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Abū Bakr Alğazzār (El Carnicero)
por Fernando Andú © 2008
1. Poesía en Alandalús
Por más que producida en los confines occidentales del imperio
araboislámico,
la
literatura
de
Alandalús
estuvo
siempre
estrechamente
vinculada a la tradición oriental, importada por la “segunda oleada de árabes
sirios”, al decir de Ibn AlqūÉiyyah en su Historia de la conquista de Alandalús,
contingente que afluyó a la Península Ibérica en torno al 123/740, y, después,
por los andalusíes que viajaban a Oriente con el objeto de completar sus
estudios o de realizar transacciones comerciales una vez que los emires
independientes AlÁakam I y ØAbdarraÁman II, a principios del siglo III Hégira/
IX d. C., consiguieron asegurar una siempre relativa estabilidad política en el
territorio. Por esta razón, la poética de la nostalgia, la dinámica entre emulación
y sobrepujamiento y la formación de un canon específicamente andalusí que, de
algún modo, determinaron la evolución de la poesía en Alandalús desde sus
orígenes hasta el siglo V / XI han de contemplarse, si no como un fenómeno
regional resultante de trasplantar irreflexivamente los modelos producidos en los
grandes centros culturales de Arabia, Siria e ØIrāq, sí como un manifestación
periférica del canon, extraordinariamente dinámico y productivo, que constituye
la poesía árabe clásica. Una manifestación cada vez más consciente de su valor,
como prueba el hecho de que, en los albores del siglo V / XI, autores como Ibn
Šuhayd e Ibn Àazm propugnasen una suerte de nacionalismo literario que
reivindicaba la necesidad de liberarse de la servidumbre de la tradición,
indudablemente identificada con los modelos orientales, para crear una poesía
que respondiese al gusto y a las exigencias de la sociedad andalusí de la época.
Así
las
cosas,
las
particulares
circunstancias
políticas,
sociales
y
económicas que rodearon a la desaparición del califato y al advenimiento de los
reinos de taifas truncaron el ambicioso programa de estos dos prestigiosos
intelectuales, máximos representantes de la élite cordobesa, pero, a cambio,
inauguraron un periodo que, con toda justicia, se ha dado en considerar el “Siglo
de Oro” de la literatura andalusí.
Resultado de la descentralización política y
cultural que siguió a la caída del califato y de la proliferación de ciudades-estado
independientes a lo largo y a lo ancho de la Península Ibérica, el auge de la
poesía en los reinos de taifas dice muy directa relación con la burocratización de
la cultura que había llevado a sus últimas consecuencias la dinastía Øamirī y con
la institución del mecenazgo por parte de los nuevos gobernantes que,
aprovechando el vacío de poder a que dio lugar la guerra civil (fitnah), buscaban
legitimar sus aspiraciones a hacerse con él por cuantos medios estuviesen a su
alcance.
No de otro modo sucedió en la taifa de Zaragoza, que, habida cuenta de su
localización geográfica, espacio de frontera que por mucho tiempo fue capital de
la Marca superior, se mantuvo al margen de los desórdenes entre los partidos,
pro-omeya, bereber y andalusí, que se disputaban el gobierno de Alandalús en
el primer tercio del siglo V / XI, como antes se había mantenido alejada de la ola
de puritanismo religioso promovido por Almanzor en su afán de ganarse las
voluntades de los ulemas y de los alfaquíes más influyentes de la capital del
califato, lo que redundó en un clima de paz y prosperidad, que atrajo hacia la
corte de sus gobernantes a los poetas y secretarios más acreditados de
Alandalús, y en un esplendor cultural sin precedentes en el que, por encima de
la intensa actividad intelectual desplegada en el campo de las ciencias religiosas,
brilló con luz propia el espectacular desarrollo que tuvieron en ella las ciencias
especulativas, en virtud del cual habría de convertirse en una de las principales
capitales culturales de Alandalús durante el siglo V / XI.
