Reacción terapéutica negativa

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UNA PERTURBACIÓN EN EL ACONTECER TRANSFERENCIAL:
Reacción terapéutica negativa
Sara Hodara, M. Laura González, Mariana Groisman, Zulema Kalbermann, Hilda Zybert *
EJE CLINICO
La personalidad del analista, sus prejuicios y creencias.
“Lo importante es no dejar de hacerse preguntas.” Einstein
El interés de Freud por lo que luego llamará reacción terapéutica negativa se inicia en sus
observaciones acerca del empeoramiento de los síntomas del paciente durante el tratamiento (4),
(5), (6), y continúa en su obra hasta que le otorga entidad al denominarla reacción terapéutica
negativa (7).
El objetivo de este trabajo consiste en:
a) Aportar la idea de que la reacción terapéutica negativa no se origina en una conflictiva previa
del paciente sino que es un acontecer que pertenece a la transferencia.
b) Destacar la acción y la influencia del analista en este acontecer.
c) Señalar el abandono del tratamiento como característica específica de la reacción terapéutica
negativa.
d) Reflexionar sobre la angustia de despersonalización y el miedo a la pérdida de la identidad en
este suceder.
Cuando nos disponemos a describir y pensar las manifestaciones que nos llevan a la
conceptualización de la llamada reacción terapéutica negativa, encontramos en sus expresiones la
presencia de la pulsión de agresión o de destrucción que se origina en la pulsión de muerte, propia
de la materia inanimada (10).
Una perturbación en el acontecer transferencial: Reacción terapéutica negativa
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Ampliando esta idea se puede pensar que la pulsión de muerte, contenidos no ligados siempre
activos, se descarga no solamente en el psiquismo del paciente sino también en el proceso
analítico, en el vínculo transferencial que está aportando el cambio y en el psicoanalista, el otro
diferente, cuando éste no advierte su protagonismo en la sesión, desestima la investidura que
proviene de la infancia, la máscara y el personaje que emergen en la escena de la sesión y elude
su tramitación.
En el territorio paradojal de la transferencia sucede que cuando el analista recupera su lugar
de analista - es decir, cuando tramita y abandona el ropaje del personaje suscitado en la escena e
interviene en atención flotante (interpreta, construye, reconstruye) - en ese mismo acto, aporta la
diferencia que puede permitir la transformación hacia la cura. Pero sucede a veces que algunos
pacientes no soportan esa transformación que se presenta como amenaza a su identidad.
La identidad cristalizada mantiene fidelidad y lealtad a los objetos originarios. La inercia psíquica
lleva a que los caminos nuevos se emprendan siempre con vacilación.
Esta ilación de pensamientos conduce a comprender en el suceder de la transferencia la
trama compleja - incluidas vivencias, compulsión de repetición, investiduras libidinales y contenidos
no ligados propios del encuentro paciente analista- que puede alcanzar figurabilidad en la reacción
terapéutica negativa, neurosis actual de la sesión psicoanalítica.
Identidad. Fidelidad. Traición. Castigo.
Al comienzo de sus observaciones sobre los pacientes que empeoran en el transcurso de un
tratamiento que implica y promete mejorías, Freud describe, como motivos, la inaccesibilidad
narcisista, la actitud negativa y desafiante frente al médico y el aferramiento a la ganancia de la
enfermedad. Más tarde encuentra que el obstáculo más poderoso es la necesidad de estar
enfermo (7) y analiza esta necesidad como derivada del sentimiento inconciente de culpa inducido
desde el Superyo, que genera angustia con la amenaza de la pérdida de amor. El paciente no se
siente culpable, se siente enfermo.
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La reacción terapéutica negativa está estrechamente vinculada a la necesidad de castigo, una
causa moral derivada del masoquismo. “...el precio del progreso cultural debe pagarse con el déficit
de dicha provocado por la elevación del sentimiento de culpa” (9). Del mismo modo pensamos que
el precio del progreso terapéutico - el cambio psíquico – se paga con el déficit de dicha provocado
por la angustia y la culpa inconciente debidas al sentimiento de infidelidad a las raíces y a la
identidad otorgada por los padres del origen y de la historia personal.
Desde una concepción clásica se describe la reacción terapéutica negativa como algo que
sucede en el paciente. Sin embargo, puesto que se trata de la clínica psicoanalítica, es imposible
soslayar la transferencia y las diferentes máscaras y lugares que la escena de la sesión designa al
analista, ya sea desde sus propias singularidades como desde las proyecciones del paciente (12).
Paciente, analista y transferencia no son entidades discriminadas sino que se tejen en una trama
compleja e interrelacionada que intentamos presentar en este escrito.
