LA TAREA DEL DOCENTE QUE INVESTIGA SOBRE SU PROPIA

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LA TAREA DEL DOCENTE QUE INVESTIGA SOBRE SU PROPIA PRÁCTICA. LA
REFLEXIÓN EN LA ACCIÓN
Para comenzar, me gustaría hacer constar la gran relevancia y significación
que tiene relacionar aquellos aspectos que, a mi parecer, son tan esenciales e
imprescindibles a tener en cuenta para conseguir un desarrollo profesional del docente
de calidad. Estos aspectos, entre otros, son los siguientes: el papel del profesor/a y
sus propuestas de intervención; el proceso de enseñanza – aprendizaje; la
investigación – acción; la reflexión; la comprensión; etc. Por tanto, a continuación, voy
a pasar a detallar de la forma más precisa y clara posible los argumentos que
fundamentan la importancia de estos aspectos mencionados.
En primer lugar, quisiera hablar sobre el papel que cumple o que debe cumplir
el profesor/a dentro del contexto en el que se encuentre inmerso, teniendo en cuenta
siempre las características de ese contexto que le rodea. Bajo mi punto de vista, todo
profesional de la enseñanza, al encontrarse inmerso en el proceso de enseñanza –
aprendizaje, lo que intenta es obtener la máxima calidad en los resultados de ese
aprendizaje, pero esto va a depender totalmente de las condiciones que le rodeen,
tanto a nivel personal como a nivel social. Por ejemplo, va a depender de la calidad
educativa que exista al relacionarse con sus alumnos/as, los cuales individualmente
contarán con unas características propias y desiguales (de ahí el carácter subjetivo de
los resultados, ya que va a depender de la forma de pensar de cada uno/a, tanto
alumnos/as como profesionales).
A mi parecer, el procedimiento que se lleve a cabo en la práctica va a depender
totalmente del contexto que envuelva a la situación concreta, aunque también van a
afectar otros factores, como el tipo de institución donde se lleve a cabo la práctica, la
clase social predominante dentro de ese contexto concreto, etc.
Tras reflexiones continuas durante y después de mi formación como docente,
es evidente establecer una relación intrínseca entre el papel del profesor/a en la
práctica educativa y su capacidad de reflexión, lo que le ayudará a comparar,
contrastar y criticar acerca de sus funciones como profesional de la docencia. El hecho
de reflexionar sobre las características y procesos de su propia práctica le ayudará a
comprender, asimilar, elaborar, darse cuenta y decidir en razón de criterios. Cuando
hablamos de la reflexión de este modo, se asemeja a la definición que expone Schön
(Bisquerra, 1991) cuando habla de reflexión en la acción, manifestando que
“reflexionar en la acción implica comparar, contrastar y, sobre todo, decidir en función
de criterios. El motor de la reflexión en la acción es necesariamente la acción y su
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interés radica en las características de la acción para conocerla bien y poder
mejorarla”.
Se puede decir que la reflexión sobre la actividad es fundamental a partir de la
práctica. Por tanto, como mantienen Muñoz y Sarasua (2003). “la profesionalidad
docente tiene que pasar por la reflexión”. A mi parecer, cuando hablamos de reflexión
no podemos basarnos en las reflexiones individuales de los profesionales, sino que se
precisa de una reflexión colectiva, donde se tomen decisiones informadas e
inteligentes, pasando a ser ésta una necesidad profesional para poder superar y
corregir todos los problemas que se planteen en la práctica educativa.
La acción reflexiva por parte del profesional docente debe ser totalmente activa
y personal, ya que cada uno/a actuará de una forma u otra según sus ideales,
creencias y perspectivas frente al proceso de enseñanza – aprendizaje. Dentro de este
proceso es muy importante mantener una correcta comprensión de los aspectos
tratados, aunque a veces ésta se dificulta debido a la complejidad del contexto que
rodea a la situación. Así pues, llegados a este punto, lo que sí me gustaría destacar es
el hecho de que toda enseñanza precisa de una práctica reflexiva y de una práctica
social. Ésta última es fundamental, porque se realiza en un ambiente de socialización
primaria como es la institución escolar, donde deben primar aspectos como la
reflexión, el diálogo y el contraste permanente para conseguir una enseñanza de
calidad.
En cierto modo, esta necesidad de la reflexión en la práctica es expuesta por
Elliot cuando afirma que si tenemos que facilitar una práctica reflexiva como forma de
investigación educativa en las escuelas, también debemos tratar la formación del
profesorado como práctica reflexiva.
