Caleidoscopio EL SENTIDO REVOLUCIOANRIO EN IGNACIO COMONFORT Silvestre Villegas R. CISE El estudio de los partidos políticos mexicanos en el siglo XIX presenta para el investigador una serie de problemas que no son fáciles de resolver y que, en el caso del llamad “partido moderado”, aumentan a tal grado que, en muchas ocasiones, los personajes de más relevancia que comulgaban con tal posición fueron generalmente tildados de conservadores, contemporizadores, débiles y se les acusó de ser el elemento que obstruyó el libre desenvolvimiento de los “puros”. Hemos de hacer mención que salvo quienes militaban en la conserva, prácticamente todos actuaban de manera acorde con un sentimiento de mesura y conciliación apegado a la idiosincrasia de nuestro pueblo: sin embargo, no podemos hablar de los “moderados” de manera monolítica, pues tenemos el caso de un moderado que deviene al conservadurismo y al monarquismo como fue Antonio Haro y Tamariz, de un moderado que termina íntimamente ligado al grupo de los radicales como fue Guillermo Prieto y finalmente otro que ha sido calificado por Justo Sierra como liberal-moderado, y que no se inclina por ninguna de las posiciones extremas, situación sumamente incómoda presentada de manera excelsa por Ignacio Comonfort, el personaje más representativo pero de ninguna manera única entre quienes mantuvieron esa línea de pensamiento. Comonfort nace en el seno de una familia criolla poblana en el año de 1812. Puede decirse que formaba parte de la gente acomodada de la ciudad de Puebla, lo que le permitió momentáneamente estudiar en el famoso Colegio Carolino, siendo sus compañeros en aquel tiempo Lafragua y Haro y Tamariz. Con los años lo vemos participar en diversos movimientos armados como aquel que acaudilló Santa Anna en 1832 y que tenía un carácter liberal y federalista, obteniendo sus grados militares dentro de la Guardia Nacional, aspecto muy importante ya que nunca se consideró como un miembro del ejército profesional, para finalmente retirarse con el grado de coronel de aquel cuerpo cívico. Ingresa a la logia masónica yorkina y por cinco años se dedica al comercio, lo que debió haberlo llevado a vivir la problemática de las comunidades que se ubicaban en la zona sur del estado de Puebla, correspondientes en la actualidad a Guerrero. Tuvo en esta época un contacto más directo con la realidad circundante, permitiéndole esto adquirir una mayor sensibilidad hacia los problemas cotidianos de los pueblos. Esta experiencia saldrá relucir cuando sea nombrado Prefecto y Jefe del Distrito de Tlapa, lugar aislado dentro de la geografía nacional, donde llevó una administración acertada y honesta, poniendo especial énfasis en obras de infraestructura como la construcción de caminos que eran vitales para el comercio, la edificación de una cárcel digna, tanto para hombres como para mujeres, estableciendo oficios para los internos, pues pensaba que la ociosidad, resultado del confinamiento, lo único que traía eran vicios y un resentimiento aún mayor que incrementaba la criminalidad. También impulsó la creación de escuelas de primeras letras, ya que el pueblo, por estar tan alejado de la capital provincial, se mantenía en el analfabetismo absoluto. Por esta acción la Sociedad Lancasteriana le otorgó a Comonfort un diploma donde se asienta su celo patriótico, y su decidido empeño por la educación y la enseñanza pública de la juventud mexicana. En otro orden de cosas, fue en Tlapa donde vivió los resabios de la Insurgencia de los caudillos Morelos y Guerrero, y donde sintió el influjo del cacique-patriarca Juan Álvarez, mismo con quien entabló un contacto estrecho. Es posible afirmar que fue en su gestión de Tlapa donde logró poner en práctica aquellas ideas liberales que se manejaban en los círculos moderados e incluso la afirmación de Valdés en relación al moralista concepto de servir al pueblo; es aquí donde adquirió públicamente fama de hombre íntegro y una sólida experiencia en materia administrativa, que más tarde