Prólogo La adopción es hoy, sin duda alguna, uno de esos temas de aristas vivas, cuya vigencia social resulta incuestionable. Parece lógico que el tema esté en la calle y vaya de boca en boca, si nos atenemos al incremento exponencial de los niños adoptados -muy en especial en el ámbito de la adopción internacional-, por numerosos padres españoles. El hecho de la adopción, en sí mismo considerado, no es nuevo. Lo que es nuevo, en cambio, es su enorme frecuencia y, como consecuencia de ella, el poderoso impacto social que la adopción hoy tiene. Tanto se ha “normalizado” la adopción –tan normal comparece este hecho hoy en el escenario social- que, aunque sin pretensión alguna por su parte, está contribuyendo a modificar la representación mental que acerca de la familia tienen algunos ciudadanos. Esto en modo alguno significa que la adopción tenga la pretensión de trivializar lo que es la estructura natural de la familia, el mismo ser de la familia, su fundamento ontológico. Pero, así las cosas, pudiera acontecer –tal y como lo ha mostrado alguna anécdota infantil suficientemente significativa-, que tras su magnificación y sobreestimación, algún niño, entre envidioso y suspicaz, se pregunte hoy “¿por qué yo no he sido adoptado?” Desde luego que esta anécdota no debiera elevarse a categoría, a pesar de ser muy significativa. En cierto modo, es muy conveniente que sea así, puesto que tras de la adopción no hay de hecho ninguna diferencia significativa entre padres adoptantes y padres biológicos. Tal modo de vivir la paternidad y la filiación es, qué duda cabe, bueno y mejor que su contrario. Pero de ahí a sobrestimar la adopción respecto de la paternidad natural, hay y continuará habiendo un largo trecho muy justificable, que siempre será conveniente salvar. Dada la confusión reinante en la sociedad, en el “ahora” de este cambio intersecular, nada de particular tendría que padres fértiles con capacidad para engendrar hijos, renuncien a su natural potencia generativa al mismo tiempo que se postulan como posibles padres adoptantes. De darse la anterior situación, lo que se pondría de manifiesto, una vez más, es la enorme posibilidad que las personas tenemos para contravenir la propia naturaleza, para actuar en su contra, para optar y decidirnos por un comportamiento más bien antinatural. Importa mucho que no se confundan términos como generación y adopción, paternidad biológica y paternidad adoptiva, filiación natural y filiación adoptiva, procreación y adopción. Y esto con independencia de que las leyes “igualen” las condiciones y el entramado estructural de las relaciones entre padres e hijos naturales o adoptados, una vez que la adopción haya sido sustanciada. Algo parecido sucede respecto de otra paradoja -muy frecuente en la actual sociedad española. Me refiero, claro está, a la escasez de niños españoles candidatos a la adopción, simultáneamente que aumenta sin cesar el número de parejas deseosos de adoptar un hijo. El balance resultante entre esta curiosa “demanda” y la escasez de la “oferta”, exigiría una reflexión en profundidad no sólo acerca de la persona y la familia, sino también de la política familiar y de la entera sociedad. Conviene aquí recordar que la pareja o la persona por, sí mismas, no tienen “derecho” a tener un hijo. Por contra, cualquier hijo sí que tiene derecho a tener padres. No podría ser de otra manera, puesto que no se puede ser hijo sin padres, de la misma manera que no se puede ser padres sin hijo. Es el ser del hijo -desde que es engendrado y con su alumbramiento- el que configura a las personas -sus progenitorescomo padres. Es el hijo el que hace a la persona padre o madre. De la misma forma que las personas que engendran al hijo son las que se autoconstituyen, respectivamente, en virtud de ese engendramiento, en padre y madre de ese hijo. Ciertamente que pueden ser muy variadas las diversas “intencionalidades” con las que un hombre, una mujer o ambos deciden, a partir de un determinado momento, autoconstituirse como padres o madres, sean biológicos o adoptantes. Pero esas “intencionalidades” debieran ser depuradas, a fin de que la vanalidad no sustituya ni empobrezca el fecundo y trascendente hecho de la paternidad y filiación. Se trata, sin más, de no trivializar lo que de suyo no es trivial. La filosofía del derecho, en este punto, tiene todavía mucho que hacer y decir. Pero ni lo hará ni lo dirá, si no se atiene a la necesaria e insustituible reflexión antropológica acerca de estos temas. **** El libro que tiene ente tus manos, lector amigo, constituye una apretada síntesis de temas relativos a la adopción un tanto diversos, aunque profundamente entrelazados ente sí. Los capítulos que a continuación se ofrecen no constituyen un mero “agregado” de las diversas ponencias que, con mayor o menor fortuna, se expusieron por diversos autores en un curso monográfico organizado por el