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TEMA: LA SUBORDINACIÓN DEL TRABAJO SOCIAL A LA RACIONALIDAD
CIENTIFICISTA.
AUTORES: SILVIA ACOSTA A.
PRISCILLA CARRASCO P.
INTRODUCCIÓN.
Históricamente los Trabajadores Sociales hemos reflexionado en torno
a la relación entre teoría y praxis, sin embargo, nos han faltado argumentos
epistemológicos. Esto nos ha llevado constantemente a simplificar dicha relación.
Hemos optado por una forma u otra, dicotomizando nuestras prácticas profesionales.
Nos hemos olvidado, por tanto, que la reflexión acerca de nuestra
acción social1 es constitutiva de nuestra práctica, sin embargo, debemos aclarar
que la producción de conocimientos en nuestra profesión refiere siempre a la
pregunta de transformación de los problemas sociales simultáneamente a la
reconstrucción de nuestro objeto de intervención.
De otra dicotomía que podemos dar cuenta hoy día en nuestra
formación profesional, es aquella que dice relación por un lado con lo cualitativo,
entendido como la comprensión de los fenómenos sociales asociados erróneamente
a los subjetivo, a lo vivencial, a la experiencia sensible y lo cuantitativo entendido
como lo objetivo, lo observable, aquellos datos dados en la realidad que no
necesitan por tanto de la construcción de los actores sociales.
No ha existido una reflexión profunda en nuestra formación profesional
entorno
a
estas
posturas
epistemológicas,
solo
se
han
diferenciado
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“Cuando hablamos de acción social nos refermios a la intervención constante, planificada y responsable
sobre determinados aspectos de la realidad, para junto con otros, modificarla, transformarla. En esa medida, es
inseparable de la reflexión, del conocimiento y del pensamiento... “ (valdés, 1992, pág.12).
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superficialmente, y siguen en complicidad con el Paradigma Neopositivista que
tradicionalmente ha influido en las ciencias sociales como en el Trabajo Social.
Pese a lo anterior hemos tenido la oportunidad de darnos cuenta que
los procesos y problemas sociales pueden ser simultáneamente comprendidos y
explicados a pesar de que constituyen opciones epistemológicas distintas.
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ANÁLISIS HISTÓRICO ACERCA DE LA SUBORDINACIÓN DE NUESTRO
QUEHACER PROFESIONAL A LAS CIENCIAS SOCIALES.
A partir del siglo XVIII comienza a cuestionarse los sistemas
metafísicos que imperaban antes de la fecha y que referían a la modalidad típica de
lo cristiano, es decir, el ayudar a otros como mandato de la fe. Será la razón y la
observación los que constituirán los métodos de interpretación de la realidad. Estos
son los pilares bajo los cuales se articulan las ciencias empírico analíticas, “los
filósofos iluministas se propusieron la tarea de conocer verdaderamente este mundo
por medio de un método objetivo” (Grassi Estela, 1989, pág. 39).
Junto a este proceso de ruptura surge la filantropía, que rompe con la
caridad cristiana y da origen a una nueva forma de acción social, con una propuesta
filosófica coherente y consistente, que posee un método y reflexiona acerca de su
accionar.
Las ciencias sociales surgen al alero de esta nueva forma de
interpretar la realidad, basada en la razón y en un método objetivo. El Trabajo Social,
por su parte, no nace en relación a esta concepción, sino más bien asociada a la
Medicina y al Derecho , por nombrar algunas disciplinas, por lo tanto, nuestro
accionar se ve supeditado a sus normativas y a sus formas de comprender al sujeto
y a su entorno, con una visión acrítica de la sociedad, cuyo objetivo fundamental era
la adaptación de los sujetos a su entorno más inmediato a la normalidad impuesta
por dichas disciplinas. De esto podemos dar cuenta con los supuestos filosóficos
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que conformaron la primera escuela de Trabajo Social en Latinoamérica: “de ahí que
el énfasis de la formación tuviera como fundamento filosófico primordial el amor al
prójimo con un sentido de servicio a todo necesitado” (Gómez, Lucy; 1995, pág. 18).
