Ignacio Gutiérrez nacionalismos árabes

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EL DESFONDE DEL NACIONALISMO ÁRABE: LOS CASOS DE LÍBANO,
SIRIA Y LIBIA
Ignacio Gutiérrez de Terán Gómez-Benita
Departamento de Estudios Árabes e Islámicos y Estudios Orientales
Universidad Autónoma de Madrid
1) PRESENTACIÓN: LA CRISIS IMPASIBLE DEL NACIONALISMO
ÁRABE
El mundo árabe (y, en general, islámico) vive sumido desde hace ya tiempo en
una profunda crisis política, económica y social. Desde la época de la descolonización y
la emergencia de entidades nacionales independientes, los estados árabes han venido
sufriendo una serie de disfunciones y debilidades estructurales que han lastrado su
acción de gobierno. Despotismo, corrupción, esclerosis institucional y una escisión
tajante entre la clase dirigente y la población, he ahí alguno de los factores que han
condicionado el desarrollo en todos los órdenes de una región con innegables
potenciales humanos, culturales y energéticos. Factores que, de paso, han motivado que
los países árabes, salvo contadas excepciones, tengan el dudoso privilegio de encabezar
los registros mundiales de violaciones de derechos humanos, represión de las libertades
individuales y colectivas o las tasas de analfabetismo entre determinados sectores de la
población.
Este breve escrito tiene el objetivo de arrojar un haz de luz, de forma sucinta y
simplificada, sobre uno de los vectores ideológicos que auspiciaron el auge del proyecto
político árabe y sirvieron, en primera instancia, para promover la desvinculación de
estos territorios de los imperios –otomano en un inicio, europeos, principalmente
francés y británico, con posterioridad. Concluido el periodo colonialista, el
nacionalismo árabe, que en ocasiones se confunde desde el exterior con el panislamismo
y las reivindicaciones localistas y regionalistas, aportó un resorte ideológico para
numerosos proyectos de estado moderno y, durante la década de los sesenta del siglo
pasado, se convirtió en referente de la acción social y movilizadota del ideario político
árabe. En aquel tiempo, las corrientes nacionalistas árabes hubieron de colisionar con
otras tendencias multiformes que, también, trataban de consagrar una situación de
control y hegemonía en sus áreas de influencia. Alguna de ellas se centraban en
contextos geográficos reducidos, como los llamados nacionalismos locales que
reclamaban una especificidad inalienable frente a la "globalización" arabista; otros
pugnaba con éste por extenderse a lo largo y ancho de la geografía árabe, aspirando
incluso a abarcar un radio de influencia aun mayor a partir de una postulación religiosa,
en concreto panislamista.
Hoy en día, tras décadas de pugna y después de haber accedido al poder en más
de un estado árabe, la corriente nacionalista árabe, el panarabismo en sus versiones más
o menos extendidas e integrales, ha quedado preso de sus propias contradicciones y
carencias programáticas. No se sabe muy bien hasta qué punto lo que podríamos llamar
"desfonde de los nacionalismos árabes" corrobora la tan polémica teoría del "fin de las
ideologías"; sí cabe sospechar que el fracaso innegable de esta corriente, y de tantas
otras en el mundo araboislámico, sean del sesgo y las características que fueren, permite
sospechar que los fundamentos teóricos que la animaban constituía, en numerosos
casos, un mero recurso "supraideológico" para permitir primero y legitimar después el
auge de un sector dirigente. O por decirlo de otro modo, que las teorías panarabistas que
nacieron como rechazo a una situación política impuesta acabaron deviniendo en una
herramienta ad hoc para sustentar la pervivencia de otro poder, autoritario por lo
general, que hizo de aquélla un aditamento más para consolidar su primacía, hasta el
punto de desvirtuar los componentes doctrinales de tal ideología y llevar a cabo
acciones que contravenían la esencia misma de sus preceptos originales.
La elección de tres países en concreto para ilustrar los condicionantes de este
desplome responde, a la par, a un criterio de simetría y diversidad: por un lado, en todos
ellos se asiste. mutatis mutandis, a la fructificación de un movimiento político y social
que incluye entre sus propuestas la creación de una entidad política ampliada con el
concurso de varias –o muchas o todas- entidades nacionales árabes; por otro, la
singladura de estos movimientos conoce una suerte dispar: en Lïbano, en ningún
momento se convierte en hegemónica y se ve relegada a un segundo plano debido al
empuje de otras propuestas y la peculiar composición y funcionamiento del mismo
estado libanés independiente; en Siria, la doctrina panarabista llega a su momento
máximo con la unión entre Egipto y Siria entre 1958-61 y el encumbramiento posterior
del partido Baaz, que se mantiene actualmente en el poder con lemas cansinos que no
difieren, en su exposición formal al menos, de los eslóganes de su etapa fundacional; y,
por último, en Libia, el proyecto panarabista no se concreta en una unidad efectiva con
otros estados árabes ni en la composición de un partido político que lo convierta en
referente ideológico máximo; empero, pasa a ser uno de los activos de movilización de
un sistema de gobierno que durante años formula y promueve experiencias de
integración y confederación que no terminan cuajando por razones diversas y que, unido
a determinados factores externos e internos, desemboca en un cambio de rumbo radical
y. a simple vista, contrapuesto a su discurso original.
