Arquitectura española del siglo XVII

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ARQUITECTURA ESPAÑOLA DEL SIGLO XVII
El contexto histórico
El presente trabajo estudia la arquitectura desarrollada en España a lo largo del siglo XVII. Todo este siglo y
gran parte del XVIII pertenecen al período cultural conocido como Barroco. Vamos en primer lugar a buscar
las causas que propiciaron el desarrollo de este movimiento, que fue en realidad una nueva manera de
entender la sociedad en su conjunto, más allá de las realizaciones pictóricas, escultóricas o arquitectónicas con
las que habitualmente se identifica al barroco.
En España el barroco ocupa los reinados de los llamados Austrias menores; se puede, según Maravall, fijar el
reinado de Felipe III (1598−1621) como el período de formación, que llegaría a su plenitud con el reinado de
Felipe IV (1621− 1665), para iniciar su decadencia durante el reinado del último Austria, Carlos II.
Durante el gobierno de estos Austrias menores se consumará la decadencia política y militar de España,
cuando el primer Borbón acceda al trono de España el imperio español en Europa será ya sólo un recuerdo.
Las causas de esta decadencia hay que buscarlas en una multiplicidad de factores, y solamente a la conjunción
de todos ellos se puede responsabilizar de los desastrosos efectos que se produjeron. En primer lugar, la
propia dinámica histórica determina que cualquier posición hegemónica que una nación haya ostentado en
relación a las demás de su entorno está abocada a una decadencia que sustituirá inevitablemente al período de
plenitud; la historia de Europa está llena de ejemplos, y este comportamiento no tendría porqué ser diferente
en el caso del imperio español.
A esto añadiríamos como desencadenantes el agotamiento de Castilla como pulmón de la Corona, el
sedentarismo y la actitud falta de programa político de los monarcas citados, la corrupción derivada del
sistema de privados que estos Habsburgo pusieron en práctica, la polarización creciente de la sociedad
española en una clase dominante cada vez más enriquecida y una clase popular que ve día a día disminuir sus
recursos, la caída demográfica, la incidencia funesta de las epidemias, y en fin, la crisis social y económica en
la que desembocó todo este conjunto de acontecimientos negativos.
La caída demográfica. Las epidemias. El agotamiento de Castilla.
El ciclo demográfico todavía vigente en el siglo XVI era el característico de una sociedad rural que dependía
esencialmente de una agricultura de subsistencia: la dependencia del resultado de la cosecha es extrema, con
crisis cíclicas que se encadenan la consabida sucesión de causas−efectos: a años de sequía suceden las
consiguientes malas cosechas, que provocan la hambruna del campesinado y la mayor mortalidad de las
epidemias, con el resultado del descenso de la población...
En palabras de John Elliot:
Antes de sufrir la plaga (de 1597−1602), Castilla ya se hallaba cansada y deprimida. Los fracasos en
Francia y en los Países Bajos, el saco de Cádiz por los ingleses y la petición por parte del rey de un donativo
nacional en 1596, cuando la bancarrota, ahondaron la desilusión que había empezado a manifestarse con el
desastre dela Invencible. Entonces, como remate, llegó la peste. La ininterrumpida sucesión de desastres sacó
a castilla fuera de órbita. El país se sintió traicionado −traicionado quizá por un Dios que ,
inexplicablemente, había retirado el favor a su pueblo elegido−. Arrasada y herida por la peste, la Castilla
de 1600 era un país que había perdido de pronto el sentido del destino nacional.
Varias pestes asolaron realmente España en este período; además de la que inició el siglo, hubo otra entre los
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años 1647 y 1651 que fue particularmente devastador en las regiones mediterráneas y Andalucía, según
Domínguez Ortiz, los muertos fueron más de 60.000 en Sevilla, 40.000 en Murcia, 14.000 en Córdoba, 17.000
en Valencia, y si estos fueron los efectos en las ciudades es de imaginar que fueran similares en el medio
rural. Por último, la ocurrida entre 1676 y 1685 no debió tener efectos tan mortíferos.
Esas altas mortalidades que asolaban al mayoritario mundo rural se veían compensadas hasta el siglo XV con
rapidez por las altas tasas de natalidad que conseguían recomponer el sistema. Sin embargo, nuevas
condiciones iban a frenar en adelante la recuperación poblacional. Las epidemias se encontraron en el siglo
XVI con una demografía consumida; el campo, sobre todo el castellano, había perdido una gran cantidad de
sus habitantes, debido a una tendencia migratoria hacia la ciudad, huyendo sobre todo de unas cargas fiscales
cada vez más insostenibles, a lo que hay que añadir el efecto de las levas del ejército, los contingentes que se
emplearon en repoblar otras zonas, la emigración a Las Indias o las consecuencias de la expulsión de los
moriscos, prósperos agricultores en su mayoría. Domínguez Ortiz trascribe la opinión al respecto de un testigo
directo de los acontecimientos, el arbitrista Pedro Fernández de Navarrete, quien en 1626 enumera las causas
de la despoblación castellana. Tras la que para él es la primera, la expulsión de judíos y moriscos,
La segunda causa de la despoblación de Castilla ha sido la muchedumbre de colonias que de ella salen para
poblar..., los que han muerto en las continuas y largas guerras de los Países Baxos, los que se ocupan de
presidiar a Italia y África, los que, por descuido nuestro, están en esclavitud y cautiverio, y los que a sus
pretensiones residen en Roma; siendo cosa cierta que salen cada año de España más de cuarenta mil
personas aptas para todos los ministerios de mar y tierra, y de éstos son muy pocos los que vuelven a su
patria, y poquísimos los que por medio del matrimonio propagan y extienden la generación.
