VII Congreso Internacional del CLAD sobre la Reforma del Estado y de la Administración Pública, Lisboa, Portugal, 8-11 Oct. 2002 La economía política de las reformas parciales: el caso de la administración pública y las políticas frente a la pobreza en la Argentina Fabián Repetto INTRODUCCIÓN El objetivo del presente trabajo consiste en explorar la dinámica política que caracterizó algunos intentos de reformas institucionales en la Argentina durante la década del noventa y lo que va del nuevo siglo. Para ello, el eje se centrará en el análisis de dos campos, cada uno de ellos entendido como procesos factibles de ser explicados en términos de las condiciones y dinámicas político-institucionales: las reformas administrativas del aparato estatal y las reformas en el área de política social, ambas a nivel nacional. A partir de inicios de los años noventa, la cuestión de la reforma del Estado y de su aparato burocrático se ubica en el centro del debate público de la Argentina, dando cuenta de una crisis que iba más allá de aspectos puntuales del aparato administrativo estatal. El progresivo y continuo deterioro de las principales variables macroeconómicas durante la década anterior, el crecimiento incontrolado del déficit fiscal, y la profundización de la dinámica inflacionaria a fines de los años ‘80, consolidaron una visión dominante acerca de que estos procesos constituían manifestaciones claras del agotamiento del modelo de desarrollo que, basado en la centralidad de la acción estatal, había caracterizado el juego político nacional durante la posguerra. En este contexto, motivado por una coalición de actores dispuestos a resquebrajar el equilibrio institucional pre-existente, prevaleció un diagnóstico que encontró en el Estado y su estructura organizacional uno de los factores explicativos de la crisis. La confluencia de intereses e ideología entre ciertos grupos empresarios (incluyendo al sistema financiero), los organismos crediticios internacionales y parte de la clase política, derivó en una percepción muy negativa de la presencia estatal en ciertos ámbitos públicos, particularmente en la economía, considerándola un obstáculo para el desenvolvimiento de la iniciativa privada y la libre acción del mercado que, según esta perspectiva, fomentaría el crecimiento. Sobre este escenario, las burocracias estatales se convirtieron en blanco de crítica a partir de ser consideradas como intrínsecamente ineficaces e ineficientes en el alcance de los objetivos fijados por la autoridad pública, pudiéndosela englobar bajo la perspectiva profusamente difundida en los últimos años de entender al “Estado y su aparato administrativo como parte del problema”1. En forma concomitante con el aumento de la intensidad de estas manifestaciones de ruptura, se fueron generando una serie de políticas y programas de reforma que afirmaron responder a la necesidad de mejorar el funcionamiento y productividad de las agencias público-estatales. El papel de las ideas predominantes resultó aquí crucial, a efectos de promover un modelo de reforma en detrimento de otros, dando lugar a enfatizar ciertos marcos conceptuales de reforma a la vez que se clausuraba la posibilidad de perspectivas alternativas. De este modo, aquellos puntos sustantivos de la reforma administrativa que podrían haber aumentado la capacidad técnica pero también política necesaria para ser más eficiente pero también para facilitar el desarrollo económico y social, quedó en simple declamación para legitimar los sucesivos intentos de reforma de “corte fiscalista”. Más aún, muchos de los programas recientes de reforma administrativa han producido efectos intertemporales graves sobre 1 Sin duda este tipo de planteos ha conseguido legitimarse en base a un diagnóstico en parte correcto: históricamente, la creación de nuevas agencias burocráticas y el consiguiente crecimiento del Estado estuvieron ligadas más a las presiones corporativas de ciertos grupos de intereses privados y a una dinámica reactiva de resolución de problemáticas sociales, antes que a un proceso racional y coherente de búsqueda de mayores niveles de eficacia y eficiencia en la gestión pública. Como afirma Oszlak (1994), “la atención se traslada al Estado como el principal factor contribuyente de la crisis. Gigantismo, hipertrofia, macrocefalismo comienzan a ser la expresiones utilizadas para referirse a esta aparente sobrexpansión de la intervención estatal”. VII Congreso Internacional del CLAD sobre la Reforma del Estado y de la Administración Pública, Lisboa, Portugal, 8-11 Oct. 2002 las capacidades de gestión pública. Respecto a las reformas administrativas, entonces, cabe formular las siguientes hipótesis: 1) la reforma administrativa de carácter gerencial tuvo como objetivo central ayudar a disminuir el gasto público, más allá de declaraciones de principio asociadas a la necesidad de mejorar la capacidad de gestión pública incorporando componentes de otros modelos de reformas, como el weberiano y el de la responsabilización; 2) para que la Administración Pública mejore su desempeño al instrumentar políticas públicas, deben articularse en forma virtuosa los cambios en el aparato estatal (su organización funcional, sus recursos humanos y sus procedimientos) con transformaciones incluyentes en el sistema político y en la estructura socioeconómica; esto implica que para mejorar la capacidad de gestión administrativa se requieren cambios institucionales más globales; 3) sólo en la medida que se conformen sólidas coaliciones sociopolíticas interesadas en promover una reforma interna de la Administración Pública que la habilite para mejorar la calidad y la equidad del conjunto de las políticas públicas, se podrá ubicar –y mantener en el tiempo- dicha problemática en los niveles más altos de la agenda gubernamental; y 4) los incentivos existentes para que los que actualmente resultan principales actores políticos, socioeconómicos e internacionales promuevan otro tipo de reforma de la Administración Pública son bajos, lo cual se asocia, entre otros aspectos, a los siguientes: a) la ciudadanía no basa su decisión electoral ni moviliza sus recursos en términos del desempeño y la calidad del aparato administrativo; b) la burocracia permanente no visualiza premios “creíbles” para cooperar en la reforma, a la vez que la burocracia paralela saca provecho de una situación de noreforma; c) los principales actores socio-económicos presionan por expresiones particulares de la reforma administrativa, despreocupándose de una perspectiva de conjunto; y d) los actores del sistema internacional, más allá de reconocer la importancia de mejorar el funcionamiento estatal, limitan sus presiones a aspectos ligados al déficit fiscal. En cuanto a los intentos de reformas en el campo de la política social, en la transición del modelo de posguerra al naciente escenario de la última década, destaca la múltiple crisis del viejo paradigma de protección social, donde problemas de equidad, eficiencia, legitimidad y calidad se combinan entre sí. En este marco sobresale la brecha entre la magnitud y características de las necesidades sociales y la oferta pública-estatal que se destina a hacer frente a la misma. ¿Es posible, entonces, la construcción de una instancia gubernamental a nivel nacional capaz de priorizar, coordinar, asignar recursos, controlar y evaluar las acciones del Estado en materia social, es decir la construcción de una “Autoridad Social”,? ¿qué alcance han tenido en este país los sucesivos intentos por avanzar en la materia? Se puede comprender la complejidad conceptual y empírica asociada a la construcción de esta instancia, según el potencial alcance que tendría la misma sobre el amplio campo de la política social en el marco de un país federal como la Argentina. Comenzando por el Estado Nacional, destacan al menos las siguientes dos posibilidades dentro de lo que podría denominarse “lógica sectorial”: a) la Autoridad Social ejerce su dominio sobre el conjunto de las intervenciones sociales del Estado Nacional, administrando por ende el total del gasto público social; b) la Autoridad Social ejerce su dominio sobre las acciones focalizadas en la pobreza que lleva adelante el Estado Nacional, administrando dicha porción del gasto público social. Cabe agregar dos cuestiones, una asociada a la “lógica contable” y otra ligada a la “lógica federal”. Respecto al primer punto, ¿ese dominio, en cualquiera de sus alcances, nos dice algo respecto al declarado objetivo de contrapesar el poder del Ministerio de Economía, actor cuya prioridad central ha sido ajustar la caja de los recursos públicos para evitar el déficit fiscal? La respuesta debe ser observada en el marco de la experiencia histórica, toda vez que la administración de esos recursos sociales no implica per se capacidad para disputar “el quién” establece las prioridades globales en la agenda gubernamental. En cuanto al segundo aspecto, las características del federalismo argentino (que entre otros rasgos muestra la amplia descentralización/desconcentración de servicios y programas sociales) tornan aún más compleja los intentos de construcción de una Autoridad Social, toda vez que la misma debería operar sobre un 2 VII Congreso Internacional del CLAD sobre la Reforma del Estado y de la Administración Pública, Lisboa, Portugal, 8-11 Oct. 2002 campo de política pública con responsabilidades difusamente compartidas entre los niveles nacional y provincial (y en menor medida, municipal). Más allá del alcance del concepto en el debate público y del modo en que se enfrentan las lógicas sectorial, contable y federal, a partir de los años noventa los intentos por crear una Autoridad Social en la Argentina se han repetido sin cesar, de forma espasmódica y por lo general asociado a problemas no centrados en lo social (intercambios políticos de corto plazo, urgencias fiscales, etc.), fracasando una y otra vez. Cualquiera sea la concepción de fracaso (se la observe desde los objetivos explícitos de sus promotores, se la observe desde un plano normativo externo a las estrategias experimentadas), lo cierto es que se puede ensayar una hipótesis que guíe el análisis de lo sucedido en esta materia en la última década: La Reforma en el área de la política social no se ha podido plasmar debido a las características de la institucionalidad que estructura la interacción de aquellos actores que, de forma más o menos directa, están involucrados en el campo de las políticas sociales y participan de ella guiados por lógicas sectoriales, contables o federales. Esto implica destacar: a) el predominio de reglas de juego formales e informales que no promueven la coordinación entre sectores y jurisdicciones, impidiendo fijar prioridades claras que sean factibles de hacerse cumplir en el largo plazo, con su consiguiente asignación de recursos y control sobre los mismos; y b) la debilidad de ciertos actores estatales, sociales e internacionales, lo cual se expresa al momento de intentar cambiar las prácticas habituales de distribución de poder y funciones en el ámbito de la política social. Planteadas las hipótesis de trabajo, se intentará entonces analizar los campos de la Administración Pública y la Política Social observando su relación compleja con el contexto socioeconómico y el sistema político, ámbitos todos en los cuales actúan estratégicamente actores con intereses, recursos e ideologías muy diferentes. Para ello, y luego de esta introducción, se estructura el trabajo del siguiente modo: en primer lugar, se planteará un breve marco analítico apropiado para observar las reformas en términos de decisión, diseño e instrumentación de políticas públicas; luego se pasará revista a los intentos de transformación del aparato burocrático llevados adelante a partir de inicios de los años ’90, tanto en la gestión de Menem (1989-1999), como en la gestión de De La Rua (fines de 1999- 2001); en tercer lugar, y dirigiendo la atención a las políticas sociales, se observará la puesta en marcha formal del Gabinete Social (a partir de 1997) y la creación de un Ministerio de Seguridad Social en el marco del debate sobre la construcción de una Agencia Social que se generó en el Gobierno de la Alianza. Finalmente, se esbozarán una serie de reflexiones analíticas tendientes a explicar la lógica que guió dichos intentos reformistas, derivando de ello una agenda de investigación futura que no sólo nutra el conocimiento académico sino aporte al debate sobre el tipo de transformaciones que se requieren para tornarse sustantivas en el largo plazo. I.- NOTAS PARA UN MARCO ANALÍTICO Dos preguntas iniciales2: ¿por qué los Estados deciden, elaboran e intentan instrumentar determinadas políticas públicas?, ¿cuáles son los factores inciden en el modo en que dicho proceso se lleva a cabo? ¿qué implicancias extras tiene el hecho de que algunas de esas políticas públicas apunten a reformas institucionales? A través del análisis de las principales políticas públicas, es posible explorar la compleja relación entre las esferas de la sociedad y el Estado, en tanto las mismas expresan el accionar de los actores fundamentales en el marco de un cierto sistema de reglas, procedimientos y costumbres. Cabe observar primero el modo más general en que instituciones y actores se influyen mutuamente, en circunstancias históricas específicas. En esta perspectiva, el concepto de “matriz política” resulta apropiado para interpretar este fenómeno, dada las características descriptas por Acuña: “Una matriz política, específicamente, es un sistema de variables y constreñimientos que fijan 2 Parte de las reflexiones conceptuales que siguen se respaldan en Repetto (2002). 3 VII Congreso Internacional del CLAD sobre la Reforma del Estado y de la Administración Pública, Lisboa, Portugal, 8-11 Oct. 2002 límites y probabilidades diferenciales para la realización de intereses sociales y para el alcance de objetivos políticos (...). En este sentido, podemos pensar a la matriz política como un sistema de variables estructurales, político-institucionales e ideológicas que, (a) fijan los límites de factibilidad para la realización de intereses y alcance de objetivos políticos; (b) definen probabilidades diferenciales para la realización de intereses y el alcance de objetivos políticos factibles; (c) brindan a los distintos actores un conocimiento o mapeo de cómo funcionan las relaciones sociopolíticas y, por lo tanto, influyen la percepción sobre los límites de factibilidad y más eficientes cursos de acción para el alcance de objetivos y realización de intereses” (1995:15-16). Quienes pugnan por participar e incidir en las políticas públicas tienen determinados intereses y poseen ciertas ideologías. Ahora bien, a efectos de precisar el concepto vale acompañar a Belmartino cuando considera como actores a “aquellos individuos o grupos que ocupan una posición estratégica en el sistema de decisiones y que responden, en el proceso de formación de políticas, por las funciones de articulación del campo cognitivo y del campo del poder. En tanto mediadores son quienes definen los temas de debate y el marco intelectual en el cual se desarrollan las negociaciones, alianzas y conflictos que sustentan la toma de decisiones” (1998:2-3) 3. No se puede identificar todo individuo o colectivo con un actor relevante, sea éste del Estado, la sociedad o el sistema internacional: hace falta "algo más" que lo defina como tal. Entre las condiciones requeridas más importantes, cabe destacar una serie de capacidades potenciales que, parcial o totalmente (en este caso, por lo general a través de la conformación de coaliciones) deben poseer quienes aspiren a constituirse en actores de política pública: a) capacidad de negociación; b) capacidad de interpretación del contexto e imposición de cosmovisiones; c) capacidad de representación; d) capacidad de movilización social; e) capacidad de acción colectiva. A su vez, los actores del Estado pueden tener un atributo que sólo ellos están habilitados a obtenerlo, la capacidad de ser la autoridad formal en lo administrativo y lo político4. La forma e intensidad en que los diferentes grupos e incluso individuos logran conquistar (por sí mismos o a través de alianzas con otros) dichos recursos para formar parte de las instancias claves del ciclo por el cual atraviesan las políticas públicas, se relaciona en mucho con el sistema institucional vigente en un momento determinado. Esto implica reconocer que algunos actores podrán influir sólo en la fase de estructuración de un problema público, mientras otros limitarán su incidencia a la etapa de implementación. En síntesis, son muy pocos los actores que logran participación efectiva en los diferentes momentos por los que atraviesa una política pública, por ejemplo en las etapas claves de decisión, diseño e implementación. Desde esta perspectiva, el modo en que la política y la estructura socioeconómica se retroalimentan a través de la interacción de los principales actores en el marco de una cierta matriz política, impactará en términos de restricciones y estructura de incentivos en el plano más específico de las políticas públicas. Esto significa entender a las instituciones en tanto reglas de juego, formales e informales, ideadas por los hombres para enmarcar sus interacciones políticas, económicas y sociales (North, 19935). Así: “Entendemos a las instituciones como reglas que apuntan a resolver tanto problemas de coordinación como de conflictos distribucionales. Las instituciones tienden a resolver problemas de coordinación estabilizando las expectativas sociales por medio de la provisión de información y sanciones, estructurando, de esta forma, comportamientos en una dirección resultante de equilibrios” (Acuña y Repetto, 2000:14). Puede indicarse, entonces, que es posible interpretar el papel de las instituciones en función del nivel de su dominio: las que constituyen reglas de primer nivel se 3 Más allá de esta definición de carácter general, cabe acotar lo indicado por Meltsner, "el término ´actor´ es un concepto abierto que el analista debe adaptar a los requerimientos de su estudio” (1992:375). 4 Cabe indicar que algunos colectivos, como los partidos políticos o los expertos, suelen operar como “actores de frontera” entre la sociedad y el Estado, en tanto sus acciones e intervenciones recorren con fluidez las fronteras entre una y otra esfera. 5 En un sentido similar se expresa Hall (1993), al afirmar que las instituciones son las normas formales, los procedimientos de aquiescencia y las prácticas operativas generales que estructuran las relaciones entre individuos. 4 VII Congreso Internacional del CLAD sobre la Reforma del Estado y de la Administración Pública, Lisboa, Portugal, 8-11 Oct. 2002 asocian a resultados o contenidos específicos; las reglas de segundo nivel son las que determinan resultados específicos; mientras que las reglas del tercer nivel definen quién y como se hacen las reglas en términos generales, más allá de temáticas puntuales (Acuña y Tommasi, 1999). Al tomar en cuenta este enfoque, emerge en lo referido a los sucesivos intentos de reformas institucionales como de aquellas vinculadas al área de política social, la temática de las capacidades institucionales requeridas para llevarlas a cabo, entendidas éstas como las “que determinan el rango de opciones efectivamente posibles para cualquier gobierno” (Palermo, 1998). En esta línea, un reciente estudio se propone delinear algunos criterios para evaluar el desempeño de las instituciones públicas estatales (DIPE), al remarcar: “Así, el DIPE se define como la capacidad para cumplir con las funciones que motivaron su formación. Estas funciones entrañan básicamente la asignación de recursos y la respuesta a demandas del entorno. Respecto de la asignación de recursos, pueden diferenciarse recursos humanos, materiales, político-institucionales y simbólicos, que básicamente se evalúan según la eficiencia en su asignación. Respecto de la respuesta a las demandas del entorno, es necesario atender a su agilidad, calidad y coherencia. El DIPE estará entonces determinado por la capacidad para combinar de manera eficiente los recursos disponibles en función de las demandas cambiantes y de las restricciones (y resistencias) que ese entorno pueda presentar” (UTDT/PNUD, 2000:20). En términos generales se debe tomar en cuenta la pertinencia de las acciones estatales, a la vez que en coyunturas críticas también se resalta el papel de la innovación para adaptarse a las mismas. El mismo estudio define los criterios indicados: eficiencia, como la asignación óptima de recursos; agilidad, como la optimización entre tiempo y producto; calidad, como satisfacción a las demandas a través de mecanismos transparentes y ajustados a las normas; coherencia, como la correspondencia entre actos presentes y pasados de la misma institución, así como en relación a otras áreas del aparato estatal; pertinencia, como la adecuación entre respuesta y fines y/o problemas; e innovación, que opera en situaciones inusuales, como la modificación total o parcial de las dinámicas institucionales existentes y/o la creación de nuevas (Ibídem, 2000). Considerando estos elementos, es posible introducir una pequeña variación al concepto de capacidades institucionales. Para interpretar el modo en que se abordaran aquí las propuestas de reformas, es necesario, establecer una distinción entre lo que se conceptualiza como Estado y lo que se entiende por su aparato administrativo. En este sentido, Joan Prats Catalá (1998) propone construir una visión que contemple al Estado desde aquella doble perspectiva: el Estado como sistema de instituciones y el Estado como sistema de organizaciones. Esta diferenciación apunta a distinguir entre dos esferas ligadas pero diferentes. La distinción expuesta entre el Estado como sistema institucional y el Estado como sistema de organizaciones es la que marca entonces la diferencia entre una reforma amplia del Estado y una reforma acotada a la Administración Pública o al ámbito de las Políticas Sociales (pero no por eso menos importante). En el primero de los casos la reforma plantea una verdadera reformulación de la naturaleza del marco institucional en el que se inserta todo el aparato estatal y una redefinición de los objetivos y sistema de incentivos que orientan su accionar. En el segundo caso, la transformación de una agencia pública se orienta en lo esencial a operar sobre los organigramas y funciones, los recursos humanos y los procedimientos. Ahora bien, ¿cómo se retroalimentan mutuamente ambos tipos de reformas? En base a un enfoque relacional de políticas públicas6 esbozaré una categoría que facilitará el análisis crítico de los sucesivos intentos de reformas de distintos ámbitos del Estado en su dimensión organizacional y/o institucional, sea en materia administrativa o de protección social: la capacidad de gestión pública. En este sentido, es apropiado identificar a la misma con lo que Evans (1996, 1998) denominó autonomía enraizada en tanto expresión de coherencia interna y conectividad externa. 