Miguel Otero Silva, el otro arte de novelar Rafael Rattia Hace exactamente 40 años apareció una novela que con el tiempo devendría en una de las obras literarias más emblemática de la narrativa venezolana, se trataba de la novela OFICINA Nº 1 del escritor, periodista y novelista Miguel Otero Silva. La novela se inicia con una escena que dibuja magistralmente la reparación de un camión conducido por un chofer de origen trinitario y en el cual viajaban Doña Carmelina y Carmen Rosa acompañadas de Olegario. El relato novelesco se ambienta en una ciudad en ruinas lastimada por el sol inclemente, el desamparo y el olvido que deja la súbita riqueza del denominado oro negro. El autor de esta novela elabora un discurso poblado de personajes capaces de expresarse de un modo tan auténtico que plantan en la tierra fértil de la página una originalidad metafórica de primer orden. En el inicio de la novela el autor advierte la fuerza de un símil espléndido: en el topos de la novela llueve como en el infierno. Desde las primeras páginas de esta novela se puede observar la cualidad descriptiva del novelista: un cuadro móvil de cruda estupefacción se le viene encima al lector con todas las taras de una sociedad enferma de miseria y desigualdad. A guisa de ejemplo, dice el narrador: tres niños desnudos, caritas embadurnadas de tierra y mocos, barriguitas hinchadas de anquilostomos, piecesitos deformados por las niguas, corrían hasta la puerta para mirar a los viajeros. Un itinerario sinuoso hecho de polvo y pedregales marca el trayecto de unos personajes estigmatizados por destinos aciagos. Extensas llanuras y vastas sabanas de los llanos centrales y orientales de una nación llamada Venezuela sirven de escenario para el despliegue de toda una narrativa signada por la maestría de quien se sabe poseedor de los dones misteriosos de la escritura literaria. Es preciso insistir, una y otra vez, en la extraordinaria maestría que ostenta la escritura del novelista. Fíjese en la relación comparativa que establece el narrador: El camión saltaba como un caballo rabioso. Un personaje (Rupert) pronuncia una palabra inconveniente: - Shit, dice Rupert, y en la reminiscencia anémica del lector se reaviva una expresión de Guillermo Meneses: ¡Bulshit!, avistada en La mano junto al muro. Por los muchos vericuetos del relato novelesco que conforma OFICINA Nº 1 vemos a unos personajes marcados por un profundo sentimiento cristiano. Otero Silva no escatima palabras y narra con el impulso de una fuerza psíquica que emerge de los socavones de la tierra, es decir de su imaginación desbordante. Así por ejemplo pone en boca de sus personajes frases y oraciones que revelan la extracción social sórdida de los personajes. Santa María de Ipire, Ortiz, La Guaira, Ciudad Bolívar, Trinidad, son espacios mentales por donde transitan cientos de recuerdos y evocaciones que van formando una urdimbre de añoranzas vividas o imaginadas por los personajes que pueblan la novela. Por las páginas de esta novela se mueve una soledad espantosa que conmueve hasta aquellos lectores más aparentemente insensibles. Los personajes que protagonizan la primera parte de esta novela son seres signados por la melancolía, personajes truncos que viven una vida irrealizada pero impregnados de una férrea esperanza que no doblegan por nada del mundo. La magistral prosa narrativa de Otero Silva le confiere a sus ambientaciones ficcionales un clima de sobrecogedoras tensiones lúgubres. Veamos: Ni un rancho ni un vehículo en sentido contrario, ni un hombre a caballo, ni el canto del aguaitacaminos, ninguna señal de vida durante largas horas. El rasgo de esta escritura de Otero Silva se define por su elasticidad expresiva; el lector experimenta una sensación de movilidad, tras la lectura de cada línea se suceden imágenes en movimiento muy similares a imágenes de cine. Muy pocas veces se ha visto una prosa tan ágil y despierta dentro del amplio panorama narrativo venezolano. La novela es pretexto para caracterizar socialmente el momento histórico de una Venezuela agraria en tránsito hacia su condición de República petrolera. George Wilkinson, un americano representante de una Compañía petrolera multinacional personifica al capital internacional, y Arturo Villarroel, margariteño, introvertido y silencioso, expresión del colonizado vernáculo, forman un entramado social que aún hoy se mantiene con otros nombres. El escritor se prodiga en diseñar caracteres