EL DESISTIMIENTO DE LA EXPROPIACION FORZOSA: UN SUPUESTO ESPECÍFICO DE RESPONSABILIDAD PATRIMONIAL DE LAS ADMINISTRACIONES PÚBLICAS Manuel Serrano Conde @AbogadosSAC [email protected] www.serranoalberca-conde.com Julio 2010 107929-2 -1- I.- INTRODUCCION La expropiación forzosa se configura como una de las potestades administrativas mas agresivas que la Administración puede ejercitar frente a los particulares, pues supone, según se desprende del articulo 1 de la vigente Ley de Expropiación Forzosa de 16 de Diciembre de 1.954 (en adelante LEF)1 y su Reglamento, de fecha 26 de abril de 1.957 (en adelante REF), una privación singular de cualquier derecho o interés legitimo de contenido patrimonial, por causa de utilidad publica o interés social, ya implique, por ejemplo, venta, permuta, arrendamiento, censo, ocupación temporal o mera cesación de ejercicio. Por esta razón, se justifica fácilmente que la expropiación, así conceptuada y con el fin de poner freno a los abusos frente a los administrados, que acaso pudieran cometerse por las Administraciones Publicas ejercitantes de esta potestad, se limite en su ejercicio y se sujete a 1 Establece el artículo 1.1 de la LEF que: “Es objeto de la presente Ley la expropiación forzosa por causa de utilidad pública o interés social a que se refiere el artículo 32 del Fuero de los Españoles, en la que se entenderá comprendida cualquier forma de privación singular de la propiedad privada o de derechos o intereses patrimoniales legítimos, cualesquiera que fueran las personas o entidades a que pertenezcan, acordada imperativamente, ya implique venta, permuta, censo, arrendamiento, ocupación temporal o mera cesación de su ejercicio.” Y añade el REF: Artículo 1.1.- “Toda intervención administrativa que implique privación singular de la propiedad, derechos o intereses patrimoniales legítimos, a que se refiere el artículo 1 de la Ley, es una expropiación forzosa a todos los efectos, y específicamente, a los de exigencia de habilitación legal, de sometimiento a procedimiento formal y de garantía jurisdiccional frente a la misma.”; artículo 1.2.- “La enumeración de los supuestos de privación singular de la propiedad, derechos o intereses patrimoniales legítimos que hace el artículo 1 de la Ley tiene carácter enunciativo y no excluye la posibilidad de otros distintos, a los fines de la calificación del párrafo anterior.” 107929-2 -2- una serie de garantías constitucionales, así denominadas, pues derivan directamente de lo establecido en el articulo 33 de la Constitución Española2. 2 Establece el articulo 33 de la Constitución Española: “1. Se reconoce el derecho a la propiedad privada y a la herencia. 2. La función social de estos derechos delimitará su contenido de acuerdo con las leyes. 3. Nadie podrá ser privado de sus bienes y derechos sino por causa justificada de utilidad pública o interés social, mediante la correspondiente indemnización y de conformidad con lo dispuesto por las leyes”. Unos interesantes comentarios a este precepto los encontramos en la obra colectiva Comentarios a la Constitución, 3ª Ed, ampliada. F. Garrido Falla y J. M. Serrano Alberca, entre otros, según quienes: “De los precedentes constitucionales examinados (cuya plasmación legislativa culmina en la Ley de 1.879) se desprende que tradicionalmente la potestad expropiatoria se viene justificando por razón de la utilidad pública perseguida. Es indudable que la expresión “utilidad pública” es lo suficientemente amplia como para cubrir cualquier supuesto expropiatorio. A lo más podría haberse pensado en su sustitución por la noción, aún más comprensiva, de “interés público”. Mas es lo cierto que una serie de hipótesis en que el ejercicio de la potestad expropiatoria fue legalmente autorizado, respondían tan estrechamente a la preocupación intervencionista del Estado social de nuestros días, que vino a ponerse en circulación un nuevo término para condensar en fórmula la justificación de esas expropiaciones: el interés social. Se comprende que esta ampliación del fin, como causa justificante de la expropiación forzosa, así como la expropiabilidad que en general se predica de todos los objetos de propiedad privada, y de situaciones patrimoniales e intereses legítimos, hacen de la expropiación forzosa instrumento adecuado e indispensable para la amplia misión de configuración de la realidad social que se encomienda al Estado moderno. Una política de reforma agraria, o de nacionalización de determinados sectores de la producción, sólo sería posible utilizando ampliamente este instituto de la expropiación forzosa. Así pues, cuando el precepto que se comenta establece como causa justificante de la expropiación forzosa la “utilidad pública o interés social”, no hace sino constitucionalizar la propia terminología utilizada por la vigente Ley de Expropiación Forzosa de 1.954, tan repetida.” Resulta particularmente interesante la Sentencia del Tribunal Supremo 111/1.983, de 2 de diciembre (asunto Rumasa), que reproducimos parcialmente a continuación: “En el caso que nos ocupa, el derecho de propiedad, incluido en la Sección Segunda del Capítulo 2º del Título I, aparece regulado en el artículo 33, donde se contiene una doble garantía de tal derecho, ya que se reconoce desde la vertiente institucional y desde la vertiente individual, esto es como un derecho subjetivo, debilitando, sin embargo, por cuanto cede para convertirse en su equivalente económico, cuando el bien de la comunidad, concretado en el artículo 33.3 por la referencia a los conceptos de utilidad pública o interés social, legitima la expropiación. La garantía expropiatoria como garantía patrimonial, tiene su reconocimiento constitucional en el indicado precepto cuando precisa que la privación de los bienes o derechos está condicionada, para su regularidad constitucional, a que se lleve a cabo mediante la correspondiente indemnización y de conformidad con lo dispuesto en las leyes. 107929-2 -3- No es objeto de este estudio, por su carácter limitado y predefinido, como ahora veremos, el análisis y explicación de tales garantías, aunque no podemos dejar de hacer referencia a las mismas, dado su carácter esencial para comprender y justificar la institución expropiatoria3. La cuestión se traslada a examinar si el Decreto-ley priva de estas garantías o sin llegar a este extremo de incidencia en el derecho, altera elementos esenciales, examen, por lo demás, que debe hacerse teniendo bien presente que el Decreto –ley ha sido sustituido por la Ley 7/1983, que no habiendo sido impugnada proporciona cobertura inatacable aquí a la expropiación; y es que la expropiación, por voluntad de los impugnantes, ha quedado preservada de todo pronunciamiento que pudiera conducir a situaciones anteriores a la misma”. 3 En este sentido, nos parece muy ilustrativa la explicación que de las garantías a que está sujeta la expropiación hace J. Barnés, en Propiedad, Expropiación y Responsabilidad: La Garantía Indemnizatoria en el Derecho Europeo y Comparado Madrid, 1.995, págs.44, 45 y 46. “… todas las modalidades de expropiación (…) están sujetas a las garantías constitucionales que derivan del art. 33.3 CE: a) En primer término, la existencia de una causa o fin de interés general o causa expropiandi (utilidad pública o interés social) declarada por ley (que habrá de ser previa, en el supuesto expropiatorio normal, el administrativo). Es al legislador (estatal o autonómico) al que le incumbe en primer término definir los fines de interés general que legitiman la expropiación forzosa, aunque el Tribunal Constitucional podrá revisar en última instancia su conformidad constitucional –en un juicio de razonabilidad, sin duda muy limitado-. Si bien es cierto que el art. 33.3 CE no exige la concurrencia de unos fines públicos especialmente cualificados o extraordinarios, no lo es menos que tampoco legítima cualquier fin. El principio de proporcionalidad cuya proyección, según sabemos, en el ámbito del derecho de propiedad resulta particularmente intensa, constituye un parámetro importante para enjuiciar –y limitar- los fines expropiatorios. Por lo que aquí interesa, y a modo de escala, a la expropiación sólo podrá recurrirse cuando no sea posible alcanzar el objetivo o la finalidad con la misma eficacia a través de la configuración del contenido (art. 33.2 CE); a la expropiación legislativa singular, cuando por razones absolutamente excepcionales no se pueda satisfacer el fin expropiatorio a través de la Administración pública. En otras palabras, la expropiación ha de constituir un medio apto o idóneo, esto es, susceptible de alcanzar el fin de interés general que dice perseguir; necesaria, por no existir un medio más moderado e igualmente efectivo (la delimitación del contenido); y, finalmente, proporcionada en sentido estricto, por derivarse más ventajas o beneficios para el interés general que sacrificios o costes para el propietario. Desde el punto de vista constitucional, “es indiferente a la causa expropiandi el destino que reciban los bienes o derechos expropiados, siempre que el elegido sirva al fin expropiatorio” produciéndose entonces, cuando el fin expropiatorio se puede cumplir a través de destinos 107929-2 -4- distintos del bien, “una cierta desvinculación entre el fin de la expropiación y la afectación ulterior de lo expropiado, en el sentido de que ésta puede ser variable, sin que por ello quiebre la causa expropiandi”. b) En segundo término, la Constitución establece una garantía indemnizatoria que se proyecta o calca sobre el contenido del derecho o bien expropiado. Nadie podrá ser privado de sus bienes o derechos si no es mediante la correspondiente indemnización (art. 33.3 CE), que, como es bien sabido, no ha de ser previa. No bastaría, pues, con que los fines expropiatorios fueran legítimos sino que además ha de sustituirse lo expropiado por su valor económico. El Tribunal Constitucional ha concretado en ocasiones la indemnización expropiatoria en el “equivalente económico” del bien; o en el “valor real de los bienes y derechos expropiados, cualesquiera que sea éste, pues lo que garantiza la Constitución es el razonable equilibrio entre el daño expropiatorio y su reparación”, pero ha evitado traducir “indemnización” a efectos constitucionales (esto es, como contenido mínimo e inexcusable) por “valor de mercado”. Habrá que tener en cuenta, entre otros elementos, la clase de bien o derecho patrimonial (y, en su caso, la forma de propiedad), de un parte, y la naturaleza de la finalidad de la expropiación, de otra. Ciertamente, la indemnización expropiatoria que la Constitución garantiza no es una indemnización de daños y perjuicios, ni tampoco una compensación nominal y pro forma. No obstante, falta una construcción dogmática en la jurisprudencia más profunda sobre el alcance o cuantía de la compensación, su naturaleza y sus modalidades. En todo caso, la ley expropiatoria ha de prever la indemnización, su cálculo y cuantía, al menos en sus líneas generales, pudiéndose sostener la inconstitucionalidad de su eventual omisión –y la ilicitud de las expropiaciones realizadas a su amparo – (con mayor razón, en los supuestos de expropiación administrativa o legislativa singular), puesto que tanto la reserva de ley que pesa en materia expropiatoria (art. 33.3 CE) y el principio de legalidad presupuestaria, como la seguridad jurídica (art. 9.3 CE), en conexión con la inexcusable garantía indemnizatoria, abonan una conclusión tal. No corresponde, desde luego, a la Administración ni a los tribunales fijar los criterios indemnizatorios. c) En tercer lugar, la Constitución exige un procedimiento administrativo –reservado a la ley- que permita asegurar no sólo el acierto y razonabilidad en la decisión, sino también las garantías del particular expropiado, como la audiencia. Obviamente, la garantía de un procedimiento legalmente establecido está ideada para la expropiación típica, la administrativa; aunque también resulta exigible en las realizadas por el legislador; preciso es reconocer, sin embargo, que aquí suele radicar justamente la razón de ser de la misma expropiación legislativa, la excepción del procedimiento general. De ahí la necesidad de arbitrar unas fórmulas equilibradas que eviten la desaparición de los derechos de defensa y audiencia del expropiado. La reserva legal (art. 33.3 CE) posee, en todo caso, una importancia que no puede relativizarse: las normas legales de procedimiento (en sentido amplio, pues aquí se incluyen normas también materiales, como las relativas, al cálculo de indemnización) garantizan la efectividad del principio de igualdad ante la ley (art. 14 CE), proporcionalidad (art. 1.1. CE), seguridad y certidumbre jurídica (art. 9.3 CE) y, en definitiva, que la Administración, sometida a la Ley y al Derecho, sirva con objetividad los intereses generales (art. 103.1 CE). No se trata, desde luego, de una simple distribución de poderes (la normativa expropiatoria, reservada al legislador y su ejecución, a la Administración), sino de una garantía sustantiva inherente al Estado de Derecho. Todo ese sistema quiebra cuando es el legislador el que, actuando 107929-2 -5- Con este planteamiento inicial, estamos en situación de delimitar el objeto de nuestro estudio y que consiste fundamentalmente en determinar si existe Responsabilidad Patrimonial de la Administración Publica, cuando habiéndose iniciado el ejercicio de la potestad expropiatoria con todos los requisitos legales, no se prosigue la expropiación hasta su terminación, es decir que se desiste del procedimiento expropiatorio antes de que haya tenido lugar la transmisión de la propiedad del bien afectado al beneficiario de la expropiación4. como “Administración”, procede a expropiar en un solo acto que es a la vez “norma” y “ejecución”, con lo que ello representa, entre otras consecuencias, de menoscabo para la tutela judicial efectiva, según ha quedado ya dicho. Ciertamente, la delimitación del contenido dominical con efecto o impacto materialmente expropiatorio por desbordar el contenido esencial del derecho, que de ordinario no se traduce en la entera privación del bien ni en su transferencia o destino a un fin de interés general, no parece estar sujeta necesariamente a la garantía del procedimiento entendida en sentido clásico (sí, en cambio, a la de los fines y a la indemnizatoria). Sin embargo, la seguridad jurídica (art. 9.3 CE) – que puede padecer en este supuesto más que en los demás, habida cuenta de que no se produce la privación a través de un procedimiento formalizado y solemne, sino que tan sólo es conocido por sus efectos materiales o sustantivos, puesto que tampoco supone la transferencia del bien- demanda que el legislador se pronuncie por la indemnizabilidad de aquellas privaciones que se contengan en el estatuto dominical, sin dejarlo al albur de lo que puedan decidir, en su caso, los tribunales ordinarios”. 4 Sin perjuicio de matizar posteriormente este requisito, es muy significativa a estos efectos la Sentencia del Tribunal Supremo, de 8 de junio de 1.999, Sala 3ª, Sección 6ª, recurso de casación 2.508/95 que establece: “Si bien la paralización de un expediente expropiatorio obliga a la Administración a proseguirlo mediante los trámites correspondientes a la fijación del justiprecio hasta su terminación, ello sólo tiene lugar cuando no concurren los presupuestos para el desistimiento, pues, iniciado el expediente de justiprecio, la Administración expropiante, al menos cuando no se ha producido todavía la ocupación de los bienes expropiados, puede desistir expresa o tácitamente de la expropiación y, en este caso, no está obligada a proseguir el expediente expropiatorio, sino a indemnizar los daños y perjuicios originados a los expropiados. La imposibilidad de desistir de la expropiación se produce cuando ésta está ya consumada por haberse producido la ocupación material del bien expropiado o por haberse fijado el justiprecio, ya que entonces surge un derecho subjetivo del expropiado que no puede quedar vulnerado con un desistimiento del 107929-2 -6- Para establecer si en este caso concreto, y no por ello infrecuente5, puede exigirse a la Administración que indemnice los daños y perjuicios causados a los particulares afectados por dicho funcionamiento anormal de los servicios públicos, es necesario partir de la Teoría General de la Responsabilidad Patrimonial de la Administración, para después comprobar si aquella puede aplicarse a esta singular actuación administrativa. Vaya por delante que la Doctrina, la Jurisprudencia y el propio Consejo de Estado, como seguidamente beneficiario de la expropiación, y se conculcaría además lo dispuesto en el artículo 6.2 del código civil”. 5 Son muy numerosos los supuestos en los que la Administración Pública ejercita la potestad expropiatoria por causa de utilidad pública o interés social y una vez iniciada la tramitación del procedimiento expropiatorio desiste del mismo antes de producirse la ocupación del bien o derecho afectado. Basta con consultar la base de datos de dictámenes del Consejo de Estado para concluir que, en efecto, el desistimiento de la expropiación forzosa en los términos antes descritos es muy frecuente y citamos como ejemplos a tal efecto los diferentes dictámenes en los que el Consejo de Estado ha emitido informe cuando los particulares han exigido la responsabilidad patrimonial de la Administración Pública por dicha actuación administrativa “irregular”: Dictamen de 13 de mayo de 1.999 (número de expediente 926/1999); dictamen de 13 de mayo de 1.999 (número de expediente 924/1999); dictamen de 13 de mayo de 1999 (número de expediente 922/1999); dictamen de 13 de mayo de 1999 (nº de expediente 920/1999); dictamen de 13 de mayo de 1999 (nº de expediente 918/1999); dictamen de 13 de mayo de 1999 (nº de expediente 916/1999); dictamen de 29 de abril de 1999 (nº de expediente 914/1999); dictamen de 11 de diciembre de 1997 (nº de expediente 5631/1997); dictamen de 22 de enero de 1998 (nº de expediente 5356/1997); dictamen de 18 de junio de 1992 (nº de expediente 517/1992); dictamen de 15 de junio de 1995 (nº de expediente 503/1995); dictamen de 22 de octubre de 1998 (nº de expediente 3601/1998); dictamen de 24 de octubre de 1996 (nº de expediente 3016/1996); dictamen de 18 de marzo de 1998 (nº de expediente 292/1998); dictamen de 17 de octubre de 1996 (nº de expediente 2846/1996); dictamen de 4 de octubre de 2000 (nº de expediente 2831/2000); dictamen de 18 de junio de 1998 (nº de expediente 2399/1998); dictamen de 20 de julio de 2000 (nº de expediente 2229/2000); dictamen de 6 de julio de 2000 (nº de expediente 2162/2000) y dictamen de 2 de abril de 1998 (nº de expediente 1275/1998). En particular resulta relevante el supuesto de desistimiento de la expropiación por parte del Ministerio de Fomento en el expediente “Aeropuerto de Madrid-Barajas. Expropiación de terrenos necesarios para el desarrollo del Plan Director. 