Tres Modelos de Enseñanza Jean-Pierre Astolfi En su obra L’école, mode d’emploi, Philipe Meirieu nos cuenta con extraordinaria riqueza narrativa las «Histoires de Gianni». Habla allí del tránsito ficticio de un alumno expulsado de la escuela, a quien lleva a encontrarse con Freinet, frecuentar la clase de transición, seguir un coloquio sobre Piaget, visitar Summerhili, dejarse seducir por Rogers, vivir la experiencia del «10%», ubicarse en la línea de tiro de los objetivos, etc.1 De modo mucho más esquemático, presentaremos aquí en forma contrastada tres modelos principales de enseñanza que sirven de base a las prácticas de los maestros -consciente o implícitamente-, con todos los tipos de variantes imaginables. Cada uno dispone de una lógica y de una coherencia que habrá que caracterizar, pero también de limitaciones de uso que intentaremos señalar. Sobre todo, cada uno de estos modelos responde a diferentes situaciones de eficacia. La transmisión Podemos utilizar el término impronta para calificar la concepción más tradicional, pero aún vigente, del aprendizaje por parte del alumno: la de una página en blanco por escribir o de un vaso por llenar. El conocimiento sería un contenido de enseñanza que vendría a imprimirse en la cabeza del alumno (el contenedor) como en una cera blanda. Aquí, el aprendizaje se entiende según un esquema más bien rústico de comunicación «emisor/receptor », derivado de la teoría de la información instaurada por Claude Shannon y reactivada por las prácticas didácticas del esquema de las funciones del lenguaje de Roman Jakobson.2 En este modelo, la situación del alumno se considera de manera muy pasiva. Lo primero que se espera de él es que adopte ciertas actitudes en relación al trabajo, las cuales se revelan en las anotaciones habituales de las libretas escolares; es decir, que ponga «atención», que sea «regular en el trabajo y en el esfuerzo», que dé pruebas de «voluntad», etc. Todo esto para evitar que el alumno «se quede atrás». La pedagogía de la impronta es también una «pedagogía de ideas claras». puesto que bastaría que el maestro se explicara claramente, que comenzara por el principio y expusiera las cosas de manera progresiva, que diera buenos ejemplos, para que el conocimiento se transmitiera y se inscribiera en la memoria. El fracaso y el error deberían normalmente ser evitados. Si pese a todo se produjera, resultaría natural una sanción, puesto que su aparición sería responsabilidad del alumno, quien no habría adoptado la actitud esperada: 1 Phillippe Meirieu, L’école, d’emploi. Des «methods actives» á la que pédagogie différenciée. ¿Significa estamode presentación, un tanto crítica, debemos abandonar este París, ESF éditeur, 7ª edición, 1992. 2 modelo de enseñanza? No. Significa más bien que hay que conocer los límites Roman Jakobson, Essais de linguistique genérale. París, Minuit, 1963. Claude E. The mathematical theory of communication. Urbana, University of Illinois Press, 1949. dentro deShnonn, los cuales puede ser eficaz. Por ejemplo: • frente a un público motivado e informado; • que realiza positivamente la acción de venir a informarse; • que posee, en general, estructuras intelectuales comparables a las del maestro (más allá de la disimetría de sus conocimientos disciplinarios), de tal manera que el mensaje pueda pasar por la simple emisión/recepción; • que dispone ya de elementos de conocimiento en el campo del aprendizaje en cuestión, y que aprovecha la exposición sistemática para organizar y reestructurar la información previa, quizás incompleta y mal jerarquizado. Tenemos que admitir que, en general, el público escolar actual no cumple con esas condiciones. Allí radican, sin lugar a dudas, las razones de la poca eficacia que tiene actualmente este modelo. El condicionamiento La pedagogía llamada behaviorista, introducida por Burrhus Skinner, constituyó un tenaz intento por sustraerse a este primer modelo. Su idea central es que hay que considerar las estructuras mentales como una caja negra a la que no tenemos acceso y que, por lo tanto, resulta más eficaz poner atención en las «centradas» y en las «salidas» que en los procesos mismos.3 El maestro se dedica entonces a definir los conocimientos por adquirir, no de manera «mentalista» (usando términos como comprensión, espíritu de análisis o de síntesis... relacionados con lo que ocurre en el interior de la famosa caja negra), sino en términos del comportamiento observable esperado al final del aprendizaje. De aquí han surgido, por ejemplo, la enseñanza programada, una buena parte de la pedagogía por objetivos (PPO) y la enseñanza asistida por computador (EAO). Su última transformación es probablemente el desarrollo actual de los referenciales. Toda la metodología clásica de definición de objetivos, popularizada por la conocida obra de Robert F. Mager, deriva de este modelo de aprendizaje. En efecto, cada objetivo debe obedecer a la sintaxis: el alumno tendré que ser capaz de... + un verbo de acción, un verbo activo (distinguir, nombrar, reconocer, clasificar...) y no un verbo cognitivo (comprender, saber, reflexionar...), es decir, precisamente una salida de la caja negra, un comportamiento mina] esperado en el alumno. Destaquemos que a menudo se han opuesto erróneamente los «objetivos de comportamientos» a los «objetivos de conocimientos», sin observar que el «comportamiento» que aquí nos preocupa no es una actitud o una manera de ser del alumno (sentido usual de la palabra cuando se dice que debe mejorar su comportamiento). 