MONASTERIO SANTA MARIA DE RIPOLL UN EJEMPLO DE CONSTRUCCION Santa María de Ripoll, tiene un lugar muy destacado entre los antiguos Monasterios Benedictinos. Hay varios de ellos con mucha más antigüedad, pero todos tuvieron el desplazamiento artístico y cultural que asumió Santa María de Ripoll, a lo largo de los siglos X al XII. La pérdida total de sus archivos, a partir de la exclaustración del año 1835, hacen totalmente imposible su reconstrucción en muchos aspectos; los documentos que se han conservado en copias, antiguas publicaciones ó en extractos, permiten una visión del conjunto bastante ajustada de la nueva historia. La fundación de Santa María de Ripoll, en la confluencia del río Ter con el Freser, puede precisarse sobre el año 879, cuando el Conde Wifredo el Velloso inició la repoblación de Cataluña. Las primeras construcciones improvisadas, fueron seguidas inmediatamente por la construcción del primer Templo, el cual fue consagrado solemnemente el 20 de abril del año 888, dedicado a Santa María por el obispo Gotmar. Asistieron a su consagración el Conde Wifredo y su esposa Guinedilda, los cuales ofrecieron a Dios a su propio hijo Rodulfo, completaron la fundación asignando al Monasterio, un considerable número de posesiones, indispensables para el ejercicio de la vida monástica. En poco tiempo Santa María de Ripoll, llegó a ser uno de los lugares más seguros de las tierras consolidadas, después de la reconquista a los árabes, y bajo la dirección del abad Ennec, el Conde Miró decidió ampliar el edificio construido por su padre; finalizado por su hijo el Conde Suñer, consagrado al culto por el obispo de Vic en el año 935. La comunidad monástica crecía con inusitada rapidez, y el cenobio no era capaz de acoger a todos los monjes que acudían a él. Todo ello implicaba nuevas necesidades de locales, de anexos destinados a múltiples trabajos. Con el abad Arnulfo (938-970), se emprende la obra de un nuevo albergue monacal, prescindiendo del anterior ó modificándolo. Se edificó un claustro inmediato al lado del Templo, como centro de las dependencias indispensables a la vida de la comunidad; dotó al conjunto con una resistente muralla de clausura y defensa, construyó el molino para uso de la casa, y canalizó el agua por mediación de una acequia, la cual transformó en regadío los huertos interiores. Deseaba continuar la perfección de la obra, crear una Basílica más capaz, que se adaptase mejor a las ceremonias del culto según las exigencias litúrgicas. La muerte truncó sus propósitos, su ejecución fue una herencia que recogió su sucesor Guidiscle (955-979). Para ello, no le faltó la protección de los Condes de Besalú y Cerdaña, los cuales querían emular las glorias de sus antepasados. Durante siete años se trabaja activamente en la nueva Basílica, la cual surgió con más expresión y magnificencia que las dos anteriores. El proyecto era de cinco naves cubiertas, con encaballadas de madera divididas por hileras de gruesos pilares entre la central y las laterales, y por pilares alternando con dos columnas entre las dos menores. En el mayor y central, se encuentra el altar dedicado a Santa María y en los restantes, más reducidos, los altares de San Salvador, de la Santa Cruz, de San Miguel Arcángel y de San Ponç. La dedicación solemne del Templo, se verificará el 15 de noviembre del año 977, con asistencia de muchos prelados y condes, ratificando nuevamente los privilegios y concesiones, haciéndolos más extensivos y firmes a favor del Monasterio. Ripoll se constituía en un crecer intensivo de formación religiosa, y en centro intelectual que desde aquel momento, trascendió en el ambiente de la cultura europea. La incipiente biblioteca, basada en el primer núcleo de libros litúrgicos, aumentaba sus tesoros con un constante incremento de textos literarios y científicos. Sobre unos cimientos tan firmes, el edificio moral y material de Ripoll, ofrecía ya el volumen que precisaba para su