2ª fase”, de fecha 7 de septiembre de 2.004, en el que este letrado tiene una intervención directa en orden a reclamar los daños y perjuicios derivados de dicha actuación del Ministerio de Fomento. 107929-2 -7- estudiaremos, coinciden en la posibilidad de exigir la responsabilidad administrativa en este caso aunque sometiéndola, como parece razonable, al cumplimiento de unos requisitos generales y particulares que son propios del supuesto concreto que vamos a analizar. Veamos en primer término en que consiste la Responsabilidad Patrimonial de la Administración. II.- LA RESPONSABILIDAD PATRIMONIAL DE LA ADMINISTRACIÓN: TEORÍA GENERAL II.-1 INTRODUCCION Cuando se inicia el estudio de la Teoría General de la Responsabilidad Patrimonial de la Administración Pública, resulta un lugar común aludir al conocido jurista francés HAURIOU6 y su brillante afirmación, citada por numerosos autores españoles7, afirmación que concentra los dos pilares más importantes sobre los que se estructura el derecho administrativo contemporáneo y que es del tenor siguiente: AHay dos correctivos de la prerrogativa de la Administración que reclama el instinto popular, cuyo sentimiento respecto al poder público puede formularse en estos dos brocardos: que actúe, pero que obedezca a la Ley; que actúe pero que pague el perjuicio@. 6 Hauriou, APrécis de droit administratif et de droit public@, 120 Ed., París, Ed. 1933, págs. 17 y 31. 7 E. García de Enterría y T.R. Fernández, ACurso de Derecho Administrativo@, Tomo II, Madrid, Ed. 2000, pág. 355; A. Dagnino Guerra, ALa responsabilidad patrimonial del Estado y de las Administraciones Públicas: Evolución legislativa y perspectivas.@ Boletín del Ilustre Colegio de Abogados de Madrid, N1 23. 30 Época. Noviembre 2.002. 107929-2 -8- En efecto, la Administración Pública entendida como organización puesta al servicio del ciudadano y destinada al cumplimiento objetivo de los intereses generales8, está llamada a actuar en los diferentes campos de la vida jurídica, social y económica. Dicha actuación puede ser beneficiosa para el ciudadano si determina una ampliación de su esfera jurídica (actos declarativos de derechos), pero con cierta 8 Establece el artículo 103.1 de la Constitución española que: “1. La Administración Pública sirve con objetividad los intereses generales y actúa de acuerdo con los principios de eficacia, jerarquía, descentralización, desconcentración y coordinación, con sometimiento pleno a la ley y al derecho.” Comentando este precepto, F. Garrido Falla, op.cit., págs. 1.597 y ss., define de manera muy elocuente las notas que caracterizan a la Administración Pública: “a) Que la institución realiza en su actuación una apropiación de los fines que persigue. Cuando se habla de la Administración como “instrumento”, se está negando entonces su concepción institucional. La Administración como “aparato” significa que la Administración es instrumental con respecto a la actuación política previamente fijada y, consiguientemente, la Administración es medial en cuanto al conseguimiento de esos fines. Cuando una, en definitiva, institucionalización. b) La segunda nota es que la institución actúa con fuerza propia para alcanzar sus fines. La Administración actúa con una fuerza propia para alcanzar esos fines; con una fuerza, si se quiere, rutinaria, que la hace funcionar sola, y que le da un movimiento de inercia con el que se consigue nada menos que lo siguiente; superar las crisis políticas de gobierno Administración, en cambio, asume como propios los fines que persigue, entonces estamos precisamente institucionalizando la Administración. Como del propio artículo 103.1 de la Constitución se desprende, esos fines son “los intereses generales”. La delicada operación de detraerlos del más abstracto conjunto de los fines del Estado (¿el bien común?) y atribuirlos como propios a la Administración es. El dato de cómo las crisis de gobierno en los países evolucionados no paralizan la marcha de la Administración y el funcionamiento de los servicios públicos, constituye la prueba definitiva de una Administración institucionalizada. c) En fin, una tercera nota sería la siguiente: la institución se rige por reglas propias de comportamiento, que es cosa distinta de decir que la institución (o, concretamente la Administración Pública en cuanto institución) está sometida a derecho. Por el hecho de ser institución genera sus propias reglas de conducta; es predecible lo que va a pasar. Conociendo bien una institución son previsibles sus reacciones a la vista de un hecho concreto. Lo que puede ocurrir en el Ejército, por ejemplo, cuando un militar profesional tiene un cierto comportamiento, o la reacción de la Universidad ante la conducta de un profesor. ¿Qué fueron los Tribunales de Honor, sino exactamente una prueba definitiva de que cada institución tiene unas reglas propias de comportamiento? Lo que ocurre es que a veces las normas autónomas de la institución chocan con el orden jurídico (heterónomo) impuesto por el Estado. Y cuando esto ocurre, prevalece el Derecho estatal. He aquí la explicación del artículo 26 de la Constitución, a cuyo comentario nos remitimos. Hay, pues, un efecto positivo de la institucionalización de la Administración; su capacidad de funcionamiento cuando el Gobierno falta, a pesar de que teóricamente es el Gobierno el que la dirige.” 107929-2 -9- frecuencia la acción administrativa puede perjudicar a los particulares y entonces, según el principio general del derecho de “que quien causa daño a otro está obligado a reparar el daño causado”, surge el deber de indemnizar a aquel que sufre el perjuicio. Este perjuicio, como luego veremos, se revela especialmente intenso cuando iniciada una expropiación forzosa, la Administración que ha ejercitado la potestad expropiatoria, decide posteriormente, de oficio o a instancia del beneficiario de la expropiación, desistir de aquella. Para comprender este fenómeno de la responsabilidad administrativa, estudiaremos, en primer lugar, la formulación de la responsabilidad extracontractual en el ámbito civil, para después examinar su regulación en el campo del derecho administrativo, pues esta última es heredera de aquella y por esta razón es necesario comenzar con el estudio de la responsabilidad patrimonial en el Derecho Civil. II.-2 LA RESPONSABILIDAD PATRIMONIAL EN EL DERECHO CIVIL A) Responsabilidad Contractual y Extracontractual La teoría de la responsabilidad civil patrimonial se consagra con carácter general en el artículo 1.102 del Código Civil español (en adelante C.cv), conforme al cual: AQuedan sujetos a la indemnización de los daños y perjuicios causados los que en el cumplimiento de sus obligaciones incurrieren en dolo, negligencias o morosidad y los que de cualquier otro modo contraviniesen el tenor de aquellas.@ Es importante destacar que el mencionado precepto no se ciñe a las obligaciones contractuales, pues así se desprende del artículo 1.089 del C.cv, que debe ponerse 107929-2 -10- en conexión con el anterior precepto, conforme al cual @las obligaciones nacen de la ley, de los contratos y cuasicontratos y de los actos y omisiones ilícitos o en que intervenga cualquier género de culpa o negligencia@. Lo relevante es que, con independencia de la relación obligacional que se repute incumplida, la razón o causa de la indemnización está en la acción u omisión del sujeto y que aquella ha de ser dolosa, negligente morosa o causante de cualquier tipo de infracción, pues en otro caso no existe daño indemnizable9. Ahora bien, la responsabilidad extracontractual, también llamada Aquiliana (porque fue sancionada en Roma por la Ley Aquilia), que se caracteriza, frente a la responsabilidad contractual, por la inexistencia de vínculo obligatorio o relación jurídica preexistente entre el autor del daño y la victima del mismo, tiene su propia regulación en el artículo 1.902 del Ccv. El mencionado precepto dispone que: “El que por acción u omisión causa daña a otro interviniendo culpa o negligencia esta obligado a reparar el daño causado” B) Sistemas de imposición de la responsabilidad extracontractual Como explica CASTAN10, existen dos criterios diferentes para establecer aquella responsabilidad: De un lado el criterio subjetivo o culpa haftung, 9 Una exposición muy interesante de esta teoría subjetivista de la responsabilidad la encontramos en el artículo escrito por F. Garrido Falla en, Civitas Revista Española de Derecho Administrativo, N1 94/97, pág. 173. Ed. Civitas, S.A., febrero 1.997 . 10 J. Castán Tobeñas. “Derecho Civil Español, Común y Foral” Tomo IV. Derecho de Obligaciones. 9ª Ed. 1,969. Inst. Edit. Reus. Pág. 842. 107929-2 -11- conforme al cual la responsabilidad se deriva de la culpa en que haya incurrido el autor del daño; y de otro lado, el criterio objetivo o causal haftung, en el que la responsabilidad se deriva simplemente de la relación de causalidad entre el acto del agente y el daño producido, con independencia de todo elemento intencional o falta de diligencia y que por esta razón, se denomina en el Derecho Moderno, Teoría del Riesgo Jurídico11. 11 J. Castán Tobeñas. “Derecho Civil Español, Común y Foral” Tomo IV. Derecho de Obligaciones. 15 Ed. 1.993, Edit. Reus. Págs. 958 y ss.: “Las ideas modernas, frente a esta teoría espiritualista de la responsabilidad, han alzado la concepción de la responsabilidad objetiva, en la que se sustituye el punto de vista externo de la simple causalidad. Y es que – se ha dicho-, los presupuestos ideológicos propios de la etapa codificadora proporcionaron una estructuración del sistema de la responsabilidad civil marcadamente individualista. Se estaba ante un determinado modo de ser de las relaciones económicos-sociales: se había producido ya la revolución industrial, pero sus efectos aún no se habían dejado sentir en profundidad. La actividad económica tenía un carácter casi exclusivamente agrícola, ganadero y artesanal. Los canales de distribución y publicidad eran escasos, y predominaba el transporte por tracción animal. En semejante esquema resulta lógico que la idea clave de la responsabilidad civil fuese el hecho del hombre, en cuanto reprobable. La obligación de reparar aparece como consecuencia directa de la calificación del hecho como algo reprobable, ligero y negligente. No está ausente el influjo de los canonistas medievales: se paga, se indemniza, se repara… porque se ha pecado. Quedaba edificado el sistema de responsabilidad civil sobre la noción de culpa o negligencia, acaso entendiendo que su cometido no era tanto asegurar a la víctima de un daño su derecho al resarcimiento como procurar una moralización de los comportamientos individuales. No es de extrañar entonces que cuando en estas relaciones sociales aparece un daño, sólo se dirigieran a los juzgados las demandas en las cuales la imputabilidad del mismo aparecía clara e inmediata. En caso contrario, la resignación de la víctima era toda la respuesta que acertaba a dar un estado de la conciencia popular que acostumbraba a tener del caso fortuito una visión amplísima y casi teleológica: ha habido daño porque lo ha querido Dios. Es fácil así también encontrar la influencia de la noción cristiana de resignación: si ha habido daño es porque Dios lo quiso (“act of God”). Pero muy pronto iba a manifestarse la crisis de la construcción tradicional, como consecuencia de la aportación de los nuevos datos derivados de las profundas transformaciones operadas por las revoluciones industriales. El progreso y la evolución multiplicaría en poco tiempo los inventos, aparatos, máquinas, artificios e ingenios, y con ello, los riesgos y peligros existentes en la sociedad. Gigantescos petroleros surcan los mares. La navegación aérea ocasiona el riesgo de aviones que pueden caer al suelo o ser el punto de mira de acciones terroristas. Productos enlatados o embotellados ocasionan cientos de víctimas. Industrias químicas contaminan los ríos. La maquinización ocasiona accidentes de trabajo. Vehículos de motor y nuevas formas de energía motivan accidentes, explosiones y estragos. Se producen errores médicos en los hospitales y en las consultas privadas. No es 107929-2 -12- En nuestro Derecho Civil12, se establece principalmente el sistema de responsabilidad subjetiva, no sin ciertas concesiones legales al sistema de entonces sorprendente que la jurisprudencia de los Tribunales haya sufrido un giro espectacular desde finales del pasado siglo y comienzos del actual. Dice Díez-Picazo: “… Tal vez esté latiendo una intuitiva preocupación, que es, a mi juicio, la raíz última del nuevo derecho de daños; la necesidad social de defender y de amparar a la persona frente a un maquinismo industrial desencadenado en beneficio de determinadas partes de la sociedad, y sólo indirectamente de la totalidad de ella”. De este modo, la indemnización cobra el aspecto de un imperativo social ineludible. Si el aforismo del sistema codificado era “no hay responsabilidad sin culpa”, la nueva realidad, con sus exigencias de defensa vigorosa de la persona reclama una respuesta que tienda, no ya a castigar los comportamientos negligentes o reprobables, sino a que las víctimas encuentren a toda costa un patrimonio responsable: que todo daño quede reparado. Poco importan ya los prejuicios históricos (consistentes en que doctrina, jurisprudencia y ley no se detienen a pensar si esa preponderancia del principio de culpa de la que tanto se habló siempre en la responsabilidad civil es oportuna realmente para los tiempos que corren), ideológicos (a saber, el criterio de la culpa tiene una prepotencia o superioridad civil que durante siglos le ha hecho susceptible de convertirse en indicador de los períodos felices y de los oscuros de la historia de una civilización) y lógicos (consistentes en la dificultad secular de elaborar un concepto de responsabilidad que tal vez entre en colisión con el aplicable a otras disciplinas jurídicas y hasta con su acepción ética) de que hablaba Rodotà. Hoy día la sociedad admite el error como hecho fatal, pero cuyas consecuencias han de encontrar una respuesta del Derecho”. Se ha llegado así a la llamada “teoría del riesgo”, según la cual, el que hace nacer para otro un riesgo debe responder del daño que causa, aunque no medie culpa de su parte (cosa tampoco ajena a algunos preceptos del Código civil, que parecen admitir supuestos concretos de responsabilidad sin culpa, como los artículos 1.905 o 1.910.” 12 J. Castán Tobeñas, op. cit. (Ed. 1.993), Pág. 940: “La orientación actual de nuestro Derecho, en esta materia, podría ser resumida en los términos siguientes. Solamente en determinados ámbitos, regidos por leyes especiales (vehículos de motor, navegación aérea, daños nucleares, caza), se ha establecido expresamente un sistema de responsabilidad objetiva, por riesgo o sin culpa. En lo demás, queda en pie formalmente el principio de la responsabilidad subjetiva, basada en la culpa y, por tanto, en la necesidad de probarla. Pero la jurisprudencia se inclina –cada vez con más frecuencia- a una presunción de culpa que lleva consigo una inversión de la carga de la prueba, ya que será el demandado (agente o causante del daño) quien tenga que aportar la de su diligencia o previsión; otras veces se extrema el grado de diligencia exigible, llegando a estimarse que si, a pesar de haberse adoptado todas las precauciones tendentes a evitar el daño, se produce éste, ello revela que aquéllas fueron inadecuadas o insuficientes, con lo que se impone el deber de repararlo. Por esta vía oblicua se va acentuando cada vez más la tendencia hacia un sistema de responsabilidad objetiva o por riesgo, pese a la ausencia de textos legales que, con carácter general, proclamen este principio.” 107929-2 -13- responsabilidad objetiva o por riesgo, en determinados ámbitos concretos regidos por leyes especiales (Vehículos de Motor, Navegación Aérea, Daños Nucleares y Caza) y que incluso la Jurisprudencia13 ha llegado a aplicar a supuestos tradicionalmente regidos por el sistema de responsabilidad subjetiva. C) Elementos de la Responsabilidad extracontractual por hechos propios Como se desprende de la dicción literal del artículo 1.902 del Ccv, antes citado, se distingue la responsabilidad por hechos propios de la responsabilidad por hechos ajenos. Dado el carácter limitado del presente estudio, vamos a centrarnos en la primera de ellas, y en la misma pueden distinguirse, siguiendo a CASTAN14, elementos subjetivos, objetivos y causales, como vamos a exponer a continuación: 13 J. Castán Tobeñas, op. cit. (Ed. 1.993), Pág. 941. Un completo estudio de esta evolución lo encontramos en: Díez Picazo, La responsabilidad civil hoy, en “Anuario de Derecho Civil, 1.979”, págs. 727 y ss; Rigel Vide, La responsabilidad civil extracontractual en el Derecho español, Madrid, 1.977; De Ángel Llagues, Tratado de responsabilidad civil, Madrid, 1.993, págs. 126 y ss; Lacruz Berdejo, Elementos, Tomo II, Vol. 1, Barcelona, 1.985, págs. 473 y ss; Yzquierdo Tolsada, Responsabilidad civil contractual y extracontractual, Tomo II, Cap. VII, y en tono más divulgativo, el capítulo de Presentación del Tomo I. La evolución, ya apuntada resulta de numerosas sentencias de mitad del siglo XX (así, la de 30 de junio de 1.959), pero ha quedado definitivamente asentada en las últimas décadas del pasado siglo (entre otras muchas, pueden verse las sentencias de 11 de marzo de 1.971; 28 de junio de 1.974; 9 y 19 de junio de 1.975; 2 de febrero, 26 de mayo y 22 de noviembre de 1.983; 9 de marzo y 16 de mayo de 1.984; 31 de enero y 19 de diciembre de 1.986; 25 de abril de 1.988; 14 de octubre de 1989; 7 de octubre de 1.991 y 6 de marzo de 1.992. 