6 Por “enfoque relacional de políticas públicas” entiendo aquel corpus analítico que interpreta el contenido y la dinámica de las políticas públicas como resultado de la interacción entre actores relevantes, sean estos del Estado, la sociedad o el sistema internacional. Para una lúcida aplicación de esta perspectiva, cfr. Bráchet-Márquez (1996). 5 VII Congreso Internacional del CLAD sobre la Reforma del Estado y de la Administración Pública, Lisboa, Portugal, 8-11 Oct. 2002 En cuanto a la coherencia interna, la misma constituye un factor clave (más no exclusivo) para un mejor desempeño de las instancias técnico-administrativas estatales que tienen un rol relevante para la gestión de las políticas públicas. Da cuenta de las características de la organización funcional, el nivel de expertise que posee la estructura burocrática, así como el rol de los procedimientos vigentes en términos de facilitar el cumplimiento de las tareas asignadas al organismo. A modo de ejemplo, requiere observar con atención el grado en que los aparatos administrativos están habilitados, por mecanismos formales y/o informales, para generar coordinación e integralidad a nivel sectorial y/o jurisdiccional, para dotar de fortaleza técnica a las negociaciones y decisiones políticas de sus autoridades, para participar con conocimiento experto en todo el proceso presupuestario y demás instancias que requieren de saber especializado, o para tornar en prácticas virtuosas en favor del interés colectivo la relación entre los organismos estatales y sectores sociales o representantes de los organismos internacionales7. Respecto a la conectividad externa, la misma llama la atención sobre el modo en que las reglas formales e informales que regulan la relación de políticos y funcionarios estatales con los grupos sociales y del sistema internacional impactan sobre el contenido y dinámica de las diferentes fases de una política pública. Refiere, en esencia, a la capacidad política puesta en juego en torno a ciertas problemáticas públicas. Por ende, esto implica atender a la composición del mapa de actores que se involucran alrededor de esas temáticas, que recursos, intereses, valores e identidades están en juego, a la vez que requiere prestar atención al modo en que se articulan esos actores en potencial situación de conflicto. Un elemento sustantivo de esta dimensión de la capacidad de gestión pública está ligada al nivel de inclusión que se alcanza mediante la interacción entre los jugadores participantes, toda vez que ciertos grupos requieren de apoyos o mediaciones para canalizar sus intereses en los momentos claves de una política pública. En síntesis, la capacidad de gestión pública indica quiénes se encargan de estructurar y llevar adelante las políticas, con qué medios cuentan para hacerlo y bajo qué reglas de juego operan. Por lo tanto, la misma no deriva solamente de las características endógenas del aparato estatal, sino también de la estructura institucional, política y socioeconómica. Significa, asimismo, que su construcción resulta una empresa de largo alcance, sujeta a avances y retrocesos de acuerdo a dinámicas endógenas y exógenas. A lo largo del llamado “ciclo de política pública” 8, me concentraré en las fases de decisión, diseño e implementación, para lo cual retomaré la idea de que el desempeño de las instituciones públicas a lo largo de esas etapas puede ser ponderado en términos de su eficiencia, agilidad, calidad, coherencia, pertinencia e innovación (cuando las condiciones lo requieran). La perspectiva del ciclo es apropiada para abordar el estudio de temáticas como las que afectan a los acampos aquí seleccionados, que bajo ciertas formas ha ocupado de forma recurrente un lugar en la agenda gubernamental. A través de sus diversas etapas podrá observarse el modo en que distintos individuos y grupos, particularmente aquellos que logran constituirse en actores relevantes, interactúan a lo largo de todo el proceso. Se trata de sectores y actores que se relacionan en el marco de entramados institucionales específicos, los cuales en tanto estructura operan para aquellos como restricciones difíciles de ser modificadas en el corto plazo. Entre los elementos a tener en cuenta para observar el modo dinámico en que los distintos 7 En los reconocidos aportes de Tobelem sobre esta materia, los aspectos de coherencia interna están asociados a lo que podría denominarse el “entorno micro-institucional” (cfr. Alonso, 1999). 8 Sabido es que al hacer referencia al “ciclo de políticas públicas” se está llevando a cabo una operación analítica que no suele corresponderse linealmente con la realidad. En muchos casos, algunas etapas no se cumplen y en otros el orden de las mismas suele alterarse. Aún cuando no existe consenso entre los especialistas en el número de fases que resultan sustantivas, aquí cabe enumerar las siguientes: a) estructuración del problema público y su ingreso a la agenda gubernamental; b) generación de alternativas; c) toma de decisión; d) diseño; e) implementación; y f) evaluación. Ver Aguilar Villanueva (1993); Meny y Thoenig (1992); deLeón (1997) y Tamayo Saéz (1997). 6 VII Congreso Internacional del CLAD sobre la Reforma del Estado y de la Administración Pública, Lisboa, Portugal, 8-11 Oct. 2002 intereses (y los actores que los representan) se van involucrando a lo largo del ciclo de la política pública, resalta el modo en que pueden operar las restricciones en las mencionadas etapas claves. Aquí el concepto de restricción adquiere un carácter multiforme, en tanto se deben tener en cuenta al menos cinco dimensiones: lo político, lo económico, lo organizacional, lo legal y lo cultural. Se trata de potenciales constreñimientos todos de singular importancia y que requieren de estudios específicos para observar el modo en que se influyen entre sí. Es peligroso concentrar la atención sobre las restricciones políticas o económicas, como usualmente suele suceder, toda vez que éstas son tan importantes como contar con los recursos burocráticos o normativos apropiados, así como adaptar la intervención pública a las condiciones culturales predominantes, tanto del lado de los participantes de la política pública en cuestión (no solamente de los beneficiarios) como del lado más amplio de la cultura política. Poner el acento en las restricciones y el modo en que éstas se manifiestan en términos de reglas de juego, conduce a enfatizar una vez más la dimensión institucional de la capacidad de gestión pública. En síntesis, ¿qué coaliciones socio-políticas se requieren para sostener armónicos y coherentes modelos de reformas organizacionales y/o institucionales que fortalezcan la capacidad de gestión pública? ¿qué impactos tienen los marcos institucionales vigentes para facilitar la concresión de un tipo de reformas en detrimentos de otros? ¿cuál es la incidencia de los legados de los intentos de reformas previas en el aparato burocrático estatal y los sistemas de protección social? Con base a estos interrogantes, el presente trabajo se constituye en un intento de interpretar, vía un relevamiento histórico de los intentos de reforma sucedidos a partir de la década del ‘90 en ambos campos de gestión pública. II.- REFORMAS ADMINISTRATIVAS INCONCLUSAS Cuando se trata de reconstruir la historia propiamente de la reforma administrativa a partir de la década del noventa, pueden diferenciarse dos momentos. Por un lado, el Programa de Reforma Administrativa puesto en marcha con el inicio del gobierno de Carlos Menem en julio de 1989, particularmente a través del Ministerio de Economía9; durante el mismo gobierno, en su segunda mandato, puede observarse la denominada “Segunda Reforma del Estado”, presentada públicamente en 1996, que continuaba las acciones de la anterior. Por otra parte, la etapa que se corresponde con la accidentada gestión de De la Rua (quien asumió como presidente en diciembre de 1999 y debió abandonar abruptamente el cargo dos años después), en tanto el planteo inicial del gobierno central de concebir a las reformas administrativas como un instrumento dirigido a mejorar la capacidad de gestión pública. A continuación se describirán y analizarán cada uno de ellos, para lo cual es apropiado un breve marco interpretativo sobre las reformas administrativas. Al respecto, Ross Schneider señala en un trabajo reciente tres tipos de reforma posibles: weberiana, gerencial y de la responsabilización. Cada uno de estos tipos establece un cierto diagnóstico a la vez que se propone ciertas metas y medidas administrativas para alcanzarlas. Vale caracterizar, en primer lugar, los ejes de los diagnósticos que sustantan estas perspectivas de reformas: para el modelo weberiano, sobresalen personalismo, clientelismo y patrimonialismo; para el modelo gerencial, destacan como problemas aspectos como ineficiencia, papeleo, rigidez y particularismo; a su vez el modelo de la responsabilización considera críticamente temas tales como abuso de poder, arbitrariedad, falta de responsabilidad, ausencia de respuesta ante los ciudadanos. Al avanzar sobre el punto de las metas, dicho autor también observa diferencia entre los modelos: el weberiano se plantea como objetivo lograr universalismo, profesionalismo, meritocracia, honestidad; el gerencial enfatiza cuestiones como eficiencia, flexibilidad, capacidad de respuesta ante los clientes; a su vez el de 9 Destaca aquí el escaso protagonismo que tuvo en esta tarea Gustavo Beliz, quien ocupaba el cargo de secretario de la Función Pública. 7 VII Congreso Internacional del CLAD sobre la Reforma del Estado y de la Administración Pública, Lisboa, Portugal, 8-11 Oct. 2002 responsabilización prioriza el control democrático vía la acción directa de los ciudadanos o de forma indirecta a través de los legisladores. Finalmente, al referirse al punto de las medidas administrativas que sostendrían la búsqueda de dichas metas, Ross Schneider diferencia nuevamente entre los modelos: weberiano, lo hace a través de exámenes de ingreso, estabilidad en el cargo, promoción por mérito, supervisión, incremento salarial, reglas claras; gerencial enfatiza contratos de gestión, competencia entre agencias, descentralización, fin de la estabilidad; de la responsabilización promueve la supervisión legislativa, confirmación de designados, participación ciudadana. Evidentemente, se trata de modelos analíticos con características de “tipo ideal”, pero formulados de manera tal que poseen un fuerte potencial para entender lo sucedido en procesos concretos como los referidos al caso argentino. II.1.- Las reformas administrativas en el gobierno peronista (1989-1999) Hacia finales de los ochenta, los decisores encolumnados junto a Menem caracterizaban los problemas generales del Estado y los específicos de la administración pública destacando los siguientes puntos centrales: a) asociación entre la inflación y el gasto público, con gran peso del gasto corriente y la ineficiente gestión de las empresas públicas; b) rol paternalista del Estado, que daba como resultado una intervención asfixiante sobre la sociedad, fomentando relaciones de privilegio entre distintos sectores sociales y el aparato burocrático del Estado; c) ineficiencia en la provisión de bienes y servicios considerados indelegables; d) problemas de gestión política que dificultaban el proceso de toma de decisiones; e) crecientes problemas en la efectividad de la capacidad recaudadora del Estado; f) desorganización en el área estratégica de gestión financiera, generando altos niveles de incertidumbre y minando las posibilidades de previsión y programación del gasto y los recursos públicos; g) responsabilidades diluidas como consecuencia de una estructura burocrática que fomentaba la superposición y la irracionalidad en el desarrollo de sus funciones; y h) fuerte caída de los salarios del sector público, lo cual produjo un éxodo de recursos humanos altamente calificados, así como un relajamiento de la disciplina y las condiciones laborales. Por entonces, según apuntan Domeniconi, Gaudio, y Guibert (1992), la administración pública central operaba a través de un conjunto de mecanismos cristalizados, que obstaculizaban la tarea de emprender reformas estructurales orientadas al mercado. Ante este escenario se intentó avanzar en un cierto tipo de modernización del Estado, previéndose que su accionar en un marco de racionalidad legal y técnica sería cuanto menos predecible, en especial en aquellas áreas que afectaban el desarrollo de un sector privado que fuese competitivo en una economía cada vez más globalizada. Se trataba, en suma, de reformar al Estado en pos del libre mercado. Tomando en cuenta semejante objetivo, que se proponía acabar con reglas de juego estatuidas desde casi medio siglo atrás, las mutaciones en la administración pública quedarían asociadas de algún modo a los cambios más profundos en la relación del Estado con el mercado y la sociedad. Cinco fueron, entonces, los ejes centrales a través de los cuales se intentó avanzar en la transformación estructural del Estado: 1) privatización; 2) desregulación; 3) organización y gestión de las funciones estatales; 4) readecuación de los recursos humanos; y 5) desburocratización. Mientras los dos primeros corresponden a la relación del Estado con su entorno socioeconómico, los tres restantes se vinculan a los aspectos internos del aparato estatal. A poco de asumir el gobierno, en julio de 1989, Menem se propuso impulsar una serie de medidas que constituyeron el marco de la reforma del Estado. Como se observó, éstas se concibieron de acuerdo al diagnóstico de las problemáticas que el gobierno consideraba como causales de la crisis por la que atravesaban la economía y el Estado en la Argentina. Dos pilares sirvieron de base para la puesta en marcha del proceso de transformación: la Ley N° 23.696 de Reforma del Estado y la Ley N° 23.697 de Emergencia Económica. Mediante la primera se declaró en emergencia administrativa a todos los organismos dependientes del Estado Nacional y se normó acerca de las privatizaciones y participación del capital privado, estableciéndose una metodología para declarar sujetos de 8 VII Congreso Internacional del CLAD sobre la Reforma del Estado y de la Administración Pública, Lisboa, Portugal, 8-11 Oct. 2002 privatización a prácticamente todas las empresas y entes del Estado nacional. Al mismo tiempo se modificó la legislación sobre el régimen de concesiones para la explotación de servicios públicos. La segunda normativa suspendió una serie de subsidios y subvenciones que afectaban al Tesoro Nacional y determinó restricciones importantes a los hasta ese momento vigentes regímenes de promoción industrial y minera. En lo relativo a la estructura administrativa y los recursos humanos, las medidas señaladas iniciaron un camino de reformulación del aparato estatal a través de la supresión y fusión de numerosas agencias públicas, el consecuente pase a disponibilidad del personal dependiente de las mismas, y el otorgamiento al Poder Ejecutivo de potestades en lo referente a la fijación de los salarios para los empleados públicos. En particular, la ley de emergencia económica obstaculizó cualquier nueva contratación dentro de la administración pública nacional, los organismos estatales y los servicios públicos. Asimismo otorgó facultades al presidente para despedir a aquellos agentes que no habían sido incorporados a través de concursos y que ocupaban los más altos cargos dentro de la función pública. En este sentido, y como afirma Domeniconi (actor clave en esta primera etapa del proceso de reforma burocrática), la declaración de estado de emergencia en el plano económico y administrativo, permitió dotar al poder ejecutivo de las facultades que se requerían para dominar dicha emergencia: “Sobre las bases de estas facultades expresamente delegadas por el parlamento, el gobierno adoptó gran parte de las reformas administrativas y económicas” (1996:15)10. A las medidas ya citadas se sumaron, durante el año 1990, un conjunto de decretos que conformaron lo que luego se conoció como Programa de Reforma Administrativa (PRA) y que contaba con el activo respaldo del Banco Mundial. Estas medidas, orientadas básicamente a las transformaciones de la administración pública, se propusieron actuar principalmente sobre dos dimensiones: por un lado, en la modificación de las estructuras funcionales de la administración central y descentralizada; y por el otro, en la adecuación de la planta de personal que conformaba la burocracia estatal. Entre los objetivos explícitos del programa de reforma, el cual era gerenciado por un pequeño equipo muy capacitado y que contaba con el explícito apoyo del Presidente Menem y de González, Ministro de Economía, se encontraban los de alcanzar un importante ahorro en gasto público, modernizar los métodos sobre los que se sustentaban las prestaciones del Estado e incrementar la eficiencia de las áreas responsables de la recaudación fiscal y la administración del gasto. La consecución de estos objetivos se concebía como imprescindible para afrontar la crisis fiscal en la que se encontraba inmerso el Estado para así alcanzar las metas propuestas por la política de estabilización. En este sentido, el recorte de la planta de personal de la burocracia estatal se concebía como uno de los mecanismos más relevantes para la reducción del presupuesto gubernamental y para avanzar en ello fue estratégica la relación que los responsables del PRA tuvieron con UPCN, el sindicato estatal más poderoso, que así logró introducir algunas de sus preocupaciones en la agenda de reformas.11 El Programa de Reforma Administrativa proponía llevar la dotación de personal de la Administración Nacional de los 334.000 cargos existentes a abril de 1990 a 214.000 cargos a fines de 1992 (120.000 cargos menos) alcanzando una reducción del orden del 30%. Cabe destacar que en estas cifras no se contabiliza el personal estatal dependiente de las empresas estatales, y que quedó comprendido dentro del programa de privatizaciones. A partir de estas reformas se esperaba una reducción del déficit fiscal de aproximadamente 518 y 572 millones de dólares en 1992 y 1993 10 De esta manera la utilización de decretos de necesidad y urgencia como mecanismo para la instrumentación de la reforma constituye otro de los puntos que debe ser considerado para entender el estilo de gestión predominante en la Argentina durante la década del noventa. La elección de esta vía implicó la supresión de las instancias naturales de discusión y negociación dentro del ámbito legislativo. Grassi (2001) señala al respecto que los decretos de necesidad y urgencia pretendían por un lado, un efecto ejemplificador de los alcances de la voluntad y capacidad para llevar adelante las reformas, y por otra parte, un efecto demostrativo de lo que debería quedar fuera de la discusión, de lo que no admitía dilaciones, propias del juego político. 11 Como por ejemplo, el tema de la Obra Social. 