Siendo innegable que quienes se interesaban por aquellas disciplinas,
como la filosofía, la lógica, la medicina, la aritmética, la geometría, la
astronomía y la música, tenidas por marginales dentro de la civilización
araboislámica,
encontraron
en
la
taifa
de
Zaragoza
una
atmófera
extraordinariamente propicia para proseguir sus estudios gracias al mecenazgo
de los soberanos hūdíes, ellos mismos corresponsales científicos de primer
orden, y debido la existencia de excelentes bibliotecas, no lo es menos que
grande y sobremanera relevante fue la actividad literaria desplegada en ella en
este periodo.
Apenas esbozada hasta la fecha, la historia literaria de la taifa es
susceptible de división en dos grandes periodos, condicionada como está por las
inquietudes y afinidades intelectuales de sus gobernantes.
El primero,
coincidente con el reinado de los soberanos tuğībíes (409 / 1018-430 / 1039),
parece corresponder al predominio de un tipo de poesía áulica, que con
frecuencia adopta la forma de panegírico, que persigue, fundamentalmente,
prestigiar al gobernante a ojos de sus súbditos haciendo pública ostentación de
sus méritos y virtudes personales, y cuyo ejercicio estuvo a reservado a poetas
y secretarios foráneos que emigraron hacia la Marca superior en los aciagos días
de la fitnah. En el segundo, que comprende a la totalidad de los monarcas de la
dinastía hūdí (430/ 1039-501 / 1110), los cuales también desarrollaron una
intensa labor de mecenazgo acogiendo en su corte a alguno de los literatos
andalusíes más destacados de la época, pero patrocinando, además, a poetas
originarios de la taifa, asistimos al progresivo retroceso de la poesía ceremonial
de época tuğībí en beneficio de una lírica de placer, cultivada en la intimidad de
las veladas (mağlis al-uns) organizadas por los soberanos hūdíes con el objeto
de deleitar a un selecto círculo de contertulios, entre los que cabe destacar al
judío Abū-l-FaËl b. Àasdāy que, por su exquisita preparación literaria y por sus
grandes dotes intelectuales, se hizo acreedor a la amistad y a la confianza de
tres soberanos hūdíes: Almuqtadir billāh, AlmutaÙman y AlmustaØīn II, a los
que sirvió como visir y con los que compartió sus inquietudes científicas. Ello
implicaría el abandono de la centralidad del panegírico, de algún modo,
patrimonio del neoclasicismo representado por Almutanabbī, Abū Tammām y
AlbuÁturī, y la irrupción en la escena literaria de géneros menores, como el
erótico, el báquico, el descriptivo, que de preferencia habían cultivado poetas
orientales,
como
Abū
Nuwās,
AlmuØtazz,
AÇÇanawbarī,
motejados
tradicionalmente como modernistas, pero de gran implantación en la literatura
andalusí, al punto de constituir una de sus especificidades con respecto al canon
consagrado por la poesía árabe clásica. Este extremo queda completamente
ratificado por el cotejo de las composiciones de los poetas más destacados de
ambos periodos, el cordobés Abū ØUmar AÁmad b. MuÁammad b. AÁmad b.
Sulaymān Ibn Darrāğ AlqasÉallī (347 / 958-421 / 1030) y el zaragozano Abū
Bakr YaÁya b. MuÁammad Alğazzār Assaraqustī (m. circa 513 / 1120),
respectivamente.
Así, mientras que la labor poética de Ibn Darrāğ, el poeta
andalusí más afamado de su época, está marcada por su condición de
panegirista de los soberanos tuğībíes, a los cuales sirvió desempeñando una
función ceremonial en los grandes fastos del reino y cantando sus excelencias
gracias a su conocimiento y pericia en el manejo del vasto repositorio de temas
y motivos de que le surtía la poesía árabe antigua y neoclásica, la de Alğazzār,
que también cumplió una función propagandística, en su caso, al servicio de la
dinastía hūdí, adquiere tintes mucho más personales, como prueba la pieza más
célebre de su dīwān, la qaÇidah en bāÙ, en la que este poeta carnicero
(alğazzār) recurre al tópico del faÅr o jactancia para encarecer las virtudes de
los miembros de su gremio y al humor (hazl), no exento de ironía, para
denostar los vicios de los poetas de su tiempo, y, en no menor medida, su
poesía estrófica, diez muwaÓÓaÁāt que, transidas de una elegante sencillez,
constituyen corpus más que representativo de un autor al que cabe identificar
como a uno de los más tempranos cultivadores del género considerado
tradicionalmente como la principal contribución de Alandalús a la literatura
árabe.