Durante el período 1594 − 1694, las poblaciones de Toledo y Segovia se redujeron a menos de la mitad, y la
población total de España descendió un veinticinco por ciento. Burgos estaba en ruinas, Segovia era
prácticamente una ciudad abandonada; y con un comercio transatlántico casi por completo en manos
extranjeras que no aportaba los acostumbrados ingresos, España sufría los efectos de una fuerte inflación...
La crisis social y económica.
En el siglo XVII se produce en España la casi completa desaparición de lo que podrían llamarse las clases
medias, fenómeno que se acentuó aún más en el siguiente siglo. Se llega a una situación en que la sociedad se
muestra fraccionada en dos polos antagónicos: una minoría que detenta todos los privilegios, y el resto de la
ciudadanía, cada vez más empobrecida. La clase media que debiera haber consolidado la naciente burguesía
urbana no se materializó, la nueva clase de comerciantes enriquecidos no reinvirtió en la ciudad; muy al
contrario, compraron tierras masivamente, en un intento de lograr formar parte de la clase privilegiada, de
tradición terrateniente, lo que agravó aún más el problema de la concentración agraria. En palabras de
Maravall, la pérdida de fuerza y abandono de la burguesía en la primera mitad del siglo XVII, más que a una
crisis de ella misma, se debió a un intencionado fortalecimiento del poder de la nobleza, que para ayudarse
arrastró consigo a los enriquecidos, y otros grupos ascendentes se vieron frenados. Hay que considerar además
que hasta las Ordenanzas de Carlos II en 1682, las actividades de tipo industrial suponían para cualquier noble
que osara practicarlas la inmediata pérdida de la condición de hidalguía. La industria por tanto no se renovó, y
la movilización masiva de la población agraria a un modelo de ciudad que no estaba aún en condiciones de
absorber tal mercado de trabajo generó un proletariado urbano sin expectativas, la fractura social era evidente,
y se concretó en sucesivas sublevaciones en Cataluña, Portugal, Andalucía, Sicilia y Nápoles.
La Hacienda bajo los Austrias menores siguió el camino descendente que había iniciado ya con Felipe II; las
contiendas bélicas de él heredadas que la política pacifista del Duque de Lerma consiguió calmar volvieron a
reavivarse con el valimiento del conde−duque, cuya política exterior metió de lleno a España en la guerra de
los Treinta Años, y así continuaron vaciando las arcas de una administración corrupta y despilfarradora, cuyos
propios gastos eran ya un problema. Se dependía en exceso de la plata americana, primero el oro y luego la
plata habían financiado tradicionalmente en gran parte los gastos bélicos del imperio, y cuando los envíos
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disminuyeron, la crisis económica se agravó considerablemente. Había que sacar dinero de donde fuera, así se
confiscaron réditos de juros y rentas, se gravó todavía más al campesinado, se vendieron cargos, etc. La
efectividad de todas estas medidas fue nula, y a la muerte de Felipe IV la situación merecía comentarios tales
como:
A al hora de rendir cuentas de su reinado, en el año 1665, por doquiera que se mirase, Felipe IV no podía
ver mas que ruinas, desolación, postración total. En suma, decadencia.
Para Maravall, la crisis española del XVII se inscribe en un proceso generalizado que afectó también al resto
de los estados europeos:
En resumen, cualesquiera que puedan ser algunos leves altibajos, de muy corta onda en el espacio o en el
tiempo, nos enfrentamos, desde los últimos años del reinado de Felipe II hasta los finales del de Carlos II,
con una extensa y profunda crisis social en España, similar y paralela −pienso que más aguda en el caso
español− a la que se presencia en otros países europeos: En Francia, en Alemania, en Italia, etc.,
Características generales de la arquitectura española del siglo XVII
Como vemos, las circunstancias no eran precisamente las idóneas para construir con magnificencia, eran
tiempos de penuria y la arquitectura se resintió de ello. Pero aún así, se construyó mucho, especialmente
arquitectura real y edificios públicos, que aún en malos tiempos debían tener una cierta dignidad, y, sobre
todo, religiosos; a la decidida confesionalidad del pueblo y a la gran influencia que en la sociedad del XVII
seguían teniendo el clero secular y regular hay que añadir que la iglesia siguió percibiendo en estas décadas
difíciles sus rentas en diezmos en grano y otros valores, por lo que pudo sacar beneficio de la fuerte inflación
que sufrieron los precios, la crisis no les afectó de igual manera. Estas condiciones favorables originaron la
edificación de gran número de conventos, monasterios, iglesias, hospitales, etc., cuya agrupación creó las
llamadas ciudades conventuales españolas. Con respecto a la arquitectura real, los Austrias fueron iniciadores
de una nueva concepción urbana con la constitución de sus conjuntos reales, oficiales o privados, que incluían
en sus límites la novedad de la naturaleza domesticada para mayor placer estético de la monarquía, e
íntimamente asociados a los conjuntos reales, hay que considerar los conjuntos urbanos creados por los
validos de los últimos Austrias.
