¿Cómo estar al servicio de la Iglesia como laicos y en cuánto laicos

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¿Cómo estar al servicio de la Iglesia como laicos y en
cuánto laicos?
Pierre Langeron
Reverendo Señor Cardenal, Monseñor, querida Ewa, querido(a)s,
amigo(a)s,
Con ocasión de Pentecostés, el periódico católico francés La Croix
publicó un dossier que tenía por tema: «Estos laicos que hacen funcionar la
Iglesia». Y debajo del título en primera página, una enorme fotografía : una
mujer anciana que, desde hace 25 años, precisa, prepara un bonito ramo de
flores y lo coloca ante el altar mayor de una iglesia vacía... Conflicto de
fotografías. ¿Es la respuesta a la cuestión que se nos ha planteado esta tarde
? ¿Es el servicio que la Iglesia espera de los laicos ? Y yendo hasta lo
absurdo: ¿se puede imaginar una Iglesia sin laicos ? Hace algunos años, en
Florencia, en la Galería de los Uffizi, un pequeño cuadro medieval llamó
mi atención, con un título que decía más o menos: la ciudad ideal. Se
contemplaba una bella ciudad con sus casas y su Iglesia, en un campo
apacible; hombres y mujeres ocupados en actividades ordinarias de la
ciudad terrestre: labradores en los campos, artesanos en sus talleres,
mujeres en la cocina. Todo respiraba serenidad y armonía, en una dulce luz
dorada. Un bello cuadro, sí; una ciudad completamente cristiana, como
algo perfecto. Sólo una pequeña precisión: allí sólo había monjes y
religiosos... ¡Qué imagen sorprendente de una Iglesia... sin laicos, y sin
posteridad ! Ahora bien, una Iglesia sin laicos es como una escuela sin
alumnos, o como un hospital sin enfermos.
Abandonada esta ilusión simbólica de un artista de la Edad Media,
regresamos a esta evidencia : existen laicos en la Iglesia. Y ya que se trata
de examinar cómo los laicos pueden servir a la Iglesia en cuanto laicos,
comencemos observando nuestra asamblea. Está compuesta casi
exclusivamente de laicos. Sí, los miembros de Institutos Seculares son y
permanecen laicos. Recuerdo con agrado la excelente fórmula de nuestro
viejo amigo Monseñor Dorronsoro: «plenamente laicos y plenamente
consagrados ». Nosotros no somos laicos a mitad, no somos consagrados a
mitad. Es la gran «revolución» de la Provida Mater, para usar los términos
del Padre Beyer. En realidad, hasta entonces un laico que se comprometía
en la vida consagrada, abandonaba su estado de laico y se convertía en
religioso; no se podía ser laico y consagrado, se era uno o lo otro. Desde
1947 en nuestros Institutos, es posible ser laico y consagrado,
comprometerse en la vida consagrada sin tener que abandonar el estado
laical. Pablo VI habló de «la doble realidad de vuestra configuración»[1].
1 Laico al 100%, y consagrado al 100% ; es la maravilla de nuestra vocación,
y tanto peor para los matemáticos. Ser laico no es solamente una manera de
vivir, como un religioso que ejercería una profesión secular y viviría en las
condiciones ordinarias del mundo. Pablo VI lo explicó : «Vuestra
condición existencial y sociológica se convierte en vuestra realidad
teológica y en vuestro camino para realizar la salvación » . Somos
plenamente laicos y plenamente consagrados. No es seguro que en la
Iglesia, en nuestras parroquias, y quizás en nuestros Institutos, esta verdad
ontológica se comprenda siempre bien, ni tampoco que la vivan bien
algunos de nuestros miembros.
Acumular dos estados de vida no es, por otra parte, una novedad en la
Iglesia: es algo evidente a todos, y desde hace tiempo, un sacerdote que se
compromete en la vida consagrada permanece plenamente sacerdote siendo
plenamente franciscano, jesuita u oblato de María Inmaculada. Lo
testimonian los sacerdotes en nuestra asamblea, que son miembros de
Institutos Seculares clericales : son plenamente sacerdotes y plenamente
consagrados : su consagración no disminuye en absoluto su estado clerical.
Después de haber recordado brevemente algunos elementos de
nuestra vocación, podemos abordar el meollo de nuestro tema: «¿Cómo
estar al servicio de la Iglesia como laicos y en cuanto laicos? ». La materia
es inmensa, y yo no soy ni teólogo, ni historiador, ni sociólogo, sino
solamente jurista, profesor de derecho público en la Université d'AixMarseille, en Francia, muy comprometido en mi Universidad, pero también
en las parroquias, en mi diócesis y en las obras sociales o educativas de la
Iglesia. He vivido asimismo como una gran gracia mi participación durante
nueve años en la Oficina de la Conferencia Nacional de Institutos Seculares
de Francia, lugar de comunión fraterna y de intercambios constructivos, así
como órgano motor de numerosas realizaciones a servicio de nuestros
Institutos.
Nuestro tema es como una gran montaña: se puede fotografiar bajo
muchos aspectos sin que se logre agotar. Nuestros Congresos han
desarrollado ampliamente algunos de estos aspectos, como la presencia en
el mundo y la secularidad. Otras Conferencias, por otro lado, han tenido en
cuenta el tema general de nuestro Congreso : « A la escucha de Dios en los
surcos de la historia : la secularidad habla a la consagración ». Además,
teniendo en cuenta el tiempo que se me ha concedido, y para no cansar
vuestra atención en esta tarde calurosa de verano, quisiera sencillamente
tratar, juntamente con vosotros, algunos puntos que, en el contexto actual,
parece que merecen una atención particular y una mayor claridad. Los
reuniré en torno a dos sencillos ejes: los laicos y la Iglesia primero, y a
continuación los laicos y la misión de la Iglesia, haciendo referencia sobre
2 todo a la enseñanza del Concilio Vaticano II, del que celebramos con
alegría el 50 aniversario .
