¿Las expectativas de quién? Ps. Patricia Gallero Pardo

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¿LAS EXPECTATIVAS DE QUIÉN?
Patricia Gallero Pardo
Psicóloga
Desde pequeños y sin total consciencia de que lo hacemos, vamos trazando nuestro plan
de vida, nuestros proyectos y nuestros sueños. Los vamos imaginando, construyendo,
compartiendo y modificando en el transcurso de nuestra experiencia y desarrollo.
Aparece pronto en nuestra vida la conocida pregunta sobre qué queremos ser “cuando
grandes”
o nos imaginamos qué nombres les pondremos a nuestros hijos; otros
queríamos parecernos a un superhéroe o a un cantante ídolo adolescente. Algunos
pensamos en ciudades donde nos gustaría vivir o en el hombre o mujer que quisiéramos
como pareja. etc.
Y así constantemente, cada vez con un poco más de conocimiento del mundo y de
nosotros mismos, cada vez con mayor complejidad, vamos hilando la trama de nuestro
guión. En este recorrido iremos siendo nutridos por las personas que nos rodean, por las
vivencias que experimentamos y por todo aquello de lo que aprendemos.
Ocurre que, por supuesto, algunas de las opciones que tomamos tienen mejor resultado
que otras, y sucede también que algunas de las opciones que se nos presentan son más
apoyadas por nuestro entorno que otras.
Llegamos a veces a percibir que, aunque la diversidad es grande, ya hay un plan; un
camino preestablecido socialmente, una especie de “camino oficial” a seguir; y sin
darnos cuenta transitamos por ahí, vamos considerándonos más (o menos) exitosos en
nuestro avance, vamos siendo más (o menos) aprobados por nuestro mundo y claro, no
da lo mismo si recibimos o no, el aplauso de nuestros padres, amigos, profesores o
pareja, cuando tomamos una decisión o llegamos a una de las metas planteadas.
No nos es indiferente si vemos a los nuestros felices o no, con lo que hacemos, decimos,
pensamos, soñamos o elegimos. Esa satisfacción que aportamos a los demás, nos va
satisfaciendo a nosotros también; sentimos que las opciones que hemos elegido se
reafirman y adquirimos la confianza de estar haciendo las cosas correctamente.
No obstante, al llevar un trecho de este camino recorrido, tal vez sería saludable volver
a mirar las elecciones que hemos hecho, repensarlas cuando existen oportunidades de
nuevos caminos. Conectarse nueva y simplemente con nuestros gustos, con nuestras
emociones y preferencias; no para cambiarlas necesariamente. Se trata de hacer el
ejercicio de mirar cómo estamos viviendo en lo cotidiano y pensar cuánto nos gusta, qué
cambiaríamos, cómo podríamos disfrutarlo más. Al mirar nuestras alternativas
preguntarnos cuál queremos, con la misma libertad que cuando elegimos el sabor del
helado que vamos a tomar.
Seguramente, de todas las veces que hagamos estos cuestionamientos, muchas nos
responderemos reafirmando lo que ya hemos elegido, confirmando que esa es la opción
que queremos y que más nos gusta. Y esto nos beneficiará, ya que nos sentiremos más
seguros y motivados con el camino elegido, será como renovar nuestra decisión y
fortalecerla. Sin embargo, puede que en otras oportunidades nos encontremos con que
no estamos siguiendo el camino de nuestros deseos y motivaciones, sino que tomamos
la vía que teníamos delante, la más lógica, la más transitada también; aquella vía que era
socialmente más aceptada, o la continuación esperable de nuestras decisiones previas.
Y entonces es más necesario aún examinar por donde vamos, evaluar si realmente
queremos eso, preguntarnos en qué medida hemos cumplido con lo que necesitábamos,
buscábamos y soñábamos, o sólo hemos querido “hacer lo correcto”; satisfacer lo que
otros, a quienes amamos, esperaban de nosotros.
Se ha constituido, sin darnos cuenta, un perfil de cómo debiéramos ser y qué
deberíamos hacer, del cual es difícil abstraerse dado que hay afectos involucrados; no es
algo teórico, sino que son personas concretas, con caras y nombres, que son importantes
para nosotros, cuyas opiniones escuchamos mentalmente a la hora de elegir. Nos
anticipamos incluso a lo que otros dirán frente a nuestras decisiones y sus resultados; a
veces llegamos hasta a temer críticas de personas que no son tan cercanas, por quienes
no sentimos algún afecto particular.
Cuando funcionamos así, nos perdemos un poco de nosotros mismos, nos
desconectamos y actuamos por inercia, como por mandato externo, sin saber siquiera
qué queremos.
Esto puede redundar en estados de presión y temor constante a fallar; de apatía,
conducta mecánica y desmotivada, haciendo lo que hacemos sólo “por cumplir”; o ya
francamente, insatisfacción e infelicidad con la vida que llevamos.
No se trata de ir “en contra” ni “a favor” de las expectativas de los demás; se trata más
bien de ir “con” y “desde” las nuestras; dedicar algo de tiempo y energía a conocerlas y
a mirarlas, escucharlas y validarlas; de evaluar hasta qué punto podremos darles
satisfacción, cómo podemos adaptarlas a la realidad que tenemos.
Se trata finalmente, de chequear si estamos caminando la ruta que lleva a nuestras metas
y sueños, de manera de actuar convencidos de que lo que hacemos y elegimos tiene un
sentido para nosotros.
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