Mensaje En la Botella

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Mensaje En la Botella
Un reciente estudio muestra que los padres son demasiado tolerantes con el consumo de alcohol en
menores, desconocen las normas y les envían mensajes contradictorios a sus hijos.
Si se pudiera resumir en una frase lo que los padres piensan sobre el problema del alcohol en los
menores, esta sería: "Mi hijo es un santo, los amigos son un poco menos buenos, pero los demás
adolescentes, esos sí que están muy mal".
A esa conclusión llegó una encuesta realizada a 1.105 padres de familia acerca de su percepción,
conocimientos y actitudes sobre el consumo de alcohol en menores de edad. En otras palabras, los
padres creen que beber es un problema que afecta a la población adolescente, pero están convencidos
de que el problema empieza de puertas para afuera.
El estudio, encargado por la red de padres de familia Red PaPaz, reveló otras cuantas contradicciones en
las creencias de los padres. Si bien nueve de cada 10 padres muestran desagrado y rechazan el
consumo de alcohol en menores, 30 por ciento de ellos permiten que sus hijos beban cuando están en su
presencia. "La cuestión aquí es que hay una contradicción de actitud. Cuando uno dice que no, pero
después lo permite, obviamente muestra una falla en la estructura del comportamiento", dijo a SEMANA
Augusto Pérez, director de la corporación Nuevos Rumbos, doctor en sicología y quien realizó el estudio.
Y eso no es todo. Casi la tercera parte de los padres no tienen conocimiento sobre la norma que prohíbe
la venta y el consumo de alcohol en menores de 18. Una cifra sorprendente si se tiene en cuenta que la
muestra está concentrada ante todo en padres de estratos altos, supuestamente bien informados. Por si
fuera poco, según Pérez, los padres tampoco saben de los efectos fisiológicos que tiene el alcohol en los
adolescentes.
Daños colaterales
En los últimos meses se han publicado importantes estudios que revelan que el alcohol tiene efectos de
largo plazo en los cerebros de los adolescentes y que los daños son más perjudiciales de lo que se
pensaba. Investigadores de la Universidad de San Diego, California, comprobaron que los adolescentes
alcohólicos tienen muy malos resultados en pruebas de memoria verbal y no verbal, atención y
orientación espacial.
Entre tanto, investigadores de la Universidad de Duke, en Carolina del Norte, encontraron que el alcohol
afecta especialmente el hipocampo, un área de cerebro fundamental para los procesos de aprendizaje y
memoria. En el experimento, los científicos colocaron sensores en los cerebros de ratones adolescentes y
descubrieron que el alcohol suprimía drásticamente la actividad neuronal y la creación de nuevas redes
en esa zona del cerebro, inhibiendo la creación de recuerdos. En condiciones normales, esta área
mantiene una actividad permanente en la que las conexiones entre las neuronas se fortalecen
continuamente. Bajo el efecto de una dosis equivalente a dos tragos, la actividad de los receptores
disminuía significativamente. Con dosis ligeramente más altas se cerraba casi por completo.
Como era de esperarse, este cortocircuito cerebral afectó la habilidad de los ratones para aprender y
recordar. En experimentos posteriores se encontró que aquellos que estaban bajo la influencia del alcohol
tenían muchas más dificultades que los sobrios para encontrar una plataforma sumergida en agua y nadar
hasta ella.
Pero el daño no solo se refleja en el hipocampo. En un estudio del año 2000 -también con ratones- el
neurofarmacólogo Fulton Crews, de la Universidad de Carolina del Norte, encontró que el alcohol
afectaba seriamente las áreas frontales del cerebro, relacionadas con el control de los impulsos y la
previsión de las consecuencias. De nuevo se halló que el daño era mayor en los cerebros adolescentes,
cuyas áreas frontales experimentan cambios de forma y en las conexiones a medida que aprenden
habilidades como tomar decisiones, concentrarse y hacer planes.
Estas investigaciones han derrumbado la creencia de que la gente podía tomar en exceso durante años
antes de causar un daño neurológico grave. Más aún, han demostrado que tomar sin moderación puede
afectar gravemente las mismas capacidades neuronales -como el autocontrol y la motivación- necesarias
para proteger a las personas de caer en el alcoholismo. Por fortuna los cerebros jóvenes gozan de una
increíble plasticidad, y aunque son más vulnerables, también tienen una mayor capacidad de
recuperación cuando dejan de beber.
Problema cultural
Pero aparte de los efectos fisiológicos, quizá es más preocupante el hecho de que beber sigue siendo un
hábito culturalmente extendido y aceptado. El estudio muestra que el grado de tolerancia de los padres
respecto al consumo de alcohol es de 40 por ciento, lo que una vez más revela que los padres no están
siendo consecuentes entre lo que piensan y lo que dicen. Para Pérez, esta contradicción proviene de que
en su mayoría los padres fueron criados en un ambiente donde los niños empezaban a tomar temprano.
"A mi esposo, la abuela lo obligaba a tomar cuando tenía 15 años. Era una tradición", afirma Sonia
Cadavid, madre de un niño de 14 años. Sonia se estremeció recientemente cuando se enteró de que en
su fiesta de cumpleaños, la primera que su hijo organizaba en la casa, sus amiguitos habían entrado
encaletada una botella de aguardiente.
¿Qué lleva a los niños a empezar a beber tan pronto? Una pista puede estar en otro estudio realizado el
año pasado en grupos focales de niños entre los 10 y los 13 años. Cuando se les preguntó qué cosas los
hacían sentirse grandes, ellos dieron siete respuestas: besar, bailar, tener novia, estresarse, llegar tarde,
fumar y beber. Parte del problema, según Carolina Piñeros, directora de Red PaPaz, es que los padres ya
no saben qué está bien ni qué está mal. "Esta generación de papás es muy temerosa. Antes les tuvimos
miedo a los papás, ahora les tememos a los hijos". Eso ha hecho que los papás casi se sienten a tomar
con sus hijos, por una confusión en la idea de ser 'padres modernos'.
Pérez añade otros elementos. Para él es lamentable la actitud de los padres contemporáneos de
reemplazar funciones elementales de un papá, como la compañía, el diálogo, o la guía, por prebendas
como plata, regalos o libertades que los jóvenes no saben cómo utilizar. Por ejemplo, los padres parecen
admitir con mayor facilidad que niños entre los 13 y los 15 años tengan relaciones en su propia casa, o
incluso llegan a permitir que haya un cierto consumo de marihuana. "También está el cuento de que los
padres tienen que ser amigos de los niños", una idea insensata desde el punto de vista del sicólogo. "Los
padres que se vuelven amigos de los niños los vuelven huérfanos, pues los padres no deben ser amigos,
sino padres", añade.
¿Qué pueden hacer los padres? En primer lugar, el consejo de siempre: hablar con los hijos. Segundo,
asumir posiciones claras. "Una de las figuras protectoras para un niño es conocer la posición de sus
padres. Y esa posición no puede ser otra que cero alcohol antes de los 18", dice Piñeros. En tercer lugar,
cuando se llegue a compromisos, cumplirlos, y no dar el mensaje equívoco de que cuando estos se
rompen no pasa nada.
Red papaz Octubre 2. Revista Semana publicó el artículo: Mensaje En la Botella.)
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