I / LOS LAICOS Y LA IGLESIA
El primer punto de esta conferencia tendrá como centro la Iglesia, y el
lugar de los laicos en la Iglesia. No soy teólogo; no me arriesgaré, pues, a
realizar análisis teóricos, pues superarían ampliamente mis competencias, y
me limitaré, pues, a algunos textos esenciales del Vaticano II.
Para comprender cómo los laicos están llamados a servir la Iglesia, es
necesario considerar una cuestión previa y fundamental : ¿cómo servimos
la Iglesia : desde el interior, o desde el exterior ? O más concretamente,
¿cuál es nuestro lugar exacto como laicos con relación a la Iglesia ?
¿Somos sólo usuarios exteriores de los servicios espirituales y materiales
que nos ofrece la Iglesia ? ¿O somos, más bien, actores en la Iglesia,
aportando a la misma una contribución específica ? Para responder mejor a
esta cuestión, os propongo realizar nuestra reflexión en cuatro tiempos.
¿Qué quiere decir para un laico: servir la Iglesia en cuanto laico ?
Para comprender bien la cuestión, comenzamos lógicamente
preguntándonos qué significa el término «servicio». ¿Qué nos enseña la
etimología ?
La palabra service en francés, service en inglés, servizio en italiano o
servicio en español, procede del latín « servus », que quiere decir : esclavo.
El aspecto pasivo es muy claro: servir, obedecer. El alemán también está
cerca, pero con una etimología diferente: Dienst y bedienen. Hoy día, este
significado original todavía se usa en la lengua corriente : se habla con gran
facilidad del personal de servicio, de una entrada de servicio, de la calidad
del servicio en un restaurante, o también del « servicio militar »
(Wehrplicht en alemán, con la añadidura de la dimensión del deber que se
ha de cumplir). En esta primera perspectiva, el laico a servicio de la Iglesia,
aparece en primer lugar como aquel que obedece a las autoridades de la
Iglesia.
Sigamos el análisis de la palabra «servicio ». El término servus se ha
enriquecido de otros sentidos nuevos, como sucedió con muchos otros en
tiempos del imperio romano de Oriente, que se hizo oficialmente cristiano
después del edicto de Tesalónica en el 380. Así como imperium se
convirtió en ministerium (de ahí el calificativo de ministerios en la Iglesia,
por ejemplo), así el servitium se convirtió en una función, en una
responsabilidad al servicio de otros. Hoy día, por ejemplo, se habla sin
equívocos de servicio público: el de la educación, de la salud, del
3 transporte, etc.; servicio público significa antes de nada servicio de lo
público, ¡aunque, lamentablemente, no siempre es verdad en la práctica! En
esta segunda perspectiva, el laico al servicio de la Iglesia asume una
función activa en beneficio de otros miembros de la comunidad de
creyentes.
La palabra « servicio » tiene, pues, dos significados, que es necesario
conocer y distinguir bien. Tomemos el ejemplo de una escuela: los hijos y
sus padres son generalmente consumidores de la formación que se da y de
los servicios que se ofrecen. Pero en ciertos países y en ciertas culturas, los
padres y las autoridades locales, a veces también los hijos, son actores de la
escuela, asociados a las elecciones pedagógicas, culturales e incluso
económicas. Se trata menos de un reparto de la autoridad, que de una
participación en su ejercicio, con una contribución específica.
Los laicos y la estructura de la Iglesia
En un segundo momento de nuestra reflexión, y partiendo de los dos
sentidos de la palabra « servicio », preguntamos cuál es la Iglesia a la que
los laicos están llamados a servir en cuanto laicos.
En la Constitución dogmática Lumen Gentium, la Iglesia se presenta
en primer lugar como un misterio, con imágenes que pueden ayudar a
ilustrarlo: edificación, templo, redil, familia, campo de Dios, etc. La iglesia
se presenta también como pueblo de Dios, la multitud de hombres que
creen en Cristo (christifideles) y que han sido bautizados. La Iglesia es el
Cuerpo místico de Cristo, una comunidad espiritual de fe, esperanza y
caridad.
Pero es también una asamblea visible, una sociedad organizada según
un principio jerárquico : «Para apacentar el Pueblo de Dios y acrecentarlo
siempre, Cristo Señor instituyó en su Iglesia diversos ministerios,
ordenados al bien de todo el Cuerpo (...), a fin de que todos cuantos
pertenecen al Pueblo de Dios (...) alcancen la salvación (...)» .
Encontramos aquí el aspecto más conocido y más visible de la Iglesiainstitución : la distinción de clérigos y laicos. Todos sabemos que el
conjunto de los clérigos está estructurado en tres niveles: en primer lugar el
colegio de los obispos, con su cabeza el Papa; después los sacerdotes, que
son los colaboradores de los obispos en el ejercicio de su cargo; y
finalmente los diáconos. Todos los demás miembros de la Iglesia son
laicos. Ya clérigo, ya laico : sive clericos, sive laicos, según la forma
tradicional. Un laico es, pues, aquel que no es clérigo. Esta definición
negativa del laico justifica cierta visión clerical de la Iglesia, que ha
marcado siglos de nuestra historia: la Iglesia, la constituyen en primer lugar
4 y sobre todo los clérigos. El lenguaje corriente ha conservado, por otra
parte, numerosas huellas: en francés, por ejemplo, todavía se habla con
facilidad de «persona de Iglesia» o de «bienes de Iglesia ». Y en algunas
asambleas dominicales, la oración universal menciona a la Iglesia y sus
pastores, después a los fieles, como si los fieles no fueran también Iglesia.
Este planteamiento institucional ha engendrado una extraña VISIÓN
de la Iglesia, la imagen de una construcción original. En primer lugar, una
pirámide, bien estructurada, con los tres niveles que hemos recordado. En
la base de esta pirámide y distinta de ella, la masa informe de los fieles.