2. Abū Bakr Alğazzār (El Carnicero)
En verdad, la producción lírica de Alğazzār, editada, traducida y estudiada
por S. Barberá en su excelente tesis doctoral publicada en la colección
“Larumbe. Clásicos Aragoneses” constituye la principal fuente de información
para reconstruir la efervescencia de la poesía en la taifa de Zaragoza en el
periodo inmediatamente anterior a su caída en poder de los almorávides.
Intelectual que presumía de su oficio de carnicero y pequeño terrateniente que
prestó servicios de secretario en la cancillería hūdí para el visir Abū ØAbdallāh
MuÁammad b. Zurārah, Abū Bakr YaÁya b. MuÁammad Alğazzār Assaraqustī
(m. circa 513 / 1120), conocido como Alğazzār (El Carnicero), desarrolló su
actividad literaria durante el reinado de AlmuÙtaman y de AlmustaØīn, es decir,
entre 488 / 1085 y 503 / 1110. Como secretario, gozó del privilegio, reservado
únicamente a príncipes y grandes ministros, de poder corresponder mediante
tawqīØat, notas escritas al margen o en el reverso de los documentos oficiales,
a las peticiones elevadas por los súbditos del monarca, como certifican un par
de poemas que con esta forma se nos han conservado gracias a la DaÅīrah de
Ibn Bassām. En uno de ellos, Alğazzār, secretario que ocupaba una posición
relevante al lado de los soberanos hūdíes, pone de manifiesto la importancia de
cumplir ciertas condiciones a la hora de presentar una reclamación ante ellos:
“Quien se dirige a los reyes para darles / un poco de tinta en líneas con un
escrito / sin metro ni excelencia de vocablos, / cuya belleza asombre a los
inteligentes, / merece ser rechazado en todo / y expulsado de todas las
puertas” (trad. op. cit. : 93).
Como poeta, y “a pesar de que se crió y habitó en la Marca superior en el
aislamiento, sin poder salir de él, y en la vecindad de los bárbaros la mayor
parte de su vida, de modo que nunca le fueron bien retribuidas sus peregrinas
creaciones y obras, según señala Ibn MatruÁ (trad. op. cit. : 7), no debió de
gozar de menos consideración, ya que, si bien Ibn Bassām no le dedica
demasiada atención, tal vez a causa de las maneras poco aristocráticas de este
poeta carnicero, en el Libro de las banderas de los campeones (Rayāt almubarrizīn) de Ibn Sa‘īd Almagribī figura como el autor más representativo de la
taifa de Zaragoza, citándose de él tres versos escritos en metro wāfir
extraordinariamente sugerentes: “Debajo de las capas surgió la luna de su
rostro, cuyos encantos están diciendo: `Ama´, a quien ya se olvidó de amar. /
No importa que sean burdos sus vestidos: también la rosa tiene espinas en su
cáliz, / la pez que cubre las botellas que guarda el vino y al almizcle lo llevan en
toscos envases” (trad. García Gómez, 1978: 258-9).
Por su dīwān sabemos que frecuentaba el círculo de íntimos de Ibn Bāqī,
hijo del régulo de Medinaceli, que terminó instalándose en Zaragoza tras perder
el gobierno de esta ciudad, y que en las sesiones literarias que este patrocinaba
coincidió con ØAlī Alġifārī, al que en cierta composición moteja como AlfarrāÙ (El
Pellejero), no obstante tratarse de un hombre versado en ciencias coránicas y
de rancio abolengo árabe.
Admirador de la poesía neoclásica de Abū Tammām, también gustaba de
utilizar tropos y figuras que revelan su maestría en el manejo de la retórica
(badīØ), lo que, junto a su profundo conocimiento de la tradición literaria árabe,
se echa de ver en un dīwān en el que destacan muy especialmente sus
panegíricos.
