Introducción Nuestro propósito en este trabajo es el de determinar si,...

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Introducción
Nuestro propósito en este trabajo es el de determinar si, a nuestro juicio, las metamorfosis narradas por Ovidio
en su obra y en concreto en el libro IV de la misma se tratan de premios o de castigos o, dicho de otra manera,
si las transformaciones que sufren los distintos personajes les son beneficiosas o perjudiciales.
En primer lugar hay que tener en cuenta que la mayor parte de las metamorfosis, por no decir todas, suceden
por voluntad de los dioses que, como ya hemos visto, actúan frecuentemente de forma arbitraria, dejándose
llevar por sus deseos de venganza en algunos casos, por el amor en otros, en ciertos episodios por un afán de
justicia (sobre todo en aquéllos que protagoniza Zeus)... Pero se hace necesario destacar que lo más habitual
es que la metamorfosis tenga como fin castigar a un determinado personaje −como Licaón, por su actitud
salvaje que indigna a Zeus− o, en el mejor de los casos, aliviar la pena que en un principio le había sido
impuesta porque en el último momento el dios se apiada de él, como ocurre con Aracne que, tras ser golpeada
por Atenea como castigo por su disputa, se ahorca; es entonces cuando la diosa la transforma en araña.
También encontramos situaciones en que la metamorfosis es una compensación a un mal sufrido con
anterioridad, como la catasterización de Calisto por obra de Zeus, pues ésta iba a morir, convertida en osa por
Hera, a manos de su propio hijo. Similar es la situación de Dafne, quien, ante el acoso que sufre por parte de
Apolo, prefiere transformarse en laurel, y así se lo pide a su padre el río Peneo. Pero en contadas ocasiones la
metamorfosis obedece a la intención de algún dios de premiar la virtud, el valor, la honestidad, si
exceptuamos el caso de Filemón y Baucis, los dos ancianos que se deshicieron en atenciones con Zeus y
Hermes, que bajo forma humana les pidieron asilo tras haber sido rechazados en todas las casas del pueblo. Su
hospitalidad y conducta intachable con los huéspedes, cuya identidad ignoraban, les valió sobrevivir a la
inundación que, provocada por Zeus, inundó su aldea, así como el cumplimiento de su deseo de convertirse en
sacerdotes del templo que surgió de donde había estado su humilde cabaña y de una muerte tranquila, tras la
que se metamorfosearon respectivamente en un tilo y una encina. Esta bella historia es la excepción a la pauta
que marca el grueso de la obra, es decir, la metamorfosis como castigo o venganza, como alivio de una pena
mayor o como compensación de un mal anterior.
Mitos del Libro IV
Hermafrodito es hijo de Hermes y Afrodita del que se enamora la ninfa Sálmacis al verlo bañarse en las
aguas que ella habitaba. Él no la corresponde y la rechaza, pero la ninfa no se da por vencida y, cuando el
joven vuelve a bañarse, la ninfa se abraza a él fuertemente, y pide a los dioses que fundan los dos cuerpos en
una misma persona. Su petición es atendida, y cuando Hermafrodito sale del agua sus miembros se han
debilitado y han adquirido apariencia femenina. Entristecido, pide que desde entonces esas aguas tengan la
propiedad de afeminar a los que en ellas se bañen. Este mito es muy curioso, sobre todo por su final: pese a
que son dos personas las que se funden en un solo ser, sólo sobrevive la personalidad del hombre, de donde se
puede deducir de nuevo el carácter preeminente del varón en la sociedad griega. En este episodio es muy
difícil hablar de premio o de castigo, pero quizá sí de beneficio y perjuicio: Sálmacis sale beneficiada porque
su deseo se ve cumplido, pero no se trata de una recompensa a ningún mérito alcanzado por la ninfa, sino
simplemente ocurre porque los dioses lo creen conveniente; por otro lado, el perjudicado es Hermafrodito,
porque es castigado no como expiación de un crimen por él cometido −si no es el de rechazar a su
pretendiente−, sino simplemente porque la consecución del deseo de la ninfa conlleva también su
transformación, por completo contra su voluntad. Pero lo que más nos llama la atención es la reacción del
efebo ante su desgracia: parece consolarse sabiendo que desde entonces en adelante todos los hombres que se
bañaran en dichas aguas correrían la misma suerte que él, es decir, serían asimismo castigados pero sin tener
aún menos que ver con el suceso, lo que parece, al menos desde el punto de vista actual, un sentimiento de
venganza algo irracional.
