Enmig de la nit, un fotògraf rep l’encàrrec de fer l’última fotografia d’una bella jove que acaba de morir (Angèlica). Des d’aquest instant, viurà una inesperada història d’amor. Aquest film forma part d’una sèrie de projectes ambiciosos que no arribaren a veure la llum en el seu dia degut a la censura. Cinquanta anys després, Manoel de Oliveira reprèn el desig de treure endavant aquest passat projecte. Manoel de Oliveira Pilar López de Ayala . . . . . Angélica Filipe Vargas . . . . . . . . . . . . Marido Ricardo Trêpa . . . . . . . . . . . Isaac Leonor Silveira . . . . . . . . Madre Ana Mª Magaläes . . . . . . Clementina Adelaide Teixera . . . . . . . . Justina Isabel Ruth . . . . . . . . . . . . . Criada Luís Miguel Cintra . . . . . . . Ingeniero Paulo Matos . . . . . . . . . . . Hombre gabardina Director . . . . . . . . . . . . . . . . Manoel de Oliveira Guió . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Manoel de Oliveira Productores . . . . . . . . . . . . . Maria Joäo Mayer Lluís Miñarro Françoise d’Artemare Renata de Almeida Fotografia . . . . . . . . . . . . . . Sabine Lancelin Muntatge . . . . . . . . . . . . . . Valérie Loiseleux Durada . . . . . . . . . . . . . . . . . 97 mín Any . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .2010 “El cinema no és un art, no és una tècnica, és un misteri” (Godard, a “Histoire(s) du Cinéma”) Així com reconeixem en Godard al cineasta-filòsof, l’obra de Manoel d’Oliveira també ha estat una constant reflexió: sobre la naturalesa del cinema i sobre l’essència de l’ésser humà. Junt amb Renoir, Fassbinder o Kierostami, el considerem com un dels autors moderns que més es caracteritza per la seva posada en escena. Tot sent conscients de les diferències que els separen, en tots aquests directors l’escena s’eleva molt més enllà dels artefactes construïts per la Direcció Artística. L'obra del portuguès contínuament remet a la relació entre cinema i teatre, però en un altre sentit del que estem acostumats a trobar en el cinema clàssic o neo-clàssic. Les seves sentències parlen d’una gramàtica pròpia, envaïda de plans estàtics que s’omplen de contingut a través de la composició i del treball dels actors. Com ell mateix diu “Alguien dijo una vez que yo dirigía mal a los actores. Eso sería verdad si yo dirigiera a los actores, pero yo nunca los he dirigido». Cineasta que ha atravessat quasi tota la història del cinema, l’essència del mut hi continua molt present, a través d’una constant preocupació per la construcció de plans que explorin els nostres sentiments. Els personatges dialoguen densament, sense mirar-se els uns als altres, o mirant-nos a nosaltres fixament. Com Eisenstein, Murnau, Dreyer o Tarkovski, Oliveira és un cineasta del “pathos”: figura allò invisible, posa en escena allò que no es veu, hi trobem, en definitiva, el misteri. I gràcies a aquest concepte, l’espectador pot desplaçar-se de l’emoció a la idea. Hereu de les teories realistes d’André Bazin, Oliveira minimitza el muntatge, entès en la seva idea clàssica d’unió de plans per donar una unitat fictícia al total. Al contrari, cerca la profunditat de camp per destacar-ne l’essència realista. En aquesta línia, prioritza els plans llargs per tal que la seva no-intervenció doni peu a la reflexió divagatòria de l’espectador. D’aquesta manera esdevenim una part imprescindible en la concepció del film, participant d’allò que vol expressar el director, provocant-nos amb estructures narratives aparentment redundants però dotades de sentit dins l’engranatge global. Raquel Sánchez El extraño caso de Angélica Escrito en 1952, el guión de El extraño caso de Angélica ha debido esperar casi sesenta años en ser filmado. Manoel de Oliveira ha mantenido algunos de los rasgos del texto original aunque adaptándolos al momento en el que la película se ha hecho por fin realidad. Una tenue historia de fantasmas y amor absoluto filmada con pausa y belleza analógica. La película está repleta de colisiones, pero Oliveira las filma con absoluta tranquilidad: la nueva maquinaria y el trabajo tradicional, la fotografía y la realidad, los espectros y los vivos, la vida rural y la sombra de la vida urbana, el catolicismo y el judaísmo, el cine primitivo y el cine moderno, un jilguero y un canario. Aunque parte de un relato de naturaleza fantástica en el que se confunden la simple pesadilla y la realidad de un espectro que seduce a quien la ha fotografiado a las pocas