14 J. Castán Tobeñas, op. cit. (Ed. 1.993), Pág. 964 107929-2 -14- a) Elementos Subjetivos: La culpa, presupuestos básicos, graduación y apreciación El primero y quizá el más importante, con las salvedades antes expuestas respecto de la responsabilidad objetiva, de los elementos subjetivos de la responsabilidad extracontractual es la culpa del agente causante del daño, bien porque tuviera intención de causarlo o bien porque, pudiendo y debiendo preverlo, no lo hizo por negligencia inexcusable. Este elemento subjetivo tiene dos presupuestos básicos: En primer lugar, la imputabilidad del autor (pues pueden existir personas que por su grado de discernimiento limitado no se les puede imputar el daño) y en segundo lugar la existencia de dolo (intención maliciosa) o culpa (negligencia) en la actuación del Agente. Por ultimo, la graduación de la culpa y su apreciación en el campo de la responsabilidad extracontractual, no reviste especial interés, pues como dice CASTAN15, “El autor del acto ilícito, responde siempre del daño, cualquiera que sea el grado de la falta”, si bien la Jurisprudencia16 reciente ha modalizado esta afirmación, exigiendo al agente la diligencia que corresponda a las circunstancias de las personas, del tiempo y del lugar. 15 J. Castán Tobeñas, op. cit. (Ed. 1.993), Pág. 965 J. Castán Tobeñas, op. cit. (Ed. 1.993), Pág. 964. Pueden verse las sentencias de 7 de enero de 1.960; 31 de enero y 21 de junio de 1.985; 17 de febrero de 1.986; 22 de abril y 27 de junio de 1.987; 5 de febrero de 1.991; 30 de octubre de 1.992 y 10 de marzo de 1.993, entre otras muchas. 16 107929-2 -15- b) Elementos objetivos: Acción u Omisión, Antijuridicidad y Daño Indemnizable Es presupuesto esencial de la responsabilidad extracontractual, la acción (culpa in comittendo) u omisión (culpa in omitiendo) del agente. Pero además, es preciso que esta o aquella sean antijurídicas, es decir contrarias a derecho, y dejan de serlo y por tanto no existe responsabilidad cuando concurre una causa de Antijuridicidad. Dichas causas son principalmente, las tres siguientes: Obrar en legitima defensa o estado de necesidad; obrar con el consentimiento del que sufre el perjuicio (volenti non fit infuria) y obrar en el ejercicio legitimo de un derecho (neminem laedit, qui suo iure utitur), siempre que en este ultimo caso no se abuse en el ejercicio del derecho, pues entonces, si procede la indemnización, como dispone el articulo 7.2 del Ccv17. Igualmente es presupuesto objetivo de la responsabilidad civil extracontractual, la existencia y prueba del daño. Además, no solamente se indemnizan los daños patrimoniales, sino también y cada vez con mas frecuencia, los llamados daños morales18, porque puede considerarse 17 Articulo 7.2 del Ccv.: “La ley no ampara el abuso del derecho o el ejercicio antisocial del mismo. Todo acto u omisión que por la intención de su autor, por su objeto o por las circunstancias en que se realice sobrepase manifiestamente los límites normales del ejercicio de un derecho, con daño para tercero, dará lugar a la correspondiente indemnización y a la adopción de las medidas judiciales o administrativas que impidan la persistencia en el abuso.” 18 Son muy numerosos los estudios doctrinales que analizan la problemática de los daños morales como son los siguientes: Rogel Vide, Bienes de la personalidad, derechos fundamentales y libertades públicas, Bolonia, 1.985; Castán Tobeñas, Los Derechos de la Personalidad, en “Revista General de Legislación y Jurisprudencia”, 1.952, Tomo II, págs. 5 y ss; Beltrán de Heredia y Castaño, Construcción jurídica de los derechos de la personalidad, 107929-2 -16- superada la concepción jurisprudencial decimonónica y en particular la Sentencia del Tribunal Supremo de 11 de Marzo de 1.899, citada por CASTAN19, según la cual “no son indemnizables los disgustos”, si bien es de Madrid, 1.976; De Castro, Los llamados derechos de la personalidad, en “Anuario de Derecho Civil”, 1.959, pág. 1.237. Además, pueden verse: Gayoso, La reparación del llamado daño moral en el Derecho natural y en el positivo, en “Revista de Derecho Privado”, 1.918, págs. 324 y ss; Ihering, Del interés en los contratos y de la supuesta necesidad del valor patrimonial de las prestaciones obligatorias, 1.880; capítulo III: Intereses no económicos reconocidos y protegidos por el Derecho romano; Ed. Buenos Aires, 1.947; Chiori, Il danno morale, en “Revista del Diritto Commerciale”, 1.913, págs. 811 y ss; Rovelli, La risarcibilità dei danni non patrimoniali, en “Rivista di Diritto Privato”, 1.933, pág. 266; Sconamiglio, Il danno morale, en “Revista di Diritto Civile”, 1.957, págs. 277 y ss; Bonilini, Il danno non patrimoniale, Milano, 1.983; Mosset Iturraspe, El daño moral, en “Responsabilidad por daños”, Tomo IV, Buenos Aires, 1.986. 19 J. Castán Tobeñas, op. cit. (Ed. 1.993), Págs. 948 a 953, “La jurisprudencia de la época inmediatamente siguiente a la promulgación del Código civil rechazó la posibilidad de indemnizar los daños morales (entre otras, es significativa la sentencia de 11 de marzo de 1.899, en esa dirección, que decía, entre otras cosas, que “no son indemnizables los disgustos”). Para la moderna doctrina –y para la jurisprudencia más reciente- aquel criterio y estas razones han quedado totalmente superados. Es evidente que el Derecho no puede limitarse a la tutela de intereses económicos o patrimoniales. Tampoco puede argumentarse sobre la base de la ausencia de declaraciones legislativas relativas al deber de indemnizar los daños morales, puesto que el Código penal (desde la reforma del año 1.928) los incluye expresamente entre los daños resarcibles. Más recientemente, la Ley de 5 de mayo de 1.982, alude expresamente a los daños morales que se ocasionen a través de intromisiones ilegítimas en el ámbito del derecho al honor, a la intimidad y a la imagen. Al referirse a la obligación de indemnizar los perjuicios causados (perjuicios que se presumirán siempre que se acrediten tales intromisiones), el párrafo tercero de su artículo 9º. dice que “la indemnización se extenderá al daño moral, que se valorará atendiendo a las circunstancias del caso y a la gravedad de la lesión efectivamente producida…”. En cuanto al otro argumento tradicional, referido a la dificultad para la valoración económica de estos daños – dificultad ciertamente innegable- lo cierto es que no ha impedido al legislador (especialmente en materia de accidentes del trabajo) fijar tablas de indemnizaciones correspondientes a la pérdida de la vida, a la invalidez, a la pérdida de miembros o de facultades, etc. Indemnizaciones que, a diferencia de lo que ocurre cuando se trata de daños materiales, no representan la reposición o el equivalente del bien dañado, sino que tienen a repararlo por vía de compensación (admitiendo la imperfección que supone compensar el dolor o la desgracia con una cantidad de dinero). En la evolución jurisprudencial a que aludimos se puede advertir, después de la inicial postura de rechazo ya señalada, una tendencia favorable en primer lugar a la indemnización de aquellos daños morales que producen repercusiones de carácter patrimonial (daños morales en sentido impropio o “daños patrimoniales indirectos”) y después, ya decididamente, el reconocimiento de la procedencia 107929-2 -17- de los daños morales puros con independencia de que, además, puedan dar lugar a repercusiones patrimoniales. Inicio esta dirección una famosa sentencia de 6 de diciembre de 1.912 que condenó a cierta empresa periodística al pago de una fuerte indemnización por la publicación de noticias injuriosas, invocando precedentes del Derecho patrio (ley 21, título X, Partida VII), y la consideración de que los daños morales, sobre ser de los más graves, llevan consigo, como consectarios naturales y lógicos, otros daños materiales y sociales. La doctrina de este fallo está confirmada por otros posteriores (sentencias de 14 de diciembre de 1.917; 7 de noviembre de 1.919; 15 de octubre de 1.920; 12 de marzo y 10 de julio de 1.928; 31 de marzo de 1.930; 19 de mayo de 1.934; 25 de junio de 1.945, 24 de mayo de 1.947; 9 de diciembre de 1.949; 7 de febrero de 1.956; 21 de enero de 1.957; 28 de febrero de 1.959; 7 de febrero y 4 de junio de 1.962; 28 de febrero de 1.964; 24 de junio y 2 de noviembre de 1.965; 26 de febrero de 1.966; 20 de enero y 24 de noviembre de 1.970; 23 de mayo de 1.975; 11 de mayo de 1.977; 23 de octubre de 1.978; 20 de marzo de 1.979 y otras muchas), dictados en pleitos sobre daños al honor, reputación o crédito sin que sean exceptuados los atentados al honor mercantil y en juicios sobre daños a la persona. Ya con posterioridad a la Ley Orgánica de 5 de mayo de 1.982, las sentencias son muy abundantes. Aunque el lugar adecuado de estudio de estas cuestiones sea en sede de derechos de la personalidad (…), citamos aquí las de 4 de noviembre de 1.986; 11 de abril y 22 de octubre de 1.987; 19 de enero, 19 de febrero y 7 de marzo de 1.988; 29 de marzo y 18 de julio de 1.988; 17 de mayo, 11 de octubre y 13 de noviembre de 1.990; 16 de enero, 25 de marzo y 26 de abril de 1.991 y 11 de febrero y 11 de abril de 1.992. Entre las dictadas por el Tribunal Constitucional, destacan las sentencias de 15 de febrero y 6 de junio de 1.990, así como las dos criticadísimas sentencias de la misma fecha con las que se cerró el famoso “caso del comandante Patiño”; 12 de noviembre de 1.990. Célebres las sentencias del Tribunal Supremo de 28 de octubre de 1.986 y del Tribunal Constitucional (Sala 2ª) de 2 de diciembre de 1.988 (ésta con el voto particular de dos magistrados), dictadas con ocasión de la difusión del vídeo con la cogida y muerte del torero “Paquirri”. La pretensión se dirige al pago de una cantidad de dinero que, más que una función reparadora, cumple una finalidad de “compensación de los sufrimientos” del perjudicado (sentencias de 21 de enero de 1.957 y 28 de febrero de 1.959. “El dinero – dice la de 7 de febrero de 1.962- no puede aquí cumplir su función de equivalencia como en materia de reparación del daño material…, pero gracias a él puede la víctima del perjuicio moral, según sus gustos y temperamento, procurarse sensaciones agradables que vendrán a contrapesar las dolorosas o desagradables”; no representa el equivalente del perjuicio moral sino que reviste la forma de una “reparación satisfactoria”. Por otra parte, la sentencia de 9 de diciembre de 1.949 admitió que la indemnización del daño moral es compatible con la de los daños materiales (si un mismo acto ha producido perjuicios de una y otra clase); ello no implica que se indemnice doblemente un mismo hecho, sino una sola indemnización que será más cuantiosa por alcanzar la perturbación a la esfera material y a la moral. La determinación de la cuantía de los daños se remite en todos estos casos al criterio prudencial del juzgador. No obstante, la Ley de 5 de mayo de 1.982, ya citada, señala algunos criterios para la valoración del daño moral (en los que deriven de lesiones al honor, a la intimidad, etc.), criterios tales como las circunstancias del caso, la gravedad de la lesión efectivamente producida, la difusión o audiencia del medio a través del cual se haya 107929-2 -18- destacar que la prueba del daño moral se exige generalmente con mayor rigurosidad que la prueba del daño patrimonial. c) Elemento causal: concepto y teorías En último lugar y no por esta razón, menos importante, nos referimos al elemento causal de la responsabilidad Aquiliana, pues para que aquella pueda exigirse, es imprescindible que exista una relación de causa a efecto entre la conducta del agente y el daño sufrido por la victima. Con el fin de establecer esta relación, los juristas alemanes han propuesto diferentes teorías. Estimamos que la exposición de dichas teorías es muy relevante al objeto de nuestro estudio, pues hay que tener presente que la responsabilidad patrimonial de las Administraciones Publicas se configura como un sistema de responsabilidad objetiva, en el que el elemento causal, prevalece sobre los demás, en el momento de acreditar la procedencia de la indemnización. Por esta razón, es conveniente detenerse en su estudio que abordaremos por orden cronológico. Así, nos encontramos en primer lugar con la teoría de la equivalencia de condiciones o condictio sine quanon, formulada por VON BURI en el año 1.860, conforme a la cual, todas las condiciones del suceso que origina la responsabilidad tienen el mismo valor y si faltase una, no existiría aquella. Ahora bien, esta teoría fue duramente criticada por BINDING, pues llevada producido. También se valorará el beneficio que haya obtenido el causante de la lesión como consecuencia de la misma. Cabe pensar en una aplicación analógica de estos criterios para la estimación de las indemnizaciones en otros supuestos de daño moral, distintos de los específicamente previstos en la citada ley.” 107929-2 -19- hasta sus últimas consecuencias, todo el mundo seria responsable de todo (así lo explica este último autor con un ejemplo muy ilustrativo, citado por CASTAN20, “seria autor de adulterio, junto al varón que yace con la mujer casada con otro hombre, el carpintero que hizo la cama”). En segundo lugar, como correctivo a la teoría anterior, se formula la doctrina de la causalidad proxima, ideada inicialmente por FRANCIS BACON (filosofo ingles del siglo XVI), en su obra Maxims of Law, conforme a la cual solo tiene relevancia la causa mas proxima al daño producido, prescindiendo de la consideración de las demás que hayan podido concurrir, las cuales no son relevantes, según el aforismo romano in iure non remota causa, sed proxima spectatur. Ahora bien, esta teoría presenta el inconveniente que no siempre la causa mas proxima es aquella que causa el daño, por lo que se formula, en un intento de precisar este elemento causal, la doctrina de la causalidad adecuada. Esta ultima teoría parte del presupuesto que el daño debe asociarse al antecedente que según el curso normal de los acontecimientos, haya sido su causa directa e inmediata, es decir adecuada. El concepto relevante en el 20 Suele afirmarse que esta fue la teoría seguida por la Sentencia del Tribunal Supremo, de 21 de marzo de 1950: demandados unos cirujanos por no haber logrado el resultado deseado en una operación de cirugía estética, se afirmaba que ello fue “por una infección que no puede atribuirse a descuido de los demandados (…), pues no puede admitirse la teoría de que si surge una fealdad mayor que la intentada corregir, brota en el acto la responsabilidad, ya que ésta no nace de la causa remota de la operación, sino de la próxima y eficiente, que en este caso no es imputable a los médicos”. 107929-2 -20- proceso causal es el de la regularidad del acontecimiento que causa el daño, regularidad que viene determinada por la experiencia. Por esta razón, para su determinación es necesario realizar una abstracción de los acontecimientos, prescindiendo de lo efectivamente sucedido y atendiendo a lo que usualmente ocurre y al grado de previsión que cualquier hombre razonable podía haber tenido atendiendo a sus circunstancias personales. La teoría de la causalidad adecuada presenta el inconveniente de su propia abstracción, pues aunque es cierto que en ocasiones permite identificar la existencia de una causa ordinariamente adecuada que genera el daño y justifica la responsabilidad del Agente, no es menos cierto que en el caso concreto puede ser otra causa, distinta de la ordinaria, la responsable del daño. Por esta razón, recientemente la Doctrina y la Jurisprudencia21, han seguido una tendencia más realista en la fijación del elemento causal de la 21 J. Castán Tobeñas, op. cit. (Ed. 1.993), pág. 968: “Últimamente se aprecia una tendencia más realista en la doctrina, que, por cierto, no ha dejado de estar constantemente presente en la jurisprudencia. Pueden verse, entre otras, las Sentencias de 25 de enero de 1933; 11 de julio de 1941; 22 de octubre de 1948, 30 de enero de 1954; 9 de junio de 1976; 13 de octubre de 1978; 4 de junio de 1980; 30 de septiembre de 1985 y 4 de marzo de 1988. En efecto, en las sentencias de la última década parecen casi auténticas fórmulas de estilo las expresiones “con abstracción de todo exclusivismo doctrinal” o “valoración de las condiciones o circunstancias que el buen sentido señale en cada caso como índices de responsabilidad dentro del infinito encadenamiento de causas y efectos”. Y es que, no por adolecer de imprecisión, deja de ser seguramente la fórmula de la causalidad eficiente la más acertada. Como dice De Ángel, “parece que nos tenemos que resignar a que la conclusión de cada caso sea fruto de la ponderación del supuesto concreto –la “historia” del asunto- y derive de estimaciones morales o del sentido natural de la justicia”. Ahora bien, conviene hacer notar que el concepto de causalidad, en sentido técnico, no es un concepto propiamente jurídico. El legislador no es ni puede ser quien decida algo que, como las relaciones entre los efectos y sus causas, sucede siempre extramuros de cualquier 107929-2 -21- responsabilidad extracontractual, que atiende a las circunstancias del caso concreto, prescindiendo de la formulación de teorías que quizás puedan aplicarse en lo general, pero que dejan sin resolver los casos particulares. d) Interferencias extrañas al nexo causal De todo lo anterior se desprende que cuando no puede establecerse una relación de causalidad entre la conducta del Agente y el daño sufrido por la victima, no existe responsabilidad extracontractual. En efecto, puede suceder que a la producción del daño hayan coadyuvado elementos extraños, como son el caso fortuito, la fuerza mayor, el hecho de un tercero o la culpa de la propia victima. El estudio del caso fortuito y de la fuerza mayor, como circunstancias eximentes de la responsabilidad, pertenece a la Teoría General del Derecho de Obligaciones. Baste señalar aquí que aunque todavía no esta clara la distinción entre el caso fortuito y la fuerza mayor, suele afirmarse que el caso apreciación de tipo jurídico. A lo más que puede llegar la intervención del jurista es a seleccionar de entre las diferentes concausas aquella o aquellas que, desde el punto de vista jurídico, debe interesar para fundamentar el juicio de responsabilidad. Pero esto es ya un problema de oportunidad legislativa o de justicia; en todo caso, de atribución o imputación, y como tal, un problema al que el concepto de causa es totalmente ajeno. Desde este punto de vista –dice Pantaleón Prieto- “los operadores jurídicos no son productores sino consumidores de las leyes causales”. Siendo esto así, no ha lugar a plantearse el problema de la selección de factores (causalidad, próxima, causalidad adecuada, causalidad efectiva) en sede de teoría de causalidad: sólo la teoría de la equivalencia de las condiciones vendría a ser correcta para determinar lo único que se quiere determinar en este punto, a saber, la existencia o no de relación de causalidad entre la conducta y el daño. Y a partir de ahí, ya en un segundo “momento”, corresponderá utilizar una u otra doctrina. Sólo así es correcto decir que las cuestiones causales constituyen verdaderas cuestiones de hecho, dejadas como tales al arbitrio del juzgador de instancia. Lo que ya es quaestio iuris es esa operación posterior consistente en seleccionar una y otra causa para imputar la responsabilidad”. 