 5,11; 7,1s.11; 8,2ss; 15,6ss; 16,1ss; 18,1s). Ángeles se mencionan
no menos de 75 veces, y espíritus 14 veces (no como hipóstasis de Dios mismo). La soberanía de
Dios se manifiesta no sólo en su acción creadora y su dominio sobre el cosmos (plagas y
calamidades), sino particularmente en su posición de juez soberano y absoluto sobre el destino
final de los hombres, no sólo del cosmos. No son pocas las veces que se hace alusión a ello en el
Apocalipsis: juzgar, krinein (9 veces); juicio, krisis, krima (7 veces). Se trata, una vez más, de una
acción política, inseparable del poder ejercido sobre un pueblo; de hecho, es expresión de ese
poder.
2. Contraposiciones
En el Apocalipsis encontramos una serie de contraposiciones, cual antítesis, producto de una
rivalidad generadora de antagonismos irreconciliables a muerte. Es la contraposición del reinado
de Dios y el reinado de Satanás, del poder y de la autoridad y la soberanía del uno y del otro, que
conduce a la antítesis; se dirime con la victoria de Cristo y la derrota de Satanás. Quien actúa aquí
por Dios es el Cristo, y por Satanás la bestia. No se trata de contraposiciones meramente espirituales, religiosas o metafísicas, sino de contraposiciones que involucran la vida en todos sus
aspectos: ciudadano, comercial, social, político. No son contraposiciones a nivel individual, sino
colectivo: el Cordero y sus seguidores (Iglesia) y la bestia y los suyos (Imperio). Están en juego dos
soberanías reales que determinan la vida, ante las cuales hay que optar pues son irreconciliablemente antagónicas. Se trata concretamente de las contraposiciones entre,
- el cordero y la bestia, que son las más conocidas;
- aquellos marcados con el sello del Cordero (3,5.12; 7,3; 20,4; 21,27; 22,4) y los que llevan la
marca de la bestia (9,4; 13,8.17; 14,9ss; 16,2; 20,15).
- La mujer de 12,1, que también es la esposa del Cordero (19,7; 21,2), es contrapuesta a la
prostituta; la una simboliza a la Jerusalén celestial (21,9ss), la otra a Roma la corrupta e idolátrica
(cap. 17).
- Por un lado está Babilonia y por otro la nueva Jerusalén, que representa la oposición entre el reino
(o reinado) de Satanás y el de Dios.
- La contraposición entre el abismo (9,l.ll; 20,1ss) y el cielo, los dos polos de los cuales salen hacia
la tierra lo demoníaco y destructivo, y lo justiciero y salvífico respectivamente. Dios se asienta en el
cielo; el dragón «sube del mar» (13,1).
Por cierto, hay un cielo y tierra antiguo y uno nuevo (cap. 21), que corresponden al clásico eón
presente - eón futuro en la teología rabínica. En síntesis, en el Apocalipsis encontramos
importantes antítesis que, en forma simbólica, expresan la contraposición entre el reino (o reinado)
de Dios y el reino de Satanás, que en este mundo están en pugna. Es decir, en sustancia es una
cuestión de poder y soberanía.
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3. Política como culto
Si observamos una vez más el lenguaje del Apocalipsis, descubrimos frecuentes menciones de un
altar, así como de un santuario. A ello se suman menciones de incensarios e incienso, candelabros,
vestimentas litúrgicas, oraciones, además de los cánticos e himnos de corte litúrgico.
