TERCERA SEMANA: Modelos de Apelación Judicial l Francisco Chamoro Bernal. "La Tutela Judicial Efectiva". Derechos y Garantías procesales derivados del artículo 24.1 de la Constitución. CAPÍTULO SEGUNDO Requisitos de la resolución judicial: La motivación La prestación jurisdiccional se obtiene cuando, después de un proceso o de los trámites adecuados, el Juez o Tribunal dicta la sentencia o la resolución pertinente, acto decisorio que, a través de un juicio racional y voluntario, conlleva la apreciación subjetiva de conformidad o disconformidad de la pretensión ejercitada con el derecho objetivo, otorgando o denegando ésta. En esa función el juez no es un autómata, sino que dispone de un margen de apreciación que el TC reconoce y respeta, siempre y cuando ese margen no afecte a derechos fundamentales. Ese margen de apreciación se manifiesta en el hecho de que la interpretación y aplicación de las leyes tiene normalmente varias opciones y mientras esas varias opciones se muevan dentro del campo de la racionalidad o de la razonabilidad, el TC no puede inmiscuirse en ellas, incluso aunque pueda creer que una interpretación es más razonable que otra. Sólo puede intervenir si la motivación es irrazonable y de constatarlo, se limitará a anular la resolución a fin de que se dicte otra adecuadamente motivada. La resolución en la que se materializa la tutela judicial efectiva debe reunir una serie de requisitos, el primero de los cuales es el de ser motivada. 1. Necesidad y finalidad de la motivación La necesidad de motivación de las sentencias viene establecida en el art. 120°.3 de la CE, norma que está excluida claramente del recurso de amparo (art. 53°.2 CE). De ahí que el Tthaya incluido tal necesidad en el ámbito del art. 24°.1 afirmando que "la obligación de que las 217 sentencias sean motivadas, impuesta por el art. 120°.3 de la CE, ha de integrarse en el derecho reconocido en el art. 24°.1, de forma que la falta de motivación origina una falta de tutela...". Donde más claramente expone el TC la finalidad de la motivación es en la STC 55/1987 de 13 mayo, en la que examina el supuesto de una absolución por el Juez de Distrito de una falta de imprudencia y la posterior condena por el Juez de Instrucción en apelación, sin motivar la razón de la condena. En dicha sentencia, el TC señala que la finalidad de la motivación, que en un Estado democrático de Derecho legítima la función jurisdiccional, es múltiple ya que: 1.° Permite el control de la actividad jurisdiccional por parte de la opinión pública, cumpliendo así con el requisito de publicidad. 2.° Logra el convencimiento de las partes, eliminando la sensación de arbitrariedad y estableciendo su razonabilidad, al conocer el por qué concreto de la resolución. 3.° Permite la efectividad de los recursos. 4.° Pone de manifiesto la vinculación del Juez a la ley. No basta el simple encaje de los hechos en la norma, porque las razones de la decisión pueden seguir manteniéndose desconocidas, sino que hay que precisar por qué encajan. En el caso concreto de la STC 55/1987 la condena por imprudencia no está fundada si no se explica cómo la falta de diligencia que se conecta con el resultado dañoso. Por su parte en la sentencia 112/1988 el TC estima el recurso de amparo y anula los autos de una audiencia provincial que se negaba a dar por terminado un internamiento en un centro psiquiátrico penitenciario, sin dar motivación alguna a pesar de reiterados informes médicos favorables a ello. Tampoco pueden denegarse pruebas sin motivación, manifestando la STC 196/1988 que el auto de sobreseimiento no implica la improcedencia de las diligencias interesadas por la parte recurrente. 218 Asimismo, un procesamiento arbitrario o sin fundamento razonable vulneraría el derecho a la tutela, aunque, dado el carácter provisional del mismo, sólo excepcionalmente puede dar lugar a un recurso de amparo. Motivación y fundamentación en Derecho Antes de pasar adelante, convendrá precisar la diferencia entre motivación y fundamentación en derecho. Motivación y fundamentación no son conceptos sinónimos, aunque están íntimamente relacionados. Una resolución puede estar fundada en Derecho y no ser razonada o motivada, puede citar muchas disposiciones, pero no explicar el enlace de esas normas con la realidad que se está juzgando. Asimismo, una resolución puede ser razonada y motivada, pero no estar fundada en Derecho, supuesto que se daría si un Juez justificara su resolución en principios puramente fi losóficos,, ajenos al ordenamiento jurídico o no recognoscibles como aplicación del sistema jurídico, supuesto que ya se ha planteado ante el TC. En definitiva, la motivación es la explicación de la fundamentación jurídica de la solución que se da al caso concreto que se juzga, no bastando una mera exposición sino que ha de ser un razonamiento lógico. La Sentencia debe "...mostrar, tanto el propio convencimiento del judex, como la explanación de las razones dirigidas a las partes...", ha de explicitar el proceso de su decisión y las razones que motivaron la misma. Mientras la falta de motivación conduce a la arbitrariedad en la resolución, la falta de fundamentación comporta una resolución anclada fuera del ordenamiento jurídico. La motivación como prohibición de la arbitrariedad Una aplicación manifiestamente arbitraria -por no razonada- de una norma supone una vulneración de la tutela judicial efectiva y permite la intervención del TC mediante el recurso de amparo. Ahora bien ¿qué es una aplicación manifiestamente arbitraria? El Diccionario de la RealAcademia Española define la arbitrariedad como "acto o proceder contrario a la justicia, la razón o las leyes, dictado sólo 219 por la voluntad o el capricho". La arbitrariedad, por tanto, es lo contrario de la motivación que estamos examinando, es la no exposición de la causa de la decisión o la exposición de una causa ilógica, irracional o basada en razones no atendibles jurídicamente, de tal forma que la resolución aparece dictada sólo con base en la voluntad o capricho del que la torna, como un puro voluntarismo. Una resolución puede ser arbitraria no sólo porque no sea motivada y por tanto no ponga de manifiesto la razón de la misma, sino también porque, aun siendo aparentemente motivada, tal motivación sea claramente impertinente, no tenga nada que ver con lo que se está cuestionando, no sea jurídicamente atendible o no merezca el nombre de tal. Una motivación irracional o no razonable, tampoco cumple las exigencias del art. 24°.1 CE. Constituye una motivación o fundamentación no razonable, por ejemplo, aquella que deniega un recurso alegando simplemente razones de seguridad jurídica, ya que por ese argumento todos los recursos deberían ser desestimados. La motivación racional apela a la lógica. No sería una motivación racional la que vulnerara los principios de aquélla. Por ello, no basta, como motivación, una mera yuxtaposición de proposiciones que no tengan ninguna conexión entre sí. La motivación debe ser también concreta y no abstracta. Así, por ejemplo, en una cuestión de inconstitucionalidad, el TC considera que su planteamiento por parte del órgano jurisdiccional no está motivado "...ya que la Sala se limita a señalar que dicho gravamen puede vulnerar el derecho a un sistema tributario basado en la igualdad y en el respeto al principio de legalidad, así como el derecho de propiedad y el de libertad de empresa", es decir, se mueve en el terreno de lo abstracto, sin concretar el por qué de esa posible vulneración. Y es que unos razonamientos generales sin ninguna conexión con el caso sometido continúan siendo arbitrarios y no cumplirían ninguna de las finalidades constitucionales que tiene la motivación ni asegurarían el conocimiento de las razones de hecho y de derecho que justifican la decisión ni posibilitarían su impugnación. 220 De acuerdo con ello, la STC 15411986 otorga el amparo por haberse inadmitido un recurso de casación con la motivación genérica de atenerse a la nueva ley en lugar de la anterior, sin especificar los requisitos de la ley omitidos y la STC 144/1990 del 26 de septiembre, equipara motivación genérica a ausencia de motivación. Por ello, sorprende que el TC haga ímprobos esfuerzos para aceptar como válidas, para archivar querellas, fórmulas, a menudo impresas, tales como "practicadas las diligencias esenciales para determinar la naturaleza y circunstancias de los hechos denunciados, se estima que los mismos no son constitutivos de la infracción penal denunciadas, cuando es claro que tales fórmulas privan a las partes de todas las garantías que da la verdadera motivación". Sobre las resoluciones impresas volveremos más adelante. 4. Alcance de la motivación La inicial exigencia de motivación del art. 120°.3 CE respecto de las sentencias, ha sido extendida por el TC a toda resolución judicial, gamo no podía ser menos, dada su finalidad y especialmente, a aquellas qúílimitan o restringen derechos fundamentales. La exigencia de motivación no comporta obviamente que la misma satisfaga al justiciable, por lo que no puede equipararse a ausencia la disconformidad con la misma o el no considerarla convincente. Como resulta implícito de cuanto queda dicho, la motivación de una resolución puede ser objeto de recurso y los razóhamientos decisorios de un fallo pueden infringir directamente la Constitución. La clásica teoría de que lo que se recurre es el fallo y no la motivación, no puede seguir sosteniéndose totalmente en la actualidad. Habrá ocasiones en que parte de la motivación será intrascendente para el fallo, pero otras veces podrá impugnarse la motivación en cuanto sea el sostén del fallo, del que no pueda desvincularse. La motivación de una resolución judicial supone, por tanto, una justificación. racional, no arbitraria, de la misma, mediante un razonamiento no abstracto sino concreto. Esa justificación de la resolución deberá incluir 221 El Juicio lógico que ha llevado a seleccionar unos hechos y una norma; la aplicación razonada de la norma; c) la respuesta a las pretensiones de las partes y a sus alegaciones relevantes para la decisión. En cuanto a la motivación como contestación a las alegaciones de las partes, hasta que ésta se limite a aquellas alegaciones que sean pertinentes para la resolución del caso, porque aquí, como en el tema de la congruencia, hay que distinguir claramente entre pretensión y argumentación. Los jueces y tribunales sólo tienen obligación de contestar a las peticiones que les formulen las partes, así como a las argumentaciones que sean la base pertinente de dichas peticiones, no a las demás alegaciones o argumentaciones que no sean relevantes para la resolución tomada ya que no están obligados a discutir pormenorizadamente todos y cada uno de los argumentos de las partes. 