Javier Suárez-Pajares, Boletín Diverdi La primera corona de la guitarra De las tre corone del repertorio contemporáneo para guitarra –el alemán Hans Werner Henze, el cubano Leo Brouwer y el japonés Toru Takemitsu- el caribeño es el único guitarrista, y ese ser cocinero antes que fraile le destaca dentro de tan granado triunvirato porque su música muestra una profunda inteligencia práctica de los recursos instrumentales y de los efectos guitarrísticos que los otros sólo pueden conocer de forma teórica. Así, coronando el olimpo de la guitarra contemporánea, Brouwer vive desde hace unos años en Córdoba como director de orquesta, esparciendo por España su descomunal talento para la música. En alguno de los cursos que suele dar en verano, ha estado Miguel Trápaga preparando con él la grabación que ahora presentamos, y me consta de buena tinta que el compositor cubano quedó absolutamente admirado del conocimiento que Trápaga tenía de su música. Porque estamos ante un guitarrista que quizá no vaya a grabar demasiados discos –ojalá sí, porque nunca serán “demasiados”-, pero aquellos que grabe van a ser tesoros para los amantes de la guitarra. Se lo toma con calma y con calma llega a los dominios de la expresión como sólo pueden llegar los más grandes intérpretes. Este es su tercer disco discográfico. El primero fue dentro de un cuarteto de guitarras con obras de Moreno Torroba (Opera Tres 1013/1014), y el segundo –editado por la Fundación Marcelino Botín aunque todavía no lo hemos visto en el mercado- dedicado a obras para guitarra de compositores cántabros contemporáneos. En esta su tercera grabación, Trápaga plantea un programa que quiere mostrar la diversidad de la obra de Brouwer y lo consigue absolutamente, desde ese Quinteto para guitarra y cuarteto de cuerda, obra de juventud de un compositor lleno de vigor y de necesidad de dotar a su instrumento de un repertorio completamente nuevo, hasta la sonata que editó OPERA TRES en 1990, obra que cierra por ahora el catálogo de Brouwer dedicado a la guitarra. Entre esos dos extremos, sorprendentemente más alejados en lo cronológico que en lo estético, Trápaga elige bien las obras que ilustran las facetas más dispares de la inspiración musical de Brouwer: su referencia a la Nueva Trova Cubana en la nostálgica melodía de Un día de Noviembre (1967); el Canticum (1968), una obra que ejemplifica a la perfección la vanguardia más rupturista de finales de los sesenta; su homenaje a la “otra” guitarra, la del mundo del jazz, en las Variaciones sobre un tema de Django Reinhardt (1984); o las obras de principios de los sesenta, en las que se refiere a sus raíces culturales: afrocubanas en la Danza Característica (1967) y europeas en los Dos aires populares cubanos (1962) y los Dos temas populares cubanos (1963). Una selección excelente interpretada con absoluto primor. El Quinteto, que se ha grabado muy rara vez con anterioridad, está bordado. Trápaga lleva varios años trabajando con el Cuarteto de Cuerda de Moscú y eso se nota. Pero es que en los Dos temas populares cubanos se permite el lujo hasta de ornamentar con la aquiescencia del compositor, sentando desde mi punto de vista cátedra en la interpretación. Y en último término, yo, que fui compañero de Trápaga en sexto y séptimo de guitarra en la cátedra de Demetrio Ballesteros y en algunos cursos de verano, y que le he visto en exámenes y concursos en comparación conmigo y con otros muchos guitarristas, sé que tiene algo especial que va más allá de su habilidad para apropiarse de las composiciones de otros, más allá de una demoledora capacidad de trabajo. Trápaga saca de la guitarra un sonido de un preciosismo, de una redondez, de una limpieza, y de un equilibrio extraterrestres. No es una negación de la didáctica – nada más lejos de mi intención- pero los que están en esto saben que un sonido así ni se enseña ni se aprende: surge. Por eso, esta grabación, para mí, no tiene precio.