La sociedad civil tuvo un muy pobre protagonismo en la arquitectura urbana A pesar de que la monarquía creó
en la capital una corte que con su esplendor atrajo a grandes masas de población, haciendo de Madrid una
auténtica ciudad cortesana, la ausencia de palacios privados barrocos es notoria. Si en el pasado siglo la
nobleza se había construido magníficas residencias en todo el territorio nacional, con el siglo XVII esta nueva
capitalidad de Madrid acogió a una nobleza que abandonó sus antiguas residencias provincianas y se asentó
improvisadamente en la capital en casas de una gran austeridad. Bien por razones económicas o porque no
tenían muy claro el tiempo que permanecerían allí, el barroco aristocrático de la corte sólo lo fue en la
decoración interior de sus casas, no en su aspecto exterior. Por otro lado, buena parte de la culpa de esta
mezquindad en la construcción civil la tuvo la Regalía de aposento, establecida por Felipe II y que obligaba a
los propietarios de viviendas de más de dos plantas a hospedar a la comitiva y funcionarios de la corte, medida
que hizo proliferar las llamadas casas de malicia que con su construcción de una planta buscaban eludir esa
carga.
Todas estas razones hicieron que la ciudad barroca española no participara de los nuevos impulsos
urbanísticos, que en la grandes urbes europeas se concretaron en grandes perspectivas, − por otro lado
difíciles de lograr en un Madrid que, falto de solares, buscó su desarrollo más en altura que en planta −, y que
siguiera respondiendo en el siglo XVII al modelo urbano de la anterior centuria.
La gran aportación de la arquitectura barroca española es la plaza mayor regular, cerrada y con soportales,
espacio destinado a ser utilizado como mercado y como escenario de las celebraciones públicas tan queridas a
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la monarquía Habsburgo, para lo cual habían sido diseñadas con grandes balconadas que facilitaran la visión
de los espectáculos. Además es propio de nuestro barroco, como antes se ha comentado, la proliferación de
edificios religiosos, fenómeno que dio lugar a la fisonomía de la ciudad − convento de la centuria del
seiscientos.
En una rápida enumeración de las más sobresalientes realizaciones en los distintos apartados citados, los
principales conjuntos reales privados construidos fueron El Pardo, Aranjuez, Balsain y La Zarzuela. En el
apartado de conjuntos reales de uso oficial o cortesano se hallan los Alcázares de Madrid y Toledo, El
Escorial y El Buen Retiro.
Si bien alguno de estos edificios tiene un origen anterior al barroco, también es cierto que siguen siendo
operativos en este siglo y por tanto objeto de importantes trabajos de conservación, o bien remodelaciones y
adiciones, por lo que son incluidos en esta relación.
Entre los grandes conjuntos urbanos destaca el del duque de Lerma en la villa del mismo nombre, además del
trazado de la ciudad de Alcalá de Henares, que adquiere todo su desarrollo en el siglo XVII. Los conventos y
edificios religiosos fueron muy numerosos, abarcando toda la geografía española, las realizaciones concretas
se citarán más adelante, asociándolas a sus respectivos artífices. En estos palacios aparece una de las
peculiaridades formales del barroco español, las torres rematadas con chapitel que enmarcan todo edificio de
cierto prestigio.
En líneas generales, se puede decir que la arquitectura de las primeras décadas del XVII siguió reflejando las
influencias de la obra de Herrera, principalmente de El Escorial, etapa en la que predomina una arquitectura
rígida de líneas rectas, para pasar después a una fase exornativa en la que se libera de las rígidas estructuras
anteriores y aporta unas maneras más imaginativas.
La tradición clasicista que domina las realizaciones de la primera mitad del siglo XVII es en gran medida
consecuencia de las penosas circunstancias por las que atravesaba el país, en una sociedad en horas bajas los
arquitectos debieron aceptar los trabajos que surgían, dejando en un segundo plano cualquier tipo de inquietud
artística, son tiempos para la actuación del maestro tradicional, amparado por los gremios; la nueva
consideración de la figura del arquitecto impulsada por el humanismo italiano tardó, por tanto, en imponerse
en la España del barroco.
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Los arquitectos del siglo XVII
La arquitectura clasicista
Tras la muerte de Juan de Herrera, los arquitectos que le suceden, aún considerándose herederos de su
corriente estilística, no tardaron en interesarse por las nuevas corrientes foráneas representadas por Palladio y
Viñola, con lo que, a pesar de ser considerados discípulos, su manera de hacer se independizó pronto de las
limitaciones del cánon.
Valladolid.
Como sede de la Corte en el período 1601− 1605, y con su catedral proyectada por Herrera, se formó en
Valladolid el más importante foco del clasicismo postherreriano que actuó principalmente en las tres primeras
décadas del siglo, y cuyos componentes más señalados son Francisco de Mora, Juan de Tolosa, Diego y
francisco Praves, Juan de Nantes y Pedro de Brizuela.
Francisco de Mora. Discípulo y sucesor de Juan de Herrera, sus trazas conservan rasgos de la escuela
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herreriana, de hecho su arquitectura está a caballo entre los dos siglos. Sus primeros trabajos reseñables tienen
como objeto la reconstrucción del Alcázar de Segovia y algunas edificaciones anejas a El Escorial, pero su
gran obra es sin duda el diseño y la construcción, entre 1604 y 1614, de la ciudad de Lerma, su palacio y
edificaciones religiosas. En Lerma, Mora ideó un conjunto urbano sobre una idea centralizada, formado por el
palacio, que presidía la plaza principal, y una serie de conventos, iglesias y edificios auxiliares, varios de ellos
en comunicación con el palacio ducal por medio de pasajes cubiertos.