5. La necesidad constitucional de motivar los hechos que se consideren probados Los recursos contra las resoluciones judiciales pueden referirse obviamente tanto al derecho aplicado como a los hechos considerados probados y que sirven de base a las mismas. Sin embargo, cuando se habla de motivación es frecuente limitarla al Derecho aplicado al caso, cuando tanto o más importante es la motivación de la selección del material que el juez da como probado, ya que tal selección predetermina normalmente la solución jurídica. En este sentido sorprende que el TC no se haya tenido que pronunciar todavía sobre la necesidad constitucional de motivar la selección del material fáctico que se da como probado en las resoluciones judiciales. Porque si no se motiva esa selección del material fáctico ¿cómo puede la parte, en el ejercicio de su derecho constitucional al recurso, alzarse contra la misma?. De igual forma que para la prueba indiciaria en materia penal el TC ha considerado imprescindible que el tribunal ordinario razone cómo se pasa de unos hechos probados a tener otros como acreditados por 222 medio de indicios, obligando a exponer las interpretaciones posibles de tales hechos probados y por qué se elige la interpretación inculpadora, así también para posibilitar, tanto a la parte como al órgano superior, la revisión del material fáctico seleccionado, es indispensable explicitar las razones de tal selección. Teniendo en cuenta que en materia penal la prueba indiciaria es más frecuente que la directa, el pronunciamiento del TC es un sólido punto de partida para el reconocimiento de la necesidad general de motivar los hechos probados que aquí defendemos, extensible a todo tipo de prueba y a cualquier procedimiento. Y ello, a pesar de que el TC, incomprensiblemente, se ha manifestado en contra, en una doctrina a nuestro entender equivocada. El TC, cuando analizó el art. 10 0 .6 de la LO. 10/1980 del 11 de noviembre -en cuanto establece que en la sentencia se recogerá "...de manera expresa las pruebas practicadas y su resultado"-, perdió una gran oportunidad de establecer este derecho a la motivación de la selección del material probatorio, que entendemos fundamental. En efecto, se le plantearon recursos de amparo por no haberse hecho constar la prueba practicada en los procedimientos derivados de dicha Ley Orgánica 10/80 y el TC eludió la cuestión distinguiendo un tanto artificialmente entre motivación propiamente dicha y constancia de la prueba (constancia que, de tener alguna utilidad racional, había de ser la de exteriorizar las razones de la selección del material probatorio y no el hecho puramente formulario de inventariar las pruebas practicadas en un juicio). Resumiendo, en general y por vía de apelación en los recursos ordinarios y excepcionalmente en los extraordinarios, es posible examinar la corrección de la apreciación de la prueba efectuada por el Juez de instancia y esa posibilidad es ilusoria en la práctica si no se motiva la selección de hechos declarados probados. Por ello, hay que entender que la motivación de los hechos probados es un derecho fundamental del ciudadano, que forma parte integrante del derecho al recurso, necesario e imprescindible para la efectividad del mismo y para no dejar en la penumbra tan importante faceta del proceso. No pueden existir zonas de la actividad jurisdiccional que no se sometan a la opinión pública 223 y de las partes quienes no pueden controlar si la selección del material probatorio es racional y razonable de no ponerse de manifiesto las razones en que la misma se basa. Por tanto, entendemos que es tan sólo una cuestión de tiempo y de que se le plantee correctamente, que el TC reconozca el derecho constitucional de las partes a que la relación de los hechos probados, en cualquier proceso, sea motivada, con el fin de que el razonamiento que se supone la sustenta sea público para todo el mundo y para las partes y susceptible de ser revisada su corrección y racionalidad en una instancia superior. 6. Tipos de motivación. La inconstitucionalidad de la motivación tácita Para que pueda cumplir las diversas finalidades que el propio TC le asigna, la motivación debe ser lógicamente expresa. Esas finalidades son incompatibles con motivaciones tácitas o implícitas que difícilmente pueden considerarse tales. Sin embargo, el TC por las razones que sean -quizá por salvar deficiencias excesivamente frecuentes en las Sentencias- ha hecho equilibrios para intentar mantener la doctrina preconstitucional de que una desestimación de la demanda resuelve todas las pretensiones aunque nada se diga al respecto o que la entrada en el fondo del asunto desestima implícitamente todas las objeciones procesales. Aun partiendo de la distinción entre pretensiones y argumentaciones de una demanda, distinción que limita la necesidad del órgano jurisdiccional de contestar sólo a la primera esa tendencia del TC es criticable y peligrosa. Las motivaciones tácitas o implícitas tienen dos grandes inconvenientes: primero, crear en las partes la duda de si efectivamente el órgano judicial tomó en consideración la pretensión presuntamente desestimada o se trató más bien de un olvido; y segundo, privar de la posibilidad de un recurso eficaz, ya que no se puede discutir un razonamiento que no se conoce. 224 Por esa razón, el TC en ese intento de justificar una motivación tácita todos aquellos detalles que puedo implícita ha hecho mucho hincapié en todos aquellos que pudieran dar a entender que no se trató de un olvido porque el tema fue tomado en consideración. Al TC incluso le ha bastado a veces, que las peticiones de las partes simplemente se hubieran mencionado en los resultados de la sentencia, como si esa mención, que muchas veces ni siquiera recoge materialmente el juez, fuera garantía de que, en alguna forma, la petición había sido tomada en consideración. Sin embargo, el empeño del TC en justificar una motivación implícita era difícil por ser una verdadera contradicción en sí misma y porque al intentar desvelar una motivación implícita, estaba muy cerca de suplantar la motivación que debía haber exteriorizado el órgano jurisdiccional ordinario. Por ello, después de ciertas vacilaciones, parece que el Tribunal Constitucional se ha decantado por la doctrina correcta: la motivación ha de existir y debe ser expresa o por lo menos inferible lógicamente con la máxima certeza. Y cuando en algún caso se diga que se trata de una motivación tácita o implícita, hay que interpretar que en realidad se está hablando de una motivación existente aunque sólo inferible lógicamente, inferencia que desde luego deberá apreciarse restrictivamente. La doctrina correcta del TC y que parece definitiva es la de declarar la nulidad total o parcial de la sentencia no motivada expresamente o con motivación que no sea inferible lógicamente de forma clara y con un alto grado de certeza, concluyendo que una decisión, por el mismo hecho de ser implícita -por ejemplo, desestimación de cuestiones de inadmisibilidad por haber entrado en el fondo- es inmotivada. Esa doctrina general no vale, sin embargo, para la condena en costas cuya motivación puede deducirse, según el TC de la propia redacción de la sentencia. Una vez establecida la necesidad de que la motivación sea expresa o inferible lógicamente con claridad, hay que añadir que la motivación ha de ser razonablemente suficiente y no ha de exigir de la parte grandes elucubraciones para apreciarla y mucho menos tener que percibir si es o no inaprehensible como parece apuntar el TC en su ATC 670/1986. 225 El TC ha admitido la motivación por remisión, que no es más que una motivación fuera del lugar apropiado -siempre, claro está, que se remita a donde exista realmente motivación- así como que la resolución confirmatoria de la recurrida, por sus propios fundamentos, pueda ser más parca. 7. Subsanación y reparación de la falta de motivación El TC tiene declarado que la motivación que no se dió en primera instancia puede llevarse a cabo en la segunda porque la exigencia constitucional es la de que por lo menos en la totalidad del proceso exista una motivación. Así en las STC 89/1985 y 40/1986 se reconoce que se inadmitieron pruebas sin motivación, pero que su impertinencia se motivó al resolver el recurso interpuesto. Esta posición del TC no es muy acorde con la finalidad que el mismo Tribunal asigna a la motivación y con la doctrina que, por ejemplo, aplica en la STC 122/1990 del 2 de julio, al considerar que la falta de motivación por el Gobierno en el establecimiento de unos servicios mínimos en caso de huelga no es subsanable a posteriori porque entonces ya no tendría ninguna utilidad para los sindicatos. Por ello, la subsanación de la motivación por vía de recurso ha de tener un distinto tratamiento según se trate de recurso ante el mismo órgano o ante el superior y según nos hallemos ante una falta de motivación o de motivación equivocada. Si se trata de un recurso ante el mismo Juez, es lógico que pueda subsanarse por vía de recurso de reposición o de reforma la falta de motivación y contra ella ha de caber el recurso previsto para la resolución inicial. Si la falta absoluta de motivación se alega ante el superior jerárquico, éste deberá dejar constancia de la vulneración del derecho fundamental y remitirá los autos al inferior para que motive la resolución impugnada. Sólo excepcionalmente subsanará el órgano superior la falta absoluta de motivación, ya que con ello, además de privar a la parte de una instancia, se produciría de hecho una sola resolución judicial cuando legalmente deberían existir dos y en el recurso -que se da contra una primera resolución- no se podrían combatir los argumentos de una 226 resolución inexistente. En cambio, si se trata de una motivación incorrecta es claro que el órgano superior podrá y deberá rectificarla. Una motivación inadecuada se puede subsanar asimismo, según el TC, reproduciendo la motivación sin los defectos existentes. Esta doctrina también es discutible como regla general. Según la misma, si una resolución se ha tomado en base a un documento que no podía haber sido tenido en cuenta, la lesión se corregiría simplemente reproduciendo la motivación, pero sin tener en cuenta tal documento. Entendemos que ello sería suficiente si la nueva motivación correspondiera a otro órgano que desconociera el documento, porque si no ¿cómo racionalmente se puede prescindir de algo realmente ya visto?. 