¿PRESUPONEN LOS ARGUMENTOS ESCÉPTICOS

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¿Presuponen los argumentos escépticos cartesianos el
realismo indirecto?
Jorge Gregorio Posada
Universidad de Caldas
¿No recuerdas la controversia que suscitan con tal motivo los partidarios de este sistema,
y principalmente sobre los estados de vigilia y del sueño? -¿Qué dicen?-. Lo que has oído,
creo yo, muchas veces a los que nos exigen prueba de si en este momento dormimos, siendo
nuestros pensamientos otros tantos sueños, o si estamos despiertos y conversando realmente
juntos. -Es muy difícil Sócrates distinguir los verdaderos signos que sirven para reconocer
la diferencia, porque en uno y otro estado, se corresponden, por decirlo así, los mismos
caracteres.
Resumen
El artículo critica la afirmación de Diana
Hoyos según la cual los argumentos
escépticos típicos de Descartes presuponen
una teoría incorrecta de la percepción. En
particular, se muestra que el escepticismo
sobre el mundo externo no depende de
ninguna teoría de la percepción. Se puede
abrazar o no abrazar cualquier teoría de la
percepción, y los argumentos cartesianos
del sueño y el genio maligno permanecen
inmunes.
Palabras clave
Hoyos, Descartes, Stroud, Dancy,
escepticismo, Realismo indirecto, Realismo
directo, principio de cierre.
Recibido el 1 de Junio y aprobado el 25 de Julio.
Platón (Teetetes)
Abstract
In this paper I take issue with Hoyos’
statement according to which typical
Cartesian skeptical arguments presuppose
a wrong theory of perception. In particular,
I show that skepticism about the external
World does not depend upon any theory
of perception. You can embrace or not any
theory of perception and the Cartesian
arguments of the Dream and the Evil
Genius will remain unharmed.
Key words
Hoyos, Descartes, Stroud, Dancy,
skepticism, indirect realism, direct realism,
closure principle.
Jorge Gregorio Posada
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Diana Hoyos Valdés afirma (2006) que el presupuesto sobre el cual se
construyen los argumentos escépticos consiste en aceptar que nunca
percibimos directamente los objetos externos. Nuestra creencia en la
existencia de dichos objetos depende, no de nuestro contacto directo
con ellos, sino de que los inferimos a partir de las sensaciones que
nuestros sentidos captan de ellos. Este presupuesto es reconocido como
“realismo indirecto”, i.e., la tesis de que nunca percibimos directamente
los objetos. Para la profesora Hoyos Valdés, si se niega este presupuesto
y se opta por una teoría de la percepción en donde los objetos externos
son captados directamente en nuestra sensación, “realismo directo”,
estos argumentos escépticos serían infundados. La profesora dice:
“En líneas similares, en la filosofía contemporánea se ha
desarrollado una tendencia que se denomina “realismo directo”
según la cual percibimos directamente objetos externos. Si esta
tendencia apunta en la dirección correcta, entonces la base de las
dudas epistemológicas clásicas del escepticismo se cae”.
Los argumentos escépticos cartesianos se resolverían, entonces, si se
parte de una adecuada teoría de la percepción.
Trataré de mostrar que el escepticismo cartesiano es consistente tanto
con el realismo directo como con el realismo indirecto, y que su base
real revela la estructura lógica de los persistentes problemas filosóficos
que parecen irresolubles. Por un lado, tenemos una creencia que
consideramos incontrovertible y a la que nos sentimos incapaces de
renunciar, pero, por otro lado, tenemos otra creencia inconsistente y
contradictoria con la primera, e igualmente irrenunciable. Creemos en
p y a la vez creemos en q, pero una vez que hemos analizado crítica
y no rutinariamente a p y a q, caemos en la cuenta de que creer en p
haría imposible q; o de creer en q se haría imposible p. Así, creemos que
podemos tener conocimiento del mundo externo. A esto lo podemos
llamar p. Por otra parte, reconocemos que es posible confundir nuestras
experiencias del mundo externo con los sueños, a esto lo podemos
llamar q. Pero para saber algo del mundo externo tenemos que poder
distinguir clara e incontestablemente los sueños de la realidad. Así
que, ¿cómo podemos saber que p si es posible q?; si q es posible, como
parece serlo, no es verdad p.