Otra de sus realizaciones destacables es la iglesia carmelita de San José de Ávila, cuya fachada es la obra
maestra de Mora, con un pórtico de arquerías sobre columnas a modo de nártex, y decorada con tableros y
esculturas. También fue autor de el Palacio de Uceda, en Madrid, (actual Palacio de Congresos), y de varios
edificios civiles en el breve período en el que Valladolid ostentó la capitalidad del estado. Murió en 1611.
Juan de Tolosa. Forma parte del grupo de maestros bajo la influencia estética de Juan Bautista de Toledo, más
que de Herrera. Su obra maestra es el hospital de Medina del Campo, con una fachada principal grave y
desprovista de ornamentación que recuerda a la fachada sur de El Escorial, obra de Juan Bautista de Toledo.
La originalidad del tratamiento dado por Tolosa a esta construcción se muestra principalmente en el orden
colosal de columnas sencillas que enmarcan la fachada principal, columnas que sostienen el frontón sobre
altos pedestales que sobrepasan en altura la entrada de la planta baja, solución que también empleó en
Montederrano, y también en la supresión de las molduras horizontales propias del herreriano resaltando con
ello la verticalidad de la fachada principal. Asimismo, por primera vez las salas destinadas a los enfermos se
abren al exterior por ambos lados, al patio y a la galería externa, con lo que se consigue que dichas salas
tengan mejor iluminación y puedan ser más fácilmente ventiladas.
Es también obra suya la citada iglesia de Montederramo, en Galicia, con similar concepto a la obra de Medina
del Campo, y se conoce su intervención en el Colegio del Cardenal en Monforte de Lemos, en el que sobre un
proyecto de Andrés Ruiz, para los jesuitas trabajaron además de él, Juan de Bustamante y Simón de
Monasterio.
Juan de Nantes. Natural de Transmiera y de tradición cantera, fue otro de los seguidores de Herrera en
Valladolid. En esa línea de tradición escurialense construyó la Iglesia de las Huelgas Reales, en Valladolid, y
también se le atribuye en la misma ciudad la Iglesia de Las Angustias, con columnas de orden corintio que
recuerdan más a Palladio que a Herrera. Lo más interesante en el estilo de Nates es el nuevo tratamiento de las
superficies en Las Angustias, consistente en un almohadillado de punta de diamante en las enjutas de la
portada. Son también obra suya la iglesia del monasterio benedictino de San Claudio, en León, y los trabajos
finales del colegio jesuita de Monforte de Lemos.
Con respecto a la consideración social de la profesión de arquitecto y en relación con sus orígenes resulta
esclarecedor seguir el proceso con el que documentos de la época van mostrando los cambios en la
calificación profesional de Juan de Nates: En 1582 es nombrado ...Juan de Nantes, Cantero, pero ya en 1598
se aludía a ...los maestros de cantería Juan de Ribera y Juan de Nantes, para en un documento de 1604, citar:
...ante mí el presente escribano y testigos, pareció Juan de Nantes, arquitecto,... .
La trayectoria profesional de Juan de Nantes va otorgándole el prestigio de la comunidad, que se ve reflejado
en el tratamiento.
Pedro de Brizuela. Pertenece, como Nantes, al grupo de Valladolid. Trabaja en Segovia, siendo autor de las
portadas de la iglesia de Villacesfín, de recuerdo herreriano, con columnas pareadas, pero su mejor realización
es la portada de san Frutos, en la catedral de Segovia, en la que emplea hornacinas en el primer cuerpo,
resolviendo el superior con un frontón sobre columnas y una hornacina central que contiene la imagen del
santo.
Trazó también el edificio del Ayuntamiento de Segovia, con torres rematadas en chapitel, estando la parte baja
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compuesta de columnas y soportales, y fue antes aparejador de las obras reales del Alcázar de Segovia,
Balsaín y la Fuenfría.
Diego Praves. Originario también de la merindad de Transmiera, se le considera uno de los sucesores en
Valladolid de Juan de Herrera. Dirigió en esta ciudad las obras de la Catedral, inacabada por su maestro, así
como las del Ayuntamiento. Murió en 1620
Francisco Praves. Hijo de Diego, recibió una sólida formación intelectual, tradujo los libros I y III de
Palladio. Su obra se sitúa en Valladolid y Palencia. Fue, como antes lo había sido su padre, Maestro Mayor de
las Obras reales de Valladolid.
Toledo
Toledo fue asimismo un importante foco clasicista, con arquitectos como Nicolás de Vergara el joven, J.B.
Monegro y Jorge Manuel Theotocópuli.
En el Toledo del siglo XVII no se construyó obra nueva de relieve, con lo que la labor de los arquitectos se
vio limitada a completar, reformar o ampliar las grandes realizaciones del siglo anterior: La iglesia del
Hospital de Afuera, el grupo de edificios El Sagrario, el ángulo noroeste de la Catedral, o la finalización de la
Casa Consistorial.
En todas estas tareas se empleó Vergara el joven, que a su muerte en 1606 fue sucedido en idénticas funciones
por Juan Bautista Monegro, escultor, retablista y arquitecto, activo hasta su muerte en 1625.Le sucede Jorge
Manuel Theotocópuli, hijo de El Greco y, como Monegro, natural de Toledo, donde llegó a ejercer el puesto
de Maestro Mayor de las Obras reales de Toledo en 1592. Como apuntábamos, estos tres arquitectos
trabajando en las tres obras referidas componen la escuela de seguidores de Herrera en Toledo. Los focos
tempranos de Valladolid y Toledo fueron de alguna manera deudores de Juan de Herrera, aunque hay que
considerar esta influencia con un criterio muy libre, pues se mostraron igualmente abiertos a las teorías de
Palladio y Viñola.
