ENFERMEDADES DEL HÍGADO

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ENFERMEDADES DEL HÍGADO
El hígado, órgano de mayor tamaño del cuerpo humano sin contar la piel, se
localiza debajo de las costillas, en lado derecho del abdomen.
Entre
sus
principales
funciones
destacan la filtración de la sangre y la
eliminación de los desechos tóxicos, así
como la fabricación de enzimas que
ayudan a digerir los alimentos,
convirtiéndolos
en
sustancias
necesarias para el buen funcionamiento
del organismo. Algunos nutrientes
tienen que modificarse químicamente
(metabolizarse) en el hígado antes de
que el resto del cuerpo los pueda usar
como fuente de energía. El hígado
produce algunos de los factores de
coagulación que evitan que la sangre esté demasiado líquida y segrega además
bilis al intestino para ayudar a absorber los nutrientes.
El hígado se divide en tres lóbulos, el derecho, el izquierdo y uno más
pequeño denominado cuadrado, que a su vez se subdividen en segmentos. Al
contrario que la mayoría de los demás órganos del cuerpo, recibe sangre de dos
fuentes. La arteria hepática suple al hígado con sangre rica en oxígeno
mientras que la vena porta transporta sangre rica en nutrientes desde los
intestinos. Toda la sangre procedente del tubo digestivo atraviesa el hígado
antes de llegar al resto del organismo, lo que lo convierte en una especie de
'aduana' frente al mundo exterior.
FACTORES DE RIESGO

Hepatitis: Uno de los mayores factores de riesgo para desarrollar este
tipo de cáncer es la hepatitis. Los virus causantes de esta enfermedad, el
de la hepatitis B ó C, pueden llegar al organismo por medio de sangre
contaminada o bien mediante contacto sexual con otra persona. Los
expertos piensan que entre un 10% y un 20 por ciento de las personas
infectadas con el virus de la hepatitis B desarrollarán cáncer de hígado.
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Sin embargo, la relación exacta entre el virus de la hepatitis C y el
cáncer de hígado está aún siendo estudiada. En la actualidad se
estudian métodos para prevenir o tratar las infecciones por hepatitis
antes de que lleguen a causar cáncer, y se han logrado importantes
avances en este campo. Algunas vacunas y tratamientos mejorados
contra esta infección pueden prevenir alrededor de la mitad de los casos
de cáncer de hígado en todo el mundo.
El cáncer de hígado se desarrolla muchos años después de adquirir la
infección viral. Aunque estas infecciones pueden transcurrir sin dar
síntomas, los análisis de sangre pueden detectar la presencia del virus
en la sangre. En ese caso, el médico recomendará el tratamiento a seguir
así como los mejores métodos para evitar que se contagie la infección a
terceros.
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Cirrosis: Esta patología se desarrolla cuando muchas de las células del
hígado están dañadas y son sustituidas por tejido cicatricial, que no es
capaz de desarrollar las funciones hepáticas. Puede deberse al abuso de
alcohol o ciertos virus, como los de la hepatitis. Sólo un 5% de los
pacientes con cirrosis desarrolla cáncer de hígado. Una buena parte de
las cirrosis se llaman criptogenéticas porque se desconoce su causa,
aparecen en personas no bebedoras sin infección por hepatitis.
Aflatoxinas: Estas sustancias están originadas por ciertos tipos de
mohos, y pueden formarse en cacahuetes, palomitas y otros granos o
cereales. Aunque la venta de productos con elevados niveles de
aflatoxinas está prohibida en los países occidentales, la contaminación
por esta sustancia sigue siendo un importante problema de salud
pública en Asia y África.
Otros: Ser hombre multiplica por dos las probabilidades de desarrollar
tumores hepáticos. Y también se incrementan los riesgos con la edad, así
como entre personas con antecedentes familiares de la enfermedad.
Tipos de tumores
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BENIGNOS:
Uno de los más frecuentes es el hemangioma, una especie de madeja de vasos
sanguíneos, igual que las manchas del mismo nombre que aparecen en la piel.
