VIDA DE DESCARTES

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VIDA DE DESCARTES
René Descartes nació el 31 de Marzo de 1596 en La Haya,
una pequeña y atractiva ciudad de Touraine (Francia), situada
a orillas del río Creuse, en una familia de funcionarios de la
baja nobleza. Su padre era consejero del Parlement de
Bretaña. De su madre, que murió un mes después de su
nacimiento, heredó una tos seca y una fisonomía pálida, que
mantuvo hasta los veinte años, además de una fortuna que le
permitió vivir con independencia económica. Como era un niño
delicado, se daba por supuesto que no viviría mucho tiempo.
Sin embargo él dedicó su forzosa inactividad a satisfacer una temprana pasión
por el estudio.
A los diez años, su padre lo envió a La Flèche, un colegio de los jesuitas
recientemente inaugurado en Anjou, en donde permaneció ocho años y medio
y en el que recibió una educación excelente que abarcaba la Lógica, la
Filosofía moral, la Física y la Metafísica, la Geometría Analítica y el Álgebra
Moderna, así como una cierta familiaridad con el recientemente descubierto
telescopio de Galileo. En La Flèche surgen ya, de forma precoz, las
características principales de su mente. Una vez introducido en el conocimiento
de los clásicos, se enamoró de la poesía. Lejos de ser un "geómetra que sólo
es un geómetra" (una descripción que de él haría Pascal), Descartes escribió
un ensayo de juventud, la Olympica: "En los escritos de los poetas hay
sentencias más serias que en los de los filósofos. La razón es que los poetas
las escribieron movidos por el entusiasmo y el poder de la imaginación. En
cada uno de nosotros existen, cual pedernales, chispas de conocimiento
ocultas. Los filósofos las manifiestan a través de la razón; los poetas las
exteriorizan por medio de la imaginación, y son mucho más brillantes."
Una de las cualidades más llamativas de Descartes, y a la vez una de las más
peligrosas, fue su fluidez mental. Uno de sus compañeros de colegio describía
así su habilidad en las discusiones. En primer lugar, trataba de ponerse de
acuerdo con sus oponentes sobre las definiciones y acerca del significado de
los principios que estaban dispuestos a aceptar, y después construía con ellos
una argumentación deductiva singular que era muy difícil de debatir. En La
Flèche adquirió, además, un hábito que perduraría durante toda su vida. Se le
eximió de ciertas obligaciones y se le permitía quedarse en cama hasta más
tarde de lo que era habitual entre sus compañeros. Así encontró la posibilidad
de dedicarse más plenamente a su inclinación natural, el pensamiento
concentrado y solitario.
Cuando cumplió los veinte años, una vez graduado en leyes por la Universidad
de Poitiers, Descartes fue a París. Allí se convirtió en un joven elegante y
desocupado. No obstante, sus pensamientos pronto volvieron a preocuparse
por las Matemáticas y la Filosofía. Se vio animado por sus amigos, entre los
que cabe destacar el padre mínimo Marín Mersenne, al que había conocido en
La Flèche. Mersenne era, a su vez, un matemático competente y un hábil
experimentador. Su celda del convento sito en la Place Royale servía de lugar
de reunión de los savants, convirtiéndose así en un antecedente de la
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Academia de Ciencias (de París), fundada más adelante en el mismo siglo.
Mersenne, además, logró mantener una amplia correspondencia, de la que
sólo se ha publicado una parte, y de esta forma fue el centro de información
científica en una época en la que las revistas científicas todavía no existían.
Tradujo además los Dialogi y los Discorsi de Galileo. Hasta el final de su vida,
Mersenne fue el mejor amigo de Descartes, y cuando, en 1628, por decisión
propia, Descartes dejó Francia para siempre, Mersenne, desde París, le
mantuvo constantemente informado de las novedades científicas.
En 1618, Descartes se alistó en el ejercito del príncipe Maurice de Nassau
(posteriormente príncipe de Orange) como caballero voluntario. Fue enviado a
la guarnición de Breda, en Holanda, en donde en aquel momento había una
tregua entre las fuerzas francoholandesas y las españolas, bajo cuyo dominio
se hallaban sometidos los Países Bajos. En ese período sus intereses fueron
los que corresponden a un oficial del ejercito: la balística, la acústica, la
perspectiva, la ingeniería militar y la navegación.