Para el primer propósito, mostraré que la crítica de Hoyos falla, pues el
escepticismo cartesiano no depende de ninguna teoría de la percepción. Intentaré
aclarar cómo asume Hoyos el realismo directo y el realismo indirecto.
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¿Presuponen los argumentos escépticos cartesianos el realismo indirecto?
Tanto el realismo directo como el realismo indirecto presuponen lo
que podemos llamar realismo. Ésta teoría, a diferencia de las dos
anteriores, no es una teoría de la percepción sino un posición ontológica.
No explica cómo percibimos el mundo, sino que aclara cuáles son las
posibles condiciones de ser de las cosas. Específicamente, el realismo
directo y el realismo indirecto coinciden con la posición ontológica
llamada “realismo externo”. Según ésta, el mundo tiene un modo de
ser que es independiente del sujeto. John Searle (1997), defensor del
realismo externo, lo caracteriza diciendo que es la concepción según la
cual las cosas tienen un modo de ser que es lógicamente independiente
de las múltiples maneras de representación humana. Decimos,
entonces, que tanto para el realismo directo como para el realismo
indirecto, el mundo tiene un modo de ser que es independiente de
la percepción. Ambas teorías suponen que los objetos externos tienen
unas propiedades y una existencia continua que no está condicionada
por los perceptores. Establecer la naturaleza de dichas propiedades
no es el asunto sobre el que discurren, sino sobre el tipo de relación
que se da entre las percepciones y el mundo que existe independiente
de ellas. Si estas definiciones son adecuadas, un escepticismo que
presuponga el realismo indirecto, no cuestiona la existencia de un
mundo independiente de las representaciones, sino la posibilidad de
que, a través de nuestras percepciones, tengamos un acceso directo a
él.
Para el realismo indirecto, el tipo de relación entre las cosas y las
percepciones es inferencial. Un perceptor nunca percibe directamente
los objetos, sino que a partir de sus sensaciones los infiere. Las
sensaciones son el intermediario entre el perceptor y el objeto, y éstas
no revelan directamente ninguna propiedad del objeto. A lo sumo, las
sensaciones captadas por los sentidos son sólo signos de las cosas o sus
propiedades, pero nunca muestran lo que éstas intrínsecamente puedan
ser. Las mesas, los muros, los edificios que captamos directamente a
través de nuestras sensaciones no son realmente las mesas, los muros
y edificios que pueblan exteriormente el mundo. Pero de los primeros
inferimos la existencia de los segundos. A la manera de un espejo,
nuestra mente está en relación inmediata con el reflejo de las cosas,
pero nunca puede ir directamente a las cosas reflejadas; del reflejo
derivamos nuestras creencias en las cosas reflejadas.
En consecuencia, el realismo indirecto supone un intermediario entre
los objetos y la mente. Este intermediario son las percepciones que, por
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inferencia, de éstas derivamos nuestro conocimiento de los objetos. Esta
teoría de la percepción, así formulada, arrastra hacia el escepticismo
del conocimiento del mundo externo, pues permite implicar que con
las percepciones obtenemos escenas de las cosas, pero a la manera de
una obra de teatro. Estos escenarios no tienen que corresponderse con
los sucesos tal y como se dan en el mundo. La inferencia de los datos
sensoriales a las cosas no es una inferencia concluyente. Siempre queda
la posibilidad que lo que estamos percibiendo no tenga como correlato
en el mundo externo un estado de cosas similar al que está en nuestra
mente. Cito textualmente a Hoyos Valdés, esperando que la anterior
caracterización del realismo indirecto sea consecuente con el sentido
de lo que ella expresa cuando dice:
Lo que tienen en común estos argumentos es cierto supuesto acerca
de la relación entre nuestras percepciones y el mundo externo. Este
supuesto es una tesis sobre la naturaleza de la percepción que, en
pocas palabras, consiste en que nunca percibimos directamente
los objetos externos. En pocas palabras, el argumento escéptico
presupone que las relaciones entre la percepción y nuestras
creencias sobre el mundo externo son inferenciales: inferimos tales
creencias a partir de los datos que recibimos en la percepción.