Finalmente, y al lado, en una situación un poco compleja, el conjunto de
religiosas y religiosos. De aquí este lugar de los laicos en la Iglesia, que un
Papa había resumido claramente: «Nadie puede ignorar que la Iglesia es
una sociedad desigual, en la que Dios ha destinado a unos a mandar y a
otros a obedecer. Los primeros son los clérigos, y los segundos son los
laicos». Estas palabras son de Gregorio XVI, en la mitad del siglo XIX.
Expresan muy bien, para los laicos, el primer sentido de la palabra
«servicio » que nosotros hemos puesto de relieve: servir es obedecer.
En esta lógica, el servicio de los laicos se reduce al servicio de la
institución Iglesia; lo que muchos sociólogos han podido llamar
clericalismo. A partir de la Edad Media occidental, los mismos Papas han
reivindicado esta autoridad primera de los clérigos sobre los laicos y sobre
toda la sociedad civil. La mejor ilustración de ello ha sido dada por «la
teoría de las dos espadas», en parte inspirada por San Bemardo: «En la
Iglesia y en su poder, hay dos espadas (es decir, dos poderes), el espiritual
y el temporal. Ambos son poder de la Iglesia. El primero debe ser utilizado
por la Iglesia, y el segundo para la Iglesia. Uno por el sacerdote, y el otro
por el rey y el soldado, pero de acuerdo y por orden del sacerdote» . Estas
palabras muy oficiales del Papa Bonifacio VIII, al inicio del siglo XIV,
ilustran esta voluntad y, con frecuencia, esta práctica de la Iglesia de
ejercer su poder sobre la sociedad temporal y sobre la actividad de los
laicos. Aquí, la noción de obediencia es lo primero, la actividad de los
laicos sólo se puede ejercer en el marco y bajo la autoridad de los clérigos.
En filosofía política, este planteamiento medieval se ha calificado de
«agustinismo político», seguramente refiriéndose a San Agustín, o más
sencillamente de « sacerdotalismo ». Ha impregnado fuertemente nuestra
historia y nuestra cultura en Occidente, incluso hasta nuestros días. He aquí
algunos ejemplos :
- durante la Edad Media, los Papas ponían y quitaban reyes y
emperadores ; la historia de Alemania o de Sicilia, por ejemplo, ha estado
profundamente marcada en este sentido; -entre los errores enumerados en
5 1864 por el bienaventurado Papa Pío IX en el célebre Syllabus: toda
separación entre la Iglesia y el Estado está condenada, porque la Iglesia
perdería entonces su poder y su influencia sobre el Estado (no. 55); -la
sociedad de Québec vivió durante mucho tiempo en la estrecha
dependencia del clero, incluso en las cuestiones estrictamente personales y
familiares ; este largo período a veces se critica hoy día como «el tiempo de
la grande negrura»; - en la Italia de la post guerra, caracterizada por la
existencia de dos grandes partidos, la Democracia cristiana y el Partido
comunista, los obispos no dudaban en iluminar a sus fieles recordándoles
con insistencia, en el momento de las elecciones, que estaban en una
democracia y que ellos eran cristianos...; -es preciso recordar, finalmente,
que la tarea de la catequesis ha sido durante mucho tiempo monopolio de
clérigos y religiosos, los laicos no se juzgaban seguros, aunque estuvieran
bien formados.
Se podría añadir todavía que hoy, en algunos países de vieja
cristiandad, en los que la importancia de la Iglesia continúa disminuyendo,
se constata como una vuelta de este clericalismo. Para algunos jóvenes
sacerdotes por ejemplo, es una respuesta comprensible a la necesidad de
reforzar una identidad amenazada. Para otros, a veces, alimenta la
esperanza de un regreso a una pirámide de autoridad, en la que los laicos se
convertirían en fieles ejecutores.
Se observa finalmente que esta visión clerical de la Iglesia ha sido
diversamente actuada en los países en los que el cristianismo se implantó
más tarde. Con frecuencia los misioneros occidentales la han llevado con
ellos por convicción o por necesidad. Por el contrario, a veces han sido los
laicos los que han llevado la llama de la Iglesia durante más tiempo, como
en Corea o Japón.
Sea como sea, una de las primeras tareas de los laicos sigue siendo
comprometerse en las diversas actividades de sus parroquias, de sus
diócesis y de sus movimientos. ¿Pero este servicio es el único y el más
importante para un laico?
Los laicos y la Iglesia según el Vaticano II
Hemos recordado, al inicio, los dos sentidos de la palabra servicio, y
acabamos de ver una ilustración limitadora. Consideremos ahora la
verdadera eclesiología que el Concilio nos recuerda con claridad. En la
Lumen Gentium, en efecto, el principio de la constitución jerárquica de la
Iglesia ciertamente se recuerda, pero se aclara, interpreta, como una
comunión de servicios entre los clérigos y los laicos. Por una parte, «los
ministros que poseen la sacra potestad están al servicio de sus hermanos» .
Por otra parte, los laicos están al servicio de toda la Iglesia: «Los sagrados
6 Pastores reconozcan y promuevan la dignidad y responsabilidad de los
laicos en la Iglesia. Recurran gustosamente a su prudente consejo,
encomiéndenles con confianza cargos en servicio de la Iglesia y denles
libertad y oportunidad para actuar ( ... ) » . La pirámide existe
ciertamente; pero se sitúa en un marco de relaciones y de servicios
recíprocos.
El bienaventurado Juan Pablo II desarrolló claramente esta imagen de
la Iglesia comunión en su Exhortación sobre los laicos : «La comunión
eclesial se configura, más precisamente, como comunión orgánica,
análoga a la de un cuerpo vivo y operante. En efecto, está caracterizada
por la simultánea presencia de la diversidad y de la complementariedad de
vocaciones y condiciones de vida, de ministerios, de carismas y de
responsabilidades. Gracias a esta diversidad y complementariedad, cada
fiel laico se encuentra en relación con todo el cuerpo y le ofrece su propia
aportación» .