Un día -el 10 de noviembre de 1618- se encontró con un grupo de gente
arremolinada ante un cartel que se hallaba expuesto en la calle. Estaba escrito
en flamenco y Descartes, dirigiéndose a una de las personas del grupo, le pidió
que se lo tradujera al latín o al francés. El cartel era un desafío que instaba a
los que lo leían a resolver el problema matemático que en él se proponía. La
persona a la que Descartes se dirigió para que se lo tradujera era Isaac
Beeckman, uno de los matemáticos más eminentes del país. Descartes
resolvió el problema y presentó su solución a Beeckman, quien reconoció al
instante su genio matemático y se propuso reavivar el interés del joven por los
problemas matemáticos. Durante aquel invierno Beeckman le propuso a
Descartes que encontrase la ley matemática que rige la aceleración de los
cuerpos que caen. Ninguno de ellos sabía que Galileo había resuelto ya dicho
problema. Su solución apareció en su obra Dialogi de 1632. Descartes
estableció diversas soluciones, basadas en hipótesis diferentes. El hecho de
que ninguna de ellas fuese acorde con el modo como caen realmente los
cuerpos no le preocupó en absoluto. Por aquel entonces Descartes aún no
había a conjugar el análisis matemático con la experimentación.
Debemos al diario de Beeckman, descubierto en 1905, el haber arrojado luz
sobre este período de la vida de Descartes. Fue un período de
autodescubrimiento; la mente del joven pasaba con gran celeridad de unas
cuestiones a otras. Fue precisamente en esta época cuando Descartes dio con
la pista del método con el que intentar unificar el conocimiento humano en base
a un conjunto central de premisas.
El 26 de marzo de 1619 Descartes informó a Beeckman "acerca de una
ciencia, enteramente nueva, que le iba a permitir resolver todos los problemas
que se pueden proponer acerca de cualquier clase de cantidades, continuas o
discontinuas, cada una de acuerdo con su naturaleza..., de forma que, en
Geometría, casi nada quedaría ya por descubrir". De esta manera Descartes
anunciaba el descubrimiento de la Geometría Analítica o, como la describiría
Voltaire, "del método que permite asignar ecuaciones algebraicas a las curvas".
En el siglo XIV Nicole Oresme, compatriota de Descartes, hizo una ligera
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contribución a esta idea. En el siglo XVII, Pierre de Fermat, contemporáneo de
Descartes, había hecho el mismo descubrimiento de forma completamente
independiente, pero no lo llevó adelante. Sin embargo, Descartes no publicaría
su descubrimiento hasta el año 1637 cuando, en su ensayo Géométrie incluyó
una exposición de los principios y de algunas de sus aplicaciones. Este texto
nos ofrece la demostración que da Descartes de que las secciones cónicas de
Apolonio se hallan todas contenidas en un único conjunto de ecuaciones
cuadráticas, y, con ello, Descartes pone de manifiesto el carácter general de su
descubrimiento. Pero, dado que las secciones cónicas incluyen a las
circunferencias de los antiguos astrónomos, las elipses de Johannes Kepler y
la parábola utilizada por Galileo para describir la trayectoria de un proyectil, es
claro que, con esta primera invención, Descartes facilitaba a los físicos una
poderosa herramienta. Sin dicha herramienta incluso Newton se habría visto
severamente limitado.
Exactamente un año después de su encuentro con Beeckman, Descartes tuvo
una famosa experiencia, quizás la más importante de su vida y, sin duda, la
más dramática. Se había alistado en el ejercito del duque de Baviera, otro de
los aliados de Francia en la Guerra de los Treinta Años, y se hallaba en los
cuarteles de invierno en un remoto lugar a orillas del Danubio. El día 10 de
noviembre, abstraído en sus pensamientos, se encontró completamente solo
en la famosa poèle (literalmente "estufa", pero que, de hecho, significaba
habitación caldeada). En el transcurso de aquel día había tomado
importantísimas decisiones. En primer lugar, decidió que debía dudar
metódicamente de todo lo que sabía acerca de la Física y de los restantes
conocimientos organizados, y que debía encontrar ciertos puntos de partida
evidentes en sí mismos que le permitiesen reconstruir todas las ciencias. En
segundo lugar, decidió que, de la misma forma que una obra de arte o de
arquitectura perfecta es siempre el producto de una sola mano maestra, así él
debía llevar a cabo, por si solo, su programa.