Dadas las características sociales y económicas de nuestro país y las
circunstancias en que surge nuestra profesión, el accionar se circunscribió a áreas
como la salud, la seguridad social, la nutrición, etc., dando cuenta del carácter
asistencialista, sin la visión de transformación que posteriormente formaría parte de
nuestra especificidad profesional. Durante este período nuestra formación
profesional estaba orientada hacia la educación familiar, la educación sanitaria y
nociones de medicina general (cfr Gómez, Lucy; 1995). Lo que nos permitió
posesionarnos de determinadas áreas. Esta diferenciación nos dio credibilidad
frente a las instituciones y a otras profesiones.
Nuestro ejercicio profesional en este período aún no se encuentra
articulado a las ciencias sociales, sin embargo, si revisamos nuestras intervenciones
profesionales podemos observar la marcada influencia del neopositivismo,
hegemónico durante esta época. No debemos olvidar la influencia del Círculo de
Viena fundado en 1924 cuyas ideas
se comienzan a expandir entre las
comunidades científicas de nuestro país, que construyen diversos paradigmas en los
cuales pretendieron encasillar la realidad y cuyos supuestos nunca son puestos en
duda (cfr Kuhn, Thomas; 1962).
Por su parte, el desarrollo de las ciencias sociales se ve absolutamente
influenciado por el paradigma vigente, como ejemplo de esto podemos mencionar
los experimentos de laboratorio típicos en sicología y sociología. En estos se
pretendía estudiar y analizar las conductas de los individuos con una visión de
realidad estática y parcializada, suponiendo que dichos sujetos se comportarían de
igual manera en un laboratorio que en un contexto social con múltiples factores
intervinientes (cfr Habermas, Jürgen; 1990).
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Alrededor de 1960, en un contexto de profundas convulsiones políticas
y sociales, surge el Movimiento de Reconceptualización que pretende redefinir
nuestro rol y el objeto de intervención desde el interior de nuestra profesión (cfr
Grassi Estela, 1989).
Esta nueva perspectiva enfatiza el rol de agente de cambio en el cual el
trabajador social emerge como un profesional cuyo objetivo es la transformación de
las condiciones sociales y económicas en que se encontraban los sectores
populares. De esta forma, el trabajador social se transforma en un sujeto al servicio
de los sectores populares con clara politización de su accionar.
Se debe rescatar que la Reconceptualización se constituye en el
esfuerzo más significativo de los trabajadores sociales en la reflexión acerca de
nuestra práctica como de nuestro objeto de conocimiento. A pesar de esto, dada la
insuficiente formación teórica y los prejuicios contra el academicismo elitista,
persiste la dicotomización teoría práctica y la opción del momento estuvo marcada
por el compromiso militante, donde se priorizó por el “el pueblo”, por lo vivencial y
sensitivo, relegando la producción de conocimiento a las ciencias sociales, con lo
cual una vez más se mantuvo la vieja subsunción con el empirismo positivista
“suponiéndose a la teoría como mera formalización sin sustento empírico y a la
investigación social (de cualquier orientación epistemológica2 ), como tradicional”
(Grassi, Estela; pág. 41).
Con el advenimiento de la dictadura militar (1973), la mayoría de los
trabajadores sociales adoptaron una opción política e ideológica crítica al sistema
imperante, podríamos decir, que el sentido de nuestras acciones era la
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Entenderemos por Epistemología el estudio crítico de los principios, las hipótesis y los resultados de las
diversas ciencias, destinado a determinar su origen lógico, su valor y su propósito objetivo, no sicológico (cfr
Mardones).
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transformación de la sociedad en su conjunto. Nuevamente optamos por la “práctica”
cuyo sustento teórico epistemológico provenía de las ciencias sociales.
Una vez más nos vimos enfrentados a la dualidad teoría práctica donde
la intervención en el ejercicio profesional es concebida como “puro hacer” y en
relación con la realidad inmediata frente a la cual no hay duda auténtica, sino la
necesidad urgente de modificarla (cfr Danini; 1994).