2) EL NACIMIENTO DEL NACIONALISMO ÁRABE
La cuestión del origen y presupuestos del nacionalismo árabe, en su versión
panarabista integral o parcial, sigue suscitando un debate que refleja puntos de vista
divergentes sobre su significación ideológica y política1. En líneas generales, puede
afirmarse que el nacionalismo árabe ve la luz como antagonista de las ideologías
turquistas registradas en el Imperio Otomano a lo largo del S. XIX y el rechazo al
dominio ejercido por Estambul sobre los territorios árabes (recuérdese que salvo
Marruecos, el Sáhara Occidental y amplias extensiones desérticas y costeras de la
Península Arábiga, todo el mundo árabe se hallaba adscrito, al menos nominalmente, a
la férula otomana aun en el S. XIX). En este sentido, la revuelta de los wahhabíes contra
la Gran Puerta a principios de siglo constituye el primer antecedente de un movimiento
de oposición a la "opresión de los turcos". Los wahhabíes, que fueron derrotados en la
Península Arábiga, volverían con mayor ímpetu ya en el S.XX y conseguirían fundar el
reino de Arabia Saudí, tras su alianza con la familia de los Saúd. Sin embargo, este
movimiento hunde sus raíces en basamentos profundamente religiosos y
antinacionalistas-seculares, ya que hace del Islam y la purificación del califato
musulmán su leit motiv. Más aún, el wahhabismo se consolidó en la segunda mitad del
siglo pasado, en el seno del mundo árabe, como el rival más encarnizado del
panarabismo y su proyección regional.
Con todo, el antecedente wahhabí tiene una significación especial porque data el
arranque de una oposición regional al poder otomano-turco, aunque fuera desde una
perspectiva eminentemente islamista. En efecto, sirvió para "demostrar" a los
nacionalistas árabes que se podía legitimar un levantamiento contra el sultán otomano
1
Puede hacerse un seguimiento somero de la cuestión en Estado y confesión en Oriente Medio: el caso de
Siria y Líbano. Religión, taifa y representatividad, Ignacio Gutiérrez de Terán Gómez-Benita, Madrid,
Editorial Cantarabia-UAM, 2003, capítulo II ("La extinción del Imperio Otomano y el impacto de las
tendencias nacionalistas", en especial pp. 69-80.
sin poner en peligro los componentes tradicionales y religiosos de la sociedad árabe y,
al mismo tiempo, valía para desmontar la suposición, extendida en determinados
círculos proclives al califato otomano, de que los súbditos árabes del imperio ni querían
ni podían alzarse en armas contra un comendador de los creyentes revestido –por mucho
que fuera "turco"- de una indudable legitimidad y legalidad islámicas. Interesa, y
mucho, saber hasta qué punto el nacionalismo árabe primitivo se fundamenta en torno a
una hostilidad histórica hacia el elemento turco predominante en el estado islámico
otomano o si, por el contrario, surge, debido a las circunstancias coyunturales
decimonónicas de la región y los efluvios culturales e ideológicos procedentes del
exterior, como un recurso puntual para desbaratar al llamado "hombre enfermo de
Europa". Y decimos que "importa" porque la falta de continuidad y alcance de las
doctrinas nacionalistas contemporáneas podría tener su razón de ser en la falta de
sustentación y articulación iniciales del credo panarabista como un todo sustentado en
una reivindicación antagonista secular.
La opinión de un sector de la historiografía árabe moderna niega que existiera
una abierta rivalidad entre turcos y árabes en el seno del califato otomano, a imagen y
semejanza de la que pudo existir entre griegos, serbios y búlgaros, de una parte, y turcos
de otra, en los territorios europeos de la Gran Puerta. Para estos historiadores, las
demandas arabistas comienzan a gestarse cuando, desde Estambul, se proyecta una
ideología nacionalista turca o panturania, cristalizada en el grupo de Ittihad ve Tarakki2
(Unión y Progreso) y hostil a las peculiaridades étnicas de las zonas periféricas. Fue la
intransigencia de estos nacionalistas turcos, que contemplaban con gran preocupación la
progresiva desmembración del imperio, lo que provocó un rechazo manifiesto de las
elites y grupos sociales árabes. Éstos, entonces, pasaron a apoyar la estrategia de las
potencias europeas, que desde la segunda mitad del S. XIX ansiaban repartirse las
posesiones orientales de los otomanos. Un protagonismo destacado en la forja de un
nacionalismo árabe opuesto a Estambul lo desempeñó Gran Bretaña, que, sobre todo
desde el acercamiento de los militares turcos a Prusia en los albores de la Gran Guerra,
contactó con las tribus árabes de la Península y el Creciente Fértil para armar la
insurrección, encabezada por el jerife Husein de la familia de los hachemíes. Por esta
razón, los detractores del nacionalismo árabe lo han motejado de maniobra espuria
orquestada por Londres para socavar el Estado Otomano. Así puede apreciarse en las
corrientes islamistas, antiguas y modernas, que consideran que el panarabismo "laico"
fue creado de forma exógena para minar la unidad islámica y favorecer la inserción de
las potencias europeas3. Lo mismo pensaban los franceses, los cuales –recuérdeseterminaron por hacerse dueños de Líbano y Siria tras los acuerdos Sykes-Picot de 1916:
a partir de 1920, que es cuando se constituye de forma definitiva su mandato, tendrán la
percepción de que los movimientos nacionalistas opuestos al yugo de París, en especial
la revuelta drusa de 1925, seguían recibiendo el sustento británico4.
2
Para no ser exhaustivos, hagamos alusión a dos de los más destacados historiadores árabe que sostienen
que los pueblos árabes no mostraron ninguna tendencia centrífuga hasta bien entrado el S. XIX: Zeine N.