Levante
La arquitectura de principios del XVII en Levante no estuvo tan marcada por la
herencia herreriana con la misma intensidad que en otras regiones. Como históricamente había sido frecuente,
la conexión mediterránea trajo consigo la manera de hacer de los arquitectos italianos y franceses. Por otro
lado, en Levante pervivió activamente la arquitectura de tradición medieval.
Ejemplo paradigmático del estilo arquitectónico del Levante español es la Iglesia de San Nicolás de Bari, en
Alicante. Fue obra de Agustín Bernardino, maestro del que no se conocen más datos, la concibió como una
mezcla de elementos medievales y renacentistas. En la misma estela está la Seo de Játiva, cuyo autor fue Juan
Pavía.
Como resumen, los diferentes focos reseñados; Valladolid, Toledo y Levante, que constituyen el grueso de la
tradición escurialense, no fueron en absoluto fieles seguidores de la norma herreriana, cada uno la interpretó
acomodándola a un particular proceso evolutivo de creación.
Andalucía
Durante la primera mitad del siglo XVII no hay demasiadas obras de importancia. El influjo del manierismo
italiano fue mucho más acusado en Andalucía que en Castilla, es lógico pensar que la razón estribe en que el
intenso programa ornamental de la arquitectura manierista sintonizó en mayor medida con la sociedad
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andaluza, pues la circulación impresa de tratados italianos tuvo que producirse igualmente en el resto de
España. El representante más productivo es el jesuita Pedro Sánchez, siendo también reseñables las figuras de
los religiosos Villapando y Bustamante.
La influencia italiana en arquitectura andaluza del período se concreta en tipologías tales como las iglesias en
forma de cajón, con fachadas de corte manierista, como la de la iglesia mercedaria de Sanlúcar de Barrameda,
trazada por Fray Juan de Santamaría en 1625, o en Sevilla, la Iglesia del Hospital de la Caridad (1647), obra
de Bernardo Simón de Pineda. Fachadas manieristas reseñables son la del portal del Hospital de la Sangre o la
fachada de San Pedro, ambas en Sevilla. El empleo del estuco es la tercera característica que singulariza el
primer barroco andaluz del resto, a la vez que lo aproxima a Italia, aunque en este caso haya que contar con el
legado preexistente en la vieja tradición mudéjar. Por otra parte, las construcciones basadas en la conjunción
de una tipología de cajón adornada con estucos resultaban más factibles al ser más baratas de realizar. El
punto de partida de este recurso ornamental está en la Catedral de Córdoba, con profusión de estucos,
extendido después a la sacristía de la Iglesia de los Santos Justo y Pastor en Granada o a la Iglesia de Santa
Clara en Sevilla.
La evolución: Juan Gómez de Mora y el foco cortesano.
Juan Gómez de Mora. 1586−1648.Hijo del pintor de cámara de Felipe II, es considerado el gran arquitecto del
barroco español del siglo XVII. Maestro Mayor y trazador de Obras reales del Alcázar de Madrid y de la villa
de Madrid, su trabajo se centró sobre todo en el diseño arquitectónico, realizó infinidad de trazas, pero en la
práctica dirigió muy pocas obras; fue sobre todo, tracista.
Aunque es englobado dentro del grupo de arquitectos herederos de la tradición escurialense, no debe ser
considerado propiamente un seguidor de Herrera, sino más bien de su tío, el también arquitecto Francisco de
Mora, y esto sólo en su obra temprana, basándose después en la teoría y ornamentos de inspiración italiana.
Su obra más relevante se llevó a cabo en Madrid, y el primer proyecto independiente podría ser la fachada de
la iglesia del convento de La Encarnación, inspirada en la realizada por su tío Francisco de Mora en la Iglesia
de San José en Ávila , pero su grado de intervención en este proyecto no está del todo clara, pues es más
frecuente atribuirla a fray Alberto de la Madre de Dios. Sí son indudablemente obra suya la realización de la
Plaza Mayor, la remodelación del Alcázar para adecuarlo a las funciones de palacio real, los planos de la
Cárcel de Corte, el edificio del Ayuntamiento o el palacete de La Zarzuela. Se considera decisiva su
aportación en la continuación de las obras en El Escorial, concretamente en su Pabellón Real. Éste había sido
diseñado por Juan Bautista de Toledo como un edificio de planta centralizada, y en 1617 se buscó organizar
su espacio, para lo cual se contó con Gómez de Mora para las trazas y condiciones, y con Juan bautista
Crescenzi para el diseño de la ornamentación. Según Kubler, esta obra se puede considerar como el arranque
de la fase exornativa del barroco español, pues aún conservando un tono clásico en la composición, la riqueza
de la decoración y el acento en el dinamismo de los elementos resulta nuevo en el panorama arquitectónico.
Mostró también su inclinación italiana en el colegio de los jesuitas de Salamanca, la Clerecía, un conjunto
centrado en dos puntos de referencia; la iglesia, de inspiración viñolesca, con planta de cruz latina y fachada
resuelta en orden gigante, y el gran patio cuadrado en torno al cual se adosan las edificaciones conventuales,
una disposición tradicionalmente empleada en España.
