___________________________________________________________________________ INFORME Las normas sociales y su agregado a la conformación de instituciones para la sostenibilidad medioambiental Noé González El Centro de Investigación para la Paz (CIP-Ecosocial) es un espacio de reflexión que analiza los retos de la sostenibilidad, la cohesión social, la calidad de la democracia y la paz en la sociedad actual, desde una perspectiva crítica y transdisciplinar. Centro de Investigación para la Paz (CIP-Ecosocial) C/ Duque de Sesto 40, 28009 Madrid Tel.: 91 576 32 99 - Fax: 91 577 47 26 - [email protected] - www.cip.fuhem.es LAS NORMAS SOCIALES Y SU AGREGADO A LA CONFORMACIÓN DE INSTITUCIONES PARA LA SOSTENIBILIDAD MEDIOAMBIENTAL. RESUMEN. Sobre una realidad latinoamericana en la que el Estado no tiene la última palabra, se plantea el reto de prácticas de intervención que escudriñen, diseñen y fortalezcan instituciones sociales que potencien el acto cooperativo forjador de ciudadanía y de la idea del medio ambiente como un bien común. A estos efectos, se indaga respecto de la importancia de las normas sociales como humus que subyace en las motivaciones de conducta y que pueden ayudar en la conformación de hábitos y valores para una sociedad sostenible. De la mano de Elster se revisa su naturaleza, se delimita su alcance como hecho social y se deja abierta la discusión respecto del uso de las normas sociales de reciprocidad y cooperación en contextos de intervención pública. 1. INTRODUCCIÓN. El aprovechamiento de nuestro entorno natural significa, en la mayoría de las veces, resolver un dilema social en el que las instituciones sociales, culturales y económicas que tejen las reglas de juego productivas y de convivencia se enfrontan ante la coexistencia de intereses individuales e intereses colectivos. Individualmente necesitamos extraer recursos de los ecosistemas en procura de un fin particular, cuyos subproductos o residuos descargamos o vertimos en ellos afectando su condición. Por otra parte, colectivamente ocurren beneficios presente y futuro (intergeneracionales) venidos de la reducción en la extracción y su agregado sobre la descontaminación y/o conservación de esos ecosistemas. Ésta situación se extiende a muchas otras esferas de la vida social, en particular en el contexto rural pero también en no pocas situaciones de la vida urbana. La paz como un bien público constructor de la convivencia, la participación comunitaria y el ejercicio democrático de toma de decisiones, la construcción de capital social, el manejo de sistemas de irrigación, el mantenimiento de vías comunes o la gestión de escuelas rurales, la administración de instalaciones deportivas en un barrio, el aporte a cooperativas, todos son casos que comprenden dilemas sociales en donde la cooperación individual es necesaria para garantizar el interés colectivo, pero los incentivos – o reglas de juego - en muchos casos inducen comportamientos oportunistas. 1 Quienes nos interrogamos respecto de las condiciones para la cooperación y como intervenir la dinámica social de tal forma que ésta prive sobre el acto oportunista, tenemos el reto de responder a muchas de las viejas preguntas utilizando enfoques, metodologías y prácticas de intervención nuevas. Las viejas preguntas gravitan, entre otras, alrededor de comprender como las familias cuyo hábitat de vida es el medio ambiente rural desde su racionalidad individual y desde su lógica colectiva se ven afectadas y, al mismo tiempo, afectan su entorno natural e institucional; cómo la estructura agraria de acceso a la tierra y mercados afecta las oportunidades de acción y bienestar de las unidades campesinas; por qué algunos grupos de campesinos son capaces de establecer relaciones mas armónicas con los ecosistemas proveedores de bienes y servicios ambientales, mientras que en otros esta convivencia se torna en conflicto, degradación o exclusión. La pobreza y la desigualdad en las sociedades agrarias o en el mundo de las ciudades es una barrera o no para solucionar los dilemas de acción colectiva que determinan si los ecosistemas estratégicos pueden mantener su capacidad de producción de biomasa, energía e información, para satisfacer las necesidades de los grupos locales o de usuarios externos. Que factores, por ejemplo, determinan que algunos grupos de acción urbana o ciertas comunidades rurales sean capaces de diseñar formas autogestionadas de manejo de sus recursos locales y de resolver endógenamente sus conflictos. No sobra decir, por otra parte, que sobre las respuestas a tales interrogantes planea el cuestionamiento respecto de cual debe ser el papel del Estado al reconocer, regular, administrar o intervenir en los problemas arriba mencionados. Ante la ausencia, debilidad o precariedad del Estado - signo que impregna su existencia en prácticamente toda Latinoamérica1 - la convivencia social queda a merced de los arreglos no escritos fundados en ciertas condiciones objetivas y subjetivas, de índole socio/productiva o de arraigo en la tradición. La vida en sociedades como las nuestras queda a mitad de camino entre el esfuerzo modernizador de construir surcos institucionales regulados por la administración y el derecho, débilmente asimilados, y las prácticas del mundo cotidiano regidas por las normas sociales que suelen superponerse a aquellas. Nos enfrentamos así ante el desafío de cómo edificar instituciones sociales que incrustadas en el tejido social rural y/o urbano auspicien de manera sostenida, al mismo tiempo, la provisión de bienes y servicios suficientes para dejar atrás un estadio social de pobreza y el aprovechamiento de los recursos naturales con más o menos equilibrio entre la 2 eficiencia social y la conservación del medio ambiente. Aunque desde la ciencia económica que discurre por derroteros distintos a la ortodoxia neoclásica haya trabajos y marcos conceptuales valiosos2 que arrojan luz sobre nuestro tema, en estas notas queremos llamar la atención sobre como las normas sociales forjadoras de convivencia o humus social pueden potenciar o