9 VII Congreso Internacional del CLAD sobre la Reforma del Estado y de la Administración Pública, Lisboa, Portugal, 8-11 Oct. 2002 respectivamente tomando a junio de 1990 como punto de partida (CLAD, 1995). Tres fueron los decretos más relevantes que le dieron contenido y materialidad a las leyes marco: el primero de ellos (Decreto 435/90), también conocido como decreto de Reordenamiento del Estado, actuó principalmente sobre el organigrama vigente y limitó en 32 la cantidad total de Secretarías dependientes de los Ministerios. De este modo se determinó la eliminación de más de 150 Secretarías y más de 100 Subsecretarías, suprimiendo al mismo tiempo los cargos políticos asociados a las estructuras anuladas. Asimismo se estableció el congelamiento de todas las vacantes de la administración central y descentralizada y la jubilación del personal en condiciones de retirarse (Fontdevilla, 1992). La segunda de las normativas (Decreto 1482/90) aprobó el régimen general para la elaboración, tramitación y financiamiento de las estructuras organizacionales de la Administración Pública Nacional al tiempo que fijó en un máximo de 184 la cantidad de Direcciones Nacionales para las diversas jurisdicciones ministeriales. Por medio de este decreto se crearon Comisiones de Supervisión de los Resultados encargadas de la elaboración de informes técnicos sobre los plazos y estado de cumplimiento de las acciones y se determinó, además, que cada jurisdicción tendría a su cargo la elaboración de un proyecto de reorganización de sus estructuras. La tercera disposición, en tanto instrumento para acelerar la reforma estatal (Decreto 1757/90), dio nacimiento al Comité Ejecutivo de Contralor de la Reforma Administrativa (CECRA) en el ámbito del Ministerio de Economía12. A este organismo se le asignó la responsabilidad de comandar el proceso de reforma administrativa, teniendo a su cargo la reorganización de la estructura orgánica y funcional de la administración pública central y descentralizada y determinar la magnitud de las reducciones en las dotaciones de personal. Dicho Comité, presidido por el Ministro de Economía, incluía a los siguientes integrantes: a) por la presidencia de la Nación: Secretario General, Secretario Legal y Técnico y Secretario de la Función Pública; b) por el Ministerio de Economía: el subsecretario de Economía, el subsecretario de Hacienda, el subsecretario de Coordinación administrativa y técnica. (CLAD, 1995). La creación del CECRA implicó una profunda concentración de poder en el Ministerio de Economía, y principalmente en la Secretaría de Coordinación Técnica y Administrativa. De esta manera, el CECRA jugó un papel importante en tanto fue el espacio en donde se entablaron las negociaciones y luchas con los sindicatos que representaban a los trabajadores del Estado: UPCN, el sindicato de trabajadores estatales aliado al gobierno, y ATE, sindicato de trabajadores estatales con un perfil opositor. El primero de ellos finalmente adhirió a la reforma implementada por el gobierno, y en contrapartida de su apoyo logró una participación dentro del CECRA en carácter de miembro externo, ampliando las posibilidades de influir en los próximos pasos de las políticas de recursos humanos del sector público. Además de los actores ya mencionados, en el CECRA participaron el Banco Mundial y el BID13, como así también hombres de negocios que, a través de la Fundación Empresaria para la Modernización del Estado, financiaron esta primera fase de la reforma14. El programa de reformas se consensuó, también, con los economistas más cercanos a los grupos empresarios, los que avalaron los principales ejes propuestos por el gobierno en esta materia15. Asimismo, la concentración de las facultades reformistas en el CECRA supuso un intento por 12 Se trató de una idea ya desarrollada a finales de los años cincuenta por el Presidente Frondizi, quien creó el CEPRA (Comisión Ejecutiva del Plan de Racionalización y Austeridad). Fueron los técnicos de planta del Ministerio de Economía los que le recomendaron a los nuevos funcionarios la puesta en marcha de una instancia de este tipo. 13 Entre el BM y el BID concedieron un crédito de 650 millones de dólares para financiar el programa y los consultores del Ministerio de Economía que trabajaban en el CECRA. Debe destacarse de este modo el importante papel que ambos organismos tuvieron en la definición de las líneas de acción de los programas reformistas y las aceitadas relaciones que se establecieron entre los funcionarios del CECRA y las entidades de crédito internacional. 14 Esta fundación, integrada por un grupo de empresarios del sector privado proporcionó recursos para financiar la instrumentación de un conjunto de operaciones técnicas y gerenciales para la ejecución del programa de reforma administrativa. Asimismo contrató los servicios de tres empresas consultoras internacionales (Arthur Andersen y Cía., Egon Zehnder Int. Mc Kinsey & Co.) y las puso a disposición del CECRA. 15 Se obtuvo dicho apoyo a través de la discusión y el debate en un seminario cerrado, auspiciado por el Banco Mundial. 10 VII Congreso Internacional del CLAD sobre la Reforma del Estado y de la Administración Pública, Lisboa, Portugal, 8-11 Oct. 2002 desactivar cualquier posible disidencia con las propias agencias del Estado que pudiesen resultar perdedoras con las políticas de transformación. Esta concentración obedeció a la intención de acumular poder en la toma de decisiones para operar la reforma de manera unilateral y excluyente. Los dos factores mencionados dieron lugar de este modo a un marco que protegió al programa de las presiones tanto extra-burocráticas como intra-burocráticas. En noviembre de ese año y para completar el esfuerzo realizado en la materia, se dictó el Decreto (2476/90) sobre Racionalización del Estado, a través del cual se fijaron las pautas para la modificación de estructuras funcionales y la reducción de la planta de personal. En diciembre de 1991 la nueva Ley de Ministerios estableció la fusión de los Ministerios de Economía y Obras y Servicios Públicos y la división del antiguo Ministerio de Educación y Justicia, estructura de la que surgieron el Ministerio de Educación y Cultura, por un lado y el Ministerio de Justicia, por el otro. A partir de la normativa descripta, se dispuso la caducidad de la totalidad de los organigramas de la Administración y se asignó a la Subsecretaría de Economía del Ministerio de Economía la responsabilidad de elaborar en 90 días, con la posterior aprobación del CECRA, un proyecto de nueva estructura. Con este objetivo se estableció la creación en cada dependencia de Comisiones de Reforma Administrativa, encargadas de elaborar los proyectos de reformulación de las estructuras administrativas. Como medidas anexas se contemplaba además la transferencia de dependencias a las provincias, así como la reestructuración, privatización y/o disolución de los organismos de cuentas especiales y descentralizados encargados de la regulación de mercados de productos regionales. En lo referido a los Recursos Humanos, la normativa de esta primera fase de la reforma del aparato estatal tuvo distintas aristas, de importancia variable. Se implantó un régimen de jornada reducida, se estableció la jubilación anticipada, el cese de las comisiones de servicios, la caducidad de las plantas transitorias, un régimen de retiro voluntario y la obligatoriedad de disminuir por vía de la disponibilidad, un 34% de las plantas de personal permanente de cada jurisdicción. En términos generales se generaron dos niveles de acción: a nivel general el CECRA fijó las metas de reducción de personal por conjuntos de organismos, y a nivel micro, las autoridades de cada organismo establecieron las dotaciones de personal entre sus unidades de acuerdo a pautas organizativas comunes fijadas por el Comité de Reforma. La aplicación de las medidas mencionadas implicó, según datos gubernamentales, que durante 1991 se produjeran un total de 63.257 bajas (11% de la administración central y descentralizada), correspondiendo la más importante porción de las mismas a las operadas por retiro voluntario (36,3%), cese de la planta transitoria (32,3%) y jubilaciones anticipadas (19,9%) (Fontdevilla, 1992). Para el personal pasado a disponibilidad se propuso una fórmula que luego sería recurrente y poco exitosa: instrumentar un programa de reconversión laboral16. Paralelamente, ciertas medidas buscaron operar en la recomposición de parte de la dotación del personal público a través de la jerarquización y fortalecimiento de la carrera burocrática. En mayo de 1991 se establece el Sistema Nacional de Profesionalización Administrativa (SINAPA). Este instrumento, regulado por los decretos 993/91 y 994/91, contrajo el escalafón previo, de 24 niveles, a un total de 6. En cada uno de estos se discrimina la antigüedad en la categoría correspondiente, fomentándose la cobertura de vacantes por concurso así como la evaluación periódica de desempeño. Según la normativa, los principios básicos que estructuran el SINAPA son los siguientes: 1) la posición en el escalafón guarda necesariamente relación con la jerarquía de las funciones asignadas; 2) la 16 En 1991 se propone un plan de reconversión laboral como uno de los aspectos complementarios del Programa de Reforma Administrativa. Este plan o subprograma como se llamó, involucraba al personal que quedaba desafectado de la APN como consecuencia del ajuste. Comprendía tres áreas principales: 1) Inserción laboral en el sector privado, basada en el desarrollo de incentivos a las empresas que tomen personal proveniente del sector público de la reforma; 2) Generación de empleos alternativos, concebida como el otorgamiento de subsidios y asistencia técnica para la conformación de microempresas productivas o de servicios; 3) Reinserción de un conjunto delimitado de agentes disponibles en organismos del Estado en proceso de fortalecimiento institucional, en especial los de recaudación, con el prerrequisito de un proceso intenso de capacitación. (CLAD, 1995) 11 VII Congreso Internacional del CLAD sobre la Reforma del Estado y de la Administración Pública, Lisboa, Portugal, 8-11 Oct. 2002 movilidad en la carrera está vinculada al mérito, a la idoneidad y a la capacitación; 3) tanto el ingreso como la promoción a niveles de mayor responsabilidad, están determinados por estrictos mecanismos selectivos; 4) supone la conformación de cuadros superiores altamente profesionalizados, adecuados a las exigencias de una administración eficiente; 5) un sistema de capacitación, perfeccionamiento y actualización permanente; y 6) régimen de retribuciones e incentivos que guardan relación con las tareas desempeñadas y el nivel asignado17. En lo que refiere a la formación de cuadros profesionales de alto nivel, el gobierno de Menem continuó en un principio (y luego descontinuó) con la experiencia que, bajo la responsabilidad del INAP, implicó la formación de Administradores Gubernamentales. Asimismo, desde el Ministerio de Economía, Cavallo promovió la articulación con diversos centros de altos estudios para la formación de Economistas de Gobierno18. Respecto a cambios en los Procedimientos Administrativos, por un lado se avanzó en una creciente terciarización de servicios19; por el otro, en lo que representó un cambio significativo, en 1992 se dictó la Ley N° 24.156 de Administración Financiera y Sistemas de Control del Sector Público, que entre otras cuestiones sentó las bases para avanzar en la gestión por resultados (cfr. Rodríguez Larreta y Repetto, 2000). Como se ha señalado, el Programa de Reforma Administrativa impulsado en 1990 se propuso entre sus objetivos explícitos modificar la estructura de la organización interna del Estado, así como transformar y modernizar sus métodos y funcionamiento. Sin embargo, y en el marco de una profunda reforma de la relación entre el Estado y el entorno socioeconómico, los esfuerzos estuvieron más bien guiados por una política de recorte presupuestario llevada a cabo principalmente a través de la reducción de la planta de personal estatal. Junto con la privatización de las empresas públicas y la supresión de los contratos en el sector público, la reforma administrativa constituyó el núcleo central del paquete diseñado para controlar el gasto. Ghio y Etchemendi (1998) destacan la coincidencia entre la finalización de la primera etapa de reformas y la consolidación de los primeros resultados alentadores del plan económico. De acuerdo a estos autores el ímpetu reformista en materia del aparato burocrático duró solamente un año y medio. Cuando el gobierno lanzó una nueva ola de privatizaciones en 1992 la reforma administrativa había llegado a su término y ya Cavallo como Ministro de Economía había “bajado el perfil” a los cambios en el aparato burocrático20. En este sentido, las transformaciones más profundas y los recortes presupuestarios más extremos se dieron en el marco de una crisis económica y social nunca antes experimentada por la sociedad argentina. Pasado ese período y recuperada la estabilidad las reformas en la Administración Pública tendieron a desacelerarse21. 17 Con respecto a la formación, entrenamiento, perfeccionamiento y actualización del Personal, era el INAP (Instituto Nacional de la Administración Pública) el que tendría la responsabilidad sobre estos aspectos, para lo cual hacia 1990 fortaleció su dotación y sus recursos económicos. Estas funciones se establecían a través del Sistema Nacional de Capacitación, de acuerdo a las temáticas que definía la Secretaría de la Función Pública. Asimismo, se encargaba de dirigir los Cursos de Alta Gerencia y de Formación Superior. Con respecto a los restantes niveles, las exigencias de capacitación eran definidas por el Secretario de la Función Pública con participación del INAP, incluyendo las equivalencias de los cursos realizados por los Agentes en otros organismos nacionales o del exterior, públicos o privados. En lo que refiere al sistema de remuneración, el mismo se componía de: a) una asignación básica del nivel; b) adicionales, de acuerdo al grado y a la capacitación; y c) suplementos, determinados por zona, función ejecutiva y función específica. 18 A esto debe agregársele la tarea de larga tradición desarrolla por el Ministerio de Relaciones Exteriores y Cultos, en el sentido de formar sus propios funcionarios de carrera. 19 Se estableció la contratación de empresas para la provisión de servicios no esenciales tales como liquidación de haberes, control de horarios de ingreso y egreso del personal, apoyo técnico para la valorización y control de calidad de mercancías de la Administración Nacional de Aduanas y mantenimiento y limpieza de edificios del sector público, determinando la eliminación de aquellas oficinas estatales encargadas hasta el momento de dichas tareas. 20 Por entonces el Programa de Reforma Administrativa había dividido sus tareas entre el Ministerio de Economía y la Secretaría de Función Pública, que recuperaba un cierto protagonismo en la materia. 21 Esta modalidad de “enganchar” la reforma administrativa a transformaciones de carácter macro han sido identificadas por Ross Schneider como “reformas parasitarias”, al afirmar: “Dada (...) la debilidad de las coaliciones a favor de la reforma, o 12 VII Congreso Internacional del CLAD sobre la Reforma del Estado y de la Administración Pública, Lisboa, Portugal, 8-11 Oct. 2002 De este modo, la evolución del organigrama de la administración central demuestra, por un lado, la incompleta aplicación de las medidas que establecieron límites para la cantidad de unidades correspondientes a las categorías Secretaría, Subsecretaría y Dirección Nacional22; asimismo, los mayores esfuerzos de modernización estuvieron focalizados en los organismos ligados con el manejo de la economía y la recaudación de impuestos. En relación con el aparato administrativo no asociado directamente a las cuestiones macroeconómicas, pueden apuntarse cuanto menos dos comentarios. Por un lado, los objetivos propuestos en términos de descentralización, carrera funcionarial o desburocratización se fueron debilitando progresivamente, a medida que se lograban avances en el terreno de la macroeconomía. Por otra parte, la aplicación de una reforma descoordinada y discontinua, por áreas y a niveles micro, anuló el pretendido objetivo de integralidad que afirmaba otorgarle lógica y racionalidad al proceso global de reforma de la burocracia (como parte de un proceso más amplio de reforma del Estado). Asimismo, a pesar que el programa de reforma administrativa se proponía fomentar medidas orientadas a la profesionalización, la capacitación, y la introducción de mecanismos tendientes a conformar un servicio civil coherente, así como al mejoramiento de los procedimientos administrativos, en la práctica la reducción de personal y el recorte presupuestarios se impusieron como las líneas de acción más relevantes y en las que mayores impactos se alcanzaron en esta primera etapa. En relación al SINAPA, las restricciones y los procesos de selección han sido en muchos casos burlados a partir de la contratación de personal temporario. A las normativas existentes se sumó a partir de 1995 el Decreto 92/95 que permitió la contratación de personal a partir de la figura de “locación de servicios”, mecanismo que ha sido extensamente utilizado para la contratación de consultorías (Oszlak, 1997). Las reducciones más importantes experimentadas en la planta de personal de la Administración Pública Nacional obedecieron principalmente a los procesos de privatización de las empresas estatales y a la transferencia a las provincias de los servicios educativos y hospitalarios hasta ese momento bajo dependencia del gobierno nacional23. Según señala Domeniconi (1996) el total del personal civil de la Administración Nacional se redujo en casi un 50% entre abril de 1990 y diciembre de 1992 pasando de cerca de 670.000 cargos en el principio del período a 364.000 al final. La privatización de empresas públicas desempeñó un rol clave en dicha reducción, no obstante, cabe acotar también el impacto de los programas de retiro voluntario y la jubilación anticipada. La reforma administrativa tendió entonces a oscilar entre dos puntos: grandes reformas intensas en períodos relativamente cortos de tiempo y politización y revisión de las mismas luego de su fase inicial. De este modo “aparece como una política urgente y necesaria en el contexto del estado de emergencia más su implementación se torna políticamente difícil una vez que las presiones por la crisis económica desaparecen” (Ghio y Etchemendi, 1998:50). La vuelta la normalidad económica implicó, por lo tanto, el retorno del juego político bajo viejas reglas, y consecuentemente, la reversión de algunas de las medidas tomadas en el marco de la emergencia financiera. más bien de las coaliciones latentes, no puede ser motivo de sorpresa encontrar, en la práctica, que las reformas exitosas a menudo se presentan empaquetadas en otros programas más amplios de reforma económica o política” (2001:15). 22 Al analizar los intentos reformistas, actores claves en la promoción de reformas pro-mercado, como FIEL y el Consejo Empresario Argentino, manifiestan su preocupación en el sentido de que la reforma administrativa rápidamente perdió lugar en la agenda de prioridades del gobierno, y sostienen: “Luego de haberse racionalizado los organigramas ministeriales, suprimiéndose las Secretarías de Estado y disminuyendo el número de Subsecretarías y Direcciones, a partir de 1992 se volvieron a recrear nuevos órganos, retrocediéndose en lo logrado” (1995:1). Tal como queda evidenciado, la reducción sólo operó de manera parcial. El máximo establecido por el Decreto 435/90 no fue respetado, y la dinámica operada a partir del año 1991 generó un nuevo sobredimensionamiento estatal. 23 Según señala Orlansky (1995) la transferencia no implicó en términos estrictos una reducción del personal correspondiente a la administración pública sino más bien un traspaso de dependencia: de la Administración Pública Nacional a las administraciones provinciales. Estas situación parece haber constituido uno de los factores que profundizaron el proceso de deterioro de la situación de las finanzas públicas de numerosas provincias y la consolidación de prácticas clientelísticas por parte de las autoridades locales. 