HACIA DÓNDE VAN REALMENTE LOS ESTADOS UNIDOS

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HACIA DÓNDE VAN REALMENTE LOS ESTADOS
UNIDOS
Juan Abugattas (*)
El atentado contra las Torres Gemelas del 11 de setiembre
de 2001 ha sido el detonante para que se inicie un profundo
proceso de cambios en la primera potencia mundial. Estos
cambios, sin embargo, tienen su origen en circunstancias y en
cálculos anteriores a esos desafortunados incidentes.
En efecto, sería un error asumir que la actual estrategia en
política exterior e interior aplicada por la administración Bush
tenga su origen en el 11 de setiembre. Esta estrategia responde a
una visión de los Estados Unidos y su papel en el mundo
elaborada a lo largo de la última década por Think Tanks y por
individuos a los que, globalmente, se denomina ahora «neoconservadores», y que tienen como objetivo principal que su país
mantenga una hegemonía efectiva y total durante el siglo que se
inicia. De allí el nombre que algunos de ellos dieron a la
organización que ha generado los planteamientos centrales que
constituyen la base de la actual estrategia de defensa de los
Estados Unidos. La organización se llamaba «Project for the New
American Century»1 y en su declaración de principios afirma
nítidamente lo siguiente: «Nosotros abogamos por el liderazgo
global de América (los Estados Unidos) y buscamos apoyo para tal
1
Para más información sobre esta organización cf. www.newamericancentury.org
fin»,...
lo
que
implica,
entre
otras
cosas,
«aceptar
la
responsabilidad del papel único de América (Estados Unidos) en la
preservación y extensión de un orden internacional adecuado a
nuestra seguridad, nuestra prosperidad y nuestros principios».
Algunos de los firmantes de esa declaración de principios
son
personajes
que
tienen
actualmente
responsabilidades
importantes en la administración Bush, tales como Dick Cheney, el
controvertido vice-presidente; Donald Rumsfeld, el no menos
controvertido
secretario
de
Defensa;
Paul
Wolfowitz,
el
subsecretario de Defensa y uno de los verdaderos teóricos de la
estrategia;
Elliot
Abrams,
el
subsecretario
para
asuntos
latinoamericanos de Reagan; Lewis Libby, jefe de Gabinete de
Cheney, y, Francis Fukuyama, el filósofo del «fin de la historia».
Un documento clave de este grupo, recogido de manera
significativa en el documento de setiembre de 2002 por la
administración Bush en el que se delinea la estrategia nacional de
los Estados Unidos2, lleva por título «Rebuilding America´s
Defenses: Strategies, Forces and Resources for a New Century»,
fue preparado en el 2000,3 y postula la necesidad de reforzar el
aparato militar de ese país para «desanimar a las naciones
industriales avanzadas que traten de desafiar nuestro liderazgo o
siquiera a aspirar a tratar de desempeñar un papel más importante
regional o globalmente». Esto requiere que las fuerzas armadas
norteamericanas actúen como una suerte de «caballería de la
nueva frontera americana» y que estén en condiciones de «luchar
y ganar de manera decisiva enfrentamientos simultáneos en
escenarios de guerra múltiples». Esta gran estrategia, además,
2
Cf. The National Security Strategy of the United States of America, The White House,
setiembre 2002. (www.whitehouse.gov/nsc/nssall.html)
2
debe mantenerse vigente «tanto tiempo como sea posible». Como
autores de este tratado figuran muchos de los personajes ya
citados más algunos militares y políticos en actividad, así como
analistas vinculados a centros de investigación como el Nitze
School of Advanced International Studies, de la universidad Johns
Hopkins, el Center for Strategic and International Studies, la
National Defense University, la Rand Corporation, etc.
Las
doctrinas
estratégicas
de
estos
personajes
se
sustentan en una determinada visión del mundo que en algunos
artículos recientes ha sido explicitada por Robert Kagan, miembro
del proyecto para un nuevo siglo americano, y que funge ahora de
una suerte de paladín ideológico del grupo. En un ensayo titulado
«Power and Weakness»,4 Kagan no solamente sostiene que se ha
generado un hiato profundo entre las perspectivas estratégicas de
su país y la de los europeos, sino que eso corresponde a dos
maneras diferentes de ver el mundo. La de los europeos estaría
dominada por el sueño kantiano de la paz perpetua y el abandono
de la guerra como medio de solución de disputas, mientras que los
norteamericanos mantendrían una concepción hobbsiana del
orden internacional y, por ende, serían conscientes de que el uso
de la fuerza es indispensable para lograr niveles aceptables de
seguridad y orden, y para «promover un orden liberal».