restringir el alcance de bienes y servicios colectivos y la maduración de instituciones sociales para el manejo del medio ambiente como un bien común. ¿Qué motiva a unos agentes productivos a elegir cursos de acción que no maximizan su utilidad en el sentido paretiano como predice la economía neoclásica? ¿Por qué el comportamiento inicial de unos usuarios de sistemas de riego puestos de manifiesto en experimentos económicos en comunidades rurales3 no esta de manera predeterminada orientada hacia los niveles máximos de extracción? ¿Y por qué, no obstante la disposición de los usuarios a cooperar mediante arreglos en acciones colectivas que benefician un objetivo común, los resultados muy a menudo contraviene el interés general? Algunas de las respuestas a tales interrogantes, generalmente dadas desde la economía convencional, no se sustentan en registros empíricos y resultan insuficientes para comprender lógicamente los actos y sus productos. Aunque las consideraciones que siguen son susceptibles de adecuación para un entorno rural – en algunos casos se hace alusión directa - su objetivo es realizar una aproximación a las normas sociales y exponer la posibilidad que estas tienen como motivación para la acción en un contexto urbano, es decir, en una sociedad cuya principal característica es la condición de anonimato de la mayoría de sus miembros. Fundamentalmente revisaremos las implicaciones que esto tiene en procesos de acción colectiva, así como su pertinencia en las políticas públicas enfocadas a orientar la conducta de los individuos en un contexto urbano donde se hace necesaria la existencia de algo que, a falta de otro nombre, podemos llamar cultura ciudadana como recurso o antídoto para confrontar los dos dilemas sociales típicos de una sociedad urbana: el dilema del free rider4 y la llamada tragedia de los bienes comunes5. La idea es pensar en cómo llegar, en condiciones urbanas de convivencia, a que la mayoría de los habitantes contribuyan a la producción y aprovechamiento de un bien común y se esfuercen en conservar un bien escaso que está a disposición de todos. En tales circunstancias se presentan algunas consideraciones sobre las posibilidades que tienen las normas 3 sociales de activar determinadas motivaciones o de potenciar en los habitantes las ventajas de su observancia. Y ello permite revisar y (re) leer la construcción de modelos culturales de comportamiento socio/ambiental en las sociedades latinoamericanas de amplia tradición y raíz comunitaristas, de sus limitaciones y potencialidades para la constitución de instituciones sociales que amplíen las oportunidades de vida. 2. ELSTER Y LAS NORMAS SOCIALES. En su libro El cemento de la sociedad: las paradojas del orden social (1989), Jon Elster señala la racionalidad y las normas sociales como las motivaciones que se encuentran en el trasfondo de los componentes del cemento de la sociedad. Existen también los hábitos y un sin fin de actos reflejos constitutivos del ser humano y del contexto cultural; pero en tanto que forjadores de un orden social la racionalidad y las normas sociales merecen toda la atención de las ciencias humanas. Según Elster, "las normas son blandas constricciones ejercidas sobre la acción". (1997:154). Para ser sociales, las normas deben ser (a) compartidas por otras personas y, (b) parcialmente sostenidas por la aprobación y la desaprobación de ellas. Elster ahonda en aquellas normas sociales fundadas en expresiones de reprobación (1997:121). Haremos, sin embargo, énfasis en aquellas situaciones en las que se acata la norma para conseguir expresiones de aprobación. Elster sólo encuentra las normas sociales como motivaciones para la acción en su sentido restrictivo y no en sus aspectos fecundadores para orientar la acción en cierta dirección. Cuando Elster pone su atención en los sujetos de la norma social en cuestión lo hace para apreciar la sensación de vergüenza o de embarazo6 que siente el individuo al incumplirla o sólo al pensar llegar a hacerlo: El otro sentido en el que estas normas son sociales es la circunstancia de que otras personas son importantes para imponerlas al expresar su aprobación y especialmente su desaprobación. [... ] Además de estar apoyadas por las actitudes de otras personas, las normas se sustentan por los sentimientos de embarazo, ansiedad, culpa y vergüenza que experimenta una persona ante la perspectiva de violarlas o por lo menos ante la perspectiva de que se la sorprenda violándolas. Las normas sociales hacen presa del espíritu debido a las fuertes emociones que las violaciones de las normas pueden desencadenar. Creo que el aspecto emotivo de las normas es un rasgo más importante que los aspectos cognitivos citados más frecuentemente. Si las normas pueden coordinar expectativas, ello se debe únicamente a que se sabe que la violación de las 4 normas desencadena intensas emociones negativas, tanto en el propio violador como en otra gente (1997:122). Con esto se delimitan las otras dos condiciones para que una norma sea social: (c) no están orientadas por fines instrumentales, esto es, no procuran resultados, y (d) están fundadas en un complejo emocional de vergüenza interiorizada (2002:181). Según Elster, la mayor parte de las normas sociales son fáciles de obedecer y de seguir comparadas con las pautas de racionalidad que a menudo nos exigen hacer difíciles, complejos e inciertos cálculos; antes bien, el comportamiento con sujeción a las normas es en gran medida ciega, compulsiva, mecánica y aun inconsciente. Esta afirmación, sin embargo, exagera de algún modo el carácter irreflexivo de la conducta guiada por normas. Las normas sociales ofrecen considerable margen para la interpretación, la manipulación, la destreza y la elección. En algunos contextos, especialmente en aquellos en los que no ha arraigado una pauta cultural moderna – como es el caso de los países de Latinoamérica - seguir la estela de la racionalidad orientada hacia resultados es fácil comparado con tener que encontrar un camino en medio de un intricado complejo de prácticas de