8. Análisis por el TC de concretas motivaciones en relación con el art. 24°.1 CE Como ya hemos reiterado, si existe argumentación <le mera legalidad, sin incidir en los derechos fundamentales y libertades públicas, y sin que la misma sea arbitraria, irracional o irrazonada, el TC no puede entrar a considerar la actuación de los órganos jurisdiccionales en este aspecto, según expresamente determina de manera categórica el art. 54° de la Ley Orgánica de dicho Tribunal. Y esa motivación inadecuada sólo puede dar lugar a un recurso de amparo cuando el error en la motivación ha tenido trascendencia en una resolución lesiva para el recurrente. a) Supuestos en que el TC ha considerado adecuada la motivación: El TC ha considerado que no vulneran el art. 24°.1 CE la motivación existente pero que el recurrente considera oscura e imprecisa; la que figura en un formulario impreso, pero en tanto en cuanto asume la del órgano inferior que sí era motivada; la que se limita a decir «una vez se proponga en forma la prueba, se acordará»; la que se remite a lo alegado por una parte y la que es breve aunque no inexistente. El carácter necesariamente concreto de la motivación -difícilmente se dan dos supuestos idénticos- impide la utilización de impresos en las resoluciones judiciales que tan sólo sería constitucional en supuestos de múltiples 227 afectados por una misma situación jurídica, siempre que además ello permita conocer las razones efectivamente tenidas en cuenta, ya que no es admisible eludir la consideración correcta y completa del caso propuesto, en base a una solución genérica que no atienda a sus peculiaridades o matices. En el tema de la utilización de impresos, el TC sigue una línea errática y así, a pesar de su impecable doctrina general sobre la motivación, la STC 36/1989 de 14 de febrero, considera que un impreso de archivo de una querella, que señala simplemente, al amparo del art. 789°, l a de la LECR, que el hecho denunciado no revestía los caracteres de infracción penal, no vulnera el derecho a la tutela judicial efectiva porque, aunque no revela los argumentos del Juzgado, permite conocer la razón del archivo. En este aspecto, el TS ha ido más allá que el TC, al pronunciarse rotundamente contra este tipo de motivación en su auto de 20 diciembre de 1990, de la Sala 3a. b) Supuestos en que el TC no ha considerado adecuada la motivación. La motivación justificadora de un despido, consistente tan sólo en decir: "como quiera que la conducta del actor aparece tipificada como justa causa para el despido en el apartado 2 del art. 54° de la Ley 8/ 1980 de 10 de enero..." constituiría una violación del derecho a la tutela por falta de motivación, si no dijera previamente "... a la vista de los hechos probados y ...". La interrelación de los hechos probados y esa manifestación del magistrado permiten al TC mantener in extremas la existencia de motivación. Tampoco puede considerarse motivada la resolución que no razona detalladamente el por qué del quantum de una indemnización; la que hace una remisión genérica a un capítulo de la LECR y la que omite todo razonamiento sobre alguna pretensión . 228 CAPÍTULO TERCERO Requisitos de la resolución judicial: La necesaria motivación de los cambios de criterio en la aplicación de la ley 1. El derecho a una resolución que respete la igualdad en la aplicación de la ley. El concepto de desigualdad en la aplicación de la ley El ciudadano, cuando acude a los órganos jurisdiccionales, ha de tener la razonable seguridad -matizada por el TC -de que su cuestión será resuelta de la misma forma en que lo fueron situaciones parecidas anteriores, siendo ésta la última ratio del requisito que pasamos a examinar en este capítulo. Esa razonable seguridad en la igualdad en la aplicación de la ley forma parte integrante del derecho a la tutela judicial efectiva. Cuando un Juez o Tribunal, al dictar una resolución, se aparta de la legalidad dominante o resuelve en forma distinta o contradictoria a como lo hizo en un caso anterior sustancialmente idéntico, debe justificar ese apartamiento y si no lo hace, nos encontramos ante una resolución que viola el derecho a la tutela judicial efectiva, violación que se produce precisamente por no razonar ese apartamiento de la legalidad dominante o de sus propios precedentes. Ello, sin embargo, no puede dificultar la labor de interpretación y adaptación de la norma por parte de los órganos jurisdiccionales al momento histórico, labor en la que pueden naturalmente haberse equivocado, siendo ese margen de error una justa causa de las diferencias entre sentencias. Tampoco es razonable exigirles uniformidad inmediata cuando se implanta una nueva legislación o se abordan cuestiones nuevas y difíciles, situación que comporta un proceso de ajuste sucesivo en cuya formación no puede interferir el TC. No se trata, como ha reiterado el TC, de que los jueces y tribunales queden sujetos a sus precedentes, sistema que no está permitido en nuestro ordenamiento. Se trata únicamente de que, cuando se aparten de los mismos, ello ha de deberse a un cambio en el criterio y no a 229 arbitrariedad o inadvertencia, a fin de que en la aplicación de la ley se sigan criterios generales y no un mero casuismo accidental. Basta con que exista ese cambio para que el derecho constitucional a la igualdad en la aplicación de la ley se entienda cumplido, ya que el TC no puede entrar en el examen de la mayor o menor solidez de los motivos del cambio, salvo que sean irrazonables. Concluyendo, si un Tribunal al resolver el supuesto A establece un determinado criterio jurídico general, al resolver el siguiente supuesto idéntico B, no puede apartarse del criterio mantenido en A, a no ser que motive adecuadamente el cambio o que, excepcionalmente, aun sin motivado, resulte evidente que el Tribunal cambió de criterio para sentar otro también de carácter general. Por tanto, este derecho constitucional a la igualdad en la aplicación de la ley, tiene un carácter meramente formal: si hay cambio o razonamiento que justifica la desigualdad, prescindiendo del sentido de la resolución, no hay lesión del derecho fundamental. El contenido del derecho obliga, por tanto, al órgano judicial a resolver con arreglo a decisiones anteriores para casos idénticos a no ser que haya un cambio manifiesto en su línea resolutiva, cambio que deberá razonarse adecuadamente salvo que, excepcionalmente, pueda ingerirse con certeza de su actuación. Un resumen general de la doctrina del TC sobre este derecho constitucional a la igualdad en la aplicación de la ley puede verse en las STC 25 y 62/1987. 2. Las dudas del TC acerca de la ubicación de la prohibición de la desigualdad en la aplicación de la ley Las características deeste derecho constitucional, a caballo entre los arts. 14° y 24°.1 CE, han hecho dudar al TC sobre dónde ubicarlo exactamente, si en el primero o en el segundo de dichos artículos. Así, el TC tiene resoluciones en las que sostiene, en unas, que la violación del derecho a la igualdad en la aplicación de la ley debe denunciarse a través del art. 14° CE que englobaría las dos posibilidades de igualdad en la ley e igualdad en la aplicación de la ley; en otras, que la igualdad en la ley corresponde al art. 14° y la igualdad en 15 aplicación de la ley al art. 24°.1 CE y en otras, que la denuncia de la desigualdad 230 en la aplicación de la ley debe hacerse a través del art. 24°.1 en relación con el art. 14°, ambos de la CE. Sin embargo, ante el indudable carácter formal que tiene este derecho constitucional, que sólo garantiza que, de existir cambio, éste será motivado, hay que entender que no encaja en forma alguna en el art. 14° CE, cuyo contenido es material. No tener en cuenta esta distinción, ha llevado al TC a dictar sentencias confusas y contradictorias. Así, por ejemplo, en la STC 12/ 1988, el TC ha de incurrir en la contradicción de estimar vulnerado el art. 14° CE -vulneración que, de ser cierta, le obligaría a entrar en el fondo constitucional del asunto- y en cambio, declarar la nulidad de la sentencia para que el TCT dicte otra en la que razone el cambio de criterio. A su vez, en la STC 144/1988 se pretende huir de esta deficiente elaboración, sentando que la univocidad de las normas para todos los órganos jurisdiccionales no está incluida en el derecho a la igualdad en la aplicación de las normas, como de univocidad no se tradujera en definitiva e inevitablemente en aplicaciones distintas, para situaciones idénticas, de una misma norma. Sin embargo, no es preciso que el TC haga marcha atrás en la elaboración de este derecho constitucional a la igualdad en la aplicación de la ley. Basta tan sólo con ubicar este derecho en la general necesidad constitucional de motivación de las resoluciones judiciales y como un supuesto específico de la misma, como aquí se hace. No se trata, a nuestro entender, de que la desigualdad en la aplicación de la ley repercuta en el derecho a la tutela judicial efectiva, como a veces dice el TC, sino que es la falta de motivación la que produce la desigualdad formal. No es la distinta solución dada a casos idénticos lo que provoca la violación constitucional sino la inexistente o insuficiente motivación del cambio. Si la motivación del cambio es la adecuada -y ya hemos visto que la motivación forma parte de la tutela judicial efectivano podrá existir desigualdad en la aplicación de la ley, aunque se adopten soluciones distintas para situaciones idénticas. Es decir, tan sólo existirá lesión del derecho a la igualdad en la 231 aplicación de la ley si no se motiva el cambio de criterio. Luego es la existencia o no de la motivación (requisito integrado en la tutela judicial) lo que puede producir una lesión en el principio de igualdad y no a la inversa. Por todo ello, ante la imprecisión del TC y dado el carácter formal del derecho a la igualdad en la aplicación de la ley -en la forma que ha sido conceptuado- hemos optado por incluir el supuesto especial de desigualdad en la aplicación de la ley, como un caso específico de motivación. 3. Necesidad constitucional de que el legislador arbitre soluciones que eliminen las desigualdades en la aplicación de la ley El reconocimiento del derecho constitucional a la igualdad en la aplicación de la ley plantea dos graves problemas: primero, el de la independencia de los órganos judiciales, incluso respecto de sus propios precedentes -ya solucionado, como hemos visto, al no serles exigible más que la motivación adecuada del cambio de criterio, no la prohibición del mismo-; y segundo, el del derecho del justiciable a que la ley se aplique de manera uniforme, lo que a su vez evidencia la necesidad constitucional de que existan órganos superiores unificadores de las resoluciones judiciales. La obligación de que existan tales órganos unificadores, no sólo en determinadas ramas del Derecho sino en general en todo tipo de procesos, no está contemplada en la CE, pero sí en la interpretación que de ella hace el TC. Por consiguiente, al legislador deberá generalizar esa solución, puesto que no es el amparo la vía adecuada para remediar el problema. Cuando existen recursos contra las resoluciones de los órganos jurisdiccionales inferiores, los superiores jerárquicos se encargan de unificar los criterios contenidos en las mismas y si éstos tienen competencia en todo el territorio nacional, no se produce cuestión alguna. Sin embargo, sí surgen problemas cuando el órgano que resuelve los recursos es de competencia territorial limitada, ya que esos distintos órganos pueden, a su vez, establecer doctrinas desiguales. 