13 VII Congreso Internacional del CLAD sobre la Reforma del Estado y de la Administración Pública, Lisboa, Portugal, 8-11 Oct. 2002 Hacia mediados de los años noventa, realizada la parte más profunda de la transformación de la relación del Estado con el entorno socio-económico, quedaban al descubierto una serie de inconvenientes en el funcionamiento administrativo, las cuales habrían de operar como bases y fundamentos para que nuevos intentos reformistas cobrasen relativa y coyuntural fuerza: a) superposición de competencias similares en unidades organizacionales diferentes; b) agencias burocráticas con límites escasamente definidos en su intervención; c) proliferación de disfuncionalidades internas producto del propio diseño organizacional y normativo inadecuado; d) funciones transferibles, no ejecutadas en la primera reforma; y e) conflicto asociado a las ambigüedades y ausencias de la regulación, que media la relación entre las empresas prestadoras monopólicas y los usuarios-consumidores (Bozzo et al, 1997). La denominada “Segunda Reforma del Estado” comenzó a gestarse hacia fines de 1994. Y aunque trató de ser profundizada durante 1995, por cuestiones de coyuntura económica (como el efecto Tequila), el déficit del Sector Público y el no crecimiento de la recaudación impositiva, se estancó en su diseño e implementación. Por los aspectos indicados, más otra serie de factores políticos coyunturales, es que dicha reforma logró ser puesta en marcha recién a principios de 1996. En esa ocasión ya no sería el Ministerio de Economía la agencia que conduciría el cambio sino la Jefatura de Gabinete, directamente relacionada con la figura del presidente24. A través del Decreto N° 558/96 se creó la Unidad de Reforma y Modernización del Estado (URME), designándose a su cargo al Secretario Estratégico de la Jefatura de Gabinete. Según describen Orlansky y Gómez (2000:6), las funciones que tenía dicha Unidad eran las siguientes: 1) Diseñar los cursos de acción para la culminación de la primera etapa del Programa de Reforma y elaborar el Programa de Modernización del Estado; 2) Coordinar, efectuar el seguimiento y controlar las acciones relativas a la reforma y modernización del Estado que se desarrollen en todos los Ministerios, Secretarías de la Presidencia de la Nación y Organismos centralizados o descentralizados de la Administración Pública Nacional; 3) Coordinar, efectuar el seguimiento y controlar los Programas de Fortalecimiento Institucional en ejecución o a ejecutarse, cualquiera fuera su forma de financiamiento y procurando su alineamiento con el programa de reforma; 4) Recabar la información que considere necesaria a efectos de cumplimentar sus funciones, la que deberá ser suministrada obligatoriamente por los organismos de la Administración Pública Nacional, centralizada y descentralizada; 5) Informar, cada 30 días, al Poder Ejecutivo Nacional, a través del señor Jefe de Gabinete de Ministros, acerca del desarrollo del programa de reforma y los desvíos que se observan en su cumplimiento; 6) Colaborar con las Provincias en sus procesos de Reforma y Modernización del Estado coordinando las acciones de las jurisdicciones y entidades del Poder Ejecutivo Nacional. Haciendo un diagnóstico sobre el aparato organizacional sobre el que operaría este nuevo intento de reforma, Oszlak sostuvo oportunamente: “Con esta norma se intenta reparar algo que creó el propio Gobierno. Hagamos un poco de historia. A comienzos de 1991 se redujo a 65 el número total de 24 La Jefatura de Gabinete, cuyo responsable debería ejercer como ministro coordinador, fue una de las innovaciones institucionales introducidas en la Reforma Constitucional de 1994, resultado de la negociación entre la coalición gobernante (Justicialismo) y el partido opositor más importante (Radicalismo). Sus atribuciones, establecidas en el artículo 100 de la nueva Constitución Nacional, incluyeron todas aquellas funciones referidas a la administración general de los asuntos del Estado tales como: nombrar a los empleados de la administración, enviar la ley de ministerios y de presupuesto con previo tratamiento y acuerdo del gabinete y aprobación del ejecutivo, refrendar los decretos que ejercen facultades delegadas por el Congreso, hacer recaudar las rentas de la Nación y ejecutar la ley de Presupuesto, coordinar las reuniones de gabinete y presidirlas en caso de ausencia del presidente, ejercer las funciones que le delegue el Presidente y en acuerdo del gabinete resolver sobre las materias que le indique el Poder Ejecutivo o por su propia decisión, en aquellas que por su importancia estime necesario, en el ámbito de su competencia. En el artículo 101, se precisaron las funciones del Jefe de Gabinete frente al Congreso, donde debe concurrir al menos una vez al mes alternativamente a cada una de sus Cámaras para informar sobre la marcha del gobierno. Asimismo, la norma estableció que el Congreso puede removerlo de su cargo con el voto de la mayoría absoluta de los miembros de cada Cámara, aunque la elección del reemplazante es función del Presidente de la Nación. 14 VII Congreso Internacional del CLAD sobre la Reforma del Estado y de la Administración Pública, Lisboa, Portugal, 8-11 Oct. 2002 secretarías y subsecretarías del gobierno nacional, limitándose severamente la cantidad de unidades de menor nivel. Cinco años despues y luego de otros intentos “racionalizadores”, los ocho ministerios existentes se repartían una cifra record de 189 Secretarías y Subsecretarías. Con la medida recién adoptada, todavía subsistirán 119 unidades de estos niveles, casi el doble de las existentes en 1991 (Clarín, 16/07/96). Ese crecimiento del aparato estatal durante la primera mitad de los noventa desnuda el modo en que las presiones políticas fueron imponiéndose, en detrimento de ciertos lineamientos básicos de racionalidad administrativa y control político-ciudadano sobre la burocracia. ¿Lograría la “Segunda Reforma” modificar esa tendencia? En un intento por racionalizar esta nueva etapa en el proceso de reformas, el Poder Ejecutivo dictó durante 1996 otros dos decretos muy importantes que enfatizaban el papel de la Jefatura de Gabinete. Ante la falta de cumplimiento de lo estipulado en el indicado Decreto N° 558, que establecía la obligatoriedad de los organismos de presentar a la URME autoproyectos de reforma administrativa, mediante el Decreto N° 660 el Poder Ejecutivo definió “la composición de la Administración Pública Nacional hasta el nivel de las Subsecretarías, estableciendo, asimismo, los objetivos y competencias de cada unidad y explicitando las transferencias, fusiones y supresiones que deberían llevarse adelante en vías de la reorganización administrativa” (Orlansky y Gómez, 2000:6). A su vez, por medio de otro Decreto, el N° 928/96, se exigió a los organismos descentralizados la elaboración de un plan estratégico que abarcase la redefinición de la misión del organismo así como la definición de un modelo de gestión que incluya estrategia y objetivos. Sin embargo, estos esfuerzos no condujeron a resultados positivos, tal como señala Rodríguez Larreta (h): “Los intentos del Poder Ejecutivo por obligar a los organismos a definir una estrategia y adaptarla a una estrategia global han sido vanos y quedaron sólo en un plano formal” (1997:18)25. En resumen, las circunstancias que dieron lugar a la “Segunda Reforma del Estado” condicionaron los alcances de las políticas que habrían de implementarla. Asimismo, si bien la misma declaró proponerse modificar los problemas más estructurales que durante la primera reforma no había logrado resolver (fundamentalmente, lo referido a la reconversión, racionalización, calificación del personal, mayor eficiencia del gasto y mejor calidad de los servicios brindados por la administración nacional) también volvió a fracasar en su intento. Ya a finales de 1996, es decir, a muy poco de iniciarse, la “Segunda Reforma del Estado” había sido extraoficialmente abandonada. En ese marco, la evolución de las estructuras orgánico-funcionales siguió durante este período una lógica expansiva ya experimentada durante la primera mitad de los noventa. La reducción originada por el decreto 660/96 resultó rápidamente revertida y a finales del segundo mandato de Menem el número existente de Secretarías y Subsecretarías excedía al constatado en febrero de 199026. De esta manera, los constantes movimientos de retracción y aumento tanto de las estructuras organizativas como de las plantas de personal27, así como la expansión irracional de normas administrativas fueron características en este período. Cabe referir que durante los últimos años los actores del Estado argentino trataron de resolver las restricciones que el ajuste le ponía a la expansión de la planta de personal administrativo de diversas formas. Oszlak (1997) identifica cuatro maneras a partir de las cuales se ha intentado introducir reformas dirigidas a mejorar la calidad. Cada una se ha intentado sustentar en una particular forma de entender cual sería el agente del cambio. Estas formas se han concentrado sus esfuerzos entonces en 25 En un sentido similar se expresa Novaro: “Desde 1997 hasta la fecha la URME permaneció relativamente inactiva (de hecho el equipo a cargo fue reducido drásticamente de 20 personas a 5) y se avanzó mucho más fragmentariamente. Ello se debió a que, una vez que quedó atrás la emergencia fiscal no existieron incentivos para sostener el programa de reformas, y disminuyó drásticamente la capacidad de la Jefatura, y de la URME en particular, para intervenir sobre los Ministerios y demás áreas de la gestión y sostener las políticas de racionalización” (1999: 18). 26 En efecto, mientras que en Febrero de 1990, existían 47 Secretarías y 97 Subsecretarías, en diciembre de 1998 las mismas ascendían a 52 y 113 respectivamente. 27 Para este punto ver Orlansky (1997). 15 VII Congreso Internacional del CLAD sobre la Reforma del Estado y de la Administración Pública, Lisboa, Portugal, 8-11 Oct. 2002 consolidar: 1) un conjunto de cargo claves, 2) un cuerpo de elite, 3) la carrera administrativa, 4) una red paralela de consultores financiados por créditos internacionales. La primera de las iniciativas se tradujo en el Régimen de Cargos con Función Ejecutiva, la segunda implicó la creación del Cuerpo de Administradores Gubernamentales, basado en el modelo de la ENA francesa. La tercera dio nacimiento al SINAPA28 y la última supuso un constante crecimiento de la planta de consultores29. II.2.- La reforma administrativa en el gobierno de la Alianza (1999-2001) Como quedó en evidencia en el desarrollo previo, al finalizar el segundo mandato de Menem la reforma administrativa del aparato estatal se encontraba a mitad de camino, fruto del proceso que pasó del impulso de inicios de los noventa al posterior desdibujamiento a lo largo de dicha década. Por otro lado, en el marco de un cambio de gobierno que coincidió en el tiempo con un reverdecer de la preocupación por contar con un Estado que ayudase a motorizar el desarrollo, la dirigencia política comenzó a reconocer la importancia de contar con un Estado capacitado para afrontar los desafíos de crecimiento económico e integración social (lo que en sí representaba una cierta ruptura con el discurso de gran parte de los noventa). ¿Las declaraciones de buenas intenciones se materializaron en la práctica? Desde un inicio, el gobierno encabezado por Fernando De la Rua proclamó a la reforma administrativa como uno de sus ejes programáticos30. No obstante ese discurso, la propuesta aliancista no ponía en cuestión las más estructurales reformas del Estado en su relación con el sistema socioeconómico, sino que apuntaba básicamente a la generación de transformaciones internas al aparato burocrático tendientes a mejorar la transparencia y la eficiencia del Estado. El primer acercamiento de la nueva administración hacia las estructuras del Estado intentó dar cuenta del cuadro de situación. En este marco, el equipo coordinado por Jorge De la Rúa -con la asistencia técnica del radical Héctor Rodríguez y el frepasista Marcos Makón- trabajó durante el período de transición en un documento reservado acerca de la estructura administrativa para el nuevo gobierno nacional, así como sobre las distintas opciones para su transformación Los puntos destacados de este documento mostraban las problemáticas que el nuevo gobierno heredaría y, por supuesto, debía enfrentar. En primer lugar, se destacaba la impresionante dimensión 28 Las dificultades fiscales dificultaron el ascenso de los funcionarios burocráticos, aún cuando estos cumpliesen con los requisitos de capacitación y desempeño previstos en el SINAPA. De este modo, las reformas administrativas ligadas a los recursos humanos seguían sin afectar virtuosamente su desempeño. Asimismo, en lo que respecta a las condiciones laborales para el personal permanente, hacia finales de 1998 e inicios de 1999 el gobierno de Menem avanzó en la formulación del Convenio Colectivo, el cual fue avalado por el Estado y el sindicato de empleados públicos más cercano al gobierno, UPCN (el otro sindicato importante del sector, ATE, lo rechazó sin que por eso pudiera impedir su homologación). En el marco de la nueva normativa, y “con el objetivo de aumentar la productividad del sector público y modernizar la gestión, dos conceptos nuevos para los empleados estatales, fueron introducidos en el Convenio la flexibilidad en la función (polifuncionalidad) y la movilidad en el cargo y geográfica (Orlansky y Gómez, 2000:10). 29 Spiller y Tommasi dan cuenta de los problemas asociados a los recursos humanos del Estado al expresar: “Dado que la estabilidad del empleo público está reconocida en la Constitución, los distintos gobiernos en la Argentina se encontraron con una Administración Pública que, esencialmente, no les respondía. La respuesta eficiente frente a esta ineficiencia burocrática resulta ser el profundizar la politización de la burocracia. Dicha politización tomó en Argentina la forma de altos niveles de patronazgo (en la administración pública central), junto con la creación más reciente de una burocracia temporaria paralela, cristalizada mayormente en organismos y agencias descentralizadas” (1999:53). 30 El planteo de promover transformaciones en pos de un Estado más eficiente y eficaz, que pudiera atender las necesidades de los ciudadanos y que asentado sobre mecanismos de participación y transparencia en la toma de decisiones acerca de los asuntos públicos, ya habían resultado pilares de la plataforma electoral de la fórmula aliancistaEn este sentido, una significativa porción del capital político de la coalición aliancista se había consolidado a partir de denuncias sobre irregularidades en el manejo de los fondos públicos, presuntos enriquecimientos ilícitos de funcionarios gubernamentales, desprolijidades en los procesos licitatorios y de privatización, hasta llegar al planteo más general que consistía en una crítica a un modo de hacer política sustentado en prácticas deshonestas e ilegales. 16 VII Congreso Internacional del CLAD sobre la Reforma del Estado y de la Administración Pública, Lisboa, Portugal, 8-11 Oct. 2002 que habían adquirido los gastos del gobierno nacional durante el segundo mandato de Menem. Se calculaba que los mismos se habían incrementado en un 36,5%, lo que implicaba en números absolutos un total de $3.400 millones de pesos. En algunos casos, como el de la Presidencia de la Nación, el presupuesto registró un incremento del 300% en ese período. Según este análisis, el aumento presupuestario se relacionaba íntimamente con las características y dimensiones de las estructuras administrativas sobre las que se sustentaba el Estado Nacional, dando cuenta de una relación costoeficiencia desventajosa. En el texto del documento se afirmaba que: “…la eficiencia ha sido baja, y los costos resultaron artificialmente inflados por prácticas corruptas y el abandono de las responsabilidades públicas” (Clarín 18/11/99). En el examen del aparato administrativo se detectó la existencia de 53 Secretarías de Estado, 113 Subsecretarías, y 206 Direcciones Generales. Según este documento, 17 de las 53 Secretarías de Estado dependían directamente de la Presidencia de la Nación y, sumadas a los 8 Ministerios y la Jefatura de Gabinete, conformaban la estructura vinculada directamente al Jefe de Estado. Los datos referidos a la evolución de la conducción del Estado, daban cuenta además, de que el aparato burocrático se había visto sometido a dinámicas contrapuestas: una importante serie de recortes, fusiones y reducciones se habían producido durante la primera gestión de Menem, mientras que en el segundo de sus períodos presidenciales la estructura de gobierno se había expandido. Desde 1995, fecha de inicio del segundo mandato, solo 21 Direcciones Generales se habían eliminado, mientras se creaban 6 nuevas Secretarías de la Presidencia y 13 nuevas Subsecretarías. Se afirmaba, entonces, correctamente que el principal problema radicaba en que estas dinámicas de contracción y expansión no habían -en la mayoría de los casos- obedecido a líneas estratégicas de acción, dando como resultado una estructura administrativa profundamente irracional y sin vínculos de coordinación entre las diversas agencias gubernamentales, cuyas tareas y funciones se encontraban muchas veces duplicadas y superpuestas. En suma, parecía que de acuerdo al diagnóstico apuntado y a la serie de planteos electorales de la nueva fuerza gobernante, la reforma administrativa del Estado se encontraría dentro de las prioridades que la administración aliancista tendría que atender. Las propuestas iniciales en relación con estas políticas de transformación se encauzaron en base a dos líneas de acción. Por un lado, se trabajó en una reforma del organigrama que eliminara, fusionara y reconvirtiera las instancias superiores de la administración gubernamental. Por el otro, se planteó la necesidad de desarrollar un plan de reforma más integral, que buscara redefinir procesos y prácticas administrativas a la vez que promoviera instancias de capacitación y profesionalización de los cuadros administrativos del Estado. La propuesta de reorganización del organigrama apuntaba a un drástico achicamiento de la estructura del Estado Nacional, eliminado instancias y cargos políticos. La presentación de la nueva estructura sin duda procuraba generar un doble efecto: por un lado, demostrar la decisión del nuevo gobierno en cuanto a la implementación de reformas; por el otro, reafirmar ante la opinión pública un fuerte compromiso con la austeridad. El conjunto de propuestas en torno a la modificación de la estructura orgánico-funcional se plasmó en la Ley de Ministerios N° 25.233 (modificatoria de la Ley de Ministerios anterior, N° 24.190) sancionada el 10 de diciembre de 1999, y reglamentada por el Decreto N° 20/99 del 13 de diciembre del mismo año. En términos generales, los cambios introducidos por estas normativas pueden sintetizarse de la siguiente manera: en el ámbito de la administración central, si bien se produjo un aumento en el número de Ministerios - de los 8 existentes a 10 y en algunos casos se modificó su nominación-, fue en el nivel de las Secretarías de Estado y Subsecretarías en donde se registró la mayor reducción. De este modo, el gabinete quedó conformado por los Ministerios de: Interior; Relaciones Exteriores, Comercio Internacional y Culto; Defensa; Economía; Infraestructura y Vivienda; Justicia y Derechos Humanos; Educación; Trabajo, Empleo y Formación de Recursos 17 VII Congreso Internacional del CLAD sobre la Reforma del Estado y de la Administración Pública, Lisboa, Portugal, 8-11 Oct. 2002 Humanos; Salud; Desarrollo Social y Medio Ambiente31. Por otra parte, se suprimieron un total de 11 Secretarías, quedando un total de 42. Respecto a las Subsecretarías pasaron de 113 a 58, lo que implicó una disminución del 51%. Asimismo, una serie de normas modificaron el decreto reglamentario mencionado anteriormente a fin de establecer las estructuras organizativas de los Ministerios, así como, las de las Secretarías dependientes de la Presidencia; en tanto, otro grupo de decretos dio cuenta de la creación de diversos Institutos, Comisiones, Consejos y Organismos Nacionales. En lo relativo a los ejecutores de este nuevo intento de reforma administrativa, destaca la coexistencia problemática de dos ámbitos con dicha responsabilidad efectiva, los cuales fueron los encargados de establecer los lineamientos estratégicos para la modernización del Estado elaborando un Plan Nacional basado en diferentes tipos de transformaciones y etapas de concreción. Por un lado, la recientemente creada Secretaría para la Modernización del Estado, dependiente de la Vicepresidencia de la Nación, y por el otro la Subsecretaría de la Gestión Pública (ex Secretaría de la Función Pública), con funciones en el marco de la Jefatura de Gabinete. Cabe destacar que aún cuando constitucionalmente le correspondiese a esta última instancia ser la responsable de la Administración Pública Nacional, en la práctica el desinterés de Terragno (primer Jefe de Gabinete del gobierno de la Alianza) se manifestó en los escasos recursos políticos y humanos que destinó al tema de la reforma administrativa. Un hecho absolutamente impredecible, y que conmocionó el escenario político argentino, dilató la instrumentación del Plan Nacional de Modernización del Estado en el que ambos organismos venían trabajando desde los primeros meses del año 2000. Este suceso fue la renuncia del Vicepresidente de la Nación, Carlos Alvarez, en octubre de ese año como consecuencia de los cambios introducidos en el Gabinete Nacional por el Presidente de la Nación. La fórmula aliancista UCR-FREPASO sufriría entonces el primer quiebre durante su gobierno. A partir de este hecho, la responsabilidad sobre el mencionado Plan pasó formalmente a la órbita de la Jefatura de Gabinete de Ministros -ahora conducida por el radical Colombo- y resultó ser el Vicejefe de Gabinete, Makón (de confianza de Alvarez y que ya lo acompañaba en esta tarea desde la Vicepresidencia), el que efectivamente asumiría la conducción del proceso de reforma. Ahora bien, antes de introducirnos en el análisis del modo en que la volatilidad de la dinámica política afectó el proceso de reforma administrativa, resulta indispensable describir los ejes rectores del mencionado Plan, ya que una porción de ellos formaron parte de las propuestas de reforma que en esta materia llevaría adelante el Poder Ejecutivo, con profundas ideas y vueltas, durante la primera mitad del año 2001. El Plan Nacional de Modernización del Estado retomó algunos aspectos del diagnóstico realizado por la Alianza en la transición previa a ocupar el gobierno, destacando aspectos como un abultado déficit público, la alta evasión impositiva, la ineficiente prestación de servicios sociales básicos, la superposición de funciones y recursos, modelos de gestión más preocupados por el cumplimiento de los procedimientos que por los resultados, la mala atención al público, entre otras cuestiones. Importante atención en estas consideraciones merece el análisis del marco cultural que domina las representaciones, prácticas y rutinas de los actores estatales. A partir de esta aproximación, el Plan se estructuró en base a seis grandes ejes directrices de transformación que, a su vez, buscaban plasmarse en un conjunto de acciones concretas. A saber: 1) el establecimiento de modelos de gestión orientados a resultados basados en sistemas de rendición de cuentas que incrementen la transparencia de la gestión; 2) la eliminación de superposición de funciones, responsabilidades y recursos al interior del Estado; 3) el fortalecimiento de las políticas 31 Debe destacarse en este punto que a septiembre de 2000 sólo se habían aprobado las estructuras organizativas de la mitad de los Ministerios que forman parte del Poder Ejecutivo Nacional, a saber: Defensa, Decreto N° 134/2000; Relaciones Exteriores, Comercio Internacional y Culto, Decreto N° 270/2000; Interior, Decreto N° 489/2000; Trabajo, Empleo y Formación Profesional, Decreto N° 613/2000; Justicia y Derechos Humanos, Decreto N° 624/2000. 