Las fábulas de Garompo, una obra injustamente

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Las fábulas de Garompo, una obra injustamente postergada
Escrito por Uiardechempions Pepe
Viernes, 11 de Mayo de 2012 09:37
Francisco Das Turres Coimbra es un nombre que en Puerto Tirol todos escuchan para de
inmediato encogerse de hombros. Pero si uno pregunta por Garompo, allí sí, todos dan las
referencias necesarias para llegar a su casa amarilla, rodeada de pomelos y naranjos. Y tras el
breve muro y el portoncito de maderas verdes, él nos recibe con sus 73 años a cuestas, la
calvicie morena que dejó unas pocas canas arrinconadas contra las orejas, la delgadez
afianzada en una larga juventud como marcador de punta de uno de los clubes de fútbol
locales.
Es que a este anciano de sonrisa lenta para llegar, lenta para irse, lo han leído todas las
generaciones vivas de su pueblo. Sus libros de fábulas siguen siendo material escolar de uso
habitual en los colegios primarios; un poste de luz lleva su nombre ("me querían dar una calle,
pero a mí me parecía mucho", comenta él con su proverbial humildad); y sus manos están
estampadas en una de las dos baldosas del Salón de la Fama de Tirol (la otra lleva la marca de
Luis Landriscina, que no nació en Tirol pero accedió al pedido del intendente de hacerle un
favor al edificio inaugurado en 1997).
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En el resto del Chaco, y en el país, Garompo es bastante menos conocido. Nadie sabe por
qué, mucho menos él mismo. "Supongo que la gente de la editorial no se movió bien, o lo mío
es un mercado chiquito", reflexiona Francisco sirviendo un vaso de limonada. "Lo suyo", como
lo llama, son las fábulas. Ese género que mantiene a Esopo -aun 2.600 años después de su
supuesta existencia- como exponente máximo.
Textos polémicos
Garompo, pese a no buscarlo y a su afabilidad natural, ante cada nueva edición fue objeto de
polémicas. A eso también atribuyen algunos la escasa expansión geográfica de su obra. Los
ministros de Educación de turno siempre dudaron acerca de si colocar o no sus libros entre los
textos escolares de cada ciclo lectivo, cuando no los desecharon de inmediato. "Fomenta
opciones morales nocivas para la salud social", dictaminó, por ejemplo, la cartera educativa de
Mendoza en 1985.
Es que hay que reconocer que Francisco se distingue claramente de Esopo y los fabulistas
más renombrados en el sentido de las moralejas que cierran cada relato. Él se defiende con
una sentencia serena pero firme: "Siempre me pregunté para qué puta sirve enseñarle a los
pendejos que tienen que estudiar y ser honestos para triunfar si después lo único que ganamos
con eso es que no estén preparados para que los pasen por encima los burros hijos de puta
trepadores, que como la tienen clara ganan todas las batallas".
Para hablarlo en familia, ¿no? Pero vayamos a algunas de las creaciones más conocidas del
querido autor tirolés.
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El hornero y la cotorra
Descargábase con furia el calor del verano sobre la fronda, cuando en el poblado silencio del
monte se destacaba un suave sonido de pasitos pequeños sobre barro. Era el trabajador
hornero, que pese a la fatiga acentuada por la elevada temperatura no se permitía pausa
alguna en la misión de construir su característico nido.
"Harelo amplio y fuerte, para que me brinde la frescura de su corazón de barro en los períodos
estivales, y conserve el calor del árbol en el duro invierno", decía el entusiasta pajarillo
mientras trasladaba pedacitos de lodo desde el suelo hasta la rama del algarrobo en que iba
construyendo su hogar.
Se hallaba el hornero puliendo las paredes de lo que sería su biblioteca y sala de juegos,
cuando posóse sobre la misma rama una cotorra parlanchina.
-¿Qué haces, hornero?-pregunto la cotorrilla.
-Construyo mi casa con barro y con Hierros Líder, los mejores precios del mercado y todas las
tarjetas-respondióle el hornero. (Nota de Redacción: otra crítica a Garompo siempre fue la
utilización comercial de algunos textos)
-¿Y por qué mejor no dejas eso para otro momento y no vienes con nosotras las cotorras a
refrescarnos en la laguna y hablar del divorcio del guacamayo?