Esto último lo enfatiza sobremanera Kagan a fin de marcar
distancia con un recurso a la fuerza basado exclusivamente en la
razón de Estado, a diferencia de lo que habrían hecho los
europeos antes de que la debilidad los hiciera perder la voluntad
de confrontación. Kagan sostiene que los Estados Unidos son una
3
Cf. www.newamericancentury.org/RebuildingAmericasDefenses.pdf
3
sociedad estructuralmente «liberal y progresista», y que, por ende,
recusa y ha recusado siempre una perspectiva puramente
maquiavélica del poder. El ejercicio del poder por parte de los
EE.UU.
estaría
entonces
motivado
por
un
propósito
intrínsecamente bueno y moralmente superior a cualquier otro,
puesto que consiste en «impulsar los principios de la civilización
liberal y un orden internacional liberal».
Muchos otros autores vinculados a este grupo han venido
escribiendo en el mismo sentido últimamente. Así, en un artículo
de Los Angeles Times, Gary Schmitt nos invita a considerar las
desgracias que acarrearía al mundo entero el que los Estados
Unidos perdieran la voluntad de poder: «...La realidad inevitable es
que el ejercicio del poder americano es la clave para mantener el
poco orden y la paz que imperan en el mundo hoy. Imaginen un
mundo en el cual los Estados Unidos no ejercieran ese poder.
¿Quién podría manejar a una Corea del Norte armada
nuclearmente? ¡Quién podría impedir que la China con un régimen
de partido único actuara a voluntad para asimilar a Taiwán?
¿Quién podría cazar a los terroristas islámicos que buscan armas
de destrucción masiva? ¿Quién hubiera derrocado a un tirano
como Saddam Hussein y evitado que se convirtiera en el poder
dominante en el Medio Oriente? ¿Quién podría evitar que los
Balcanes cayeran nuevamente en el caos?...Dado lo poco que
nuestros aliados y críticos gastan en defensa, con seguridad no
serían ellos».
Los Estados Unidos tienen, pues, la tarea de salvar al
mundo de la barbarie, lo cual solamente se puede lograr
4
Hay una traducción al Español editada por Taurus con el título Poder y debilidad.
Europa y Estados Unidos en el nuevo orden mundial. (2003)
4
generalizando en lo posible su modelo de vida. El instrumento
principal del que disponen para ese fin, y que ahora está
consagrado en el documento de estrategia del 2002 ya citado, es
la «guerra preventiva». La inclusión de esta noción en la doctrina
militar oficial del principal país de Occidente representa una
ruptura con una tradición continua que se remonta a San Agustín y
su noción de guerra justa, según la cual solamente las guerras
defensivas son moralmente aceptables. Se trata, entonces, de un
paso crucial. De acuerdo a esta nueva doctrina, el gobierno de los
Estados Unidos, es decir a fin de cuentas el presidente de ese
país, puede ordenar un ataque militar contra cualquier país o
grupo de países, o contra alguna organización que, a su juicio,
pueda constituirse real o potencialmente en una amenaza para los
intereses de su país. Muchos de los críticos internos de esta
manera de concebir las cosas han señalado que el peligro mayor
que entraña la noción de «guerra preventiva» es precisamente su
carácter profundamente antidemocrático, pues permite a las
autoridades de turno comprometer a los Estados Unidos en una
guerra sin necesidad de consultar previamente a los gobernados.
El unilateralismo en política exterior tendría así un correlato en el
manejo arbitrario de las decisiones que determinan la guerra o la
paz.
Este es el punto más interesante de notar para hacerle
seguimiento al debate que se desarrolla actualmente, cada vez
con más fuerza, al interior de los Estados Unidos sobre estos
temas, pues el temor principal de los críticos al proyecto neoconservador es que pone en tela de juicio precisamente el modelo
civilizatorio que dice proteger. Se puede clasificar a los críticos del
neo-conservadurismo en dos grupo fundamentales. Un primer
5
grupo está conformado por los defensores más acérrimos del
capitalismo, que creen que en la apuesta por lograr mantener la
hegemonía sobre todo a partir de la primacía militar y en la
consiguiente ruptura del sistema legal internacional, está implícita
la posibilidad de quebrarle el espinazo al mismísimo sistema
capitalista. Los otros son los que argumentan desde un interés
más propiamente político y que creen que el riesgo mayor está,
como lo ha sostenido Gore Vidal,5 en que el peligro mayor que
acecha a los Estados Unidos es que la vieja y sólida república
democrática y liberal termine siendo sustituida por un imperio que
sacrifique los valores tradicionales que hicieron de ese país un
oasis de libertades cívicas.6
En relación con el primer grupo, destacan los ensayos y
artículos críticos de tres distinguidos economistas y teóricos
sociales: Paul Krugman, Joseph Stiglich y Emmanuel Wallerstein.
