anlisis sistmico de las relaciones internacionales

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Dr. Rafael Calduch
Lecciones de Relaciones Internacionales. Madrid, 1987.
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ANÁLISIS SISTÉMICO DE LAS RELACIONES INTERNACIONALES
1º. Orígenes teóricos y conceptos fundamentales
Sin pretender desarrollar toda una historia del pensamiento científico y ni tan siquiera
del proceso de evolución seguido por la teoría de sistemas, sí convendrá señalar algunas ideas
que resultarán importantes en el análisis del tema al que pretendemos dedicar nuestra
atención.
En efecto, el Prof. BRAILLARD, siguiendo a la generalidad de los autores que se han
ocupado de este tema, señala muy acertadamente cómo en el pensamiento aristotélico se
observa ya la idea de la naturaleza y del mundo como una totalidad organizada en la que el
conjunto no cabe reducirlo a la simple suma de las partes que lo integran. Semejante
perspectiva se mantendrá a lo largo del pensamiento científico medieval gracias a su
inclusión en la filosofía cristiana según la cual el Universo, contemplado en su totalidad,
responde a una organización, a un orden natural trasposición del orden divino superior. Será a
partir de Galileo cuando se quiebre semejante visión totalizadora y teológica del Universo
que existía en el mundo medieval, para abordar, desde una perspectiva empírica, analítica y
atomística, el espacio físico y las leyes que lo regulan; leyes que siguen una relación de
monocausalidad mecanicista y que presidió los avances científicos, sobre todo en relación
con las ciencias físico-naturales, hasta el siglo XIX.
A lo largo del siglo pasado, el desarrollo de nuevas ciencias físico-naturales, tales
como la biología, así como la profundización en algunas de las ciencias seculares como la
física o la química, unido todo ello a la extraordinaria expansión e impulso que recibirán las
ciencias del hombre o ciencias sociales (sociología, economía, ciencia política, etc.)
condujeron a la quiebra de la perspectiva atomística y a la progresiva incorporación de nuevo
de la concepción holística, si bien marcada por un notable organicismo en relación con las
ciencias sociales así como a un acusado vitalismo frente al mecanicismo imperante en
períodos pretéritos.
La relativa incapacidad de la nueva orientación científica para superar las limitaciones
que imponía a su visión totalizadora de los fenómenos estudiados, el biologismo y
organicismo vitalista condujo a partir de 1925 con los trabajos de LUDWIG VON
BERTALANFFY en el campo biológico para tratar de comprender el organismo vivo como
una unidad organizada y compleja, a la idea de sistema. Es así como a partir de este autor se
proyecta esta concepción de la teoría de sistemas al resto de las ciencias y, en particular, a las
ciencias sociales. En relación con éstas, será desde el campo de la sociología sobre todo con
las aportaciones funcionalistas de TALCOTT PARSONS y WALTER BUCKLEY, y de la
ciencia política, con los trabajos de GABRIEL ALMOND, DAVID EASTON y KARL
DEUTSCH, entre otros, como se logrará la plena inserción de la teoría de sistemas en el
campo de las ciencias sociales produciéndose lo que ALMOND ha calificado como la
aparición de un nuevo paradigma en a ciencia contemporánea.
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Ahora bien, conviene señalar que precisamente porque la teoría de sistemas se
desarrolló en sus inicios vinculada a las ciencias físico-naturales así como al estudio, sobre
todo, de sistemas cerrados y recurriendo a la utilización del lenguaje formal matemático para
determinar la descripción de tales sistemas y de su funcionamiento, no resultará extraño que
al proyectarse esta teoría de sistemas en las ciencias sociales se hayan producido, con
frecuencia, transposiciones de conceptos, modelos y teorías específicamente elaboradas para
las primeras y que resultaban inadecuadas a las características propias que presentan los
fenómenos sociales. Error que se ha agudizado con la generalización de la idea de que el
recurso al lenguaje matemático, como instrumento metodológico de formulación de modelos
sistémicos sociales y de contratación empírica de su validez explicativa y predictiva,
resultaba no solo aconsejable sino inexcusable. Semejantes pasos errados en la dirección
correcta, han afectado, sin duda, a la implantación y avance de esta teoría de sistemas entre
las ciencias sociales y por tanto también en el campo de las Relaciones Internacionales, pero
como expresa BRAILLARD: de ello no se deduce la invalidez absoluta de esta teoría sino tan
sólo la inadecuación de los modelos y concepciones de los sistemas sociales de ciertos
autores.