Uno de ellos, dirigido al eslavo Zuhayr, maestro de obras del
Palacio de la Aljafería, con motivo de su boda, le ha hecho acreedor a ser
considerado como “El poeta de la Aljafería”, pues que en él se halla contenida la
más extensa descripción de este emblemático lugar de que tenemos noticia:
Bástete como honra y motivo de orgullo que fueras considerado
capaz para construir la Aljafería,
Alcázar en el que fijó el gozo su campamento
y que ofusca la vista con su brillo deslumbrante.
Nuestros pies huellan en su suelo seda cruda
en lugar de ladrillos cocidos y polvo.
Vemos (allí) las alfombras en forma alineada,
recamadas por el centro y los lados.
De blanco sobre rojo, se asemejan
a la jactancia de los extraviados y al rubor de la doncella.
Suelo cuya belleza de brocado fino se extiende
resplandeciente, como un vergel ameno.
Fueron plantadas sobre el suelo de seda cruda sus cortinas
de oro puro, que es el mejor fondo.
Si no fuera por el extremo de su belleza, estaríamos de acuerdo
en que habíamos con él ido a parar a Sanaa (trad. Barberá, 2005: 11-2).
Ligado su destino al de los soberanos hūdíes, a los que sirvió como poeta
y secretario hasta que en el año 503 / 1110 el gobernador almorávide AlÁağğ se
adueñó de Zaragoza, Alğazzār asumió la defensa de la arabidad de sus
mecenas,
tomando
parte
en
la
refutación
del
sentimiento
nacionalista
(ÓuØūbiyyah) que cundía a lo largo y a lo ancho de Alandalús tras la redacción
de la conocida epístola de Abū ØAmir AÁmad b. Garsiyyah, hijo de cristianos
vascos y secretario en la corte de los reyes, de origen eslavo, de la taifa de
Denia. Refiriéndose a él, Alğazzār declara:
Oh, tú que dictaminas en contra de la ley divina en lo relativo a linajes,
si eres viento, te has encontrado con un tornado,
y si un torrente, con alta mar
embravecida, de elevadas olas, desbordante.
Si deseaste que te cayera encima un reproche de él emanado,
te encontraste con el rompiente de su marea maldiciente.
Inundación cuya avenida, al salir de madre, no dejará
sobre la tierra morada de la facción de los infieles.
Un libertino de ellos en la tierra de Denia
reveló su infidelidad hoy claramente.
¡Socorro, ortodoxos! ¿Qué os pasa?
¿No denunciáis la contravención de la ley divina?
Este Ibn Garsiyya, prendado de toda impiedad,
que proclama francamente, abreva del fuego del infierno.
¿No ha de alzarse contra esto un hombre devoto
que sirva a Dios en público y en privado?
Advertid a la gente contra el sectario cristiano.
¡Que nadie de vosotros sea visto dándole refugio!
Ahora te vemos abandonar esta (nuestra) religión
de la que antes éramos defensores (trad. Barberá, op. cit. : 78-79).
Como agudamente sostiene S. Barberá (2005: CCLXXIX-CCXCIII), el
estilo, extraordinariamente breve y directo, de esta refutación denuncia que su
composición, antes que motivada por el prurito de participar en polémica
literaria que por aquel entonces habría de enzarzar a un buen número de poetas
e intelectuales andalusíes, bien pudo responder a una finalidad propagandística,
que tenía por objeto legitimar la anexión de la taifa de Denia por Almuqtadir
billāh, habida cuenta del recelo que entre los musulmanes de Alandalús
suscitaba la política expansionista del soberano hūdí.
Polemista apasionado,
célebre es la anécdota que recrea su hipotético
encuentro con el el famosísimo Ibn ØAmmār. Como refiere Ibn Zāfir Alazdī en
fragmento citado luego por Almaqqarī, “cuando Abū Bakr b. ØAmmār llegó a
Zaragoza, tuvo noticias de YaÁya, el carnicero zaragozano, y fue a verle. Hete
aquí que tenía delante carne de cordero. (Ibn ØAmmār) señaló la carne y dijo:
`La carne de la hembra de los carneros está sin grasa´. Y él replicó: `Dice a los
compradores: Ea, dejadla´” (trad. Barberá, 2005: XXXVIII).