Así pues, el profesor no puede ser concebido como un simple técnico que
aplica rutinas preestablecidas a problemas estandarizados como el mejor modo de
orientar racionalmente su práctica... La intervención del profesor es un auténtico
proceso de investigación. Con esto quiero plantear la gran importancia que hay que
darle a la novedosa intervención de los profesionales docentes, tanto profesores como
pedagogos y otros especialistas educativos. Esa intervención se puede realizar a partir
de una metodología muy diversa y técnicas de todo tipo, como por ejemplo: la
entrevista, la observación, el análisis de datos, el comentario en vivo..., sirviendo todas
estas técnicas para obtener la información más precisa para realizar el proceso de
investigación.
A parte de estas técnicas, se pueden mencionar otras estrategias que pueden
servir para hacer reflexionar a los profesionales docentes en sus tareas, donde cabría
destacar principalmente el uso de la Tabla Aristotélica. Ésta ayuda, principalmente, a
formular preocupaciones prácticas que surgen en el día a día de cada uno/a y sirve
para encontrar determinados focos de investigación. En general, este instrumento
debe servir para ayudarnos a reflexionar, y en el momento en que no sea así, éste no
sirve para nada.
El hecho de que se intente concebir la postura del profesor/a como innovadora
y que intervenga a través de procesos y métodos reflexivos como “la deliberación”
para obtener resultados más exitosos, no quiere decir que en la realidad educativa sea
así. Como todos sabemos, no todas las realidades educativas permiten conseguir
esos ideales. Normalmente se cae en la rutina, y el profesional docente termina
cayendo en la tradición, actuando siempre de una determinada forma ante
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determinados problemas ya preestablecidos, es decir, su pensamiento se adapta de
tal forma que su trabajo en la práctica no se rige ni siquiera por la reflexión.
En este artículo me gustaría enmarcar la importancia de la realización de una
correcta intervención a través de la investigación por parte del profesional docente, y
para reflexionar sobre ello me refiero a la investigación –acción.
Para comenzar a hablar sobre este tema tan esencial, cabría mencionar el
hecho de que investigar en la acción puede llegar a plantear muy diversos problemas
prácticos, ya que se trata de un proceso continuo que intenta solucionar un tipo de
problema hasta que surge otro y así cíclicamente. Para realizar la investigación –
acción es necesario e imprescindible que se realice en colaboración, por lo que ha de
ser comunicada, tomando así decisiones de valor, pero siempre teniendo en cuenta
una cierta fundamentación de base en esa toma de decisiones, ya que si no, es fácil
caer en la subjetividad.
En general, cuando hablamos de investigación – acción lo primero que se me
ocurre es que se realiza con un único fin, y no es otro que mejorar la práctica
educativa a través de una buena y correcta función de los profesionales docentes, que
deben tomar las decisiones adecuadas empleando aquellas estrategias que, a su
parecer, son más relevantes para conseguir ese fin propuesto. Para que los fines
propuestos se consigan exitosamente, creo que se precisan unos procesos
imprescindibles a tener en cuenta: la reflexión, el diálogo, el consenso y, a mi parecer,
también es muy importante la participación.
Llegados a este punto, considero también de vital importancia a la hora de la
intervención del profesor/a o educador/a, seleccionar adecuadamente el método y/o
técnica que se vaya a emplear para llevar a cabo esa investigación – acción.
La selección del material adecuado, a través del cual se van a obtener las
informaciones que más tarde deben ser organizadas para su análisis detallado es muy
importante, es decir, es fundamental preparar el material y disponerlo de forma que
resulte accesible para ser interpretado. En mi opinión, creo que esto va a depender
también, en gran medida, tanto de la comprensión que se adopte de los contenidos,
como del contexto que rodee a la situación concreta sobre la que se trabaje.
A modo de resumen, acerca de esta conceptualización de la investigación –
acción, me gustaría exponer una definición bastante clara que expone Elliot, donde
mantiene que podemos definir la investigación – acción como el estudio de una
situación social para tratar de mejorar la calidad de la acción en la misma. Su objetivo
consiste en proporcionar elementos que sirvan para facilitar el juicio práctico en
situaciones concretas y la validez de las teorías e hipótesis que genera no depende
tanto de pruebas científicas de verdad, sino de su utilidad para ayudar a las personas
a actuar de modo más inteligente y acertado. En la investigación – acción, las teorías
no se validan de forma independiente para aplicarlas luego a la práctica, sino a través
de la práctica.