El concepto nuclear de todo análisis sistémico lo ocupa, precisamente, el concepto de
sistema. De entre las muchas definiciones que se han elaborado, nos adherimos a la del Prof.
BRAILLARD por estimarla enormemente sencilla y completa. Para este autor, cabe definir a
un sistema como:
“un conjunto de elementos en interacción que constituyen una totalidad y manifiestan
una cierta organización” (pag. 53).
Como podemos apreciar por la definición de BRAILLARD cuatro son los aspectos
que deben considerarse en la definición del término de sistema:
1º. Los elementos que lo constituyen.
2º. Las relaciones o interacciones que se establecen entre dichos elementos.
3º. Su configuración como una totalidad distinta de los elementos que lo integran.
4º- La existencia de una cierta organización en ese todo.
Antes de proseguir con los restantes conceptos vinculados con el término central del
sistema, conviene precisar una serie de puntos en el ámbito epistemológico que no impidan
caer, con posterioridad, en discusiones superficiales sobre aspectos terminológicos.
En tal sentido y siguiendo al mismo autor, clasificaremos los sistemas posibles en tres
grupos fundamentales:
1ª. Los sistemas concretos: son aquellos sistemas dados cuyos elementos poseen una
naturaleza concreta; ej.: un ser vivo, la familia.
2º. Los sistemas conceptuales: son, en cambio, aquellos sistemas construidos, y en
ocasiones construidos axiomáticamente, cuyos elementos son de naturaleza conceptual; ej.:
La lógica, las matemáticas.
3º. Los sistemas analíticos: son todos aquellos sistemas configurados mediante la
abstracción analítica de una interacción existente en un sistema concreto; ej.: El sistema
económico de un grupo social.
De estos tres tipos de sistemas a los que cabe reconducir todo sistema, hay que
distinguir el concepto de modelo por cuanto éste constituye la representación conceptual
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mediante abstracción de un sistema concreto. En realidad, el modelo de un sistema concreto
es un sistema conceptual isomorfo con aquél, o dicho de otra forma se trata de un sistema
conceptual referido a una determinada realidad de la que es su representación, de ahí que lo
distingamos de los sistemas conceptuales por cuanto éstos, tal y como los hemos definido,
pueden referirse a diversos sistemas concretos y no a uno solo.
También conviene que recordemos que cuando nos referimos a un sistema concreto
hacemos referencia a una realidad concreta que no tiene necesariamente que constituirse
como una totalidad 1 , como un todo, en la propia realidad, sino únicamente que dicha realidad
puede ser captada como una totalidad, como un sistema. En otros términos, los sistemas
concretos no tienen que configurarse necesariamente como entidades totales y singularizadas
en la realidad misma, como realidades sistémicas, sino que basta con que los elementos sean
concretos y reales y que puedan observarse unas interacciones que permitan comprenderlas
como integrantes de un sistema, de una totalidad organizada, aunque ésta no se presente en la
realidad como una entidad fenomenológica. Así por ejemplo, el organismo vivo es un sistema
concreto que se presenta en la realidad como una entidad claramente delimitada, en cambio
una familia es un sistema concreto también, aunque las únicas entidades claramente
delimitadas y distinguibles en la realidad sean los individuos que integran esa familia y sus
comportamiento o acciones pero no así el sistema social que denominamos familia.
En virtud de todas esas consideraciones podemos definir pues la teoría sistémica
como:
“aquel conjunto de proposiciones que nos permiten dar cuenta de una realidad en
tanto que sistema” (pag. 61).
Pero para proceder a una correcta formulación de la teoría sistémica en el ámbito de
las Relaciones Internacionales debemos comprender también una serie de conceptos y de
proposiciones generales que configuran la teoría sistémica en relación tanto con los procesos
reguladores del mantenimiento de un sistema como respecto de aquellos otros que se
corresponden con la dinámica de cambio de dicho sistema.
