Paisajes después del 20-D: un problema de reconocimiento

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13 BUSTINDUY_29 CARRILLO.qxd 21/04/16 17:56 Página 13
TRIBUNA
Por Pablo Bustinduy *
El diputado y secretario de Relaciones Internacionales de Podemos, Pablo Bustinduy, se incorpora esta semana a la plural lista
de firmas que periódicamente ofrecen su análisis sobre la realidad política del país para nuestros lectores. Bienvenido.
iempre he desconfiado
de las interpretaciones
que atribuyen una única voluntad o un único
mensaje al voto de los electores. Es
difícil asumir que una comunidad,
una nación, ni que decir tiene un
sujeto plurinacional como el nuestro, disponga de una intención unívoca que, como el viejo espíritu de
la historia, pueda reconstruirse a
posteriori para reconciliar las diferencias, la multiplicidad, también
las contradicciones. Es curioso comprobar que ese es el punto que comparten los comentaristas electorales
y los teóricos originales del centralismo democrático: la idea de que
hay un todo final que puede cicatrizar y expresar lo múltiple casi sin
dejar restos.
Si hay un mensaje general que extraer de las elecciones del 20-D, tal
vez sea únicamente ése: que hemos
entrado en un ciclo histórico nuevo,
rico, plural, diverso, en el que ni la
lógica perversa del bipartidismo –que
ha colonizado y carcomido hasta el
tuétano nuestras instituciones–, ni
los chantajes más o menos confesos
que habíamos incorporado casi como una segunda piel de nuestro
cuerpo político (el voto útil, el cuidado que vienen los bárbaros, esa
práctica de reducción constante que
sustituye a gritos al debate público
en las tertulias) sirven para acallar el
hecho de que hay sujetos políticos
que piensan de manera diferente,
que tienen ideas diferentes de lo que
quieren para el futuro de su patria,
y que hay fuerzas políticas diferentes que encarnan y articulan con to-
tal naturalidad esas aspiraciones en
la esfera político-institucional.
Esta simple constatación, que no
nos lleva un paso más allá de una
fase de madurez dentro de una democracia liberal occidental, supone
para nuestro país una casi-revolución política. Reconocer que nuestro sistema de partidos ha cambiado
profundamente (¡sin necesidad de
tocar la Ley Electoral!), que las mayorías absolutas o casi absolutas que
daban inmediatamente acceso al
control y el manejo irrestricto de todos los poderes del Estado (que aquí
ni se controlan ni cooperan entre sí,
lo que es todo un mérito institucional) son ya una cosa del pasado, es
reconocer que debemos asumir una
cultura política y parlamentaria nueva, por construir, que requiere de actitudes y disposiciones a la altura de
esas nuevas condiciones objetivas
para nuestra vida política. Desgraciadamente, todo parece indicar que
estamos todavía lejos de lograrlo.
¿Cómo explicar si no que todo el
aleteo de reuniones y ruedas de
prensa, de vetos cruzados y documentos volantes, no haya producido ningún efecto hasta la fecha cara a la formación de un nuevo Gobierno, más allá de hastiar a una ciudadanía cada vez más indignada
con sus representantes e instituciones? Desde mi perspectiva, creo que
estamos ante un problema de reconocimiento. No se trata sólo de que,
en lugar de reaccionar con madurez democrática a la irrupción de
una fuerza que ha podido canalizar
el inmenso descontento y los dolores acumulados de una parte im-
EUROPA PRESS
S
Paisajes después del 20-D: un problema
de reconocimiento
El Partido
Socialista de
Pedro
Sánchez no
ha asumido
nuestros
cinco millones
de votos y los
mandatos
que tenemos
como sujeto
político y
como fuerza
social
legitimada
por las urnas
y el refrendo
popular
portante de nuestro pueblo de manera impecablemente democrática
(a diferencia de lo que ha pasado
en otras sociedades europeas, donde son la xenofobia y el autoritarismo quienes han sabido explotar esa
brecha social), la derecha de este
país y las fuerzas vivas del régimen
hayan procedido a una operación
incesante, inaceptable, de intoxicación y acusaciones infundadas
que busca simple y llanamente la
deshumanización y la exclusión de
la contienda política de un adversario que no aceptan, ni toleran, ni
pretenden tolerar.
Se trata, más dolorosamente, de
constatar que el Partido Socialista
tampoco ha asumido ese cambio de
fase, que no ha asumido nuestros
cinco millones de votos, no ha asumido que el paisaje ha cambiado y
que, para entendernos, es necesario
partir de esa aceptación de la legitimidad, pero también de las responsabilidades y los mandatos, que tenemos como sujeto político y como
fuerza social legitimada por las urnas y el refrendo popular. De momento el PSOE sólo nos ha reconocido como amenaza, como rival en
la competición electoral por un mismo espacio demoscópico o sociopolítico. Eso está muy lejos de asumir que las reglas del juego han
cambiado y que es necesaria una
nueva gramática política y social
que, para su suerte o desgracia, está enteramente por escribir –y por
escribir a varias manos–. l
*Secretario de Relaciones Internacionales de
Podemos y diputado en el Congreso por
Madrid
nº 1152. 25 de abril–1 de mayo de 2016
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