107929-2 -22- fortuito comprende todos aquellos acontecimientos que son imprevistos pero que si se hubieran podido prever, se hubieran podido evitar. Por el contrario, en la fuerza mayor los acontecimientos, además de imprevistos, son siempre inevitables. Por otro lado, la intervención de un tercero en la producción del daño, interrumpe el nexo causal y determina la inexistencia de responsabilidad del Agente, siempre que la conducta del tercero no obedezca a la inducción o condicionamiento de aquel22. 22 Un ejemplo concreto de la jurisprudencia penal puede ser el de la Sentencia de 20 de marzo de 1972: dos camiones colisionan, por culpa de uno de ellos, que transportaba pintura y diluyentes; la carga se derramó por el pavimento, y el conductor de un turismo vino a resbalar y colisionar con otro camión, causándole daños. Se declaró que el culpable originario era el conductor del camión que ocasionó la primera colisión, y tenía así que responder del resultado producido al tercero, por aplicación del artículo 104 del Código Penal: “la indemnización de perjuicios materiales y morales comprenderá no sólo los que se hubieren causado al agraviado, sino también los que se hubieren irrogado, por razón del delito, a su familia o a un tercero”. El conductor del turismo (autor de la “interferencia”) vino a actuar condicionado por completo por la actuación del primer agente. Más conocido es, por la repercusión que tuvo en los medios de comunicación, el caso del Hotel Corona de Aragón (Sentencia de 11 de marzo de 1988). La viuda e hijo de uno de los fallecidos en aquel terrible incendio reclamaron diez millones de pesetas a Turismo Zaragoza; S.A. y Hoteles Agrupados, S.A., y la reclamación fue desatendida por el Juzgado de Primera Instancia. Comoquiera que los demandantes entendían que se trataba de una cuestión estrictamente jurídica interpuso recurso de casación directo, al amparo del artículo 1.688 de la Ley de Enjuiciamiento Civil, en relación con el párrafo 1º, del 1.687, al que el Supremo decidió no haber lugar: “cabe estudiar el problema de interrupción del nexo causal por la intervención de un tercero, respecto del cual es unánimemente aceptado que, en los supuestos en que la intervención es dolosa e intencionada y no viene determinada por la del agente inicial, es decir, se opera de manera libre, se producirá una auténtica interrupción del nexo, determinativa de una irresponsabilidad de este último”. Más adelante se recuerda que “el recurso de casación directo presupone la más cumplida admisión de los hechos que se sientan como probados en la resolución que se recurre”, y que el nexo causal entre el incendio, de escasa magnitud, de la churrería del hotel, y el devastador siniestro final “quedó interrumpido por la introducción de un elemento extraño explosivo”. 107929-2 -23- Finalmente, es obligado hacer somera referencia a la concurrencia de culpa del perjudicado, la cual puede, según su grado, ora excluir la responsabilidad, ora reducir la indemnización a que resulta obligado a pagar el agente causante del daño, aunque esta es una cuestión en la que resulta extremadamente difícil el establecimiento de criterios generales, por lo que prudentemente, debemos remitirnos al caso concreto23. II.-3 LA RESPONSABILIDAD PATRIMONIAL EN EL DERECHO ADMINISTRATIVO A) Planteamiento inicial Tras el examen de la responsabilidad extracontractual en el Derecho Civil, corresponde ahora el estudio de la responsabilidad patrimonial de la Administración, que como no podía ser de otra manera, se regula por el Derecho Administrativo. 23 La Sentencia de 23 de enero de 1970 resume los criterios seguidos por la jurisprudencia en materia de concurrencia de culpas, sobre la base de una distinción en función de las posibles entidades de las respectivas culpas intervinientes, que da lugar a las siguientes fórmulas. a) absorción de la culpa de la victima por la del agente , dada la magnitud de ésta (entre otras, sentencias de 10 de julio de 1943; 15 de junio de 1967; 24 de noviembre de 1986; etc.); b) absorción de la culpa del agente por la de la víctima, en atención a la importancia de ésta (sentencias de 26 de junio de 1964; 25 de octubre de 1966; 9 de febrero de 1968; o, más recientemente, 28 de octubre y 16 de diciembre de 1988; 31 de enero y 7 de junio de 1989 o la de 11 de febrero de 1992); c) moderación o reducción de la indemnización reclamada cuando ambas culpas sean similares o equivalentes (como se hizo, entre otras, en las sentencias de 10 y 24 de mayo de 1963; 7 de noviembre y 9 de diciembre de 1964; 29 de enero y 30 de abril de 1969; 18 de mayo de 1970; 13 de febrero y 11 de marzo de 1971; 16 de mayo y 15 de junio de 1973; 16 de enero de 1974; 4 de diciembre de 1975; 23 de octubre de 1976; 5 de mayo y 22 de octubre de 1977; 14 de abril de 1978; 3 de abril y 11 de diciembre de 1981; 30 de septiembre de 1986; 2 de marzo y 7 de octubre de 1988 y 28 de noviembre de 1989.) 107929-2 -24- Comenzaremos por una breve exposición de sus antecedentes más inmediatos en el Derecho Español y su formulación constitucional, para analizar después sus elementos configuradores en la legislación vigente. B) Antecedentes de la Responsabilidad Patrimonial Administrativa en el Derecho Español Prescindiendo de otros antecedentes24 que harían excesivamente extenso el presente trabajo, se puede afirmar que es en la Ley de Expropiación Forzosa 24 Un completo estudio de los orígenes de la responsabilidad patrimonial puede verse en E. García de Enterria y T.R. Fernández, op. cit, Págs. 359 y ss. Igualmente puede consultarse J. González Pérez, Responsabilidad Patrimonial de las Administraciones Publicas, 3ª Ed., 2.004, Ed. Civitas, Págs. 45 y ss. Reproduciendo el primero de los estudios mencionados puede citarse a A. Dagnino Guerra, op. cit., paginas 13 y ss., que exponemos a continuación: “1. En la esfera del derecho público, la afirmación de una responsabilidad patrimonial de la Administración por los daños derivados de la actuación de sus agentes pugnaba frontalmente con una tradición multisecular, que, a través de una combinación de la “potestas” imperial romana y de la concepción geocéntrica del poder del monarca, características del mundo medieval, encontró su expresión clásica en el principio formulado por los juristas ingleses, pero común a todo occidente, según el cual “the king can do not wrong” (el rey no puede cometer ilícito). De esta suerte, la aplicación al Estado de la teoría de la responsabilidad tropezó, en sus inicios, con obstáculos que parecían insalvables y, para llegar a la situación actual ha sido necesario superar viejos dogmas. En primer término, la irresponsabilidad por los daños causados por los actos del Poder Público; en segundo lugar, el problema que planteaba la transferencia de la imputación por dolo, culpa o negligencia de la persona física-funcionario al Estado; y, en fin, la dificultad de su evolución hacía formas de responsabilidad objetiva. Son bien conocidas las fases de evolución de la institución de la responsabilidad patrimonial de la Administración, que a grandes rasgos van desde una primera etapa de absoluta irresponsabilidad administrativa, pasando por una segunda fase de imputación exclusiva de daños a los agentes públicos responsables, para admitirse en un tercer momento un principio general de responsabilidad de la Administración, limitado, sin embargo, a los daños causados por acciones ilegales y culpables de sus autoridades y funcionarios. La cuarta y última etapa se caracterizaría por la extensión del mencionado principio general de resarcimiento integral, que comprendería daños tanto por actuaciones administrativas ilícitas, como por actuaciones administrativas lícitas o no culpables. A) En un principio, se partió de un criterio contrario a la posibilidad de exigir 107929-2 -25- responsabilidad patrimonial al Estado, que se negaba expresamente, a no ser que los poderes públicos actuaran como privados, en cuyo caso se le aplicarían las normas del derecho civil (PEUCHOT, La responsabilité administrative, París, 1989, pág. 3). De esta manera, el Estado –como sucesor de la Corona, y ésta como institucionalización del Monarca- no podía ser demandado ante los Tribunales; no podía dañar a nadie. Se afirmaba que, actuando el Estado mediante personas físicas, eran éstas quienes debían responder los daños causados. El dogma de la irresponsabilidad por los actos del Poder Público arranca de la vieja doctrina del “ius eminens” explicable dentro del contexto del “origen divino del poder” que, por lo demás, mantuvo todavía su vigencia cuando los poderes absolutos del Príncipe habían sido ya heredados por la soberanía nacional. A finales del siglo XIX aun pudo decir LAFERRIERE. “Lo propio de la soberanía es imponerse a todos sin compensación”. Esta norma encontró su expresión clásica en la formulación anglosajona, pero de general aplicación en el derecho comparado, según la cual “the King can do not wrong”, esto es, el Rey no pude cometer actos ilícitos. En consecuencia, la víctima únicamente podía exigir la responsabilidad del propio funcionario autor del daño, conforme a las normas generales, sin perjuicio de que el Estado pudiese compensar a la víctima de forma graciable, como ocurría en Gran Bretaña (WINFIELD, JOLOWICZ, CLERK y LINDSELL). La irresponsabilidad patrimonial del poder perduró en los primeros tiempos del Estado liberal. Posteriormente, sin embargo, se reconoció la responsabilidad del Estado, desapareciendo de la escena el titular del órgano frente a la organización. El tránsito hacia la actual teoría de la responsabilidad patrimonial de la Administración se inicia ya en la etapa del “Polizeistaat” (Estado policía), con la construcción de la teoría del Fisco –tan brillantemente formulada por OTTO MAYER-, admitiendo frente a la inmunidad del Príncipe, la posibilidad de demandar ante los Tribunales al Fisco, cuando el Estado actuaba en relaciones jurídicas de carácter civil semejantes a las que se establecían en el comercio jurídico entre particulares, e incluso en aquellos casos en que se demandaban indemnizaciones expropiatorias, siendo las expropiaciones “actos de poder”. De esta manera la afirmación de la responsabilidad de la Administración frente a los particulares tuvo que basarse inicialmente en la defensa de la propiedad privada, mediante el instituto de la expropiación, pero excluyendo los llamados no expropiatorios, reducto de la soberanía del Estado que se subroga en los privilegios del Príncipe. Empero, el desarrollo de las teorías de la indemnización expropiatoria y de la responsabilidad patrimonial fue independiente. FORSTHOFF afirma tajantemente que la “reparación de los daños causados por actividades del Poder Público del Estado es diferente tanto en su fundamento jurídico como en su naturaleza, según que el acto se ilícito o ilícito”. Ahora bien, como no todos los casos están incluidos en esta dicotomía, propone adoptar la siguiente división tripartita: a) reparación por acto delictivo o ilícito (responsabilidad del Estado, Staatshaftung); b) indemnización por acto no delictivo y lícito (expropiaciones y cargas particulares, Entschädigung); y, en fin, c) indemnización por riesgo (FORSTHOFF, Tratado de Derecho Administrativo, Madrid, 1958). B) La siguiente fase en la evolución conceptual que nos ocupa consistió cabalmente en la transferencia de la responsabilidad del funcionario autor del daño, al Estado (o mejor dicho, a la Administración Pública). En efecto, el reconocimiento de la responsabilidad política de los poderes públicos, abrió paso al reconocimiento de la responsabilidad patrimonial de la Administración por daños producidos por la actuación administrativa. No es necesario evocar aquí la conocida evolución del sistema de 107929-2 -26- responsabilidad administrativa por obra del Consejo de Estado francés, que tanto ha influido entre nosotros, y que significó en un primer momento, en aplicación de los principios civiles, la imputación de daños a los agentes públicos, basada en la culpa o negligencia de éstos, para aceptar luego el principio de la responsabilidad de la Administración por los daños causados por acciones ilícitas y culpables de sus autoridades y funcionarios (la llamada “falta de servicio”), para después, y a partir de actividades administrativas peligrosas o generadoras de peligros excesivos, admitir una responsabilidad directa por daños provocados por algunas de esas actividades al margen de la culpa o negligencia o de la licitud de la actividad (LEGUINA VILLA, El fundamento de la responsabilidad de la Administración, REDA, 1979, nº 23, pág. 524). Basta señalar que el traslado de la responsabilidad de la persona física-funcionario a la persona jurídica-Administración se facilitó por la concurrencia de tres factores: a) la aceptación de la teoría jurídica de la personalidad del Estado (o de la Administración), construida por la Escuela Alemana de Derecho Público (GERBER, LABAND, JELLINEK), que hace posible la aparición de un sujeto jurídico susceptible de imputación (en el caso inglés, por ejemplo, el poder demandar a la Corona, lo cual no sucede hasta la aprobación de la Crown Proceeding Act, de 1947); b) la admisión de la “falta del funcionario” como “falta de servicio” (faute de service), incluso en los caos de falta grave (faute lourde) consecuencia de la “despersonalización del funcionario” que se convierte en una pieza impersonal o anónima en la organización burocrática; y c) el tránsito de la responsabilidad “subjetiva” a la responsabilidad “objetiva” que constituye, para un autorizado sector de la doctrina (LEGUINA VILLA), la culminación del proceso de perfeccionamiento de la teoría jurídica de la responsabilidad patrimonial. 2. Supuestos los términos de la afirmación del principio de responsabilidad de la Administración Pública, no debe olvidarse que esta no adquiere igual cariz en los diferentes sistemas jurídicos comparados. La forma más sencilla es la consistente en aplicar al Estado las mismas reglas que a cualquier otra persona, respondiendo de los daños causados por actos ilícitos de las personas que de él dependen solución ésta acogida tras la segunda guerra mundial por la legislación de los Estados Unidos de América (Federal Tort Claims Act, de 1946) y del Reino Unido (Crown Proceedings Act, de 1947). La aplicación de las normas generales de la responsabilidad extracontractual es la más adecuada a estos países, pertenecientes al sistema del “Common Law”, en los que la Administración se somete como regla al derecho común, y no al derecho administrativo, como ocurre en los sistemas europeo-continentales (de “régimen administrativo”), sin perjuicio de las singularidades y prerrogativas reconocidas en tiempos bien recientes. Así, en el Reino Unido la Corona es equiparable a una persona mayor de edad y de plena capacidad, aunque se mantienen algunas excepciones, como las responsabilidades derivadas de actos de naturaleza judicial. En derecho francés, el Consejo de Estado distingue entre las faltas personales de los funcionarios, que son de su exclusiva responsabilidad, y las faltas de servicio, de las que responde directamente el Estado, caracterizándose por resultar de los hábitos del servicio mismo y ser una falta impersonal, que no se individualiza en un funcionario concreto ni requiere su culpa. En la doctrina y jurisprudencia alemanas se acoge la teoría de la indemnización de derecho público, sostenida en España por Garrido Falla, y conforme a la cual deben indemnizarse no sólo los daños ilícitos, sino también ciertas intervenciones conforme a derecho de naturaleza expropiatoria, como los sacrificios patrimoniales singularizados (GARRIDO FALLA, “Tratado 107929-2 -27- de 1.954, donde nace el actual sistema de responsabilidad patrimonial de las Administraciones Publicas en nuestro Derecho. En concreto, dicho sistema se articulaba en los artículos 121 y 122 de la LEF, el primero de los cuales, consagraba ya el sistema de responsabilidad objetiva de la Administración, al afirmar que: “Dará también lugar a indemnización con arreglo al mismo procedimiento toda lesión que los particulares sufran en los bienes y derechos a que esta Ley se refiere, siempre que aquella sea consecuencia del funcionamiento normal o anormal de los servicios públicos o de la adopción de medidas de carácter discrecional no fiscalizables en vía contenciosa, sin perjuicio de las responsabilidades que la administración pueda exigir de sus funcionarios con tal motivo.” Por su parte el articulo 122.1 del mismo cuerpo legal exigía que el daño fuera “efectivo, evaluable económicamente e individualizado con relación a una persona o grupo de personas” y en el mismo sentido, el articulo 133.1 del REF configuraba el daño indemnizable como “toda lesión que los particulares sufran en sus bienes y derechos siempre que sean susceptibles de evaluarse económicamente” con la finalidad de integrar en el concepto de lesión indemnizable, no solo los bienes y derechos que pueden ser objeto de expropiación, sino también a aquellos que estando excluidos de aquella, de Derecho Administrativo, Madrid, 1985). Por último, existen otros sistemas (como el español) en los que se prescinde totalmente de la ilicitud de la conducta de la Administración y su responsabilidad se asienta únicamente en el dato objetivo del daño causado al particular, siendo irrelevante si el causante del daño obró con culpa o sin ella. En estos sistemas se ha pretendido fundamentar la responsabilidad objetiva de la Administración en la creación por ésta de un riesgo o en el enriquecimiento sin causa”. 107929-2 -28- deben ser indemnizados si son lesionados como acontece por ejemplo con, la vida, la integridad física y otros perjuicios personales y morales. Como se observa, el punto de partida de esta responsabilidad consiste en garantizar al perjudicado la indemnización, con independencia de que concurra o no la culpa del funcionario agente y estableciendo el carácter directo que tendrá siempre la responsabilidad de la Administración, sin perjuicio de las responsabilidades que esta pueda exigir a los funcionarios causantes del daño. El paso siguiente en esta evolución lo constituye la Ley de Régimen Jurídico de la Administración del Estado de 26 de Julio de 1.957 (En adelante LRJAE) cuyo artículo 40 regulaba la responsabilidad en los siguientes términos: “1. Los particulares tendrán derecho a ser indemnizados por el Estado de toda lesión que sufran en cualquiera de sus bienes y derechos, salvo en los casos de fuerza mayor, siempre que aquella lesión sea consecuencia del funcionamiento normal o anormal de los servicios públicos o de la adopción de medidas no fiscalizables en vía contenciosa. 