En este sentido cabe referirse, en primer lugar, a los conceptos de SUBSISTEMA y
SUPRASISTEMA. Por subsistema de un determinado sistema entendemos aquel sistema que
integra tanto a elementos como a grupos de elementos pertenecientes al sistema que se toma
como referencia. De esta definición se deduce, claramente, el carácter creativo y específico
del concepto de subsistema, que dependerá del nivel de análisis que se adopte. En efecto, el
subsistema de un sistema considerado con un determinado marco o nivel de análisis, puede, a
su vez, configurarse como un sistema si adoptamos un nivel de análisis inferior al precedente.
Así, por ejemplo, en el contexto internacional actual considerado como un sistema
internacional, podemos distinguir como subsistemas los diversos bloques de Estaos o países,
pero a su vez si trasladamos nuestro análisis a un nivel inferior, precisamente el de las
agrupaciones político-estratégicas de países, podremos tomar como referencia el sistema
integrado por los diversos bloques de Estados, en cuyo caso los Estados que integran cada
uno de los bloques constituyen, a su vez, subsistemas de este segundo sistema, y así
sucesivamente.
Hay isomorfismo, según MAY BRODBECK, cuando hay similitud entre un modelo y el objeto que se
representa, esta similitud consiste en una correspondencia entre cada elemento del modelo y cada elemento del
objeto y en el hecho de que las relaciones entre los elementos del modelo corresponden, al menos parcialmente,
a las relaciones entre los elementos del objeto.
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Existen, por tanto, dos formas de determinación de los subsistemas: la primera
consiste en considerar como subsistemas de un sistema dado todos aquellos elementos que
pertenezcan a éste último y que se puedan configurar, a su vez, como sistemas. La segunda
forma, consiste en considerar que todos aquellos elementos que concurren al cumplimiento
de una función del sistema, que participan en un proceso bien especificado o presentan entre
ellos una interacción particularmente importante o específica en el seno del sistema, forman
parte de un subsistema.
Paralelamente al concepto de subsistema, al que nos acabamos de referir, podemos
encontrar el concepto de SUPRASISTEMA. Se entiende por suprasistema aquel sistema del
que forma parte, en tanto que elemento o subsistema, el sistema adoptado como referencia y
objeto de análisis. También, en este caso, nos hallamos ante un concepto relativo que debe ser
especificado para cada caso y siempre en relación con el nivel de análisis adoptado. Ahora
bien, aunque en ocasiones, los autores tienen tendencia a equiparar el suprasistema con el
entorno del sistema estudiado, vamos a poner en evidencia cómo ambos conceptos y
realidades, aunque en ocasiones puedan coincidir, no cabe confundirlos, no cabe reducirlos a
una misma idea.
En efecto, cuando pretendemos conocer un sistema, cualquiera que sea éste, debemos
proceder a una delimitación de dicho sistema del resto de la realidad, hay que determinar los
límites que nos permiten distinguir el sistema, en tanto que totalidad, de los restantes sistemas
y del resto de la realidad que no está comprendida en el sistema analizado. Con ello
procedemos a una separación o distinción entre dicho sistema y su entorno, su medio o
contexto. Lógicamente, podemos darnos cuenta de que el concepto de entorno se encuentra
implícito en el propio proceso de conocimiento y definición del sistema investigado.
Semejante idea del entorno de un sistema determinado nos obliga, sin embargo, a una
mayor precisión si no deseamos vernos paralizados en el proceso de avance teórico por la
generalización que consideraría como entorno a todo el mundo exterior a tal sistema y,
consiguientemente, al Universo, tanto concreto como abstracto, en su totalidad con la sola
excepción de los elementos o interacciones incluidos en el sistema considerado. Para evitar
semejante sesgo en la teoría sistémica, debemos considerar como entorno de un sistema
determinado al entorno directo del mismo, es decir, aquel sector de la realidad (concreta o
abstracta) que puede ser influida por el sistema o que puede influir en él siéndole exterior, o
en otras palabras, aquella parcela de la realidad no integrada en el sistema considerado pero
que puede estar en relación o interacción con él.