232 El TC no puede dejar de proteger el derecho constitucional a la igualdad en la aplicación de la ley y al tiempo, ha de reconocer la inexistencia de los cauces procesales adecuados para que la eventual desigualdad en la aplicación de la ley pueda corregirse previamente por la propia jurisdicción ordinaria. Si el TC tuviera que proteger en general ese derecho a la igualdad en la aplicación de la ley en todos aquellos casos en que no existe un órgano judicial ordinario que pueda desempeñar esa función previamente, aparte de desnaturalizar su propia función, colapsaría su funcionamiento. Por ello, en los supuestos en que no existe un órgano unificador nacional, la posición del TC es dramática, pues no puede permitir la vulneración de los derechos constitucionales, pero tampoco puede convertirse en un Tribunal de casación universal, como él mismo dice a menudo. El TC no está para unificar los criterios de los Juzgados de lo social en el tema de vacaciones, por ejemplo, contra cuyas resoluciones no cabe recurso alguno, por el simple hecho de que el legislador no haya previsto otra solución. En un escalón superior sí lo ha previsto el legislador y así, por ejemplo, en la Ley de Procedimiento Laboral (art. 215° y ss), ha establecido los recursos de casación para la unificación de doctrina. Ese sistema de la LPL es adecuado para las desigualdades que puedan crearse entre las distintas salas de lo social de los tribunales superiores de justicia. Sin embargo, respecto a aquellos asuntos que conocen en única o última instancia órganos jurisdiccionales con competencia en una parte del territorio nacional (juzgados de lo social, audiencias provinciales...), no hay remedio legal, a pesar de que el derecho constitucional de los ciudadanos a la igualdad en la aplicación de la ley no tolera dejar al albur del reparto el que se aplique una misma norma de distinta forma según el Juzgado que le toque en suerte. En este aspecto la interpretación dada por el TC a la Constitución obliga al legislador a arbitrar una solución. Pero como quiera que el legislador no ha solucionado todavía ese problema, el TC se debate entre afirmaciones reiteradas de que las 233 diferencias entre las resoluciones de los tribunales inferiores no tienen relevancia constitucional, exigiendo que las desigualdades denunciadas vengan producidas por los propios órganos superiores encargados de la unificación y la estimación, en cambio, de concretos recursos de amparo contra resoluciones de esos mismos tribunales inferiores. En ese intento de no convertirse en un tribunal universal de casación, el TC ha tenido incluso que establecer si las secciones de una misma audiencia provincial deberían considerarse un único tribunal o tribunales distintos a efectos de apreciar una posible vulneración del derecho a la igualdad en la aplicación de la ley, inclinándose unas veces por considerarlas como un único tribunal y otras como tribunales independientes, posición esta última que parece prevalecer, más como mecanismo de defensa que por ser la solución más acorde con los principios constitucionales. La cuestión es clara, el TC tiene una intervención subsidiaria en materia de derechos fundamentales y no puede estar dedicado a unificar. los criterios de los Jueces de primer nivel, labor que ha de corresponder a órganos judiciales superiores, mediante la jurisprudencia. Es esa jurisprudencia, en este caso el de la igualdad en la aplicación de la ley. 4. Requisitos para poder apreciar violación del derecho a la igualdad en la aplicación de la ley La presunta desigualdad en la aplicación de la ley, para que tenga relevancia constitucional, deberá reunir los siguientes requisitos: 4.1. Provenir las resoluciones contradictorias de un mismo órgano, que además normalmente sea el encargado de unificar la jurisprudencia. La desigualdad inconstitucional puede alegarse, no cuando cualquier órgano judicial dicta sentencias contradictorias sin razonable fundamentación sino tan sólo cuando la desigualdad proviene de aquel o aquellos órganos que asumen la función de uniformar los criterios interpretativos de tribunales inferiores. El TC sólo puede intervenir para apreciar la posible desigualdad 234 en la aplicación de la ley si se ha dado a la jurisdicción ordinaria la posibilidad de corregir ella misma sus propias contradicciones y no para decidir entre dos o más interpretaciones discrepantes de la legalidad, cuál de ellas es la correcta. 4.2. Tratarse de situaciones fundamentalmente idénticas. Es claro que, para poder alegar una posible desigualdad en la aplicación de la ley, es requisito indispensable que entre los supuestos de hecho contemplados en las dos resoluciones comparadas exista una identidad básica, identidad que puede faltar incluso por la distinta forma en que las partes lleven dos procesos sobre hechos básicamente iguales. 4.3. Existir una resolución anterior que sirva de término de comparación respecto a la que se presume vulneradora del principio de igualdad en la aplicación de la ley y que sea reveladora de una doctrina consolidada. La resolución que se toma como término de comparación debe ser anterior, fruto de una doctrina uniforme y consolidada, requisito que no existe cuando el propio órgano judicial cita varios precedentes suyos en contra. La desigualdad, por tanto, debe producirse de una resolución anterior con respecto a otra posterior y no a la inversa. No puede decirse que la resolución B haya producido desigualdad en la resolución A, sino que la existencia de A puede ocasionar que se produzca una desigualdad en B -donde A y B tienen no sólo una sucesión ordinal, sino también temporal-. 4.4. Que se produzca un apartamiento arbitrario y no fundamentado del cambio de criterio. Como hemos reiterado, el derecho a la igualdad en la aplicación en la ley no veda que los jueces y tribunales cambien sus criterios interpretativos, pues ello conduciría a la petrificación del ordenamiento jurídico. Lo que veda el principio de igualdad en la aplicación de la ley es una interpretación voluntarista o arbitraria de la norma que, sin base en una motivación fundada, altere el sentido de sus resoluciones 235 anteriores, apartándose del mismo no reflexiva y razonadamente, sino en virtud de circunstancias que no resulten justificadas.» En el momento en el que haya motivación del cambio, dejará de existir la posibilidad de quedar lesionado el principio de igualdad en la aplicación de la ley. Así, aunque con escasos días de diferencia un mismo tribunal dicte dos sentencias contradictorias, si cada una obedece a distintas teoría jurídicas, no cabe hablar de vulneración de este derecho. Sin embargo, las meras razones de oportunidad no pueden motivar un cambio ni puede negarse la igualdad para hacer efectiva la igualdad. Asimismo, si la motivación del cambio es insuficiente, irrazonable etc., entonces puede vulnerarse el requisito de la motivación de las sentencias, que ya hemos analizado. 4.5 Que se persiga la igualdad en la legalidad, no en la ilegalidad En este ámbito de la igualdad en la aplicación de la ley, rige también el principio general aplicable en relación al art. 14° CE. Lo que se puede pretender es que se aplique la igualdad dentro de la legalidad, no que se trate a uno igual que a otro respecto del que no se actuó correctamente. 5. Supuestos de desigualdad en la aplicación de la ley apreciados por el TC Los supuestos puros de desigualdad en la aplicación de la ley son difíciles de producirse. La STC 551/98, al otorgar el amparo, examina uno casi de laboratorio: Dos hermanos fueron despedidos por ofensas al gerente de la empresa, cometidas en una carta que escribieron conjuntamente; presentadas demandas por los dos hermanos, correspondieron a distintas magistraturas de trabajo una de las cuales decretó la procedencia del despido y la otra, su improcedencia. Las dos sentencias fueron recurridas en casación ante el Tribunal Supremo el cual, con dieciséis días de diferencia, dicta sendas sentencias, una ratificando la improcedencia del despido y la otra, ratificando la procedencia, sin aducir justificación alguna del distinto trato. 236 Como decíamos anteriormente, el TC, a pesar de las declaraciones que ha hecho, destinadas al legislador, en el sentido de que faltan órganos judiciales ordinarios para unificar la jurisprudencia, no ha evitado, en una actitud digna de encomio, pronunciarse en supuestos flagrantes de desigualdad causados por tribunales inferiores frente a los que no cabía recurso unificador. Pueden darse los siguientes ejemplos: En la STC 181/1987, el TC estima el amparo y declara la nulidad de una sentencia de la Sección Séptima de la Audiencia Provincial de Madrid que, frente al ejercicio de una acción real del art. 41° de la Ley Hipotecaria, resuelve de forma radicalmente diferente a como lo había hecho anteriormente en resolución del mismo ponente, sin justificar el cambio. Tratándose de hechos idénticos, en un caso, la audiencia había aceptado la existencia de título oponible frente a la acción real y en otro, no. La STC 491/1985 del 28 de marzo anula una sentencia de la Magistratura de Trabajo porque se aparta, sin motivo alguno, de las resoluciones que había dictado con anterioridad en idénticos asuntos. Es decir, que a pesar de su propia doctrina y mientras el legislador no se decide a establecer cauces normales para evitar estas desigualdades flagrantes, el TC no deja de ser sensible a estas violaciones constitucionales y entra a resolverlas. Como ejemplo de desigualdad en la aplicación de la ley causada por órgano encargado de la unificación de la jurisprudencia -supuesto que habría de ser el normal en el que se pronunciara el TC-, puede servir la STC 101/ 1987 del 15 de junio. El TCT tenía establecido que el error en el diagnóstico de una enfermedad se equiparaba a denegación de asistencia médica, a efectos de recuperar los gastos médicos por haber acudido a servicios distintos de la seguridad social. En la sentencia citada, el TCT, a pesar de reconocer tratarse de un error en el diagnóstico, no concede el reintegro de gastos médicos, sin razonar si había cambiado o no de criterio. 