2. En todo caso, el daño alegado por lo particulares habrá de ser efectivo, evaluable económicamente e individualizado con relación a una persona o grupo de personas.” 107929-2 -29- Por su parte el artículo 41 de la LRJAE establecía que cuando el Estado actuara en sus relaciones de Derecho Privado, su responsabilidad seria exigida ante los Tribunales Ordinarios y además debía entenderse que dicha responsabilidad se regulaba conforme a las normas civiles: “Cuando el Estado actué en sus relaciones de Derecho Privado, responderá directamente de los daños y perjuicios causados por sus autoridades, funcionarios y agentes, considerándose la actuación de los mismos como actos propios de la Administración. La responsabilidad, en este caso, habrá de exigirse ante los Tribunales Ordinarios.” El planteamiento de la LRJAE mejoró la redacción de la LEF, incluyo la fuerza mayor como causa de exoneración y elimino la alusión a los actos discrecionales que desde la Ley de la Jurisdicción Contenciosa de 27 de Diciembre de 1.956 eran recurribles. Llegamos así a la Constitución Española de 27 de Diciembre de 1.978 que eleva a fundamental el principio de responsabilidad patrimonial de las Administraciones Publicas como seguidamente veremos. C) La responsabilidad patrimonial de las Administraciones Públicas en la Constitución de 1.978 La CE se refiere a la responsabilidad patrimonial de la Administración en cuatro de sus preceptos. 107929-2 -30- En su Titulo preliminar, el articulo 9.325 establece que “la Constitución garantiza (…) la responsabilidad y la interdicción de la arbitrariedad de los poderes públicos”. En su Titulo VI, el artículo 12126 reconoce la responsabilidad directa del Estado por los errores judiciales y por el anormal funcionamiento de la Administración de Justicia y en su titulo VIII, el articulo 149.1.18 atribuye al Estado la competencia exclusiva para establecer por Ley el sistema de responsabilidad patrimonial de las Administraciones Publicas. Finalmente, en su Titulo IV, el artículo 106.2 confiere base constitucional a la responsabilidad de la Administración con ámbito general, cuando afirma que: “Los particulares, en los términos establecidos por la ley, tendrán derecho a ser indemnizados por toda lesión que sufran en cualquiera de sus bienes y derechos, salvo en los casos de fuerza mayor, siempre que la lesión sea consecuencia del funcionamiento de los servicios públicos.” De este precepto pueden extraerse las siguientes características esenciales de la responsabilidad patrimonial en nuestro sistema27: a) Configuración legal 25 Establece el artículo 9.3 de la CE que: “La Constitución garantiza el principio de legalidad, la jerarquía normativa, la publicidad de las normas, la irretroactividad de las disposiciones sancionadoras no favorables o restrictivas de derechos individuales, la seguridad jurídica, la responsabilidad y la interdicción de la arbitrariedad de los poderes públicos”. 26 Dispone el articulo 121 CE que: “Los daños causados por error judicial, así como los que sean consecuencia del funcionamiento anormal de la Administración de Justicia darán derecho a una indemnización a cargo del Estado, conforme a la Ley”. 27 A. Dagnino Guerra, op cit, paginas 33 y ss. 107929-2 -31- En primer lugar, la exigencia responsabilidad patrimonial de la Administración es un derecho de configuración legal, que en consecuencia esta condicionado al cumplimiento de los requisitos legalmente establecidos. Desde este punto de vista, la Constitución ha previsto un sistema de responsabilidad de carácter administrativo distinto, como ahora veremos, de la responsabilidad civil o aquiliana antes expuesta. Estas diferencias se manifiestan no solamente en el aspecto sustantivo, sino también en el aspecto procesal, pues se regula un procedimiento específico para la reclamación de la responsabilidad, que se efectúa primero ante la propia Administración, como consecuencia de la autotutela administrativa y solo después ante la Jurisdicción Contenciosoadministrativa. Particularmente, desde la ultima Ley reguladora de esta Jurisdicción, de 13 de Julio de 1.998, (en adelante LRJCA), se prohíbe expresamente demandar a la Administración Publica ante los ordenes jurisdiccionales civil o social por este motivo28. Mas adelante analizaremos la legislación vigente en esta materia. b) Sistema Unitario En efecto el articulo 149.1.18 de la CE ha previsto un sistema unitario de responsabilidad patrimonial, común a todas las Administraciones Publicas (Estado, Comunidades Autónomas y Entidades Locales), encomendando su 28 Señala el artículo 2.e) de la LRJCA: “La responsabilidad patrimonial de las Administraciones públicas, cualquiera que sea la naturaleza de la actividad o el tipo de relación de que derive, no pudiendo ser demandadas aquéllas por este motivo antes los órdenes jurisdiccionales civil o social”. Según el Auto del Tribunal Constitucional de 2 de Julio de 1.997, “Es la caracterización constitucional de la responsabilidad administrativa la que justifica la vis attractiva de toda responsabilidad patrimonial de la Administración hacia el procedimiento y el proceso administrativo, que es plenamente conforme con la Constitución.” 107929-2 -32- determinación a la competencia exclusiva del Estado, por lo que las Comunidades Autónomas y Entidades Locales, habrán de regirse por dicha legislación, sin perjuicio de las especialidades propias derivadas de la organización propia de estas ultimas. Como destaca GARRIDO FALLA29, “la unidad del sistema no implica una regulación simplista y única de la responsabilidad para todos los casos y situaciones, sin diferenciaciones y modulaciones”, sino que al contrario dichas matizaciones son admitidas y necesarias en función de las particularidades propias de las Administraciones Publicas intervinientes, pues como dice PANTALEON30, “el sistema unitario de responsabilidad patrimonial admite ciertas modulaciones y variaciones que tengan en cuenta el equilibrio de intereses perjudicado-Administración y la multiplicidad de funciones que puede estar llamado a cumplir un sistema de responsabilidad, pues un derecho razonable no debe equiparar ni tratar con los mismos principios situaciones lesivas sustancialmente diversas” c) Responsabilidad directa y objetiva Por ultimo, la Constitución configura una responsabilidad directa de la Administración, no como un simple sistema de cobertura de los daños causados por los actos ilícitos de los funcionarios y agentes de los entes públicos31. No se trata de una responsabilidad subsidiaria en el sentido de que 29 F.Garrido Falla, Constitucionalizacion de la Responsabilidad Patrimonial del Estado, en Homenaje a García de Enterria, Madrid, 1.991, págs, 2.847 y ss. 30 En este sentido, F. Pantaleón, Los anteojos del Civilista: Hacia una revisión del régimen de responsabilidad de las Administraciones Publica”, Documentación Administrativa, 1.994, págs. 237 y 238 31 E. García de Enterría, op. cit. 107929-2 -33- no actúa como garante de los daños causados por los funcionarios públicos32. Además, se establece un sistema de responsabilidad objetiva, pues la Administración será responsable, siempre que la lesión sea consecuencia del funcionamiento de los servicios públicos, con independencia de todo elemento intencional que haya podido concurrir en el agente del daño. Mas adelante matizaremos esta ultimo sistema que tiene, como puede comprenderse, una importancia capital. Antes, nos referiremos a la legislación vigente que regula la responsabilidad patrimonial. D) Legislación Vigente en materia de Responsabilidad Patrimonial La legislación vigente en materia de responsabilidad patrimonial esta constituida, además de por los preceptos constitucionales antes mencionados, 32 En este sentido el articulo 145 de la LPC, establece: “1. Para hacer efectiva la responsabilidad patrimonial a que se refiere el capítulo I de este Título, los particulares exigirán directamente a la Administración pública correspondiente las indemnizaciones por los daños y perjuicios causados por las autoridades y personal a su servicio. 2. La Administración correspondiente, cuando hubiere indemnizado a los lesionados exigirá de oficio de sus autoridades y demás personal a su servicio la responsabilidad en que hubieran incurrido por dolo, o culpa o negligencia graves, previa instrucción del procedimiento que reglamentariamente se establezca. Para la exigencia de dicha responsabilidad se ponderarán, entre otros, los siguientes criterios: el resultado dañoso producido, la existencia o no de intencionalidad, la responsabilidad profesional del personal al servicio de las Administraciones públicas y su relación con la producción del resultado dañoso. 3. Asimismo, la Administración instruirá igual procedimiento a las autoridades y demás personal a su servicio por los daños y perjuicios causados en sus bienes o derechos cuando hubiera concurrido dolo, o culpa o negligencia graves. 4. La resolución declaratoria de responsabilidad pondrá fin a la vía administrativa. 5. Lo dispuesto en los párrafos anteriores, se entenderá sin perjuicio de pasar, si procede, el tanto de culpa a los Tribunales competentes.” 107929-2 -34- por los artículos 139 a 14433 de la Ley 30/92 de 26 de Noviembre de Régimen Jurídico de las Administraciones Publicas y del Procedimiento Administrativo 33 Dispone la LPC 30/1992 lo siguiente: Artículo 139: “1. Los particulares tendrán derecho a ser indemnizados por las Administraciones Públicas correspondientes, de toda lesión que sufran en cualquiera de sus bienes y derechos, salvo en los casos de fuerza mayor, siempre que la lesión sea consecuencia del funcionamiento normal o anormal de los servicios públicos. 2. En todo caso, el daño alegado habrá de ser efectivo, evaluable económicamente e individualizado con relación a una persona o grupo de personas. 3. Las Administraciones Publicas indemnizarán a los particulares por la aplicación de actos legislativos de naturaleza no expropiatoria de derechos y que éstos no tengan el deber jurídico de soportar, cuando así se establezca en los propios actos legislativos y en los términos que e4specifiquen dichos actos. 4. La responsabilidad patrimonial del Estado por el funcionamiento de la Administración de Justicia se regirá por la Ley Orgánica del Poder Judicial”. Artículo 140: “1. Cuando de la gestión dimanante de fórmulas conjuntas de actuación entre varias Administraciones públicas se derive responsabilidad en los términos previstos en la presente Ley, las Administraciones intervinientes responderán de forma solidaria. El instrumento jurídico regulador de la actuación conjunta podrá determinar la distribución de la responsabilidad entre las diferentes Administraciones públicas. 2. En otros supuestos de concurrencia de varias Administraciones en la producción del daño, la responsabilidad se fijará para cada Administración atendiendo a los criterios de competencia, interés público tutelado e intensidad de la intervención. La responsabilidad será solidaria cuando no sea posible dicha determinación”. Artículo 141: “1. Sólo serán indemnizables las lesiones producidas al particular provenientes de daños que éste no tenga el deber jurídico de soportar de acuerdo con la Ley. No serán indemnizables los daños que se deriven de hechos o circunstancias que no se hubiesen podido prever o evitar según el estado de los conocimientos de la ciencia o de la técnica existentes en el momento de producción de aquéllos, todo ello sin perjuicio de las prestaciones asistenciales o económicas que las leyes puedan establecer para estos casos. 2. La indemnización se calculará con arreglo a los criterios de valoración establecidos en la legislación de expropiación forzosa, legislación fiscal y demás normas aplicables, ponderándose, en su caso, las valoraciones predominantes en el mercado. 3. La cuantía de la indemnización se calculará con referencia al día en que la lesión efectivamente se produjo, sin perjuicio de su actualización a la fecha en que se ponga fin al procedimiento de responsabilidad con arreglo al índice de precios al consumo, fijado por el Instituto Nacional de Estadística, y de los intereses que procedan por demora en el pago de la indemnización fijada, los cuales se exigirán con arreglo a lo establecido en la Ley General Presupuestaria. 4. La indemnización procedente podrá sustituirse por una compensación en especie o ser abonada mediante pagos periódicos, cuando resulte más adecuado para lograr la reparación debida y convenga al interés público, siempre que exista acuerdo con el interesado”. Artículo 142: “Los procedimientos de responsabilidad patrimonial de las Administraciones Públicas se iniciarán de oficio o por reclamación de los interesados. 2. Los procedimientos de responsabilidad patrimonial se resolverán, por el Ministro respectivo, el Consejo de Ministros si una Ley así lo dispone, o por los órganos correspondientes de las Comunidades Autónomas o de las Entidades que 107929-2 -35- Común (en adelante LPC), cuyo Titulo X se dedica a la regulación de esta materia. Dichos preceptos determinan los presupuestos, condiciones y alcance de la responsabilidad, así como el procedimiento de su reclamación, que se complementa en el Real Decreto 429/1.993 de 26 de Marzo, por el que se aprueba el Reglamento de los Procedimiento de las Administraciones Publicas en materia de Responsabilidad Patrimonial (en adelante RPRP). integran la Administración Local. Cuando su norma de creación así lo determine, la reclamación se resolverá por los órganos a los que corresponda de las Entidades de Derecho Público a que se refiere el artículo 2.2. de esta Ley. 3. Para la determinación de la responsabilidad patrimonial se establecerá reglamentariamente un procedimiento general con inclusión de un procedimiento abreviado para los supuestos en que concurran las condiciones previstas en el artículo 143 de esta Ley. 4. La anulación en vía administrativa o por el orden jurisdiccional contencioso-administrativo de los actos o disposiciones administrativas no presupone derecho a la indemnización, pero si la resolución o disposición impugnada lo fuese por razón de su fondo o forma, el derecho a reclamar prescribirá al año de haberse dictado la Sentencia definitiva, no siendo de aplicación lo dispuesto en el punto 5. En todo caso, el derecho a reclamar prescribe al año de producido el hecho o el acto que motive la indemnización o de manifestarse su efecto lesivo. En caso de daños, de carácter físico o psíquico, a las personas el plazo empezará a computarse desde la curación o la determinación del alcance de las secuelas. 6. La resolución administrativa de los procedimientos de responsabilidad patrimonial, cualquiera que fuese el tipo de relación, pública o privada, de que derive, pone fin a la vía administrativa. 7. Si no recae resolución expresa se podrá entender desestimada la solicitud de indemnización”. Artículo 143: “1. Iniciado el procedimiento general, cuando sean inequívocos la relación de causalidad entre el funcionamiento del servicio público y la lesión, así como la valoración del daño y el cálculo de la cuantía de la indemnización, el órgano competente podrá acordar la sustanciación de un procedimiento abreviado, a fin de reconocer el derecho a la indemnización en el plazo de treinta días. 2. En todo caso, los órganos competentes podrán acordar o proponer que se siga el procedimiento general. 3. Si no recae resolución expresa se podrá entender desestimada la solicitud de indemnización”. Artículo 144: “Cuando las Administraciones públicas actúen en relaciones de derecho privado, responderán directamente de los daños y perjuicios causados por el personal que se encuentre a su servicio, considerándose la actuación del mismo actos propios de la Administración bajo cuyo servicio se encuentre. La responsabilidad se exigirá de conformidad con lo previsto en los artículos 139 y siguientes de esta Ley”. 107929-2 -36- Dicha regulación presenta ciertas novedades34 importantes con respecto a la anterior, como Administraciones son la Publicas responsabilidad causantes del solidaria daño, de la las diferentes previsión de un procedimiento abreviado o el establecimiento de ciertos criterios de valoración. Mas recientemente, la LPC se ha visto modificada por la Ley 4/1.999 de 13 de Enero, en lo que concierne a los supuestos de fuerza mayor que no dan lugar 34 J. Barnés, op. cit 818 a 819: “a) La previsión expresa del art. 140 de la responsabilidad solidaria cuando el daño dimane de la acción concurrente de varias Administraciones, aunque en puridad no se cambia con ello la situación anterior; b) el establecimiento de pautas o criterios de valoración del daño, remitiendo a la normativa de expropiación forzosa y a la legislación fiscal, y aludiendo a la ponderación, en su caso, con las valoraciones predominantes en el mercado (art. 141.2); c) la previsión de que la indemnización se calcule “con referencia al día en que la lesión efectivamente se produjo”, sin perjuicio del pago de los correspondientes intereses de demora, de acuerdo con lo previsto en la Ley General Presupuestario (art. 141.3); d) la posibilidad de sustituir la indemnización por compensaciones en especie o ser abonada mediante pagos periódicos cuando ello resulte más adecuado y exista acuerdo con el interesado (art. 141.4); e) la previsión de un procedimiento abreviado, que regula el art. 143, “cuando sean inequívocos la relación de causalidad entre el funcionamiento del servicio público y la lesión, así como la valoración del daño y el cálculo de la cuantía de la indemnización”; f) sobre todo, la pretensión de volver a la unidad jurisdiccional, fugazmente vigente tras el ya citado art. 3.b) LJ, puesto que incluso cuando las Administraciones Públicas actúen en relaciones de derecho privado su responsabilidad podrá exigirse conforme a la regulación de la LAP (art. 144), esto es, previa petición del interesado que deberá resolver la Administración. Esa resolución pone fin a la vía administrativa “cualquiera que fuese el tipo de relación, pública o privada, de que derive” la responsabilidad y podrá recurrirse en la jurisdicción contencioso-administrativa (art. 142.6). El éxito de esta última previsión ha de ser juzgado con la perspectiva de la práctica habida cuenta lo que más atrás se ha dicho sobre la actividad de los tribunales civiles bajo la teórica unidad jurisdiccional que existía para los entes locales en virtud del art. 3.b) LJ y hasta la LBRL, de 1985. Subsiste, no obstante, el problema de saber cuál es el régimen sustantivo en estos casos y, también, si la unidad jurisdiccional en materia de responsabilidad es aplicable a todos los entes de Derecho público, puesto que según el art. 2.2. LAP estas entidades tienen la consideración de Administración Pública pero sólo sujetan su actividad a la nueva Ley “cuando ejerzan potestades administrativas”, sometiéndose en lo demás a lo que dispongan sus normas de creación; normas que con frecuencia suelen aludir a la aplicación del Derecho privado. Sobre ello volveremos después; g) otras novedades y problemas derivados de la nueva Ley se analizarán mas adelante, sobre todo al hilo del estudio del procedimiento de exigencia de la responsabilidad. 