horas de morir, El extraño caso de Angélica no es solo un film fantástico en torno al amor absoluto. Sus imágenes traslucen otras preocupaciones, algunas de ellas retomadas del guión original de 1952 y otras introducidas al hacerse realidad el proyecto en 2010. El texto escrito hace sesenta años hacía mayor hincapié en la condición de judío del protagonista, el fotógrafo Isaac, ya que se trataba de uno de los supervivientes del holocausto y el peso de la barbarie nazi era más evidente. En el film resultante, Isaac es un joven portugués de origen sefarí que se convierte en el fotógrafo de un alma católica. Todo es producto del azar: es el único fotógrafo disponible para, en una noche de tormenta, desplazarse hasta la casa de una acaudalada familia y realizar un retrato de Angélica, joven fallecida al poco tiempo de contraer matrimonio. Una parte de la historia, la más importante y la que nutre a las demás, funciona a partir de la progresiva obsesión de Isaac hacia Angélica a través de las fotografías que le ha realizado. Isaac sueña con la joven, se enamora de ella como nunca lo ha estado de ningua mujer, la ve en sueños, o quizás en su realidad, cada vez más apartada del resto de los mortales (el núcleo cerrado y jovial que conforman los dos hombres y la mujer que desayunan cada mañana en la pensión en la que vive Isaac), y hasta se imagina volando sobre campos y riachuelos en brazos del espectro amado. Isaac es un sefardí que llegó de las tierras del petróleo, como comentan de él los demás, pero sus orígenes no tienen importancia más allá de la distancia inical con la familia católica de Angélica o su huida rápida de la iglesia donde se celebra el funeral por la muchcacha que yace recostada en un sofá o en el interior del ataúd con una dulce sonrisa. Sin ser una película melancólica ni un film que versa sobre este estado de ánimo, El extraño caso de Angélica reposa sobre una cierta idea de lo melancólico: las vistas generales y nocturnas de la pequeña ciudad donde acontecen los hechos mecidas por el suave piano de María Joao Pires, las calles solitarias o la caída imperturbable de la incesante lluvia nos trasladan a espacios y emociones sutiles y delicados, tanto como la propia historia de amor absoluto en la que Isaac se ve irremediablemente atrapado. Pero no hay rastro de melancolía ortodoxa en la escritura de esa pasión que llega de entre los muertos. Angélica sonríe a Isaac cuando este fotografía su cuerpo inerte, y esa es la foto que quedará para el recuerdo; incluso la madre de la muchacha fallecida le encarga a Isaac una ampliación de “esta fotografía en la que parece que sonríe”, sin que nadie se sienta extrañado o turbado de que una muerta sonría al objetivo de una cámara. ¿O acaso todos los personajes no acaban viviendo en la misma ensoñación porque desean que Angélica no les haya abandonado para siempre? PAUSA Y MATIZ El extraño caso de Angélica es un film repleto de matices, y son estos matices los que dan enti- dad al personaje de Isaac más allá de la historia de amor fou y sobrenatural que le lleva hasta la extrenuación del cuerpo y del alma. Él representa, como la propia película, como las texturas visuales escogidas por un cineasta formado en los tiempos del cine mudo, la supervivencia de ciertas formas de entender el trabajo, la técnica. Le gusta el trabajo tradicional, le dice a la señora Justina, la propietaria de la pensión, siempre tan preocupada porque el joven no duerme o no desayuna por las mañanas, y por ello se va corriendo hasta un grupo de hombres que están arando la tierra de los viñedos a la antigua, sin maquinaria alguna, con el fin de fotografiarlos. No es una secuencia desgajada del resto del film, ni mucho menos, sino que viene a representar la esencia del mismo. Isaac ama el trabajo tradicional y es el protagonista de una película de 2010 filmada con cromas y transparencias propios del cine de los años cincuenta y con efectos especiales (en lo concerniente al vuelo de Isaac sostenido por el fantasma de Angélica) que conectan con los de los primitivos franceses; en concreto, recuerdan, y mucho, a La cerillerita (1928), de Jean Renoir. Isaac es pues la máxima representación, como personaje en una pantalla y como símbolo fuera de ella, del artesanado, con lo que El extraño caso de Angélica se convierte, ante todo, en una reivindicación de un cine desaparecido (no deja de resultar sintomático que el film de Oliveira coincidiera