La producción de conocimiento desde dentro de nuestra profesión no
fue visualizada como una necesidad y menos como constitutivo de nuestro quehacer,
era vista como un “lujo” academicista que nosotros, como profesionales prácticos, no
podíamos darnos. Nuestras acciones se centraron en organizar y movilizar a los
sectores populares en torno a la solución inmediata de sus necesidades,
fundamentalmente de subsistencia, expresada en tareas concretas como, por
ejemplo, creando sistemas de talleres productivos, bolsas de cesantes, talleres de
autogestión, trabajo con familiares de detenidos, etc.
La finalidad del análisis anterior no es invalidar dicha interpretación de
la realidad ni sus respectivas acciones, ya que respondieron en forma adecuada a
los desafíos que les imponía el contexto social y político del momento, sin embargo,
creemos que fue necesario la construcción de conocimiento desde nuestra profesión
que nos proporcionaran autonomía frente a las ciencias sociales y un sentido que
trascendiera lo inmediato a nuestra acción social.
Actualmente nuestra formación profesional se encuentra compuesta
por asignaturas que reiteran las tradicionales dicotomías heredadas de las ciencias
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sociales, como teoría/práctica, cualitativo/cuantitativo, explicación/comprensión.
Existe poca referencia a los aspectos prácticos que constituyen nuestro accionar y
que son los que nos imponen los mayores desafíos como, por ejemplo, el tema del
poder, de lo ético, que forma parte de nuestra cotidianeidad en nuestra relación con
las instituciones de las cuales formamos parte y a las que debemos dar cuenta. Se
aprecia nuevamente un distanciamiento entre lo teórico y lo práctico.
En las reflexiones sobre nuestras prácticas profesionales no se hace
referencia a la finalidad de éstas. El énfasis está dado en nuestro desempeño
técnico bajo los criterios de eficiencia y eficacia, y a la aplicación de métodos
universales. Por otro lado, se nos exige supeditar nuestras propias formas de
interpretar la realidad a las interpretaciones en las cuales nos insertamos. “No sólo
no hay método universal, sino que la oportunidad de un procedimiento varía con el
problema a resolver, eficaz en un caso puede fracasar en otro análogo” (Weber. Max;
1973, pág. 88).
En los últimos años se han incorporado a nuestra malla curricular
ciertas asignaturas que forman parte del área de la investigación social, dando
cuenta de la preocupación que existe por el tema. En algunas escuelas la
sistematización se constituye como una nueva forma de producir conocimiento
desde la acción social. Nuestra escuela señala que la sistematización, a pesar de
sus intentos por validar métodos y estrategias desde la praxis, sólo ha logrado
elaborar crónicas que contienen vivencias y prácticas particulares (cfr Achet).
Aún cuando en el último tiempo hemos visualizado una constante
preocupación por parte de los docentes y de los alumnos en relación al tema de la
construcción de conocimiento y de la necesidad compartida de generar
conocimientos autónomos, que nos lleven a redefinir nuestra prácticas, seguimos
subordinados a las ciencias sociales tanto en los métodos como en los supuestos
epistémicos. “Esta situación ha significado, también un desperfilamiento profesional
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expresado en la producción de un discurso funcional a las disciplinas que nos
subordinan y que, en materia de investigación, ha generado una especia de
sociología práctica” (Achet, pág. 11).
La evolución histórica del Trabajo Social refleja constantemente la
subordinación de una racionalidad práctica a una racionalidad científica
RACIONALIDAD CIENTIFICISTA V/S RACIONALIDAD PRÁCTICA.
La Modernidad entendida como la última parte de un curso histórico
cultural milenario ha impuesto patrones estereotipados de Racionalidad, entendida
esta como “Facultad totalizadora, judicativa, que determina medios, fines y valores,
que puede ser caracterizada como el órgano de la producción social del sentido”(
Ardiles Osvaldo, 1998, pág.145).