Para nosotros, miembros de Institutos Seculares, Pablo VI comentaba
también: «Los Institutos Seculares se deben encuadrar en la perspectiva
que el Concilio Vaticano II ha definido para presentar la Iglesia: como
una realidad viva, visible y espiritual en su conjunto, (...) compuesta de
muchos miembros y órganos diversos, pero íntimamente unidos y que se
comunican entre sí, participando en la misma fe, en la misma vida, en la
misma misión, en la misma responsabilidad, y, sin embargo, distintos por
un don, un carisma particular del Espíritu vivificador (...) » .
A esta comunión de vocaciones y de servicios, la Lumen Gentium
añade la igualdad de todos los fieles de Cristo : «El Pueblo de Dios, por Él
elegido, es uno (...). Es común la dignidad de los miembros, que deriva de
su regeneración en Cristo; común la gracia de la filiación; común la
llamada a la perfección. (...) Existe una auténtica igualdad entre todos » .
Comunión de servicios, igualdad de todos los fieles; queda la misión
de la Iglesia. El decreto conciliar sobre el Apostolado de los laicos explica:
«En la Iglesia hay variedad de ministerios, pero unidad de misión. A los
Apóstoles y a sus sucesores les confirió Cristo el encargo de enseñar, de
santificar y de regir en su mismo nombre y autoridad. Mas también los
laicos, hechos partícipes del ministerio sacerdotal, profético y real de
Cristo, cumplen su cometido en la misión de todo el pueblo de Dios en la
Iglesia y en el mundo » . Los laicos, pues, como los clérigos, están
plenamente al servicio de la misión de la Iglesia en el mundo, cada uno
según su estado. Volveremos sobre el particular en la segunda parte de esta
conferencia.
Una última observación sobre esta relación entre los diversos
7 miembros de la Iglesia. Es necesario reconocer que la eclesiología
renovada del Vaticano II ha engendrado a su vez excesos, en una dirección
opuesta a los excesos precedentes. Olvidando la estructura jerárquica de la
Iglesia o minimizándola, algunos laicos han laicizado de alguna manera la
Iglesia, y han llegado a afirmar, por ejemplo, en Austria: «wir sind die
Kirche»; traduzco: nosotros los laicos somos la Iglesia. Dicha
reivindicación está completamente equivocada: ¡no hay Iglesia sin clérigos!
Con mucha finura y habilidad, el santo Padre Benedicto XVI respondió en
su último viaje a Alemania : «wir alle sind die Kirche» ; traduzco : ¡todos
nosotros somos la Iglesia, laicos y clérigos! A un nivel más modesto, se
puede encontrar la misma desviación en parroquias, y yo conozco en
Francia algunas en las que el párroco no decide absolutamente nada sin el
acuerdo de los laicos: es toda la comunidad la que ejerce la responsabilidad
pastoral y material. Es necesario admitir que la grave penuria de
vocaciones favorece a veces estas soluciones alternativas. Existen también
parroquias y diócesis inmensas en ciertos continentes, que tienen muy
pocos sacerdotes: se puede comprender la asunción de responsabilidades
pastorales más grandes por parte de los laicos, y también por parte de
miembros de Institutos Seculares. ¿Es necesario preocuparse mucho por
estas prácticas ? Existe en sociología una ley de buen sentido, la ley del
balancín: un movimiento excesivo en un sentido engendra un movimiento
casi también excesivo en el otro sentido; con el tiempo, el balancín se
acerca poco a poco al equilibrio. Quizás es necesario que este movimiento
se invierta para evitar volver demasiado atrás.
Los tria munera
Para comprender bien el lugar y el servicio de los laicos en la Iglesia,
nos falta por ver un aspecto esencial que los especialistas llaman: los tria
munera. En efecto, por su bautismo los laicos participan de la triple función
de Cristo y de la Iglesia: función sacerdotal, función profética y función
real . ¿De qué manera? El Vaticano II y la Exhortación de Juan Pablo II
sobre los laicos lo precisan:
-La función sacerdotal; «Todas las obras de los laicos, sus oraciones
e iniciativas apostólicas, la vida conyugal y familiar, el cotidiano trabajo,
el descanso de alma y de cuerpo, si son hechos en el Espíritu, e incluso las
mismas pruebas de la vida - si se sobrellevan pacientemente - se convierten
en sacrificios espirituales, aceptables a Dios por Jesucristo, que en la
celebración de la Eucaristía se ofrecen piadosísimamente al Padre junto
con la oblación del cuerpo del Señor. De este modo, también los laicos,
como adoradores que en todo lugar actúan santamente, consagran el
mundo mismo a Dios » . Seleccionemos los tres componentes: lugar central
de la Eucaristía, dimensión espiritual de toda la vida ordinaria, y,
8 finalmente, consecratio mundi, la consagración del mundo; este concepto
clave ilumina toda nuestra vida y nuestra misión de laicos en la Iglesia;
lamentablemente se conoce poco y no siempre se comprende bien. Para
nosotros, miembros de Institutos Seculares, Pablo VI explicaba: «Un
campo inmenso se abre a vuestra doble misión: por una parte vuestra
santificación personal, es decir vuestra alma, y por otra parte la
consecratio mundi, tarea muy delicada y atrayente, como bien lo sabéis
vosotros; es decir el campo del mundo; del mundo humano, tal como es,
con su inquieta y seductora actualidad, con sus virtudes y sus pasiones,
con sus posibilidades para el bien y su gravitación hacia el mal» .
-La función profética : los laicos la ejercen en primer lugar con el
testimonio de su vida, «para que la virtud del Evangelio brille en su vida
diaria, familiar y social» . La ejercen también con la palabra en su familia,
en su ambiente de trabajo y en los diversos compromisos sociales y
pastorales ; de esta forma los laicos pueden participar plenamente en las
actividades de catequesis, una vez formados debidamente. Pueden,
finalmente, asumir tareas de acompañamiento espiritual, tarea que no está
reservada a los clérigos: piénsese en primer lugar en todas las religiosas
que tienen responsabilidad en sus congregaciones, pero también en laicos
como Chiara Lubich en Italia, fundadora de los focolares, como Marthe
Robin en Francia, fundadora de los Hogares de caridad, o como Jean
Vanier en Canadá, fundador del Arche.