Freud introduce la idea de “resistencia a la curación”, idea impactante con cualidad de
oximoron. Si tratamos de develar la contradicción manifiesta encontramos que se trata de una
resistencia al cambio psíquico en tanto éste implica una transformación en la identidad cristalizada.
La defensa de la identidad asegura la permanencia de los núcleos de identificación directa, allí
donde otro dice qué somos o quienes somos. O sea que la identidad, en tanto fortaleza narcisista,
es también un modo de defender al otro dentro del yo. Cuando se confunde identidad con
identificación, la transformación en la identidad equivale a desolación, desamparo y muerte puesto
que, dejando de ser el que se es, también se es infiel y traidor, lo cual incluye la amenaza de
retaliación y castigo.
No sólo las características del paciente sino “…también la peculiaridad del analista demanda
su lugar entre los factores que influyen sobre las perspectivas de la cura analítica y dificultan ésta
tal como lo hacen las resistencias.” (10)
Asumimos así que la reacción terapéutica negativa no es algo que sucede unicamente en el
paciente sino que sucede en el encuentro paciente analista: es una perturbación en la
transferencia.
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Parece necesario revisar cuestiones en el analista: sus deseos inconcientes, el furor curandis,
la asunción del papel de salvador, etc. No se trata de proponer al analista un lugar de imposible
neutralidad, pantalla en blanco donde se proyectan fantasías del paciente. Se trata de mucho más
y más resistido: reconocer que su deseo de curar contiene una partícula de superioridad capaz de
satisfacer su propio ideal, su narcisismo y pulsiones no tramitadas que impregnan la transferencia.
La atención flotante configura la asociación libre del paciente; el terapeuta traslada la escucha
desde el discurso manifiesto y advierte, en el contenido latente, acontecimientos que suceden en
los límites del lenguaje y en el devenir de la atención flotante. Se instala como psicoanalista. Se
despliegan afectos y emergen vivencias, escena y personajes. El autoanálisis durante la sesión (1)
permite salir de la escena, recuperar la atención flotante y tramitar estos contenidos.
Freud dice que el desenlace de la terapia depende de la intensidad del sentimiento de culpa, y
agrega: ”…Quizás también dependa de que la persona del analista se preste a que el enfermo lo
ponga en el lugar de su ideal del yo, lo que trae consigo la tentación de desempeñar frente al
enfermo el papel de profeta, salvador de almas, redentor.” (7). En este texto se encuentran los
senderos secretos que llevan a descubrir la intervención del analista en la reacción terapéutica
negativa, esto es, cuando impregna la transferencia con el sentimiento de culpa que impide la
transformación. No se trata ya de la culpa contenida en el conflicto del paciente, sino de ésta
original que surge en la transferencia cuando el analista desempeña frente al enfermo el lugar de
“profeta, salvador de almas”, es decir que además de prestarse a que el paciente lo coloque en el
lugar de su ideal del yo, el analista asume ese lugar y lo desempeña. Es casi inevitable que el
analista “se preste a que el enfermo lo ponga en el lugar de su ideal del yo”. Esto tiene que ver con
la transferencia positiva sublimada, útil para el inicio y el transcurso del tratamiento. Desde el
momento en el cual el paciente elige un analista y acude a su consultorio supone que éste es un
profesional apto, inteligente y con experiencia. Hay una sutil diferencia entre prestarse para un rol y
desempeñarlo, asumirlo o actuarlo. Esta es la tentación a la que se refiere Freud en este texto y
advierte al respecto.
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El analista, desde su narcisismo, es convocado a un lugar de ideal. El pasaje hacia
desempeñar, asumir y actuar el rol es una tentación que depende de la relación de su yo con su
propio ideal. Si desde un núcleo megalómano asume el rol, se impone como superyo y muestra al
paciente su deficiencia en la neurosis; le reclama, lo vigila, le exige. La tensión que provoca el
superyo entre el ideal y el yo sostiene el sentimiento de culpa inconciente y por lo tanto la
necesidad de estar enfermo y mantener la identidad otorgada: pequeño, limitado y desvalorizado.
Como sabemos, la reacción terapéutica negativa tiene su simiente en el masoquismo moral
que a su vez se sostiene en el masoquismo erógeno. (8)
Continuando con estas intelecciones se puede pensar que cuando el terapeuta encuentra en
el paciente su prolongación narcisista y desea curarlo de su neurosis le propone un modelo de
salud concordante con su teoría. El mensaje latente es: “tenés que ser como yo digo que tenés que
ser”. Así el terapeuta, sin proponérselo concientemente, y a los efectos de responder a su propio
ideal, inocula el sentimiento de culpa en el paciente ya que éste no alcanza a satisfacer las
expectativas del analista y se convierte en deudor (frente al analista, frente al superyo, frente al
ideal). Ser diferente al modelo que le propone el analista, es decir ser diferente a cómo es
identificado por el deseo de éste, es traición y conlleva castigo. De allí la transferencia negativa, los
síntomas paradojales y el abandono del tratamiento. La pulsión de muerte defusionada ataca la
transferencia, ataca al paciente y ataca al analista. Es la tragedia (2). Y dice Freud “…Quien, como
yo, convoca los más malignos demonios que moran apenas contenidos en un pecho humano y los
combate, tiene que estar preparado para la eventualidad de no salir indemne de esa lucha.” (4)
Entonces si el analista atento a la transferencia negativa observa este itinerario antes de su
consumación en el abandono del tratamiento, es decir en la reacción terapéutica negativa, puede,
con sus intervenciones, dar cuenta de esta escena de exigencia, disolver la angustia y liberar al
paciente de su compromiso de fidelidad con la identidad impuesta.