3 Burrhus F. Skinner, La révolution scientifique dans l’enseignement. Bruselas, Dessart, 1968. Se trata de la manifestación susceptible de ser observada, del dominio de un conocimiento, que nos permitirá asegurar, sin conformarnos con meras palabras, que se ha alcanzado el objetivo propuesto.4 En este modelo behaviorista, el aprendizaje resulta de una serie de condicionamientos. El maestro divide la tarea que hay que cumplir en unidades suficientemente pequeñas como para que los alumnos tengan éxito (estrategia derivada del «condicionamiento operante» que Skinner estudió en las palomas y que opone al «condicionamiento de respuestas» de Pavlov). Enseguida, encadena de la misma manera estas unidades entre sí, recompensando las primeras respuestas buenas, lo que permite su reforzamiento positivo. Por esta razón, el behaviorismo deriva de estudios sobre el aprendizaje de los animales. Se trata precisamente de una pedagogía del éxito, puesto que trata de encontrar los medios para evitar el error, a través de la división del aprendizaje en unidades tan pequeñas como sea necesario. Pero, si a pesar de todo el error se presenta, ya no será responsabilidad del alumno como antes, sino que se atribuirá al maestro y/o a quien concibió el programa. La sanción que naturalmente se aplicaba en el caso del primer modelo, ahora da lugar a rectificaciones, a repasos del aprendizaje y a reelaboraciones del programa. Como dicen en informática, ya no existen errores ni fallas: se trata sólo de bugs. Sin lugar a dudas, este modelo ha tenido efectos positivos y podemos afirmar que, más allí del abandono que la psicología contemporánea ha hecho del behaviorismo, sigue siendo un paso útil -y quizás obligado- en la formación de maestros. ¿Por qué? Porque se opone eficazmente al dogmatismo verbal del maestro, obligándolo a centrarse en alumno y en la tarea intelectual que éste debe efectuar con éxito, más que en la organización de su propio discurso y su progreso. La pedagogía por objetivos es la que mejor nos permite tomar conciencia de las distorsiones existentes -a veces considerables- entre lo que el maestro quiere que los alumnos adquieran (los objetivos generales y terminales) y lo que realmente ocurre en el que aprende (los objetivos operacionales). Ya indicamos que la interpretación sistemática de la actividad de los alumnos en la sintaxis de la PPO nos lleva a darnos cuenta hasta qué punto los objetivos de rango inferior (conocimiento, comprensión, en la taxonomía de Bloom) son, de hecho, los más buscados, más allí de la presentación de ambiciosas intenciones educativas (es lo que pretende formar mi disciplina). Este modelo ha mostrado su máxima eficacia en los aprendizajes técnicos o profesionales a corto o mediano plazo, lo que no es casualidad. En cuanto a los aprendizajes a largo plazo -los más frecuentes en la formación general- su eficacia está limitada por dos razones principalmente: 4 Viviane et Gilbert De Landsheere, Définir les objectifs de l’éducation. París, PUF, 1976. Louis D’Hainaut, Des fins aux objectifs de l’éducation. Bruxelles, Labor, París, Nathan, 1977. Daniel Hameline, Les objectifs pédagogiques en formation initiale et continue. París, ESF éditeur, 10ª edición, 1992. Robert F. Mager, Comment definir les objestifs pédagogiques. París, Gauthier-Villars, 1969 (redición: París, Bordas, 1975). • El proceso conocido como operacionalización supone una división tal que el maestro se ve rápidamente enfrentado a un gran número de objetivos posibles y simultáneos; esto se ha revelado muy pronto como una clara limitación de la PPO. Al margen de la popularidad mundial de las taxonomías, ello es sin duda una de las razones de que hayan penetrado escasamente en la realidad de la sala de clases. Tendremos posteriormente la ocasión de volver sobre este tema. • La PPO introdujo, sobre todo, una confusión entre el objetivo mismo, que en último término sigue siendo mentalista, y el comportamiento observable, que no es más que un indicador de este objetivo. Esto puede aceptarse en las profesiones cortas de carácter técnico, donde lo que cuenta es la modificación de un comportamiento, la obtención de un nuevo automatismo, el conocimiento de un algoritmo de acciones. Pero, si en la formación general substituimos el proceso intelectual en sí por el efecto buscado, provocamos, sin darnos cuenta, una importante modificación en el