Ahora bien, dentro del contexto del Apocalipsis ese campo semántico revela que se trata de un
culto celestial, no de un culto religioso terreno, que es llevado a cabo por los que aclaman la
soberanía de Dios y del Cordero. El lenguaje es netamente simbólico, expresa naturalmente
sumisión ante el pantokrator y juez, soberano del mundo y Señor de la historia. Ese culto, dado
actualmente por todo el mundo celestial, todavía no se da en la tierra.La esperanza de que pronto
se le rinda ese culto en la tierra, es una de las maneras de Juan de expresar la certeza de que
algún día Dios será efectivamente soberano absoluto en la tierra, como lo es en el cielo, soberanía
que se reconoce en el culto (cf. 5,13s). Esto lo expresan claramente muchos de los cánticos y
aclamaciones en el Apocalipsis. Como vemos, el lenguaje cultual en el Apocalipsis es otro de los
recursos de Juan para resaltar la dimensión política que está en juego. De hecho, es un recurso
muy sutil pero a la vez elocuente. El culto es la expresión externa de reconocimiento del poderío, si
no de la supremacía de quien es venerado; el culto lo exalta. Por eso en el Apocalipsis no se trata
de idolatría religiosa como tal, sino de la contraposición de ese «culto» que expresa el
seguimiento del Cordero, y el culto imperial -del Imperio a través de la persona del Emperador-, el
cual es reducido a una especie de parodia (cf. 13,11-17). No en vano encontramos en el
Apocalipsis frecuentes referencias cultuales en sentido netamente figurado, sin por tanto tratarse
del culto formal religioso.
En el Apocalipsis las liturgias son de carácter imperial: celebran la soberanía de aquel que es el
Señor de señores, rey de reyes. Son liturgias que hacen eco a aquellas celebradas en las grandes
ciudades en ocasión de alguna hazaña favorable al pueblo, particularmente una victoria del rey.
Éstas siempre tienen una dimensión política, pues afirman la soberanía del rey y su vinculación
privilegiada con la(s) divinidad(es).
Hay dos aspectos que están estrechamente relacionados: el cultual propiamente dicho, y su
consecuencia política y económica. Se rinde pleitesía al emperador y al imperialismo (ver cómo
ambos se funden en 13,3s.16s y 17,3.7.9s.18). En efecto, la relación entre culto y soberanía era
natural antaño. Emperadores y otros soberanos eran objeto de expresiones cultuales. Algunos eran
divinizados. Por cierto, hay muchas maneras de reconocer la soberanía o supremacía de alguien,
no pocas veces por medio de formas cultuales (venias, genuflexiones, cánticos, procesiones).
Apocalipsis 13 expresa esto claramente: la política convertida en culto (cf. v.12s). Es notable la
cantidad de veces que en el Apocalipsis se mencionan actos de adoración. La razón evidente es
que para Juan era importante poner de relieve que solamente a Dios se debe adorar, es decir, Él es
el único y absoluto «señor de señores, rey de reyes»; Él es el único pantokrator. En las dos ocasiones que Juan espontáneamente se inclina ante el ángel revelador, éste le advierte «No hagas eso,
a Dios sólo has de adorar» (19,10; 22,8). En efecto, como hemos visto, Él es «el que está sentado
sobre el trono» que domina toda la tierra. No en vano termina el Apocalipsis con la fusión de cielos
y tierra (nuevos), de modo que el trono de Dios está entre los hombres (22,1.5).
No podemos hablar del culto sin resaltar la divinidad de Jesucristo. Se trata de un aspecto
importante, razón del culto cristiano, que se contrapone al culto imperial. Por cierto, la divinidad de
Jesucristo en el Apocalipsis se debe a la de Dios mismo, el Dios de los patriarcas y de Jesús. En
22,2s ambos comparten el trono: «el trono de Dios y del cordero». Los mismos atributos y títulos de
Dios en el Antiguo Testamento son aplicados a Jesucristo por ejemplo en 1,14 (= Dan 7,9 referido a
Dios), y 21,6 (= Is 55,1 como fuente de vida). «El primero y último» se predica en Isa 44,6 y 48,12
de Yavé, y en Apocalipsis 1,17; 2,8, y 22,13 se aplica a Jesucristo. De ambos se afirma ser «el alfa
y la omega»; de Dios en 1,8 y 21,6 y de Jesucristo en 22,13. El título »santo» en 4,8 y 6,10 se
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refiere a Dios, y en 3,7 a Cristo. Igualmente, kyrios se predica de ambos (de Jesucristo en 11,8;
14,13; 22,20.21).