6. Las garantías de la tutela judicial efectiva en orden a la igualdad en la aplicación de la ley El ciudadano no puede aceptar que unos mismos hechos tengan ante los órganos judiciales soluciones radicalmente distintas, según a 237 donde la suerte del reparto destine su petición o qué juzgado o tribunal sea el competente. Lo que demandaba la pura lógica es en la actualidad un derecho constitucional, el derecho a la igualdad en la aplicación de la ley. Hoy día es inconstitucional que supuestos iguales sean resueltos definitivamente por los diferentes juzgados o secciones de audiencia provincial de distinta forma. Otra cosa es que, en esos casos, siempre se tenga acceso al recurso de amparo. En nuestro ordenamiento jurídico actual existen zonas en las que es imposible conseguir que los órganos judiciales inferiores hagan una aplicación igual de la ley a supuestos iguales. En esos casos el TC no debería tener que intervenir mediante el recurso de amparo, sino que tendría que ser la propia jurisdicción ordinaria la que corrigiera tal disyunción. El legislador debe dar a los propios tribunales ordinarios la posibilidad de que, de oficio o a iniciativa de las partes, puedan corregir esas disfunciones, siendo siempre subsidiaria la actuación del TC. Y una vez que existan órganos jurisdiccionales unificadores de las resoluciones de los inferiores, el derecho constitucional a la igualdad en la aplicación de la ley viene a coronar ese edificio garantizando que aquellos no cambiarán arbitrariamente de criterio. 238 CAPÍTULO CUARTO Requisitos de la resolución judicial: La fundamentación en Derecho que se atenga al sistema de fuentes establecido La doctrina del TC acerca del contenido de la tutela judicial efectiva hace siempre referencia, como hemos visto, al derecho a una resolución motivada y fundada en Derecho. Analizada la motivación, vamos a ver ahora qué comporta la exigencia de que la resolución esté fundada en Derecho. 1. El concepto de resolución fundada en Derecho La fundamentación es inherente a la idea de sentencia, así como al carácter público del proceso, y comporta que la resolución dictada por el órgano jurisdiccional, se base en ley adecuada al caso y no contenga elementos arbitrarios o irracionales siendo arbitraria una resolución cuando carece de motivación, o la misma es ajena al ordenamiento jurídico. Por otra parte, la ley ha de ser aplicada e interpretada correctamente desde el punto de vista constitucional. La fundamentación, aunque distinta, está íntimamente relacionada con la motivación. Si no hay motivación, por definición, tampoco puede haber fundamentación, pero aun existiendo motivación, puede no existir fundamentación ya que ésta representa un plus sobre aquélla. Ese plus consiste en que la motivación ha de ser una motivación tecnico-jurídica, de tal forma que una resolución judicial no estará fundamentada si su motivación se basa en elementos externos al ordenamiento jurídico aplicable. Un ejemplo de la íntima relación entre motivación y fundamentación lo constituye la prueba circunstancial o indiciaria en materia penal que exige, específicamente, para poder considerar que está fundada en Derecho, la expresa motivación de cómo y por qué se estiman tales indicios como incriminadores por parte del órgano judicial. Es obvio que la ley aplicada ha de pertenecer al ordenamiento jurídico español, ser la apropiada al caso, haber sido adecuadamente publicada y no ser ajena a las reglas y principios de tal ordenamiento. 239 La finalidad de la fundamentación es, como en la motivación, el convencimiento de las partes, la publicidad y la posibilidad de control de las resoluciones judiciales. Esas finalidades sólo son posibles "...si la Sentencia hace referencia a la manera en que debe inferirse de la Ley la resolución judicial y expone las consideraciones que fundamentan la subsunción del hecho bajo las disposiciones legales que aplica. De otra manera, la Sentencia no podría operar sobre el convencimiento de las partes ni de los ciudadanos, ni podría permitir el control correspondiente a los Tribunales que todavía pudieran intervenir por la vía de los recursos previstos en las Leyes". Por ello, no está fundamentada una resolución que no razona cómo la imprudencia que aprecia se conecta con el resultado dañoso producido. El que una resolución esté fundada en Derecho supone por tanto: 1) Que se seleccione la norma a aplicar de forma razonada y razonable, de acuerdo con el sistema de fuentes español. 2) Que la norma elegida sea la adecuada al caso, elección que, de ser razonable y no afectar a ningún derecho fundamental, no podrá ser revisada por el TC. 3) Que se exponga razonadamente el por qué la norma jurídica que haya sido seleccionada justifica la resolución adoptada. 4) Que dicha norma sea constitucional y se aplique e interprete de acuerdo con la Constitución. 2. Cuándo una resolución judicial no está fundada en Derecho De acuerdo con ello y con la doctrina del TC podemos concluir que una resolución no estará fundada en Derecho: Cuando la norma seleccionada para su aplicación carezca patentemente de validez, no sea la adecuada, la selección sea errónea o cuando no se motive racionalmente su elección; cuando no especifique el artículo o parte del mismo en que se basa, si no es posible deducirlo del contexto, no se citen las disposiciones concretas que se aplican o se limite a copiar artículos, de forma similar a lo que ocurriría en una demanda. c) cuando la decisión sea arbitraria, irrazonada o irrazonable, absurda, no exista conexión entre la motivación y el fallo o la 240 argumentación sea incoherente; cuando se omita todo razonamiento respecto de alguna de las pretensiones o causa de inadmisibilidad, o cuando la fundamentación no esté lo suficientemente particularizada o sea genérica; cuando se parta de un hecho erróneo, no se haya considerado realmente el objeto en cuestión o la fundamentación se refiera a hechos distintos de los planteados; cuando el juez, a pesar de estar obligado a juzgar según la ley, no la respeta, resuelve más allá de su jurisdicción y por tanto, lo hace sin fundamentación. No lo hace, sin embargo, si rebaja una sanción por invidencia del infractor, ya que esa circunstancia es incardinable dentro de la equidad, prevista legalmente; cuando la interpretación de la legalidad no sea adecuada a la dada por el TC. Como cuando no se aplica el principio de proporcionalidad al decidir la procedencia o no de mantener una fianza depositada para eludir la prisión provisional, se considera que el plazo máximo de prisión provisional es para cada uno de los delitos acumulados se mantiene un criterio distinto al TC en relación a la alimentación de presos en huelga de hambre. Resumiendo, podríamos decir con PEREZALGAR: "No basta, en efecto, manejar artículos de una ley para que la resolución sea una resolución fundada en Derecho. La resolución fundada en Derecho incorpora no sólo el dato legal, sino también las reglas del razonamiento jurídico en virtud de las cuales ese dato legal debe aplicarse a la realidad fáctica. En caso contrario, cuando sólo existe una amalgama de preceptos legales prescindiendo del método jurídico necesario para aplicarlos, la decisión tendrá una apariencia de Derecho, pero en realidad no será una decisión fundada en Derecho". 3. Las facultades del TC en relación a la aplicación o interpretación de las leyes por los tribunales ordinarios El tema de la fundamentación en Derecho de las resoluciones judiciales plantea la cuestión de hasta qué punto el TC, en su función de supremo intérprete y garante de la CE, puede entrar en el examen de la 241 aplicación e interpretación que de la legislación ordinaria hacen los jueces y tribunales. Ya hemos visto en el epígrafe anterior que la selección de la norma aplicable, mientras sea razonable y no impida u obstaculice gravemente un derecho fundamental y en lo que afecta a este trabajo, cualquiera de los derechos que integran la tutela judicial efectiva, es función exclusiva de los Tribunales ordinarios. Lo mismo puede decirse de la interpretación de la legislación ordinaria. El TC sólo puede entrar a examinarla en orden a la protección de los derechos constitucionales, concretamente en lo que a este trabajo afecta, en orden al respeto del conjunto de derechos y garantías procesales integrados dentro del derecho a la tutela judicial efectiva, entre las que se encuentra, como veremos en el capítulo siguiente, su misma razonabilidad. Así, aunque un órgano judicial se aparte tanto de la interpretación normal de un precepto que haga pensar en una desvirtuación del mismo, si esa interpretación es motivada y no irrazonable, el TC no puede intervenir. En estos casos, más que cuestionar un apartamiento radical de la interpretación normal, lo que frecuentemente puede alegarse es ausencia, de una verdadera motivación. Resumiendo, pues, la fundamentación que en la legalidad ordinaria hacen los jueces y tribunales no es atacable ante el TC salvo que la misma no sea razonada o razonable o lesione algún derecho fundamental. Planteada así la cuestión, pasamos seguidamente a precisar la distinción entre legalidad constitucional (exclusiva del TC) y legalidad ordinaria (exclusiva de jueces y tribunales) que está en la base de lo expuesto. 4. Legalidad constitucional y legalidad ordinaria No obstante el principio general de respeto a la ley que solemnemente se recoge en el art. 10° CE, la mera vulneración de la legalidad por parte de Jueces y Tribunales no es, por sí misma, una cuestión protegida constitucionalmente a través del recurso de amparo. Ya decíamos en la segunda parte de este trabajo, al tratar de la indefensión, que la mera infracción de una norma procesal, si no afecta 242 a una garantía constitucionalizada, no era recurrible en amparo. El TC sólo puede ocuparse de cuestiones constitucionales y no de las legales, competencia exclusiva de los jueces y tribunales ordinarios. Las cuestiones de interpretación de la legalidad ordinaria no tienen acceso al TC, ya que el derecho a la tutela judicial efectiva no garantiza el acierto de las resoluciones de los órganos jurisdiccionales ni éste puede pronunciarse sobre cuál sea la interpretación más adecuada de la misma o la que tenga mayor o menor acierto. No obstante lo que acaba de afirmarse, para el TC, a efectos de cumplir con su misión, no existe una separación real entre los planos de constitucionalidad y legalidad, debido a la unidad del ordenamiento jurídico y a la supremacía de la CE, por lo que, en el ejercicio de su función de intérprete máximo de los derechos fundamentales, puede también entrar en el plano de la legalidad. Este es el origen de muchas de las críticas injustificadas que se hacen al TC. En lo que respecta al objeto de este trabajo, el plano de legalidad en el que normalmente entrará el TC, dado el carácter formal del recurso de amparo basado en el art. 24°.1 CE, será, según recoge la citada 50/ 1984, el procesal y no el sustantivo. El TC tiene, ciertamente, la exclusividad en el tema de los derechos fundamentales y por tanto, en el conocimiento de todas aquellas garantías incluidas en el derecho a la tutela judicial efectiva (art. 24°.1 CE aquí estudiado). Pero además de eso, el TC puede también entrar a analizar la legalidad ordinaria siempre que ésta: Esté de alguna forma ligada a derechos constitucionales; no se aplique de acuerdo con la CE; se interprete de forma no razonada o razonable; se incurra en error patente En principio, por tanto, la aplicación e interpretación de las normas es una cuestión de legalidad que corresponde a los jueces y tribunales ordinarios y no al TC, salvo que afecte a derechos fundamentales, como es el caso del derecho 243 a la tutela judicial aquí estudiado. Y dada la amplitud de las garantías procesales integradas en el derecho fundamental a la tutela judicial efectiva, el TC podrá entrar a examinar la legalidad ordinaria, en este caso procesal, siempre que ésta cuestione cualquiera de esas garantías procesales constitucionalizadas aquí estudiadas. 