18 VII Congreso Internacional del CLAD sobre la Reforma del Estado y de la Administración Pública, Lisboa, Portugal, 8-11 Oct. 2002 entendidas como indelegables del Estado; 4) el fortalecimiento de la capacidad regulatoria del Estado; 5) el fortalecimiento de los organismos de recaudación; y 6) la profundización de los canales de diálogo y participación con la ciudadanía. A fin de ordenar el proceso de implementación, el Plan se propuso orientar el trabajo de acuerdo a un triple enfoque de abordaje: acciones de tipo vertical, acciones de tipo horizontal y transformaciones estructurales. Las acciones verticales se relacionaban con la optimización de la gestión en cada una de las organizaciones estatales. Las acciones horizontales referían a aquellos “sistemas” que atraviesan a toda la administración pública en sus modalidades de gestión. Finalmente, las transformaciones estructurales se orientaban a generar profundos cambios a fin de lograr transformaciones sustanciales en el funcionamiento del aparato estatal32. Al tiempo que se planteaban estas líneas de acción para promover una nueva fase de la reforma administrativa, hacia mediados del año 2000 el gobierno nacional tomó la decisión de realizar un ajuste importante en el presupuesto nacional a partir de la reducción en las retribuciones del personal del Sector Público Nacional, tanto en los agentes permanentes como en los contratados. Esta medida sin duda generó como resultado el endurecimiento de las posturas confrontativas de los agentes estatales, privando al gobierno del apoyo de un actor que debería funcionar como aliado en la implementación de cualquier programa de reformas de este tipo. Por otro lado, también generó fuertes resistencias por parte de la oposición, en particular de parte del peronismo. Este ajuste presupuestario intentó justificarse esgrimiendo que la grave situación financiera por la que atravesaba el sector público hacia inevitable adoptar severas medidas de aplicación “excepcional” y de resultados inmediatos a efectos de adecuar el déficit fiscal al límite impuesto en la Ley N° 25.152 de Responsabilidad Fiscal. Se había reinstalado la idea de que la reforma administrativa sólo podía estar asociada a la necesidad de un nuevo ajuste fiscal. En este marco, el recurso de los retiros voluntarios volvió a afectar la calidad de los recursos humanos con los que contaba el aparato administrativo en el nivel nacional33. Teniendo en cuenta el historial de las reformas administrativas y los objetivos casi estrictamente fiscales que expresaron las políticas del gobierno aliancista durante esta etapa, aquella voluntad política esgrimida durante la campaña electoral que apelaba a transformar las ineficientes e inequitativas estructuras burocráticas del Estado en un conjunto de instituciones de calidad donde el mérito, la eficacia y eficiencia (y no sólo las restricciones fiscales) identificaran su funcionamiento, pareciera diluirse. Al momento de la discusión de la Ley de Presupuesto del año 2001, el Poder Ejecutivo propuso plasmar finalmente el Plan Nacional de Modernización de la Administración Pública Nacional, que hasta entonces se mantenía en carácter de proyecto. Lo introdujo en la propuesta de Ley de Presupuesto, a través del artículo N° 58. El proyecto del Ejecutivo proponía básicamente un plan de reforma que le permitiera reducir los gastos de los organismos públicos y descentralizados. Las reformas debían incluir algunas de las siguientes propuestas: supresión y fusión de organismo, transferencia de funciones gobiernos locales, eliminación de los aumentos salariales automáticos (por 32 El Plan detalla (en la última de sus sucesivas versiones) los componentes de cada una de las acciones propuestas. Acciones Verticales (componentes: Carta de Compromiso con el Ciudadano; Gestión por Resultado-Acuerdo Programa); Acciones Horizontales (componentes: Recursos Humanos, Compras y Contrataciones; Capacitación y Entrenamiento; Administración Financiera; Gobierno Digital; Transparencia: Proyecto Cristal); Acciones de Transformaciones Estructurales (componentes: Sistema de Asistencia a Jubilados y Pensionados; Superposición de Funciones y Responsabilidades; Política de Defensa Nacional; Financiamiento Internacional con Organismos Multilaterales de Crédito). 33 En un informe reservado dado a conocer por la prensa, el propio Estado reconocía que en el conjunto de 6280 empleados que se acogieron al retiro voluntario (y que tuvo un costo de 371 millones de pesos) se observaron los siguientes aspectos: a) el 36,4% tenían estudios terciarios, universitarios y de posgrado; b) se retiró un número muy importante de personal con vasta experiencia en el sector público; c) el Cuerpo de Administradores Gubernamentales perdió el 14,1% de sus integrantes; d) organismos como la Dirección General Impositiva o la Sindicatura General de la Nación vieron disminuir el 10% de su planta de personal estable (“Retiro Voluntario del personal de la Administración Pública Nacional. Decisión Administrativa N° 5/00, Informe de Resultados”, publicado en La Nación, 9/4/1). 19 VII Congreso Internacional del CLAD sobre la Reforma del Estado y de la Administración Pública, Lisboa, Portugal, 8-11 Oct. 2002 antigüedad o escalafón) y, tercerización de servicios y convenios laborales de esquemas ligados al cumplimiento de resultados. Finalmente, los organismos que cumplieran con estos puntos podrían disponer de hasta el 70% de su ahorro. Una vez presentado ante el Congreso de la Nación resultó profundamente cuestionado en la Comisión de Presupuesto y Hacienda y en ambas Cámaras Legislativas. La discusión desatada a partir de este artículo dividió profundamente al propio oficialismo, además de generar el rechazo enérgico de los representantes del partido justicialista y de los actores sindicales. Esto llevó, finalmente y pese a las modificaciones que se habían realizado en la citada Comisión, a la supresión del mencionado artículo en el texto de la Ley de Presupuesto, aprobada en diciembre del 2000 por el Congreso Nacional. Ese traspié legislativo dio paso a una nueva estrategia del Poder Ejecutivo, que deseaba contar con el instrumento -y resguardo- legal para iniciar un proceso de reforma que podría generar importantes resistencias dentro del mismo aparato estatal y altos niveles de conflicto con los actores involucrados y el conjunto de los empleados públicos del nivel nacional. Finalmente, por medio del Decreto N° 103/0134, sancionado el 25 de enero del 2001, el Ejecutivo aprobó el Plan Nacional de Modernización de la Administración Pública Nacional indicando plazos, disposiciones generales, sanciones e incentivos que regirían las propuestas de reforma que cada organismos habría de diseñar e instrumentar. El mismo resultó bastante similar al ya citado artículo 58 del proyecto de Ley de Presupuesto, en su versión original, ya que retoma el tema de la supresión de organismos, más incorpora un agregado no menor: permite que los organismos puedan destinar hasta el 75% de los ahorros que logren a otorgar incentivos salariales o premios por mayor productividad, calidad de servicios y cumplimiento de resultados. Con este punto, como ya anticipaban los legisladores, se buscó establecer premios y castigos y, sobre todo, comprometer el apoyo de los sindicatos estatales al plan de reformas, con el aliciente de la mejora salarial. A tal fin, la nueva norma creó una Comisión de seguimiento de la reforma que incorporaba a los sindicatos del sector público. En este sentido, el Art. 9 del Decreto N° 103 estableció que “El Jefe de Gabinete de Ministros convocará a las distintas entidades gremiales representativas de los empleados del sector público nacional no financiero, a fin de integrar una Comisión Mixta de Seguimiento y Contralor de la Política de Empleo Público, Carrera Administrativa y Relaciones Laborales, a fin de que el Plan Nacional de Modernización de la Administración Pública Nacional se compatibilice con los derechos de los empleados públicos emanados de la normativa vigente”. La Jefatura de Gabinete quedó a cargo de coordinar la ejecución de las acciones que se derivaran del mencionado Plan, y dicha instancia, en un plazo no mayor de 120 días, debía presentar una propuesta integral de reforma de Estado. Pero hasta tanto se contase con ese trabajo, la Jefatura de Gabinete podría impulsar la fusión de organismos descentralizados, la concentración de funciones, la tercerización de servicios, la transferencia de actividades a gobiernos locales y la inclusión en los convenios de trabajo de cláusulas de productividad. El decreto, así como estableció “premios” para los organismos que llevasen adelante, en tiempo y forma, sus respectivas reformas, indicó “sanciones” a los que no hayan dado principio de ejecución a la modernización antes del 30 de junio de 2001: estos podrían sufrir una reducción porcentual en sus gastos de funcionamiento en el proyecto de Presupuesto para el año 2002, de acuerdo a lo que estableciera la Jefatura de Gabinete de Ministros en conjunto con la Secretaría de Hacienda del Ministerio de Economía. Dentro de los 60 días de dictado el decreto, la Jefatura de Gabinete y la Secretaría de Hacienda debían elaborar los lineamientos operativos referidos a la implementación de los Acuerdos-Programas en el ámbito de la Administración Pública Nacional. Asimismo, quedó para la primera la evaluación final de los informes de avance de cada AcuerdoPrograma y la elaboración de las recomendaciones que considerase pertinentes para su 34 El objetivo explícito de este Decreto se relacionaba con “…realizar un proceso de modernización y reforma administrativa orientado a eficientizar el funcionamiento de la Administración Pública Nacional y a introducir en la gestión de las organizaciones públicas el cumplimiento de resultados mensurables y cuantificables”. 20 VII Congreso Internacional del CLAD sobre la Reforma del Estado y de la Administración Pública, Lisboa, Portugal, 8-11 Oct. 2002 perfeccionamiento. También, y de acuerdo al Art. 11, se creó una Comisión Consultiva conformada por el Secretario de Hacienda, el Síndico General de la Nación, el Secretario Legal y Técnico de la Presidencia de la Nación y el Fiscal de Control Administrativo de la Oficina Anticorrupción a fin de colaborar con la Jefatura en la implementación del Plan Nacional de Modernización. En marzo de 2001, una nueva crisis de gabinete dejó al descubierto, por enésima vez, el modo en que el tema “Reforma de la Administración Pública” logra ocupar un lugar en la agenda real de los decisores del sistema político argentino. Como sucedió a lo largo de los últimos años, también en este momento estuvo asociada más a constituir una manera rápida de cumplir con el objetivo del ajuste fiscal que a servir de base para aumentar sustantivamente la capacidad de gestión pública que se requiere como pre-requisito para hacer frente a los graves problemas económicos y sociales del país35. La renuncia del Ministro de Economía Machinea implicó un reacomodo en la composición del Gabinete Nacional, que derivó en el ingreso a esa cartera del economista ortodoxo Ricardo López Murphy, y con él la incorporación de Solanet al área de reforma administrativa. Se trataba de un equipo de reconocida trayectoria desde lo técnico a partir de sus trabajos en la liberal Fundación FIEL, que entre otros temas había abordado en reiteradas oportunidades el tema de la reforma del aparato administrativo estatal, para lo cual proponían una drástica reestructuración. En un intento de concentrar poderes, el nuevo equipo económico promovió, mediante el Decreto N° 310/01, la reformulación del organigrama del Ministerio de Economía impactando en otras áreas, por ejemplo en el control de las reformas administrativas: se pasó a dicha órbita la Secretaría para la Modernización del Estado, cuyos objetivos eran los siguientes: “1) Entender en la definición de los lineamientos estratégicos y el diseño de las políticas, que permitan el perfeccionamiento de la organización y los recursos humanos del Sector Público Nacional; 2) Entender en el proceso de transformación y reforma del Estado; y 3) Efectuar el seguimiento del accionar de las áreas que integran la Administración Central y descentralizada en el cumplimiento de los distintos programas y actividades de su competencia, a fin de recomendar acciones correctivas pertinentes que aseguren el cumplimiento real de los objetivos”. El conflicto sobre las responsabilidades en materia de reforma administrativa quedaba así planteado entre la Jefatura de Gabinete y el Ministerio de Economía. La aplicación del decreto 103/01 pasaba a ser materia indefinida. Para aumentar la conflictividad, la renuncia del Vicejefe de Gabinete, el frepasista Makón, en rechazo al plan de ajuste formulado por el nuevo Ministro de Economía, aumentó la incertidumbre en materia de reforma administrativa. Mientras se delineaba el plan para la reforma desde el prisma de Solanet, otro conflicto dejó de lado al equipo ingresante días atrás. Asumió Cavallo como nuevo responsable del área económica y entre sus pedidos de poderes especiales, que finalmente obtiene, emerge la solicitud de que lo autoricen a realizar sin contrapesos legislativos la reforma del Estado. Fue entonces cuando, luego de un tiempo, Makón regresó al segundo lugar de la Jefatura de Gabinete (instancia a la cual ya había regresado la mencionada Secretaría de Modernización del Estado36), confiando que el respaldo a su gestión tanto de su jefe inmediato (Colombo) como del propio Ministro de Economía le permitiese avanzar en la instrumentación del debilitado Plan de Modernización del Estado37. Una nueva crisis fiscal derivó en que las autoridades nacionales decidiesen otro recorte a los salarios de los empleados públicos. En este contexto, en agosto del año 35 No significa esto, por supuesto, negar lo importante que resulta para un país como Argentina lograr el saneamiento fiscal. Lo que sí se pone en duda es que debilitar la estructura estatal y aumentar los incentivos negativos para su personal sea el método apropiado para aprovechar los potenciales resultados futuros una vez obtenido el equilibrio de las cuentas públicas. 36 Por medio del Decreto 673/01 con fecha del 18 de Mayo de 2001, se ubica a la Secretaría para la Modernización del Estado dentro de la órbita de la Jefatura de Gabinete, colocando bajo su dependencia a la Subsecretaría de Gestión Pública. El mismo decreto disuelve la Unidad de Reforma y Modernización del Estado (URME) que había sido creada en 1996. 37 El Decreto 889/01 con fecha 10 de julio de 2001, refuerza esa idea al aprobar la nueva estructura organizativa de la Secretaría para la Modernización del Estado de la JG: bajo su órbita se ubican la Subsecretaría de la Gestión Pública (de la que dependen tres oficinas nacionales: de Innovación de Gestión, de Tecnologías de Información y de Empleo Público), la Oficina Nacional de Contrataciones y el Instituto Nacional de la Administración Pública (transformado en una instancia centralizada dependiente ahora de dicha Secretaría). 21 VII Congreso Internacional del CLAD sobre la Reforma del Estado y de la Administración Pública, Lisboa, Portugal, 8-11 Oct. 2002 2001 se promulgó el Decreto N° 992, que autoriza a crear Unidades Ejecutoras de Programas, estas Unidades tendrían vigencia “hasta la finalización del ejercicio presupuestario en curso, pudiendo renovarse si se cuenta con la correspondiente previsión presupuestaria para el ejercicio siguiente y dentro del término asegurado en el Acuerdo Programa en el que se hubiera creado” (Art. 7°) y estarían a cargo de responsables contratados flexiblemente bajo el formato de Gerentes de Programas38. Makón renuncia a su cargo de Secretario para la Modernización del Estado a finales de noviembre de ese mismo año, la creación de dos nuevos Ministerios (Seguridad Social, y Turismo, Cultura y Deporte) y el escaso interés demostrado por el Poder Ejecutivo en llevar a cabo las acciones del nombrado Plan, decidieron su alejamiento39. Héctor Rodríguez, Secretario de Coordinación de la Jefatura de Gabinete, es designado por el presidente para su reemplazo. Pero estos cambios de nombres resultaron ser, a la luz de los acontecimientos posteriores que se desataron hacia el 19 y 20 de diciembre de 2001, elementos menores del curso de la historia. La renuncia del presidente De la Rúa mostró que los problemas de fondo impedían llevar adelante, con éxito, cualquier reforma sectorial. III.- LAS REFORMAS INACABADAS EN EL PLANO DE LA POLÍTICA SOCIAL Dentro de los sucesivos intentos que, a partir de comienzos de la década del noventa se fueron realizando desde el nivel central en materia de reformas dentro del ámbito de la política social, dos de ellos cobran interés por su intento declamado de conformar una Autoridad Social: nos referimos, por un lado a la conformación e implementación del Gabinete Social (el cual fue constituido legalmente durante la gestión de Menem continuando su implementación durante el gobierno de la Alianza), y por otra parte, a la creación de un Ministerio de Seguridad Social en el marco del debate sobre la construcción de una Agencia Social (desarrollado durante el segundo año de gestión de De La Rua). En ambos casos puede observarse -en tanto lo referido anteriormente en el marco analítico- como de la interacción entre los distintos actores relevantes resulta la dinámica y el contenido de las políticas públicas. Antes de introducirnos en el análisis puntual, cabe acompañar a Franco (2000), para quien una “Autoridad Social” debe cumplir con dichas funciones en lo que refiere a las acciones efectuadas por las agencias gubernamentales en materia social. En opinión del mismo autor, distintas alternativas se han presentado para la constitución de la misma: a través del Organismo Nacional de Planificación (ONP) que, ubicado en posiciones elevadas de la jerarquía administrativa del Estado, coordina la relación entre la Política Económica y la Política Social, como así también los programas sectoriales e intersectoriales. Otra alternativa la presentan los Ministerios Coordinadores de lo Social, los cuales pueden constituirse a través de uno de los Ministerios Tradicionales dedicados al tema; por medio de la creación de un nuevo Ministerio; o con la puesta en marcha de un Ministerio Suprasectorial que sustituya a los diferentes Ministerios pasando estos a conformarse como Secretarías. El Gabinete Social 38 Según indica el Art. 11 del citado decreto “la autoridad competente para contratar a un Gerente de Programa deberá convocar públicamente mediante aviso de dos días en el boletín Oficial, habilitando un período de cinco días hábiles para receptar las inscripciones de los candidatos. El titular de la unidad organizativa de Recursos Humanos y el de la Unidad de Auditoría Interna correspondiente a la jurisdicción o entidad de la Administración Pública Nacional de la que se trate, junto con el titular de una unidad organizativa de rango no inferior a Dirección dependiente de la Secretaría para la modernización del Estado de la Jefatura de Gabinete de Ministros en representación del titular de ésta, procederán a calificar los antecedentes de los inscriptos dentro de los tres días hábiles de cerrada la inscripción de acuerdo con lo que a este efecto, determine dicha Secretaría (...) La autoridad competente para contratar invitará a presentar un proyecto de Plan de Gestión a los primeros cinco candidatos, o a los que hubiera si fueran menos de cinco, pudiendo decidir la contratación de alguno de ellos o proceder con una nueva búsqueda”. 