107929-2 -37- a responsabilidad, la actualización de la cuantía de la indemnización, la consagración del régimen sustantivo y procesal de esta responsabilidad y la regulación de la responsabilidad concurrente de las Administraciones Publicas. Finalmente tenemos que referirnos a los artículos 145 y 146 de la LPC que regulan la responsabilidad de las autoridades y personal al servicio de las Administraciones Publicas y a los artículos 292 a 297 de la Ley Orgánica del Poder Judicial de 1 de Julio de 1.985 que se refieren a la responsabilidad del Estado por el funcionamiento anormal de la Administración de Justicia. Como el estudio de estos preceptos excede, por razones obvias, del ámbito del presente trabajo, vamos a examinar ahora los elementos que determinan la existencia de la responsabilidad patrimonial de la Administración. E) Elementos de la responsabilidad patrimonial Para exigir la responsabilidad patrimonial por el funcionamiento de las Administraciones Públicas, es necesario que concurran cuatro requisitos o presupuestos: a) hecho imputable a la Administración; b) lesión o perjuicio antijurídico efectivo, evaluable económicamente e individualizado con relación a una persona o grupo de personas; c) relación de causalidad entre hecho y perjuicio y d) que no concurra fuerza mayor u otra causa de exclusión de la responsabilidad. En este sentido el Tribunal Supremo, en sus sentencias de 14 de julio de 1986; 15 de diciembre de 1986; 29 de mayo de 1987 y 17 de febrero de 1989, afirman que “para que nazca dicha responsabilidad es 107929-2 -38- necesaria una actividad administrativa (por acción –material o jurídica-), un resultado dañoso no justificado y relación de causa-efecto entre aquella y esta, incumbiendo su prueba al que reclama, a la vez que es imputable a la Administración la carga referente a la existencia de la fuerza mayor cuando se alega como causa de exoneración”. a) Hecho imputable a la Administración. El primero de los requisitos a los que tenemos que hacer referencia para determinar la existencia de la responsabilidad de las Administraciones Públicas es, la actuación de la Administración de la que va a surgir la responsabilidad. Tal y como se desprende del artículo 106.2 de la Constitución y del artículo 139.1 de la LPC, es necesario que el daño sea consecuencia del funcionamiento normal o anormal de los servicios públicos. Como explica GIL IBAÑEZ35, pueden distinguirse dos elementos en cuanto al hecho imputable: uno subjetivo o que el daño se produzca como consecuencia de la actuación de una organización administrativa, y otro objetivo, que consiste en que la actividad productora del daño esté sujeta al derecho administrativo, si bien que este último elemento carece ahora de la importancia que antes tenía como consecuencia de la unificación jurisdiccional que se ha producido con la LPC y con la actual LJCA en cuanto a la exigencia de la responsabilidad administrativa. En efecto, la imputación exige que la persona o el servicio causante del daño forme parte de la organización administrativa de 35 J.L. Gil Ibáñez, La Responsabilidad Patrimonial de los Poderes Públicos, Jurisprudencia Contencioso-Administrativa. Actualidad Editorial, Ed. 1994. 107929-2 -39- que se trate. Es de destacar que, como explica BARNÉS36, “la cobertura de la Administración se refiere no solo a los funcionarios en sentido estricto sino, con un criterio más amplio, a cualquiera que ejerza funciones públicas integradas en la organización y por tanto también a las autoridades políticas, personal y contratados”. Por el contrario, según la generalidad de la doctrina no existe responsabilidad de la Administración por los daños que sean consecuencia de la actuación de los concesionarios de los servicios públicos, salvo que como dispone el artículo 121.2 de la LEF, el daño tenga su origen en alguna cláusula obligatoria impuesta por la Administración37. Por lo que se refiere a la expresión “funcionamiento de los servicios públicos”, la jurisprudencia la interpreta en sentido amplio como sinónimo de cualquier actuación administrativa potencialmente dañosa. En este sentido se pronuncian las Sentencias del Tribunal Supremo de 22 de marzo de 1995 y 5 de junio de 1989. Finalmente, y a efectos puramente teóricos, debe distinguirse entre el funcionamiento normal y anormal de los servicios públicos, 36 J. Barnés, op. cit. Respecto a la responsabilidad de la Administración por los daños causados por los concesionarios de los servicios públicos existe cierta jurisprudencia en sentido contrario a lo expuesto, como por ejemplo la Sentencia del Tribunal Supremo de 9 de mayo de 1989, la cual distingue entre varios tipos de actividades de los concesionarios: la actividad vinculada que se impone el concesionario y que debe cumplir necesariamente y la actividad no vinculada, que es aquella que deriva del cumplimiento del contrato de concesión y en la que, a su vez, pueden distinguirse las funciones que el concesionario realice por haberle sido denegadas por la Administración y las funciones que realice en el giro o tráfico normal de su empresa. Pues bien, la Sentencia que comentamos llega a la conclusión de que en todo momento el concesionario actúa como un delegado de la Administración en cualquiera de estas actividades y en consecuencia es la Administración la que debe responder cuando existe un daño que deriva de la actuación del concesionario de servicio público. 37 107929-2 -40- aunque la Administración responde en ambos casos. El funcionamiento normal supone la eventualidad de que la responsabilidad administrativa derive de un actuar lícito de la Administración, como por ejemplo el caso en que la Administración desiste en interés público de llevar a cabo una expropiación ya iniciada pero no consumada, según afirma la Sentencia del Tribunal Supremo de 18 de Octubre de 1986 y que es objeto del presente trabajo. Por el contrario, el funcionamiento anormal comprende, tanto las conductas ilegales o culpables de los funcionarios o agentes de la Administración, como las actuaciones de la misma clase que por ser impersonales o anónimas se imputan a la organización administrativa genéricamente considerada. Por último, hay que reseñar que existe cierta doctrina jurisprudencial que ha admitido otros títulos de imputación de la responsabilidad patrimonial de la Administración distintos del giro o tráfico administrativo, como son los derivados de la “creación de una situación de riesgo” (Sentencias del Tribunal Supremo de 13 de septiembre de 1991; 1 de abril de 1995 y 25 de mayo de 1999) o el “enriquecimiento sin causa” (Sentencias del Tribunal Supremo de 19 de Noviembre de 1986 y 20 de Noviembre de 1987.) b) Lesión o perjuicio antijurídico efectivo, evaluable económicamente e individualizado con relación a una persona o grupo de personas. En segundo lugar, es imprescindible que se invoque un daño o perjuicio y que el mismo se pruebe para que pueda exigirse la responsabilidad administrativa. 107929-2 -41- Dicho daño, ha de ser efectivo y en este sentido el Dictamen del Consejo de Estado número 3807/96, de 19 de diciembre de 1996, afirma que: “Es preciso acreditar la existencia real y positivo de los daños alegados, no siendo suficiente la aplicación de dañoso hipotéticos o dudosos, que carecen del rasgo esencial de la realidad y la certeza. Los daños eventuales o simplemente posibles no son resarcibles por su falta de efectividad, pues en tanto no se determine la entidad y naturaleza del daño y sus efectos patrimoniales, el reclamante no se encuentra en condiciones de pretender una indemnización, condicionada a la prueba del efecto lesivo”. En este mismo sentido, se ha pronunciado la jurisprudencia del Tribunal Supremo en las Sentencias de 2 de enero y 20 de noviembre de 1990; 18 de octubre de 1993; 14 de febrero de 1998; 27 de febrero de 1999; 20 de julio de 1999 y 18 de marzo de 2000; siendo requisito de la estimación de la pretensión indemnizatoria la “efectiva realidad del daño o perjuicio”. Respecto del requisito de la evaluación económica, implica que el mismo se pueda cuantificar y valorar en dinero, siendo perfectamente asumible la indemnización de los llamados daños morales38. 38 J. Barnés, op. cit.: “El daño moral aparece con frecuencia mezclado y globalizado junto a los daños estrictamente patrimoniales. Incluso en la STS de 12 de marzo de 1975 (Ar. 1798) se puede observar esa mezcla. Recuérdese que en ella se contempla el llamado caso de “los novios de Granada”, la muerte de uno de los miembros de una pareja producida por un interno de un Hospital psiquiátrico que se lanzó al vacío. La Sentencia de la Audiencia Territorial admitía claramente los daños morales para indemnizar a la novia al hablar de “la pena que produce la pérdida de un ser querido entre los familiares y las personas en trance de serlo, cuyo dolor puede y debe ser objeto de indemnización económica a modo de pecunia doloris que por vía indirecta compense la desazón espiritual sufrida (…). El TS, sin 107929-2 -42- Es también requisito que el daño este individualizado con relación a una persona o grupo de personas, es decir, que se excluyen los daños generales como, por ejemplo, el cambio de régimen de los precios o la devaluación de la moneda. Finalmente es necesario que el daño sea antijurídico o, como dice la propia LPC en el artículo 141.1, “que el particular no tenga el deber jurídico de embargo, aunque confirma las 400.000 pesetas de indemnización lo hace “prescindiendo de toda estimación en orden a la valoración del (daño) puramente moral” e introduce una justificación patrimonial al traer como argumento analógico el texto del entonces artículo 44 del C.cv, que se refería a los esponsales y al resarcimiento que por los gastos originados en razón del futuro matrimonio incumbía a quien rehusara casarse sin ¡justa causa! La STS de 26 de septiembre de 1977 admite ya claramente los daños morales en un caso de accidente producido por la caída de un árbol sobre el vehículo en el que se produce la muerte de algunos ocupantes y la pérdida del feto de una mujer embarazada que se indemniza como daño moral con 90.000 pesetas. Desde entonces numerosas Sentencias aluden a los daños morales bien que, como digo, con frecuencia mezclados con los propiamente patrimoniales. Así, entre otras, SSTS de 13 de diciembre de 1979 (Ar. 4726); 2 y 4 de diciembre de 1980 (Ar. 4886 y 4962); 26 de marzo de 1981 (Ar. 2730); 30 de marzo de 1982 (Ar. 2356); 3 de diciembre de 1983 (Ar. 7735); 13 de julio de 1983 (Ar. 4043); 12 de marzo de 1984 (Ar. 2508); 16 de julio de 1984 (Ar.4231); 9 de abril de 1975 (Ar. 1802)En esta última, ya citada con anterioridad, se indemnizan los daños psíquicos y morales producidos por la sensación de peligro para la estabilidad del edificio donde vivía el actor y para la vida de sus ocupantes producida por la circulación de vehículos pesados en una carretera general que atravesaba un pueblo y hacía una curva de noventa grados en cuya esquina vivía el recurrente. Daños morales puros se contemplan en la Sentencia de 23 de septiembre de 1992 (Ar. 7007). Los hechos que dieron lugar a ella fueron el derrumbamiento de un pabellón del cementerio municipal con motivo del cual no es posible identificar al hermano fallecido de la reclamante que afirma que no ha aparecido frente a la tesis del Ayuntamiento que dice que sí aunque en un lugar distinto. La indemnización de 500.000 pesetas procede por los traumas psicológicos derivados de las sucesivas identificaciones que tuvo que realizar la actora. Por lo que respecta a la vida la dificultad de deducir pautas jurisprudenciales deriva del hecho de que no es muy habitual desagregar los conceptos de la indemnización, que se suele fijar muchas veces de manera global, incluyendo conjuntamente auténticos daños patrimoniales y los más imprecisos daños morales. No se puede hablar, pues, de criterios fijos. Las referencias jurisprudenciales aluden, a veces, genéricamente, a los criterios de la jurisprudencia civil o penal. Entre esos criterios, cuando se mencionan, se hace referencia a la situación laboral de la víctima, su edad, sus circunstancias económicas y profesionales y sus cargas familiares, pensando en la finalidad de mantener el nivel de ingresos de la familia. Con todo, las indemnizaciones son muy variables, aunque han aumentado en los últimos años. Hasta hace poco no superaban casi nunca los tres o cuatro millones ascendiendo recientemente a cantidades que oscilan entre los ocho y, como mucho, los quince millones. 107929-2 -43- soportarlo”. Este deber de soportar el daño existe, según la Sentencia del Tribunal Supremo de 10 de abril de 2000 cuando “la medida o actuación de la Administración constituye una carga general que todos los administrados, incluidos en el ámbito de esta medida están obligados a cumplir”. c) Relación de causalidad entre hecho y perjuicio. Como ya hemos afirmado más atrás, la Teoría de la Responsabilidad Patrimonial de la Administración prescinde de todo elemento intencional en que haya podido incurrir el autor del daño para determinar la obligación de indemnizar. Se trata, en efecto, de un sistema de responsabilidad objetiva que atiende a la relación de causalidad que haya existido entre el hecho y el perjuicio y que, en caso de confirmarse su existencia, obliga a la Administración a reparar el daño causado. Como explica BARNÉS39 , “la causalidad es un tema clave en todo el sistema de responsabilidad objetiva ante el que el Tribunal Supremo ha reaccionado basculando entre el rigor y la generosidad, sin una línea uniforme, aunque sean más las Sentencias que tienden a una exigencia rigurosa de la relación”. Así, según la jurisprudencia del Tribunal Supremo (SSTS de 4 de junio de 1994; 29 de octubre de 1998 y 13 de julio de 2000, entre otras muchas), la relación de causalidad entre el funcionamiento del servicio público y la producción del daño, debe entenderse en sentido relativo es decir, que no debe exigirse de manera directa, inmediata y exclusiva. 39 J. Barnés, op. cit. Pág. 831. 107929-2 -44- Ahora bien, en aquellos supuestos en los que concurran otras causas que contribuyan a la producción del daño como puede ser la intervención de un tercero o la culpa del perjudicado, la jurisprudencia si ha admitido cierto criterio de compensación, asumiendo cada parte lo que le corresponde, de la que son ejemplos las Sentencias del Tribunal Supremo de 4 de mayo de 1995; 8 de abril de 1986 y 22 de julio de 1988. Por lo demás, la reforma operada en la LPC por la Ley 4/99, de 13 de enero, regula expresamente el supuesto de la responsabilidad por la actividad concurrente de más de una Administración Pública, en cuyo supuesto determina que deberán responder todas las Administraciones intervinientes de forma solidaria. d) Ausencia de fuerza mayor. Por imperativo constitucional y legal, cuando los hechos causantes del daño se derivan de la fuerza mayor, se excluye la responsabilidad administrativa porque, y es esta la razón fundamental, se rompe la relación de causalidad entre el hecho y el daño causado. Ahora bien, la Administración responde en los supuestos de caso fortuito y para distinguir ambos conceptos es importante referirse a la jurisprudencia del Tribunal Supremo que entiende que, aunque el caso fortuito y la fuerza mayor se refieren ambos a un evento indeterminable e impredecible, el caso fortuito es imputable al funcionamiento interno del servicio de que se trate, mientras que la fuerza mayor hace referencia siempre a algo exterior y ajeno al servicio. 107929-2 -45- Si concurren todos los requisitos antes expuestos, entonces puede exigirse la responsabilidad patrimonial a la Administración. La Ley prevé un procedimiento específico para ejercitar esta pretensión de resarcimiento a la que vamos a hacer breve referencia en el apartado siguiente. e) Procedimiento para exigir la responsabilidad patrimonial de la Administración. El procedimiento para exigir la responsabilidad patrimonial de la Administración Pública debe, necesariamente tener lugar en primer término en vía administrativa, según previenen los artículos 142 y 143 de la LPC que regulan esta materia. Como regla general se establece que el procedimiento se iniciará de oficio o por reclamación del interesado (artículo 142.1 LPC), siendo el artículo 142.2 LPC, el que determina la competencia para resolver tales procedimientos y que puede corresponder, en función de la materia y Administración Pública autora del acto que motiva la reclamación, al Ministro respectivo, al Consejo de Ministros o a los órganos correlativos de las Comunidades Autónomas o de las Entidades que integran la Administración Local o, en su caso, también a las propias Entidades de derecho público cuando su norma de creación así lo establezca. 107929-2 -46- Deben distinguirse dos tipos de procedimiento, el general y el abreviado, si bien que este último solamente procederá cuando sea inequívoca la relación de causalidad entre el funcionamiento del servicio público y el daño causado, así como la valoración del daño y el cálculo de la cuantía de la indemnización (artículo 143 LPC). El artículo 142.5 LPC, establece que en todo caso el derecho a reclamar prescribe al año de producirse el hecho o el acto que motive la indemnización o de manifestarse su efecto lesivo, si bien que regula también el supuesto específico de daños de carácter físico o psíquico a las personas, en cuyo caso empezará a computarse desde la curación o la determinación del alcance de las secuelas. La resolución administrativa de los procedimientos de responsabilidad patrimonial cualesquiera que fuese el tipo de relación, pública o privada, de que derive, pone fin a la vía administrativa, siendo el plazo máximo para resolver de 6 meses. En cualquier caso, si no recae resolución expresa, se podrá entender desestimada la resolución de indemnización a los efectos de interponer el correspondiente recurso contencioso-administrativo. En cuanto a la regulación detallada de los procedimientos de responsabilidad patrimonial, la Ley se remite a su desarrollo reglamentario que está en la 107929-2 -47- actualidad contenido en el Real Decreto de 23 de marzo de 1993, antes mencionado. III.