Observemos que entre los conceptos de sistema y de entorno existe un vínculo
recíproco y estrecho que nos permite distinguir no sólo los límites mismos del sistema sino
también los límites mismos del entrono directo del sistema. Cabe, sin embargo, considerar
determinados sistemas como aislados de su entorno directo, es decir, sin interacción relevante
con dicho entorno, en este caso nos hallamos ante los que podemos calificar como un sistema
cerrado. Por el contrario, existen otros sistemas abiertos que se caracterizan por un cierto
número de interacciones con su entorno directo. Semejante distinción resulta esencial para la
comprensión de la dinámica de los sistema, que diferirá en ambos casos ya que, mientras en
los sistemas cerrados se puede comprender y explicar su dinámica y funcionamiento con
relación exclusiva a su propia estructura interna, en cambio, en los sistemas abiertos la
comprensión del entorno directo del sistema así como de las relaciones o interacciones que
existen entre ambos resulta imprescindible para entender su dinámica, ello es así porque en
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realidad cabe considerar al entorno directo y al sistema abierto como los elementos de un
suprasistema que los comprende a ambos. De este modo podemos advertir también de que el
concepto de entorno de un sistema no coincide necesariamente con el concepto de
suprasistema. Pues bien, una de las características principales de los sistemas sociales es que
se tratan de sistemas abiertos es decir relacionados con su entorno medio.
Tan importante como delimitar el sistema de su contexto o entorno exterior, resulta
también comprender la organización interna del sistema, es decir, los vínculos que existen
entre la estructura interna y el sistema mismo. Entendemos por estructura de un sistema “la
configuración que manifiestan en un momento determinado los elementos de un sistema a
través de sus interacciones” (BRAILLARD, pag. 78). La estructura es por tanto la ordenación
que presentan los elementos de un sistema a través de sus interacciones en un momento dado.
Evidentemente, la consideración y conocimiento de la estructura de un sistema resulta
esencial para poder comprenderlo, ya que dicha estructura condiciona el funcionamiento
mismo del sistema, sin que de ello quepa deducir que la estructura constituya el determinante
o condicionante principal del mismo, ya que únicamente a través de un análisis particular de
cada sistema podrá mostrarnos el grado de poder explicativo de la estructura respecto de su
existencia y dinámica.
Para poder determinar la estructura de un sistema resultará útil, aunque no necesario,
recurrir al concepto de función, en virtud del cual cada elemento del sistema queda referido a
los restantes elementos y a la totalidad del sistema del que forma parte integrante. Nótese, sin
embargo, que aunque el conocimiento de la función o el papel que desempeña un elemento en
el conjunto del sistema, contribuye a una mejor comprensión del mismo y de su estructura de
ningún modo un sistema queda necesariamente referido al concepto de función tal y como
ocurre con los conceptos de entorno o estructura que acabamos de exponer. Cabe
perfectamente explicar y comprender un sistema como totalidad organizada, sin que se
conozcan las funciones que desempeñan los elementos en el sistema, para lo que bastará
conocer tales elementos y la organización que presentan entre sí en virtud de sus
interacciones. De ahí que metodológicamente surjan apreciables distinciones entre la
corriente estructuralista, que pretende explicar la realidad a partir del conocimiento de la
organización interna o estructura de los grupos sociales y la corriente funcionalista, que trata
de investigar y conocer a los distintos grupos sociales a partir de las funciones que satisfacen.
Una vez especificados los conceptos de estructura y de función en el análisis de
sistemas, conviene avanzar en la definición de algunos conceptos como los de equilibrio,
estabilidad que afectan directamente a la comprensión de las estructuras sistémicas, así como
a los conceptos de regulación y adaptación, más directamente referidos a la dinámica de todo
sistema.
El concepto de equilibrio no tiene un significado unívoco en la teoría de sistemas sino
que requiere precisar su contenido, según nos hallemos ante un sistema cerrado o abierto, con
objeto de evitar la trasposición de modelos y conceptos de unos sistemas a otros. Así cabe
decir que en los sistemas cerrados, se puede aplicar una concepción mecanicista del equilibrio
según la cual: es un estado que resulta de la acción de fuerza opuestas que se compensan o se
anulan.