comportamiento híbridas (modernas y premodernas) aderezadas o subsumidas en normas sociales no generalizadas. Las normas sociales en perspectiva negativa. En su definición de las normas sociales Elster las diferencias de otros aspectos que guían la conducta y la motivación para la acción. Así: § Las normas sociales difieren de las normas morales. “Para comprender esta diferencia, distingamos entre obligación, permiso y prohibición - análogos morales de necesidad, posibilidad e imposibilidad -. Las normas morales consisten en obligaciones y prohibiciones no consecuentes de las que pueden derivarse los permisos” (1997:123). § Las normas sociales se distinguen de las normas legales. Obedecer las leyes es a menudo racional por motivos orientados al resultado. La ley no descansa en sanciones informales ni en la voz de la conciencia, sino que contempla un castigo formal. Y más importante es aun el hecho de que resulte individualmente racional que los ejecutores de la ley apliquen esas sanciones; [...] la consagración de normas sociales no es en general individualmente racional (1997:123). 5 § Las normas sociales no son equilibrios de convención. “Considérese las normas sociales que tienen la máxima similitud con las convenciones, tales como las normas de vestimenta, de etiqueta y de buenas maneras. Podría uno decir que tales normas son normas sociales de tráfico o itinerario de la vida social […] Los equilibrios de convención están guiados por resultados en un sentido sustantivo, no solo en el sentido formal de que las personas desean evitar que se les desapruebe” (1997:124). § Las normas sociales difieren de las normas privadas, “esas normas sociales que la gente se impone para vencer debilidades de voluntad” (1997:125). En este aspecto, las normas privadas son tan mecánicas como las normas sociales. Pasan por alto la necesidad de considerar las consecuencias de una acción pues la acción prohibida está regida por una categórica norma social: “no lo hagas”. Las normas privadas, como las normas sociales, están sustentadas por sentimientos de ansiedad y culpabilidad; sin embargo, no están sujetas a la aprobación de los otros, puesto que no son compartidas por los demás o no lo son necesariamente. § La conducta guiada por normas es diferente de los hábitos. Si bien semejantes por su carácter mecánico y su despreocupación por las consecuencias, difieren en varios sentidos. A diferencia de las normas sociales, los hábitos son privados. A diferencia de las normas privadas, la violación de los hábitos no suscita censura ni sentimiento de culpa. A diferencia de las normas privadas, los hábitos no son compulsivos. Los hábitos comienzan siendo una conducta intencional que con el tiempo y como resultado de la repetición pierde su carácter consciente, deliberado. (1997:126-132). § Las normas sociales difieren de la tradición. La tradición [...] consistiría en repetir o imitar hoy lo que hacían otrora nuestros antepasados. [...] las tradiciones están sujetas a cambio a causa del resultado acumulado de múltiples imitaciones imperfectas a menos que fuerzas externas impidan la desviación o la actividad en cuestión varía por momentos antes que continuamente. En cambio el tradicionalismo - la imitación deliberada de algún modelo original - no está sujeto a cambios. Si el tradicionalista comete un error al copiar un modelo, ese error no pasará a la generación siguiente, que se remitirá al original antes que a la copia. La tradición tiene corta memoria, el tradicionalismo la tiene larga. Generalmente el tradicionalismo está sustentado por normas sociales. La tradición puede estar apoyada por una norma pero no necesariamente (1997:127). 6 § Las normas sociales se distinguen de varios fenómenos cognitivos con los cuales presentan cierta semejanza. De la definición de normas sociales se sigue que ellas tienen el efecto de concentrar y coordinar expectativas. [...] Si la norma de hacer X es compartida por los miembros de una comunidad, cada cual esperará que los demás hagan X. Otro medio de concentrar expectaciones es el de la saliencia o prominencia psicológica7. Una opción puede destacarse en virtud de su simplicidad, de su simetría, de su prioridad temporal o algún otro rasgo. [...] A veces la saliencia difiere terminantemente de las normas. En otros casos es más difícil establecer la distinción. En particular, la importancia de las normas de igualdad puede referirse a su saliencia (1997:128). Con "norma social", en definitiva nos referimos a las regularidades sociales informales, opuestas a las normas legales o los códigos morales personales. Las normas legales son formales y están apoyadas por sanciones legales; las normas sociales son informales e informalmente se les da su fuerza. Algunas de estas normas pueden internalizarse, y se imponen bajo una obligación fuerte de satisfacerlas. La culpa y el remordimiento suelen ser emociones que acompañan su violación, tanto como la separación de una norma social moral hace aflorar los sentimientos negativos y dolorosos en el trasgresor. La diferencia entre una norma social y una norma moral es el papel jugado por las expectativas de los otros que sostienen la norma social. La conformidad a una norma social es condicional en las expectativas sobre la conducta de otras personas o sus creencias. Así pues, una norma social es la propensión a comportarse de forma socialmente esperada, acompañada de sentimientos de vergüenza o satisfacción y de la certeza de sanciones o reconocimientos según sea el comportamiento ajustado a tales expectativas sociales. 3. SEIS SEMBLANZAS DE LAS NORMAS SOCIALES. 