La mayoría de los hemangiomas hepáticos no produce síntomas, por lo que no
requieren tratamiento, sólo en algunos casos pueden ocasionar hemorragias y
requerir una extirpación quirúrgica. Los adenomas hepáticos son otro tipo de
tumor benigno que surge en las principales células del hígado. Tampoco
ocasionan síntomas, aunque pueden llegar a producir dolor abdominal o
hemorragias.

MALIGNOS:
Carcinoma hepatocelular o hepatocarcinoma: Se trata del tipo más común
de cáncer del hígado en adultos, de hecho se calcula que aproximadamente el
75% de los cánceres de hígado son de este tipo. Puede comenzar como un
tumor pequeño que va creciendo y luego se extiende a otras partes del hígado o
bien puede surgir en forma de nódulos en varias partes de este órgano.
Angiosarcomas o hemangiosarcomas: Se trata de un raro tipo de tumor que
comienza en los vasos sanguíneos del hígado. Los angiosarcomas crecen
rápidamente de manera que para cuando son detectados generalmente suelen
estar muy extendidos, lo que imposibilita la cirugía. Pese al tratamiento con
quimioterapia y radioterapia la esperanza de vida de estos pacientes es menor
de seis meses.
Colangiocarcinoma: Este tipo de tumores comienza en los conductos biliares
del hígado y suponen alrededor del 13% de todos los cánceres hepáticos. Los
cálculos biliares, la inflamación de la vesícula o la colitis ulcerosa incrementan
el riesgo de desarrollar esta enfermedad. Debido a que a menudo son
demasiado grandes o se encuentran en una parte del hígado a la que no se
puede acceder con la cirugía, la mayoría de los colangiocarcinomas no se
pueden extirpar completamente mediante cirugía. El tratamiento de estos
tumores se completa con sesiones de quimioterapia y radioterapia.
Hepatoblastoma: Se trata de un tipo de cáncer infantil que puede afectar a
niños menores de cuatro años. El desarrollo de la oncología permite asegurar
unas tasas de curación de cerca del 70% con una tasa de supervivencia mayor
del 90% para los hepatoblastomas que se detectan a tiempo.
Metástasis: los tumores más frecuentes del hígado son las metástasis. Muchos
de los tumores de otros órganos se extienden al hígado y en ocasiones se
detectan por primera vez en esta zona. Los cánceres de colon, páncreas,
melanoma, sarcomas etc. pueden metastatizar a distancia, es decir, abandonar
su localización inicial y comenzar a extenderse, siendo el hígado el órgano en el
que con más frecuencia se encuentran.
Síntomas
A menudo se habla de la 'enfermedad silenciosa' porque es frecuente que en los
estados iníciales no dé ningún síntoma de alerta, salvo que comience a crecer
cerca de la cápsula, en cuyo caso comenzará a doler, o bien que obstruya la vía
biliar y ocasione ictericia. Sólo a medida que el tumor crece de tamaño y la
enfermedad se extiende, pueden empezar a aparecer los síntomas. Entre estos
destaca el dolor en la zona superior del abdomen y que, en ocasiones, se
extienden hasta la espalda.
También puede aparecer pérdida de peso, falta de apetito, debilidad,
cansancio, náusea y vómitos, fiebre... Además, si la piel y los ojos adquieren
una tonalidad amarillenta y la orina se vuelve oscura, las heces blancas,
significa que se está produciendo ictericia. Muchos de estos signos son
inespecíficos, y pueden estar causados por otras enfermedades que no son
cancerosas.
Algunos tumores del hígado producen hormonas que actúan en otros órganos
del organismo. Esto puede condicionar que se eleven los niveles de calcio en la
sangre, lo que puede provocar cansancio, o reducir los niveles de azúcar,
llegando incluso a causar desmayos. Todo ello puede confundir a los médicos
haciéndoles pensar que la persona padece algún problema relacionado con el
sistema nervioso o con las glándulas endocrinas (encargadas de la producción
de hormonas).