Zeine, The Struggle for Arab Independence, Beirut, Khayat, 1960 y The Emergenge of Arab Nationalism,
Nueva York, Caravan Books, 1976, y M. Tibi, Arab Nationalism, between Islam and the Nation State,
Londres, Mc Millan, 1997.
3
Interpretación aportada, de forma más o menos explícita, por numerosos pensadores islamistas,
especialmente en Siria, donde el enfrentamiento entre el gobierno del Baaz y los Hermanos Musulmanes
alcanzó extremos de gran violencia durante los setenta y ochenta del siglo pasado. Véase Umar Abd
Allah, The Islamic Struggle in Siria, Berkeley, 1983.
4
Puede verse la formulación de esta imputación en las memorias del general Andrea, La révolte druze et
l´insurrection de Damas 1925-1926, París, Payot, 1936.
Como quiera que sea, es insoslayable que, en su periodo formativo, el
nacionalismo árabe se ve influido por las corrientes románticas procedentes de Europa y
la reivindicación de los factores culturales, lingüísticos y étnicos como elementos
diferenciadores. Aquí desempeñó un especial protagonismo un nutrido grupo de
intelectuales cristianos, mayormente libaneses y sirios, que propugnaban un despertar
(Nahda) cultural y político de los territorios árabes. Así, junto a los referentes de la
Nahda intelectual, traducida en la publicación de recuentos literarios e históricos,
enciclopedias y obras poéticas y en prosa de variada índole, surgió una tendencia
reivindicativa en el seno de estos círculos que instaba a una nueva formulación de la
realidad política árabe. Salen a la palestra así libros célebres como el de Négib Azoury,
Le revéil de la Nation arabe dans l´Asie turque, París 1905, y Georges Antonius, The
Arab Awakening, Londres, 1938, con propuestas de partida para consensuar un sistema
de gobierno alternativo al representado por la Gran Puerta. Estas propuestas iban desde
la constitución de una especie de sultanato árabe ilustrado con un régimen federal que
permitiera un margen considerable de autonomía a todas las regiones hasta una especie
de protoestado tutelado por las potencias extranjeras. Desde el ámbito renovador
islamista (salafí), representado por intelectuales como Abderrahmán al-Kawákibi,
Rashid Rida o Shakib Arsalán, se hacen también propuestas concretas mas,
lógicamente, partiendo de premisas divergentes: lo que hay que hacer es retornar a los
valores prístinos del Islam y remozar la estructura del califato para que todos los
pueblos de la nación árabe y, también, musulmana, tengan cabida en él sin ningún tipo
de discriminación. Al-Kawákibi, en concreto, reclamaba para los árabes la dirección de
este califato moderno, más preparados según él que los turcos para la tarea5.
En definitiva, y ya sea motivado por el influjo cultural europeo aportado por la
campaña napoleónica a oriente a finales del S. XVIII, la acción de las misiones en la
región de la Siria histórica o el estallido de tensiones étnicas entre el poder central turco
y las zonas periféricas, el nacionalismo árabe se erige en un referente doctrinal e
ideológico habilitado para, primero, suscitar una corriente de oposición al imperio
otomano y, después, hacer lo propio contra la opresión europea, francesa y británica.
Hay que decir que, en el amplio espectro del nacionalismo árabe inicial, convivían
varias tendencias. Una, que promovía una unión entre todos los territorios árabes no
prosperó, debido a las peculiaridades de las dos grandes regiones, el Magreb (occidente)
y el Machreq (oriente) y la percepción de numerosos teóricos, en especial los orientales,
de que el occidente árabe no tenía por qué formar parte del gran proyecto reunificador.
La segunda gran orientación, que promovía una gran agrupación en el norte de África y
otra en el Creciente Fértil y la Península Arábiga hubo de hacer frente a las reticencias
de los sectores religiosos tradicionales, que abogaban más bien por el panislamismo, y
el empuje de los nacionalismos locales, especialmente intensos en Egipto y Líbano. En
este último país y la vecina Siria vería la luz una corriente que reducía el contexto
geográfico de esta reagrupación de la entidad árabe original a la Siria histórica (Siria,
Líbano, Palestina y Jordania).
3) EL NACIONALISMO ÁRABE Y EL PERIODO POSTCOLONIAL
Con independencia del alcance y proyección de los proyectos nacionalistas
registrados en cada región del mundo árabe, todos ellos coincidían en su oposición a la
presencia colonial europea, sucesora del imperio otomano, y la convicción de que
aquélla había fragmentado de manera interesada y tendenciosa la unidad del mundo
árabe. En todos ellos se apuntaba la continuidad histórica, humana y social del territorio
5
Abderrahmán al-Kawákibi, Umm al-qura (La Meca) y Taba`i al-istibdad (La impronta del despotismo),
Damasco, 1957.
reivindicado y se enfatizaban los elementos comunes, presididos generalmente por la
lengua y lo que podríamos llamar una "unidad de destino" específicamente árabe.