La Plaza Mayor se creó entre 1617−1619, con una planta rectangular, porticada y cerrada, con predominio del
pilar y el dintel y fachadas de grandes balconadas, aunque este primitivo proyecto ha sido muy modificado, al
igual que ha sucedido con la Cárcel de Corte − hoy Ministerio de Asuntos Exteriores −, con torres rematadas
con chapiteles flanqueando la fachada y organizada mediante dos patios intercomunicados.
Alonso Carbonell. Conocido por su gran obra, el Palacio del Buen Retiro, conjunto real para uso de Felipe IV
construido en tiempo record gracias a la energía desplegada por su principal impulsor, el conde−duque de
Olivares. Sólo se conserva el ala del palacio, que incluye el Salón de Reinos, y hasta fechas recientes ha sido
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la sede del Museo del Ejército; En breve formará parte del Museo del Prado, como es el caso de la otra
edificación que ha sobrevivido, el Casón.
Carbonell es también el trazador de los planos del convento de dominicas de Loeches, también bajo el
mecenazgo de Olivares, y de la portada y escalera del panteón de El Escorial.
Arquitectos pertenecientes a órdenes religiosas
La realización de edificios religiosos fue llevado a cabo frecuentemente por miembros cualificados de la
misma orden, destacando en este aspecto las comunidades carmelita y jesuita, cuyos respectivos esquemas
constructivos eran fácilmente identificables: Así, la iglesia carmelita era de porte austero, la fachada se
resolvía en un rectángulo que alojaba invariablemente una hornacina, rematado por un frontón que alojaba el
óculo, siendo la planta usual de tipo longitudinal y nave única. El canon jesuita se basaba en el Gesú de
Viñola, con nave única y capillas entre contrafuertes.
Maestros carmelitas.
Fray Alberto de la Madre de Dios. Trabajó principalmente al servicio del duque de Lerma, sucedió en las
obras del conjunto urbano que éste promovió a la muerte de su antecesor Francisco de Mora. Son también
obra suya las trazas de los conventos de San José en Medina de Rioseco, de la Encarnación en Madrid, de
Cornellá, Toledo, Burgos,etc.
Fray Alonso de San José. Su obra de mayor notoriedad es el convento de carmelitas de santa Teresa en Ávila,
realizado en 1636.
Fray Nicolás de la Purificación. Trabajó sobre todo en Navarra, fue autor del convento de las carmelitas
descalzas, de la catedral y del palacio episcopal de Calahorra
Maestros jesuítas
Pedro Sánchez. Aunque era natural de Tarancón, Cuenca, vivió más de treinta años en Andalucía donde
realizó un gran número de obra no representativa, sobre todo residencias para la orden, en Sevilla, Cádiz,
Baeza, Guadix, etc. y en Granada llevó a cabo la ampliación de la Iglesia de los Santos Justo y Pastor, son
suyos los transeptos y el crucero. Dirigió también en Sevilla las obras del Colegio de San Hermenegildo, de
planta oval y decoración de estucos, proyectada por Villalpando, y en Toledo trazó los planos de la casa
profesa de jesuitas de Toledo, hoy Iglesia de San Juan Bautista.
Ya en Madrid, construyó San Antonio de los Portugueses, sobre planta oval, y realizó las trazas del llamado
Colegio Imperial de los jesuitas, actualmente Catedral de San Isidro, con planta muy influenciada por la
Iglesia de Santa Andrea en Mantua, obra de Alberti, en la que a las capillas entre contrafuertes propias de la
tradición jesuita se intercalaban otras cerradas, añadiendo una tribuna para el acomodo de la comunidad.
Francisco Bautista. A la muerte en 1633 de Pedro Sánchez, Bautista tomó la dirección de las obras
inacabadas de éste, en particular en la Iglesia toledana de San Juan Bautista y la de mayor envergadura, el
Colegio Imperial. El templo estaba ya muy adelantado, parece que Bautista es el responsable de los capiteles
compuestos, creación propia, los entablamentos de la nave, y la novedad de la cúpula encamonada del crucero
En ambas realizaciones se evidencia el estilo de Bautista, órdenes gigantes y la influencia de Giacomo della
Porta.
Pedro Mato. Trabajó junto a Gómez de Mora en el colegio jesuita de Salamanca, la Clerecía. Son suyas
también las trazas del convento de agustinas recoletas de Medina del Campo, y la iglesia del colegio San
Albano de Valladolid.
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Fray Lorenzo de San Nicolás. Perteneció a la orden de los agustinos recoletos, pero su obra es de una
importancia que hace inexcusable su inclusión en esta breve muestra de maestros pertenecientes a órdenes
religiosas, que sólo pretende citar algunas personalidades relevantes. Lorenzo de San Nicolás fue un estudioso
de la teoría arquitectónica, divulgó sus conocimientos en el libro Arte y uso de la Arquitectura.
Se conservan de él tres obras principales, las dos primeras situadas en Madrid: La iglesia de benedictinas de
San Plácido, la Iglesia de las Calatravas, y el templo conventual de agustinas descalzas de Colmenar de Oreja.
La iglesia de benedictinas se desarrolla en una nave con capillas laterales, con una cúpula encamonada que fue
la segunda realizada en Madrid y preludia la de Francisco Bautista en el Colegio Imperial. La de Calatravas
participa de las mismas características; en ambos casos las numerosas restauraciones no han permitido la
pervivencia del aspecto original.
La fase exornativa: El Barroco pleno.