1) La dicotomía homo sociologicus - homo economicus. Ninguna de las perspectivas sociológica y económica convencionales proporciona un esquema teórico que pueda integrar de manera consistente tanto la noción de elección como la de acatamiento de normas sociales8. En otras palabras: ninguna de ellas ofrece una concepción teórica que nos permita dar cuenta sistemáticamente de 7 ambos rasgos del comportamiento humano, es decir, su capacidad de responder a incentivos y su tendencia a orientarse con sujeción a normas sociales. La perspectiva sociológica no ignora que la gente responde a incentivos; después de todo, el concepto de sanciones es una de sus nociones centrales. Pero no está sistemáticamente integrado con la noción de seguir normas y de desempeñar roles sociales, que predomina en el enfoque sociológico. Por su parte, el modelo económico de elección racional tiene conciencia del papel de las normas sociales y del comportamiento guiado por estas. No obstante, al centrar su explicación en las elecciones particulares, situacionales, parece no permitir una explicación consistente de comportamientos genuinos de acatamiento de normas sociales. En la medida en que ambos rasgos, la sensibilidad frente a incentivos y el acatamiento de normas, son característicos del comportamiento humano, conviene mantener abierta la perspectiva de una teoría social cuyo modelo humano de comportamiento apunte hacia la reconciliación coherente de la noción de elección con la de acatamiento de normas. 2) Las normas sociales no sólo están respaldadas por emociones negativas. Vale la pena abundar sobre dos aspectos de las normas sociales: uno, de signo descriptivo, alusivo a lo que hacen normalmente las personas en ciertas situaciones o que constituye la conducta normal; otro, que da cuenta de lo que creen las personas que debe hacerse, lo que es socialmente aceptado o desaprobado y que bien podemos asociarlo con normas de justicia. Considerando que una norma descriptiva es una regularidad conductual, una norma de justicia podría describirse como un conjunto de creencias compartidas sobre qué acciones traen respeto y aprobación de sí mismo y de otros. Regularmente, lo que comienza como una norma descriptiva en la medida que es socialmente internalizada termina por ser una norma de justicia. Las normas descriptivas pueden volverse convenciones estables, como sucede con las normas sociales de tendencias o los códigos de vestimenta. Las convenciones son útiles porque coordinan nuestras expectativas y, a menudo, actúan como signos que facilitan la interacción y la comunicación. Por ejemplo, un grupo de personas puede evitar fumar rutinariamente y esto genera un acuerdo general que desaprueba esta 8 conducta. Una vez se alcanza un acuerdo general público, quien fuma incurre en nuevos costos. No sólo se espera que no se fume, sino que el fumador ocasional incurrirá en el reproche del grupo. Cuando ello ocurre la norma descriptiva ha dado paso a una norma de justeza. También puede pasar que algunas convenciones se prestan a propósitos que ellas no tenían cuando fueron establecidas. Norbert Elias (1994) se refiere al gobierno de la etiqueta y explica cómo las maneras apropiadas de comer y beber fueron desarrolladas para volverse una señal de educación y refinamiento aristocrático, y fueron usadas para excluir a aquellos que no pertenecían a la clase gobernante. 3) En su proceso de conformación y de legitimación las normas sociales no se activan en el vacío normativo sino que determinada norma se convierte en un medio normativo que orienta la conducta de los implicados. Dependiendo de las circunstancias, podemos imitar directamente las acciones o podemos actuar conforme a las elecciones de las personas a nuestro alrededor, o inferimos, por analogía con episodios similares en los que nos hemos encontrado, qué tipo de situación estamos enfrentando. Mucha de esta actividad es inconsciente. Siempre que el ambiente nos focalice en una norma particular, ciertas conductas salientes se relevan como adecuadas en la situación, y nosotros las seguimos. Para entender y predecir la conducta, nosotros necesitamos saber qué tipos de normas sociales encuentran preeminencia en contextos particulares. La posibilidad de usar las normas sociales como explicación o que ocupen un papel predictivo pone obstáculos para desarrollar una teoría de cómo y bajo qué circunstancias las personas enfocan las normas. A menudo, la complacencia de la norma no se sigue de intenciones o planes, es más bien automática. Tal conducta puede estar respaldada, de acuerdo con Kahneman y Tversky (2000), por esquemas apoyados en la conducta repetida así como en otras formas de aprendizaje. Los esquemas contienen sucesiones esperadas de conductas que nos dicen qué esperar y cómo comportarnos en una situación particular. 4) Las normas sociales son contextualmente dependientes. 9 Muchas convenciones se han arraigado en la textura de nuestras vidas y están inmersas en los significados sociales que no podemos ignorar. A diario la vida cotidiana trascurre con normas sociales implícitas que dirigen la manera como hablamos, caminamos, hacemos contacto visual y mantenemos una determinada distancia de otras personas. Pocas veces somos conscientes de estas normas hasta que ellas son transgredidas. Las culturas difieren poniendo límites al espacio personal, pero una vez que son fijados, definen como normal las interacciones personales, ayudando a predecir la conducta de los otros y asignándole significado. Aunque normalmente hay acuerdo dentro de los límites de una cultura sobre qué puede ser una asignación justa o distribución de género particular, los conflictos pueden darse. Un conflicto surge a menudo de interpretaciones diversas de la misma situación: cada una invoca una norma social diferente. Es bastante común para los grupos con intereses contradictorios, no pocas veces en circunstancias de desigualdades sociales abiertas, intentar imponer una lectura de la situación que permite a cada uno beneficiarse de la aplicación de una norma particular. Aquí hay dos fenómenos que demandan explicaciones diferentes: las regularidades en la conducta humana y las circunstancias en las que esta se desenvuelve. Si las explicaciones racionales fallan, nosotros podemos introducir normas, la identidad social o los problemas cognitivos y las desviaciones emocionales. Aun cuando ciertas regularidades conductuales se explican como el producto de presiones normativas, continúa sin ser explicado cómo y por qué tales normas han surgido