- LA RESPONSABILIDAD PATRIMONIAL DE LA ADMINISTRACION PUBLICA EN EL SEUPUESTO DE DESISTIMIENTO DE UNA EXPROPIACION FORZOSA A) Planteamiento inicial Una vez examinados los antecedentes y requisitos necesarios para el establecimiento de la responsabilidad patrimonial de la Administración Publica, abordamos en el presente apartado, como supuesto especifico de aquella responsabilidad, el desistimiento de la expropiación forzosa y que constituye, en ultima instancia la razón de ser del presente estudio. Para comprender el alcance de la responsabilidad administrativa en este caso, hemos de analizar con carácter previo el fundamento de esta eventualidad, la distinción del desistimiento de otras figuras jurídicas afines y la fijación del tramite en que el mismo debe producirse en el seno del procedimiento expropiatorio para que produzca el efecto jurídico deseado. Finalmente, comprobaremos si se producen la concurrencia de los requisitos necesarios 107929-2 -48- que justifican la procedencia de la indemnización en dicho supuesto especifico. B) Fundamento La posibilidad del desistimiento expropiatorio tiene un doble fundamento: Por un lado, el expropiado no tiene un derecho subjetivo a que se consume la transferencia coactiva de la propiedad, por otro, la potestad discrecional administrativa en este campo, no esta sujeta a limites temporales. Como expresa el Consejo de Estado en su Dictamen de 13 de Mayo de 1.999: “El desistimiento de una expropiación ya iniciada es un acto perfectamente valido y eficaz, siempre que no adolezca de defectos sustanciales de forma y este basado en motivos justificados de interés publico. Quien iba a ser expropiado no tiene derecho a que se consume la transferencia coactiva de la propiedad. Y ello por cuanto, en esta materia, la potestad discrecional de la Administración no esta sujeta a ningún limite temporal en lo que a su ejercicio se refiere. La Administración puede actuar o dejar de hacerlo en cualquier momento y en cualquier estado de los procedimientos que se hallen en curso, en ara de los intereses 107929-2 -49- públicos cuya defensa tiene a su cargo. Dos limitaciones previas tiene únicamente, una de forma (competencia y procedimiento) y otra de fondo (motivación adecuada).” En efecto, el acto expreso administrativo a través del cual se produzca el desistimiento debe respetar todos los requisitos establecidos en la LPC y demás normativa aplicable para producir plenos efectos jurídicos, sin perjuicio de su impugnación en vía administrativa o contencioso-administrativa. C) Distinción entre desistimiento y reversión Aunque a veces se emplean como términos jurídicos afines, no debe confundirse el desistimiento del procedimiento expropiatorio con la reversión. En este sentido GARCIA GOMEZ DE MERCADO40 afirma que “el desistimiento de la expropiación tiene lugar cuando no se prosigue la expropiación hasta su terminación, esto es cuando se produce su abandono antes de que el bien se transfiera al beneficiario de la expropiación.” Debemos añadir que dicho desistimiento exige una acto administrativo expreso o tácito por parte de la Administración que, en el caso concreto, haya ejercitado la potestad expropiatoria. Por el contrario, la reversión presupone que el procedimiento expropiatorio se haya consumado, es decir que se haya producido la transmisión de la 40 F.Garcia Gomez de Mercado, “Utilidad Publica, Ocupación y Reversión de los Bienes Expropiados”, Editorial Comares, 2000, pags. 192 y ss 107929-2 -50- titularidad del bien por parte del expropiado a la Administración o en su caso al beneficiario, si este es distinto de aquella, con independencia de que posteriormente a dicha transmisión dominical, la Administración decida no ejecutar la obra o no establecer el servicio que motivo la expropiación o afectar el bien expropiado a un fin de utilidad publica o interés social distinto del inicialmente previsto. D) Tramite Procedimental Oportuno Como se desprende de lo anteriormente expuesto, la Administración, si bien tiene amplia libertad para desistir del procedimiento expropiatorio iniciado, tiene necesariamente que pronunciarse en este sentido, antes de que se produzca la transmisión de la titularidad del bien por el expropiado al beneficiario de la expropiación. Este momento, según el Consejo de Estado (Dictámenes de 9 de Julio de 1.959 y 21 de Enero de 1.982), se refiere al levantamiento de las actas de ocupación, a no confundir con el acta previa a la ocupación en las expropiaciones por vía de urgencia, que en la actualidad predominan frente al procedimiento ordinario. En efecto, según la Sentencia del Tribunal Supremo de 25 de Mayo de 1.982: 107929-2 -51- “el acta previa a la ocupación no priva de la propiedad ni de la posesión al expropiado, según la finalidad de mera descripción de la finca que a dicha acta atribuye el articulo 52.3 de la LEF.” Es muy ilustrativa en este punto, la Sentencia del Tribunal Supremo, de 8 de junio de 1.999 que establece: “Si bien la paralización de un expediente expropiatorio obliga a la Administración a proseguirlo mediante los trámites correspondientes a la fijación del justiprecio hasta su terminación, ello sólo tiene lugar cuando no concurren los presupuestos para el desistimiento, pues, iniciado el expediente de justiprecio, la Administración expropiante, al menos cuando no se ha producido todavía la ocupación de los bienes expropiados, puede desistir expresa o tácitamente de la expropiación y, en este caso, no está obligada a proseguir el expediente expropiatorio, sino a indemnizar los daños y perjuicios originados a los expropiados. La imposibilidad de desistir de la expropiación se produce cuando ésta está ya consumada por haberse producido la ocupación material del bien expropiado o por haberse fijado el justiprecio, ya que entonces surge un derecho subjetivo del expropiado que no puede quedar vulnerado con un desistimiento del beneficiario de la expropiación, y se conculcaría además lo dispuesto en el artículo 6.2 del código civil.” 107929-2 -52- A lo anterior, se añade que tampoco procede el desistimiento cuando se ha fijado el justiprecio de la expropiación. Una aplicación practica muy significativa de esta ultima regla, la encontramos en la Sentencia del Tribunal Supremo de 16 de Octubre de 2.003, que deniega el desistimiento de una expropiación de bienes de interés cultural iniciada por el Ayuntamiento de Oviedo, pues el mismo desistió de la expropiación, después de haber sido fijado el justiprecio, argumentando que existía una confusión competencial, aunque realmente lo que pretendía dicho Ayuntamiento era evitar el pago del justiprecio, que supero con mucho sus expectativas. Para llegar a esta conclusión, el Tribunal Supremo fundamenta el fallo en dos argumentos fundamentales: Por un lado, la distinción entre los actos declarativos de derechos y los restrictivos (entre los cuales se encuentra la expropiación forzosa) y su revocación y por otro, la no desaparición de la causa expropiandi que justifico la expropiación. Reproducimos a continuación, por su importancia, los fundamentos de derecho que constituyen la ratio decidendi de la Sentencia comentada: “(...) hemos de comenzar señalando que procede la revocación cuando valorando las circunstancias de la causa de la expropiación se aprecie que ha desaparecido la necesidad de ocupación o, en su caso, la utilidad pública o el interés social que 107929-2 -53- justifican aquella. Pero es más, cuando se dan las citadas circunstancias y no se han generado derechos para el expropiado, la revocación viene impuesta por los principios de eficiencia y buena administración que deben presidir el actuar de la Administración, sin que tampoco pueda olvidarse que el artículo 33.3 de la Constitución sólo admite la privación de la titularidad de los bienes y derechos por razones de utilidad pública o interés social, por lo que si estos requisitos desaparecen antes de que se consume la expropiación y nazca un derecho para el particular el continuar adelante con aquélla no resultaría conforme a dicha exigencia constitucional. El aspecto más importante de la revocación de un acto consiste en precisar sus límites que se hallan en función de la clase de acto de que se trate. Los actos declarativos de derechos que reconocen una situación de ventaja para sus destinatarios son irrevocables como corolario del principio de que nadie puede ir contra sus propios actos y por un principio de seguridad jurídica. En la Ley de Procedimiento Administrativo Común esta consecuencia se deduce de los artículos 102 y siguientes cuando trata de la revisión de los actos administrativos. La revocación no podrá ejercitarse cuando resultare contraria al derecho de los particulares. Sólo cabría la declaración de lesividad si se dan los presupuestos del artículo 103 de la Ley de régimen jurídico de las Administraciones Públicas y Procedimiento Administrativo Común. Una revocación de actos que declarasen derechos tendría que hacerse por la vía de la expropiación indemnizando el perjuicio causado. Para revocar el acto declarativo de 107929-2 -54- derechos ha de expropiarse la situación indemnizando al interesado. Por el contrario, una interpretación conforme a la equidad hace que la revocación de los actos restrictivos de derechos, como es la expropiación, no tenga más límites que el interés general ya que sólo éste ha de ser considerado, por tanto la revocación cuando produce un resultado más favorable por el interesado no tiene otro límite que el citado en interés general, así lo ha reconocido constantemente la jurisprudencia (sentencia de 28 de enero de 1952). En esa misma línea la revocación de la necesidad de la ocupación no tiene que someterse al trámite de los actos declarativos de derechos. Una actuación expropiatoria carece de objeto cuando por medio de la revocación del acto principal se deja sin contenido el expediente. Como se trata de un acto restrictivo de derechos la revocación posterior no encuentra las dificultades de los artículos 102 y ss de la Ley de Procedimiento Administrativo Común de acuerdo con la interpretación favorable al administrado de estos artículos. Puede parecer que si la revocación de la expropiación forzosa favorece al afectado se puede producir libremente por la Administración expropiante y que no es un acto impugnable por el interesado. Sin embargo no es así. El desistimiento es revisable jurisdiccionalmente si se prueba la existencia de una norma expresa que lo impide o se acredita la desviación de poder del artículo 83 de la LJCA por razón de fechas. No hay en esta declaración ninguna contradicción: la revocación es una facultad discrecional de la Administración y por lo tanto sometida al principio de 107929-2 -55- legalidad. No puede ser ejercitada cuando resulte contraria a la ley. La Ley ha de permitir la revocación, de modo que si la prohíbe no puede producirse, incluso si con ella se favorece al interesado en el caso concreto. Aunque este supuesto no se encuentra fácilmente en el ordenamiento jurídico, sí aparece que sería contraria a la ley la revocación de un acto que tendría que ser declarado lesivo en los supuestos del artículo 103 de la Ley de Procedimiento. No se puede permutar una declaración de lesividad por una revocación. En virtud del principio de legalidad la eliminación de los actos administrativos tiene unos supuestos concretos y un procedimiento tasado. Otra forma de actuar la legalidad es la predeterminación de una finalidad de interés público que debe cumplir el acto administrativo. El control de la consecución de esta finalidad se obtiene por la vía de la desviación de poder. La discrecionalidad exige que en el acto exista un concreto interés público señalado por la ley: la llamada legalidad material. La facultad de adoptar los medios a los fines es un juicio de oportunidad, controlable en vía de recurso por desviación de poder, lo que recorta la libertad de acción operativa de la Administración para que responda al concreto interés público exigido por la Ley según el tipo de acto de que se trate. La cuestión que ahora se plantea se refiere a la suficiencia o insuficiencia de la justificación jurídica del acuerdo del Ayuntamiento de Oviedo desistiendo de la expropiación que ha sido objeto del recurso contencioso, cuestión ésta que es preciso 107929-2 -56- resolver para decidir la existencia o no de desviación de poder en la resolución impugnada, conforme a lo que ya se adelantó en relación con el control del desistimiento expropiatorio y que coincide con el contenido del segundo motivo de casación articulado que examinamos. En el caso que nos ocupa el Ayuntamiento recurrido en vía contenciosa fundamenta el desistimiento de la expropiación en la «confusión competencial existente hasta la fecha en materia de patrimonio cultural». Esta Sala no puede por menos que considerar insuficiente jurídicamente la motivación del acuerdo ya que ningún razonamiento jurídico se contiene en el mismo en orden a fundamentar la afirmación que se efectúa. Por otra parte, y esto resulta esencial, la competencia que ahora se autocuestiona el Ayuntamiento de Oviedo en ningún momento ha sido puesta en tela de juicio ni por la expropiada ni por la Comunidad Autónoma cuando el citado Ayuntamiento afirmó su competencia y en base a ella acordó la expropiación argumentando jurídicamente sobre aquélla (acuerdo de 22 de septiembre de 1995 de la Comisión de Gobierno, folios 298 a 305 del expediente). La competencia del Ayuntamiento recurrente en casación no ha sido discutida por nadie a lo largo de todo el procedimiento, por tanto tampoco por el Principado de Asturias, que tenía conocimiento del tema, y con respecto a cuya Administración parecen surgir al Ayuntamiento de Oviedo las dudas competenciales que ahora afirma. 107929-2 -57- La fundamentación jurídica en que pretende el Ayuntamiento de Oviedo basar su decisión de desistir de la expropiación carece de base suficiente por cuanto, por una parte, nada se razona en el acuerdo recurrido, y por otra, si se lee con detenimiento el motivo tercero de casación, vemos que más que dudar de la competencia lo que hace el Ayuntamiento de Oviedo es afirmar que «no parece claro en el expediente la causa justificativa de la expropiación» en relación con los terrenos del entorno a los edificios objeto de expropiación, es decir, cuestiona la concurrencia de la causa expropiandi, que es algo distinto de la competencia, pero olvida que la causa expropiandi está en la declaración de Conjunto Histórico de Olloniego efectuada por Decreto de la Presidencia de Asturias, siendo el Principado quien autoriza al Ayuntamiento para llevar a cabo la expropiación conforme al artículo 37.3 de la Ley de Patrimonio Histórico y por tanto no sólo de los bienes afectados por la declaración si no también de los que dificulten o perturben su contemplación. En nada han variado, ni siquiera se alega, las razones que justifican la declaración de bien de interés cultural con categoría de Conjunto Histórico de la Capilla, Palacio, Torre de Muñiz y Puente Viejo de Olloniego y su entorno. Nada ha variado en cuanto a las circunstancias que constituyeron en su día la causa expropiandi y las dudas competenciales que le surgen al Ayuntamiento de Oviedo una vez se produce el acuerdo del Jurado de Expropiación fijando el justiprecio en 107929-2 -58- modo alguno, ni siquiera se atreve a sostenerlo el Ayuntamiento en cuestión, pueden justificar una nulidad del procedimiento. Lo hasta aquí dicho hace que esta Sala deba llegar a la conclusión de que no puede estimarse que haya desaparecido la causa expropiandi que justificó el acuerdo expropiatorio ni la necesidad de ocupación de los terrenos afectados, la argumentación municipal más parece un intento de eludir el pago de un justiprecio, que puede parecer excesivo, que una razón jurídicamente fundada en la preservación de interés público y el bien común; por tanto estamos ante el supuesto del artículo 83 de la Ley de la Jurisdicción de 1956, aplicable por razón de fechas, por lo que el motivo debe ser estimado y el acto administrativo recurrido anulado.” E) Particularidades de la responsabilidad administrativa en el desistimiento de la expropiación Siguiendo la exposición anterior acerca de los elementos de la responsabilidad patrimonial (II.