Ino, la segunda esposa del Eólida Atamante, rey de una parte de Beocia, le dio dos hijos, Learco y
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Melicertes. Hera, molesta con Ino por haber sido la nodriza de Dioniso, planea vengarse y enloquece, a través
de la Erinis Tisífone, a los padres y a los hijos. En su delirio, Atamante mata a su hijo Learco al confundirlo
con un cachorro de león y su esposa se lanza al mar con su otro hijo en brazos, donde son convertidos por
Poseidón, a petición de Afrodita, abuela de Ino, en divinidades marinas, con los nombres de Leucotea y
Palemon. Éste es uno de los casos en que la metamorfosis es una compensación por un mal sufrido por los
protagonistas, en este caso la locura de que son víctimas Ino y Melicertes por venganza de Hera. De este mito
y del de Calisto podemos observar que era no es la diosa infalible que pudiera parecer, pues en bastantes
ocasiones sus acciones se vuelven contra ella. La propia diosa lo confiesa en tono irónico en los versos 520 a
524 de las Metamorfosis al referirse a la catasterización de Calisto: «¡Oh, qué grande es mi poder! Le impedí
que fuera humana: ¡pues ahora es una diosa! ¡Así castigo yo a los culpables, así demuestro yo mi gran
autoridad!».
Cadmo, fundador de la ciudad de Tebas, y su esposa Harmonía, hija de Ares y Afrodita, se preguntan ya en
su vejez cuál pudo ser el origen de todos los males que le han sucedido a su familia, como la muerte de su hija
Sémele, la tragedia de su hija Ágave y su nieto Penteo, la muerte de su nieto Acteón, etc. Al final, Cadmo
parece intuir que su crimen podría haber sido matar a una serpiente que estaba consagrada a Ares, y él mismo
se castiga pidiendo, si realmente es culpable, su propia metamorfosis en serpiente. La transformación sucede y
Harmonía pide que lo mismo le ocurra a ella, pues desea permanecer con su esposo.
Por último, hablaremos de las metamorfosis de Leucótoe y Clitie, ambas amantes de Helio: la primera es
forzada por la divinidad solar y Clitie, celosa, delata estas relaciones al marido, que sin atender a las súplicas
de su esposa, la entierra viva. El Sol, tras intentar devolverle la vida, la transforma en vara de incienso. Clitie,
por su parte, es abandonada por Helio, resentido por su delación. Ella, desesperada, permanece nueve días sin
comer, sólo mirándolo pasar por el cielo, y se convirtió en heliotropo o girasol. Ésta última metamorfosis no
se podría considerar ni como premio ni como castigo, más bien parece un suceso natural.
En el resto del libro IV se narran otra serie de mitos en los que las metamorfosis no tienen tanta importancia,
como la fábula de Píramo y Tisbe, el descubrimiento del adulterio de Afrodita y Ares por parte del Sol y la
famosa leyenda del héroe Perseo, en la que se encuentra la metamorfosis de Atlas en el monte que lleva su
nombre, en este caso castigado por Perseo, que le enseña la cabeza de Medusa, por no ofrecerle asilo. En
último lugar se nos cuenta la metamorfosis de Medusa, la única mortal de las tres Górgonas, mujer de
extraordinaria belleza que fue castigada por Atenea por haber profanado su templo, aunque fuera forzada por
Poseidón. La casta diosa la tornó en un monstruo horrible con serpientes en la cabeza en lugar de cabellera.
Bibliografía
Ovidio, Metamorfosis. Madrid, Cátedra, 1995.
Ruiz de Elvira, Antonio, Mitología Clásica. Madrid, Gredos, 1975.
Humbert, Jean, Mitología Griega y Romana.
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