-Lo siento, irresponsable cotorra, pero debo seguir haciendo mi casa. El invierno llegará en
cualquier momento y ¡valgame Dios, no quiero que me sorprenda a la intemperie! Tú también
deberías tomar previsiones.
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La cotorra, sin embargo, lejos de seguir su consejo, se burló de él y se alejó volando.
-¡La vida es corta, sólo los tontos la desaprovechan trabajando en lugar de divertirse!-le gritó
antes de perderse entre los árboles.
Los días pasaron, el invierno llegó con inusitada severidad, y mientras el hornero fumaba su
pipa junto a la chimenea de su sala, escuchó que alguien golpeaba a la puerta. Al abrirla,
quedó conmocionado: la estúpida cotorra tiritaba de frío, tratando de darse calor con las alas
envueltas sobre el cuerpo, y el pico cubierto de escarcha.
-Díjetelo meses atrás, banal cotorra: debías aprovechar el tiempo para no encontrarte, como
ahora, perdida en el frío. Mírate: sólo tienes ese pequeño papel para guarecerte del gélido
viento - le dijo el previsor hornero.
-N-no im-p-ort-a -contestóle la cotorra con la voz llena de guiones-. Est-t-t-e pa-p-p-p-el es la
ex-x-pro-p-p-piación de tu c-c-casa para que p-p-p-odamos instalarnos adentro las c-c-c-otorras
y for-mm-ar una asoc-c-c-iación que luego pida más ex-p--propiaciones-contestó ella.
Y acto seguido el insociable hornero fue desalojado por la fuerza pública y condenado a
trabajos forzados durante diez años por haber edificado sin planos autorizados y en una rama
del Estado.
Moraleja:
Si con tu trabajo y nada más,
tú buscas darte calor
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no te enfades ni quejes luego
cuando te partan el toor
...
Berenice, la yegua buena
Pastaba en la pradera, reluciendo bajo el sol, Berenice. No había yegua más valorada en toda
la comarca.
"Es trabajadora, jamás se queja ni rehuye a labor alguna", decían sus dueños. "Es dulce, con
tiernos resuellos nos indica el camino", celebraban los niños al cabalgarla. "Es dócil, sabe que
las aplicaciones son para su bien", destacaban los encargados de las curaciones en los
establos de su estancia."Es solidaria, si uno de nosotros está agotado al tirar de un carruaje o
arrastrar una carga, ella redobla su esfuerzo para suplir nuestras carencias", decían los demás
equinos.
Por tanta bondad, el Cielo había dado a Berenice la recompensa del amor. Él se llamaba
Eluctor, un reluciente azabache de la hacienda vecina, que se habia enamorado de Berenice
por los dones de ésta, y que por su elegancia y estilo habíala conquistado a su vez.
Era Eluctor la luz de los ojos de Berenice, el motivo de sus desvelos y de sus descansos, el
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nombre que con sólo sonar en su pensamiento le multiplicaba las energías para los desafíos y
demandas de cada jornada.
"¡Por las barbas del profeta!¿Cómo haces para llevar el arado con esa sonrisa en el rostro?",
preguntábanle las otras yeguas. "Cierro los ojos y veo a Eluctor", respondíales ella.
Pero una malhadada jornada en que sus dueños la premiaron con una inesperada tarde libre,
fue Berenice a la cerca de la hacienda vecina para llamar a Eluctor, y encontrólo
empomándose como un desaforado a Sheyla, la yegua árabe de los colonos junto al arroyo.
Nada menos Sheyla, la haragana fastidiosa que sus dueños querían sacrificar por inútil, que
sus compañeros de establo criticaban por maliciosa y sucia, que los jóvenes del pueblo querían
sacrificar por agresiva y que los demás estancieros despreciaban por depredadora de cultivos.
Y volvióse Berenice, triste y meditabunda, alejándose tan rápido como pudo de los relinchos
jubilosos que rebotaban en todos los horizontes.
Moraleja:
El mancebo te querrá si eres buena
y pones fuerza en el arrastre,
pero que te quede claro que amará
a la que tenga el mejor traste
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