psicológicos turbados y perturbados y desasosegados, temperamentos signados por la desazón y el desconcierto. No obstante, son personajes que se destacan por fundar pueblos, ciudades y sentar las bases de pequeñas utopías urbanas o semi-urbanas gestadas alrededor de esos balancines que siempre prefiguraron el futuro de un país incierto. Oficina Nº 1 es también un retrato psicológico extremadamente verosímil de la Venezuela herida por la miseria y el analfabetismo. Puede incluso decirse que esta novela es la réplica fiel y exacta de una relación sobre la dependencia y el neocolonialismo cultural del venezolano. No es aventurado afirmar que la novela de Otero Silva es una espléndida (por su brillantez holográfica) aproximación al alma nacional, a sus costumbres y hábitos culturales más queridos. En esto Otero Silva es un artífice inigualable de la venezolanidad. Los deseos profundos de una nación son traducidos magistralmente por la prosa literaria de este escritor. La poderosa descripción de la sabana oriental de Venezuela impacta especialmente en el gusto del lector que atiende los matices y detalles sinusoidales de una prosa porosa y dilatada. El componente histórico del relato novelesco se expresa de manera clara y diáfana en la relación fundante de la margariteñería en tierras calientes de Cantaura, por ejemplo, lugar donde se asentaban los campamentos petroleros de las Compañías multinacionales. Un puñado de casas elaboradas con material de Palma de Moriche formaba el incipiente pueblo alrededor del cual estaban instalados los pozos petroleros que asimilaban el futuro a un improbable abanico de promesas que no se sabe cuánto tardarían en hacerse realidad. Era tanta la desolación de los parajes ficcionales que no había ni una iglesia, ni siquiera un cura en cuatro leguas a la redonda. Mucho asombro metafórico prolifera por las páginas de esta novela, observe bien si no: Carmen Rosa se asomó a la puerta porque una luna torrencial se volcaba sobre la llanura, convertía la paja seca en pelusas de oro y encendía láminas de bronce sobre la palma de los techos. La narración adquiere fuertes visos poéticos y el símil sorprendente se erige en símbolo extraordinario. A modo de confitura ejemplarizante: Casas eran aquellas con un jardín estallante de clavellinas y un patio posterior donde el pavo enamorado arrastraba el ala y enrojecía de gozo. La prosa narrativa del autor posee una respiración propia, ágil y acompasada que se destaca en cada párrafo con la frescura de un verso libre. Otero Silva dibuja una mentalidad anti-imperialista en sus personajes. Individuos inconformes que no admiten su condición de seres excluidos de la sociedad. Una lectura atenta nos revelaría a unos personajes convertidos en máquinas de producir riquezas sumergidas en la más deplorable indigencia; asalariados que dedican toda su vida a ser una fuerza de trabajo humillada y vituperada por las condiciones infrahumanas en que trabajan. Sutilmente el autor fija una postura nacionalista dentro del relato novelesco que se deja leer en forma de un metatexto. Con su prosa Otero Silva impugna la razón colonialista pero sin escándalo y sin estridencias fatuas. Una estratificación social ceñida y abigarrada que fue surgiendo al calor de la explotación petrolera es analizada con la profundidad de quien conoce a fondo el objeto de la narración. Perforadores, mecánicos, obreros, empleados americanos, indígenas, braseros, trabajadores a destajo; en fin, toda una tupida red social de asimétricas proporciones va transitando por ante nuestra mirada escrutadora de lectores ávidos de conocimiento de nuestra realidad nacional. Esta escritura de Otero Silva se define por su poder de exhaustiva descripción, pormenorizada y de crónica meticulosa de la vertiginosa y cambiante realidad. Lo social es una preocupación que adquiere estatuto de relevancia estética a lo largo de las 142 páginas que integran la novela. El lector no se repone de una grata sorpresa cuando el autor le depara un nuevo regocijo. A guisa de ejemplo ilustrativo: El viento galopaba por la sabana como un caballo enloquecido. Obsérvese que la frase contiene una sutil carga hiperbólica que sugiere un sentido de desmesura vigilada, si cabe el oximoron. Un auténtico lirismo transparentan las imágenes que en tropel se suscitan en el caudaloso río de historias que se superponen a lo largo de la historia principal de la novela. ©El Nacional 09-01-2001