39 Makón refería, luego de su renuncia, en una nota periodística: “Considero que la modernización del estado, que es una tarea de mediano y largo plazo, requiere de decisiones y de acciones cotidianas, de voluntad política. No las hubo” (La Nación, 21-11-2001) 22 VII Congreso Internacional del CLAD sobre la Reforma del Estado y de la Administración Pública, Lisboa, Portugal, 8-11 Oct. 2002 se trata de una tercera alternativa, en tanto conformación de un Ejecutivo Social constituido al más alto nivel de la conducción administrativa del Estado que represente a los distintos actores involucrados y cuyo objetivo sea la coordinación de las burocracias que ejecutan las acciones gubernamentales en la materia. III.1.- El Gabinete Social El Gabinete Social (GS) surge formalmente en febrero de 1997, conformándose dentro de la Jefatura de Gabinete de Ministros. Sus orígenes se vinculan con la crisis social que comenzó a agudizarse a partir de la segunda mitad de la década del noventa40, acentuando entonces la tendencia del gobierno de poner en marcha programas focalizados, en su mayoría bajo la órbita de la Secretaría de Desarrollo Social -SDS- (creada en 1994) pero que involucraban también a otros Ministerios y organismos. Este incremento de programas tornó imperiosa la necesidad de coordinarlos, definir metas y establecer pautas claras para la asignación de los recursos. Por otra parte, intentando apuntalar la coordinación de esfuerzos para impedir la atomización programática que de algún modo habían ayudado a promover, los organismos internacionales de crédito comenzaron a instar para la conformación de una instancia única que articulase el conjunto de programas41. Ante este escenario, el Poder Ejecutivo formalizó un aspecto de la ya referida “Segunda Reforma del Estado” con la creación del Gabinete Social vía el Decreto N° 108/97. Según indica la norma que le da origen, el GS está conformado el Ministro de Trabajo y Seguridad Social, el Ministro de Economía y Obras y Servicios Públicos, el Ministro de Cultura y Educación, el Ministro de Salud y Acción Social, el Ministro del Interior, el Secretario de Desarrollo Social y el Presidente de la Comisión de Tierras Fiscales Nacionales (Programa Arraigo). Sus objetivos, especificados en el artículo 4° del Decreto, son “decidir acerca de la formulación de las políticas y planes sociales del Poder Ejecutivo Nacional, definir prioridades para la asignación de recursos presupuestarios y establecer mecanismos de coordinación, información y control de la aplicación de sus propios fondos y de los recursos transferidos a las provincias y municipalidades, para el logro de los objetivos fijados”. Para el cumplimiento de tales objetivos se establecen como funciones las siguientes: a) entender en la formulación del presupuesto vinculado a los programas sociales; b) definir grupos, poblaciones y problemas prioritarios; c) establecer los organismos responsables de la ejecución de los programas; d) agrupar los programas según su finalidad en planes sociales nacionales; e) elaborar criterios comunes para el trabajo de los responsables de los programas: f) diseñar un mecanismo de articulación entre los programas; g) controlar que el resultado de la asignación de los recursos cumpla con las metas fijadas; h) efectuar análisis y estudios de instrumentos para la atención de los temas sociales; i) encomendar la realización de evaluaciones técnicas y auditorías de los programas; j) contribuir a la planificación de la 40 A finales de 1994, la etapa de “bonanza económica” que el país había tenido desde 1991cmoienza a desmoronarse al tiempo que los indicadores sociales se constituían en llamados de alerta: la pobreza, medida por ingresos, había comenzado a aumentar nuevamente a partir de 1994 alcanzando al 19% de la población y elevándose al 24,8% al año siguiente. Por su parte, la población indigente se había extendido aún más: mientras que en 1994 representaba 3,5%, un año más tarde casi se había duplicado alcanzando a 6,3% (cfr. Siempro, en base a la Onda Octubre para el Gran Buenos Aires, de la Encuesta Permanente de Hogares, INDEC). Por su lado, el mercado de trabajo mostraba una clara incapacidad para servir como eje central de integración social (como sí lo había sido en décadas anteriores). Así, aumentaba el desempleo, alcanzando en mayo de 1995 al 18,4% de la población económicamente activa. Al mismo tiempo se consolidaba un nuevo fenómeno social cada vez más visible, los “nuevos pobres”, familias de clase media y ex-pobres estructurales que habían logrado en su momento sobrepasar la línea de pobreza y que comenzaban ahora a caer en un proceso de creciente pauperización. 41 En este sentido, no es casual que en 1997 se le haya atribuido a la Jefatura de Gabinete responsabilidades de coordinación de la gestión y el control de los programas y proyectos sociales con apoyo financiero de organismos internacionales (decreto 434/97). 23 VII Congreso Internacional del CLAD sobre la Reforma del Estado y de la Administración Pública, Lisboa, Portugal, 8-11 Oct. 2002 difusión de las políticas y planes sociales y sus resultados; k) fomentar la coordinación y articulación de los planes sociales nacionales con los Provinciales y Municipales; l) conducir y participar en las negociaciones destinadas a la obtención de financiamiento externo para los programas. La lectura de las mismas muestra que esta instancia nacional debe llevar adelante, según dicho Decreto, cuatro tipos de funciones: 1) de ejecución o de decisión, 2) técnicas, 3) monitoreo y control y 4) coordinación. Para cumplir con ellas se previó la creación de una instancia con un perfil más ejecutor, la “Unidad Nacional de Coordinación de Políticas y Planes Sociales” (UNCPPS). Esta Unidad se integraba por los coordinadores de los planes sociales, designados por las distintas áreas y era coordinada por el Secretario Ejecutivo del GS. Asimismo, el decreto dispuso que el Secretario de Desarrollo Social actuaría como Secretario de la misma. Las tareas de esta Unidad eran de orden técnico e implicaban elaborar insumos para la toma de decisión de los ministros: proposición de políticas y lineamientos para la ejecución del gasto de los programas, la formulación de criterios de agrupación de los mismos, la elaboración de dictámenes sobre las propuestas de nuevos programas sociales, entre otras. Sumado a esto, la UNCPPS debía realizar un informe trimestral, coincidente con el informe presupuestario de la Secretaría de Hacienda y efectuar el monitoreo de los resultados de los planes sociales nacionales, que debían elevarse al Gabinete Social. Para ello, el mismo decreto estableció que la Unidad debería ser asistida por dos instancias externas: a)la Dirección Nacional de Programación del Gasto Social, dependiente de la Secretaría de Programación Económica del Ministerio de Economía, y b)el Sistema de Información, Monitoreo y Evaluación de Programas Sociales (SIEMPRO), dependiente de la SDS. Finalmente, el decreto obligaba a los organismos de la Administración Pública Nacional, centralizada y descentralizada, a proveer información a la UNCPPS, para constituir una base de datos permanentemente actualizada sobre los planes sociales, que se localizaría en la Jefatura de Gabinete de Ministros. A pesar de la magnitud y calidad de las funciones que se le asignaban, el Gabinete Social no contó con base política de sustentación (formal e informal) ni con recursos propios de importancia. Presupuestariamente se financiaba con recursos de la Jefatura de Gabinete, al tiempo que las reuniones de las dos instancias (GS y UNCPPS) se llevaban a cabo en las instalaciones de este organismo. Por su parte, los recursos administrativos dependían de los que disponía el Secretario Ejecutivo del Gabinete, designado por el Jefe de Gabinete. Por ello, durante los dos primeros años de su funcionamiento no se contó con personal técnico calificado42. La falta de recursos económicos y administrativos del Gabinete Social expresaba, a la vez, su escasa fuerza política. En cuanto a su accionar concreto, durante la etapa final de la gestión de Menem, las reuniones del Gabinete Social se efectuaban semanalmente. Concurrían todos los Ministros miembros, acompañados por los técnicos a cargo de los programas sociales. Había “un orden del día” que organizaba y pautaba las reuniones (estableciendo temas a tratar y quiénes serían los oradores). Sin embargo, la escasa voluntad procoordinación de los participantes y el bajo perfil político del Jefe de Gabinete (Jorge Rodríguez) convirtieron a estas reuniones del GS, en encuentros informativos, relegando a un segundo plano el debate político y, por ende, no permitiendo que se acordaran acciones efectivas de articulación o supresión de programas, tareas que eran de su exclusiva responsabilidad. Dentro de este escenario, influía también el conflicto acerca de la concepción de la política social entre las posiciones del Jefe de Gabinete (compartida por el Ministro de Economía y de Educación) y el Secretario de Desarrollo Social (Eduardo Amadeo): en tanto el primero sostenía la mirada de priorizar acciones sólo hacia aquellos grupos que no podían competir en el mercado, desde la SDS se hacía 42 Recién a principios de 1998 se traspasó desde la Sindicatura General de la Nación a un especialista, a quien se le encomendó la creación de la base de datos sobre los programas sociales, prevista en el mismo Decreto N° 108/97. Junto a él trabajaron dos administradores en programas también financiados por la SIGEN y un grupo de administradores gubernamentales – asignados a Jefatura de Gabinete - que junto a 4 consultores contratados realizaban informes con los datos recabados. 24 VII Congreso Internacional del CLAD sobre la Reforma del Estado y de la Administración Pública, Lisboa, Portugal, 8-11 Oct. 2002 referencia a la importancia de implementar como estrategia principal programas de inversión social43. Estas disputas se cristalizaron no sólo en el monitoreo de los créditos internacionales realizados por la JG, en detrimento de la SDS, sino también, en los roles de mediadores que las misiones del BM y del BID debieron asumir para atenuar los enfrentamientos entre estas dos instancias. Por su parte, en las reuniones de la Unidad Nacional de Coordinación de Programas y Planes Sociales (UNCPPS), no se cumplió el artículo 5° del Decreto, el que establecía que la Secretaría Ejecutiva debía estar a cargo del Secretario de Desarrollo Social. Lo mismo sucedió con la asistencia técnica que el SIEMPRO – dependiente de la SDS – debía brindar al GS, según el artículo 7°. Fue en este marco que a los seis meses de creado el Gabinete Social, un nuevo Decreto (N° 925/97) dispuso que ese cargo sería ocupado por aquella persona que el Jefe de Gabinete decidiera, quedando la coordinación exclusivamente en manos de la Jefatura de Asesores de la Jefatura de Gabinete. La UNCPPS se reunía con periodicidad mensual. Concurrían a ellas los delegados ministeriales que, en la mayoría de los casos, tenían rango de Secretarios de Estado. La agenda se centraba en cuestiones técnicas tales como la apertura del gasto de los programas, aspectos ligados a la focalización, calidad de las prestaciones, etc. Esta Unidad debía, entre otras tareas, recabar información sobre el desarrollo de los programas y realizar informes trimestrales para el Gabinete Social, lo que tampoco se concretó. Durante 1998 y parte de 1999, el Gabinete Social se reunió en el interior del país, lo cual permitía que los ministros nacionales mantuvieran reuniones con sus pares locales. La dinámica de estas reuniones era la misma: los ministros provinciales informaban acerca del desarrollo de sus propios programas, sin que se avanzara en la articulación entre la oferta nacional (desde las distintas áreas) y la oferta provincial (en caso que la hubiere). En suma, durante el gobierno de Menem el Gabinete Social no tuvo la fuerza necesaria para llevar adelante las principales funciones que le asignaba el Decreto de su creación, limitándose más bien a promover intercambio de información y algún grado de coordinación operativa (cfr. Subsecretaría de Políticas Sociales, SDS, 1998:240)44. Cuando en diciembre de 1999 asumió el nuevo gobierno, resultado de una alianza integrada por el tradicional partido radical y el FREPASO, no mostró un interés real por el Gabinete Social. Incluso, al derogar diversos decretos que comprometían el funcionamiento del nuevo gobierno, se estuvo a punto de anular el citado Decreto N° 108/97. El escaso interés prestado a esta materia por los responsables de las áreas sociales, por el Jefe de Gabinete y por el Presidente de la Nación hicieron que el Gabinete Social no funcionara durante los primeros meses45. Hubo que esperar casi medio año para que se efectuase la primera reunión del Gabinete Social del nuevo gobierno. En ella, el Jefe de Gabinete, Rodolfo Terragno, anunció una misión encomendada por el Presidente, la cual se componía de dos grandes tareas: la confección de un Registro Único de Beneficiarios de Programas Sociales y una Propuesta de Consolidación de los Programas Sociales46. Sin embargo, esto no fue considerado al interior de los ministerios, ni se 43 En un debate sobre la cuestión social en Argentina, Amadeo sostuvo: “en cuanto a la Política Social, sería una excelente muestra de adultez de la clase política si consiguiéramos encontrar consenso respecto a las políticas sociales, que deben ser pensadas como políticas de Estado, porque necesitan un largo plazo para madurar.” (La Nación, 10/11/1996). 44 Prueba de esta incapacidad fue la continuidad en la tendencia del aumento de programas focalizados: mientras que en 1996 el Estado Nacional contaba con 48 programas sociales, al año siguiente -en 1997- el total se elevó a 53; para 1998, había un total de 55 programas sociales; y en 1999 sumaban 70. (cfr. SIEMPRO, Guías de Programas Sociales Nacionales, en sus años respectivos. 45 Prueba de ello es que el artículo que establece la composición del Gabinete Social no fue reformulado, si bien la creación de dos nuevos Ministerios (Desarrollo Social y Medio Ambiente e Infraestructura) lo exigían. 46 Tanto la confección del Registro Único de Beneficiarios, como la propuesta de Consolidación de los programas sociales fue solicitada por el Presidente de la Nación, el cual se mostraba deseoso de generar una señal de preocupación por lo social en el marco de una profunda recesión económica que se arrastraba desde 1998 y una situación social que tendía a agravarse velozmente. 25 VII Congreso Internacional del CLAD sobre la Reforma del Estado y de la Administración Pública, Lisboa, Portugal, 8-11 Oct. 2002 presentaron proyectos alternativos47. Este gesto mostró la distancia que existía desde un inicio entre la Jefatura de Gabinete y los Ministerios del área social, la cual tendría obvio impacto en términos de la dinámica, agenda y capacidad resolutiva del Gabinete Social en este nuevo gobierno. En lo que refiere a aspectos operativos, el Jefe de Gabinete, en su rol de presidente del Gabinete Social, designó al Secretario y al Subsecretario de Coordinación Interministerial como secretarios ejecutivos del mismo. No obstante, en la práctica, quienes efectivamente coordinaron las reuniones fueron el Subsecretario de la Gestión Pública y el Director de Asuntos Territoriales de la Jefatura de Gabinete. A las reuniones semanales del GS, a diferencia de lo que sucedía en la gestión anterior, no concurrían los ministros sino los técnicos representantes de los Ministerios de Desarrollo Social48, Trabajo, Economía, Vivienda, Interior, Salud y también de la Unidad de Modernización del Estado, que entonces funcionaba en la órbita de la Vice-Presidencia. La ausencia de los ministros daba cuenta de la despreocupación referida por la temática. En estos encuentros, la agenda de discusión diseñada desde la propia JG, estuvo centrada exclusivamente a nivel informativo en cuestiones técnicas, sin que estuviera presente el debate sobre la definición conceptual y política respecto al curso de acción a seguir en materia social49. La dinámica del Gabinete Social, sin la presencia de los ministros, exploró sin demasiado énfasis cuestiones tales como la construcción del registro único de beneficiarios o los criterios de focalización vigentes en las diferentes modalidades de intervención. No existiendo discusión sustantiva, primaba la exposición informativa de los Secretarios y/o los técnicos que participaban de los encuentros. Con esta dinámica como norma, tanto las reuniones del GS como las de la UNCPPS se diluyeron por el escaso interés de los participantes, quedando suspendidas cuando Terragno abandonó el cargo de Jefe de Gabinete en octubre del año 2000, luego de presentada la Propuesta de Consolidación de Programas Sociales50. La deslucida trayectoria de dicha propuesta dio paso a una fuerte disputa entre los Ministerios de Trabajo y Desarrollo Social respecto a quién asumiría la responsabilidad de llevar adelante los programas focalizados contra la pobreza. Dicho conflicto expresaba una disputa mayor entre los sectores más cercanos al presidente y el FREPASO, cuyo máximo líder, Carlos Alvarez, había renunciado a la vicepresidencia en octubre de 2000, como ya referimos en las páginas anteriores. Hacia el final de la gestión de De La Rua, dicha disputa continúo sin resolverse no pudiéndose lograr transformar el espacio del Gabinete Social como una instancia de resolución de conflictos entre los ministerios con incumbencia en la política social51. 47 En rigor de verdad, el proyecto de un Registro Único de Beneficiarios fue planteado en marzo de 1998 durante la gestión de Menem. Durante la gestión de Terragno, dicho padrón fue finalmente elaborado (tipo “fotografía” y no como “proceso”) por los técnicos del Sistema Integrado Nacional Tributario y Social (SINTyS), programa que funciona desde 1998 en la Jefatura de Gabinete y cuyo objeto es la unificación informática de las bases de datos existentes a fin de conformar un registro integral en materia de identificación ciudadana. Según datos de la propia Jefatura de Gabinete, este padrón permitió ahorrar en el año 2000, 53 millones de pesos. 48 Considerando los conflictos políticos exacerbados al interior de este Ministerio, cabe señalar que la representación ante el Gabinete Social estuvo a cargo de un funcionario que mantenía una conflictiva relación con la Ministro (ambos del FREPASO), a la vez que el radicalismo, que manejaba la otra mitad de dicho ministerio, carecía de un representante propio en el Gabinete Social. 49 Es evidente que una definición de este tipo no puede ser sólo materia del Gabinete Social, pero sí es claro que dicho ámbito debería ser un promotor y/o “caja de resonancia” en la fijación de esos parámetros globales para enfrentar la cuestión social. 50 Las mismas se reanudarían recién en diciembre del 2000, con un nuevo Jefe de Gabinete, Christian Colombo. 51 Cabe referir que el GS dejó definitivamente de funcionar a fines de Febrero del 2002, mediante el Decreto 357/2002, firmado bajo la gestión de Eduardo Duhalde. En dicho decreto se establece su reemplazo por una nueva instancia de coordinación, creándose de esta forma el Consejo Nacional de Coordinación de Políticas Sociales en el ámbito de la Presidencia de la Nación, el cual está presidido por la Sra. Hilda González (esposa del Presidente de la Nación) y conformado -en forma permanente- por los Ministros de Desarrollo Social, Trabajo, Educación, Salud y Economía. 26 VII Congreso Internacional del CLAD sobre la Reforma del Estado y de la Administración Pública, Lisboa, Portugal, 8-11 Oct. 2002 III.2.