-La función real : corresponde a los laicos contribuir a establecer el
Reino de Dios en el mundo. «Igualmente coordinen los laicos sus fuerzas
para sanear las estructuras y los ambientes del mundo cuando inciten al
pecado, de manera que todas estas cosas sean conformes a las normas de
la justicia y más bien favorezcan y no obstaculicen la práctica de las
virtudes. Obrando de este modo, impregnarán de valor moral la cultura y
las realizaciones humanas. Con este proceder simultáneamente se prepara
mejor el campo del mundo para la siembra de la palabra divina, y a la
Iglesia se le abren más de par en par las puertas por las que introducir en
el mundo el mensaje de la paz » .
Para concluir este primer punto sobre los laicos y la Iglesia, conviene
recordar que ser laico, no es solamente una condición sociológica o un
simple estado de hecho en la Iglesia. En la Exhortación apostólica
Christifideles laici, el bienaventurado Juan Pablo II desarrolla una
magnífica teología del laicado. Utilizando la parábola evangélica de los
obreros de la viña, comienza subrayando que el estado laico no es un
estado por defecto (es laico quien no es clérigo), sino un estado positivo en
el que cada uno recibe una llamada particular por parte del Dueño de la
viña: «todos están llamados a trabajar en la viña». Existe ciertamente una
9 vocación laica, así como una vocación sacerdotal o religiosa. Dios dirige
esta vocación a todos los laicos; y es necesario saberlo, comprenderlo y
responder enseguida. ¿Tenemos suficiente conciencia de esta vocación,
también en nuestros Institutos? ¿Se podría incluso sugerir que a
continuación del año sacerdotal, que se celebró ampliamente en 2009 /
2010, haya pronto en la Iglesia universal un año del laicado ? ¿Qué pensáis
? Este sería un proyecto que nuestros Institutos podrían apoyar... II Los
laicos y la misión de la Iglesia
Una vez examinado el puesto y el estatuto de los laicos en la Iglesia,
podemos en un segundo momento de nuestra reflexión común
interrogarnos sobre la parte de los laicos en la misión de la Iglesia. ¿Cuál es
la especificidad y el objeto de su participación ? Y ¿cuál es la amplitud de
su responsabilidad ?
Una vez más os ruego que perdonéis mi incompetencia en materia de
teología. También para expresar sencillamente la misión de Cristo y de la
Iglesia en su importancia universal y cósmica, me limitaré a citar a San
Pablo : el Padre « nos da así a conocer el misterio de su voluntad según el
benévolo designio que en Cristo se propuso de antemano, para realizarlo
en la plenitud de los tiempos: hacer que todo tenga a Cristo por cabeza, lo
que está en los cielos y lo que está en la tierra » . Éste es el gran misterio
de nuestra fe cristiana: la obra de la redención y de la salvación.
La misión de la Iglesia
El Concilio explicita claramente esta misión de toda la Iglesia : «La
obra de la redención de Cristo, que de suyo se refiere a salvar a los
hombres, comprende también la restauración incluso de todo el orden
temporal. Por tanto, la misión de la Iglesia no es sólo anunciar el mensaje
de Cristo y su gracia a los hombres, sino también el impregnar y
perfeccionar todo el orden temporal con el espíritu evangélico » . Este
texto es esencial para nuestro tema. Está en el centro del Decreto sobre el
Apostolado de los Laicos, en el número 5. Merece ser comentado
detalladamente. Comencemos poniendo de relieve juntos su estructura :
-En primer lugar, un fin: la obra de redención de Cristo ; se trata de la
dimensión teleológica, y también aquí escatológica, de la misión de Cristo
y de la Iglesia; no es un fin particular, sino un fin general, global,
esencial. - A continuación, y para lograr este fin, dos caminos
complementarios : la salvación de los hombres por una parte, y la
restauración del orden temporal por otra; volveremos sobre este punto
luego. - Finalmente, dos series de actores: el texto permite distinguir la
responsabilidad respectiva de los clérigos y de los laicos : corresponde en
primer lugar a los clérigos anunciar a los hombres el mensaje de Cristo y su
10 gracia, mediante la predicación y los sacramentos; y a los laicos
corresponde en primer lugar impregnar y perfeccionar el orden temporal
con el espíritu evangélico.
Este mismo texto nos permite a continuación profundizar el servicio
que los laicos pueden asumir en la Iglesia. Tomaré aquí tres elementos
útiles para nuestra reflexión.
I/ La misión común de toda la Iglesia: existe una sola misión, pero
tiene dos objetos distintos. Los campos y los medios son diversos, pero
existe un único fin. El decreto sobre el Apostolado de los Laicos precisa a
este respecto: « Por más que estos dos órdenes sean distintos, se
compenetran de tal forma en el único designio divino, que el mismo Dios
quiere hacer de todo el mundo una nueva creación en Cristo,
incoativamente aquí en la tierra, plenamente en el último día » . Parece,
pues, claro. Pero en el tiempo y en el espacio, la misión de la Iglesia no
siempre se ha percibido de esta forma. Por ejemplo, en los últimos siglos la
Iglesia católica ha encontrado mucha hostilidad: persecuciones en Japón,
en Vietnam o en China, Revolución francesa, Kulturkampf alemán, guerra
de los Cristeros en México, antic1ericalismo italiano, guerra de España,
etc. Con frecuencia la Iglesia se repliega en su misión espiritual: la liturgia,
los sacramentos, la oración y las devociones, las peregrinaciones, la moral
personal, familiar y sexual. Un gran jesuita, Michel de Certeau, ha hablado
de una «Iglesia fuera de la historia » - esto era menos cierto en los países de
misión.