Diagnóstico
Como la mayoría de los síntomas son inespecíficos, en general es imposible
hacer un diagnóstico basándose sólo en ellos. Ante la presencia de alguno de
los síntomas mencionados será necesario realizar pruebas para ver si hay una
enfermedad responsable de los mismos. Éstas son algunas de ellas:
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Examen físico: el médico palpa el abdomen para examinar el estado del
hígado, el bazo y otros órganos en busca de cualquier posible cambio que
haga pensar en la presencia de un tumor. Además, comprobará si hay
ascitis (una acumulación de líquido), o signos de ictericia, con su
característico color amarillo, propio de las afecciones hepáticas, y que se
origina por la acumulación de pigmentos biliares en la sangre. Los
tumores pequeños son difíciles de detectar mediante un examen físico
porque las costillas derechas cubren la mayor parte del hígado.
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Análisis de sangre: estas pruebas se realizan en busca de
alfafetoproteína (AFP), cuyos niveles elevados pueden ser indicativos de
la presencia de un tumor en el hígado. Entre el 50% y el 70% de las
personas con un cáncer primario de hígado tiene altos niveles de AFP.
Sin embargo, otros tumores como los de células germinales y, en algunos
casos, los de estómago o páncreas también elevan esta sustancia. Por
ello suelen emplearse además otros marcadores para determinar si el
funcionamiento de este órgano es normal.
Escáner: mediante rayos X se realizan varias fotografías de la zona,
hígado, vasos sanguíneos y otros órganos cercanos. A menudo se emplea
previamente un tinte que deja ver claramente el hígado en las imágenes
en busca de anomalías.
Ultrasonidos: esta técnica utiliza los ecos producidos por las ondas
sonoras para emitir una imagen de los órganos internos (sonograma) que
permite apreciar si hay alguna lesión en las paredes del hígado. Los
tumores producen una reverberación distinta a los tejidos sanos que
tiene su reflejo en la imagen. El paciente debe tumbarse en una camilla
mientras el técnico mueve el transductor (el instrumento que emite las
ondas sonoras) sobre el abdomen, previamente lubricado con un aceite o
gel para ultrasonidos.
Resonancia magnética: Un ordenador traduce el patrón de ondas
emitido por los tejidos del organismo en una imagen muy detallada de
las partes del cuerpo que se quieran analizar. El detalle de esta técnica
permite distinguir un tumor benigno de uno maligno. Para obtener la
'fotografía' el paciente es introducido en una estructura en forma de tubo
que emite un sonido retumbante, que corresponde a la emisión de las
ondas.
Angiograma: esta prueba requiere que el paciente ingrese en el hospital
y reciba anestesia general, aunque muchas veces se practica sólo con
sedación. El médico le administrará un tinte que permite ver los vasos
sanguíneos del hígado en una imagen de rayos X. De esta manera se
puede comprobar si existe algún nódulo en el órgano.
Biopsia: en ocasiones es necesario analizar una muestra de tejido bajo el
microscopio para determinar la naturaleza de la lesión. Para ello el
médico puede insertar una aguja directamente en el hígado (aguja de
aspiración fina), mientras sigue el procedimiento desde el exterior
mediante otras técnicas de imagen como el escáner computarizado (CT) o
los ultrasonidos. Otras veces se elije una aguja más gruesa o bien se
recurre a una laparoscopia, que consiste en la inserción de un pequeño
tubo mediante una incisión practicada en el abdomen. Otra opción es la
colangiopancreatografía (CPRE), que consiste en introducir un
endoscopio por la boca hasta que llega al duodeno, donde desembocan
las vías biliares.
Tratamiento
Hoy por hoy estos tumores sólo tienen cura si se detectan en fases muy
tempranas de su evolución, antes de que las células enfermas hayan
comenzado a expandirse por el organismo. Sin embargo, incluso en esta
situación existe la posibilidad de controlar la enfermedad y mejorar la calidad
de vida de los pacientes. Es lo que se conoce como un tratamiento paliativo.