A mediados de siglo, la arquitectura barroca transitó hacia una composición con mayor dinamismo, en la que
abundan los sobrepuestos y se amplía la variedad de soportes, así la columna salomónica sale del retablo para
también formar parte de las nuevas fachadas, las maneras decorativas que en los últimos tiempos se han
empleado en los retablos y en las arquitecturas efímeras van a ser ahora utilizadas en las fachadas. Los
edificio se recargan interior y exteriormente, la huella del clasicismo no es ya identificable.
La capilla de San Isidro en la Iglesia de San Andrés de Madrid marca un hito en este sentido, pues allí se
plasmaron por vez primera las mayores innovaciones estilísticas.
Se adjudicaron las obras mediante concurso que ganó Pedro de la Torre, en competencia con otros maestros
de reconocido prestigio como Gómez de Mora, el hermano Bautista, fray Lorenzo de San Nicolás, y otros, lo
que nos da una idea de la importancia que se concedió a tal obra.
La construyó por fin José de Villarreal, en una línea que integraba las propuestas anteriores, erigiendo una
capilla con un exterior de aspecto decididamente austero, que albergaba un interior deslumbrante a escala
gigante, con multitud de dorados y estucos realizados por Blondel y De la Viña, hábilmente iluminados por la
luz que descendía de la gran cúpula, un interior donde sí se plasmaron las notas novedosas del pleno barroco.
A su sucesor, Juan de Lobera, se debe el espectacular baldaquino que acoge al santo. La capilla, que sufrió
gravísimos desperfectos en 1936, se restauró completamente con posterioridad. Fue Villarreal también el
autor del monasterio de las capuchinas descalzas, hoy muy reformado, y como jefe de obras concluyó el
Ayuntamiento de Madrid y la Cárcel de Corte, obras que Gómez de Mora no pudo terminar.
Pedro de la Torre. Como hemos dicho, fue el ganador del concurso de proyectos para la construcción de la
capilla de San Isidro. Activo entre 1624 y 1677, es protagonista de dos aportaciones básicas: la incorporación
de la columna salomónica, y el camarín.
Se conocen dos retablos suyos, el de Nuestra Señora de las Maravillas y el de la iglesia del Buen Suceso,
ambos desaparecidos, lo mismo que ocurrió con su labor en el país vasco, concretamente en Tolosa y en la
basílica de Begoña, en Bilbao. Sí se conservan, sin embargo, retablos suyos − sin columnas salomónicas− en
Pinto, Toledo, Tordesillas, etc.
Alonso Cano. Es considerado un personaje clave para definir la plenitud del barroco, a pesar de que su obra
conservada sea muy escasa. Su influencia se plasmó por ejemplo como retablista, son de gran importancia los
dibujos conservados de sus retablos para la capilla de San Isidro en la Iglesia de San Andrés y los proyectados
para Getafe. Corrobora esta opinión el comentario que en sus coetáneos provoca una de sus obras efímeras, el
arco de triunfo de la puerta de Guadalajara en Madrid, elaborado con motivo de la entrada de doña Mariana de
Austria:
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...es obra de tan nuevo gusto en sus miembros y proporciones de la arquitectura, que admiró a todos los
artífices, porque se apartó de la manera que hasta aquellos tiempos habían seguido los antiguos.
La fachada de la Catedral de Granada, que resolvió en una triple arcada que llega hasta la cornisa, en una
realización con un carácter más escenográfico que verdaderamente arquitectónico, es la única muestra
material del trabajo de Alonso Cano. Datada en 1667, es un gigantesco portal en retroceso, tipo arco de
triunfo, una especie de juego de gigantescas hornacinas adornadas de placas salientes que crean efectos de
claroscuro.
Alonso Cano repartió su quehacer entre Madrid y su Andalucía natal, en la que destacaron en esta etapa del
barroco algunos nombres:
Bartolomé Fernández Lechuga. Granadino, fue Maestro de obras de San Martín Pinario desde 1626, así como
de la catedral de Santiago, de la Alhambra, etc. Al igual que Alonso Cano, fue arquitecto viajero, sobre todo
autor de trazas.
En San Martín Pinario acaba el crucero y la cúpula de la iglesia, y hace un gran claustro de columnas pareadas
de orden gigante. Llevó también las obras de la iglesia y claustro de San Agustín.
Sebastián Herrera Barnuevo. Discípulo de Alonso Cano, fue maestro mayor de las obras reales desde 1664,
su obra conservada más importante es el interior de la iglesia de Monserrat, con claras influencias de la
romana de Sant Andrea, obra de Giacomo della Porta y Madorna. Se conservan de él muchos dibujos, entre
los que sobresalen los diseños del retablo−baldaquino para la capilla de San Isidro en San Andrés, con
columnas salomónicas y decoración abigarrada de hojarasca, niños desnudos, ángeles con trompetas, etc., en
el que se aprecia la influencia de Cano.
Manuel y José del Olmo. Teniendo ambos trabajos por separado, en las dos obras por las que son reseñados la
colaboración entre los dos hermanos fue estrecha. Se trata de dos casas conventuales claves del barroco
madrileño: En el convento de las mercedarias descalzas, llamado de las Góngoras, que ha llegado hasta
nuestros días en buen estado de conservación, conviven una estructura de gran sobriedad con un interior
ricamente decorado, con una nave con altares entre pilastras y crucero con cúpula, todo ello con abundancia
de ornamentos, y empleando los capiteles de sexto orden, aportación del jesuita Francisco Bautista.