Yo analista mediador
En varios capítulos de El Yo y el ello Freud destaca la mediación como una de las funciones
del yo. O sea que a pesar del título del capítulo V, Los vasallajes del yo, se entiende que éste no es
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servil sino que busca un equilibrio y una transformación en las relaciones entre las instancias
superyo, ello y mundo exterior. En la sesión psicoanalítica el analista puede -tramitando y
brindando representaciones – ocupar el lugar de ese yo mediador o, al contrario, por la aptitud que
tiene la transferencia de borrar identidades, puede ser protagonista de una escena trágica,
máscara de padres seductores, agresivos o incestuosos, representación de objetos internos
amenazantes y presentar el doble siniestro. Circula en la escena de la sesión y se relaciona con
diferentes objetos propios y del paciente. Este es el suceder de la transferencia. Esto acontece. No
se trata de evitarlo sino de tramitarlo ocupando el lugar de mediador. A través de la atención
flotante y el autoanálisis durante la sesión el analista supera los límites de su yo y alcanza las
posibilidades de la mediación en tanto puede dar sentido a las escenas que se presentan. Produce
una transformación.
Reacción terapéutica negativa
Las palabras “reacción”, “terapéutica” y “negativa”, describen un suceder en la clínica. Puesto
que se dice “terapéutica”, es inevitable pensar en la transferencia. Por otra parte, el término
“reacción” supone una acción. En la transferencia, acción del analista que la condiciona.
Asociamos esta acción del analista con Layo y el filicidio. Layo, amenazado por los dioses,
ordena matar a Edipo y se piensa liberado de la maldición. Mucho después Edipo, quien había sido
salvado y entregado a Polibo y Mérope, huye de Corinto y de sus bondadosos padres adoptivos en
el intento de eludir la profecía de incesto y parricidio que el oráculo le había anunciado. Pero la
escena trágica - el asesinato del padre Layo (el analista) - se consuma, y la peste (la enfermedad)
se renueva.
Siguiendo la metáfora podemos pensar que el analista cree, como Layo, que está liberado de
contenidos trágico incestuosos no ligados, de ambivalencias, de contradicciones, de la hostilidad y
en fin, de las paradojas en las que transcurren las escenas de la transferencia. La transferencia es
inconciente, atemporal, original y es también resistencia a la aparición de contenidos trágico
incestuosos que se insinúan en el fastidio del analista con el paciente, en su angustia, molestia o
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letargo (11). Al presentarse, estos afectos denuncian la identificación del analista con un padre
superyoico que se fastidia o se frustra con el hijo y de este modo es Layo filicida.
Si pensamos estas vicisitudes con la lógica coherente del proceso secundario, olvidando que
la transferencia es un acontecer inconciente y atemporal, limitamos su desarrollo en un enfoque
parcial y escotomizado dentro del tiempo lineal cronológico. Pero el pensar amplio de la atención
flotante entiende que en la sesión psicoanalítica se mantiene la tensión entre el deseo de curarse y
la necesidad de permanecer enfermo, la cual sostiene la identidad y el sometimiento al superyo. Se
producen cambios que satisfacen al analista y se evitan aquellos que parecen peligrosos; la fuerza
de pulsiones no tramitadas atraviesa la sesión.
La palabra “negativa” implica un juicio de valor. Se refiere al trastorno o empeoramiento de los
síntomas (3) y, agregamos ahora, al abandono del tratamiento. Cuando el analista se libera en lo
posible de juicios de valor asociados con el ideal de la teoría al estilo del pensamiento platónico,
descubre que se puede pensar también de otra manera. Se puede reflexionar sobre lo nuevo, lo no
esperado (en este caso la presentación de síntomas) con categorías diferentes. Los síntomas, aún
cuando parezcan ya conocidos, desafían a revisar convicciones y a asociar de otro modo; no ya
únicamente con la categoría fundamentalista de causa y efecto, sino también con un pensar más
leve y ligero, que se atiene al mero aparecer.
