Por Raúl Cuestas El Reloj Entonces me di cuenta de que se me había mojado el reloj, el agua bien caliente y jabonosa, el agua como una sopa de burbujas porque la Vieja tiene el frío del tiempo metido entre los huesos, y yo con la esponja en la mano, y la mano en el agua, y el reloj en la muñeca, y la esfera toda empañada y sudando humedad. ¿Cómo demonios había yo caído en la bañera con la ropa puesta? No comprendí entonces la totalidad de lo que había sucedido. Salí trastabillando de la tina y vomité en el inodoro. Miré de nuevo mi reloj, recién adquirido solamente ayer. No pude leer la hora. Caminando con los zapatos pesados, empapados, me tambaleé a pasos lentos hasta la recámara. Mi mente aún entorpecida por los vapores del licor y el martilleo de la resaca en mis arterias cerebrales, trataba en vano de recordar cómo y por qué sucedió aquello. Me quité los anteojos, también jabonosos, y los sequé. Al ponérmelos vi en la cama el tiquete cancelado de la rifa. Primer premio: Un reloj pulsera… Repentinamente se abrió la puerta y comprendí todo al verlos borrachos, groseros, disfrutando de su pesada broma, riéndose de mí, sí todos ellos, la Vieja dueña del bar y mis compañeros de escuela, pretendiendo ahogar con sus carcajadas la envidia de no tener un Rolex.