aplicaría a nivel nacional; para darnos una idea del aprecio que conquistó en aquella región, reproducimos el párrafo de una carta que le envían los párrocos de la zona al gobernador de la provincia: “No podemos ver con indiferencia su renuncia ya que ciertamente va a ser una desgracia para el Partido… El señor Comonfort, que ha sido tan cumplido, tan activo y laborioso como ninguno otro realizando muchas cosas útiles y beneficiosas ha manifestado de mil maneras sus ideas a favor de la policía, la salubridad pública y la instrucción de la juventud, de tal manera que si este señor prefecto continuara, al menos tres o cuatro años, es seguro que todos estos ramos adquirirán un nuevo ser”.1 Y así como se le reconocía en Tlapa, sus acciones públicas lo llevaron en varias ocasiones a ser diputado por aquel distrito e incluso senador interino en tiempos de la invasión norteamericana. Por motivos de tiempo y espacio no haremos una relación pormenorizada de todo lo que sucedió desde su estancia en Tlapa hasta la promulgación del Plan de Ayutla; lo que sí pretendemos hacer patente es por una parte que tanto sus acciones administrativas como en las de diputado mostró fervientemente un deseo de echar a andar los ideales que tanto en materia económica como en política pretendían llevar a cabo los liberales. De la misma forma el contacto que tuvo con Juan Álvarez se fue haciendo cada vez más estrecho, al grado de invertir dinero y trabajo en varias empresas que el suriano tenía en mente y unir fuerzas para combatir a Florencio Villareal como a Nicolás Bravo, quienes le disputaban a Álvarez el cacicazgo de aquella región, al grado de levantar en armas a varios pueblos de indios que fueron sometidos a sangre y fuego por el mismo Comonfort. Con la llegada de Antonio López de Santa Anna al poder en los primeros meses de 1853, y una vez que se formó el ministerio encabezado por Alamán, las cosas vinieron a ensombrecerse por la tensa situación que reinaba entre Álvarez y Santa Anna. En lo que se refiere concretamente a nuestro personaje, recibió en junio de ese año un nombramiento como administrador de la aduana de Mazatlán, negándose en varias ocasiones hasta que finalmente el propio gobierno lo ratificó en su cargo de la aduana de Acapulco. Siete meses más tarde, en enero de 1854, fue destinado y acusado de peculado. El mismo Comonfort inició una investigación sumaria para demostrar su inocencia, su disgusto llegó a tal grado que envió varias cartas al ministro Hacienda, Sierra y Rosso, pidiéndole que si encontraba algún dato que demostraba el mal manejo que se le atribuía se lo enviase, luego de denunciar la forma deshonrosa que como ara de partido se ha utilizado en contra suya y subraya: “Notables son los antecedentes de mi vida, pública, notorio el origen de los escasos bienes de fortuna que poseo… mas no omitiré sacrificio, ni medio alguno de cuantos a mi alcance estuvieron para conservar el buen concepto que haya podido merecer a mis conciudadanos… Péseme sobre manera que los nombramientos con que ha querido distinguirme S.A.S., los que jamás solicité y de los cuales renuncié algunos haya sido el pretexto, ya que no la causa, para que se pretendiera ahora arrojar una mancha de oprobio en mi carrera, oscura sí y humilde, pero íntegra y honrada…”.2 Con la destitución de Comonfort de la aduana de Acapulco, se agregaba un ataque más del gobierno central al Departamento de Guerrero y en particular a Álvarez, quien dejó el poder de la provincia en manos del General Tomás Moreno, además de que Florencio Villarreal se cogió a su protección, pues había sido destituido de su cargo como jefe militar de Costa chica. Finalmente el gobierno dispuso enviar tropas al Departamento, so pretexto de la invasión pirática del conde Raousset Boulbon; luego, de cambiar a otras autoridades civiles y militares. Estas medidas formaban un cuadro perfecto de las intenciones que tenía el régimen para reducir a la obediencia a aquella región que no se mostraba lo suficientemente