La vida silenciosa de los objetos - TEA Tenerife Espacio de las Artes

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EL SILENCIO DE LOS OBJETOS
TEA Tenerife Espacio de las Artes
Departamento de Educación
La vida silenciosa de los objetos
La naturaleza muerta es un género artístico que representa objetos inanimados –generalmente cotidianos–, que pueden ser naturales (animales de caza,
frutas, flores, comida, plantas, conchas..) o hechos por el hombre (utensilios de
cocina, del hogar, libros..) en un espacio artificial determinado.
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Cuenco con frutas y vegetales,
Pintura mural en Pompeya,
Italia, s. I d.c.
Aunque como género independiente no fue reconocido hasta finales del siglo
XVI, es posible rastrear una historia de este tipo de representaciones desde el
Antiguo Egipto. Entonces en las tumbas se pintaban alimentos y objetos relacionados con la comida con la idea de que podrían ser disfrutados por el difunto
en la otra vida. También se reproducían vasijas y enseres en las cerámicas de
la Antigua Grecia, donde estaban relacionados con la representación de la vida
cotidiana. En los mosaicos romanos (especialmente en las ruinas de Pompeya y
Herculano) hay representadas composiciones bastante similares a las que definirían el género ya en el Barroco. Su finalidad era la de demostrar la riqueza
culinaria de las clases sociales superiores y servir como signo de hospitalidad.
Durante la Edad Media el tema de la naturaleza muerta aparece integrado en
composiciones de simbolismo religioso, del cual se irá independizando conforme avance el Renacimiento y hasta alcanzar su apogeo en el Barroco. Es entonces, en la segunda mitad del siglo XVI, cuando la representación de objetos
inanimados se independiza de la pintura religiosa y de los retratos con los que
hasta entonces solía aparecer asociada.
A pesar de que durante el siglo XVII alcanzó gran reconocimiento, la naturaleza muerta siempre fue considerada un género menor. Este rango inferior
era debido a la creencia en que la representación de objetos inanimados no
podía alcanzar la dignidad de la pintura de historia, mitológica o retratística.
Se trataba de una jerarquía que venía a ser el reflejo de otra, la social, ocupada
entonces en sustituir el sistema feudal por la forma de organización burguesa y
mercantil. No obstante y a pesar de ser un género considerado menor, muchos
de los artistas que lo trabajaron se pronunciaron acerca de la dificultad de ejecución que implicaba, admitiendo que era tan difícil pintar un buen cuadro con
frutos que uno con figuras humanas.
Desde su época dorada durante el Barroco hasta hoy mismo, el género de la
naturaleza muerta no ha dejado de evolucionar, de adaptarse a los nuevos
tiempos y de reflejarlos. Durante las Primeras Vanguardias se convirtió en el
tema elegido por muchos artistas para investigar tanto desde el punto de vista
formal y compositivo como conceptual. Desde El desayuno sobre la hierba de
Manet hasta los numerosos bodegones cubistas de Picasso o Juan Gris, pasando
por Cezanne y Matisse, un largo etcétera de artistas vieron en este género el
ideal para impulsar los continuos y profundos cambios que habían decidido
emprender dentro del ámbito artístico.
Juan Gris
La Guitarra, 1918
Mientras tanto la fotografía había adoptado los temas pictóricos como propios
y, junto al retrato, el desnudo y el paisaje, la naturaleza muerta fotográfica
colonizó pronto su lugar en la historia de la representación. Las cosas bajas,
inferiores, secundarias, ésas que en otro tiempo permitieron al género ascender y alcanzar el prestigio de la pintura de historia, encontraron en el medio
fotográfico el campo ideal para manifestarse, precisamente, por esa cualidad
secundaria y de aparente prescindibilidad. La fotografía no es el objeto, sino la
huella del mismo y, por lo tanto, actúa como el recuerdo o el testimonio de su
presencia inanimada. Es por ello que el efecto de abandono, de resto, de rastro
y de lo accesorio de las naturalezas muertas parece acentuarse a través de la
imagen fotográfica.
Por otro lado, la fotografía también enriqueció la naturaleza muerta aportando
las variantes del detalle, la fragmentación y el acercamiento exagerado a los
objetos. El zoom sobre los utensilios de cocina de Jan Groover los sitúa al límite
de su reconocimiento como tales, y tiene un claro precedente en la primera
mitad del siglo pasado. Es el mismo zoom con el que muchos fotógrafos de
entonces se aproximaron a lo cotidiano y a lo inanimado de una manera totalmente novedosa.