Departamento de Educación de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Navarra, en la primavera del año 2000. La lecciones que en estas páginas se recogen están vertebradas por un eje común que atraviesa a todas ellas. En realidad, tanto el curso (“Adopción: aspectos psicopedagógicos y marco jurídico”) como el texto aquí expuesto fueron suscitados por una demanda social imperiosa y en constante crecimiento acerca de una cuestión sobre la cual apenas hay bibliografía disponible en nuestro país: la adopción. La adopción es un término que alberga y significa muchas cosas, acaso demasiadas. Por eso sería conveniente afrontarlo desde una perspectiva interprofesional, en la que estuvieran presentes al menos los tres ámbitos disciplinares en cuyos respectivos escenarios emergen y se dan cita ciertas e importantes dificultades: el jurídico, el antropológico y el psicopedagógico. El marco jurídico es aquí, obviamente, el telón de fondo que preside la cuestión. El mismo hecho fontal de la adopción, así como la psicopedagogía de la adopción están forzosamente varados -y con todo derecho- en el ámbito de las ineludibles referencias jurídicas, puesto que sin esas referencias simplemente resulta inviable cualquier adopción. Pero los aspectos pedagógicos de la adopción no le van a la zaga a las cuestiones jurídicas. Más aún, el propio derecho -sin dejar de ser por ello el marco referencial por antonomasia-, ha de tener en cuenta el inextricable proceso adoptivo, inevitablemente mediado por la educación de los padres adoptantes. Dicho de otra forma: el derecho hunde sus raíces también en la pedagogía para, más tarde, él mismo establecer y dictaminar acerca de en qué consiste esos derechos y deberes de la educación de los padres adoptantes. En este horizonte el derecho se nos aparece también como pedagogía del derecho, no sólo por lo que atañe a la educación de los padres adoptantes, sino también por lo que se refiere a su contribución en al ensamblaje cognitivo-afectivo de las representaciones mentales de los ciudadanos acerca de la adopción. De otro lado, el derecho de la psicopedagogía se ve también así robustecido y en cierto modo regulado y “normativizado”, lo que proporciona a ésta un vigor y una robustez de los que espontáneamente carece. Derecho y Educación se concitan y encuentran en la adopción. En los siguientes capítulos se ha tratado a través de este encuentro interdisciplinar y dialógico de que el ensamblaje y articulación entre lo jurídico y lo educativo se realice de la forma más ajustada posible. No obstante, hay un “íter” indispensable que media esa articulación. Me refiero, claro está, a la dimensión fenomenológica-existencial, vital y psicológica que, sin forzamientos ni artificialidad alguna, entrevera la relación padres e hijos adoptivos. Un aspecto especial de esta última dimensión está representado por los naturales riesgos que la adopción conlleva y algunas de sus manifestaciones psicopatológicas tanto en los hijos como en los padres. También en este punto se ha incidido específicamente. Como consecuencia de este diálogo interdisciplinar, considero que aquí se han puesto unos ciertos fundamentos, de manera que, derecho y educación, familia y sociedad, padres adoptantes y padres biológicos encuentren un camino más expedito –menos erizado de dificultades y más libre de obstáculos-, para alcanzar su propio destino. Se trata de que todos ganen y ninguno pierda, y ello porque si alguno perdiera, si se hiciese cierta dejación del derecho de alguna disciplina aquí concurrente, de seguro que se haría un flaco y torpe servicio al hijo adoptivo. **** El libro se inicia por donde entiendo que debiera iniciarse: una breve consideración antropológica acerca de lo que es y significa la adopción. Ante un tema tan controvertido, y hoy un tanto confuso, era menester realizar una indagación fenomenológica acerca del derecho y la libertad, tal y como éstos se concitan en el hecho de la adopción. El autor de esa colaboración está persuadido de que hay otras muchas posibilidades de realizar esa misma indagación. Y, probablemente, algunas de ellas más acertadas. Pero, en cualquier caso, tal indagación había que hacerla y no existiendo en la literatura castellana ninguna otra publicación sobre este menester, su autor, a pesar de sus posible errores y aciertos, se sintió interpelado por ese reto, por lo que aquí se incluyen los resultados obtenidos, según su leal saber y entender. Una vez asentados estos fundamentos, parecía necesario abordar desde el estado actual de nuestros conocimientos, el modo en que se evalúa la adopción. Ciertamente, no todos los instrumentos de que hoy disponemos tienen el mismo alcance evaluador. De aquí que la licenciada Fontana Abad exponga en el capítulo segundo una revisión crítica y pormenorizada de ellos, cuya lectura puede ser muy útil para los profesionales implicados en el estudio de estas