- La creación del Ministerio de Seguridad Social (2001) Durante los primeros meses de 2001, los cambios en el escenario político se sucedieron en forma vertiginosa: la Ministra de Desarrollo Social, Graciela Fernández Meijide, que había estado al frente de la cartera desde la asunción del Presidente De La Rúa, debió abandonarla en marzo de dicho año, en medio de un creciente desprestigio ligado a su incapacidad de gestión, no contando ya siquiera con el apoyo de su partido (el FREPASO). En su lugar asumió Marcos Makón, un economista también frepasista quien hasta entonces se había ocupado de intentar un Plan de Modernización del Estado. Sin embargo, a pocos días de asumir sus responsabilidades en el Ministerio, y en el contexto de una grave crisis política gubernamental asociada a una propuesta de exacerbación del ajuste fiscal, renunció52. De esta forma, el Ministerio de Desarrollo Social se mantuvo acéfalo hasta mayo, cuando asume un nuevo Ministro: Juan Pablo Cafiero que, al igual que sus antecesores, también provenía del FREPASO. En tanto las disputas políticas se reproducían sin cesar, dando una marcada imagen de desprolijidad y falta de ideas claras respecto a cómo enfrentar la situación social, ésta se seguía agravando. Datos de mayo de 2001 muestran para el Gran Buenos Aires un marcado aumento de la pobreza por ingresos, tanto a nivel de hogares como de población. En el último año el porcentaje de hogares en dicha situación había ascendido del 21,1% al 23,5%, mientras que el porcentaje de población en pobreza por ingreso creció de 29,7 % al 32,7%. Este escenario está expresando a su vez el deterioro de la situación laboral, y en la misma región (Gran Buenos Aires) se perdieron 50.000 puestos de trabajo en un año, y aunque disminuyó levemente la subocupación, la misma siguió registrando niveles muy altos. Se puede agregar, además, que en dicho lapso bajaron los ingresos laborales promedio (SIEMPRO, 2001a). En este escenario y ante el fracaso de la Propuesta de Consolidación de Programas Sociales elaborada por Terragno y dejada de lado por el nuevo Jefe de Gabinete, apareció como “propuesta social” del gobierno nacional la denominada Agencia Social. Esta idea le había sido planteada al Presidente de forma muy general y sin precisión conceptual por el ex Vice-Presidente, Carlos Alvarez, meses después de su renuncia53. Sin embargo, el tema no fue asumido por los Ministerios vinculados a las áreas sociales ni por el responsable de la Jefatura de Gabinete y más bien se lo mantuvo débilmente en la agenda como un intento de retener al FREPASO dentro del gobierno. Recién en los últimos días de su gestión, Fernández Meijide intentó avanzar en una conceptualización muy vaga en torno a la Agencia Social, como parte de una estrategia para evitar su alejamiento y el de sus colaboradores del Ministerio de Desarrollo Social. Su sucesor (Makón) planteó la necesidad de unificar el gasto de los programas sociales al tiempo de nuclearlos bajo una sola instancia, refiriendo su implementación para 2002 (ya que debía estar contemplada en el presupuesto nacional). Nada de eso se tradujo en acciones dentro del Ministerio. Luego de los sucesos relatados y ante el alejamiento de Makón, el flamante Ministro Juan Pablo Cafiero continuó vagamente con esta línea discursiva. Si bien el tema se sustentaba bajo el mismo diagnóstico declamado desde comienzos de la década del noventa, (el cual hacía referencia a la fragmentación de los programas sociales, la excesiva burocracia y la forma clientelar de implementar los programas), poco se avanzó en esta dirección, dando cuenta de una marcada incapacidad de aprendizaje respecto a los errores del pasado. Como resultado de este escenario cambiante y errático diferentes propuestas, en discusión interna y de cierto modo confidencial, fueron apareciendo como alternativas de política social. Surgidas desde los Ministerios de Desarrollo Social (tanto bajo la gestión de Fernández Meijide como de Cafiero) y Trabajo (bajo la conducción de Patricia Bullrich), y desde la Jefatura de Gabinete, 52 Junto con el Ministro de Desarrollo Social y Medio Ambiente, también presentaron su renuncia el Ministro del Interior y el Ministro de Educación. 53 Se desconoce la autoría intelectual de esta propuesta, no obstante lo cual se puede afirmar que la misma carecía de sustento conceptual, no tenía claro el qué debía hacer ni mucho menos se avanzaba en el esbozo de una estrategia que hiciera factible su puesta en marcha. 27 VII Congreso Internacional del CLAD sobre la Reforma del Estado y de la Administración Pública, Lisboa, Portugal, 8-11 Oct. 2002 representaron la tensión de los distintos actores al interior del gobierno, en tanto respondieron a intentos de estrategias de sobrevivencia de los técnicos más ligados al área social. Por medio de documentos de trabajo y borradores, elaborados a partir de marzo de 2001, las propuestas de Agencia Social se acumularon dentro de lo que podría denominarse “la fase de alternativas del ciclo de las políticas públicas”. De esta manera, al diagnóstico centrado en la fragmentación de los programas sociales y la dispersión del gasto se enfatizaron otros elementos ya presentes en los antecedentes de la materia: desarticulación entre la instancia nacional y las subnacionales (provinciales y municipales), deficiencias en el seguimiento y monitoreo de programas, información insuficiente acerca de los beneficiarios actuales y potenciales de programas sociales, etc. Sin embargo, debido a los intereses individuales de los actores en juego, ubicados dentro de la lógica de sobrevivencia, los lineamientos de cada propuesta no tuvieron en cuenta a las restantes, más bien se trató de discusiones internas, obstaculizando todo avance hacia una alternativa que expresara los puntos en común de las mismas. Sin un posterior desarrollo, no obstante estas propuestas abonaron de alguna manera, la creación del Ministerio de Seguridad Social, ocurrido a finales de octubre del mismo año. En efecto, por medio del Decreto 1366/0154, el Poder Ejecutivo modificó la Ley de Ministerios al crear dos nuevas carteras: el Ministerio de Seguridad Social y el Ministerio de Turismo, Cultura y Deporte, sumando así un total de 12 ministerios nacionales. De esta manera, el 29 de octubre, Patricia Bullrich (Ministra de Trabajo) abandonó dicha cartera para asumir la conducción del nuevo Ministerio de Seguridad Social. En su lugar, el radical José Dumón se constituyó en el nuevo ministro de Trabajo, al tiempo que Daniel Sartor, político perteneciente al Radicalismo designado cinco días antes como Ministro de Desarrollo Social ante la renuncia de Cafiero55, continuaba al frente de dicho ministerio. El decreto que dio origen al nuevo Ministerio de Seguridad Social, justificó la creación del mismo refiriendo discursivamente la necesidad de transformar el actual modelo de política social focalizada, en una estrategia abarcadora de todos los sectores que se encuentran excluidos de los alcances de la política de seguridad social, mediante la simplificación del entramado de programas y sus gastos administrativos, mejorando la capacidad de coordinación y concentrando el gasto (Decreto N° 1366/01, “Considerandos”). Respecto a sus competencias, en el mismo quedaba todo lo inherente a la seguridad social, promoción y asistencia social, y la protección de la familia. Entre los puntos más destacados que estableció el Art. 7°, el nuevo organismo debía: a) Constituir un Pacto Federal Social con las provincias y la ciudad de Buenos Aires a fin de fijar pautas y dotar de racionalidad al gasto social; b) Administrar la Base Unica de Beneficiarios de la seguridad social y planes sociales; c) Promover la unificación de manera progresiva de los planes sociales; d) Entender en la armonización con el sistema integrado de jubilaciones y pensiones con los regímenes previsionales provinciales, municipales y de profesionales; e) Entender en la formulación y ejecución de los sistemas de prestaciones y subsidios de desempleo; f) Entender en la elaboración, dirección y fiscalización de los regímenes relacionados con el menor, la ancianidad y otros sectores de la comunidad que se encuentran en estado de necesidad; g) Entender en la elaboración, dirección y fiscalización de los regímenes relacionados con la seguridad y promoción social; h) Entender en las acciones de promoción, protección y desarrollo de la familia; i) Entender en la elaboración, ejecución y fiscalización de programas y regímenes integrados de seguridad social, higiene, salubridad y seguridad del trabajo, vejez, invalidez, muerte, cargas de familia y otras contingencias de carácter social, así como en la supervisión de los organismos correspondientes salvo en lo inherente a los de competencia del Ministerio de Salud. De esta manera, el nuevo Ministerio de Seguridad Social implicaba, desde la letra, 54 El Decreto, con fecha del 26 de octubre, fue publicado en el Boletín Oficial el día 31/10/2001. Juan Pablo Cafiero renuncia al cargo de Ministro de Desarrollo Social a mediados de octubre de 2001 ante el recorte de las partidas presupuestarias destinadas a la ayuda social y sosteniendo una imagen pública centrada en un perfil crítico del propio gobierno del que formaba parte. 55 28 VII Congreso Internacional del CLAD sobre la Reforma del Estado y de la Administración Pública, Lisboa, Portugal, 8-11 Oct. 2002 asumir funciones ligadas a Desarrollo Social y a Trabajo. Se presumía que la nueva estructura tendría dos Secretarías, una de Seguridad Social y, a dicho nivel, la tan discutida Agencia Social. Mientras en el caso de la primera quedaba claro que tendría a su cargo un nuevo y macro programa social, un misterio rodeaba la discusión respecto a qué haría finalmente dicha Agencia. El objetivo que Bullrich comenzó a plantear desde su asunción como Ministra de la flamante cartera ministerial - aún sin estructura aprobada – se dirigía a ejecutar lo que ella denominaba “una política social revolucionaria”, para lo cual se proponía la unificación de los programas sociales por medio del manejo de la ANSES, el Ministerio de Desarrollo Social y la Secretaría de Promoción de Empleo, organismos que “convergerían” bajo su cartera, al tiempo que manejaría un presupuesto superior a los 20 mil millones de pesos anuales56. Al tiempo que la ministra esgrimía su discurso, las relaciones con los ministros Dumón y Sartor se mostraban cada vez más tensas, en tanto los mismos, a su vez, hacían público su malestar y no se mostraban muy dispuestos a colaborar en la reasignación de funciones y fondos desde sus respectivos ministerios hacia el flamante organismo. En el caso específico de Desarrollo Social, esta reestructuración ubicaba a su ministro en un rol desdibujado conduciendo un ministerio que, según Bullrich, sólo contaría con un presupuesto de 80 millones de pesos anuales destinados a las emergencias sociales, lo que devenía de ir traspasando los demás programas sociales a la Agencia Social. El conflicto de intereses al interior del gabinete nacional, provocado en gran parte por el complejo estilo decisorio del Presidente, se instaló una vez más, aunque exacerbado, desde el momento de la creación del nuevo Ministerio, en tanto las atribuciones del mismo aún no estaban claramente delineadas y diferenciadas de las demás carteras. Con este escenario como marco, el propio Presidente de la Nación, anunció durante los primeros días de noviembre el lanzamiento del nuevo plan social por medio de la implementación del Sistema Integrado de Protección a la Familia (SIPROF), el cual, según el Decreto de Necesidad y Urgencia que dio cuenta de su creación, refería al interés por concentrar la asistencia a la familia en aquellos componentes que se evidenciaban esenciales, como así también, ampliar la cobertura a todos los grupos familiares, más allá de que estos tuvieran o no una relación formal de trabajo (Decreto N° 1382/01, Considerando)57. Los destinatarios del SIPROF serían, según el mismo decreto, los sectores de menores ingresos, estableciendo prestaciones por niño; por niño con discapacidad; por maternidad; por educación EGB3, polimodal o media; por escolaridad; prestación básica para la tercera edad, y por cónyuge de beneficiario del Sistema Integrado de Jubilaciones y Pensiones (Art. 2°). De esta forma, se derogaba el régimen de asignaciones familiares establecido por ley, que sólo beneficiaba a los trabajadores formales. Para la ejecución del SIPROF, el Ministerio de Seguridad Social contaría con la ya citada Secretaría de Seguridad Social, constituyéndose ésta como autoridad de aplicación del sistema (Art. 23), al tiempo que la ANSES se encargaría de la gestión y otorgamiento de las prestaciones (Art. 22), que se pagarían a través del sistema bancario por medio de una tarjeta de débito58. Los recursos 56 Este presupuesto anual se eleva a esa cifra debido a que la Anses (Administración Nacional de Seguridad Social) controla aproximadamente 17.000 millones de pesos anuales de jubilaciones y pensiones, y 1700 millones de asignaciones familiares. Sumado a esto, estarían los recursos de las pensiones no contributivas (800 millones), que administra Desarrollo Social y aquellos provenientes de programas sociales de los demás ministerios (500 millones aproximadamente). 57 Cabe destacar que dicho decreto debió ser corregido días más tarde por medio de uno nuevo (Decreto 1407/01, publicado en el Boletín Oficial el 5/11/01). Dichas correcciones no son sustanciales al contenido, sino, más bien, ordenan la desprolijidad y premura de la escritura del anterior. 58 Los puntos centrales que establece el Decreto N° 1382/01 para el SIPROF, son los siguientes: 1) Asignaciones Familiares: salario familiar mensual de $30.- por niño hasta 14 años de edad, en aquellos grupos familiares con ingresos inferiores a $1.000.-; 2) Discapacidad: prestación mensual de $30.- por niño discapacitado de hasta 18 años de edad, en aquellos grupos familiares con ingresos totales menores a $2.000; 3)Maternidad: pago durante el período de licencia, de una suma igual a la remuneración que la trabajadora hubiera debido percibir en su empleo, contando con una antigüedad de tres meses en el mismo; 4) Educación EGB3, Polimodal o Media: prestación anual de $400.- a alumnos mayores de 13 años y menores de 18 años, pertenecientes a grupos familiares con ingresos totales menores de $1.000.-; 5) Escolaridad: provisión 29 VII Congreso Internacional del CLAD sobre la Reforma del Estado y de la Administración Pública, Lisboa, Portugal, 8-11 Oct. 2002 necesarios para financiar al SIPROF provendrían fundamentalmente del derogado sistema de asignaciones familiares y de la reasignación de las partidas por la concentración o reformulación de los programas sociales (Art. 12), siendo la Jefatura de Gabinete la encargada de determinar los planes sociales que deben suprimirse. Se preveía, de esta forma, para el año entrante, que la implementación del mismo implicaría un costo de 2.600 millones, pero lo más importante para un gobierno con urgencias fiscales, estaba asociado a que no implicaba recursos económicos extras sino que generaba ahorros al fisco. Este dato fue suficiente para que el poderoso Ministro de Economía, Domingo Cavallo, apoyara abiertamente este plan. No obstante, días más tarde, reflejando la puja de intereses que continuaba en el interior del gobierno, el Poder Ejecutivo redactó un nuevo decreto que modificó a su antecesor, al reducir las competencias del Ministerio de Seguridad Social (se trata del Decreto N° 1454/01)59, restándole funciones que se ligaban directamente con Desarrollo Social y Trabajo, aunque ratificó el SIPROF. A partir del mismo se indicaba que el Ministerio de Seguridad Social se encargaría de todo lo inherente a la “seguridad social” y a la “protección de la familia”, quitándose lo referido a “promoción y asistencia social” enunciada en el decreto anterior. De esta manera, al tiempo que eliminaba todos aquellos puntos que referían a la promoción y protección social, como así también a los regímenes relacionados con el menor, los atribuyó a las funciones del Ministerio de Desarrollo Social. Lo mismo sucedía en lo referido a la seguridad del trabajo, que fue inscripta dentro de las competencias del Ministerio de Trabajo. Sin embargo, más allá de los decretos y sus posteriores correcciones, la tensión entre los ministros lejos estuvo de disminuir y, finalmente el 13 de noviembre, Bullrich presentó la renuncia a su cargo de Ministra, justificando la misma en su disconformidad con la decisión del Poder Ejecutivo de mantener “dos estructuras paralelas”, (los ministerios de Seguridad Social y Desarrollo Social). Se trataba de una reacción asociada públicamente a la decisión presidencial de no aceptar el traspaso hacia la nueva estructura de los fondos de los programas sociales del Ministerio de Desarrollo Social, por los que la Ministro había insistido durante su corta trayectoria como ministra de la nueva estructura. Su lugar en el Ministerio de Seguridad Social no fue ocupado en las semanas subsiguientes en las cuales el gobierno se embarcó en duras negociaciones en el terreno de la coparticipación fiscal con las provincias y con los acreedores por la reestructuración de la deuda externa, siendo Dumón designado como ministro interino de un ministerio que nunca llegó a funcionar más allá de su decreto de creación. En cuanto al SIPROF, diez días más tarde de la renuncia de Bullrich, el mismo fue paralizado con la vaga promesa de que se buscaría la aprobación parlamentaria (lo cual parecía imposible dada la correlación de fuerzas), regresando al anterior sistema de asignaciones familiares; las disputas entre los actores relevantes del Estado nacional, las dificultades legales que podría implicar su ejecución por decreto y no por aprobación del Congreso, sumado a la presión sindical por evitar deterioros en los salarios de los trabajadores formales, colaboraron en la decisión de truncar otro nuevo intento del gobierno. El Decreto N° 1604/01, publicado el 6 de diciembre de 2001, restituyó las asignaciones familiares derogadas al momento de crearse el SIPROF “hasta tanto éste su pusiera en marcha”. Los sucesos posteriores en la historia del país hicieron que esta propuesta se retirara junto con el gobierno de De La Rua, a finales de diciembre de 2001. de útiles escolares y libros, a alumnos menores de 18 años de edad pertenecientes a grupos familiares con ingresos totales menores a $500.-; 6) Tercera Edad: prestación mensual de $100.- a personas mayores de 75 años que no cuenten con jubilación o pensión, como así tampoco ingresos; 7) Cónyuge de Beneficiario al sistema Integrado de Jubilaciones y Pensiones: pago mensual de $15.- a los beneficiarios del SIJP que perciban un haber inferior a $1.500.59 El Decreto, con fecha del 8 de noviembre, es publicado en el Boletín Oficial en 12/11/01. 30 VII Congreso Internacional del CLAD sobre la Reforma del Estado y de la Administración Pública, Lisboa, Portugal, 8-11 Oct. 2002 REFLEXIONES FINALES EN CLAVE SECTORIAL Cabe concluir con algunas notas globales sobre lo sucedido en los dos planos de reformas aquí analizados, quedando pendiente una síntesis crítica sobre la dinámica general del proceso de transformación acontecido en Argentina en los últimos años. Observemos primero lo sucedido en la administración pública. Tras el conjunto de cambios promovidos en el aparato burocrático, sobresalen una serie de rasgos que permanecen aún cuando se suponía que dichas reformas estaban destinadas a su eliminación: la estructura orgánica-funcional sigue teniendo en gran tamaño a la vez que los procedimientos instrumentados no ha aumentado considerablemente su eficiencia y sus niveles de responsabilización; el personal permanente aumenta su desmotivación a la vez que observa con temor la posibilidad de una mayor precariedad laboral; la ciudadanía sigue desconfiando de la administración pública, a la cual culpabiliza de gran parte de los males que le aquejan. En suma, es necesario preguntar: ¿para qué han servido las reformas en el aparato estatal introducidas en los últimos años? ¿qué las explica? Como abordaje a estos interrogantes, cabe extraer una serie de conclusiones preliminares asociado a la forma en que se desarrollaron los sucesivos intentos de reforma administrativa en la Argentina reciente: Hasta los años ochenta, los programas de reforma administrativa propuestos se dieron en el marco de gobiernos que, más allá de lo discursivo, no pretendían redefinir los alcances del Estado y sus vinculaciones con los actores socioeconómicos e internacionales. En tal sentido, las transformaciones en las estructuras administrativas hasta el gobierno de Menem sólo fueron marginales e insustentables. Tomando en cuenta los distintos modelos de reforma administrativa esbozados por Ross Schneider, es evidente que en el caso argentino, motorizado principalmente desde el Ministerio de Economía y apoyado por una coalición de poderosos actores con intereses e ideologías convergentes, primó el modelo gerencial aún cuando en el diagnóstico sobre los problemas del aparato estatal se observasen también rasgos de otros esquemas reformistas. La primacía del mencionado modelo de gerenciamiento en “clave privada” abonó un recetario cuya aplicación intentó ser uniforme sin ponderar la heterogeneidad funcional del aparato estatal (lo cual dificulta la puesta en marcha en todos los ámbitos de los contratos de gestión); las diferencias de capacidades previas para asumir nuevas técnicas de gestión (el caso más notorio lo representa la descentralización de servicios sociales hacia las provincias); o las implicancias negativas que podrían tener para medidas para la construcción de fortalezas a largo plazo (tal el caso de una política indiscriminada de flexibilización de las relaciones laborales, que se asoció también a los retiros voluntarios). Los avances más sistemáticos que se dieron en la instalación del modelo gerencial de reforma administrativa están asociados a la primera etapa del gobierno de Menem, cuando dichos cambios lograron sumarse a la ola de reformas estructurales puesta en