Ya en las postrimerías de la etapa colonial aparecen nuevos textos propulsores
de esta ideología árabe. Uno de los teóricos más destacados es Sati` al-Husri. Iraquí y
defensor de un nacionalismo laico e integrador de los países orientales, al-Husri pone
todo su empeño en argumentar la especificidad árabe dentro de los dominios otomanos
y la posterior maniobra europea tendente a negar la madurez política y social de los
pueblos árabes6. Sin negar el protagonismo de la religión islámica en la forja de esta
especificidad árabe, al-Husri pone el énfasis en los factores culturales, v.g., lingüísticos,
que están en la base de la reclamación nacionalista. Tomando como punto de partida
presupuestos más o menos similares, en Siria y Líbano surgen otros teóricos que
abonarán el camino a formaciones políticas diversas que se encargarán de llevar a la
praxis sus enseñanzas. Debe resaltarse que este periodo de madurez de la teorización
nacionalista árabe coincide con el fomento de las ideas socialistas procedentes del
continente europeo, lo cual favorece la reformulación de aquéllas bajo un prisma de
reivindicación identitaria, todo ello en perjuicio de otras corrientes más conservadoras
que se vieron desplazadas de este ámbito de acción. La combinación de un socialismo y
un nacionalismo árabes dará lugar a una corriente ideológica que conocerá un gran auge
en la década de los sesenta del siglo pasado y eclipsará durante buen tiempo al
panislamismo y los movimientos islamistas locales, los cuales habrían de adobar sus
diatribas tradicionales sobre la importación y manipulación del panarabismo con una
nueva acusación, referida esta vez a la "impiedad atea" del socialismo árabe.
3.1) SIRIA: El territorio sirio ha sido especialmente fértil en la
producción de teóricos y pensadores nacionalistas de toda índole, en fecundo trasvase
con el vecino Líbano. En concreto, tres de ellos, Michel Aflaq, Salah al-Din al-Baytar y
Zaki Arzuzi7 sustentan con sus escritos y sus actos la conformación del partido Baaz
("resurgimiento" en árabe), aglutinado en los años cincuenta en torno a varias
formaciones nacionalistas y socialistas. Los dos primeros, profesores de escuela,
enfatizaron los aspectos panarabistas del partido, mientras que el tercero hacía gala de
un sesgo izquierdista e internacionalista más acusado. El partido Baaz no tardó en
convertirse en fuerza política relevante en los procesos electorales que se desarrollaron
en la época; y colaboraron en la gestación de la República Árabe Unida de finales de los
cincuenta entre Siria y Egipto, presidida por el líder egipcio Gamal Abdel Náser, otro de
los grandes referentes del panarabismo, convertido tras la defunción de la RAU en
detractor del Baaz.. Éste se extendería a otros países árabes, Líbano y sobre todo Iraq,
donde accede al poder en 1963, al mismo tiempo que en Siria. En 1966, fecha de otro
golpe de estado orquestado por los círculos militares izquierdistas del partido, los
"tradicionalistas", con Aflaq y Batir a la cabeza, son expulsados del Baaz, y se inicia el
periodo más revolucionario de la formación, moderado en 1970 con el golpe de estado
"rectificatorio" de Hafez al-Asad. Éste consagra el triunfo de la facción militar
pragmática e implanta un sistema de gobierno, personalista y autoritario, que sigue
vigente en sus aspectos básicos bajo el patrocinio de su hijo, Bachar.
En un contexto tan polarizado y activo políticamente hablando como la Siria de
los cincuenta y sesenta del siglo pasado, los nacionalistas árabes tuvieron que combatir
en diversos frentes antes de erigirse en dueños absolutos del país. Después vendrían las
6
Véase por ejemplo Sati` al-Husri, al-Bilad al-`Arabia wa al-Dawla al-`Uthmaniyya (Los países árabes y
el Estado Otomano), Beirut, Dar al-`Ilm li-l-Malayin, 1965.
7
Alguna de las obras más destacadas de los tres: Ma`rakat al-masir al-wahid, 1958 y Fi sabil al-Ba`ath,
1959, de Michel Aflaq; al-Siyasa al-`Arabia bayna al-mabda´ wa al-tatbiq, 1960, de Salah al-Din Baytar;
y al-Umma al-`Arabiyya, 1958, y Mashakiluna al-qawmiyya, 1958, de Zaki Arzuzi.
pugnas internas dentro del partido entre civiles y militares primero y representantes de
la oficialidad del ejército después; pero en un inicio, el Baaz encontró fuerte oposición,
en especial en las tropas armadas, por parte de los oficiales adscritos al Partido Nacional
Socialista Sirio. Ahí, en las fuerzas armadas, se libró la contienda definitiva del
nacionalismo árabe en Siria, contienda en la que tomaron parte, en menor medida,
comunistas e islamistas. Los comunistas, en concreto, de gran fuerza en Siria en los
cincuenta y los sesenta, despertaron grandes reticencias tanto entre los panarabistas de
izquierdas como en diversos sectores conservadores y tradicionalistas. Como ya hemos
dicho, el nacionalismo árabe adoptó algunos principios del socialismo después de la 2ª
Guerra Mundial, en especial en el ámbito económico y social, pero rechazaba de plano
la propensión internacionalista y, en algunos casos, antinacionalista de aquél y la
negación de los valores religiosos. Por un lado, los panarabistas recelaban de los
partidos comunistas árabes por considerarlos una herramienta de la Unión Soviética
para interferir en la política interna de sus países; por otro, reclamaban la vitalidad del
islam como credo religioso aglutinante y compatible con su versión socialista. Hay que
señalar que, a pesar de todo, el panarabismo buscó alianzas estratégicas con Moscú, más
por su común rechazo a la injerencia de las potencias occidentales en la zona que por
compartir un mismo credo. Una de las acusaciones dirigidas con mayor vehemencia a
los comunistas árabes tenía que ver con la causa palestina: para los nacionalistas, la
Unión Soviética y las formaciones afines en el mundo árabe habían coadyuvado, por
activa o por pasiva, en la implantación del estado de Israel y el agravamiento de la
cuestión palestina. En fin, por numerosas razones, los comunistas sirios, y con el tiempo
también los iraquíes, pasaron a ser los principales rivales de los nacionalistas árabes,
incluido Abdel Náser, y las oligarquías tradicionales8. Con todo, una vez conjurado el
peligro comunista, gracias a la depuración de los grupos más activos tras los golpes
militares de los sesenta, la principal amenaza para los movimientos nacionalistas árabes
va a venir de la mano de los sectores islamistas, que mantendrán un pulso constante con
el Baaz hasta la década de los ochenta.