cuestiones. Como es sabido, el proceso adoptivo comporta ciertos riesgos así como manifestaciones psicopatológicas en algunos niños adoptados y en sus respectivos padres adoptantes. A ello se refiere Polaino-Lorente, en el capítulo tercero. En las diversas etapas del proceso adoptivo, suelen surgir algunas dificultades que los padres adoptantes han de tratar de resolver. Muchas de ellas son intrínsecamente educativas y de muy relativa y fácil solución, si se está avisado de ello. En el capítulo cuarto se pasa revista a las dificultades que son más frecuentes. A los modos de abordarlas, a través de los respectivos programas de intervención psicopedagógica, responden PolainoLorente y Fontana Abad. Ambos autores quieren dejar constancia aquí de un especial agradecimiento a Edelmira Doménech y a Monserrat Freixa, quienes generosamente les ayudaron y orientaron cuando, años atrás, iniciaban estos estudios, cuyos resultados se sintetizaron en una reciente publicación mexicana (“La adopción. Evaluación psicológica del niño y selección de los padres”. Editorial Filios A.B.P. Monterrey, México, 2000). Hasta aquí los procedimientos y estrategias de que han de servirse los expertos (psicólogos, pedagogos, psiquiatras, asistentes sociales y juristas) para llevar a buen término la evaluación del proceso adoptivo, así como su seguimiento y el afrontamiento eficaz de las dificultades más frecuentes. Pero este ámbito procedimental resultaría insuficiente, si no fuera avalado por la experiencia vivida por un profesional muy cualificado. A esta cuestión responde en el capítulo quinto la profesora Freixa Blanxart, sin duda alguna una de las personas que más experiencia tiene en adopción, al haber liderado de cerca durante más de tres décadas numerosos trabajos en la Comunidad de Cataluña. En el capítulo octavo se recoge también la experiencia de Rubio del Castillo, Psicólogo del Instituto Madrileño del Menor y la Familia, en el ámbito de la Comunidad de Madrid, aunque en este caso referida casi en exclusividad a la adopción internacional. Este fenómeno es relativamente nuevo y, sin embargo, prácticamente único, dado que la casi la totalidad de los niños adoptados en esta comunidad en la actualidad proceden de otros países. Los capítulos seis, siete y nueve, son estrictamente jurídicos. En el capítulo séptimo, Ignacio Peláez, fiscal de la Audiencia Nacional pasa revista a la adopción tal y como esta se entiende en el Derecho Comparado Europeo. Allí se examinan cuestiones como el control público y la tramitación de la adopción internacional así como su reconocimiento y efectos. En el capítulo octavo, Pérez Álvarez, Catedrático de Derecho Civil de la Universidad de A Coruña, estudia la desprotección social del menor, precisamente en las instituciones de protección de menores. A lo largo de su exposición pasa revista a esta problemática cuestión, del brazo de las diversas disposiciones jurídicas, que revisa. En el capítulo noveno, Martínez Aguirre, Catedrático de Derecho Civil de la Universidad de Zaragoza, afronta el problema de la adopción desde la perspectiva de los derechos humanos. A lo largo de su exposición profundiza en las finalidades de la adopción y su historia así como de las características subjetivas de los adoptantes y de la posición jurídica de los padres biológicos del adoptado. Por último, en el capítulo décimo, Polaino-Lorente, Catedrático de Psicopatología de la Universidad Complutense, realiza un ensayo acerca de la ética de la adopción. Para ello parte de las experiencias de abandono tal y como son vividas por los niños, y se adentra en el estudio de la adopción, entendida ésta como una relación. A continuación se detiene en el análisis de algunos tópicos acerca de la adopción, que no por estar bien asentados y generalizados son acertados. Pone fin a su colaboración con el estudio antropológico y fenomenológico de la adopción, tanto desde la perspectiva de los padres adoptantes como de los hijos adoptivos, condiciones éstas sustantivas y naturales que, de respetarse, constituirían el entramado “naturaliter” en el que poder hincar sus raíces los prolegómenos para una ética de la adopción. Es propósito unánime de los autores que han colaborado en esta publicación tender un puente entre los diversos profesionales que se concitan en la adopción para así servir mejor a los niños adoptados y a los padres adoptantes. Los autores se sentirían también muy reconfortados, si esta publicación sirviera de ariete para estimular a muchos de los profesionales que se ocupan de estos problemas, a fin de que en el futuro se esclarezcan algunas de las cuestiones de muy variada índole que aquí se concitan. Son estas cuestiones todavía demasiado opacas y oscurecidas, de cuya resolución depende, sin duda alguna, la salud mental y física de los niños adoptados y su misma felicidad. Rascafría, 28 de noviembre de 2000 Aquilino-Polaino Lorente