Este planteamiento limitativo de la vida cristiana todavía existe. Hoy,
por ejemplo, se encuentran en varios continentes numerosas poblaciones
muy creyentes y practicantes, pero que a veces reducen su vida cristiana a
esta dimensión demasiado exclusivamente espiritual y sacramental. El mes
de marzo del 2012, en el avión que lo llevaba a México, nuestro Papa
Benedicto XVI evocó esta situación. Con la gran valentía de la verdad que
lo caracteriza, se atrevió a calificarla de esquizofrenia: «Se nota en América
Latina, pero también en otras partes, cierta esquizofrenia en algunos
católicos entre moral individual y moral pública. En la esfera privada, son
católicos y creyentes a título personal. Pero en la vida pública siguen otros
caminos que no corresponden a los grandes valores del Evangelio,
necesarios para la fundación de una sociedad justa. Por consiguiente, es
necesario educar a superar esta esquizofrenia, a educar no sólo a una
moral individual, sino también a una moral pública, y es lo que nosotros
tratamos de hacer con la doctrina social de la Iglesia » .
Permitidme que traiga un ejemplo personal. Un miembro de mi
Instituto es de Filipinas. Trabaja en Manila en una gran empresa. Esta
11 empresa fue objeto un día de un control fiscal y debió pagar una multa
bastante grande. El inspector le dijo claramente que podía anular esta
multa, si se le pagaba discretamente, en billetes de banco, una cantidad a
negociar. Insistió durante bastante tiempo; finalmente, se puso nervioso y
dijo: « ¡es necesario concluir antes de 17 horas, porque después yo voy a
la Iglesia para el Via Crucis y para la Misa»...!
Para ayudar a precisar la misión de la Iglesia y, por tanto, la de los
laicos, el Concilio toma de nuevo el tema de San Agustín y recuerda
claramente esta «compenetración de la ciudad terrestre y de la ciudad
celeste » : « El divorcio entre la fe y la vida diaria de muchos debe ser
considerado como uno de los más graves errores de nuestra época. ( ... )
No se creen, por consiguiente, oposiciones artificiales entre las
ocupaciones profesionales y sociales, por una parte, y la vida religiosa por
otra. El cristiano que falta a sus obligaciones temporales, falta a sus
deberes con el prójimo; falta, sobre todo, a sus obligaciones para con Dios
( ... ) » . El texto anima a continuación a los cristianos a realizar una
síntesis vital entre los dos campos, espiritual y temporal.
La Iglesia y su misión sólo pueden comprenderse en la perspectiva de
la Encarnación
2/ La salvación de los hombres: detrás de la banalidad aparente de
esta expresión muy conocida, hay una gran verdad que el Concilio ha
aclarado. En efecto, hasta entonces era habitual en la Iglesia hablar de
almas más que de hombres. ¿Habéis notado esta pequeña diferencia en las
palabras? Antes se decía fácilmente que era necesario salvar las almas,
llevar las almas a Dios, etc. Desde el Vaticano II, la Iglesia habla sobre
todo de hombres. Porque entra toda la antropología cristiana en esta
cuestión de vocabulario. La Iglesia recuerda con fuerza que el hombre es «
una unidad de cuerpo y alma » Es quizás el bienaventurado Juan Pablo II
quien mejor ha expresado este misterio, con la fuerza y el poder habitual de
sus fórmulas. Desde su primera encíclica, Redemptor hominis, destaca en
un sólo párrafo : «se trata del hombre real, del hombre concreto, histórico,
del hombre entero, de todo el hombre, del hombre en su plena dimensión,
en toda su verdad, en su realidad humana, éste es el camino de la Iglesia » .
Para medir bien el alcance de esta observación, mencionaré con
agrado dos ejemplos un poco extremos ; pero por esta razón son muy
reveladores. Hace algunos años en una revista católica, se descubrió la
actividad de una congregación misionera en Calcuta a finales del siglo
XIX. Tenía como misión principal bautizar a los niños que morían en las
calles. De los informes redactados para la casa general, se mencionaban
regularmente el número de niños que así habían sido enviados al paraíso.
12 Sí, las almas estaban salvadas. Pero yo me pregunto si no era necesario
salvar en primer lugar los cuerpos y alimentar a estos niños. Un siglo más
tarde, la bienaventurada Madre Teresa de Calcuta no trataba de bautizar a
todos los moribundos que ella acogía; los asistía en Kalighat. Segundo
ejemplo extremo: No hace mucho tiempo, en la capellanía universitaria en
la que yo trabajo desde hace más de 25 años, un estudiante muy creyente
manifestó su posición sobre los jóvenes afectados por SIDA: «han pecado,
que se confiesen, y que le vamos a hacer si mueren: sus almas se salvarán
». Palabras terribles de alguien encerrado en sus convicciones, y que cortan
como una hoja de cuchillo.
Es, pues, «el hombre, todo el hombre », para tomar la célebre fórmula
de Pablo VI , a quien la Iglesia debe tener en cuenta y que es el objeto de
su misión y de su caridad pastoral.
3/ Perfeccionar el orden temporal con el espíritu evangélico: el texto
que comentamos indica tres campos para la misión de la Iglesia
-difundir la gracia de Cristo: mediante el medio principal de los
sacramentos; esta participación en la función sacerdotal de Cristo
corresponde evidentemente a los clérigos; - anunciar a los hombres el
mensaje de Cristo: esta participación en la función profética de Cristo es
compartida entre los clérigos y los laicos; - restaurar todo el orden temporal
e impregnarlo y perfeccionarlo con el espíritu evangélico: esta
participación en la función real de Cristo corresponde exclusivamente a los
laicos. Este último punto alimentará todavía nuestra reflexión ; merece a su
vez algunos desarrollos.
El Concilio explica: «Es preciso, con todo, que los laicos tomen como
obligación suya la restauración del orden temporal ( ...) Todo lo que
constituye el orden temporal, a saber, los bienes de la vida y de la familia,
la cultura, la economía, las artes y profesiones, las instituciones de la
comunidad política, las relaciones internacionales, y otras cosas
semejantes, y su evolución y progreso, no solamente son subsidios para el
último fin del hombre, sino que tienen un valor propio, que Dios les ha
dado » .