3.2) LÍBANO: Se ha dicho en más de una ocasión que Líbano es un
banco de pruebas en pequeño de todo lo que ocurre en el mundo árabe. En los
nacionalismos no podía ser una excepción y, así, tenemos en Líbano formaciones
nacionalistas de todo tipo que, debido a la mayor apertura y margen de acción
garantizado por el sistema político y multipartidista libanés en comparación con la
generalidad de los países árabes, han competido entre sí durante décadas. Sin duda, la
formación nacionalista más destacada, por sus fundamentos ideológicos y su
accidentada singladura, ha sido el Partido Nacional Socialista Sirio anteriormente
citado. Creado por Antuan Saade en la década de los años treinta, se posicionó en contra
del mandato colonial francés y apostó por una confederación entre los territorios de la
Siria histórica. Su tendencia nacionalista "reducida" y sus postulados tradicionalistas en
numerosos aspectos sociales e institucionales lo enfrentó a los del Baaz, panarabistas
"extendidos" (ya que proponían una unidad que excediese los límites de Siria, Líbano,
Jordania y Palestina para englobar otros territorios orientales) y a otras corrientes del
socialismo árabe, como el naserismo, muy popular en ciertos sectores sociales libaneses
en los cincuenta y sesenta. También mantuvieron divergencias notables con el partido
al-Kataib al-Lubnaniyya (Las Falanges libanesas) de la familia Gemayel, la formación
libanista por excelencia, que reclamaba la especificidad de la "nación fenicia" y se
negaba a la integración del país en una federación de países árabes. Las Falanges
supusieron el momento máximo de los llamados nacionalismos locales y se
8
Véase al-Baytar y Aflaq, al-Qawmiyya al-`Arabia wa mawqifuha min al-shuyu`iyya y al-Ba`th wa alhizb al-shuyu`i, de 1948.
interpusieron igualmente en el camino de naseristas y baazistas. Toda esta constelación
de postulados panarabistas, pansiristas y libanistas marcó el devenir del complejo marco
político libanés y contribuyó a ahondar las debilidades estructurales del estado,
condicionado de por sí por el sistema confesional y las rivalidades entre los grupos de
poder oligárquicos9.
3.3) LIBIA: dentro del panorama nacionalista árabe, Libia compone un
caso peculiar, ya que su versión particular del panarabismo carece del dilatado corpus
teórico que auspiciara el auge ideológico de la corriente en Siria y Líbano. En efecto, la
incorporación Libia a la formulación de proyectos unitarios se remonta al golpe militar
de 1969, momento en que se plantea la visión libia sobre el socialismo árabe. En los
setenta, Gadafi propuso diversas operaciones de unidad transterritorial con países
vecinos que, sin embargo, nunca cristalizaron. En realidad, la percepción de los
dirigentes libios sobre este panarabismo socialista estaba imbuida de la concepción
naserista, adobada con teorías propias sobre la participación ciudadana y la democracia
integral plasmada en los congresos populares. Sin embargo, la muerte de Abdel Náser
en 1970 y los efectos abrasivos de la derrota árabe de 1967 en la Guerra de los Seis Días
supone, como para el resto de los adalides del panarabismo, un revés de consecuencias
irreversibles. En líneas generales, el arabismo inspirado por Gadafi y sus teorías
comparte con otras escuelas ideológicas la consideración del islam como referente
constructivo de la identidad árabe. Más aún, se hace del islam un sinónimo de arabidad
al promover una aplicación determinada de los principios coránicos y la interrelación
entre estado y doctrina religiosa10. Para Gadafi, el Islam proporciona un arma efectiva
contra el imperialismo; y, ya en la década de los noventa, seguía apuntando que los
cuatro grandes elementos cohesionadotes de su tercera teoría universal, desarrollada y
concretada en las sucesivas entregas de su Libro Verde, eran el poder del pueblo, el
panarabismo, el socialismo y el islam11.
4) RAZONES DEL DESFONDE DEL NACIONALISMO ÁRABE
4.1) La enervación doctrinal: La nómina de pensadores y articuladores del
nacionalismo árabe, integral o parcial, es abundante; sin embargo, sus doctrinas y
teorías presentan, en numerosas ocasiones, deficiencias metodológicas y conceptuales
que explican en parte la falta de continuidad de este pensamiento. Tres de los grandes
muñidores teóricos del panarabismo, Aflaq, Arzuzi y Baytar, escribieron con profusión
en la década de los cuarenta y los cincuenta textos considerados fundacionales por la
corriente baazista que, como ya se ha dicho, abogaba por la reunificación de todos los
países árabes, o al menos los orientales, en una misma entidad. Una mirada detenida al
contenido de estos escritos invita a pensar que, en el fuero interno de sus autores, la
necesidad de despertar el entusiasmo y el afán de cambio y renovación en los lectores
árabes se sobreponía al objetivo de sentar las bases, firmes y viables, de un corpus
doctrinal e ideológico con proyección de futuro. Cierto es que en estos autores, en
menor medida por supuesto que en sus antecesores arabistas como Azoury, Antonius o
el propio al-Husri, sigue apreciándose la huella de las corrientes nacionalistas europeas
del S. XIX y la alusión a supuestos factores históricos semi inmutables que, en su caso,
apuntalan la "indeleble identidad árabe". El recurso a cierta visión mitológica y épica a
la hora de exponer la historia, la lengua y la sociedad árabes no difiere en demasía de
otros nacionalismos que trataron de tipificar y argüir una reivindicación política y
9
Para una breve descripción de estas y otras formaciones políticas libanesas y sirias, puede consultarse
Ignacio Gutiérrez de Terán Gómez-Benita, op. cit., pp. 100-114.