Dentro de esta investigación – acción, sería muy importante hablar de la
colaboración y tareas que realiza el pedagogo/a para poder conseguir y modificar
positivamente la práctica educativa. Yo creo que la función de este profesional en la
enseñanza y en la educación en general es muy importante, ya que actúa como
“facilitador práctico”, tanto sobre los propios alumnos/as como sobre los propios
docentes. Según expone Bisquerra (1991), Este educador “cumple la labor de
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coordinador, articulador y asesor de los grupos de investigación – acción a modo de
espejo interrogador que estimula la creación del pensamiento de los docentes”.
Tanto respecto a la labor del profesor, como a la labor de todos los agentes
implicados en el acto educativo, me gustaría reseñar la idea del gran problema que
existe al comparar lo que se expone en la teoría educativa (Currículo), con la realidad
en la práctica. Se habla del gran abismo que existe entre ambos términos, y yo creo
que es algo evidente y muy difícil que desaparezca, ya que si en la teoría se exponen
unos diseños, una forma de desarrollar esos diseños y evaluarlos es que todos los
profesionales no sigan esas tendencias ya expuestas, por muy erróneas que sean las
suyas. Esto es debido, principalmente, a lo comentado anteriormente respecto a la
rutinización de la enseñanza, es decir, los docentes se adaptan a las condiciones y
prácticas diarias, de tal forma que siempre lo hacen de la misma manera, ya que se
acomodan a ello, siendo muy difícil romper con estos ideales. En mi opinión, la mejor
forma para romper con este grave error sería a través de la reflexión, y también de la
comprensión.
En definitiva, tras realizar este breve análisis acerca de estos temas tan
esenciales para comprender la necesidad de la reflexión, comprensión, el diálogo y el
consenso, entre otros, dentro de la práctica educativa me atrevería a exponer otra
necesidad que, a mi parecer, es esencial, y se trata de cuestionarnos la formación
estrictamente disciplinar que, incluso hoy en día, se sigue encontrando en nuestros
centros educativos.
En mi opinión, la educación ya no debe ser estrictamente disciplinar. La
práctica educativa es una práctica moral y social, y la pedagogía patente en la misma
nos lleva a un compromiso pleno con el contexto, es decir, a un compromiso con el
cambio.
En este sentido, el profesorado necesita intervenir en el currículo
intelectualmente, ya que el desarrollo del mismo supone mayor y mejor desarrollo en
el docente. También creo que precisa interactuar con los iguales y aprender de ellos,
analizar las necesidades del alumnado para tener en cuenta que cada niño/a es un
mundo, e incluso conocer el entorno social del aprendizaje. Para realizar estas
funciones tan esenciales, creo que la mejor forma de hacerlo es creando estructuras
de participación comunitaria y, por supuesto, a través de la investigación – acción.
Después de toda la reflexión anterior me planteo las siguiente cuestiones:
¿cómo entiende la investigación -acción la actividad docente?, ¿dentro de qué
perspectiva de planificación situaríamos esta corriente?
Antes de nada, empezaré comentando la finalidad de la aplicación y desarrollo
de este enfoque, centrado en el ámbito de las humanidades, surgiendo para la
comprensión de las situaciones sociales, situaciones humanas y posibles
discrepancias que puedan surgir.
En las áreas a tratar, las creencias e ideas personales son más importantes
que cualquier otro contenido. En los procedimientos utilizados (tareas), se intenta
comprender los fundamentos de la sociedad en la que los alumnos viven, sus
problemas, posibilidades, limitaciones...
En principio, se descarta la enmarcación de esta práctica dentro de la
perspectiva tecnológica. Desde estos planteamientos es equivocado pensar en un
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modelo altamente estructurado, basado en la tecnología mecanizada. Esto sirve para
mantener unos intereses sociales y económicos (transformar unas diferencias sociales
en diferencias académicas), pero no en otros niveles, como más adelante veremos.
La elaboración de unos objetivos supone el resultado intencional y
predeterminado de un proceso de enseñanza planificado, expresado en términos de lo
que se espera que el alumno haya aprendido. En este sentido, considero que los
objetivos, en muchos casos, no tienen relación alguna con la realidad propia de cada
niño. Como mantiene Medina Rubio (Muñoz y Sarasua, 2003), la única finalidad es la
consecución de unas metas u objetivos propuestos, evaluándose desde un principio la
transformación de éstos. A esta transformación es a lo que él llama aprendizaje.