adicta y que se tenía por demás sospechas de que existía un ambiente propicio para un levantamiento. El primero de marzo de 1854 se proclamó un plan político en el poblado de Ayutla, mismo que fue reformado diez días después por el propio Comonfort en el puerto de Acapulco. Dichos cambios nos muestran cuál era su pensamiento en relación a la forma más adecuada de atraer adeptos y dejar traslucir la tendencia del movimiento revolucionario que se estaba gestando. Para comenzar, subraya que no se le pretende imponer al pueblo condiciones como es el restablecimiento del sistema federal, pues todo lo relativo a la forma definitiva que hubiera de constituirse la nación deberá sujetarse al Congreso que se convocará a ese fin. Posteriormente, después de hacer hincapié en los males que ha producido el gobierno del general Santa Anna, subraya que éste ha faltado a su compromiso de olvidar los resentimientos persónales y no entregarse a partido alguno de los que por desgracia la dividen, insertando en este último párrafo la idea ya manejada por Mariano Otero y Manuel Gómez Pedraza, entre otros, y que el mismo tratará en su gobierno, de crear un partido de unión nacional, partido único que reconciliase todas las tendencias. Asimismo patentiza, como punto de vital importantita, que son las instituciones liberales las únicas que convienen al país con exclusión de cualesquiera otras, postura radicar ya que definía el sentido del movimiento y atacaba directamente los planes íntimos del gobierno santanista, que se reducían a imponer al país un gobierno monárquico que según el plan suriano era contrario a nuestro carácter y costumbres. Por lo que se refiere a las proclamas, el plan de Acapulco convoca para la elección de presidente interino a un representante por cada “Departamento y Territorio”, de los que hoy existen (y por el Distrito de la Capital). Comonfort, siendo congruente con que el congreso habría de resolver que tipo de organización debería tener el país, deja la palabra “Departamento” porque explicita que son los que funcionaban en ese momento, pero no como lo han atribuido algunos historiadores de que fuese reacio al federalismo y por lo tanto a la palabra “Estado”. Entre otros puntos importantes agrega que el Congreso revisará no sólo los actos del gobierno provisional que surja del triunfo de la revolución, sino también los del régimen santanista iniciado en 1853, poniendo en tela de juicio a éste; precepto radical que no se había visto con anterioridad. Finalmente, ambos documentos consignan la posibilidad de que se les hagan algunas modificaciones en su contenido, si estos tienden a buscar el bien de la nación. Es obvio que esto abrió la posibilidad a que se verificasen las reformas hechas en Acapulco que no tuvieron por lo visto la animadversión de aquellos que se reunieron en la hacienda de La Providencia, pero también dieron cabida a que algún otro, usando ese derecho ambiguo que se apunta en ambos planes, quisiese falsear a su favor el contenido político de las proclamas, como efectivamente sucedió al caer Santa Anna. Es importante analizar el Plan de Acapulco porque no solamente se ponen de relieve las diferencias fundamentales entre uno y otro plan, mostrándose como el último estaba más acabado y dejando ver el liberalismo de Comonfort, sino porque una vez el gobierno, el futuro presidente apelará en sus dos años de mandato a los principios que se sustentaron en Acapulco. Santa Anna, a unos cuantos días de saberse de dicho alzamiento, se apresuró a combatirlo y el 19 de marzo de 1854 llegó al puerto y lo sitió alrededor de 7 días, para retirarse tiempo después. A Comonfort, que defendía la plaza, le fueron ofrecidos honores, empleos, dinero, etc., cosas que él rechazó aduciendo entre otras cosas su lealtad a Juan Álvarez. Una vez que se alejó el ejército de Santa Anna, Comonfort le pidió al cacique suriano permiso para conseguir dinero y armas fuera del país, actitud que nos habla de cómo los revolucionarios estaban dispuestos a