10
Amal Obaid, Political System in Libya, Londres, Courzon, 2001, pp. 87-93.
11
Dick Wandewalle (ed.), Qadhafi´s Libya, 1969-1994, Nueva York, St Martin' s Press, 1995, pág. 3.
territorial frente a un poder externo. Aquí, el nacionalismo árabe con todas sus
vertientes desempeñó una función destacada en la lucha contra el yugo colonial europeo
y, después, contra las clases dirigentes árabes, generalmente designadas o amparadas
por las ex potencias mandatarias. Sí, sirvió de catalizador y revulsivo de las corrientes
de liberación y propició un amplio debate sobre la identidad de los pueblos árabes y su
rumbo. Pero se trataba, a nuestro entender, de enunciados con evidentes lacras
expositivas y científicas que no consiguieron forjar una línea continuada de
interpretación Es decir, no se dio lugar a una escuela nacionalista, con sus
ramificaciones y tendencias investigadoras ni discursivas, entre otras razones porque el
discurso terminó siendo feraz en la generación de lemas y eslóganes llamativos y
repletos de vigor pero ineficaz por lo que hace a la sustentación racional y argumental
de sus tesis. Además, las prácticas de los gobiernos y regímenes que se declararon
albaceas de los postulados nacionalistas pronto hicieron de éstos una mera colección de
frases resonantes sin mayor significación. O se trataba, como en el caso de la literatura
escrita o inspirada por Gadafi, de textos repletos de ideas vagas e inconcretas sobre la
unidad árabe y los modos efectivos y pragmáticos de llevarla a cabo. El caso de Gadafi
es aún más desconcertante, ya que él, al contrario que otros teóricos del nacionalismo
árabe, tuvo la oportunidad de intentar poner en práctica su visión particular al respecto,
sin demasiado éxito por cierto. Y este fracaso, tanto en Gadafi como en el resto, no se
debe únicamente a las dificultades estructurales derivadas de un contexto sociopolítico
adverso y la animadversión declarada de Estados Unidos y otras potencias occidentales
influyentes; se debe, asimismo, a las lagunas de tales postulados y el cinismo de quienes
decían aplicarlos. El Libro Verde de Gadafi es un claro exponente del abismo inmenso
que puede llegar a existir entre la actuación de los dirigentes árabes, panarabistas o no, y
su discurso oficial. Un breve repaso de las "enseñanzas" dictadas por el líder libio sirve
para revelar las carencias y contradicciones de aquél. Como florilegio de lemas cumple
su función, pero como fundamento doctrinal y plan de acción deja mucho que desear,
máxime si se hace una comparación con la realidad política y social del país12. En Siria,
Iraq y otros países, la desaparición de los pensadores pioneros de los movimientos
arabistas significó el fin de toda una corriente que no encontró continuidad. Si acaso,
pervivían teóricos de cierta relevancia pero nunca con el renombre e influjo de aquellos
fundadores. Para ser sinceros, hace ya décadas que no se registra la aportación de un
pensador nacionalista árabe de prestigio reconocido, ni en el ámbito del panarabismo ni
del pansirismo ni siquiera de los nacionalismos locales o regionales, ya sea el libanismo
fenicio, el egipcianismo faraónico o incluso el magrebismo berebérico. Más aún, como
saturnos que devorasen a sus hijos, algunos partidos nacionalistas acabaron renegando y
aniquilando intelectual y físicamente a sus teóricos. He ahí el caso del Baaz sirio, que
tras el golpe de estado de 1966 renegó públicamente de Aflaq y Baytar y trató de rebajar
o negar el protagonismo de ambos en la gestación del partido. Aflaq murió en Iraq,
protegido por la otra gran rama del Baaz, condenado a muerte por Damasco. Y Baitar,
que llegó a publicar un artículo en inglés sobre las contradicciones y deficiencias de la
formación que él había contribuido a formar, cayó asesinado en Europa bajo las balas,
se supone, de los servicios secretos sirios. En Líbano, las peripecias del Partido
12
El Libro Verde, donde se condensa la Tercera Teoría Universal (más allá del comunismo y el
capitalismo), apareció en tres partes en la década de los setenta del siglo pasado y constituye de por sí un
ejemplo claro de falta de rigor expositivo y debilidad estructural. Sin necesidad de atender a las
consecuencias del proceso puesto en marcha a partir de estos textos, las teorías de Gadafi sobre la
democracia verdadera y la acción de las comisiones populares despiertan numerosos interrogantes debido
a la debilidad argumental y la falta de concreción. A pesar de todo, el régimen libio no ha reparado en
medios para promover la publicación y distribución mundial del texto. Véase El Libro Verde, edición en
varias lenguas, Trípoli, 1980
Nacional Socialista Sirio ilustran un devenir no tan dispar: los principios asentados por
su fundador, Antuan Saade, que murió por cierto ejecutado por sedición, fueron
criticados por sectores disidentes, y la formación terminó escindida en ramas con
programas contrapuestos. También, la figura de Kamal Yunblat, fundador del Partido
Progresista Socialista, representante en los setenta de un socialismo árabe a la libanesa,
refleja esta dispersión: su legado discursivo, confuso en su plasmación, no puede
componer un plan programático con puntos y estrategias concretas. De hecho su hijo,
Walid, se reclama defensor de tal legado a pesar de que sus cambios de rumbo han sido
notorios a lo largo de los últimos lustros.