y qué las hace tan flexibles, es decir, qué induce a las personas a actuar según esas normas. Estas dificultades son importantes porque el proceso de emergencia de una norma social con preeminencia sobre otra, en tejidos sociales débiles y/o sometidos a fuertes presiones de cambio, no es un proceso simple. Tal es el caso de las realidades que suelen ser objeto de intervención social, como las que usualmente convocan acuerdos de cooperación internacional. Los individuos deben poderse enfocarse en una norma o alinearse con ella, es decir, debe haber bastantes señales en el ambiente que hagan una norma prevalezca sobre otras. Ésta advertencia va en contra de una idea errónea de que la sola existencia de una norma compartida induce su aquiescencia en toda clase de situaciones. Por ejemplo, si una parte o subgrupo de un grupo adopta una norma de reciprocidad, entonces esperamos observar reciprocidad en la conducta en una variedad 10 de circunstancias que lo requieran. Pero las normas sociales no son interiorizadas como imperativos genéricos del tipo reciprocidad, justicia o cooperación. Ni siquiera en contextos sociales pequeños existe la obligación genérica de cooperar con extraños respecto a problemas no especificados. Más bien, las normas dependen del contexto y confían en experiencias y percepciones pasadas, junto con las expectativas de la conducta de otras personas. 5) Las normas sociales siguen influyendo en la conducta de los individuos en una sociedad donde la situación es eminentemente anónima. Jon Elster dice que en las sociedades más o menos urbanas, al contrario de lo que ocurre en las comunidades, las normas sociales pierden su poder de influencia sobre la conducta de los individuos. Entre otras razones señala: el desarrollo científico, técnico, económico y social tiende a deteriorar la capacidad de hacer amenazas y promesas creíbles pues mina las normas sociales y reduce el alcance del interés propio de largo plazo. [...] Este argumento histórico sugiere que las sociedades modernas están más seguras y son más frías que sus equivalentes tradicionales. Están más seguras porque se hacen y se llevan a cabo menos amenazas y son más frías porque se hacen y se cumplen menos promesas. La gente es menos violenta, pero también menos servicial y cooperativa. Además, los vínculos de altruismo y solidaridad pueden ser también más débiles (1997:321). Una segunda razón, apunta Elster, por la cual las normas sociales pueden perder su dominio en el mundo moderno es la movilidad social y geográfica, que es inmanente y constitutiva de las sociedades modernas. Cuando las personas pasan la mayor parte del tiempo con extraños, las sanciones exteriores, que son tan importantes para sostener las normas, pierden su fuerza. La incrementada movilidad social tiene dos efectos más. Primero tiende a deteriorar los vínculos de altruismo y solidaridad sencillamente porque las personas no se tratan lo suficiente para que se formen tales vínculos. Segundo, la movilidad social reduce el alcance de argumentos relativos al interés propio de largo plazo. "Generalmente se reconoce que argumentos del tipo tal para cual trabajan mejor en sociedades pequeñas y estables, en las que hay muchas probabilidades de que las mismas personas entren en interacción de forma reiterada. Inversamente, en las sociedades modernas la interacción suele ser demasiado efímera para que las promesas y amenazas implícitas aseguren la cooperación" (1997:322). Por eso, en general, la cooperación se ve favorecida por la poca movilidad social y geográfica en las comunidades pequeñas de tres maneras: 11 al promover la formación de más fuertes lazos emocionales entre los miembros, al suministrar sanciones más efectivas en caso de incumplimiento de promesas y al aumentar el alcance del interés propio a largo plazo. En muchos casos, estos tres mecanismos están inextricablemente entretejidos, pero también pueden darse separadamente. (1997:322). Las amenazas y las promesas son más creíbles cuando las personas entablan sucesivos y reiterados momentos relacionales. Las normas sociales agregan credibilidad tanto a las amenazas como a las promesas. Una tercera razón para creer en el debilitamiento de las normas sociales tiene también que ver con la dinámica de incesantes cambios producidos en la sociedad moderna: Las normas que dicen a las personas lo que deben hacer carecen de fuerza cuando la acción prescrita deja de ser factible, como puede muy bien ocurrir en una situación de fluidez. [...] En una sociedad que está en constante cambio, las nuevas prácticas mismas desaparecerán al cabo de un periodo antes de que nuevas normas sociales hayan tenido tiempo de nacer para regular las nuevas prácticas (1997: 323). Llegados hasta aquí, hagamos referencia a un mito extendido especialmente en el mundo de la sociología que suele contraponer en términos románticos sociedad y comunidad9. La crítica al anonimato y la movilidad en la ciudad, al individualismo y al materialismo de la vida en la gran ciudad, porque supuestamente estas propiedades tendrían efectos destructivos de la moral y la virtud de la vida en comunidad, a menudo obtiene su reconocimiento de una suposición subyacente que puede llamarse el mito de la comunidad (Durkheim, 1996). Su núcleo consiste en la afirmación de que, a la larga, sólo se puede contar con un comportamiento confiable de las personas si están firmemente integradas en comunidades más o menos pequeñas, simples y estables. Las relaciones personales intensas y continuadas en estos grupos pequeños serían el fundamento ideal para el respeto recíproco y la solidaridad. Las relaciones vitales estables y simples harían surgir lazos sentimentales entre los miembros del grupo y favorecerían la transmisión a la siguiente generación de concepciones fundadas en valores sustantivos no materiales. La competencia por bienes escasos no escindiría peligrosamente a las personas y a comunidades enteras si los arreglos y convenciones sociales firmes dejaran poco espacio para los conflictos y las luchas de distribución (Baurmann, 