La Modernidad que impone a la razón y a la observación como método
de conocimiento, impregnó a las Ciencias Sociales y particularmente al Trabajo
Social de una Racionalidad Positiva de eficiencia y eficacia que trata de abordar el
mundo de la vida conforme al método de las ciencias de la naturaleza.
Dicha racionalidad la denominaremos Racionalidad Cientificista, la
cual concibe al conocimiento como causalista, es decir los fenómenos sociales se
deben explicar en términos de leyes universales y causales. Es un conocimiento sin
historia, osea se encuentra aislado del contexto cultural social y político en el que se
produce, no da cuenta de concepciones ético- valóricas que componen la acción
social.
Los paradigmas que forman parte de dicha racionalidad han esquivado
la discusión acerca del sentido y la finalidad del conocimiento haciendo de este un
saber puro sin críticas hacia la sociedad y las instituciones, con una mirada
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academicista sin un fin emancipador de autoliberación de la humanidad.(cfr
Habermas en Salvat, 1998).
De ahí que la producción científica del conocimiento, deba formularse
en un lenguaje universal y unívoco, hay una pretensión de encontrar la verdad en las
cosas y de desvincular los intereses del conocimiento.
“La actitud teórica solo viene determinada por el motivo de
comportarse como un científico y el sistema de valores de la ciencia se define a su
vez porque los sistemas teoréticos prevalecen por sobre los prácticos” ( Habermas
Jürgen, 1990, pág 481).
Esta racionalidad sustenta una visión de realidad estática , uniforme y
parcializada que no da cuenta de las contradicciones sociales y las pugnas de poder
al interior de una sociedad y de nuestras prácticas, además no toma en
consideración el carácter procesual y dinámico de la realidad, en la cual los
fenómenos se suceden unos a otros de manera dialéctica y no en una lógica de
causa-efecto.
En términos de la producción de conocimientos en las Ciencias
Sociales y particularmente en Trabajo Social ha existido
una clara primacía
cientificista por sobre una práctica.
Pese a la primacía de la racionalidad científica, al interior de las
Ciencias Sociales han existido una serie de corrientes que dan cuenta del esfuerzo
por cuestionar la idea tradicional
de conocimiento, proveniente de una visión
positiva de las ciencias que ha impregnado también al Trabajo Social.
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La ciencia moderna construye el conocimiento en base a modelos
deductivos, las ciencias sociales en tanto trabajan con la experiencia que dice
relación con las percepciones a nivel cotidiano (cfr Aguayo Cecilia, 1998).
Paradójicamente se entrega el monopolio del conocimiento a un tipo
de Ciencia Positivista y Neopositivista, cuyas condiciones las ciencias sociales y el
Trabajo Social no pueden cumplir, pues nuestra práctica profesional procede en
términos reconstructivos y no en términos empírico-analíticos.
Los Trabajadores Sociales como profesionales prácticos hemos
optado por dar cuenta de nuestra acción social, através de un leguaje formal
empírico, sin embargo esta opción ha sido impuesta por una única racionalidad
hegemónica. “ La verdadera opción dialéctica es la que se da entre dos
concepciones antagónicas de lo racional” ( Ardiles Osvaldo, 1998, pág 145).
Nos hemos olvidado de los aspectos constitutivos de nuestra acción
profesional, de los sujetos, grupos y comunidades con que trabajamos, las
instituciones en las cuales nos insertamos, no hemos sido capaces de construir un
lenguaje que de cuenta de lo cotidiano, elaboramos diagnósticos, proyectos y
utilizamos una serie de herramientas metodológicas que no responden a la
especificidad de la profesión que refiere siempre a las transformaciones.
El ejercicio profesional cotidiano nos impone una serie de desafíos a
los cuales hemos respondido en la forma adecuada, somos capaces de trabajar en
el conflicto y en medio de las contradicciones sociales que han sido
conceptualizadas como problemas sociales, por los grupos hegemónicos capaces
de imponer su criterio ( cfr Grassi Estela, 1989).