Podemos caracterizar el realismo directo en contraste con el realismo
indirecto. Así, mientras para el realismo indirecto un sujeto (S) nunca
percibe directamente un estado de cosas del mundo externo (E), sino
ideas o representaciones (R), las cuales son signos y premisas para
inferir (E), para el realismo directo es falso que la relación del sujeto (S)
con el mundo externo (E), esté mediada necesariamente por las ideas o
representaciones (R). En condiciones normales percibimos directamente
las cosas. Las percepciones, como otros estados mentales, no son algo,
no son cosas adicionales que medien entre el sujeto y el mundo externo,
y con las que el sujeto al estar directamente relacionado infiera estados
de cosas del mundo externo. Del mismo modo que los estados mentales
como el dolor, la tristeza, la felicidad, no son entidades adicionales
entre el mundo y el sujeto. Las percepciones no son cosas adicionales
que se interpongan entre el mundo y nuestra mente. Ambas teorías de
la percepción se pueden presentar de la siguiente forma:
Para el realista indirecto: S ― (R) → E
Para el realista directo, en condiciones normales: S ― E
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El escepticismo cartesiano, entonces, en tanto parte del realismo
indirecto, consistiría en presuponer que, como no tenemos un
contacto directo con el mundo externo, es posible que un demonio
engañador esté construyendo una película entre nuestra mente y el
mundo. Esta película no tiene por qué corresponderse con las cosas
como son independientemente de las representaciones. Puede ser que,
motivado por su travesura y poder, esté causándole a nuestra mente
una versión de las percepciones completamente distorsionada de lo
que las cosas realmente son y, en consecuencia, siempre está latente
la posibilidad de que nada de lo que percibimos directamente sea
realmente correspondiente con las propiedades y cualidades de las
cosas. El realismo directo, al eliminar el presupuesto de que entre
nuestra mente y el mundo hay una película, o una región de cosas que
nos impide entrar en contacto directo con las cosas externas, afirmaría
que no vemos la versión del mundo que un demonio engañador quiera
proyectar, pues tal versión, con todos sus escenarios y cosas, no existe.
Lo que tenemos en nuestra percepción son las cosas mismas que
pueblan el mundo externo.
Espero que lo anterior capte el sentido en el que Hoyos asume la teoría
de la percepción denominada realismo indirecto, y la manera como
esta teoría opera en los argumentos escépticos cartesianos. No sobra
terminar con una cita de la profesora:
Para simplificar y relacionar el realismo directo con el problema
escéptico, podemos decir lo siguiente. El supuesto acerca de
la naturaleza de la percepción en el cual se basa el tipo de
escepticismo radical adelantado por los argumentos del genio
maligno y del cerebro en una cubeta es falso. Es falso porque
cosifica inadecuadamente la percepción. Así, una vez eliminada
esta presuposición, las dudas escépticas radicales se caen.
Mi afirmación de que los argumentos escépticos cartesianos no
dependen, en esencia, de ninguna teoría de la percepción, se justifica
en el llamado principio de cierre. Se puede asumir el realismo directo
o el realismo indirecto y, no obstante, los argumentos escépticos
se sostienen, pues lo que realmente presuponen ellos es el llamado
principio epistemológico de cierre. Intentaré mostrar que el principio
de cierre es tan simple e incontrovertible que difícilmente puede
negarse su adopción.
Antes de describir el principio de cierre es importante mostrar
que los argumentos escépticos cartesianos, en tanto escepticismo
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epistemológico, cuestionan el tipo de saber llamado proposicional. Bajo
la distinción expuesta por Gilbert Ryle entre “saber hacer” y “saber
que”, los argumentos cartesianos se dirigen al “saber que”, o saber de
una proposición. Mientras que el “saber hacer” hace alusión al tipo de
saber consistente en saber realiza una actividad, como nadar o montar
en bicicleta, el “saber que” señala el tipo de relación que un sujeto
puede tener con una proposición, en este caso, la de conocimiento.