1998). Para trivializar el asunto, se trata del lugar común que sentencia que todo "tiempo pasado fue mejor", con sus estructuras sociales que supuestamente funcionaban bien, en las cuales las personas, en el marco de estrechas relaciones personales, todavía se ayudaban unos a otros y se interesaban por los asuntos comunes 12 sin estar buscando siempre el posicionamiento personal movidos por el comportamiento oportunista. La contraimagen de esta construcción social comunitaria de la vida es la de la atmósfera "fría" e impersonal de la moderna cultura urbana, donde incluso los vecinos siguen siendo extraños; la gente pasa movida por una vorágine que le lleva de un lugar a otro, la proximidad personal es poco frecuente y está siempre amenazada, y los habitantes de esta selva de cemento se preocupan sólo por la supervivencia y las ventajas materiales propias10. Ahora bien, el mito de la comunidad tiene un núcleo de verdad. En una populosa ciudad, es posible contar con una base firme para el comportamiento moral y virtuoso sólo si esta sociedad es socialmente más o menos homogénea y estructurada. Ciertos elementos de las interacciones propias de pequeños grupos, por así decirlo, tienen que estar incorporados en ella. Pero, en otro sentido, el mito de la comunidad yerra al no considerar que dentro de las relaciones y lazos personales estrechos en los pequeños grupos cerrados existe un alto grado de lealtad y solidaridad frente a los otros miembros del grupo. Cuanto más intenso y duradero es el contacto con determinadas personas, tanto mayor son las posibilidades de formarse un juicio de su personalidad y evaluar su carácter, su integridad y el cumplimiento de las normas sociales intra/grupales, y tanto mayor es el riesgo, para quien se aparte de las normas, de ser identificado y excluido. Y tanto más seguro se puede estar que la propia motivación para un comportamiento conforme a las normas sociales obtendrá como contraprestación las conductas correspondientes por parte de los demás, esto es, la emergencia y consolidación de normas sociales de reciprocidad, tan constitutivas del orden social. ¿Qué alcance tendrán las normas sociales que surjan dentro de los límites de estos grupos cerrados y estables? En la medida en que los miembros del grupo sigan siendo los mismos, en que imperen el aislamiento y la inmovilidad entre los grupos existentes y sean firmes los lazos personales intra/grupales, aumentarán los incentivos para establecer una normatividad social grupal particular con un alcance limitado a los miembros del grupo. Los pequeños grupos firmemente estructurados, con reducida movilidad y poca fluctuación de sus miembros, son característicos de las estructuras sociales tradicionales en las cuales ciertas características - la procedencia de la misma 13 etnia, o del mismo lugar, la homogeneidad de experiencias vitales venidas de una misma actividad - vinculan de manera casi indisoluble a determinadas personas. Pero, las normas sociales de los pequeños grupos tendrán un alcance limitado y difícilmente llegaran a ser válidas para un contexto más amplio de forma que adquieran efecto general, al menos en lo que se refiere a la ciudad como proximidad física y de interacción. Ciertamente desde la perspectiva de la comunidad se forjará una moral que privilegie unilateralmente a los miembros del grupo, que discrimina con claridad entre miembros y no miembros y que niega su participación a quienes están afuera (Baurmann, 1998). En contextos urbanos, si las normas sociales de tales grupos no se hacen porosas para asimilarse a pautas más generales de comportamientos cuyo bien común ya no es el interés particular, terminan siendo contraproducentes a la construcción de una cultura ciudadana. El mito de la comunidad ofrece sólo una visión idílica. En realidad, el anonimato, la dinámica y la movilidad de la ciudad moderna constituyen el fundamento para el desarrollo de unas normas sociales con alcance en la totalidad urbana. En este tipo de sociedad, la ausencia de lazos sólidos y arraigados conduce a un cambio más o menos frecuente de grupos sociales y de individuos en interacción y, con ello, también de las personas en las relaciones. En consecuencia, los grupos o asociaciones urbanas que contribuyen a formar cultura ciudadana por lo general no tienen una delimitación estable con respecto a su mundo externo frente a un entorno anónimo; no se aíslan sino que son porosos. Sus miembros fluctúan y no están unidos por lazos inmodificables. Sólo en una sociedad tal, que constituye precisamente la contraimagen de la vida en una comunidad tradicional, generalmente de perfil rural, habrá de surgir la demanda de unas normas sociales universales. La sociedad urbana moderna, con su movilidad y anomia, constituye el fundamento irrenunciable para el surgimiento de normas sociales que permitan predecir de manera probable e intencional la conducta, especialmente cooperadora, entre los habitantes alrededor de una acción colectiva o de unas pautas de convivencia de talante cívica. Esta perspectiva priva al mito de la comunidad de su supuesto encanto, pues no es posible eliminar la movilidad de la sociedad moderna sin levantar barreras más o menos impenetrables entre los grupos sociales. No se puede superar el anonimato de las 14 relaciones sociales sin delimitar el círculo de los socios de cooperación aceptables. En consecuencia, lo que necesita ser explicado no es, por lo pronto, la delimitación y la discriminación sobre la base de unas normas sociales particulares, sino la incorporación y el tratamiento general sobre la base de unas normas sociales de alcance mayor. Una última consideración para cerrar este aparte. La superación y, a menudo, la dolorosa destrucción de los lazos y barreras tradicionales inmanentes a las pequeñas comunidades en la gran ciudad ha sido un presupuesto irrenunciable para el establecimiento empírico de unas normas sociales que respondan a las condiciones de vida que irrumpieron con la modernidad, urbana y citadina, y que se han manifestado indispensables para el mantenimiento de la cohesión social en el mundo urbano. Solo que ese tránsito en las sociedades latinoamericanas además de ser excluyente, violento y acelerado, terminó conformando un híbrido geográfico y cultural que hoy por hoy bordea a las ciudades e irrumpe mayoritariamente contra su orden social, al tiempo que erosionó rápidamente el mundo de valores asociados a la vida en una comunidad rural y el ideal de cualquier otra forma de vida que no fuera la urbana. Paradójicamente, sin embargo, la asimilación de valores urbanos como pauta de vida, incluso en las sociedades agrarias, ha venido aparejada de una revalorización de unas prácticas rurales renovadas, de su hábitat visto como medio con oportunidades de vida y no como fatalidad telúrica, y el rescate de sus modos de vida como alternativas libremente dispuestas y no como condena a los designios del caudillo o gamonal. 