2D EL NORTE : Domingo 22 de Agosto de 1999 P E R FI L ES Por CESAR CEPEDA FOTOS: ANTONIO ORDAZ La luz roja del semáforo significa la tercera llamada para que Pepe deje la agradable sombra que regala la gasolinera, cruce la calle casi corriendo y se ubique en el centro del escenario, la transitada Avenida Eugenio Garza Sada, que este mediodía arde por los 38 grados centígrados que marca el mercurio. Lleva su cara flacucha y café pintada con falsos bigotes, barbilla y patillas, un sombrero tipo vagabundo en la cabeza, decorado con parches tricolores, una camiseta blanca con tres botones, y un pantalón negro con un corazón parchado en el trasero, sin olvidar ese viejo pañuelo rojo en el cuello que oculta un diminuto tatuaje de un león, el signo zodiacal de Pepe. Para comenzar el acto, el jovencito da una vueltecita y un brinquito, luego otra vueltecita y otro brinquito, mientras se acomoda, en un movimiento gracioso, los pantalones y el chaleco, y se prepara para el momento estelar. Las pelotas salen de sus manos y rompen el aire y él las vigila con esa mirada dura y envejecida, extraña para un chavo que apenas ha cumplido 21 años. Son cuatro pelotas del tamaño de una naranja y las controla con la habilidad de un maestro, mientras su público, una decena de automovilistas que se dirigen seguramente a su hora de comer, lo observa con un halo de agrado y lástima a la vez. Otros, en cambio, muestran indiferencia y prefieren seguir con los privilegios del aire acondicionado. Pepe interrumpe el acto, que él ha bautizado “De pasito en pasito, de brinquito en brinquito, cantinfleando me gano la vida”, justo unos 10 segundos antes de la luz verde para tener tiempo de recoger la cooperación y evitar la posibilidad de un accidente. Lo han atropellado en tres ocasiones, provocándole lesiones que no han ameritado la hospitalización, pero sí sustos que no se olvidan. Pepe se siente mal cuando observa cómo manos asomadas por las ventanillas, cargadas de algunas monedas, se alejan del lugar, simplemente porque no alcanzó a llegar. –Ahí para la vuelta, le alcanzan a gritar desde los automóviles. –Orale, chato, pero para la otra vuelta me mareo, les responde Pepe, imitando el tono de voz de Cantinflas, su personaje, e inyectando humor a este momento desagradable. Sabe bien que esos descuidos son la diferencia entre un mal día (80 pesos) y un excelente día (200 pesos) También son la diferencia entre comer él o su familia. Más golpes da la vida, CHATO… La calle le ha enseñado lo que sabe; como tantos otros que carecen de hogar y viven como pueden, Pepe caracteriza a Cantinflas y le pone color al oficio de malabarista callejero “Estas se parecen a las tortas Tropicampo”, dice Pepe mientras le da les decía que era de Monterrey, y como no tenía papeles y era menor de edad, ya sabrás, pero ahora por eso cargo siempre con mi credencial de elector”. El DIF de Chiapas le hizo una esquina. Vamos, le ayudó a sacar su acta de nacimiento y le compró boletos de avión para Monterrey. Pero el muchacho ya traía el espíritu aventurero muy metido. En casa duró dos semanas reposando y después se fue a Nuevo Laredo y terminó en la Ciudad de México, ganando 250 pesos diarios, en las peligrosas calles de la Capital. “Allá lo que hay es más competencia, hay más Cantinflas, Chupacabras, Salinas de Gortaris. Además, tienes que cuidarte de todos, a mí me robaron el traje de Cantinflas, me quedé dormido en la estación del ferrocarril y cuando desperté ya no tenía nada… me quedé en la ruina y tuve que pedir limosna”. En Monterrey, Pepe ha trabajado como mesero en la Siberia de la Central de Autobuses y como checador de boletos en la Ruta 122, empleo al que renunció cuando los transportistas comenzaron a instalar contadores en los camiones. “Yo tenía que hacer cuentas, pero no me salían, nunca agarré la onda y por eso me salí”, lamenta. Pero en plan artístico, no solamente de Cantinflas ha trabajado. Hace tiempo debutó como torero, en Nuevo Laredo, alternando con los enanitos toreros. Y de eso puede hablar una cicatriz de 14 puntadas que tiene por el tobillo izquierdo. “Me pescó una vaquilla, lo que pasa es