Así, entendiendo que los argumentos escépticos cartesianos evalúan
nuestras proposiciones, en este caso, sobre el mundo externo, pasemos
a describir el principio de cierre, y mostrar cómo éste robustece los
argumentos escépticos cartesianos, hasta el punto en que adoptar
cualquier teoría de la percepción, en el intento por refutarlos, se vuelve
irrelevante.
Jonathan Dancy, en su libro Introducción a la epistemología contemporánea,
describe el principio de cierre, el cual hace explícita una consecuencia
que entraña el “saber que”. El principio reza que si a sabe que p y sabe
que p implica q, entonces a sabe que q. Aclaremos con un ejemplo:
Si a (Antonio) sabe que p (el campeón del mundial de fútbol de 2006 fue
Italia), y si a (Antonio) sabe que p (el campeón del mundial de fútbol
de 2006 fue Italia) implica q (el campeón del mundial de fútbol de 2006
fue un equipo europeo), entonces a (Antonio) sabe que q (el campeón
del mundial de fútbol de 2006 fue un equipo europeo):
PC: [Sap ∆ Sa (p → q)] → Saq
Dancy dice: “Lo que este principio afirma es que si a sabe que p y que p
implica q, en este caso a también sabe que q; siempre sabemos que son
verdad las proposiciones que sabemos que son consecuencia de una
proposición que sabemos” (Dancy 1993: 25). El principio simplemente
afirma que, en tanto las conclusiones de las implicaciones que conocemos
se han derivado de proposiciones que conocemos, entonces, también
conocemos esas conclusiones. Permítaseme otro ejemplo para ilustrar
la simplicidad del principio: si Pedro sabe que Juan perdió el curso, y
Pedro sabe que perder el curso implica sacar menos de tres en la nota,
Pedro sabe que Juan sacó menos de tres en la nota.
Descrito el principio de cierre, veamos cómo puede robustecer los argumentos
escépticos cartesianos, haciendo irrelevante para su réplica el adoptar
cualquier teoría de la percepción. Partamos del argumento del sueño.
El argumento del sueño es una de las pruebas de que se vale Descartes
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para establecer la capacidad de las proposiciones de entregarnos
conocimiento del mundo. Descartes reclama como condición para el
conocimiento del mundo externo el que se pueda distinguir el estado del
sueño del de vigilia. Su exigencia no parece descabellada. En su ánimo
de someter a prueba el conocimiento, ve en la posibilidad del sueño una
buena prueba. Es común que las personas sueñen y que lo ocurrido en
este estado no sea digno de crédito. Pero si no existen indicios certeros
que diferencien el estado del sueño del de vigilia, ¿cómo asegurar que
algunas de nuestras proposiciones sean realmente obtenidas del mundo
externo? El argumento del sueño de Descartes demanda distinguir
entre los escenarios del sueño y las percepciones del mundo externo.
La distinción es necesaria, pues si no hace, ¿cómo asegurar que una
proposición corresponda a un estado de cosas del mundo, y no a las
imágenes fantasiosas creadas en los sueños? Barry Stroud explica la
exigencia de Descartes en un claro ejemplo:
Supongamos que mientras miro por la ventana hago saber de
manera casual que hay un jilguero en el jardín. Si me preguntan
que cómo sé que es un jilguero y respondo que es amarillo, todos
estarían de acuerdo en que en una situación normal esto no es
suficiente para que se trate de conocimiento. “Por todo lo que
has dicho hasta ahora”, podría replicarse, “esa cosa podría ser
un canario, ¿cómo sabes por tanto que es un jilguero?” se ha
presentado cierta posibilidad que es compatible con todo lo que
he dicho hasta aquí, y si lo que he dicho hasta este momento es
todo lo que puede decirse y no estoy seguro de que lo que está
en el jardín no es un canario, entonces no sé que hay un jilguero
en el jardín. Debo descartar la posibilidad de que sea un canario
si he de saber que es un jilguero (Stroud, 1991: 31-2).