6) Las normas sociales son un producto social. La acción colectiva, de clara relevancia en procesos de cambio social, está sujeta a la irrigación – en alcance y persistencia de normas de reciprocidad y normas de cooperación. Hay dos fenómenos que pueden presentarse en un proceso de acción colectiva, tan vitales en la construcción y alcance de objetivos comunes o de procesos de identidad social que construyen cohesión. En ellos las normas sociales tienen una incidencia marcada en la forma como los individuos orientan su conducta: por un lado, pueden llevar a las personas a tener un comportamiento social muy distante de sus preferencias individuales y, por otro, son contextualmente dependientes, y esto tiene implicaciones directas sobre la tecnología de la acción colectiva y los procesos de intervención pública (Schelling, 1978). 15 Indagar en los mecanismos o formas en que las normas sociales pueden orientar la conducta de los individuos nos lleva a preguntarnos por las condiciones necesarias para que determinada(s) norma(s) cobre(n) relevancia y pueda de esta manera guiar las trayectorias de conducta alineadas con las exigencias de una acción colectiva11. Las condiciones son abundantes y complejas. ¿Qué ocurre, por ejemplo, cuando las personas en determinadas circunstancias orientan su conducta por una norma que en realidad quisieran que no existiera o que desapareciera puesto que todos estarían mejor en esa situación? ¿Por qué resultan tan difíciles de imponer las normas sociales de cooperación y reciprocidad?12 Incluso, constituyendo pautas asimiladas de comportamiento en grupos, comunidades y en cuerpos sociales de perfil urbano, ¿por qué son tan débiles de sostener por largo tiempo y basta el menor desliz de algunas condiciones objetivas o subjetivas para que afloren el conflicto y el acto oportunista? Complementando el planteamiento desde otra perspectiva ¿por qué, sin embargo, persisten en el tiempo normas sociales tan anómalas, de escasa utilidad social o de clara afectación del medio ambiente? Desde la perspectiva funcionalista, tales normas son anómalas en la medida en que no parecen cumplir un papel beneficioso para la sociedad a gran escala ni siquiera para los grupos sociales involucrados en su sostenimiento. En la medida que se iguala la persistencia con la eficacia, la permanencia en el tiempo de normas ineficaces es una anomalía. Y, sin embargo, por esto ¿debemos concluir que los individuos escogen a menudo irracionalmente? ¿El ciudadano que arroja desperdicios en un cuerpo de agua aunque él condena esta práctica simplemente es irracional? Tal vez tales prejuicios o falsos juicios que condenan moralmente un comportamiento, expliquen las razones por las cuales la moralización como mensaje de las campañas públicas son inocuas para construir eso que llaman conciencia ambiental o el acatamiento de normas sociales en un contexto urbano que coadyuven en la descontaminación ambiental. Las terapias administrativas o dosis de pedagogía ética ambiental pueden ser una pérdida de tiempo y dinero, sino remueven las reglas de juego – normas sociales entre ellas – que subyacen en las instituciones sociales y que generan los tipos de comportamiento que hoy apreciamos insostenibles en términos ambientales. Si creemos que los individuos son racionales - por lo menos en el sentido elemental, es decir, realizan acciones que consideran es la mejor manera de llegar a 16 cumplir sus metas - si alguien actúa conforme a una norma que detesta, debe haber alguna buena razón para que esto ocurra. Seguramente si revisamos y convenimos en que tales razones son compartidas por la mayoría de quienes puestos en la misma situación se comportarían igual, es posible que hayamos dado con elementos del orden social a partir de los cuales tenemos la oportunidad de renovar nuestro arsenal de políticas, metodologías y mecanismos de intervención de una realidad tan compleja como la que anida en los contextos urbanos y rurales de los países latinoamericanos. 4) NOTA FINAL CONCLUSIVA. Las prácticas productivas construyen prácticas culturales que reflejan valores y normas sociales desde cuya indagación es posible explorar otras posibilidades de explicación distintas a la racionalidad instrumental, de ordinario olvidadas en el marco conceptual desde el que su justifica la intervención administrativa. Las normas sociales se pueden apreciar como un producto y un hecho social. Las normas sociales no están alojadas en los sistemas cognitivos individuales, ni están prescritas en algún orden social de derecho; sino que, por las prácticas de interacción y relacionales de los individuos se mantienen socialmente en los espacios de convivencia en los cuales nos desenvolvemos, hacemos uso de ellas para orientar nuestra acción y esperamos que la acción de los otros esté orientada por estas normas. Aquellas que dan cuenta de las instituciones o reglas de juego que regulan el comportamiento humano ante el medio ambiente en términos de valoración de un ecosistema o de aprovechamiento de un recurso natural, adquieren especial importancia para resaltar la dimensión cultural asociada. Las normas sociales de cooperación en procura de su conservación y/o las normas sociales de reciprocidad en su extracción o aprovechamiento pueden contribuir con la emergencia de una sociedad sostenible ante la crisis ecosocial. Es preciso en consecuencia identificar bajo qué condiciones se auspicia que estas emerjan, mediante que mecanismos se fortalecen y se induce a que gobiernen el comportamiento cooperativo y como potenciar que contribuyan con la sostenibilidad medioambiental. 