dar el todo por el todo, ya que sabían que si sucumbían les esperaba l Ley de Conspiradores. Marchó rumbo a San Francisco en compañía de Mariano Ortiz de Montellano y, ante las leoninas condiciones que le proponían los californianos, atravesó el basto y peligroso oeste americano hasta llegar a la ciudad de Nueva York, donde Gregorio Ajuria se ofreció a prestarle el dinero. De esta forma llevó la compra de armas y utensilios para el mantenimiento de la tropa, además de conseguirse unos tratados sobre artillería y administración militar. Fletó un buque que debería estar en el puerto de Acapulco a los ochenta días de celebrarse el contrato, mas éste introdujo los pertrechos cerca de Zihuatanejo. Con estas compras la revolución pudo ampliar su perímetro de acción, tanto en la zona de Guerrero como en el occidente del país, donde Comonfort fue el encargado de llevar adelante la campaña. Esta fue todo un éxito, ya que el ejército santanista no pudo contener el empuje los sublevados. Todas las acciones mostraron la ética y el carácter del poblano; de primera cuenta evitó los fusilamientos de prisioneros y obligó a sus subordinados a no cometer delitos como el robo en nombre de la revolución, pues pensaba que aunado a ampliar la superficie de los territorios ocupados debía prestigiarse la revolución. En el caso de los préstamos para el sostenimiento de los soldados, envió una circular donde se explicaba la forma en que debía pedirse el dinero, subrayando que ante todo se extendería una nota a la persona que lo aportase. Los problemas no se hicieron esperar y a mediados de 1855, cuando el régimen de Santa Anna estaba próximo a caer, hubo en distintos puntos del país levantamientos y proclamas de distintos matices ideológicos, que aprovechaban la labor de desgaste que las tropas surianas habían infligido al gobierno durante un año y medio, entre estos destacan los documentos firmados por Melchor Ocampo y Ponciano Arriaga, Santiago Vidaurri, Antonio Haro y Tamariz, Martín Carrera y Rómulo Díaz de la Vega en la capital y finalmente el de Manuel Doblado. Ante este panorama, Comonfort inició desde la ciudad de Guadalajara una campaña que tenía por objeto el unificar criterios en el sentido de reconocer a Juan Álvarez como jefe de la revolución, al plan de Ayutla como documento político y con ello evitar aun más la anarquía que imperaba en México. El primer paso fue reunirse con Doblado y Haro, quienes aceptaron dichos planteamientos y posteriormente presionó a Carrera y Díaz de la Vega con el mismo objeto. En ambos casos Comonfort hizo gala de un tratamiento diplomático y de concesiones mutuas. Para ese momento, el enfrentamiento entre el grupo de los moderados y el de los radicales se estaba cocinando, ya que el enviado de Comonfort ante Juan Álvarez se encontró con que el ministerio ya estaba conformado por el grupo encabezado por Ocampo. Dicha situación afectó el ánimo del poblano, pues sentía que el papel desempeñado en la campaña militar le daba el peso suficiente para colocar a algunas amistades en el gabinete, concretamente a José Ma. Lafragua en el ministerio de Gobernación, persona que fue vetada por Ocampo, originando con ello un enfrentamiento directo con el ministro de la Guerra. En un momento dado, durante una reunión de gabinete, Ocampo expresó que se separaría del cargo ya que se sentía `como un intruso en una revolución en la que solo de lejos y muy secundariamente e imperfectamente había tomado parte´ (cosa totalmente cierta), además de que Comonfort había sostenido que la revolución seguiría el camino de las transacciones, postura que el michoacano no aceptaba. Días después, prácticamente todo el gabinete renunció, salvo Benito Juárez quien estaba trabajando en una ley que llevaría su nombre y que esencialmente atentaba contra los fueros de las corporaciones. Comonfort se puso a ella, pues opinaba que era contraria al espíritu del Plan de Acapulco, en donde de ninguna forma se atacaba a la Iglesia. Sostenía que esa ley podría