Más visos de verosimilitud tiene otra anécdota que nos ilustra a la
perfección sobre el enorme predicamento de que gozaba este poeta carnicero.
En esta ocasión, registrada por Ibn MatruÁ, el compilador de su obra poética,
“Abū Bakr YaÁya al-Ğazzār entró (un día) en el palacio de Zaragoza con los
carniceros para tratar un asunto de éstos. El ministro-secretario Abū-l-FaËl ibn
Hasdāy al-’IsrāÙilī le vio y le increpó con este verso: (wāfir) `Dejaste la poesía
por tu escaso acierto / y volviste a ocuparte de la carnicería´” (trad. Barberá,
op. cit.: XLI). La contestación de Alğazzār, que constituye la pieza más célebre
de su dīwān, la qaÇidah en bāÙ, pone de relieve su prontitud de ingenio y, sobre
todo, un profundo conocimiento de la poesía árabe clásica, pues, remitiendo a la
que el poeta preislámico SamawÙal compusiera en defensa de su tribu, el
zaragozano recurre al tópico del faÅr o jactancia para encarecer las virtudes de
los miembros de su gremio y al humor (hazl), no exento de ironía, para
denostar los vicios de los poetas de su tiempo:
Me echas en cara dedicarme a la carnicería,
Pues el que desconoce el valor de una cosa le encuentra defectos.
Si poseyeras un poco de su arte,
No lo cambiarías ni por ser mayordomo de palacio.
(…) Somos herederos de una gloria transmitida de un jefe a otro jefe
Y a nadie fuera de nosotros se atribuye la nobleza.
Adquirimos todos los artes de la limpieza,
Por lo que solo sobre nosotros se inclinan las moscas.
(…) Por tu vida, no dejé la poesía hasta
Que vi la avaricia encender su llama.
(…) La poesía ha venido a ser ornamento
De proxenetas y bufones,
Y sus hijos entre la gente, más bajos
Y despreciados a los ojos de las liendres.
Si quieres ser alabado, compón en verso
Un verso y busca con él la recompensa.
Pues los habitantes de la tierra se han hecho todos
Lobos, yo busco hacerlos mis víctimas.
A aquel cuya voluntad no concilio con rimas,
Por ser su costumbre la avaricia en el favor,
Tenderé a su codicia la red de mi astucia
Y cazaré sus beneficios por medio de la carnicería
(trad. op. cit.: 64-7).
Y, entre sus composiciones más destacadas, no podemos soslayar la famosa
urğūzah de los oficios que ilustra a la perfección la vida económica de la Zaragoza del
siglo XI. En ella “el poeta de la Aljafería” replica a los ataques del alfaquí Abū-l-Àasan
ØAlī b. Abdallāh Alburğī, hijo de un pellejero, que, al parecer, imaginaba que criticar
poesía era como remendar una pelliza desgarrada, mediante una aguda sátira de la
profesión del padre de su rival y un encendido elogio de la suya, al tiempo que nos
ofrece un extraordinario fresco de la actividad cotidiana en el zoco:
Dije: “Nos haces desear (ver) a un hombre noble y honesto.
¿Hay medio de encontrarlo y conocerlo?”.
Dijo: “Es el bello de atuendo y traje, el conocido como ØAbdallah
al-Burğī”.
Contesté: Lo que Dios quiera y que él maldiga el diablo. Te creía
hijo de un señor ministro o de un noble caudillo, pero he aquí que eres
la mosca del mercadillo y la barredura de la harina. A este al que te
refieres, ¿quién lo conoce mejor que yo, desde que la desgracia se le
plantó encima, donde aletea y le hace de arracadas y pendientes? Tu
tío lo emplea por un óbolo, y le da órdenes y prohibiciones por un
precio vil. No posee ni la piel de un dátil, ni vale lo que un tronco de
palmera hueco. Parece como si lo viera con la cal amasada en su
bigote y tiñendo su rostro y camisa. A menudo el humilde es exaltado
y el soberbio rebajado.