Para Dios, para la Iglesia y para cada uno de nosotros, el mundo tiene,
pues un valor propio. ¿Somos suficientemente conscientes de ello ? La
Iglesia ha percibido el mundo, demasiado frecuentemente de forma
negativa, como el reino del demonio y del pecado: « Si el mundo os odia,
sabed que a mí me ha odiado antes que a vosotros; vosotros no sois del
mundo, por eso os odia el mundo (...) el príncipe del mundo está juzgado »
. Sin olvidar que el mismo San Juan nos dice también : « Porque tanto amó
Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que crea en El
13 no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su
Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por
él » .
Desde su introducción, la constitución Gaudium et Spes nos invita a
esta visión grandiosa y magnífica del mundo que reconcilia estos dos
aspectos : «Tiene pues, ante sí la Iglesia al mundo, esto es, la entera
familia humana con el conjunto universal de las realidades entre las que
ésta vive. ( ...) El mundo esclavizado bajo la servidumbre del pecado, pero
liberado por Cristo, crucificado y resucitado, roto el poder del demonio,
para que el mundo se transforme según el propósito divino y llegue a su
consumación» .
Esta perspectiva destacada por el Concilio aclara en profundidad la
responsabilidad particular de los laicos en la Iglesia : «A los laicos
corresponde, por propia vocación, tratar de obtener el reino de Dios
gestionando los asuntos temporales y ordenándolos según Dios. ( ... ) Allí
están llamados por Dios, para que, desempeñando su propia profesión
guiados por el espíritu evangélico, contribuyan a la santificación del
mundo como desde dentro, a modo de fermento. ( ...). Por tanto, de manera
singular, a ellos corresponde iluminar y ordenar las realidades temporales
a las que están estrechamente vinculados, de tal modo que sin cesar se
realicen y progresen conforme a Cristo y sean para la gloria del Creador y
del Redentor » .
La doctrina social de la Iglesia
¿Cómo, pues « restaurar el mundo según el Evangelio », para tomar
de nuevo la bellísima fórmula del bienaventurado Juan Pablo II? Si el
Magisterio cita en primer lugar la vida familiar y la esfera de la vida
privada de cada uno de nosotros, insiste igualmente en su aspecto
colectivo, social -en el sentido amplio. Y aquí es preciso mencionar el
papel y la importancia de la doctrina social de la Iglesia. En realidad, desde
hace más de un siglo, la Iglesia, madre y educadora, Mater et Magistra,
como afirmaba el bienaventurado Papa Juan XXIII, ilumina nuestra mirada
y orienta nuestra acción de laicos en el mundo. Esta enseñanza ha estado
marcada en sus inicios por la encíclica Rerum Novarum de León XIII, en
1891. Y a continuación se ha desarrollado considerablemente. Abarca hoy
día casi todos los aspectos de la vida en sociedad : el trabajo, la paz y el
desarrollo, los derechos de la persona, el desorden del comercio
internacional y de la finanza mundial, la protección del medio ambiente,
etc. Su expresión más reciente es la gran encíclica del Papa Benedicto XVI:
Caritas in Veritate.
No se trata de examinar detenidamente esta tarde juntamente con
14 vosotros este inmenso tesoro. Pero para enriquecer nuestra reflexión sobre
la misión de los laicos en la Iglesia, citaré sencillamente la definición
sintética de toda esta enseñanza: «La doctrina social de la Iglesia propone
principios de reflexión, extrae criterios de juicio, da orientaciones para la
acción » . Tomemos cada uno de estos tres elementos:
-La Iglesia propone principios de reflexión: la Escritura y la Tradición
de la Iglesia nos ofrecen principios seguros y fundamentales, como la
dignidad de la persona humana, las exigencias de la justicia, de la verdad y
de la caridad, la busca del bien común, etc. Encontramos expuestos estos
principios en grandes documentos, como Pacem in Terris, Populorum
Progressio, Laborem Exercens, Evangelium Vitae, etc.
-Aplicados a situaciones concretas, estos principios permiten extraer
criterios de juicio. Pío XI por ejemplo, en el sombrío contexto de 1937,
analiza los fundamentos del comunismo y del nacionalismo (Divini
Redemptoris y Mit brennender Sorge). Después de la caída del muro de
Berlín y el derrumbamiento del bloque soviético, el bienaventurado Juan
Pablo II propone su análisis de la nueva situación mundial (Centessimus
Annus, 1991). Nuestro Papa Benedicto XVI presenta en 2009 un análisis
valiente y lúcido de los excesos del capitalismo mundial y del
individualismo liberal, y sus consecuencias (Caritas in Veritate ).
-El Magisterio dona finalmente orientaciones para la acción. En
situaciones concretas, las autoridades pueden invitar a los cristianos a
actuar juntos en un sentido determinado. Pensemos en la extraordinaria
resistencia de la Iglesia de Polonia en tiempos del comunismo, bajo la
dirección del Cardenal Vizinsky. Pensemos en la lucha contra las leyes que
favorecen el aborto o el matrimonio homosexual, en España y en otras
partes. Pensemos en el combate contra la corrupción, las injusticias y la
droga, en muchos países del mundo.
Esta doctrina social de la Iglesia aclara y orienta la misión de los
laicos en el mundo; pero no la determina. En realidad, no existe un régimen
político cristiano, una economía cristiana, una pedagogía o una medicina
cristiana. Pero existe una manera cristiana de hacer política, economía,
pedagogía o medicina. ¿Habéis observado los tres verbos utilizados en esta
definición? « proponer », « extraer », « donar ». No so imperativos. Por el
contrario, abren a la diversidad de respuestas posibles, al pluralismo que no
siempre ha sido bien aceptado en la práctica de los cristianos. ¡Y con todo!
Hace un siglo y medio, por ejemplo, en una Francia muy monárquica,
se les prohibió a los católicos apoyar una República heredada de la
Revolución; en la misma época en Italia, se les prohibió a los católicos
apoyar la monarquía que acababa de anexionarse Roma. O todavía, durante
15 la segunda guerra mundial en Europa, había obispos y católicos en los dos
campos. Así mismo hoy día, si la Conferencia Episcopal de Estados Unidos
ha tomado una posición contra las armas nucleares, quizás es la única.