En la otra obra, la iglesia y convento de las comendadoras de Santiago, la fachada es de nuevo de una
simplicidad que usa todavía el nártex abierto herencia de la carmelita fachada de la Encarnación, en contraste
con el interior, solucionado con una planta central coronada por gran cúpula y cuatro ábsides. El alzado es de
orden corintio, con numerosas pilastras, arcos fajones y multitud de adornos.
Francisco Hurtado. 1669−1725. Es autor de una de las obras de mayor trascendencia del pleno barroco
nacional, las pioneras yeserías de la catedral de Córdoba. Además realizó la capilla y cripta del cardenal
Salazar y el sagrario de la catedral de Granada, ya a principios del XVIII.
Leonardo Figueroa. 1650−1730. Aunque nacido en Utiel, Cuenca, fue el fundador de toda una dinastía de
arquitectos sevillanos. Es el arquitecto de referencia respecto a las posibilidades decorativas del ladrillo en la
arquitectura del barroco. Ya emplea éste en su primera obra, el hospital de venerables sacerdotes de Sevilla,
cuyo primer cuerpo está formado de arcos de medio punto sobre columnas de mármol, mientras el segundo se
compone de balcones separados por pilastras de ladrillo.
La iglesia del convento de dominicos de San Pablo, igualmente en Sevilla, es la primera realización de cierta
importancia de Figueroa, es un templo de gran tamaño resuelto en tres naves con un crucero cuya cúpula con
linterna descansa sobre un tambor octogonal. Destacan la policromía de tejas vidriadas en las cubiertas, así
como la bicromía lograda con los muros blancos y el ladrillo rojizo.
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También finaliza en esta misma ciudad la iglesia del Salvador y se le atribuye la del noviciado de jesuitas de
San Luis, con planta de cruz griega de brazos semicirculares y cúpula muy decorada, usando otra vez la
bicromía, en esta ocasión oponiendo la piedra clara al ladrillo.
Su trabajo más conocido es el colegio−seminario de San Telmo, proyectado ya a fines del XVII. Es una
escuela civil, para la enseñanza de náutica, edificio en el que Figueroa emplea una planta rectangular en cuyo
centro se abre un gran patio, decorado en su exterior con profusión de mascarones, trofeos, naves y otras
imágenes.
En Galicia se desarrolló en esta etapa una arquitectura caracterizada por la plasticidad de las superficies, de
influjo italiano:
José de la Vega y Verdugo. Formado en Italia y con grandes conocimientos en arquitectura acometió a partir
de 1650 un proyecto general que buscaba unificar estilísticamente en lo posible la catedral de Santiago, a él se
debe su aspecto barroco. Sus ideas fueron llevadas a la práctica por José Peña Toro y Domingo de Andrade, y
comprendieron el tabernáculo del apóstol, la torre de las Campanas, la del Reloj, el pórtico de la Quintana y el
cimborrio.
José Peña Toro. Materializó en la catedral de Santiago parte del proyecto de Vega, en la fachada principal es
obra suya el cuerpo interior de una de las torres del Obradoiro, la llamada de las campanas; trabajó asimismo
en San Martín Pinario.
Fray Gabriel de las Casas. Arquitecto benedictino, natural de la provincia de Lugo. También participó en San
Martín Pinario, donde llegó a ostentar el cargo de maestro de obras del mismo.
Domingo de Andrade. 1639− 1711. Persona cultivada, es autor de uno de los pocos libros españoles de
arquitectura en el barroco, su Excelencias de la Arquitectura.
Vega y Verdugo había proyectado el baldaquino de Santiago, pero su realización se debe a Andrade. Más
tarde, en 1676, hizo en la misma catedral la torre del reloj, sobre un basamento ya existente edificó una
bellísima torre cuya elegancia y armonía de proporciones la convierten en la mejor de sus obras, es
considerada la más bella torre de Galicia. Otra obras : Pórtico de la Quintana y la casa de canónigos, llamada
La Conga, y una de las más bellas casas particulares construidas en el barroco, la de Parra.
En resumen, la arquitectura española en el siglo XVII desarrolló un barroco de claras esencias autóctonas,
debido en gran parte al distanciamiento de Europa producto de la política aislacionista de Felipe II. Como
consecuencia de esto, el canon barroco italiano no penetró con la suficiente fuerza para contrarrestar la
poderosa influencia de El Escorial, y las tres primeras décadas presentan un barroco aún austero, demasiado
ligado al rigor herreriano, que marcaría la singular evolución del movimiento, que en líneas generales
mantuvo una cierta autonomía respecto a los modelos francés e italiano; muestra de ello es la importancia en
nuestro barroco del retablo, realización que sólo se produce en España y los países de su influencia. El modelo
del retablo se trasladó al exterior convirtiéndose en el factor decorativo externo, consolidando un modelo de
fachada de sobria factura escurialense en la que estallaba en la profusión decorativa de la portada.
Con el transcurrir del siglo los arquitectos se fueron despojando de los corsés estilísticos, y se produjo un
barroco pleno de creatividad y ornamentación, aunque estos estallidos estuvieron generalmente expresados en
el interior, permaneciendo la arquitectura exterior en gran medida sujeta a la tradicional sobriedad. La llegada
del siglo XVIII coincide con la entrada en España de una nueva dinastía, que trajo consigo aires artísticos
franceses e italianos, que convivirían en lo sucesivo con la actividad de los arquitectos nacionales, como los
Churriguera, Ribera, Tomé...
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