La manera de ver el aprendizaje va a ser muy distinta. La finalidad será la
madurez de las personas, consecución de suficiente autonomía, desarrollo moral,
conseguir un clima de trabajo, cooperatividad, libertad, respeto hacia los demás..., y
todo ello gracias a una reflexión continua en el aula, sin ponernos del lado de la
instrucción ni la desorganización, enmarcando este enfoque dentro de la perspectiva
reflexiva.
Me ha sido complicado optar entre la perspectiva crítica y la reflexiva, pero
finalmente me he decantado por esta última. Pienso que tiene más puntos de conexión
con las ideas que analizo, considerando más libertad de aprendizaje por parte de los
alumnos, y siempre adaptado a las demandas y realidades de la sociedad. Sin
embargo, la crítica propone un sistema educativo conformado ideológicamente, en el
que el profesor analiza críticamente las razones a tratar.
Así pues, puedo afirmar que el sentido de la enseñanza está en formar
ciudadanos, capaces de reconstruir sus propios conocimientos experienciales a través
de tareas de debate, puestas en común..., que conlleven en el aula un clima de
libertad, de respeto a opiniones individuales, atendiendo y aceptando discrepancias en
determinados puntos de vista. El éxito que la enseñanza busca en este sentido no está
en los resultados, sino en las condiciones intrínsecas que suponen la realización de
los procesos.
Stenhouse estaba convencido de que el currículo puede organizarse
adecuadamente sin tener que recurrir a la especificación de objetivos. Los fines
educativos se expresan en una determinada selección de contenidos, expresados en
forma de principios de procedimiento.
Es importante que en la selección de los contenidos se busquen temáticas
interesantes y relevantes, tanto para el alumno como visto desde el punto de vista del
Sistema Educativo (hay que tener en cuenta las motivaciones del sujeto, entorno,
cultura...).
La selección de contenidos es algo más que un simple listado, lo que vale es la
construcción de una serie de significados para cada individuo, que están conectados
para emplearlos en la práctica real en cualquier momento.
Por otro lado y, siguiendo con la misma perspectiva, comentar la imposibilidad
de medir el aprendizaje como transformaciones de objetivos generalistas (Medina
Rubio), esto va en contra de la diversidad del alumnado ya que, por mucho que se
establezcan unos objetivos previos comunes, éstos pueden ser no válidos para
algunos alumnos. Ante una misma situación todos aprendemos cosas distintas y, en
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este sentido, el aprendizaje se convierte en acercar al sujeto la cultura, la cual sólo el
que quiere aprende y, en definitiva, el profesor trabaja para la posibilidad de
aprendizaje. Así pues, considero interesante la cita de Aristóteles “aprender no es la
producción de ningún objeto, sino realizar un bien valioso”.
Con esto queda claro que la evaluación es continua, pretendiendo el trabajo, la
reflexión, la motivación...
Otro aspecto que me ha hecho pensar en enmarcar estos aspectos dentro de
la perspectiva reflexiva ha sido el papel del profesorado, que se centraba en escuchar,
introducir nuevas hipótesis de debate, animar a los estudiantes, mediar en los debates
(sin llegar a inferir ni dar opiniones)..., dejando la educación como una experiencia
vivida por parte de quienes están aprendiendo. Se puede decir que el profesor tiene
una doble función: investigación- acción, reflexión- acción.
CONCLUSIÓN
Para concluir, me gustaría cuestionarme ¿qué se necesita para hablar de la
figura del profesor/a como un profesional autónomo que investiga reflexionando sobre
su propia práctica?. Pues bien, yo creo que sería preciso hablar de una nueva forma
de concebir la intervención en la práctica, donde se establezcan principios tales como:
-
Comunicación entre los profesionales.
-
Autonomía en la colegialidad.
-
Cambiar la forma de enseñanza y aprendizaje.
-
Aplicar imaginación para crear cambios y estructuras nuevas en la
enseñanza.
BIBLIOGRAFÍA
ƒ
Bisquerra Alzina, R. (1991): Orientación psicopedagógica para la prevención y el
desarrollo. Barcelona. Boixareu Universitaria.
ƒ
Elliot, J. (1991): Actuación profesional y formación del profesorado. Cuadernos de
Pedagogía, 76-80.
ƒ
Gordillo, M. V. (1988): Manual de orientación educativa. Madrid. Alianza.
ƒ
Krichesky, M. (1999): Proyectos de orientación y tutoría. Enfoques y propuestas
para el cambio en la escuela. Barcelona. Paidós.
ƒ
Muñoz, M; Sarasua, A. (2003): Día a día en los Centros. Madrid. Praxis.
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