Al echarme en cara tú el relleno de los intestinos y la sangre de
las venas yugulares, me viene a la mente lo que dijo Dios Altísimo: “
(El hombre) nos propone un símil y olvida su creación…”. ¿No te
acuerdas y desististe o pensaste y sentiste vergüenza?
En cuanto a tu dicho: “Compañeros de los perros y lugares donde
se posan las moscas”, digo que todo animal, hable o no, busca su
provecho y apartar el daño con las fuerzas naturales cuya composición
Dios le dio. A donde encuentra su provecho, hacia allí se inclina y
establece. Dios nos hizo fuente de sustento de muchas naciones, y os
hizo a vosotros compartir con las moscas y los perros la necesidad de
nosotros y el solicitar el sustento de nosotros, pues somos la mayor
fuente de ese alimento para la mayor parte de estas criaturas: (rağāz)
De entre ellos, el mondonguero, el desollador,
El encuadernador y el cocinero,
El pinche, el peletero,
El curtidor y el herrero,
El vendedor de cabezas, el de balāğa
Y el mozo llamado talabartero,
El que vende bofes, el odrero,
El pergaminero y el botinero,
El vendedor y el fabricante de babuchas
Y los de tambores y adufes,
El que hace alcorques y el zapatero remendón,
El cedacero y el que hace correas de las sillas
Y cuerdas de laúdes,
Las terceras y segundas,
El que encuaderna Coranes, el aguador
Y luego las busconas de caca, el pellejero,
Después los perros abundantes en número y las moscas.
No hay mentira en mis dichos, ni dejo lugar a dudas
(trad. Barberá, 2005: 32-3).
Mención aparte merece la poesía estrófica de Alğazzār, diez muwaÓÓaÁāt
que, transidas
de
una elegante
sencillez, constituyen corpus más
que
representativo de un autor al que cabe identificar como a uno de los más
tempranos cultivadores del género considerado, tradicionalmente,
principal contribución de Alandalús a la literatura árabe.
como la
Perteneciente a la
generación de waÓÓaÁūn integrada por Ibn RafīØ RaÙsuh (m. 499 / 1106), Ibn
Lubbūn (m. circa 503 / 1110), Ibn Allabbāna (m. 507 / 1113-4) y Alkumayt (m.
510 / 1115), Alğazzār se nos revela en sus muwaÓÓaÁāt como un autor que
gusta de experimentar con las posibilidades expresivas del género, al que dotó
de
una
inusual intensidad a
pesar de
la
sencillez
estructural de
sus
composiciones.
Ajustándose al esquema pluritemático de la qaÇidah clásica,
Alğazzār utiliza en ellas los temas usuales en la lírica del momento,
fundamentalmente, el amoroso, al que corresponden ocho de sus diez
muwaÓÓaÁāt
conservadas,
y
el
panegírico,
objeto
de
las
otras
dos,
desarrollados por medio de motivos también de larga tradición y fortuna: el
lamento por la separación de la amada, la descripción de su belleza, el recuerdo
de las veladas pasadas en su compañía, etc.
El efecto estético conseguido por la superposición de dos registros,
linguísticos y literarios, antagónicos, vale decir, el árabe clásico y los recursos de
que provee la qaÇidah, por un lado, y el árabe dialectal, plagado de
romancismos, y la forma estrófica de una composición salpimentada por la
gracia de la Åarğah, por el otro, clave del éxito de un género que no tardaría en
conocer su momento de apogeo, hicieron de Alğazzār el poeta más afamado
entre sus conciudadanos de la taifa de Zaragoza, modelo que habrían de imitar
autores de la talla de Ibn Bāğğah o del Ciego de Tudela, y síntesis más que
perfecta del esplendor vivido por la poesía en la otrora capital de la Marca
superior a lo largo del siglo V / XI.
Fernando Andú © 2008
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