Jan Groover
Sin título (Knife), 1981
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El volumen de los sueños
Además de servir como documentos de la historia de la cultura, las naturalezas
muertas funcionan como testimonio de los cambios sufridos por la conciencia y
las mentalidades en cada época, y nos instruyen sobre la evolución histórica de
temas universales, como la sensualidad, la belleza, la muerte o la ciencia.
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Los primeros ejemplos de naturalezas muertas como tales datan del comienzo
de la Edad Moderna, una época caracterizada por las revoluciones económicas
y la progresiva disolución de las estructuras feudales dominantes en la Edad
Media. Este tipo de composiciones se convirtieron en signos de la nueva situación económico-social y de la transformación de la escala de valores, resultado
de un inusitado interés por los bienes de consumo producidos gracias a los
nuevos métodos de producción.
Los Países Bajos fueron la región de Europa en la que alcanzó más notoriedad
la desintegración de las antiguas estructuras económicas basadas en la explotación de los beneficios por el señor feudal, y donde se introdujo con mayor
éxito el nuevo sistema de economía capitalista. Fue en esta región donde surgieron en el siglo XIV las primeras manufacturas, que terminaron por arruinar
a los gremios de artesanos. A principios del siglo XVI también se produjeron
cambios en la producción agrícola debido al crecimiento de la población y el
consiguiente aumento en la demanda de comestibles. Teniendo en cuenta la
anterior escasez de víveres, la expansión de los bienes de consumo agrícolas
representó para todas las capas sociales una experiencia muy positiva que tuvo
su reflejo en el arte, con escenas que celebran exageradamente la opulencia y
que relegan a un segundo plano el significado religioso en que muchas de ellas
tenían su origen.
Si las naturalezas muertas de los Países Bajos de los siglos XVI y XVII fueron un
excelente testimonio de todos estos cambios sociales y económicos, del enriquecimiento de los bienes de consumo y del desarrollo de los métodos de producción, las del siglo XX reflejan igualmente los modos de producción y los
hábitos de consumo del individuo contemporáneo.
Roy Arden
Wall-mart Store (Tide),
Burnaby, 1996
Roy Arden fotografía algunas de las múltiples naturalezas muertas contemporáneas que se hacinan en las grandes superficies comerciales. El color y la textura
de las viandas expuestas en los antiguos mercados han sido reemplazados por
las marcas y los logos. Los envases y los envoltorios idénticos y apilados de una
manera casi imposible reflejan, no sólo lo que producimos y consumimos, sino
cómo lo hacemos; en definitiva, cómo somos y cómo nos relacionamos.
Frank Breuer utiliza los contenedores que transportan todas esas mercancías
contemporáneas para reflexionar sobre los espacios comerciales, industriales
y urbanos. Los aísla de entre la actividad comercial del puerto de cualquier
ciudad, invitándonos a reflexionar sobre lo que contienen, lo que transportan
y lo que los individuos consumiremos en masa una vez hayan sido vaciados en
sus destinos.
Frank Breuer
Untitled, (1215 Antwerpen), 2003
Howard Ursuliak
Untitled (bound brown table), 1998
Finalmente, Howard Ursuliak intenta, a través de su obra, aprehender las otras
economías, buscando sus imágenes en pequeñas tiendas familiares asociadas
normalmente con inmigrantes, como lavanderías, tiendas de todo un poco o
extraños negocios que no lo parecen. Lugares bien conocidos por los habitantes
de cualquier ciudad, pero que sin embargo suelen pasar desapercibidos para el
viandante. La fisonomía particular de estos espacios no necesita de la presencia
de sus usuarios ni del descubrimiento de las telas y envoltorios para retratar el
extrarradio y a los protagonistas de esas economías sumergidas que pugnan
por lograr un sitio en el mercado contemporáneo.
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Herbarios y jardines
Desde que surgió, el género de la naturaleza muerta se convirtió en el tipo de
pintura en el que los efectos ilusionistas se aplicaron y se buscaron con mayor
radicalidad que en ninguna otra temática.