Aquella noche, según su biógrafo del siglo XVII Adrian Baillet, Descartes tuvo
tres sueños. En el primero se hallaba en una calle barrida por un viento muy
intenso. Se veía completamente incapaz de mantener el equilibrio a causa de
la debilidad de su pierna derecha, pero los compañeros que se hallaban junto a
él lo sostenían firmemente. Descartes despertó y se durmió de nuevo.
Entonces le despertó el estruendo de un trueno que había llenado la habitación
de chispas; era también un sueño. Se durmió de nuevo y soñó que encontraba
un diccionario, encima de su mesa. Entonces, en otro libro, su vista "tropezó
con las palabras Quid vitae sectabor iter? (¿Qué clase de vida debo seguir?).
Y, a la vez, se presentó un hombre, que le era desconocido, con unos versos
que empezaban con las palabras Est et non, que le recomendó
encarecidamente". Descartes reconoció en estas palabras la primera línea de
dos poemas Ausonius. Incluso antes de despertarse definitivamente, Descartes
había empezado ya a interpretar el primer sueño como una advertencia hacia
los errores pasados, el segundo como el descenso del espíritu de la verdad
para tomar posesión de él, y el tercero como indicándole que se le habrían los
tesoros de todas las ciencias y el camino del conocimiento verdadero. No
obstante, este incidente puede haber sido elaborado por el propio Baillet como
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un elemento retórico que simbolizase la certeza que Descartes tenía en la
validez de su forma de aproximarse al conocimiento verdadero.
Siguió como mercenario hasta 1622, hallándose presente en la batalla de
Praga y en los asedios de Pressburg y Neuhäusel. Después, durante algunos
años, se dedicó a viajar recorriendo Europa desde Polonia a Italia. En 1625
regresó finalmente a París. Aquí volvió a entrar en contacto con el círculo de
Mersenne, trabajó en su "matemática universal" y se embarcó en
especulaciones sobre gran cantidad de cuestiones diversas que iban de la
psicología moral a la prolongación de la vida. Al igual que a sus ociosos
contemporáneos, el torbellino de la vida social, la música, las lecturas frívolas,
y el juego le distraían de tales cometidos. Su padre llegó a expresar la opinión
de que "no valía para nada, salvo para acicalarse".
Fue entonces cuando ocurrió un suceso que cambió su misión en la vida. Se
hallaba presente, junto con un elegante e impresionante auditorio, incluido su
amigo Mersenne y el influyente cardenal De Bérulle, en una reunión en la
mansión del nuncio papal, para escuchar como un tal Chandoux exponía su
"nueva filosofía". Descartes fue el único de los asistentes que no aplaudió.
Instado a dar su opinión, habló extensamente, demostrando como era posible
para un hombre inteligente establecer un razonamiento aparentemente
convincente de una proposición y también de su contraria, mostrando además
que, utilizando lo que él llamaba su "método natural", incluso los pensadores
mediocres podían establecer principios cuyo fundamentos se hallaba enraizado
en la verdad. Sus oyentes quedaron atónitos. Cuando, unos días más tardes,
Descartes visitó a Bérulle el cardenal le encargó que dedicara su vida a
conseguir que su método fuese aplicable a la filosofía y a "la mecánica y la
medicina".
En Octubre de 1628, Descartes partió hacia Holanda, en donde permaneció el
resto de su vida, salvo tres breves visitas a Francia y su viaje a Estocolmo en
1649, el último que realizaría. Evitó la compañía de todo el mundo salvo la de
sus amigos y discípulos, y dedicó su tiempo a la aplicación de sus principios a
la filosofía, la ciencia y las matemáticas y a la divulgación de sus conclusiones.
Un año después de haber abandonado Holanda, aceptando la invitación de la
reina Cristina de Suecia, murió en Estocolmo en febrero de 1650.
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