Krugman ha puesto mucho énfasis en el señalamiento del
carácter a la vez corrupto y desmedidamente ambicioso de los
actuales líderes de su país. Más aún, está convencido de que
algunos de ellos, en especial Tom DeLay, el actual líder de la
mayoría republicana en la Cámara de Representantes, apuestan a
cambiar el sistema bipartidario por uno de un solo partido, al estilo
del PRI mexicano, recurriendo a la venta de influencias, al control
de los lobbies, y a la introducción de legislación con nombre
propio. Una de las señales más preocupantes en ese sentido fue
el llamado «Proyecto K. Street», liderado por el presidente de la
coalición Americans for Tax Reform, que tenía como objetivo final
5
Cf. Al respecto sus dos de sus últimos ensayos «Perpetual War for Perpetual Peace» y
«Dreaming War: Blood for Oil and the Cheney-Bush Junta».
6
Curiosamente, otro de los grandes literatos norteamericanos del siglo XX, Norman
Mailer ha expresado similares temores. Cf. Norman Mailer, Why are we at War.
6
colocar a miembros del partido republicano en puestos claves de
cabildeo de las principales corporaciones, excluyendo a aquellas
personas que tuvieran simpatías demócratas.
La tesis de Krugman es que muchos de los que hoy
minimizan la amenaza que representa la actual administración no
desearían en ningún caso vivir en el tipo de sociedad que
pretenden construir, y que incluye una preeminencia de criterios
cerradamente religiosos, que, entre otras cosas, ponen en peligro
el carácter laico de la república norteamericana y la separación
entre Estado e Iglesia. Krugman recuerda que DeLay no
solamente ha comparado a la agencia de protección ambiental con
la GESTAPO, sino que ha declarado pública y reiteradamente que
su objetivo central para entrar en política ha sido el deseo de
promover «una visión mundial bíblica». DeLay ha declarado una y
otra vez que lo que su grupo busca es generar una «revolución»
en los EE.UU., un movimiento de largo aliento que cambie las
bases de la sociedad actual.
Esto trae a colación otro elemento curioso y preocupante de
la actual administración, a saber, su alianza con la gran mayoría
de los movimientos cristianos fundamentalistas. El propio Bush, en
más de una ocasión, ha declarado en privado y en público estar
convencido de que su acceso a la función de presidente
corresponde a la voluntad divina. En un discurso pronunciado
pocos días después del 11 de setiembre, afirmó que la tarea
principal de los Estados Unidos era librar al mundo del mal.
Por su parte, Wallerstein sostiene que en realidad la
economía de los Estados Unidos no solamente está muy débil,
sino que el mayor peligro que deberá confrontar es la posible
7
debacle del dólar. La hegemonía real, dice Wallerstein, no tiene
que ver con «un machismo militarista», sino con la eficiencia de la
economía, una eficiencia capaz de garantizar un sistema-mundo
que funcione fluidamente. Eso es precisamente lo que gentes
como George Soros o Bill Gates desean: un sistema capitalista
estable. La política seguida por la administración Bush no
solamente genera inestabilidad, sino que empeora la crisis
económica y acerca el riesgo de que se produzca un colapso del
dólar, con lo cual todo sueño hegemónico terminaría en desastre.
La pregunta que se formulan Wallerstein y varios otros
economistas es si una economía que ya no está en condiciones de
generar un ahorro importante puede sostener permanente y
dilatadamente una carrera hegemónica. Esa misma preocupación
es compartida por los principales analistas de Morgan Stanley.
Uno de ellos, tal vez el más conocido, Stephen Roach, ha
sostenido que un mundo centrado en los EE.UU. es insostenible,
dado que el mundo ha sufrido una gran «desinflación» en el
período que va de 1982 al 2002. En realidad, sostiene Roach, el
mundo no «está funcionando como una economía global» y en
esas circunstancias solamente un dólar débil puede ser la salida,
lo cual impediría a los Estados Unidos seguir gastando más que
los medios que realmente posee.
En los últimos meses, el Financial Times, probablemente
uno de los baluartes de la visión capitalista del mundo, ha venido
publicando
regularmente
artículos
alarmistas
sobre
las
consecuencias que la aplicación del programa neo-conservador
traerá para el sistema financiero. Destaca como elemento de
preocupación la reacción asiática a la actual incertidumbre. En
efecto, el grupo ASEAN más 3 (Sudeste asiático, Japón, China y
8
Corea del Sur) ha empezado a dar los pasos que deben conducir
a la creación de una unidad monetaria asiática.