Toshio Shimamura
Serie Tournesol (N), 2006
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El origen de este afán por el naturalismo suele relacionarse conla historia de
Zeuxis narrada por Plinio el Viejo en su Historia Natural: el pintor Zeuxis había
pintado unas uvas de un modo tan realista que los pájaros, confundidos, se acercaron a picotearlas. Después hasta el propio Zeuxis se dejó engañar por la misma
trampa, al tratar de correr a un lado una cortina que había pintado su rival, el
artista Parrasio.
Surgido en el medievo tardío, el ilusionismo en la pintura se convirtió en el principio estético por excelencia dentro de este género. En realidad, la falsa interpretación de las impresiones alcanzadas a través de los sentidos vino a ser una
variante artística de la corriente empirista que se abrió camino en el arte del
siglo XV. La imitación de la naturaleza fue el principio repetido hasta la saciedad
en los manuales y tratados de arte del Renacimiento. La obsesión por el detalle, la representación de la calidad de los diferentes materiales y superficies y el
interés por el efecto de la luz sobre el color de las cosas eran la expresión de la
temporalidad, la variabilidad y la causalidad que subyacían a la temática de las
obras.
Con la llegada de la fotografía en el siglo XIX pareció resolverse definitivamente
la cuestión del ilusionismo y los fotógrafos pudieron crear naturalezas muertas
que aparentaban absolutamente realistas. Sin embargo –casi inmediatamente–
esta posibilidad abrió la puerta a su cuestionamiento, poniendo en duda el concepto de verdad tan comúnmente asociado al medio fotográfico.
Joan Fontcuberta
Braohypoda frustrata
(Serie Herbarium), 1984
En Herbarium Joan fontcuberta cuestiona el ilusionismo en la representación
fotográfica. Si Shimamura se centra en el detalle de unos girasoles marchitos que
amplía hasta hacer parecer irreales, casi antinaturales, Fontcuberta recorre el
camino contrario, construyendo artificios a base de desperdicios y restos orgánicos que convierte en extraños –pero creíbles– especímenes de botánica.
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Naturalezas muertas
Dentro del género de la naturaleza muerta es posible diferenciar varios subgéneros. Escenas de mercado, carnicerías, cocinas, escenas venatorias, vanitas,
flores, cestas con frutos y gabinetes de curiosidades son algunas de las variantes que surgieron con motivo de la rápida expansión y del éxito obtenido por la
nueva temática.
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Desde los inicios del género, la carne ocupó un lugar asiduo en muchas naturalezas muertas, en las que la exhibición de este tipo de viandas solía interpretarse como una señal del fin que espera a todos los creyentes. Por otro lado,
también solía asociarse la carne con el placer carnal, a raíz de viejas supersticiones que relacionaban el consumo de la primera con el fortalecimiento de
la líbido. En uno y otro caso era evidente el sentido moralizante asociado a su
representación.
Como en aquellas primeras naturalezas muertas pero casi cuatro siglos después, la decisión de Guido Mocafico de colocar la cabeza sonriente de un cerdo
en medio de una composición perfectamente compuesta y ordenada, parece
empeñarse en recordarnos con sorna el inevitable final que nos igualará a
todos.
Guido Mocafico
Nature Morte à la Grenade, s.f.
Pieter Claesz
Nature muerta con calavera y pluma,
1628
El simbolismo de la muerte asociada a la finitud de la vida, a su decrepitud, al
lugar común que nos va a unir a todos, encontró a finales del siglo XVI su mejor
expresión en las vanitas. El término procede del latín (vanidad) y se utilizó para
designar un subgénero dedicado a recordarnos lo efímero de la existencia y a
condenar la vanidad humana. Las composiciones solían agrupar objetos alusivos a la brevedad de la vida y al carácter transitorio de los placeres y los éxitos
terrenales. Calaveras, espejos, cerámicas rotas, flores marchitas, hojas secas,
restos de comida, alimentos en descomposición y relojes simbolizaban el corto
periodo de tiempo que pasamos en este mundo.