desarrollo. Pero en realidad, todavía le faltaba la última superación, que solamente se pudo conseguir a partir del año mil, a cargo del abad Oliva. Por cuarta vez un aire renovador penetra en los muros de la Basílica de Ripoll, y el área del Templo, con sus cinco naves, se ennoblece por la parte delantera con un cuerpo de edificio sobre el cual se alzan las torres de los campanarios; la parte posterior se amplía con un grandioso transepto coronado por siete absides. El 15 de enero del año 1032, se celebró la nueva consagración con una asamblea de obispos, abades y condes, representantes de las más altas investiduras de la Iglesia y del Estado, que intervienen a favor de Ripoll y confirman una vez más, los privilegios del Monasterio. Durante doce años de intensivo trabajo, bajo la dirección meticulosa del abad Oliva, el trazado del Templo inspirado por el abad, conseguía su perfección en el grandioso transepto coronado por el abside mayor, con los dos campanarios simétricos a cada lado de la fachada. El conjunto resultaba un edificio de grandes proporciones, de 60 por 40 metros, inspirado en la tradición de las basílicas cristianas, en el cual la solución pétrea otorgaba cierta majestuosidad a causa de sus formas austeras y macizas. Entre las torres de los campanarios, se alza la escultórica Portada, representando escenas históricas y alegóricas inspiradas en los libros sagrados. En ningún otro lugar, la iconografía Románica Catalana ha compuesto una epopeya religiosa de tanta grandiosidad; traducida en piedra dentro de un conjunto armónico, donde se combinan profusamente las representaciones de una Biblia interpretada por manos monásticas. El Pórtico exterior protege la Portada principal, abierto compuesto por cinco arcos en ojiva, sobre columnas góticas. Los historiadores y arqueólogos que se han ocupado del Claustro actual, han distinguido dos épocas constructivas netamente delimitadas: la primera galería situada al lado de la iglesia, es la única parte románica completamente conservada del Claustro. A partir de finales del siglo XII, las obras se interrumpen hasta la segunda mitad del siglo XIV, construyendo un piso sobre la galería románica. La construcción continúa por etapas hasta principios del siglo XVI. La galería románica, está formada por trece arcadas decoradas con hojas de acanto planas; presentando un relieve muy característico del taller de Ripoll. Estas arcadas reposan sobre grandes ábacos únicos para cada dos capiteles. Los ábacos tienen una decoración geométrica ó vegetal: cinta plegada, hojas planas, cuadrículas, entrelazados etc. Consta de veintiocho capiteles, a los cuales hay que añadir dos adosados en el lado de levante, y dos más en el lado noroccidental. Los capiteles tienen una escultura muy homogénea, con una gran variedad de decoración vegetal, asociada a formas humanas ó de animales. La construcción de la galería norte del Claustro superior, no consta hasta llegar a la época del abad Galcerán de Besora (1380-1383); el cual prefirió edificar la galería superior sobre la ya existente, al final de la cual construyó una capilla dedicada a San Macario. Los artistas elegidos para realizar esta obra, reprodujeron las proporciones de los arcos y la distribución de los elementos propios de la galería románica, pero se movían con una mayor libertad en el detalle ornamental de los capiteles, esculpidos en serie y con la misma factura, en dos hileras sobrepuestas de hojas; también resolvieron con igualdad de ornamentos los ábacos con el escudo de Cataluña surgiendo de la parte central. El impulso decisivo en la obra del Claustro proviene del abad Ramón Descatllar (1384-1408), quién una vez confirmado su cargo, no tuvo suficiente con restaurar notablemente el Palacio Abacial, donde construyó las cámaras reales con una capilla dedicada a la Purísima; ni con dotar la casa con un nuevo edificio para el Archivo, sino que su obra preferente fue la continuación del Claustro. Empezó