En varios artículos y revistas recientes, Noam Chomsky
complementa estas observaciones con la tesis de que uno de los
objetivos que realmente persiguen los neo-conservadores es la
demolición final del Estado de bienestar. El objetivo sería permitir
mayores
tasas
de
acumulación
y
de
ganancias
a
las
corporaciones, especialmente a aquéllas ligadas a los intereses de
los miembros de la administración Bush, a la cual califica de
«administración Nerón», para destacar lo que estima
son
altísimos niveles de corrupción en comparación con los estándares
tradicionales en los EE.UU. De hecho, la repartija de los recursos
petroleros y otros de Iraq entre empresas a las que ha estado
vinculado Cheney y su grupo de amigos muestra, por lo menos,
que se trata de gentes con escrúpulos un tanto escasos.
Pero, sin duda, el desarrollo más grave en los últimos
tiempos al interior de los EE.UU. ha sido la puesta en vigencia de
la llamada Ley Patriótica (Patriotic Act), aprobada al poco tiempo
de los sucesos del 11 de setiembre. Esta ley supone una fuerte
limitación a los derechos civiles de toda la población, que no tiene
precedente alguno en la historia de los Estados Unidos, ni siquiera
en tiempos de guerra. En los últimos días, lejos de ceder ante la
creciente ola de protestas, la administración Bus ha lanzado, a
cargo del Departamento de Justicia, una suerte de Roadshow para
promover la ley y preparar a la población para una ampliación de
la misma, conocida como Patriotic Act II.
La aplicación de esta ley ha generado un fuerte movimiento
de resistencia. No solamente la American Civil Liberties Union,
9
sino muchísimas otras organizaciones y hasta gobiernos estatales
y municipales han iniciado campañas contra puntos específicos de
la ley que estiman inconstitucionales, o bien han presentado
demandas ante diversas Cortes para bloquear su aplicación. Así,
por lo menos 130 ciudades han ordenado a sus funcionarios
municipales que se nieguen a cooperar con investigaciones
realizadas
por
entidades
federales
si
creen
que
dichas
investigaciones violan los derechos civiles.
De otro lado, muchísimas bibliotecas municipales y
universitarias se resisten de diversos modos a aplicar el mandato
de mostrar, a solo pedido del FBI, el record de lecturas de los
usuarios. Algunas bibliotecas están optando por destruir esos
documentos al final de cada día.
El día mismo de la independencia, el 4 de julio, apareció en
el New York Times un aviso pagado que da inicio a una campaña
nacional de resistencia y rechazo a las políticas de la
administración Bush. El tenor del aviso era el siguiente: «Porque
mi país ha vendido su alma al poder de las corporaciones. Porque
el consumismo se ha convertido en nuestra religión nacional.
Porque nos hemos olvidado del verdadero significado de la
libertad. Y porque, ahora, patriotismo significa coincidir con el
presidente. Yo prometo cumplir con mi deber y recuperar mi país».
La
campaña
implica,
entre
otras
cosas,
marcar
los
establecimientos de las corporaciones «más sucias» con un botón
negro y la promoción de un boicot a las que estén así señaladas.7
7
Para mayor información sobre estas campañas, cf. www.unbrandamerica.org y
www.adbusters.org, así como notinourname.net.
10
Una manifestación no menos preocupante, por cierto, es la
xenofobia creciente, que se traduce en amplias ofensivas contra
los inmigrantes y los estudiantes extranjeros, así como en medidas
restrictivas para el acceso legal al territorio de los EE.UU. y aún el
tránsito a través de él.
Es evidente, pues, que las próximas elecciones, para las
cuales ya se está preparando el presidente Bush, no solamente
pondrán en juego la tradicional democracia norteamericana,
basada hasta ahora en el principio de alternancia, sino que
obligarán a los votantes de ese país a optar por dos visiones
contrapuestas sobre su futuro. El dilema que tendrán enfrente será
mantener los valores y la estructura republicana que han hecho de
los EE.UU. el experimento social moderno más exitoso del
planeta, o embarcarse en una aventura cuasi-imperial, asumiendo
como costo la generación de un entorno internacional más
inseguro y, sobre todo, una trasformación con tinte autoritario del
conjunto de sus instituciones.
(*) Ex Viceministro de Educación y profesor principal de la
Universidad de Lima.
desco / Revista Quehacer Nro. 143 / Jul. – Ago. 2003
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