en el festival de Cannes de 2010 con otra película de fantasmas tratada según metodología del cine pretérito, la ganadora Uncle Boonmee recuerda sus vidas pasadas). Estas pequeñas historias dentro de la gran historia fantástica que representa la película ayudan, además, a solventar un problema habitual en las últimas obras del realizador portugués, la sensación de que la idea original se agota antes de tiempo. Oliveira intercala muy bien las pinceladas cotidianas en la existencia de Isaac-esta fascinación por el trabajo a la manera tradicional, su ausencia o presencia en la pensión, la muerte del jilguero de la señora Justina tras ser observado atentamente por el gato o las conversaciones del resto de comensales en torno a la crisis económica, los proyectos paralizados, la materia y el espíritu- y juega muy bien con una idea estética que le permite estar siem- pre conectado con el proyecto original del film, cuando fue fechado y estaba ambientado en la segunda mitad del siglo XX. En esto recuerda un poco a la abstracción en cuanto a la época de la acción que tan bien empleó David Lynch tanto en Terciopelo azul como en Twin Peaks: su ubicación temporal es indeterminada, ya que los relatos pueden acontecer indistintamente en el momento en que fueron concebidos, la década de los ochenta, como en los años cincuenta y sesenta. En El extraño caso de Angélica ocurre lo mismo: los automóviles y la indumentaria de los viandantes cuando Isaac corre como un poseso hacia el cementerio para gritar en vano el nombre de Angélica pertenecen a la actualidad, pero la vestimenta del propio fotógrafo y la disposición de los interiores de la pensión y, sobre todo, la casa de la familia de la joven muerta, pueden estar enmarcados perfectamente en ese año 1952 en el que el film fue escrito; además, se habla de la maquinaria moderna, pero esta nunca aparece en pantalla, como un gesto de justicia poética hacia el protagonista por parte del director y otra manera de dejar el tiempo (histórico) suspendido. En cuanto a los comentarios, pueden pertenecer a una y otra época: hay una crisis económica generalizada según comentan el médico y el ingeniero en los desayunos de la pensión, y esta puede ser la actual o la vivida en aquellos tiempos, ya que la crisis siempre ha existido, enquistada en la realidad como la fascinación por Angélica se enquista en la existencia de Isaac. Jugando así al cine moderno (de este modo se conciben ahora las mejores historias de fantasmas) y al cine no clásico, sino primitivo (donde también eran concebidas de un modo similar, sin complejos ni miedo al ridículo), incrustando efectos especiales analógicos en plena era de dominio digital y reflexionando sobre la entidad del trabajo como se hacía antes y como se desarrolla ahora, Oliveira llega al límite del relato cerrándolo con una de las secuencias más bellas de todo su cine reciente. Isaac se levanta enfebrecido de la cama, golpea al médico que le está atendiendo y se desploma en el suelo, justo en el momento en que el cuerpo desdoblado, o el alma, camina erguido hasta encontrarse con el espectro de Angélica, que le espera con los brazos abiertos para llevárselo más allá. Es una idea característica de films sobre el amor fou como Sueño de amor eterno (1935), de Henry Hathaway, donde la ficción es trascendida por el ideal amoroso y en la muerte se alcanza la sublimación de todos los deseos, pero Oliveira la lleva aún más a su terreno, o al terreno de esta película. El médico, una enferemera y la señora Justina devuelven el cuerpo inerte de Isaac a la cama y lo cubren con una sábana cuando empieza a escucharse a través de la ventana abierta el cántico de los trabajdores de los viñedos del Duero, aquellos que el protagonista retrató y cuyas fotografías penden junto a las de Angélica en un cordel extendido en su habitación. Justina cierra la ventana y los cánticos desaparecen, pero la melodía, mezclada con el sonido de las palas y rastrillos al golpear la dura tierra, reaparece de inmediato con los títulos de crédito finales, unos créditos sobre los que intuimos las sombras de dos espectros, Isaac y Angélica, deslizándose felices mientras los viñedos empiezan a dar sus frutos. Para Oliveira, la búsqueda del amor absoluto solo se encuentra en la muerte, y al alcanzarlo finalmente Isaac, los cánticos finales de los trabajadores suponen un antídoto al pesimismo. Quim Casas (Dirigido Por... nº 411, Mayo 2011)