La posibilidad de que haya un jilguero en el jardín es incompatible con
la de que sea un canario y, por lo tanto, es sensato exigir que, para saber
si hay un jilguero en el jardín, se muestre que no es un canario. Si se
dice desde el realismo directo que lo que estoy percibiendo no son mis
estados internos, como un sueño, sino las cosas directamente y que, por
lo tanto, mi exigencia es infundada, es claro que el realista directo cae
en una petición de principio. Como señala Barry Stroud, la exigencia
de Descartes de distinguir entre el sueño y la vigilia obliga a adoptar
un criterio que permita distinguir los sueños de las cosas que realmente
existen. La misma exigencia puede formulársele al realista directo: ¿qué
criterio nos permite distinguir nuestras percepciones directas de las cosas
de aquellas percepciones que se dan en los sueños? Para establecer una
prueba que permita distinguir la vigilia del estado de sueño hay que
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tener el conocimiento de tal prueba, pero siempre cabe la posibilidad
que tal prueba sea el resultado de un fantasioso sueño. Incluso en caso
de que se pudiera conocer tal prueba, la aplicación adecuada de la
misma supone que primero se sabe que no se está soñando, y esto es
justamente lo que se busca con la prueba. Stroud lo expone claramente
cuando escribe:
Para saber que la prueba ha sido llevada a cabo o que se da el
estado de cosas en cuestión, Descartes necesitaría establecer por
consiguiente que no está simplemente soñando, que realiza con
éxito la prueba o que establece que se da el estado de cosas. ¿Cómo
podría a su vez saberse esto? Obviamente la prueba o el estado
de cosas particular ya en duda no puede servir como garantía de
su propia autenticidad, pues podrían haber sido sólo soñados,
de modo que sería necesario otra prueba o estados de cosas
para indicar que la prueba original fue realmente realizada y no
simplemente soñada, o que el estado de cosas en cuestión fue en
verdad comprobado y no se soñó simplemente que se daba. Pero
esta otra prueba o estado de cosas está sujeta a la misma condición
general a su vez (Ibíd.: 30).
Como dice Descartes: “Y deteniéndome en este pensamiento, veo tan
manifiestamente que no existen indicios concluyentes ni señales lo
bastante ciertas por medio de las cuales pueda distinguir con nitidez la
vigilia del sueño”. Como veremos a continuación el principio de cierre
lo exige, hasta el punto que si no se puede obtener, independientemente
de que las cosas se perciban o no directamente, no se puede saber nada
del mundo externo. Así, considerando el argumento del sueño desde el
principio de cierre, tenemos que a sabe que p, (cualquier proposición),
y a sabe que p implica q (no está soñando), entonces a sabe que q (no
está soñando). Si aplicamos un simple modus tollens, como a no sabe que
q (no está soñando), entonces a no sabe que p (cualquier proposición
sobre el mundo externo):
PC: [Sap ∆ Sa (p → q)] → Saq
~Saq
~Sap
De ahí que como ~q (como no se sabe que no se está soñando), entonces
~p (no se sabe nada del mundo externo).
En conclusión, el escepticismo cartesiano típico sobre nuestro
conocimiento del mundo externo no descansa en ninguna teoría de la
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percepción, sino en la exigencia de un criterio que permita distinguir
los sueños, en los que, sólo tenemos nuestras propias percepciones y
la vigilia, en la que podemos tener la percepción directa de los objetos.
Sin tal criterio, el escepticismo se mantiene.
Referencias
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Tecnos.
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Buenos Aires, Charcas.
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PLATÓN, (2003) Teetetes, México, Porrúa.
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SEARLE, J. (1997) La construcción de la realidad social, Barcelona, Paidós
básica.
STROUD, B. (1991) El escepticismo filosófico y su significación, México,
Fondo de Cultura Económica.
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