En los sistemas abiertos, de los que forman parte los sistemas sociales, precisamente
porque se encuentran en interacción con su entorno resulta más útil que hablar de equilibrio,
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que posee connotaciones mecanicistas, referirnos al concepto de estado estable dado que en
ese tipo de sistemas alcanzar y mantener el equilibrio no consiste simplemente en mantener
inalterada una determinada estructura, sino que sobre todo significa conservar un cierto
estado de organización de la estructura a pesar de los cambios que se producen promovidos
ya sea por el entorno o de naturaleza endógena. Este estado estable es más bien que un
equilibrio un seudo-equilibrio dinámico, que no excluye el cambio entre el sistema y el
entorno, sino que lo presupone. Ahora bien, semejante estado estable en los sistemas abiertos
exige, precisamente porque asume los cambios, la existencia de procesos de autorregulación
tendentes a mantener la estabilidad el sistema y su supervivencia dentro de ciertos límites.
Tal proceso de autorregulación consiste en que el sistema reacciona a una variación en la
composición mediante una variación inversa, autoestabilizándose de esta forma. A este
proceso de autoestabilización o autorregulación del sistema se le denomina: “procesos de
desviación compensada” o también “procesos de retroalimentación negativa”.
Junto a estos procesos, existen otro tipo de procesos en los sistemas abiertos, que se
caracterizan porque a una variación del sistema no le sucede una variación compensadora
inversa sino que por el contrario, les sucede un proceso tendente a amplificar tal variación. A
estos procesos se les denomina como “procesos de desviación amplificadora” o también
“procesos de retroalimentación positiva”. Los procesos de retroalimentación pueden producir
cambios tan sustanciales en la estructura del sistema que le originen su desagregación y
desaparición como tal sistema; pero también pueden originar cambios susceptibles de afectar,
tan sólo, a su organización de forma tal que el sistema pueda alcanzar nuevamente un estado
estable mediante una modificación de su organización y, en definitiva, mediante una
reestructuración o nueva estructura.
Ambos tipos de procesos dan origen a dos tipos de adaptación del sistema, referido el
primero a los procesos de retroalimentación negativa y que se denomina MORFOSTASIS, y
el segundo al proceso de retroalimentación positiva y que denominamos
MORFOGÉNEISIS.En el primer caso la adaptación del sistema se alcanza a través del
mantenimiento de su organización, de su estructura; en el segundo supuesto la adaptación del
sistema se alcanza mediante un cambio de su estructura. Como lo ha señalado muy
acertadamente ERVIN LASZLO, en el primer caso hay una “auto-estabilización adaptativa”
y en el segundo una “auto-organización adaptativa”.
Pues bien, los sistemas sociales se caracterizan frente a otros sistemas,
particularmente los biológicos, precisamente porque admiten en su seno ambas formas de
adaptación (morfostática y morfogenética). Ello no ocurre con los organismos vivos que sólo
admiten tomados individualmente la adaptación morfostática, alcanzándose la adaptación
morfogenética a nivel de la especie en el proceso denominado evolución. Ahora bien, para
determinados sistemas biológicos, eventualmente los que se corresponden con organismos
vivos que poseen un sistema nerviosos desarrollado, pueden alcanzar una adaptación a las
modificaciones de su entorno a través de un particular proceso, el proceso de aprendizaje que
incluye en sí mismo procesos de retroalimentación positiva, si bien presentan la
particularidad de que por no tratarse de un proceso de adaptación inscrito en el código
genético que ese le transmite a cada individuo no son susceptibles de transmisión de una
generación a otra.
Por tanto, en el estudio de los sistemas sociales, y particularmente, de los sistemas
internacionales, dado que se tratan de sistemas de adaptación compleja, deben excluirse
necesariamente las consideraciones de la estabilidad de tales sistemas a partir de los modelos
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desarrollados en el estudio de sistemas mecánicos u orgánicos será necesario recurrir a
modelos que comprenden al propio tiempo la adaptación MORFOSTATICA
y
MORFOGENETICA, sin olvidar tampoco que en tales sistemas desempeña un papel
destacado la conciencia o aprendizaje como proceso regulador.