que no sabía torear muy bien, bueno, nunca lo había hecho, pero ahí aprendí. El empresario siempre se llevaba, por si las pulgas, dos cantinflas de repuesto”. A Pepe le gusta prender un Marlboro cada vez que termina una comida. Es un chavo que no aparenta la edad que tiene. Ahorita no tiene novia, o por lo menos no quiso que lo supiéramos. Tampoco una raza con la que se role a diario, sino que sus relaciones se reducen a un grupo de amigos, que trabajan en la gasolinera ubicada en el crucero de Garza Sada. El 12 de agosto fue su cumpleaños, pero no lo celebró, y se la pasó toda la tarde en su casa, en la Colonia Valles de Huinalá, en Apodaca. Quería irse de cotorreo, pero no encontró amigos para hacerlo. “La neta que no me gusta cotorrearme porque sé que me tengo que ir otra vez, y no me gustaría dejarlos así… la próxima semana me voy a Reynosa”. Pepe ha hecho de las ciudades La vida negó a José Margarito Flo- res Aguilar ser un niño como cualquier otro. A los 12 años ya había inhalado thinner, resistol, cemento –”la neta que la mariguana no me gustó”–, todo tipo de solventes que compraba con el dinero que sacaba en los cruceros limpiando parabrisas, vendiendo gelatinas y cantando en los camiones canciones colombianas. La verdad es que nunca fue bueno para la escuela, aunque como cualquier niño, tenía sueños de estudiar para arquitecto y ganarse la vida construyendo casas. Cuatro veces repitió segundo grado en la Escuela Emiliano Zapata, ubicada en la Colonia Infonavit Casablanca, en Apodaca, y cuando por fin pasó a tercer grado, no duró mucho porque tuvo broncas con una “racita de la colonia” y en la familia. “Reprobaba… reprobaba… reprobaba… y nunca aprendía, entonces, me tuvieron que sacar de la escuela”. Mientras habla, Pepe frunce el ceño, preso de una preocupación ilógica para un muchacho de su edad. Ha vivido tanto en tan poco tiempo. Seguramente, las broncas familiares a las que se refiere tuvieron que ver con la separación de sus padres, ocurrida cuando él tenía 8 años y vivía en el Mezquital. A partir del abandono de la escuela, del divorcio de sus padres, Pepe empezó a cambiar su hogar por la calle y su cama por la Central de Autobuses. Las caídas al Consejo Estatal de Menores comenzaron a ser más frecuentes. Qué más daba si era por vagancia, consumo de solventes o pandillerismo, su vida ya estaba marcada. Se tiene registro de cuatro visitas al Consejo Tutelar de Menores. De ahí siempre lo trasladaban a la Escuela Prevocacional Padre Severiano Martínez, brindándole la posibilidad de rehabilitación, pero no pasaba nada… a las primeras huía del lugar… “Era un niño muy inquieto y muy despierto”, recuerda el Padre Víctor Carabes, director de la Prevocacional. “Tenía mucha imaginación y un sentido muy agudo para aprovechar cualidades y dones de las demás personas. De ahí viene su imitación de Cantinflas” Lo de caracterizar a Cantinflas se le ocurrió a Pepe hace como seis años, cuando vio en la televisión la película “Una Noche con el Diablo”. Al principio batalló un poco, se tardó casi dos años para lograr el tono de voz, pero al fin lo consiguió y se lanzó a los camiones y a las calles como malabarista vestido de Cantinflas. Al principio comenzó con dos pelotas, luego con tres, hasta llegar a las cuatro de ahora. “Cuando tenía 15 años, me estaba tirando muy feo al vicio, siempre andaba sucio, borracho, drogado, entonces pensé en el personaje: pobrecito, la estoy regando, y comencé a llorar por él, porque la neta me estaba encariñando. De ahí en adelante trato de no juntarme con raza malandra y ahora mi único vicio es el cigarro y de vez en cuando la cerveza, pero nunca bebo con el traje de Cantinflas… lo respeto porque me ha dado de comer”. H I S TO R I A S una mordida a la torta cubana que tiene en sus manos, después de una jornada de trabajo que normalmente inicia a las nueve de la mañana y finaliza a la una de la tarde, ya que su jornada es de cuatro horas. Las tortas Tropicampo es un negocio de comidas que está en Tapachula, Chiapas, adonde los malabares del destino llevaron a Pepe hace cuatro años. “Allá fui famoso”, recuerda orgulloso el