La supuesta desmejora puede surgir como sustitución de angustia en un momento crítico de
la transferencia y manifestar un intento de recuperar la identidad, el lugar que los
padres le
asignaron en la identificación. Para el paciente, los cambios psíquicos están asociados con la
pérdida de la identidad. Mantener la identidad sostiene la pertenencia y evita el sentimiento de
desamparo, desolación y traición al origen.
El tratamiento, en tanto proceso transformador, despierta angustia y ansiedades fóbicas al
mismo tiempo que conlleva
una forma de duelo por la pérdida de un objeto o yo ideal.
La
tramitación de estas vivencias en la transferencia lleva a experimentar una identidad más leve y
móvil, más asociada con el “estar” que con el “ser”, permitiendo, al mismo tiempo, encontrar el
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propio yo, aunque no idéntico, en las diferencias. Es el encuentro con la mismidad. “No soy
idéntico, no soy igual y sin embargo soy el mismo”.
Para el paciente se trata de aceptar la transformación. También para el analista.
BIBLIOGRAFIA
(1)
Cesio, Fidias. “Cura y autoanálisis”, Congreso Interno APA, Bs. As., 1998
(2)
Cesio, Fidias. “Tragedia y muerte de Edipo. Pulsión de muerte, letargo y reacción terapéutica
negativa”, La Peste de Tebas nro. 12, Bs. As., 1999
(3)
Etcheverry, José Luis. “Sobre la versión Castellana”, Amorrortu Editores, Bs. As., 1978
(4)
Freud, Sigmund (1901). “Fragmento de análisis de un caso de histeria”, Tomo VII, Obras
Completas, Amorrortu Editores, Buenos Aires.
(5)
Freud, Sigmund (1914). “Puntualizaciones sobre el amor de transferencia”, Tomo XII, ídem.
(6)
Freud, Sigmund (1914). “Recordar, repetir y reelaborar”, Tomo XII, ídem.
(7)
Freud, Sigmund (1923). “El yo y el ello”, Tomo XIX, ídem.
(8)
Freud, Sigmund (1924). “El problema económico del masoquismo”, Tomo XIX, ídem.
(9)
Freud, Sigmund (1929). “Malestar en la cultura”, Tomo XXI, ídem.
(10) Freud, Sigmund (1937). “Análisis terminable e interminable”, Tomo XXIII, ídem.
(11) Hodara, Sara; Cóccaro, Mario. “El desafío de la vivencia”, Ed. Lugar. Bs. As, 2000
(12) Hodara, Sara; Cóccaro, Mario. “Yo analista”, La peste de Tebas Nro. 18. Bs. As. 2000
*Autoras
Sara Hodara: Bulnes 1735 1ro. C, Buenos Aires, Argentina. Mail: [email protected]
M. Laura González: Sánchez de Bustamante 132 5to 17, Bs. As., Argentina. Mail: [email protected]
Mariana Groisman: Salguero 647 6to. B, Bs. AS., Argentina. Mail: [email protected]
Zulema Kalbermann: Agrelo 4018, Bs. As., Argentina. Mail: [email protected]
Hilda Zybert: Pueyrredón 1017 10mo. B, Bs. As., Argentina. Mail: [email protected]
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Resumen
A partir de las observaciones sobre los pacientes que empeoran en el transcurso de un tratamiento
que implica y promete mejorías, Freud concluye que esa desmejora es una resistencia a la cura.
Considera que esta resistencia, que luego llamará reacción terapéutica negativa, está vinculada a
la necesidad de permanecer enfermo, consecuencia del sentimiento inconciente de culpa inducido
desde el superyo. Esta concepción clásica describe la reacción terapéutica negativa como algo que
sucede en el paciente a causa de su conflictiva.
En este trabajo se aporta la idea de que la reacción terapéutica negativa es un acontecer que
pertenece a la transferencia y se destaca la acción e influencia del analista en su desarrollo. Se
observa que en la sesión psicoanalítica se mantiene la tensión entre la necesidad de sufrimiento, el
deseo de curarse y la afirmación de la identidad.
Se reflexiona acerca del miedo a la pérdida de la identidad en tanto todo cambio psíquico implica
una transformación en la identidad cristalizada. El cambio es sentido como traición a sus objetos
originarios y conlleva castigo. Surgen entonces la reacción terapéutica negativa, los síntomas
paradojales y el abandono del tratamiento, que se señala aquí como característica específica de
esta presentación.
Se destaca que las intervenciones del analista a través de la atención flotante y el autoanálisis
durante la sesión aportan la diferencia que puede permitir el pasaje hacia la transformación
psíquica.
Descriptores: Autoanálisis del analista – cambio psíquico - identidad
En el caso de ser aceptado, las autoras autorizan el presente trabajo para su publicación en la
Página Web.
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