significado que tiene para el alumno la tarea por realizar. Con el modelo de condicionamiento es como si hiciéramos que el alumno subiera una escala, pero disponiendo todos los peldaños en un mismo plano, uno al lado de otro y todos en un mismo nivel. De modo que él puede satisfacer todas las etapas intermediarias del aprendizaje (pasó cada peldaño), ¡pero sin subir! En realidad, un aprendizaje inteligente no puede reducirse tan fácilmente a una serie de comportamientos terminales, por muy observables que sean. También podemos tener éxito en una tarea eludiendo los obstáculos, e incluso ignorándolos, en lugar de superarlos. Es, por lo demás, lo que hacen las palomas de Skinner. El behaviorismo puede conducir rápidamente a una especie de sitacismo escolar. A pesar de estas limitaciones, este modelo tiene interés si es utilizado en lo que puede hacer y que corresponde a una de las razones de su introducción en la enseñanza: la evaluación. Gracias a él, podemos asegurar que una pregunta corresponde al objetivo establecido, que no encubre implícitamente varios objetivos, etc. También constituye siempre una herramienta eficaz para la coordinación entre los maestros si se trata de tener la seguridad de que comparten los mismos fines, de que las mismas palabras no remiten a dos proyectos distintos. Entonces, son muy valiosas las técnicas de operacionalización establecidas por la PPO. El constructivismo El proyecto constructivista retorna el «mentalismo» que el behaviorismo creyó desplazar, interesándose en lo que ocurre en la famosa «caja negra», pero conservando como centro principal al alumno que aprende. Todo este libro gira evidentemente alrededor de las características que puede asumir hoy en día una enseñanza de tipo constructivista. En dos palabras, lo que diferencia este modelo de los anteriores es un nuevo estatus del error. El error ya no es considerado aquí una deficiencia de parte del alumno, ni tampoco una falta del programa. Se le reconoce su derecho a estar en el centro del proceso de aprendizaje. Lejos de castigarlo o de evitarlo, se busca, pues pone de manifiesto lo que será lo esencial del trabajo didáctico por desarrollar. Los partidarios de esta pedagogía dicen con placer: «Tus errores me interesan». La intuición de este modelo sirve como referencia desde hace mucho tiempo a las tendencias de la educación moderna, que nos permiten distinguir –someramentedos variantes. La primera, que podemos calificar como modelo de «descubrimiento», presenta el aprendizaje como un proceso «natural», con la sola limitación de respetar el lugar central que le cabe al sujeto-alumno, sin el cual nada puede resultar. Como vimos en el capítulo anterior, en este caso el aprendizaje resultaría de un proceso único de autoestructuración en el que cuenta, en primer lugar, la actividad intelectual del alumno enfrentado a la situación y a los temas. El maestro aparece, en el mejor de los casos, como un facilitador del aprendizaje. Seymour Papet, colaborador de Piaget, dijo: «Cada vez que te explicamos algo a un niño ¡le estamos limitando su capacidad para que lo invente!» Esta primera variante insiste también en la idea de «aprender a aprender», en la renovación prioritaria de la actitud frente al saber, en la importancia de «saber ser»..., a partir de lo cual cada niño puede rehacer el camino del descubrimiento intelectual. En este marco, los conocimientos particulares de cada disciplina se presentan más como una consecuencia de pasos bien conducidos que como objetivos perseguidos específicamente. Algunas palabras-claves de esta variante de «descubrimiento» han sido ampliamente difundidas, aun cuando no sean utilizadas por todos con la misma acepción. Citemos términos que parecen bastante característicos, tales como aproximación a un concepto, etapas de construcción, niveles de formulación, estructuración progresiva, etc. En esta terminología descubrimos huellas de lo que Samuel Joshua llamó el «mito naturalista» para la enseñanza de la física, y que él critica vigorosamente en los términos siguientes: existiría «un sistema natural de aprendizaje, basado en una buena correspondencia entre el modo de adquisición de los conocimientos por el alumno y el método experimental de las ciencias. La idea fundamental es que el alumno aprender por un método de carácter inductivo: va a observar, comparar, razonar, sacar conclusiones». Y prosigue Joshua, «su conocimiento se va a organizar a través de un proceso de ordenamiento de lo real. Y lo que importa, sobre todo, no son tanto los conocimientos en sí, sino el método científico. Los conocimientos se adquirirán silenciosamente, como consecuencia de hechos bien establecidos y bien organizados». A pesar del carácter exagerado de este análisis crítico que milita demasiado en favor de un regreso a la legitimidad del maestro, siempre que el contenido didáctico de la actividad sea escogido minuciosamente, tenemos que reconocerle una parte de verdad.