muchacho, “grabé un comercial para tortas Tropicampo vestido de Cantinflas, con una chava de este lado y con otra chava del otro lado, y yo con dos tortas en medio. Me pagaron muy poco, 40 pesos, pero me hicieron publicidad y me dieron una torta”. Lo sorprendente de este muchacho no es su habilidad para mantener las pelotas en el aire, sino los lugares que conoce a su corta edad. A los 13 años ya se iba solo a trabajar a Nuevo Laredo, y como ya estaba allá, pues también se rolaba a Piedras Negras y a Ciudad Acuña. Pero el norte se le hizo pequeño y se transformó en todo un trotamundos. Dejando atrás a la familia, a su madre y a sus cuatro medios hermanos, acompañado sólo con una maleta con el traje de Cantinflas, se fue, en gira artística según él, a Ciudad Victoria, Querétaro, Ciudad de México, Chiapas, hasta terminar trabajando en un circo en Guatemala. “Estuve como nueve meses desaparecido de mi casa. En Guatemala tuve un problema con migración, porque después no me dejaban regresar a México. Ellos pensaban que era salvadoreño, pero yo fronterizas su segunda casa. En Nuevo Laredo lo conocen muy bien, va todos los años a trabajar, pero en los camiones, porque en los cruceros está prohibido. “Hay muchos niños que salen expulsados del hogar, pero su espíritu es más estable, entonces, se gancha cuando lo captamos en una institución, pero hay otros que tienen un espíritu aventurero y que buscan evadirse de cualquier nexo. Pepe es así…”, dice Norma Ortiz, directora del programa Meced en Nuevo Laredo, quien conoce al muchacho desde hace 8 años. “Lamentablemente, Pepe ha hecho escuela en la calle, fue víctima de muchos abusos en la calle, pero es un niño muy inteligente y con muchas aptitudes”. Según un estudio del sociólogo Víctor Zúñiga, promovido por el Instituto Mexicano de Psiquiatría, en Monterrey existen alrededor de mil niños que trabajan en las calles, vulnerables a los problemas de drogas, maltrato y prostitución. Pepe no es la excepción. En Laredo, Texas, por dinero, ha aceptado formar parte de las estadísticas. Recuerda con algo de pena, pero con risas, el caso de un hombre en silla de ruedas que le pagó 150 dólares por sostener relaciones sexuales con su supuesta esposa. “Ella primero me sacó unas revistillas, luego me puso una película, no muy tres X, ella estaba buena y joven, yo creo que el señor estaba mirando de alguna parte, pero no lo volví a ver”. Ya no le sorprende el acoso de hombres, que en sus “carrazos” lo abordan en el crucero y le ofrecen dar “una vuelta” a cambio de unos pesos. “En la calle se aprenden muchas cosas, buenas y malas. Es muy sufrida la vida, pero ya estoy marcado por ella. Yo al ver muchos niños en la calle, me da tristeza, de veras está carajo andar así y de alguna manera los padres tienen la culpa”. Pepe no guarda resentimientos con sus padres. A José Abelardo Flores, que es chofer, no lo ve desde hace tiempo, y a su madre Margarita, aunque viven de pleito, le ayuda hoy con el gasto de la casa. “La verdad es que de niños los desatendí bastante, no les puse atención”, acepta Margarita, “pero no por gusto, sino que tenía que trabajar en un taller de costura para poder comer. “Lo único que le pido a Dios es que madure o que el amor lo cambie, porque no me gusta que ande trabajando en la calle. Es muy peligroso y le sobran muchos trabajos, tiene mucha suerte, pero no quiere dejar el dinero fácil”. La mamá de Pepe tiene razón. El futuro de “Cantinflas” –y el de Pepe– es incierto. El dice que a veces piensa qué estará haciendo dentro de 10 años, pero no encuentra respuestas a ese dilema interno. “Yo me agüito como quiera, sé que algún día perderé a Cantinflas, no puedo estar toda la vida haciendo lo mismo, pero ahora que puedo la tengo que hacer… quiero comprar mi terrenito… construir una casota… bueno, una casita… casarme… tener hijos… poner una tiendita…”. Pepe sabe que sus posibilidades son limitadas en un mundo globalizado. No tiene escuela, apenas sabe leer y escribir, pero son los sueños los que lo mantienen con la esperanza. Mientras tanto, seguirá, de pasito en pasito, de brinquito en brinquito, por los caminos de la vida.