4.2) Autoritarismo y militarismo: El despotismo ha sido una práctica ejercida
por prácticamente todos los dirigentes árabes, con independencia de sus condicionantes
ideológicos y sus alianzas exteriores. Los líderes adscritos al nacionalismo árabe no
constituyen una excepción; al contrario, representan, en Siria, Libia o Iraq, una
tendencia dictatorial y represiva de difícil parangón en su entorno con excepción de
monarquías brutales y represivas como la saudí. En realidad, circunscribiéndonos al
caso libio y sirio y dejando a un lado el libanés, peculiar como hemos apuntado ya, los
gobiernos nacionalistas que ascienden al poder en los cincuenta y sesenta, en los países
citados y también en Egipto o incluso Argelia, están presididos por militares que
utilizan el ideario nacionalista con sus componentes de socialismo árabe y demás
"especificidades" teóricas para legitimar su hegemonía. De ahí que no sea extraño que, a
través del partido único hegemónico o el consejo revolucionario de turno, estos
postulados arabistas originarios terminen convirtiéndose en una horma ideológica dúctil
y manipulable a discreción en manos de aquellos dirigentes, que terminan por
despojarlos de contenido. La cuestión palestina, referente catalizador de masas en
numerosos sistemas árabes, monarquías y repúblicas, refleja con claridad meridiana
hasta qué punto una causa tremendamente sensible para el pueblo árabe en general
puede derivar en un eslogan desprovisto de trascendencia real.
4.3) El personalismo del líder: Como consecuencia lógica de lo anterior, la
figura de un líder carismático ha marcado la singladura del proyecto nacionalista.
Gamal Abdel Náser es, sin duda, la mayor expresión de este liderazgo individual:
popular y respetado por una gran parte de la población, su visión del socialismo árabe y
la unidad de sus pueblos no dejaba de presentar las carencias teóricas referidas con
anterioridad. De innegable impacto en la concepción de estado moderno árabe y lo que
podríamos llamar "cultura política de masas", sus acciones, sin embargo, entraban
dentro de un ámbito consabido de autoritarismo y represión. Si bien atemperada por la
fascinación que emanaba de su persona y la fuerza de sus palabras, así como la
evidencia de que, con todo, su talla política queda muchos cuerpos por encima de la
vulgaridad obscena de tantos dirigentes árabes posteriores, la experiencia del socialismo
panarabista en Egipto quedó marcada por la violencia empleada por el sistema policial
naserista para reprimir a los opositores, mayormente comunistas e islamistas. Algo
parecido ha ocurrido en Siria con al-Asad o, sobre todo, con Gadafi en Libia. En esta
última, los humores del líder han invertido el curso de la política interna y externa en
numerosas ocasiones. El cambio de rumbo más sonado y más relevante, por lo que toca
a nuestro objeto de investigación, es el que ha puesto fin a la línea arabista de Libia para
encauzarlo, en los noventa, hacia el panafricanismo, traducido en la apertura de
fronteras a los emigrantes del África negra, la promoción de la relaciones bilaterales con
sus países y, por añadidura, la adopción por parte de Gadafi del vestuario colorista del
África Subsahariana13. Una transformación de tal calado sólo puede explicarse, además
de por la suposición de que el panarabismo no era más que una "supraestructura"
ideológica para trabar un sistema de poder propio, con la evidencia de que el régimen
libio concedía a la persona del líder una facultad omnímoda para moldear la acción
política en todas sus facetas. Esto no significa que Gadafi no tuviera motivos reales para
obrar de este modo: tras el estallido del asunto Lockerbie en 1988 y las sanciones
internacionales, los países árabes dieron la espalda al gobierno libio y se cuidaron
mucho de violar el embargo, a pesar de las proclamas inevitables de solidaridad árabe.
Al contrario, sobrevolaba la sospecha de que muchos de ellos, como en las guerras de
Iraq y la tragedia palestina, colaboraban con la estrategia estadounidense. En cambio,
muchos estados africanos hicieron oídos sordos a las amenazas de EE UU y prestaron
su modesta colaboración a Trípoli, visitas oficiales incluidas. Además, Gadafi tenía
otros motivos para la frustración: su media docena larga de proyectos de unión con
varios estados árabes habían fracasado a pesar del entusiasmo de sus intervenciones
públicas. Pero, aún así, llama la atención de que una alteración doctrinal de tal calibre
no haya provocado tensiones centrífugas en el seno del grupo de mando ni una corriente
de oposición entre amplios sectores sociales. Aducir la brutalidad y capacidad coercitiva
de los servicios policiales del régimen libio o la inanidad de la sociedad civil no basta;
hay que apuntar la falta de calado teórico y práctico de las proclamas arabistas,
socialistas y participativas y el hecho de que únicamente el carisma, la fortaleza –y
también las conveniencias- de líder y su círculo las nutrían, no una convicción política y
social del sistema y la sociedad libias.