17 1 En muchas comunidades rurales y micro/sociedades urbanas solo conocen su dimensión autoritaria y represiva. 2 Toda la línea de reflexión y construcción teórica que desde la Economía Institucional ha asumido una profunda revisión institucional de los recursos naturales y que ha construido un discurso riguroso a partir de una visión ecológica de su aprovechamiento económico, guarda un gran potencial de fecundidad científica y de prácticas de gestión e intervención. Para el caso de España ver los trabajos de José Manuel Naredo, Joan Martínez Alier, Federico Aguilera, Oscar Carpintero, entre otros. 3 Al respecto ver los trabajos de Cárdenas J. C. (2002; 2004); Cárdenas y Ostrom (2001); Cárdenas, Maya y López (2003); y de González (2005) en comunidades rurales de Venezuela y Colombia a partir de la aplicación de juegos económicos cooperativos tomados de la Teoría de Juegos no estándar. 4 Sobre el término, es la expresión gorrón la que mas se adapta al contexto idiomático propio ya que hace referencia a alguien que vive por cuenta de otro. En la teoría de juegos free rider se refiere a alguien que no coopera. En el ámbito de la cuenca del Caribe castellano parlante la expresión más adecuada sería la de vividor, esto es, que se vive los esfuerzos de otro; pero en atención al sesgo del término vale acoger el de oportunista cuya segunda acepción de acuerdo con el diccionario de la RAE (XXI edición, 2002) se enlaza con la de la acepción original en inglés. 5 La literatura sobre el tema es abundante. Desde el texto original de Garret Hardin publicado en la revista Science (1968) en el que queda planteado el dilema (mal planteado como bien apunta Aguilera); hasta elaboraciones conceptuales más acabadas como el clásico texto de Olson La Lógica de la Acción Colectiva. Sin embargo, para una crítica de los errores conceptuales vertidos en la mayoría de los trabajos en la literatura económica sobre las formas de propiedad que subyacen en los dilemas de acción colectiva, ver Aguilera (1992) 6 Elster desarrolla ésta idea en sus trabajos posteriores La alquimia de la mente (2002) y Sobre las pasiones (2001). 7 Elster toma el concepto del célebre libro de Schelling (1963) La estrategia del conflicto. Se trata de la norma social que por alguna razón, entre tantas susceptibles de orientación de conducta, cobra preeminencia frente a otras. 8 Tampoco es dable esperar un consenso en el plano conceptual o teórico. Si ocurriera probablemente ha de venir de espacios concretos en los que ha madurado un discurso y unas prácticas contextualmente determinadas. Nuevamente resaltamos en ese sentido la dirección correcta de quienes en el marco de la Economía Ecológica han formulado propuestas integradoras para el caso de los recursos naturales. 9 Aunque los orígenes de este mito hay que rastrearlos en los mismos inicios de la sociología como ciencia, fue el sociólogo alemán Ferdinand Tönnies quien condensó las tesis centrales sobre las que descansa en su libro ya clásico Comunidad y Sociedad (1963). En el ámbito de los programas de cooperación internacional de ayuda a la pobreza existe en muchos de ellos la primacía de intervención en comunidades rurales antes que en el mundo urbano (o suburbano) fundado en tales premisas; haciendo caso omiso al imaginario de progreso simbólica y socialmente construido en tales comunidades representado por los valores y el modo de vida urbanos. 10 Esta concepción atraviesa el imaginario socio/cultural de géneros musicales eminentemente urbanos como la salsa, que acompañó las grandes transformaciones demográficas de migración del campo a la ciudad en el Caribe y Centroamérica desde finales de los años sesenta. 11 La literatura económica y sociológica regularmente se refiere al dilema de acción colectiva. En palabras de Ostrom es el “…problema que enfrentan los apropiadores de Recursos de Uso Común (RUC) (…) respecto de cómo cambiar la situación en la que actúan de manera independiente a otra en que adoptan estrategias coordinadas para obtener mejores beneficios comunes o para reducir sus daños”. (Ostrom 2000:78). Más exactamente, cómo un grupo de personas (usuarios de un recurso natural o beneficiarios de un bien público intangible) que se encuentra en una situación de interdependencia puede organizarse a sí mismo para obtener beneficios conjuntos ininterrumpidos a pesar de la tentación del oportunismo, gorroneo o free-rider como lo denomina la literatura especializada anglosajona. 18 12 Las normas de reciprocidad nos mandan a devolver favores que nos han hecho los demás [Gouldner, A., (1960) The norm of reciprocity, en American Sociological Review, 25, págs. 161-178]. Las normas de cooperación obligan a actuar con sujeción a una pauta de comportamiento con orientación a un resultado colectivo que se estima favorable a todos; no obstante, su realización no está condicionalmente determinada por la obtención de un resultado. BIBLIOGRAFÍA. ELSTER, Jon (1997) El cemento de la sociedad. Barcelona, Gedisa. BAURMANN, M (1998) El mercado de la virtud. Moral y responsabilidad social en la sociedad liberal. Barcelona, Gedisa. DURKHEIM, E., (1996) Clasificaciones primitivas y otros ensayos de antropología positiva. Barcelona, Ariel. ELIAS, Norbert. (1994) El proceso de la civilización. FCE, México. KANHEMAN, D., TVERSKY, A. (2000) Choices, Values, and Frames. Cambridge University Press-Russell Sage Foundation. OSTROM, E., (1999) El gobierno de los bienes comunes. México, FCE. SENETT, R., (1975) Vida urbana e identidad personal: los usos del desorden. Barcelona, Peninsula. SCHELLING, Th., (1978) Micromotives and Macrobehavior. USA: WW. Norton & Company, Inc. 19