5. La garantía de la constitucionalización del sistema de fuentes Acabamos de ver que la selección de la norma aplicable y su interpretación por parte de los tribunales ordinarios sólo puede ser revisada por el TC cuando aquéllas son inmotivadas o irrazonables, afecten a un derecho fundamental, no se adapten a los valores constitucionales o incurran en un error patente. Pero además, los jueces y tribunales han de hacer siempre esa selección e interpretación de la norma sometidos a la ley, sometimiento. que constituye otra exigencia constitucional en las resoluciones judiciales, incluible dentro del derecho a la tutela. Ese sometimiento de los jueces y tribunales a la ley ha de evidenciarse de tal forma que la selección e interpretación de la norma puedan ser consideradas siempre como una del sistema jurídico y como una derivación de su sistema general de fuentes. El TC inició la construcción de esta doctrina en la STC 231/1988. . En ella se sostiene que, evidentemente, el juzgado que deja de aplicar una ley posterior a la CE sin plantear cuestión de inconstitucionalidad, no respeta el sistema de fuentes del Derecho español. Pero la Sentencia del TC dice algo más, sostiene que el órgano judicial no puede quebrar el derecho del justiciable a que su pretensión sea resuelta de acuerdo con el sistema de fuentes, "...no aplicando la regla en que la pretensión se base", ya que, si el órgano judicial, con notorio error, deja de aplicar la ley que está en la base de la pretensión, vulnera el derecho a la tutela judicial efectiva. Es decir, que el justiciable tiene un derecho constitucional a que su pretensión se resuelva de acuerdo con la ley aplicable en la que se basa, salvo motivación razonable del órgano judicial . La selección y aplicación de las leyes a un supuesto concreto, además de ser motivada y razonable, ha de efectuarse por tanto entre 244 aquellas normas que, encontrándose dentro de nuestro ordenamiento jurídico, son señaladas para ello por el sistema de fuentes establecido en el art. 1°.7 del Código Civil. En este sentido puede decirse que este artículo ha sido elevado a rango de garantía constitucional. El órgano jurisdiccional está obligado a resolver sometido al imperio de la ley (art. 117° CE), es decir, secundum legem, pero además, ha de hacerlo de acuerdo con la ley que esté previamente señalada en el sistema de fuentes establecido y mediante un razonamiento que sea reconocible como aplicación del sistema jurídico y no constituya un mecanismo irrazonable para dejar de aplicar la ley. Correlativamente, el ciudadano tiene derecho a que su petición sea resuelta de acuerdo con ese sistema de fuentes que le señala, primero, la ley aplicable al caso y segundo, la solución previsible que se desprende de dicha norma, todo ello dentro del margen de seguridad jurídica necesaria en un estado de derecho. Esa ley, indicada en el sistema de fuentes, ha de ser aplicada forzosamente por el órgano jurisdiccional, salvo que éste la cuestione desde el punto de vista constitucional. 245 CAPÍTULO QUINTO Requisitos de la resolución judicial: Su necesaria racionalidad o razonabilidad 1. Los principios de racionalidad y de razonabilidad en el Derecho Un supuesto que expresa gráficamente la diferencia entre racionalidad y razonabilidad en el campo del Derecho es el que, tomándolo a su vez de otros autores, menciona RECASENS SICHES: Un campesino polaco acudió con un oso a una estación de ferrocarril y se encontró allí con un letrero que decía «prohibido pasar al andén con perros». La interpretación estrictamente lógica y racional habría sido que, al no estar comprendidos los osos en la categoría de perros, el empleado de los ferrocarriles debería haber dejado pasar al campesino al andén con su oso. Sin embargo, obviamente, la decisión que adoptó el empleado de los ferrocarriles fue la de prohibirle el paso, decisión que no era estrictamente racional sino la razonable que, en su lugar, habría tomado cualquier persona con sentido común. RECASENS SICHES señala y reitera el carácter marginal -contra lo que pueda creerse- de la lógica pura o racional en el campo del Derecho frente a la lógica de lo razonable, que es la lógica de la conducta humana y por tanto, la aplicable en el terreno jurídico. En el campo del Derecho no se pueden aplicar elementos o estructuras puramente lógicas sino logoides, más o menos relacionadas con la lógica pero no con una lógica pura sino con una lógica práctica o humana. Por su parte, Manuel ATIENZA RODRIGUEZ señala que el concepto de racionalidad -del que sería subsidiario el de razonabilidad cuando no fuera posible aplicar aquél- es para muchos autores el concepto central o uno de los centrales de la teoría y de la práctica del razonamiento jurídico. Según ATIENZA, a quien seguimos en esta materia, por decisión jurídica racional hay que considerar a aquella que es susceptible de ser justificada racionalmente, justificación que se produciría si y sólo 246 si: 1) respeta las regías de la lógica deductiva; 2) respeta los principios de la racionalidad práctica que, además de la racionalidad lógica del punto anterior, exige la presencia de los principios de consistencia, eficiencia, coherencia, generalización y sinceridad; 3) no elude premisas jurídicas vinculantes; 4) no utiliza criterios de tipo ético, político o similares, que no estén previstos específicamente por el ordenamiento. En cambio, una decisión jurídica sería simplemente razonable si y sólo si: a) se adopta cuando no es posible tomar una decisión racional; b) logra un equilibrio óptimo entre las exigencias que plantea la decisión; y c) obtiene un máximo de consenso. Queda claro por tanto que también para Manuel ATIENZA la razonabilidad es subsidiaria de la racionalidad y que esa subsidiariedad es la situación normal en el campo del Derecho. En efecto, si el concepto mismo de racionalidad utiliza ya criterios éticos o político, aunque estén previstos expresamente en el ordenamiento ¿hasta qué punto nos encontramos todavía en el terreno de lo racional y no en el de lo razonable?. El campo de la estricta racionalidad es, por tanto, muy limitado en el Derecho. Como dice RECASENS SICUES, quedaría reducido a las formas jurídicas puras o a priori (por ejemplo, no puede existir derecho sin el correlativo deber), al principio de identidad o no contradicción, a las inferencias, a determinadas cuestiones prácticas (matemática, etc.) y poca cosa más. Todo lo demás habría de basarse en la lógica no de lo racional sino de lo razonable. Y es que la decisión puramente racional sólo puede ser una, mientras que, descartada ésta por los motivos que sean, las decisiones razonables posibles pueden ser varias, debiendo tener por tanto los órganos jurisdiccionales un cierto margen de libertad. Por ello, el TC no puede examinar si una decisión o interpretación es más razonable que otra, estándole permitido tan sólo constatar que una decisión no es razonable, que no se encuentra en ese ámbito de posibles decisiones razonables. 247 2. La racionalidad o razonabilidad de las resoluciones judiciales como requisito distinto de la motivación y fundamentación en Derecho Ya hemos visto anteriormente que la resolución judicial ha de ser razonada, motivada y fundada en Derecho. Sin embargo, la resolución judicial ha de ser además racional o razonable, ha de ser el resultado de una exégesis racional y no arbitraria del ordenamiento y no ha de contener elementos irracionales. Y es que el derecho a la tutela judicial efectiva exige también que las pretensiones que los ciudadanos ejercitan ante los tribunales no reciban respuestas absurdas o manifiestamente irrazonables y que la necesaria motivación de las resoluciones judiciales sea racional o en su caso, razonable. De tal forma que es posible basar un recurso de amparo única y exclusivamente en la falta de razonabilidad de la decisión jurisdiccional o de la interpretación efectuada. El requisito de la racionalidad o razonabilidad de las resoluciones judiciales es algo distinto a su motivación o fundamentación en Derecho y lo demuestran dos supuestos que pasamos a analizar, entre otros muchos que la jurisprudencia del TC podría proporcionarnos: Se trata de los hechos contemplados en las STC 13/1985 del 31 de enero y 11/ 1988 del 2 de febrero. En la primera de estas resoluciones se estima el recurso de amparo interpuesto por un periódico contra la prohibición de un juzgado de instrucción de que publicara las fotografías de un incendio por el que dicho juzgado instruía un sumario. Inicialmente la prohibición del juzgado no fue motivada, aunque posteriormente, al resolver el recurso de reforma, se basó en el secreto del sumario y en el posible perjuicio para la investigación. Prescindiendo del tema de la legalidad del secreto del sumario que se analiza en la sentencia-, lo cierto es que dicha resolución, denegando el permiso para publicar tales fotografías, fue motivada (daba como razones del mismo el posible peligro para la instrucción) y fundamentada en Derecho (alegaba la institución jurídica del secreto del sumario). 