resquebrajar todo su trabajo de reconciliación de intereses con las demás facciones políticas que luego de ser mayoritarias se oponían a dicha medida. Sin embargo, y este es un punto favorable a él, la ley fue conservada durante su gobierno, aunque pudo haberla derogado, y además aprobó otras tan radicales como la de Juárez. Creo que consideró como político, no como moderado, que daba la crisis que vivía el gobierno la ley era más bien nociva para ese momento y temía que el clero convirtiese en cuestión religiosa lo que era conflicto político y de que la contienda civil se convirtiese en religiosa. La situación se hizo más incierta, ya que Juan Álvarez además de verse criticado por todos los partidos y por la sociedad capitalina que lo tildaba de salvaje, aunado a ello a los rumores de continuos levantamiento de diversos tintes que incluían a su propio ministro de Guerra, se convenció de que no tenía la capacidad física ni intelectual para gobernar al país en aquellos momentos tan críticos. Por lo anterior, resolvió darle el grado de general de brigada y de división a Comonfort ya pasar por alto al Consejo de Gobierno que era la instancia acordaba con las facultades necesarias para nombrar al presidente sustituto. Tiempo antes de que se verificase el cambio, Manuel Doblado se pronunció a favor de Comonfort pero al grito de “religión y fueros”. Cuando éste se enteró de ello le envió al gobernador un telegrama pidiéndole que se mantuviera en el orden, pero no contento con ello le escribió una carta donde le exponía cuál era, según él, la situación del país, comparándolo con un edificio de arena que por todas partes amenaza desmoronarse y que cualquier sacudimiento significaría la “destrucción completa de una obra cuya existencia depende exclusivamente de la SUAVIDAD y TACTO con que se procure conservar mientras adquiere solidez… -y asienta-…Este desgraciado país ha sufrido tanto, que la menor violencia puede causar su disolución. El cansancio del pueblo no puede ser mayor, los resortes de la moralidad están todos relajados; la fe se ha perdido enteramente; el espíritu público está muerto, y bajo tan tristes auspicios nos ha tocado a LOS CAUDILLOS DE LA ULTIMA REVOLUCION, LA DIFICIL TAREA DE UNA REGENERACION POLÍTICA Y SOCIAL. COMO PRINCIPIO FUNDAMENTAL DE ELLA DEBEMOS ASENTAR EL RESPETO AL PODER LEGITIMAMENTE CONSTITUIDO. Es preciso poner término a esas revueltas que ya eran una costumbre, una enfermedad crónica que devoraba las entrañas de la patria; es preciso que la paz y el orden se consoliden a todo trance y que no se permita la adopción DE OTROS MEDIOS QUE LOS LEGALES; porque de lo contrario, la inmoralidad seguirá como un torrente destructor, inundando nuestra carcomida sociedad, y no habría gobierno posible entre nosotros.”3 Su nombramiento como presidente sustituto calmó los ánimos de Doblado y de buena parte de la sociedad mexicana, pero la lado de esta endeble tregua, el gobierno se dispuso desde su primer día a hacer frente a las sublevaciones que ya existían: por un lado a Uraga en Sierra Gorda y por el otro a osillo, Miramón, Haro y al cura Ortega del pueblo de Zacapoaxtla entre otros quienes se habían apoderado de la ciudad de Puebla. Al efecto, el gobierno publicó un escrito que contenía las acciones que se proponía llevar a cabo y la forma en que habrían de desempeñarse: “Con el mismo esfuerzo trabajaremos para evitar todo motivo o pretexto aparentemente fundado de división interior, de guerra civil, empleando con ello los medios conciliatorios que dicte la prudencia; pero si estos medios no fueran suficientes, nos creemos en el deber de emplear par reprimir la reacción o sedición todos los recursos, la autoridad, la fuerza física y la energía moral del gobierno”.4 Efectivamente, a lo largo de sus dos años de gobierno, Comonfort mezcló la conciliación y la prudencia a grados inimaginables, pero al mismo tiempo ejercicio hasta antes del golpe de estado una continua persecución de los sediciosos, además de promover y aprobar