por la galería del lado Noreste, enfrente del lugar que ocupaba el Aula Capitular. En 1390 emprendió la galería Sureste, para la cual el maestro Pere Gregori de Perpiñán, se obligaba a conducir 56 columnas de la mejor piedra de Vilafranca de Conflent, trabajarlas y pulirlas. Al mismo tiempo el escultor de Barcelona, Jordi de Déu, se comprometía a esculpir 50 capiteles con figuras, 28 bases y 28 cornisas; la galería del lado Noreste, estuvo a cargo del maestro Colí. La última corresponde al lado Suroeste, se construyó en el término de seis meses durante el año 1401, bajo la dirección del maestro mayor de Girona, Pere Míeres. Con las tres galerías unidas a la primitiva románica, quedaba completo el Claustro inferior en la forma que tiene actualmente. Para completar la obra, nada más faltaba la construcción de las tres galerías del Claustro superior, a continuación de la que había edificado el abad Besora sobre la románica primitiva. A causa del terremoto ocurrido en el año 1428, la Basílica sufrió grandes desperfectos, no pudiendo precisar cuando se inició la construcción de la galería del lado Noreste. Por contra la galería del lado Sureste, se construyó en el año 1509, y después de ésta se construyó la última en el lado Suroeste. En la obra de estas tres galerías los arquitectos y escultores, también se limitaban a hacer imitaciones de un modelo precedente, que en este caso fue la galería construida en tiempos del abad Besora, que realmente era la que tenían que continuar. Lo hacían con tanta exactitud de detalles, que forman un conjunto tan perfectamente fusionado, que fácilmente puede inducir a la creencia que el Claustro superior, fue proyecto de una sola empresa. En el recinto de sus muros se conservan las cenizas y restos mortales de los condes, especialmente del linaje de Besalú-Cerdaña, dentro de primitivos sarcófagos ó en otros decorados con relieves escultóricos. El panteón ilustre había crecido paulatinamente con las tumbas de los abades, esculpidas en mármol, con figuraciones y relieves acompañados por los epitafios y escudos de familia. El sagrario de la Basílica abundaba en notables piezas de indumentaria y orfebrería, las cuales se lucían en las solemnidades del culto. Los altares se multiplicaban a lo largo de los muros del Templo: el de San Juan, San Lorenzo, San Gregorio, San Francisco de Asís, San Jorge, San Nicolás, San Cosme y Damián. En el saqueo del año 1463, desaparecieron antiguos y valiosos objetos de orfebrería, especialmente los que revestían el altar mayor de la época del abad Oliva. Fue en el año 1623, cuando al fondo del absis se levanta un retablo de arquitectura, para colocar la venerable imagen de Santa María de Ripoll. El 21 de marzo de 1886, se inició la restauración de la Basílica a cargo del arquitecto Elias Rogent. La forma actual en que quedó resuelta constituye una excelente muestra del virtuosismo de la época. Se erigieron nuevos altares en el vacío del absis, dedicados a San Ramón de Peñafort, San Jorge, a la Virgen del Roser, en el lado de la epístola, y a Ntra. Sra. del Carmen, al Sagrado Corazón de Jesús, y al Santo Cristo,en el lado del evangelio. Pero el más insigne de todos, es el altar principal, situado al centro del absis mayor, devuelto a la veneración de Santa María, titular de la Basílica, artísticamente resuelto para servir de marco al suntuoso mosaico, que representa la Santísima Virgen. Otro aspecto glorioso del Monasterio, lo constituye el carácter de panteón del linaje condal de Cerdaña-Besalú, de donde surgió el tronco de los condes de Barcelona. Wifredo el Velloso, muerto en el año 898, sus restos mortales se exhumaron en el año 1875, colocados en un arca situada al fondo del crucero, a mano izquierda. Los dos últimos condes de Barcelona Ramón Berenguer III el Grande, y Ramón Berenguer IV el Santo, ennoblecen con sus tumbas situadas en el monumento al fondo del crucero, a mano derecha, el ilustre panteón de la Basílica.