248 Pues bien, a pesar de que la resolución del juzgado de instrucción y la de la audiencia que la completaba reunían todos los requisitos formales de las resoluciones judiciales, el recurso de amparo fue estimado por no considerarse razonable tal decisión en los términos en que fue hecha. Y difícilmente podrá objetarse el razonamiento del TC. La decisión del juzgado, confirmada por la audiencia, es irrazonable para el TC porque, pretendiendo basarse en un posible perjuicio para la investigación sumarial, el juez prohibió la publicación de las fotografías sin ni siquiera haberlas visto, con lo que mal podía conocer si eran o no perjudiciales para la investigación sumaria!. En la segunda de las Sentencias citadas, el TC estima el recurso de amparo interpuesto por dos socorristas, contratados por un Patronato Municipal de Deportes, que fueron sancionados con un mes de suspensión de empleo y sueldo. Dichos socorristas interpusieron, en tiempo y forma, demanda de conciliación ante el IMAC y posteriormente ante la Magistratura de Trabajo. Esta, en lugar de advertirles, conforme a lo dispuesto en el art. 72° de la LPL entonces vigente, que, por tratarse de un órgano administrativo, lo procedente no era la demanda de conciliación ante el IMAC sino la reclamación previa administrativa, desestimó pura y simple- mente la demanda. Ante el rechazo de su pretensión por ese motivo, los dos trabajadores se apresuraron a formular la reclamación previa administrativa y seguidamente nueva demanda ante la Magistratura de Trabajo. Pero en esta ocasión, la misma Magistratura que había desestimado la primera demanda por no haber efectuado la reclamación previa, desestimó la segunda demanda porque la reclamación previa se había efectuado fuera de plazo y por tanto la acción había caducado. Evidentemente, en ambos supuestos las resoluciones de los órganos jurisdiccionales no eran razonables y así lo declaró el TC quien no se extralimita al hacerlo 211. Con ello queda evidenciado que, con independencia de que la resoluciones judiciales sean motivadas y fundamenta- das en Derecho, las mismas han de reunir también el requisito adicional de su racionalidad o razonabilidad, han de ser racionales o, como mínimo razonables. 249 3. Los diversos sentidos que el TC atribuye al concepto de razonabilidad y supuestos de falta de razonabilidad apreciados por el TC como vulneradores del derecho a la tutela judicial efectiva Ya que los supuestos en los que puede aplicarse la racionalidad estricta en el campo del Derecho son, como hemos visto, excepcionales, habrá que precisar muy especialmente la definición del requisito de razonabilidad que han de cumplir también las resoluciones judiciales. En este aspecto, quienes estén familiarizados con la jurisprudencia del TC habrán constatado la profusión con la que el mismo hace uso del concepto de razonabilidad, que ha introducido en nuestro ordenamiento, ya sea para analizar la constitucionalidad de una ley, examinar una alegación de discriminación o resolver un recurso de amparo contra una resolución judicial. Pero el concepto de razonabilidad, tan frecuentemente utilizado por el TC, no en todos los contextos viene a significar lo mismo. Analizando esos contextos en los que el TC apela a la razonabilidad, podemos constatar, en primer lugar, que como se ha indicado anteriormente, los supuestos de vulneración de la lógica pura (a fortiori considerados como no razonables por el TC) son escasísimos, mientras que en la mayoría de ellos lo que se da son problemas de lo que RECASENS SICHES denomina «lógica de la conducta humana»; y en segundo lugar, podemos constatar también que el TC no tiene un concepto unívoco de razonabilidad. La ordenación, por su respectiva frecuencia e importancia, de los significados que por el contexto cabe atribuir al concepto de razonabilidad utilizado por el TC, da como resultado la siguiente jerarquización: 3.1. La razonabilidad de una decisión corno exigencia de una causa real para tomarla. El primer y más importante significado del concepto de razonabilidad empleado por el TC es aquel que equipara falta de razonabilidad a falta de causa o motivo verdadero para la toma de una decisión. Decisión no razonable sería aquella que se toma sin motivo, 250 sin razón o causa yparalelarnente, decisión razonable sería aquella que tiene un motivo, una causa, una finalidad para ser adoptada. Las manifestaciones de esta acepción preponderante de razonabilidad son muy numerosas a lo largo de la doctrina del TC, pudiendo señalarse, a modo de ejemplo, las siguientes: La exigencia de una base real (razonable) para que la ley pueda establecer entre los ciudadanos diferencias que no se consideren discriminatorias. Efectivamente; como dice el ATC 1053/1988, entre otras muchas resoluciones, constituyendo la base de toda la doctrina del TC al respecto, "...el principio de igualdad de los españoles ante la Ley que consagra el art. 14° de la Constitución opera como límite al propio legislador, que no puede establecer desigualdades cuando la diferencia de trato carezca de una justificación objetiva y razonables; el TC considera irrazonable basar una decisión (que puede ser la inadmisibilidad de una demanda o recurso) en un hecho que luego resulta inexistente o que no guarda relación con el tema; el TC considera irrazonables los excesivos formalismos, precisamente porque la forma, cuando se aplica prescindiendo de su finalidad, se convierte en algo hueco, carente de contenido. Y hay que calificar de formalismo, por ejemplo, exigir un requisito procesal cuya finalidad ha desaparecido; son dilaciones irrazonables aquellas que carecen de causa o motivo que las puedan justificar. e) Es también irrazonable un cambio de criterio por parte de los tribunales en la aplicación de la Ley, si el mismo carece de un razonamiento que lo sustente. 3.2. La razonabilidad como exigencia de proporción entre los fines y medios de una decisión. La segunda acepción de razonabilidad, en orden de importancia, es la que equipara razonabilidad con proporción y concordancia entre los fines anunciados de una decisión y los medios empleados para conseguirlos. 251 Esta acepción complementa la anterior que haría referencia a la mera existencia de una causa y ésta, a la necesidad o corrección de esa causa, necesidad o corrección que se mediría precisamente por la adecuación y proporción de los medios a los fines. El examen de la adecuación de los medios a los fines es también una constante en la jurisprudencia del TC y así, éste se ha pronunciado sobre si los recargos en la consignación de la condena en los procedimientos laborales eran adecuados o no para garantizar la ejecución sobre si una determinada expropiación era adecuada para salvaguardar el sistema financiero, si la buena conducta guarda alguna relación con el cobro de una pensión, si la necesaria autorización para querellarse por injurias, vertidas en un procedimiento, es adecuada para salvaguardar la libertad de acceso al proceso 30, etc. 3.3 La razonabilidad como exclusión de lo contradictorio y de lo absurdo. La tercera gran acepción de razonabilidad en la jurisprudencia del TC considera irrazonable aquello que es en sí mismo contradictorio o que conduce a un resultado absurdo. El TC considera irrazonable -en realidad, debería decir irracional, de acuerdo con lo expuesto en el primer epígrafe de este capítulo- una resolución que no respeta las reglas de la lógica, como por ejemplo aquellas que violan el principio de identidad, de contradicción o que carecen de sentido. En esta misma línea, no es razonable -por absurdo- prohibir la publicación de unas fotografías relativas a un incendio sometido a investigación judicial sin conocer su contenido, exigir a la parte un requisito que no depende de ella considerar no acreditado que una demanda, presentada conjuntamente por más de dos mil trabajadores, no afectaba a un gran número de trabajadores a efectos de posibilitar un recurso laboral que no cabía por su cuantía considerar caducada una acción por no constar la fecha de una determinada notificación, etc. 252 3.4 La decitlán razonable como aquella que, después de ser analizada, puede ser reconocida como tal por cualquier persona. La cuarta gran acepción de razonabilidad sería aplicable a aquellas situaciones en las que la decisión ha de tomarse optando entre múltiples posibilidades, todas razonables, cuando ninguna de ellas puede imponerse sobre las demás y cuando no es posible tampoco estudiar exhaustivamente en todas la proporcionalidad de fines y medios. El parámetro de razonabilidad habría de constatar tan sólo, en estos casos, que la decisión adoptada es una de las múltiples decisiones razonables posibles. En este tipo de decisiones, precisamente por la dificultad de mostrar su razonabilidad, es donde el TC apela al criterio de que pudieran ser reconocidas como tales, bien por cualquier persona normal, bien por un miembro medio de la comunidad jurídica. Es también un criterio utilizado por el TEDH, como nos recuerda la STC 104/1990 de 4 de junio. Así, cualquier persona puede decidir si es o no razonable que la administración opte por revisar el catastro no de forma simultánea sino sucesiva o que, en determinadas condiciones, se considere a un ciudadano en paradero desconocido. A su vez, el TC apela al miembro medio de la comunidad jurídica cuando habla de pruebas razonablemente de cargo para destruir la presunción de inocencia causas o indicios razonables para decretar la prisión provisional..., etc. 3.5. Lo razonable equiparado a lo justo y a lo que respeta los valores constitucionales. Otra acepción de razonabilidad la equipara prácticamente a lo justo y a aquello que responde a los valores de la CE, por considerar que la razonabilidad no es sólo un instrumento hermenéutica. Así, estima el TC que no es razonable primar el silencio de la Administración, negar el interés a quien solicita que se sobresea libremente y no por indulto, unas diligencias penales que se le seguían o declarar imprescriptibles las acciones derivadas de la Ley de Amnistía cuyo coste repercutiría en los empresarios. 253 Todo ello porque la razonabilidad "...no es un puro sinónimo de la corrección hermenéutica, sino también, además de ello, exigencia de adecuación a los valores que la Constitución incorpora". 3.6. Otros usos del concepto de razonabilidad. Otros usos del concepto de razonabilidad por parte del TC son impropios, esporádicos o marginales. Así, aveces se equipara razonable con razonado, con lo deseable pero inexistente o se identifica razonable con justificable. También se habla de la razonabilidad de la actitud del ciudadano que duda entre consignar la renta antigua o la renovada o la del que sigue las instrucciones que sobre recursos le da la resolución judicial y que luego resulta equivocadas. Como resumen, y siendo acumulativas las acepciones examinadas, puede decirse que para el TC es razonable un acto o decisión cuando tiene una causa o finalidad que lo justifica, cuando esa finalidad es acorde y proporcionada a los medios empleados, cuando la decisión no conduce al absurdo y respeta los valores constitucionales y cuando, después de analizada, podría ser reconocida como tal por cualquier persona. 