acciones contra el clero que cimbraron profundamente a la sociedad mexicana. Como primer ejemplo, sobresale la forma en que combatió a los sublevados de Puebla, pues lanzó sobre ellos un ejercicio de más de 10 mil hombres que combatieron hasta el mismo corazón de la ciudad, combates muy violentos que terminaron con un triunfo indiscutible de las fuerzas gobiernistas. El castigo fue la degradación de jefes militares, ya que el presidente estaba en contra de la pena de muerte y al suma de un millón de pesos que se exigirían al clero como indemnización de los gastos de guerra, vendiendo sus fincas si no hiciesen entrega del dinero al momento. De esta formar, el 31 de marzo de 1856 se intervinieron los bienes de la diócesis poblana, más el clero no se mantuvo quieto y Comonfort apoyó el arresto y el destierro del principal instigador, el obispo Labastida, medida que produjo consternación por su importancia, ya que jamás desde que el país era independiente se había realizado semejante acción. Era una medida profundamente revolucionaria, moderna, que si bien pudo ser abitraria, no se niega, fue un salto, salto que se necesitaba y que fue aplaudido por muchos aunque fuera para sus adentros, pues marcaba una forma para sus adentros, pues marcaba una forma de hacer política. El tiempo había cambiado, treinta años de vida independiente les mostraba a estos políticos que era necesario realizar medidas de tal envergadura. La experiencia de 1833 está ahí, frustrada pero latente. Eran liberalmoderados como la mayoría, convencidos de los positivo de su pensamiento; eran el inicio de la segunda oleada de liberales importantes que debían poner en práctica las medidas que los “puros” no podían porque no era ese su momento. Su programa fue muy revolucionario en ese primer instante en la Historia, cuando las dos fuerzas en pugna se reconocen, se miden y proceden a choca poco a poco, hasta que en medio del conflicto la evolución interna de una fuerza pueda superar a la contraria, y de esa evolución íntima donde ya no participaron los “moderados” que rodeaban al presidente, saldrán aquellos que vencerán a los conservadores y harán esto porque comprendieron, a diferencia de Comonfort, que su programa era el históricamente correcto. Mas no puede entenderse a quienes triunfaron en 1867 sin el primer impulso de los que se quedaron en el camino. Y en efecto, la administración de Comonfort, después del destierro del obispo Labastida, acometería nuevamente contra las corporaciones religiosas, afectando de paso a los civiles. Para llevar a cabo este programa, el presidente incorporó a su gabinete a Miguel Lerdo de Tejada, un radical “puro” en toda la línea. La ley de Desamortización de Bienes Eclesiásticos o Ley Lerdo, promulgada en junio de 1856, fue sin lugar a dudas la medida más revolucionaria de todo el régimen y tuvo la anuencia imprescindible de Comonfort. Fue la ordenación legal que más despertó inquietud, fue el motivo de varias decenas de pronunciamientos durante año y medio, y en el ámbito económico, aunque no se obtuvieron los resultados que se querían, definitivamente sí movilizó los caudales de dinero, marcando con ello un campo fertilísimo de especulación que si bien no se le había echado mano por motivos políticos o de conciencia, los beneficiados que en su mayoría eran liberales-moderados y conservadores (éstos eran los que tenían más dinero) dudaron poco en adquirir los mejores inmuebles que eran propiedad de la Iglesia. Las reformas siguieron adelante y el gobierno decretó posteriormente otra serie de disposiciones que afectaban directamente a la Iglesia, como la Ley de Obenciones Parroquiales; aunado a todo esto, se preparó y se estableció la nueva Constitución que tenía un espíritu más moderado, quizá como obra del ejecutivo que como ejemplo se opuso a la libertad religiosa. Sin embargo, incorporó las leyes precedentes, que eran de hecho la piedra de toque del partido conservador. De esta forma Comonfort cumplía con lo ofrecido en el Plan de Acapulco: se proporcionaba al país una constitución liberal. Además, se practicaron las reformas religiosas que, incluyendo la Ley Juárez, pudieron ser derogadas por las facultades extraordinarias con que el presidente estaba investido, y sobre todo fue congruente hasta ese momento con el ideario de su liberalismo. Más el hombre fue cambiando a lo largo de octubre y noviembre, palpaba algo así como la quietud imperante antes de la tormenta, veía que se acercaba la revuelta, que sus relaciones familiares se estaban deteriorando a causa de los conflictos de conciencia religiosa, aunándose esto a los eternos rumores de posibles levantamientos en la capital, la desconfianza que sus amigos le inspiraban y la latente idea de que la constitución no era la adecuada para la república y mucho menos para cualquier gobierno que se ligara a ella. Por todo lo anterior, cuando tomó posesión de la presidencia indicó que era necesario hacerle a la Constitución “saludables y convenientes reformas”, subrayando que dado que había llenado las promesas de la revolución de Ayutla sus indicadores serían escuchadas y sostuvo: “Creedme, no basta victoriosas abatan la reacción armada; la patria ates que todo necesita disfrutar de una paz firme y estable, y el que acierte a darle este precioso bien recibirá las bendiciones de la posteridad, ¡Ojalá que a vosotros toque esa gloria!”5 El 19 de diciembre de 1857, dos días después del levantamiento de Zuloaga en Tacubaya, firmó el documento en medio de un sin fin de vacilaciones, y al hacerlo dijo: “Acabo en este momento de cambiar mis títulos legales de Presidente, por los de un miserable revolucionario; en fin, ya está hecho y no tiene remedio. Acepto todo y Dios dirá por qué camino debemos marchar”.6 Una vez en el exilio, Comonfort publicó un documento en Nueva Cork para explicar lo acontecido durante su gobierno y expresaba: “Era la adopción de una política prudente y reformadora que satisfaciendo en lo que fuera justo las exigencias de la revolución liberal, no chocara abiertamente con los buenos principios conservadores, ni con las costumbres y creencias religiosas del pueblo. La principal misión de mi gobierno debía ser quitar pretextos a las reacciones, y nada más a propósito para lograr ese fin, que reformar lo antiguo para conservarlo, y marchar por las sendas del progreso sin precipitaciones ni violencias”.7 Lo anterior era su credo liberal, y a la violencia generalizada que no tenía visos de ser suprimida, además de una crisis de conciencia que fue mellando poco a poco su idea de que las medidas decretadas por su gobierno no eran las más acertadas, y finalmente una duda fundamental sobre la idoneidad de la carta magna le hizo apreciar la situación de la siguiente manera: “En una palabra, la constitución había fortificado a mis enemigos y había debilitado a mis partidarios, porque había dado armas a la reacción y había introducido el desconcierto en las filas liberales”. En efecto, el golpe de estado fue preparado y aceptado por los amigos liberales de Comonfort, incluso por un “puro” como Baz, que no se percataron, salvo dos o tres excepciones, del peligro inminente. Prefirieron modificar el rumbo en un intento bien intencionado de salvar de la anarquía al país; más su error de visión histórica los condenó al menosprecio ulterior. Notas 1 Carta de la Vicaria foránea de Tlapa al gobernador de Puebla, 29/I/1841, F. 16 Universidad de Texas. 2 Carta de Ignacio Comonfort al Ministro de Hacienda, 23/I/1854, F. 17, universidad de Texas. 3 Carta de Ignacio Comonfort a Manuel Doblado, 19/XI/1855 en Genaro García, Documentos inéditos o muy raros para la historia de México, Porrúa, T. 56, p. 415-418. 4 El Heraldo, 4/XII/1855. 5 Niceto de Zamacaois, Historia de México desde sus tiempos más remotos hasta nuestros días, T. XV, p. 673. 6 Manuel Payno, Memorias sobre la revolución de diciembre de 1857 y enero de1858, p. 55. 7 Ignacio Comonfort, en Anselmo de la Portilla, México en 1856 y 1857; gobierno del general Comonfort, s. p.