4. La gran ramera Babilonia
La supremacía de Roma se fundamenta especialmente en su poderío económico, además del
militar que lo sustenta. Esa era la razón fundamental para mantener tantas colonias y provincias: el
usufructo de sus productos. Por ello la obligación principal de las autoridades romanas en las
provincias era asegurar la recaudación de los tributos para Roma, donde servían para alimentar a
los poderosos, que se ostentaban ampliamente en su opulencia y fastuoso estilo de vida. La
manera de asegurarse la sumisión era, además de la presencia militar, el culto imperial. Adorar a
dioses del panteón romano, como hemos visto, era tenido como expresión de lealtad al poder
romano.
Ahora bien, las ciudades de Asia que adulaban a Roma gozaban de su favoritismo, especialmente
económico. Esa adulación se expresaba particularmente en las múltiples formas de celebración de
las grandezas de Roma, su religión y sus poderosos, y mediante la construcción de templos
dedicados a divinidades romanas. Este hecho lo pinta Juan con las imágenes de las bestias y el
culto, y con el símbolo de las marcas en el cap. 13,pero especialmente en la descripción del movimiento comercial en el cap. 18. Debemos recordar que política, religión y economía estaban
inseparablemente entramadas.
La religión imperial era en el fondo un mecanismo de deificación del Estado mismo, sus
instituciones y poderes -anotemos que una de las divinidades centrales en la Asia Menor romana
era nada menos que la diosa Roma- representado en el Apoc por las imágenes de la bestia y de la
prostituta. Por eso el culto era expresión de lealtad a esa «bestia» divinizada, de sumisión al
absolutismo romano. Nada tiene de extraño que el culto romano en sus múltiples expresiones
fuera para Juan simplemente satánico en su amplio sentido.
En Asia las grandes ciudades se peleaban el privilegio de ser reconocidas por Roma como la más
importante en esa región para así recibir trato preferencial, tanto en el comercio como en las
construcciones que se hacían con apoyo romano. Efeso, donde probablemente se escribió el
Apocalipsis, lo logró por encima de Pérgamo a fines del primer siglo d.C., lo que le dio gran auge,
especialmente en tiempo de Domiciano. Uno de los caminos para ganar esa preeminencia era el
cultual, la exaltación del culto imperial, como hemos visto anteriormente.
Ahora bien, el tema del Apocalipsis es la oposición de poderes o fuerzas antagónicamente
situadas, el reinado de Satanás y sus representantes versus el de Dios y su Cristo, con la pregunta
«quién es señor en el mundo» (cf. Apoc 19). Esa oposición, que se refleja en el vocabulario que
hemos analizado al inicio, se manifiesta concretamente en la actitud anticristiana de Roma. Por lo
mismo se habla en sendos himnos de la recuperación por parte de Dios de su soberanía, su gloria,
su poder, al destruir a los que persiguen a los santos.
Teniendo en cuenta todo esto, nada tiene de extraño que esté presente en el Apocalipsis la
dimensión política, y que por ello Juan utilice imágenes del ámbito político. Los que no rinden culto
a la bestia quedan excluidos: «nadie puede comprar ni vender, excepto el que tenga la marca: el
nombre de la bestia o la cifra de su nombre» (13,17), es decir, que le pertenece. La «marca» es
símbolo de pertenencia a alguien; la llevaban los esclavos al igual que el ganado. Rendir culto al
Emperador es reconocer que es señor absoluto, soberano del mundo, y eso es una incuestionable
actitud política. Con la misma lógica, para Juan el único señor, absoluto soberano del mundo, es
Dios.