Este pluralismo de posibles elecciones aclara la responsabilidad
personal de cada laico en el mundo, un campo en el que el Concilio
reconoce la justa autonomía de las realidades temporales: «Una tal
exigencia no sólo la reclaman imperiosamente los hombres de nuestro
tiempo. Es que además responde a la voluntad del Creador» . Libertad y
responsabilidad de los laicos. Pablo VI lo recordaba a los miembros de los
Institutos Seculares : « La primera actitud que se ha de tener ante el mundo
es el respeto de su autonomía legítima, de sus valores y de sus leyes » .
Pero esta autonomía no significa independencia : las cosas creadas
dependen de Dios, y los hombres no pueden disponer de ellas según su
capricho, sin referencia al Creador. Asimismo, no pueden comprometerse
en un camino que sería contrario a las exigencias de su fe .
Y desde entonces, ¿cómo efectuarán los laicos sus elecciones y
decidirán sus acciones en el mundo ? El Concilio responde: «A la
conciencia bien formada del seglar toca lograr que la ley divina quede
grabada en la ciudad terrena. De los sacerdotes, los laicos pueden esperar
orientación e impulso espiritual. Pero no piensen que sus pastores están
siempre en condiciones de poderles dar inmediatamente solución concreta
en todas las cuestiones, aun graves, que surjan. No es ésta su misión.
Cumplan más bien los laicos su propia función con la luz de la sabiduría
cristiana y con la observancia atenta de la doctrina del Magisterio » .
Para ejercer mejor su misión en la Iglesia, los laicos tienen dos
instrumentos, dos brújulas : -un instrumento objetivo para iluminarlos
intelectualmente : es la doctrina social de la Iglesia ; el bienaventurado
Juan Pablo II ha hecho de la misma uno de los tres pilares de toda
formación seria de los laicos, juntamente con la formación doctrinal y la
formación espiritual ; un instrumento sujetivo para iluminarlos
espiritualmente: es su conciencia. Es una exigencia esencial para la misión
de los laicos en la Iglesia, pues no es necesario ser creyente para practicar
esta Doctrina social. La constitución Gaudium et Spes describe así la
conciencia, inspirándose en el bienaventurado John Henry Newman : « La
conciencia es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que
éste se siente a solas con Dios, cuya voz resuena en el recinto más íntimo
de aquella». Para obedecer a su conciencia, el laico debe aprender también
a discernir la voz de Dios en el silencio interior. No puede asumir su
misión en la Iglesia sin desarrollar su propia interioridad en el secreto de la
oración; no puede asumir su misión en la Iglesia sin desarrollar su propia
interioridad en el secreto de la oración; no puede servir a Dios en el mundo
16 si, en la fe, no escucha, en primer lugar, la voz de Dios en la franqueza de
la oración. Porque los laicos – que se espera sean creyentes – son ante todo
instrumentos vivos y colaboradores del Espíritu Santo, el único verdadero
maestro y agente de la misión.
A este punto es hora de concluir esta demasiado larga intervención.
Subrayaría antes una evolución semántica que discretamente se ha
producido. En realidad, yo he partido del tema propuesto: « el servicio de
la Iglesia como laicos y en cuanto laicos» ; después este tema
progresivamente se ha convertido en « la misión de los laicos en la
Iglesia»: la misión es más rica de sentido que el servicio; y «de la Iglesia»
se ha convertido de forma más explícita: «en la Iglesia ». Y esto ya es una
manera de responder al interrogante que se nos planteó.
Por otra parte, y para subrayar la urgencia del compromiso de los
laicos en la misión de toda la Iglesia, traeré a la memoria un breve recuerdo
personal. Hace unos veinte años trabajé un semestre en la Universidad de
Tübingen, en Alemania. Durante la Cuaresma, todas las Iglesias
presentaban fijada en el muro la siguiente bella frase con grandes caracteres
: « Gott hat keine Bande, nur deine », Dios tiene solamente tus manos; ¡qué
invitación! A su manera, ya San Ignacio de Loyola nos invitaba a «rezar a
Dios como si todo dependiera de Él, y a actuar como si todo dependiera de
nosotros ». Así mismo, el bienaventurado Juan Pablo II dirigiéndose a los
laicos: «Nuevas situaciones, tanto eclesiales como sociales, económicas,
políticas y culturales, reclaman hoy, con fuerza muy particular, la acción
de los fieles laicos. Si el no comprometerse ha sido siempre algo
inaceptable, el tiempo presente lo hace aún más culpable. A nadie le es
lícito permanecer ocioso» . Nosotros aquí, como miembros de Institutos
Seculares, dejemos resonar en nosotros las siguientes fórmulas de Pablo VI
, que conocemos perfectamente y que resumen muy bien nuestro ideal :
-«alpinistas espirituales » ;
-«en el mundo, no del mundo, pero para el mundo».
-«ala avanzada de la Iglesia en el mundo»;
-«laboratorio experimental en el que la Iglesia verifica las modalidades
concretas de sus relaciones con el mundo».
Finalmente, y ya que estamos en Asís, en proximidad fraterna con San
Francisco, escuchemos una de sus oraciones a la luz de todo lo que se
acaba de decir : Señor, ¡haced de mí un instrumento de de tu paz ! Que
donde haya odio, ponga yo el amor. Donde haya ofensa, ponga yo el
perdón. Donde haya discordia, ponga yo la unión. Donde haya error, ponga
yo verdad. Donde haya duda, ponga yo la fe. Donde haya desesperación,
17 ponga yo esperanza. Donde haya tinieblas, ponga yo la luz. Donde haya
tristeza, ponga yo alegría.
¡Gracias por vuestra paciencia y benévola atención!
Nota de la CMIS: este texto es una traducción del original en francés. 18 
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