-3, E), hemos de efectuar ahora las necesarias matizaciones para adaptarlas al supuesto especifico objeto de estudio. a) Hecho imputable a la Administración Es necesario que se produzca una actuación de la Administración territorial Estatal, Autonómica o Local, que haya ejercido la potestad expropiatoria en el caso concreto de que se trate, en el sentido de desistir de dicha 107929-2 -59- expropiación, cumpliendo con los requisitos exigidos, antes expuestos. Esta actuación de la Administración puede ser expresa, es decir mediante un acto administrativo en este sentido o bien tacita. Puede suceder que la Administración territorial correspondiente, haya decidido desistir de la expropiación por su propia iniciativa o bien a instancia del beneficiario de la expropiación. En este ultimo caso, la reclamación deberá dirigirse siempre a la Administración publica territorial que haya ejercido la potestad expropiatoria en el caso concreto, pues en todo caso, es la única que puede desistir de la expropiación ya que la potestad genérica corresponde en exclusiva a esta ultima, sin perjuicio de que pueda reclamar al beneficiario posteriormente la indemnización de los daños y perjuicios que haya tenido que satisfacer a los interesados afectados por esta causa. Según tiene declarado la Jurisprudencia, en particular la Sentencia del Tribunal Supremo de 18 de Octubre de 1.986, el desistimiento de la expropiación se configura como un supuesto de responsabilidad por funcionamiento normal de los servicios públicos, pues constituye una actuación administrativa licita, que la Administración, en aras del interés publico, decida no continuar con el procedimiento expropiatorio, con independencia de que dicha actuación, sea revisable ante los tribunales del orden contencioso-administrativo. b) Lesión o perjuicio antijurídico efectivo, evaluable económicamente e individualizado con relación a una persona o grupo de personas en este caso concreto 107929-2 -60- La lesión que se produce en los supuestos de desistimiento de la expropiación por la Administración consiste en que el bien o derecho inicialmente expropiado ha sufrido una minoración de su valor patrimonial ya que cuanto menos, el propietario ha quedado vinculado al procedimiento expropiatorio sin poder transmitir u obtener cualquier lucro posible en operaciones comerciales que comprendan la utilización de los bienes o derechos afectados. Este concepto de lesión que se produce en el supuesto objeto de estudio, está ampliamente reconocido por la Jurisprudencia del Tribunal Supremo, de los Tribunales Superiores de Justicia y por la doctrina del Consejo de Estado, como vamos a justificar a continuación: Este último, en su Dictamen de 1 de Marzo de 1.990, afirma rotundamente que “el desistimiento de una expropiación acordada por la Administración abre un proceso de liquidación de la relación jurídica expropiatoria en el que se determinarán los daños indemnizables como consecuencia de la resolución del vínculo”, doctrina esta que se confirma en otros tantos dictámenes, como son los de 11 de Diciembre de 1.997; 29 de Abril de 1.999 y 13 de Mayo de 1.999. Además, comenzaremos por citar las primeras sentencias que reconocieron una indemnización a los particulares en los supuestos de desistimiento expropiatorio, como son las sentencias del Tribunal Supremo de 12 de Mayo y 10 de Diciembre de 1.979. 107929-2 -61- La primera de estas sentencias reconoce el derecho del particular expropiado a ser indemnizado cuando la Administración decide desistir del procedimiento expropiatorio, como se desprende del considerando 4º cuando dice: “Que siendo evidente que la iniciación de un expediente de expropiación forzosa comporta desde su primer periodo una limitación en los derechos del propietario, el de libre disposición, ya que la Administración no actúa como persona privada sino que obra con la potestad de imperio, por lo que no cabe dudar que la Administración, al utilizar el procedimiento expropiatorio de urgencia hasta levantar el Acta Previa de Ocupación de la casa de los recurrentes y desistir en esta segunda fase, cuando aun no se había efectuado el depósito ni por tanto llegado a la ocupación pero afectó la libre disponibilidad del bien a que se refieren las dos Actas Previas a la Ocupación, por todo el tiempo transcurrido hasta que en fecha 15 de Octubre de 1.969 se comunicó a los interesados el desistimiento efectuado en 1.967, resulta claro que esto ocasionó un perjuicio que debe ser indemnizable, no por el procedimiento de la regla 8ª del artículo 52 LEF, ni por lo establecido en sus artículos 56 y 57 encaminados a no privar al expropiado del beneficio o interés legal que por la no entrega del precio le correspondería, inaplicables al caso al no existir un bien expropiado ni precio fijado, por lo que no puede haber interés de demora, más la indemnización de 107929-2 -62- daños y perjuicios puede formularse al amparo de los artículos 121 y siguientes de dicha Ley especial en relación con el artículo 40 de la Ley de Régimen Jurídico de la Administración del Estado, como así lo han hecho los actores”. Por su parte, la Sentencia de 10 de Diciembre de 1.979 se pronuncia en idénticos términos, reconociendo una indemnización al propietario por los daños causados por la Administración a consecuencia de haber afectado por expropiación urgente una finca de su propiedad, que fue dejada sin efecto a los siete años. Esta doctrina jurisprudencial se confirma por otras sentencias posteriores del Tribunal Supremo, como la Sentencia de 25 de Octubre de 1.982 que incluso reconoce la indemnización en los supuestos de desistimiento tácito por parte de la Administración del procedimiento expropiatorio y así lo afirma el considerando 5º de esta Sentencia: “Que una potestad de tan intensos efectos como es la expropiatoria, requiere ser ejercitada en los términos temporales que señala la Ley, a fin de que la sustitución del bien o derecho expropiado por su equivalente económicoindemnización o justiprecio- se produzca con la mayor rapidez, de tal manera que las demoras en la tramitación del procedimiento cuando éste exceda de 6 meses, tienen su 107929-2 -63- correctivo en el abono de los intereses legales que señala el artículo 56 de la Ley reguladora, lo que ha de afirmarse, con mayor razón, cuando el procedimiento expropiatorio viene calificado como urgente, con las consecuencias del artículo 52 de la expresada Ley. Quiere decirse con ello que la iniciación del procedimiento de expropiación y su ulterior paralización, sin llegar a producir la ocupación o desposesión del bien expropiado, bien por revocación expresa, bien, como aquí ocurre, por tácito desistimiento, ocasionan el patrimonio del expropiado una merma claramente comprensible, pues si bien aquí el acta previa a la ocupación no priva de la propiedad ni de la posesión al expropiado, según la finalidad de mera descripción de la finca que a dicha acta atribuye el artículo 52, núm. 3ª de la Ley, lo cierto es que iniciada así la expropiación y aun mantenida en la titularidad del expropiado la finca afectada por el procedimiento de urgencia, se produce una congelación o bloqueo de la libre disponibilidad del inmueble, con la virtual eliminación del tráfico jurídico del mismo, lo que constituye lesión o perjuicio antijurídico que el expropiado no viene obligado a soportar si la Administración expropiante permaneció inactiva, en esta circunstancia, durante más de 6 meses, plazo máximo de finalización del expediente con fijación del justiprecio definitivo, y así lo han entendido, en supuestos que guardan analogía con el 107929-2 -64- presente, la Sentencia de la Sala 3º de este Tribunal de 12 de Marzo de 1.979 (RJ 1.979/1916), y la de esta misma Sala de 10 de Diciembre del mismo año (RJ 1.979/4153), por lo que no cabe rechazar la existencia de perjuicio cierto o efectivo, siendo este evaluable económicamente e individualizado al ser el recurrente titular propietario de las parcelas 6 y 16 bis afectadas por esta expropiación (a diferencia del supuesto decidido por la Sentencia de esta Sala de 21 de Octubre de 1.981), sin que, finalmente, haya existido culpa del expropiado motivadora del retraso ni fuerza mayor, no pudiendo tampoco afirmase, como hace el Abogado del Estado, que la indemnización del daño tiene su cauce en el artículo 56 de la Ley de Expropiación, pues los intereses de demora allí contemplados juegan sobre un justiprecio fijado a través de la prosecución más o menos lenta, del expediente, circunstancia que aquí no se da y que es, justamente, la que engendra la lesión indemnizable”. 107929-2 -65- En el mismo sentido, la Sentencia del Tribunal Supremo de 28 de Septiembre de 1.985, afirma en su fundamento 3º que: “La responsabilidad de la Administración, eliminado el obstáculo procesal que impedía su examen, no surge en este caso de la paralización del expediente expropiatorio como infracción del deber de aquélla de proseguirlo dentro de los plazos establecidos, pues ya se ha declarado que no existe en este caso tal deber, mas sí nace, como se declaró por la Sala en su sentencia de 25 de octubre de 1.982 (RJ 1.982/6027), que recoge lo expuesto en las sentencias de la Sala Tercera de este Tribunal de 12 de marzo de 1979 (RJ 1.979/1916), y de la Sala que dicta la presente resolución, de 10 de Diciembre del mismo año (RJ 1.979/4153), como consecuencia del desistimiento del ejercicio de la actividad expropiatoria, manifestado presuntamente a través de la expresada paralización como antes se ha precisado, sentencia dictada en un supuesto similar al aquí contemplado, en cuanto se trataba de una ocupación declarada urgente, y se había detenido el procedimiento en el levantamiento del acta previa a la ocupación, porque, como se expresa en ella, aun cuando no se haya privado de la posesión, ni de la propiedad al expropiado, dada la finalidad del acta mencionada, se ha producido ‘una congelación o bloqueo de la libre disponibilidad del inmueble, con la virtual eliminación del tráfico jurídico del mismo, lo que constituye lesión o perjuicio antijurídico que el administrado no viene obligado a soportar’, a lo que ha de añadirse que la lesión producida no ha de 107929-2 circunscribirse a la congelación expresada sino a cuantos gastos se hayan ocasionado por la expropiación, no con el artículo 40 de la Ley de Régimen Jurídico de la Administración del Estado (RCL 1.957/1058; 1.178 y NDL 25852), pues la expropiante es una Corporación Local, sino con el artículo 121 de la Ley de Expropiación Forzosa, con abstracción hecha, por otra parte, de que se haya incumplido, como en el presente caso, el plazo para la tramitación del expediente o no, como se deduce de dicho precepto.” Esta doctrina se reproduce igualmente en la Sentencia del Tribunal Supremo de 21 de Diciembre de 1.990 en su fundamento jurídico 3º: “Como tiene declarado este Tribunal entre otras en sus sentencias de 12 de Marzo de 1.979 (RJ 1.979/1.916) y 18 de Octubre de 1.986 (RJ 1.986/5355), la iniciación de un expediente de expropiación sin que ésta posteriormente sea llevada a cabo, causa unos perjuicios, dado que tal iniciación comporta desde su primer período una limitación al derecho de libre disposición de la finca, que corresponde al propietario, por ello al desistirse de la expropiación iniciada, aun cuando no se haya llegado a la ocupación formal del bien que se pretendía expropiar, se han producido unos perjuicios al propietario del mismo, cuya indemnización puede formularse al amparo de lo dispuesto en los artículos 121 de la Ley de Expropiación Forzosa y 40 de la Ley de Régimen 107929-2 67 Jurídico de la Administración del Estado (RCL 1.957/1058; 1.178 y NDL 25852), en relación con lo prescrito en el artículo 5, apartado 2.6 del Reglamento de la Ley de Expropiación Forzosa (RCL 1.957/843 y NDL 12533). Como se observa, esta doctrina ha sido constante en la jurisprudencia del Tribunal Supremo, de la Audiencia Nacional y de los Tribunales Superiores de Justicia, de la que son ejemplo más reciente la Sentencia de la Audiencia Nacional de 30 de Noviembre de 1.999, la Sentencia del TSJ de Asturias de 4 de Noviembre de 1.997 y la Sentencia del TSJ de Madrid de 24 de Julio de 2.000. En definitiva, el daño efectivo y antijurídico que se produce cuando la Administración desiste de un procedimiento expropiatorio consiste, según la jurisprudencia antes mencionada en que, como consecuencia de la afección del bien a un procedimiento de esta naturaleza y su posterior desistimiento, se produce en el ínterin “la congelación o bloqueo de la libre disponibilidad del inmueble, con la virtual eliminación del tráfico jurídico del mismo, lo que constituye lesión o perjuicio antijurídico que el administrado no viene obligado a soportar”. Además de este último daño, se producen otros dos, como son los daños morales y el derivado de los gastos en que haya incurrido la propiedad para su defensa jurídica en el procedimiento expropiatorio, como ahora veremos al analizar la evaluación económica de las lesiones que genera el desistimiento expropiatorio. 107929-2 68 Por lo que se refiere a la individualización del daño, es claro que en este supuesto, el daño está individualizado en relación con una persona o grupo de personas, que no es otra que el propietario de los bienes y derechos afectados por la expropiación respecto de la que se desiste posteriormente. De la misma manera, este daño es susceptible de evaluación económica en el sentido de que puede cuantificarse. A tal efecto, debemos distinguir entre la valoración de la privación del poder de disposición del propietario, de los gastos en que ha incurrido el mismo, como consecuencia de su defensa jurídica en el procedimiento expropiatorio posteriormente desistido y de los daños morales derivados de la situación de incertidumbre y zozobra en la que se ha visto envuelto el reclamante durante un dilatado periodo de tiempo. En la valoración de estos daños deben tomarse en cuenta dos preceptos fundamentales que regula el articulo 141 LPC: “Que la indemnización se calculará con arreglo a los criterios de valoración establecidos en la legislación de expropiación forzosa, legislación fiscal y demás normas aplicables, ponderándose en su caso las valoraciones predominantes en el mercado. La cuantía de la indemnización se calculará con referencia al día en que la lesión efectivamente se produjo, sin perjuicio de su actualización a la fecha en que se ponga fin al procedimiento de responsabilidad con arreglo al índice de precios al consumo, fijado 107929-2 69 por el Instituto Nacional de Estadística y de los intereses que procedan por demora en el pago de la indemnización fijada, los cuales se exigirán con arreglo a lo establecido en la Ley General Presupuestaria.” Para la valoración de la privación del poder de disposición del propietario es aconsejable acompañar un informe pericial, tomando en cuenta que el Tribunal Supremo en Sentencias de 11 de Noviembre de 1.993; 21 de Junio de 1.994; 11 de Noviembre de 1.996; 30 de Junio de 1.997 y 29 de Octubre de 2.002, tiene sentado el criterio de aplicar el 25% del valor de sustitución material del suelo, sin añadir el 5% del premio de afección; valor que debe referirse al momento de levantamiento de las Actas Previas a la Ocupación. Para la valoración económica de los daños consistente en los gastos de defensa jurídica devengados, la jurisprudencia de los Tribunales, entre la que destaca la Sentencia de la Audiencia Nacional de 30 de Noviembre de 1.999 y la del Tribunal Superior de Justicia de Madrid de 24 de Julio de 2.000, reconoce que en los supuestos de desistimiento de la expropiación, la Administración viene obligada a indemnizar al propietario con los gastos en que haya incurrido por su defensa jurídica, no solamente los de letrados en sentido estricto, sino también los gastos de peritos en los que haya podido incurrir el propietario, y que deberán, todos ellos, justificarse oportunamente. Finalmente, para la valoración económica de los daños morales, puede servir de orientación a este caso concreto, la Sentencia de la Audiencia 107929-2 70 Nacional de 30 de Noviembre de 1.999, la cual reconoce la indemnización de los daños morales en los casos de desistimiento de la expropiación, con el fin de compensar aquellos daños derivados de “la situación de incertidumbre y zozobra en la se ha visto envuelto el demandante durante un largo periodo de tiempo”. A los efectos de fijar su cuantía, deben tomarse en consideración, además de los criterios jurisprudenciales expresados en la mencionada Sentencia de la Audiencia Nacional, el tiempo que haya durado la congelación de la libre disponibilidad de las fincas durante casi cuatro años, su eventual exclusión del desarrollo urbanístico u otros criterios que puedan contribuir a evaluar el daño en el supuesto de que se trate. c) Relación de causalidad entre hecho y perjuicio Además de los dos requisitos anteriores, para que se aprecie la responsabilidad patrimonial de la Administración es necesario que exista una relación de causalidad directa y eficaz entre el hecho que se imputa a esta última y el daño producido. Para apreciar su existencia en este supuesto concreto, hay que tener presente que el daño consiste fundamentalmente, en la privación del poder de disposición de los bienes y derechos del propietario, que por efecto legal del procedimiento expropiatorio han quedado excluidos del tráfico jurídico hasta el momento en que la propia Administración que inició dicho procedimiento decide desistir del mismo. En otras palabras, si no hubiera existido iniciación del procedimiento expropiatorio y posterior desistimiento del mismo, nunca se hubiera privado al propietario de su poder de disposición sobre los bienes y derechos afectados ni, en consecuencia, hubieran quedado las mismos excluidas del tráfico jurídico y es claro que este daño se ha 107929-2 71 producido como consecuencia directa e inmediata de la actuación administrativa. Por otro lado, también existe una relación de causa a efecto entre la actuación administrativa expropiatoria y su desistimiento y los daños morales generados, además de los gastos en que ha incurrido el reclamante para la defensa jurídica en el expediente expropiatorio dejado sin efecto posteriormente. La existencia de esta relación de causalidad entre la actuación administrativa y el daño producido se desprende con rotundidad de la jurisprudencia antes mencionada y que no reproducimos aquí por evitar reiteraciones innecesarias. d) Ausencia de Fuerza Mayor Finalmente, se exige como último requisito que determine la responsabilidad patrimonial de la Administración, la ausencia de fuerza mayor, cuestión esta que no precisa en el caso concreto de un exhaustivo análisis, puesto que será muy difícil que la misma concurra en los términos en que se define esta causa de exoneración de responsabilidad patrimonial de la Administración según lo antes expuesto. e) Procedimiento de reclamación No existen tampoco particularidades importantes respecto de las normas de procedimiento establecidas con carácter general para la reclamación de responsabilidad de las Administraciones Publicas. 107929-2 72 F) CONCLUSIONES El desistimiento de la expropiación forzosa es un supuesto especifico de responsabilidad patrimonial de las Administraciones Publicas. Dicho desistimiento puede producirse mediante una actuación administrativa expresa o tacita, siendo necesario que se realice antes de la transmisión de la titularidad del bien a la Administración o al beneficiario de la expropiación, esto es, antes del levantamiento de las actas a la ocupación, pues es entonces se entiende que se ha producido la transferencia dominical. Los daños que genera el desistimiento expropiatorio son fundamentalmente, la privación del poder de disposición del propietario de los bienes y derechos afectados durante el tiempo en que haya durado la afección expropiatoria, los gastos en que haya incurrido el expropiado para su defensa jurídica y los daños morales derivados de esta actuación administrativa, para cuya valoración es aconsejable acompañar informes periciales que cuantifiquen los daños. El procedimiento para efectuar la reclamación no presenta particularidades importantes en este caso. FIN 107929-2 73