4.4) La gestión del expediente de las minorías: El nacionalismo árabe, tanto
en su formulación teórica como práctica, no consiguió proponer una solución efectiva al
"problema de las minorías". Por desgracia, los pensadores nacionalistas, sobre todo en
Siria e Iraq, abordaron la cuestión como si se tratara precisamente de eso, de un
problema, espinoso por otra parte, y dieron en considerar a determinadas comunidades
étnicas como proclives al quintacolumnismo. Por supuesto, los planteamientos
panarabistas se negaban en redondo a considerar la posibilidad de estructuras federales
o confederales que dejaran la puerta abierta al reconocimiento de entidades territoriales
diferenciadas. Esto, combinado con el radicalismo de ciertas reclamaciones
nacionalistas de los grupos minoritarios, que no estaban exentas por cierto de los lastres
expositivos y científicos de las panarabistas, dio lugar a enfrentamientos cruentos, como
los habidos en Iraq con asirios y kurdos en la primera mitad del S. XX. Cierto es que la
compleja distribución de etnias y confesiones no ayudaba a suavizar el exclusivismo
arabista desarrollado por los nacionalistas, que podían considerar "árabe" a cualquier
pueblo que viviese en un contexto árabe y hablase su lengua. Al insistir en los aspectos
culturales y, en menor medida, raciales, el panarabismo no supo atribuir una función
creadora y positiva a las minorías. Tampoco la pulsión socialista ni los llamados a la
igualdad y la cooperación lograron atemperar la tensión. En realidad, en Siria en
concreto, la relación del gobierno con los grupos étnicos minoritarios tiene que ver con
el grado de "peligrosidad" que éstos representan para el poder central14. Con todo, el
mayor brote de tensión interna en Siria no ha venido dado por la pugna étnica sino por
la confesional, entre los grupos oligárquicos y la oposición islamista.
13
Véase el contenido de la conversión panafricanista de Gadafi y su renuncia al nacionalismo árabe en
D. Vandewalle, A History of Modern Libia, Cambridge, 2006, pp. 188-196.
14
Galié/Yildiz, Development in Syria: a Gender and Minority in Perspectiva, Kurdish Human Rights
Project, Londres, 2005, pp. 48-49.
El triste consecuente de la abrasiva experiencia del Baaz en Iraq, con la tensión
creciente entre kurdos, turcomanos y árabes bajo la criminal y mesturera ocupación del
régimen de Washington, sirve de botón de muestra del escaso bagaje constructivo
deparado por el panarabismo en este contexto. En Líbano, la cuestión es eminentemente
confesional y el estado, tal y como gustan de decir los nacionalistas libaneses que lo
propulsaron, es un "estado de minorías religiosas". En Libia, por su parte, la variedad
étnica y confesional resulta irrelevante: la inmensa mayoría de los ciudadanos libios son
árabes y musulmanes. Aún así, se detectan ciertas tensiones con los grupos bereberes
minoritarios; y las algaradas en las grandes urbes entre la población y los emigrantes
africanos, tras la apertura hacia la mitad negra del continente, alcanzaron gran
intensidad en años pasados en un trasfondo de crisis económica. Bien es cierto que la
postura discursiva de Gadafi, como la que mantuvo Abdel Náser en su momento, frente
al expediente de las minorías, en concreto el kurdo, resulta en apariencia tolerante y
comprensivo.
4.5) El binomio paradójico secularismo-religiosidad: Por último, debe
hacerse referencia a un aspecto que, por una banda, sirve de prolongación a la cuestión
de las minorías y, por otra, es útil para argumentar la contradicción intrínseca de la
formulación del estado, ya sea desde basamentos nacionalistas u otros. A pesar de que
muchos estados surgidos de la irrupción del panarabismo se proclamaban laicos y
seculares, contrarios al peso retrógrado de la visión religiosa más oscurantista, su
sistema estaba repleto de detalles confesionales: desde el reconocimiento de las
comunidades religiosas y su amplio margen de acción en numerosos asuntos hasta la
aplicación del código de familia y el estatuto personal. Esto daba lugar a una situación
paradójica: en varios estados orientales se reconocía a las comunidades confesionales, la
armenia por ejemplo, con su religión propia, el derecho a enseñar y promover su lengua,
entendida como lengua confesional; sin embargo, comunidades étnicas musulmanas,
turcomanos o kurdos por ejemplo, no disfrutaban del mismo derecho por considerarse
que su "lengua religiosa" no estaba diferenciada. A esto debe unirse que, bien debido a
la presión de numerosos sectores sociales, bien al sentido del oportunismo y el afán de
legitimación, algunos programas seculares, propios del socialismo arabista, sufrieron un
relajo notable. Ya se ha dicho que, salvo excepciones puntuales, los movimientos
panarabistas reconocían la acción positiva del islam en la forja de la identidad árabe;
empero, al mismo tiempo, llamaban a poner coto a la intervención de los representantes
y los preceptos religiosos en la vida pública. En un principio, de hecho, los programas
reformistas incluían cláusulas que iban en esa dirección e, incluso, se dieron atisbos de
acciones "anticlericales"; no obstante, esta línea se rebajó con el tiempo. Así ocurrió en
Siria, donde el estado se proclamó valedor del islam verdadero para hacer frente a los
islamistas. Tal ocurrió en otros sitios, donde los dirigentes hacían todo lo posible por
hacer ver que eran creyentes fieles y practicantes. En Iraq, el partido Baaz trató en los
noventa de reclamar su impronta musulmana para retraerse a la presión externa y las
reivindicaciones de los islamistas, predominantemente chiíes. En este ámbito, resulta
llamativa la exposición del panarabismo socialista a la Libia, donde, en las ideas de
Gadafi, se produce una extraña amalgama de proclamas coránicas, aplicaciones de la
Charía (ley islámica) y articulaciones propias sobre la participación popular. En
definitiva, esta imbricación de lo religioso con secular y la interpretación del islam
como fuerza motriz del arabismo se inscribe dentro la ya aludida enervación teórica del
nacionalismo árabe y su abigarrada articulación.
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