También hemos indicado con anterioridad que los procesos de retroalimentación
positiva pueden dar origen a cambios o variaciones tan amplias y fundamentales que el
sistema no logre alcanzar, mediante una reestructuración, un nuevo estado estable y que, por
tanto termine por desagregarse o descomponerse en sus diversos elementos.
Sin embargo, en los sistemas sociales resulta mucho más difícil determinar la desaparición de
un sistema que en otros tipos, como los sistemas biológicos o mecánicos.
En efecto, salvo los casos históricamente ocasionales en los que se ha producido la
completa desaparición de todo rasgo organizativo de una sistema social, ya sea como
consecuencia de fenómenos naturales o, más frecuentemente, como resultado de las acciones
bélicas de unas comunidades políticas tecnológicamente más avanzadas sobre otras más
atrasadas (por ejemplo el exterminio y posterior desaparición del sistema político y cultural
indígena de la América precolombina tras la expansión colonial hispano-portuguesa de los
siglos XV y XVI), resulta extraordinariamente difícil establecer y analizar la disgregación de
un sistema internacional y su sustitución por otro nuevo.
La cuestión fundamental en cada caso será averiguar si ha habido una adaptación
morfogenética, es decir por una profunda reestructuración del sistema internacional, o si por
el contrario ha habido realmente transición de un sistema internacional a otro nuevo por
desaparición del primero. Pues bien, a esta cuestión no cabe darle una respuesta absoluta y
categórica que nos aporte los elementos, condiciones o datos generales, cuya existencia y/o
cumplimiento nos permitirán automáticamente poder dar una respuesta afirmativa o negativa
a la interrogante sobre si ha habido adaptación del sistema internacional o cambio del mismo
por descomposición. Para poder aportar una respuesta operativa hay que realizar dos
precisiones previas:
1ª. Salvo en los casos límite, ya apuntados, los sistemas sociales se caracterizan por su
complejidad tanto estructural como dinámica. Ello significa que todo proceso de cambio
adaptativo así como toda transición de un sistema social a otro no se realiza de forma brusca
y radical sino mediante una transformación continuada cuya aceleración o retardamiento no
se realizará por igual en todos los elementos y relaciones del sistema, ni tampoco se producirá
en el mismo momento. Ello significa, para los sistemas internacionales tanto como para
cualquier otro tipo de sistema social, que sólo tras un análisis doble (sincrónico: comparando
los cambios que se producen en el mismo momento en las diversas partes del sistema; y
diacrónico: comparando los cambios experimentados por la estructura sistémica en distintos
momentos) podemos determinar si ha habido en cada caso y para cada sistema adaptaciones
más o menos profundas o transición sistémica.
2ª. Que aunque el sistema internacional posee una dimensión concreta, ello no
significa que en la realidad se nos presente como una unidad individualizada y totalizadora
sino que se trata de un sistema analítico, una forma de comprender la realidad internacional
que tiene su fundamento en la forma como esa realidad internacional se desarrolla.
Consiguientemente, puesto que como tal sistema internacional posee una dimensión
analítica, aunque referida a una realidad concreta, solamente cabrá determinar cuando hay
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modificación adaptativa o transición sistémica a partir de los criterios analíticos establecidos
al elaborar o formular el análisis sistémico, y por tanto, dependerá de tales criterios el que
determinemos la existencia de un nuevo sistema internacional o su simple reestructuración.
Tales criterios deberán referirse a los elementos (actores internacionales) y al carácter de las
interacciones del sistema: estructura internacional.
Por ejemplo: si caracterizamos un sistema internacional como bipolar a partir de la
consideración de dos Estados con una capacidad político-militar absolutamente superior al
resto de los miembros del sistema, solamente habrá transición si dicho número de Estados
hegemónicos se modifica, en cambio la aparición o desaparición de Estados nuevos o de
otros actores internacionales (por ejemplo las Organizaciones No Gubernamentales) no será
más que una adaptación morfogenética.
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