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Hemos tenido que desarrollar habilidades y destrezas utilizando
diversas estrategias políticas para tensionar situaciones, a todo lo anterior lo
denominaremos Racionalidad Práctica.
Creemos que los supuestos con los cuales hemos enfrentado la acción
social, requieren de una reflexión constante, ya que la intervención profesional es una
intervención que refiere al poder. Lo importante es saber de que manera sostiene y
administra el poder, a quienes favorece y a quienes desfavorece, cual es su
finalidad; La fuerza que tiene cada una de estas elites de conocimientos depende
directamente de la fusión de estos conocimientos con el poder político (cfr Gyarmati
Gabriel, 1984).
Nos relacionamos con instituciones claramente politizadas que
responde muchas veces a interés partidistas que no dicen relación con los intereses
que tienen las comunidades y los grupos con quienes nos relacionamos por esto
debemos decir que no son solamente los marcos teóricos los que construyen nuestra
práctica sino los desafíos políticos que ella nos impone.
Por último nuestros debates deben contener la reflexión sobre el tema
de los derechos humanos, sobre que se entiende hoy por equidad o justicia social ,
por responsabilidad frente a los sujetos con quienes trabajamos sobre el tema de las
políticas sociales y la construcción de conceptos que emanan del gobierno, el tema
de la libertad ¿Sujetos de derecho o sujeto de preferencia?, ¿Tenemos hoy ciertos
derechos garantizados por el Estado o más bien debemos optar por ellos en el
mercado?, sin embargo sabemos que dicha opción refiere a una desigualdad de
condiciones. Todas estas reflexiones nos llevan a conocer la realidad social para
producir transformaciones ( cfr Aguayo Cecilia, 1998).
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No nos olvidemos que nuestra pregunta de investigación debe estar
orientada al conocer para la transformación de una determinada situación, debe
contener “ una lógica de cambio”.
CONCLUSIONES.
Hoy en día se nos plantea el desafío de construir, con los sujetos y
comunidades, nuevos conocimientos, que surjan desde la intervención profesional y
que, por tanto, se alejen de las categorías neopositivistas que no han sido capaces
de responder a las exigencias que nos impone la realidad. Este proceso nos
permitirá tensionar dichos conocimientos con los supuestos teóricos provenientes de
las ciencias sociales.
El Trabajo Social tiene pendiente la reflexión ético valórica acerca del
sentido de la transformación, porque debemos considerar que toda intervención es,
en última instancia, una práctica política. Además de esto, es necesario que tanto los
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académicos como los alumnos nos involucremos en un debate epistemológico
acerca de los supuestos que constituyen nuestra formación profesional.
Creemos que hoy en día hemos evadido dicho debate y reflexión, y el
énfasis está puesta en lo metodológico, en el cómo llevamos a cabo ciertas
acciones, en la eficiencia en la utilización de ciertas herramientas, lo que nos ha
conducido a un tecnocratismo.
Una vez abandonada la racionalidad cientificista, debiera darse lugar a
una racionalidad crítica que vaya más allá del interés teórico práctico y que nos
permita generar procesos de autoreflexión constantes, como una forma de
autoliberación, donde cuestionemos el tipo de sociedad a la que aspiramos, el tipo
de profesionales que esperamos ser, que nos permita desenmascarar lo que está
más allá de la superficie.
El que nuestra profesión no goce de un estatus privilegiado dentro de la
sociedad, ni ciertos beneficios a los que tienen acceso otras profesiones, no se
debe a los años de formación que recibimos, ni a la naturaleza de los conocimientos,
sino a la capacidad de influir sobre los procesos sociales, como lo llama Gyarmati:
“capacidad persuasiva” (cfr Gyarmati, Gabriel, 1984). Para contrarrestar esto,
debemos ser capaces de elaborar estrategias políticas acertadas que nos permitan
legitimarnos frente a la sociedad y a las instituciones.
Consideramos que es una responsabilidad ética el reconstruir junto a
los sujetos, un tipo de conocimiento que dé cuenta de cómo ellos simbolizan y
representan los problemas que los afectan, como la pobreza, la discriminación, etc.
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