En el Apocalipsis se emplean dos imágenes significativas para designar a Roma: la bestia y
Babilonia. La imagen de la bestia denota su poderío militar y político (vea el cap. 13); la imagen de
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Babilonia, representada como prostituta, denota su poderío económico (vea el cap. 18). Ambas se
encuentran entrelazadas en 17,3: «vi una mujer sentada sobre una bestia roja...». En efecto, el
poderío económico del Imperio Romano, tiene como asiento el poderío político y militar.
La imagen de la prostituta (cap. 17) es elocuente en sí. Los profetas la utilizaron a menudo para
designar la idolatría: venderse a dioses que aparentan ser «más placenteros» que Yavé. Los cultos
paganos eran seductores. Esto es bastante conocido. Al aspecto religioso aluden la «copa dorada
llena de abominaciones y de impurezas» (17,4.5) y el hecho de presentarse «llena de nombres
blasfemos» (17,3; cf. 13,1). Pero la imagen de la prostituta evoca otros aspectos inseparables del
religioso: el político y el económico. Roma es una prostituta por cuanto hace la guerra contra el
Cordero y los santos (17,6.13s; cf. 13,7), y seduce con sus encantos políticos a otras naciones para
utilizarlas en beneficio propio (17,18; 18,7), particularmente el económico: está «vestida de
púrpura y escarlata, adornada de oro y piedras preciosas y perlas» (17,4; 18,14.16), obtenidos
precisamente de la sumisión de las naciones a su encanto (17,2; 18,6). Sus riquezas, fuente de su
poder, se enumeran en 18,12-13. En otras palabras, Roma es una prostituta por cuanto seduce a
otras naciones para su beneficio propio. Para ese fin también vale la religión. Recordemos que el
culto romano era expresión de lealtad al Imperio. A su vez, los poderosos (reyes, mercaderes y
marineros) le pagan gustosos para ellos también gozar de sus lujosos favores (17,2;
18,3.9.11.15.19): le rinden culto y «con el vino de su fornicación se embriagaron los moradores de
la tierra» (17,2; 18,3a). Roma, que es la nueva Babilonia, es «la madre de las meretrices y de las
abominaciones de la tierra» (17,5).
Por otro lado, calificar a Roma como Babilonia es recurrir a una imagen de corte netamente político
(y militar). Babilonia fue la gran potencia que, en su afán imperialista con sus ejércitos atacó y
subyugó al pueblo de Dios poniéndolo a su servicio; destruyó además el templo de Yavé e hizo
esclavos a muchos para ponerlos a su servicio. Así es Roma (cf. Apocalipsis 17,18). La descripción
de Babilonia en Apocalipsis 17-18 no resalta tanto la oposición a Dios, como el hecho de endiosarse y esclavizar, explotar y oprimir a las personas en esta tierra, incluidos los cristianos. Por eso
la bestia fue descrita en 13,2 combinando metáforas usadas en Daniel 7,3-8 para los poderes que
dominaron a Israel: es «semejante a una pantera, y sus patas como de oso, y su boca como boca
de león».
R. Bauckham nos recuerda que, como Babilonia dominó en su tiempo al mundo en cuanto potencia
política y militar, Tiro lo dominó en cuanto potencia económica, razón por la cual los profetas
mayores incluyen oráculos contra ella. Más aún, el símbolo «prostituta» fue usado para Tiro por
Isaías (23,15-18), pero nunca para Babilonia, por cuanto se unió a otras naciones para
aprovecharse de ellas. Aunque nunca la mencionó por nombre, Apocalipsis 18 ha sido compuesto
por Juan utilizando mayormente elementos de los oráculos contra Tiro en Isaías 23 y Ezequiel 2628. La lista de riquezas en Apocalipsis 18,12-13 proviene de aquella en Ezequiel 27,12-24 en
relación con Tiro. Roma es, pues, una potencia militar, lo que le permite ser la gran potencia
económica, por eso Juan la califica como Babilonia.
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