4. Aplicación general de la lógica de lo razonable en la doctrina del TC Esas acepciones de lo razonable, que hemos rastreado en la jurisprudencia del TC, las aplica éste en toda la gama de sus resoluciones y en relación a todos los poderes del Estado. En relación al legislador, el TC utiliza profusamente el parámetro de la razonabilidad para determinar la constitucionalidad de las normas. Así, ese parámetro es fundamental a la hora de valorar el respeto al derecho a la igualdad en la ley, analizando si las diferencias que las mismas crean son razonables o no. Igualmente, ese criterio es decisivo en la valoración de las leyes procesales ya que el TC ha de decidir si las mismas introducen impedimentos u obstáculos razonables en relación al derecho a la tutela judicial efectiva. Asimismo, el examen de la proporcionalidad entre fines y medios es un elemento habitual usado tanto por el TC como por los recurrentes en los recursos de inconstitucionalidad. 254 Lo mismo ocurre en relación al poder ejecutivo cuya actuación no tiene muchas veces más posible control que el de su razonabilidad, precisamente porque con frecuencia responde sólo a razones de oportunidad. Así, el TC ha hecho uso del criterio de razonabilidad para juzgar, por ejemplo, de la constitucionalidad del Decreto-Ley para la expropiación de RUMASA o del establecimiento de servicios mínimos por parte de la administración en los supuestos de huelga. En relación al poder judicial, como hemos visto, el parámetro de la razonabilidad es omnipresente y se ha convertido en un elemento fundamental en su control. Su aplicación a todos los momentos de la actuación jurisdiccional (selección, interpretación y aplicación de la norma) es algo trascendental en nuestro sistema jurídico y a lo que creemos no se ha prestado toda la atención que merece. Hemos visto que la regulación para el acceso al proceso por parte del legislador no es omnímoda sino que ha de ser razonable, que la interpretación de las reglas procesales no puede conducir al absurdo del formalismo y que las decisiones judiciales han de incluir su razonabilidad. Por último, la razonabilidad no afecta sólo a los poderes públicos, trasciende también a las relaciones entre particulares y así, todo aquel que es acusado de ejercer un trato discriminatorio (empresarios, asociaciones, etc.) tiene la carga constitucional de probar la razonabilidad de tales diferencias. Puede decirse, por tanto, que la utilización de la razonabilidad en cuanto al fondo de las resoluciones judiciales y del principio pro accione, en cuanto a la forma, son las dos grandes aportaciones del TC en relación al derecho a la tutela judicial efectiva. 5. La trascendencia del requisito de la razonabilidad de las resoluciones judiciales, en cuanto controlable por el TC El Tribunal Constitucional no puede sustituir el criterio judicial en la interpretación y aplicación de las leyes, como hemos dicho ya en el. capítulo anterior, salvo en determinados supuestos, uno de ellos el de la falta de razonabilidad. 255 En forma similar a como se dice que el TC es un legislador negativo, también aquí, en relación al tema de la necesaria razonabilidad de las resoluciones judiciales, podemos decir que el TC es un Juez negativo. No dice cómo se debe juzgar (si ésto es más razonable que aquello), sino que señala aquello que nunca puede ser entendido como juzgar (ésto no es razonable). Este es un aspecto de la labor del TC que no ha sido suficientemente resaltado. A través de la racionalidad y de la razonabilidad el TC, evidentemente de una forma negativa, puede ir perfilando y de hecho lo hace, lo que es una función jurisdiccional acorde con los postulados constitucionales. Se trata de la misma intervención indirecta que puede tener el TC respecto del poder legislativo cuando se le considera como un legislador negativo. Respecto de los Jueces ordinarios, el TC a través de la exigencia constitucional de la razonabilidad en las decisiones judiciales se ha convertido ya en un juez negativo sobre la legalidad. No puede decir cómo se debe aplicar o interpretar la legalidad ordinaria, pero sí puede decir que una determinada aplicación o interpretación no es razonable. Hay que señalar, por tanto, que a través del requisito de la motivación adecuada y de su razonabilidad existe una vía de penetración por parte del TC en la determinación de la legalidad ordinaria, un control externo al propio Poder Judicial que se ha demostrado decisivo en la actuación que ha llevado a cabo el TC para la puesta en marcha del profundo cambio que, para el ordenamiento jurídico español, ha representado la promulgación de la Constitución de 1978. Al tiempo que señalamos esta posibilidad hay que decir, primero, que a pesar de las muchas críticas que el TC ha recibido -frecuentemente por no querer entenderse las múltiples e inevitables aplicaciones constitucionales de la legalidad ordinaria- éste ha hecho un uso moderado y restrictivo de esa posibilidad y segundo, que el establecimiento del parámetro de la razonabilidad como clave de bóveda del sistema jurídico ha demostrado ampliamente su utilidad y ha de servir de acicate a los propios órganos jurisdiccionales ordinarios para evitar su distanciamiento de la realidad.. 256 6. Consideraciones finales: derechos y garantías procesales que el TC considera indispensables para la obtención de una resolución judicial fundada que ponga fin al proceso Una vez que el ciudadano ha tenido acceso a la jurisdicción mediante un proceso determinado, el derecho a la tutela judicial le garantiza que obtendrá de los órganos jurisdiccionales una respuesta a la cuestión planteada, de tal forma que la ausencia de esa respuesta constituye ya de por sí una vulneración de ese derecho. La respuesta de los jueces y tribunales deberá tener como finalidad primordial resolver el fondo de la cuestión, poniendo fin al proceso. Sin embargo, excepcionalmente, tal decisión podrá ser una resolución que, motivadamente, acepte la existencia de una causa legal de inadmisión o de no pronunciamiento sobre el fondo, causa que deberá ser interpretada restrictivamente, sobre todo si se basa en cuestiones formales. El derecho a la tutela judicial efectiva garantiza por tanto al ciudadano una resolución, resolución que normalmente será de fondo y excepcionalmente, de inadmisión o de no pronunciamiento sobre el fondo, en ambos casos debidamente razonada y fundamentada. Las cuestiones de procedibilidad, si bien son de legalidad ordinaria, pueden ser examinadas por el TC en tanto en cuanto que su aplicación, por parte de los tribunales ordinarios, debe hacerse de acuerdo con el derecho fundamental a la tutela judicial efectiva, que exige motivación. razonable y no pueden coartarlo. La motivación es un requisito constitucional esencial de la sentencia y demás resoluciones judiciales que no sean de mero trámite, de tal forma que si falta puede decirse que no existe sentencia o resolución judicial sino tan sólo un mero acto declarativo o de voluntad. Por definición, la motivación ha de ser expresa ya que no puede exigirse a la parte que adivine las razones del juez para resolver en una u otra forma. Lo que a veces el TC califica como motivación tácita o implícita no puede considerarse más que como supuestos excepcionales en los que la motivación, aun estando presente en la sentencia, requiere un análisis para hacerla patente claramente, es decir, hay que inferirla. La motivación ha de extenderse a todos los componentes esenciales de la sentencia, es decir, también a los hechos • 257 que considera probados y al Derecho que aplica. No tendría senjido ni sería razonable exigir publicidad en el mecanismo de aplicación del Derecho y no en el de selección del material fáctico, tanto o más decisivo que aquél. Esta necesidad de extender la motivación a la selección fáctica de las sentencias no es un mero desiderátum, es una exigencia constitucional que deriva inevitablemente del análisis del derecho a la tutela judicial efectiva, al recurso y del sentido que el mismo TC da a la motivación. Con base en el derecho a la igualdad en la aplicación de la ley, los órganos judiciales han de motivar también adecuadamente los cambios de criterio que adopten para supuestos idénticos. El ciudadano no puede aceptar que unos mismos hechos tengan ante los órganos judiciales soluciones radicalmente distintas, según a donde el reparto destine su petición. Eso que demanda la pura lógica es en la actualidad un derecho constitucional, el derecho a la igualdad en la aplicación de la ley. Hoy día es inconstitucional que supuestos iguales sean resueltos definitivamente por los diferentes juzgados o secciones de audiencia provincial de distinta forma, lo que no quiere decir que siempre se tenga en esos casos acceso al recurso de amparo. En nuestro ordenamiento actual existen zonas en las que es imposible conseguir que los órganos judiciales inferiores hagan una aplicación igual de la ley a supuestos idénticos. En esos casos el TC no debería intervenir, sino que tendría que ser la propia jurisdicción ordinaria la que corrigiera tal disfunción. El legislador debe dar a los propios tribunales ordinarios, "de oficio", o a instancia de parte, posibilidades de que ellos mismos corrijan esas disfunciones, siendo siempre subsidiaria la actuación del TC. La fundamentación de las resoluciones judiciales equivale a su motivación con arreglo a Derecho. El TC no puede entrar en esa fundamentación, salvo que afecte a algún derecho fundamental, respecto a los que tiene competencia exclusiva, entre los que se encuentra, como hemos visto, todo el complejo sistema de garantías procesales que integran la tutela judicial efectiva como derecho fundamental cualificado. La motivación en Derecho o fundamentación de las resoluciones judiciales ha de hacerse como una aplicación de la ley adecuada al caso, 258 seleccionada conforme al sistema de fuentes vigente en nuestro ordenamiento jurídico, lo que materializa el sometimiento del juez a la ley. La selección de la norma que fundamenta la resolución judicial o su interpretación no podrá ser impugnada ante el TC salvo que sea inmotivada o no razonable o afecte a un derecho fundamental, ya que, con las salvedades establecidas, la aplicación e interpretación de la ley es competencia exclusiva de los jueces y tribunales ordinarios. Además de la racionalidad o razonabilidad de su motivación y fundamentación en Derecho, las propias resoluciones judiciales han de ser también racionales o subsidiariamente, razonables. De nada servirían unas excelentes fundamentaciones si al final la conclusión fuera absurda. La racionalidad o razonabilidad de las resoluciones judiciales es una exigencia más del derecho a la tutela judicial efectiva que ni sería tutela ni efectiva si el acceso a la jurisdicción diera lugar a una solución irrazonable a la cuestión planteada por los ciudadanos. El requisito de la razonabilidad es un excelente instrumento que el TC utiliza en todas sus resoluciones. A través de este parámetro, el TC, que es por definición un legislador negativo, puede convertirse también en un Juez negativo del caso concreto planteado por el recurso de amparo, permitiendo con ello un supremo control, externo al propio Poder Judicial, de la actuación jurisdiccional. 259