marcha a partir de 1989, en medio de una gravísima crisis fiscal y política. No obstante, siempre quedó en evidencia que aún cuando hubiera sintonía fina entre los actores de la reforma administrativa y los promotores de las reformas promercado, los primeros tenían escasos recursos para obligar a avanzar en ciertas acciones, quedando por lo general sujetos a las prioridades de los políticos, grupos económicos u organismos internacionales de crédito concentrados en el cambio estructural y no interesados en el estricto control de los cambios administrativos. De la mayor parte de los intentos transformadores, destaca como rasgo dominante la falta de sustentabilidad de las estrategias y medidas propuestas, asociada a la falta de interés por parte de los principales actores. Esto explica, en parte, la lógica de retracción-expansión del tamaño (y costo) del aparato burocrático, toda vez que mientras los políticos reforzaban su incentivo a gastar más y reforzar sus intereses de corto plazo60, los otros actores de la coalición dominante “dejaban hacer” hasta que se 60 Spiller y Tommasi (1999) avanzan en interpretar la dinámica y el desempeño de la Administración Pública en la Argentina, asociando los problemas de la efectividad y profesionalismo de la Administración Pública a la inestabilidad 31 VII Congreso Internacional del CLAD sobre la Reforma del Estado y de la Administración Pública, Lisboa, Portugal, 8-11 Oct. 2002 desatase una nueva crisis fiscal, momento donde se volvía a insistir con más recortes en el aparato estatal. Tomando en cuenta los criterios oportunamente presentados para ponderar el desempeño de las instituciones públicas, desde cierta perspectiva puede afirmarse que la experiencia reciente en términos de reformas administrativas está muy lejos de la mejor calificación. En términos generales, los intentos de cambios en el aparato estatal y sus recursos humanos han sido, si se los evalúa respecto al grado de cumplimiento de sus objetivos explícitos, ineficientes, poco ágiles, de baja calidad, incoherentes, escasamente pertinentes y con muy baja capacidad de innovación. Otra podría ser la mirada si se diferencia entre los objetivos explícitos y otros de carácter menos virtuoso: ¿acaso se necesitaba debilitar al aparato estatal y sus mecanismos de intervención para poder plasmar el tipo de transformación estructural que se llevó a cabo? Si este interrogante tiene alguna validez, debiese ponderarse de otra forma el éxito o el fracaso de las reformas. Destaca de forma muy notoria la ausencia de una coalición progresista capaz de fortalecer la capacidad de gestión pública para articular y plasmar una perspectiva innovativa que conciba a las reformas administrativas como procesos integrales que ayuden a potenciar un carácter progresista de las intervenciones estatales, lo cual implicaría entender a los recursos humanos del sector público como un sector fundamental a revitalizar y jerarquizar y no como variable de ajuste fiscal. Aún cuando el gobierno de la Alianza encabezada por De la Rua se planteó discursivamente ocupar ese lugar de reformista-progresista en materia administrativa, en la práctica y durante casi los dos primeros años de gestión no lo ha hecho. En suma, mientras la dinámica de la nueva matriz política argentina muestre una exacerbación de los rasgos excluyentes y mantenga la actual correlación de fuerzas entre los grupos y sectores, la estructuración del problema de la administración pública argentina habrá de cristalizarse en espasmódicas reformas cortoplacistas y bajo la impronta de la necesidad fiscal. En ese marco y de no cambiar sustancialmente las reglas de juego vigentes, los potenciales actores progresistas interesados en plantear y llevar adelante un enfoque diferente seguirán perdiendo la pulseada, limitados como están para dar una batalla que se choca una y otra vez con los incentivos particularistas de los principales actores políticos, socioeconómicos y de la escena internacional. En ese contexto es pertinente plantearse la pregunta normativa acerca de cuáles son los criterios que debiesen primar a la hora de realizar una transformación diferente del aparato burocrático del Estado. Pero a esa pregunta valórica le debería seguir, sin más, el debate sobre las tácticas y las estrategias que se requieren para cambiar el signo de los hechos. Veamos ahora lo acontecido en la política social y sus propuestas de reforma organizacional e institucional. Como hemos observado, todo sistema de protección social expresa un cierto tipo de relación histórica entre sistema político y estructura socioeconómica, la cual se da en el marco de una matriz conformada en un contexto internacional determinado. Las restricciones que devienen de ese escenario general se traducen entonces en ciertas reglas de juego formales e informales (leáse cierta institucionalidad) y en cierto mapa de actores (con sus recursos, intereses e ideologías específicos), razón por la cual las palabras y/o expresiones de deseos de ciertos individuos o grupos no implica necesariamente su materialización en materia de gestión pública. Dicho esto, es posible interpretar la errática y deslucida trayectoria de los intentos de reformar la política social en la Argentina. La hipótesis presentada en un inicio reaparece ahora con fuerza para recordar que la institucionalidad que ha estructurado la política social de este país a lo largo del último política que caracterizó al país en gran parte del siglo XX. La alta tasa de rotación de los presidentes y ministros conduce a que el Poder Ejecutivo tenga una baja capacidad para controlar al aparato burocrático y a quienes lo administran, lo cual se asocia críticamente a la incapacidad de la Legislatura para controlar ella misma al funcionariado. Esto conduce a otro problema hoy vigente, el relacionado con la proliferación de reglas y procedimientos, que motivado por el interés del Ejecutivo de ejercer efectivamente el control, termina abriendo la Administración Pública a conductas oportunistas de los principales actores involucrados (políticos, burócratas y actores socioeconómicos). 32 VII Congreso Internacional del CLAD sobre la Reforma del Estado y de la Administración Pública, Lisboa, Portugal, 8-11 Oct. 2002 cuarto de siglo expresa una excluyente correlación de fuerzas políticas y socioeconómicas, dando lugar a un acotamiento del concepto “política social” al de “política frente a la pobreza”, al mismo tiempo que se exacerban los mecanismos de puja redistributiva, ya no sólo entre actores sociales, sino al interior del propio Estado. Las recurrentes crisis políticas, fiscales y sociales a las que se ha visto sometida la Argentina en tiempos recientes repercuten negativamente en la posibilidad de sumar los esfuerzos del aparato público-estatal para fijar, en materia de políticas sociales, diferentes prioridades a las que se han cristalizado en el tránsito hacia una nueva matriz que tiene claros ganadores y perdedores. Los actores con capacidad de veto (en particular el sector financiero y los organismos internacionales de crédito) han ejercido la fuerza suficiente como para limitar los esfuerzos en materia social al siempre loable pero acotado objetivo de la eficiencia. La volatilidad del juego político ha hecho de lo social una moneda de intercambio fácil en pos de acuerdos, por lo general coyunturales, en otras arenas, al mismo tiempo que los responsables estatales del manejo de la economía imponen sus criterios en la disputa intraestatal. La poca importancia de la acción social del Estado torna frágil y sin incentivos a las instancias técnico-administrativas responsables del diseño y la ejecución de las políticas. La concepción ideológica predominante, de marcado acento individualista, se asocia al mismo tiempo a la ruptura de históricas alianzas entre los grupos medios, los trabajadores organizados y los grupos empobrecidos. La suma de estos factores, que se ligan entre sí potenciando sus efectos negativos en lo que se refiere al objetivo de construir una Autoridad Social, en tanto reforma necesaria en el ámbito de las políticas sociales, invita a imaginar que el camino recorrido en esta materia en la Argentina no debiese repetirse como hasta ahora, no obstante lo cual deja enseñanzas claras: a) No hay recetas técnicas aisladas de la disputa de intereses y valores procesada políticamente. La racionalidad instrumental para obtener eficiencia se golpea una y otra vez con dinámicas institucionalmente condicionadas que dificultan llegar a cumplir objetivos como la coordinación de esfuerzos o la fijación de prioridades para asignar recursos. Es entonces sobre esos niveles de conflicto donde debe intentar operarse, cambiando reglas y costos de transacción políticos, redistribuyendo recursos entre los actores y fomentando la posibilidad de nuevos equilibrios intertemporales. b) Antes de avanzar en la construcción de una Autoridad Social que equipare la fuerza del área económica, se requiere resolver problemas al interior del campo específico de la política social. El sistema de protección social argentino muestra complejidades variadas y profundas tanto a nivel sectorial como jurisdiccional, y es por ese motivo que la estrategia debiese encaminarse primero a resolver los conflictos en ese doble plano, y aún cuando el esfuerzo se concentre en las políticas frente a la pobreza, será muy importante entender la muldimensionalidad de ésta. Será recién entonces cuando se pueda discutir con fundamento la redefinición de roles y espacios de poder con aquellos actores del ámbito económico (sean internos o externos al Estado). c) Se requieren aunar capacidades técnicas con capacidades políticas. Algunos esfuerzos importantes realizados en los últimos años para dotar de mayor calidad técnica a las instancias decisorias de política social no han prosperado, en parte por la ausencia y/o debilidad de líderes políticos dispuestos a nutrirse de información y conocimiento para emprender disputas a favor de una mejor institucionalidad social. Asimismo, la debilidad de la gran mayoría de los (potenciales) beneficiarios de la política social, sea a nivel de servicios educativos o sanitarios, sea a nivel del sistema previsional, sea a nivel de los programas focalizados, deriva en debilidad política para el conjunto del ámbito social. Por ende, no se consigue poder sólo con la utilización de la técnica, ni se mejora la expertise sólo con voluntad política. d) Las restricciones existen pero no están dadas de una vez y para siempre. La historia aquí narrada sobre los intentos de construcción de una Autoridad Social llaman la atención sobre el 33 VII Congreso Internacional del CLAD sobre la Reforma del Estado y de la Administración Pública, Lisboa, Portugal, 8-11 Oct. 2002 peso de variables políticas, económicas, institucionales, administrativas y culturales. Pero la potencial existencia y/o emergencia de “ventanas de oportunidad” no debiese ser descartada por aquellos actores que, aún débiles, pugnan por cambiar la institucionalidad social hacia un sistema más incluyente. Se requieren, en suma, coaliciones políticas y socioeconómicas habilitadas para aunar esfuerzos en el largo plazo, más allá de conflictos coyunturales. Liderazgo y sentido de la oportunidad resultan otros elementos indispensables en esta empresa. Las palabras finales están destinadas a reconocer que la Argentina contemporánea tiene múltiples problemas que resolver. De ellos, el mejorar su entramado organizacional e institucional es quizás uno de los más relevantes y es entonces, por ende, que también resulta una problemática donde los intereses pro-statu-quo se expresan con nitidez. No es momento de pura ingeniería tecnocrática, no es momento de propuestas utópicas imposibles de pasar cualquier prueba de factibilidad. Es, más bien, momento de aprender de la experiencia como único camino posible para mejorar los niveles de capacidad de gestión pública. BIBLIOGRAFÍA Acuña, Carlos (1995) “Introducción”, en Acuña, Carlos (comp.) La nueva matriz política argentina, Nueva Visión, Buenos Aires. Acuña, Carlos y Repetto, Fabián (2000) Marco de análisis de las políticas sociales, mimeo, Buenos Aires. Acuña, Carlos y Tommasi, Mariano (1999) Some Reflections on the Institutional Reforms Required for Latin America, Documento de Trabajo, CEDI, Buenos Aires. Aguilar Villanueva, Luis (1993) "Estudio Introductorio", en Aguilar Villanueva, Luis (ed.) La implementación de las políticas, Miguel Angel Porrua, México. Alonso, Guillermo (1999) Las regulaciones del sistema de salud en Argentina. Dimensiones conceptuales para el estudio de la capacidad institucional, Serie Políticas Públicas, Documento N° 41, INAP, Buenos Aires. Belmartino, Susana (1998) Nuevo rol del estado y del mercado en la seguridad social argentina, ponencia presentada en el XXI Congreso Internacional de la Latin American Studies Association, Chicago, septiembre. Bozzo, Cristina; López, Beatriz; Rubins, Roxana; y Zapata, Andrea (1997) La Segunda Reforma del Estado: Balance, CEPAS, Cuaderno Nº 3, Buenos Aires, julio. Brachet-Márquez, Viviane (1996) El pacto de dominación. Estado, clase y reforma social en México (1910-1995), El Colegio de México, México. CLAD (1995) Proceso de reestructuración y desarrollo institucional de la Administración Pública en Argentina, Banco de Datos, Reporte de Avance N° 5, Caracas. De Leon, Peter (1997) “Una revisión del proceso de las políticas: de Lasswell a Sabatier”, en Gestión y Política Pública, Vol. VI, Nº 1, México, primer semestre. Domeniconi, Héctor (1996) La Reforma del Estado en la Argentina, mimeo, Buenos Aires. Domeniconi, Héctor; Gaudio, Ricardo; y Guibert, Armando (1992) Hacia un Estado Moderno: el Programa de Reforma Administrativa, Boletín Informativo Techint, N° 269, Buenos Aires. Echebarria Ariznabarreta, Koldo (2000) “Reivindicación de la reforma administrativa: significado y modelos conceptuales”, en Reforma y Democracia, N° 18, octubre, Caracas. Evans, Peter (1996) "El Estado como problema y como solución", en Desarrollo Económico, Vol. 35, Nº 140, Buenos Aires, enero-marzo. Evans, Peter (1998) “Alternativas al Estado desarrollista”, en Nueva Sociedad, Nº 155, mayo-junio, Caracas. 34 VII Congreso Internacional del CLAD sobre la Reforma del Estado y de la Administración Pública, Lisboa, Portugal, 8-11 Oct. 2002 FIEL-Consejo Empresario Argentino (1995) Propuesta para la Reestructuración de la Administración Pública Nacional, Buenos Aires, noviembre. Fontdevilla, Pablo (1992) “La Reforma Administrativa en la Argentina”, Reseña Nacional presentada en el Coloquio Técnico, XXI Reunión del Consejo Directivo del CLAD, INAP, Madrid, enero. Franco, Rolando (2000) Autoridad Social, mimeo, Santiago. Ghio, José María y Etchemendi, Sebastián (1998) “Fugindo do perigo: a política de reforma administrativa na Argentina de Menem”, en Revista do Servico Público, Año 49, Nº 2, Río de Janeiro, abril-junio. Grassi, Estela (2001) “El descrédito de la política” en Encrucijadas Ano 1 N° 6, Abril, Buenos Aires Hall, Peter (1993) El gobierno de la economía, Misterio de Trabajo y Seguridad Social, Madrid. Meltsner, Arnold (1992) "La factibilidad política y el análisis de políticas", en Aguilar Villanueva, Luis (ed.) La hechura de las políticas, Miguel Angel Porrua, México. Meny, Yves y Thoenig, Jean-Claude (1992) Las políticas públicas, Ariel, Barcelona. North, Douglass (1993) Instituciones, cambio institucional y desempeño económico, Fondo de Cultura Económica, México. Novaro, Marcos (1999) “La Jefatura de Gabinete y sus Capacidades de Coordinación y Control”, mimeo, Buenos Aires. Novaro, Marcos (2000) “La Jefatura del Gabinete de Ministros en Argentina y sus capacidades de coordinación y control”, en Política y Gestión, N° 1, Rosario, noviembre. O´Donnell, Guillermo (1993) “Estado, democratización y ciudadanía”, en Nueva Sociedad, N° 128, Caracas, diciembre. Orlansky, Dora (1997) “El Estado en transición 1989-1995: el nuevo Estado empleador”, en Cantón, Darío y Jorrat, Jorge Raúl (comps.) La investigación social hoy, Instituto Gino Germani, CBC (UBA), Buenos Aires. Orlansky, Dora y Gómez, Diana (2000) Negociación colectiva estatal en las postrimerías del gobierno de Menem, mimeo, Buenos Aires. Oszlak, Oscar (1994) “Estado y sociedad: las nuevas fronteras” en Kliksberg, Bernardo El rediseño del perfil del Estado. Una perspectiva internacional, Fondo de Cultura Económica, México. Oszlak, Oscar (1997) The Argentine Civil Service: An unfinished search for identity, paper presentado en la International Conference on Civil Service Systems in Comparative Pespective, Indiana University, Bloomington, Indiana. Oszlak, Oscar (1999) “Quemar las naves (o como lograr reformas estatales irreversibles)” en Aportes para el Estado y la Administración Gubernamental Año 6, N°14, Buenos Aires. Palermo, Vicente (1998) Estudio sobre el estado del Estado en Argentina, Documento de Trabajo N° 1, Fundación Carlos Auyero, Buenos Aires. Prats Catalá, Joan (1998) "Administración pública y desarrollo en América Latina. Un enfoque neoinstitucionalista", en Reforma y Democracia, Nº 11, Caracas, junio. Repetto, Fabián (2000) “Gestión pública, actores e institucionalidad: las políticas frente a la pobreza en los ´90”, en Desarrollo Económico, Vol. 39, N° 156, Buenos Aires, enero-marzo. Repetto, Fabián (2002) Gestión pública y desarrollo social en los noventa: Las trayectorias de Argentina y Chile, PROMETEO, Buenos Aires. Rodríguez Larreta, Horacio (h) (1997) “Los problemas del administrador público argentino” en ASAP, s/d, Buenos Aires. Rodríguez Larreta, Horacio y Repetto, Fabián (1999) Herramientas para una Administración Pública más eficiente: gestión por resultados y control social, Documento de Trabajo N° 39, CEDI, Buenos Aires. Ross Schneider, Ben (2001) “La política de la reforma administrativa: dilemas insolubles y soluciones improbables”, en Reforma y Democracia, N° 20, junio, Caracas. Sistema de Información, Monitoreo y Evaluación de Programas Sociales (SIEMPRO) (2001b) 35 VII Congreso Internacional del CLAD sobre la Reforma del Estado y de la Administración Pública, Lisboa, Portugal, 8-11 Oct. 2002 Evolución reciente del mercado de trabajo. Octubre de 1999 y octubre de 2000, Serie Informes de Situación Social, N° 6, SIEMPRO, Ministerio de Desarrollo Social y Medio Ambiente, Buenos Aires. Sistema de Información, Monitoreo y Evaluación de Programas Sociales (SIEMPRO) (2000) Evolución reciente de la pobreza por ingresos en el Gran Buenos Aires. Mayo de 1999 y mayo de 2000, Serie Informes de Situación Social, N° 5, SIEMPRO, Ministerio de Desarrollo Social y Medio Ambiente, Buenos Aires. Spiller, Pablo y Tommasi, Mariano (1999) Las fuentes institucionales del desarrollo argentino, CEDI, Fundación Gobierno y Sociedad, Buenos Aires. Tamayo Sáez, Manuel (1997) “El análisis de las políticas públicas”, en Bañón, Rafael y Carrillo, Ernesto (comps.) La nueva Administración Pública, Alianza Universidad, Madrid. Universidad Torcuato Di Tella y Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (2000) Desempeño institucional de las provincias argentinas, Informe Final, UTDT y PNUD, Buenos Aires. RESEÑA BIOGRAFICA DE FABIAN REPETTO FECHA DE NACIMIENTO: 27 de noviembre de 1964 DOMICILIO: 119 D st SE Washington DC, Estados Unidos TELEFONO: (202) 623-1094 E-MAIL: [email protected] PROFESION: Consultor del Instituto Interamericano para el Desarrollo Social FORMACION: Licenciado en Ciencia Política (Universidad de Buenos Aires); Magister Scientearum en Administración Pública (Universidad de Buenos Aires); Maestro en Gobierno y Asuntos Públicos (FLACSO México); y Doctor en Ciencias Sociales –con orientación en Ciencia Política- (FLACSO México). CAMPOS DE ESPECIALIZACION: Política Social; Administración y Política Pública; Política Latinoamericana. EXPERIENCIA LABORAL: Actualmente, Consultor del Instituto Interamericano para el Desarrollo Social. Ha sido Profesor e Investigador de la Universidad de San Andrés; Secretario Académico de la Maestría en Administración y Políticas Públicas de la misma universidad; Investigador del Centro de Estudios para el Desarrollo Institucional (CEDI), donde actúa como Coordinador del Foro de Política Social; Ex Sub-Coordinador del Sistema de Información, Monitoreo y Evaluación de Programas Sociales (Ministerio de Desarrollo Social y Medio Ambiente); Director de SOCIALIS. Revista Latinoamericana de Política Social; Consultor en Políticas Públicas: ha desarrollado tareas de consultoría para organismos internacionales, como el BID, la CEPAL, UNICEF y UNESCO. Ejerció docencia de posgrado en sus campos de especialización en importantes universidades de Argentina y Uruguay, como la Universidad de San Andrés, Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Sede Argentina), Universidad de Buenos Aires, Instituto Torcuato Di Tella, Universidad Nacional de Córdoba, Universidad ORT (Uruguay). PUBLICACIONES: Ha publicado más de veinte artículos en revistas especializadas y libros colectivos de Argentina, Colombia, España, México y Venezuela. Es autor del libro Desarrollo social y gestión pública: las trayectorias de Argentina y Chile en los noventa. 36