No obstante, hay que considerar que la concepción de la muerte no ha sido la
misma en todas las épocas. Durante la Edad Media la teología ofrecía al creyente el consuelo de una vida mejor a la que accedería una vez terminara su
vida terrena, sin embargo, a partir del s. XIV el tema empezó a tratarse en tonos
cada vez más macabros. En el trasfondo de este cambio se encontraba, por un
lado, la situación de la Iglesia, sumida por entonces en la crisis más profunda
de su historia y que encontró en este tratamiento apocalíptico la estrategia para
recuperar su influencia sobre los creyentes. Por otro, en la expansión del capitalismo, ante el que la Iglesia se afanó en intentar demostrar que las riquezas
acumuladas por el trabajo en realidad no eran nada. Finalmente, el individualismo que se había propagado entre los intelectuales y los comerciantes burgueses como resultado del nuevo estilo de vida y de la multiplicación y diversificación del trabajo, supuso la disolución virtual de las estructuras sociales y, en
consecuencia, la sensación de desamparo ante la propia existencia.
En el mundo contemporáneo, la muerte y el paso del tiempo, más que en una
preocupación se han convertido en una obsesión: el afán por detener el tiempo
en una sociedad que estigmatiza cualquier atisbo de vejez y que es capaz de
vender su alma al diablo por conservar una juventud eterna.
Irving Penn, uno de los fotógrafos de moda y de retratos más influyentes del
siglo XX, cuya obra ha pasado a la historia precisamente por la exaltación de la
belleza, retrata en esta obra la decrepitud de la misma. Una calavera incompleta, una botella y otros objetos deteriorados por el inexorable paso del tiempo,
se nos presentan al espectador contemporáneo en un difícil equilibrio que nos
enfrenta a lo mismo que aquellas primeras vanitas de hace ya cinco siglos.
Irving Penn
Composition with Pitcher and Eau
de Cologne, 1979
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Inventario doméstico
Si las naturalezas muertas de los Países Bajos durante los siglos XVI y XVII se
caracterizaron por su suntuosidad y la exhibición exagerada de productos, en
España, durante el mismo periodo, el género se caracterizó por una marcada
austeridad que lo diferenciaba de sus vecinos europeos. El equilibrio, el orden y
las composiciones sencillas y sobrias dominaron las producciones de los grandes maestros.
Fco de Zurbarán
Bodegón de jarras, 1636
Inés Peña
Sin título, 2010
Inés Peña
Sin título, 2010
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Juan Sánchez Cotán
Membrillo, repollo, melón y pepino,
1602
En realidad y como ocurriera en los Países Bajos, estas características pueden
considerarse reflejo de la situación socioeconómica española en aquella época.
Hacia 1600 y a pesar de las enormes importaciones de metales preciosos traídos
de las colonias americanas, el país se hallaba empobrecido debido a que el oro
no había sido empleado productivamente; a esto se sumaban las persecuciones
sufridas por las clases trabajadoras, que cargaban con un insoportable yugo de
tributos y gravámenes. La escasez de víveres que se refleja en obras como las
de Sánchez-Cotán, Juan van der Hamen o Zurbarán, además de asociarse a la
citada austeridad reinante entre la sociedad de la época, también se relaciona
con el misticismo de Santa Teresa de Ávila o San Juan de la Cruz, defensores de
la vida sencilla y del ascetismo frente al despilfarro de las cortes.
Las obras de Inés Peña constituyen el nexo perfecto que conecta la época dorada
de la naturaleza muerta con su tratamiento dentro del arte contemporáneo.
Esta artista toma como modelos composiciones de algunos de los grandes pintores del género de los siglos XVI y XVII para, a partir de los mismos (reproduciendo su composición e iluminación) crear unas naturalezas muertas plenamente contemporáneas. El vacío y la geometría de Sánchez – Cotán, y el orden
y la sencillez de Zurbarán resucitan cuatro siglos después para provocar una
reflexión en el espectador contemporáneo sobre el nuevo orden de cosas en
pleno siglo XXI.
Inés Peña sustituye la pintura al óleo por la fotografía y la naturalidad de frutas,
verduras y hortalizas por su presentación envasada y plastificada, tan a tono
con el modo contemporáneo de presentar los alimentos, de producirlos, distribuirlos, venderlos, comprarlos y consumirlos. De esta manera y citando a los
grandes maestros, nos propone una reflexión sobre el modo en que nos alimentamos y en que nos relacionamos con los alimentos. Sobre cómo los presentamos y en qué los convierte esa presentación. Nos invita a pensar sobre los
envoltorios, los envases y los congelados que invaden las imposibles superficies
comerciales que hemos convertido en cotidianos lugares de vida.
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