Generalmente las opciones dependen del tipo de tumor y su estado en el
momento de comenzar la terapia. El estado de un cáncer consiste en establecer
su naturaleza basándose en el tamaño, estado general del hígado así como en
la posible presencia de metástasis.
Éstas son algunas de las posibilidades:
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Cáncer
Cáncer
Cáncer
Cáncer
localizado operable
localizado inoperable
avanzado
recurrente
CÁNCER LOCALIZADO OPERABLE
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Como su propio nombre indica, se trata de tumores que pueden ser
extirpados mediante cirugía. No hay evidencias de que la enfermedad
se haya extendido a los ganglios linfáticos cercanos ni a otros órganos
sanos. La intervención para extirpar el tumor se denomina hepatectomía
(extirpación de una parte del hígado que debe incluir el tumor y bordes
libres de enfermedad) y su extensión dependerá fundamentalmente del
tamaño, localización y número de tumores.
Puede que sea necesario extirpar una porción del hígado, o incluso que
haya que pensar en el trasplante. En algunos casos el cirujano extirpa
completamente el órgano del paciente y lo sustituye por otro sano
procedente de un donante. Esta opción sólo es válida si el cáncer no ha
comenzado a extenderse y si se encuentra un donante compatible.
Mientras eso ocurre, el equipo médico controlará la evolución del
paciente oncológico administrándole otros tratamientos si fuese
necesario. Si el tumor es inextirpable no hay evidencia de que el
trasplante pueda ser curativo, pues casi siempre hay una recaída precoz
en el órgano nuevo. Hoy por hoy, esta opción es experimental.
La recuperación después de una operación de este tipo es diferente para
cada paciente. Algunos pueden sentirse incómodos durante los primeros
días, aunque existen analgésicos muy eficaces contra el dolor. También
es frecuente sentir cansancio, fatiga física o diarrea. En el caso de los
trasplantes de hígado, el posoperatorio suele durar varias semanas y
el equipo médico vigila especialmente que no se produzca rechazo. Los
fármacos que se emplean para evitar que el organismo reaccione en
contra del nuevo órgano pueden provocar un exceso de vello corporal o
un aumento de la tensión arterial.
La supervivencia a tres años en este tipo de cáncer es de cerca del 50%.
CÁNCER LOCALIZADO INOPERABLE
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Incluso aunque las células cancerosas no hayan abandonado todavía el
tumor original, éste no puede ser extirpado por diversas razones: porque
el paciente tenga cirrosis, por su localización (cerca de estructuras
vitales o poco accesibles para los cirujanos), o bien por otros problemas
de salud que impiden llevar al paciente al quirófano. Las opciones para
ellos son:
Ablación por radiofrecuencia. Se emplea una sonda especial que
contiene pequeños electrodos capaces de eliminar las células enfermas
mediante calor de fricción. Puede hacerse directamente a través de la
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piel, con anestesia local, o bien mediante una pequeña incisión que se
practica en el abdomen, generalmente con anestesia general. Mediante
una tomografía computarizada (CT) se sigue desde el exterior la
colocación de la sonda en el tumor.
Inyección percutánea de etanol. El paciente recibirá una inyección de
alcohol directamente en el hígado destinada a eliminar las células
cancerosas. Aunque suele ser suficiente con anestesia local, algunos
pacientes pueden requerir general. Es posible que el paciente desarrolle
fiebre y dolor después del procedimiento, aunque no son efectos
secundarios graves. En algunas ocasiones es preciso volver a repetirlo si
el tumor crece de nuevo.
Criocirugía. El médico hace una incisión en el abdomen a través de la
cuál inserta una sonda de metal que congela y elimina las células
cancerosas. Para guiar el instrumento puede ayudarse de una técnica de
ultrasonidos. La recuperación y las posibilidades de infección son
menores que con otras cirugías más invasivas.
Infusión arerial hepática. Se inserta un catéter en la arteria hepática, la
principal vía de entrada de flujo sanguíneo al hígado. A través de este
conducto se inyectan fármacos antineoplásicos directamente en el
órgano enfermo. Existe otra variante de esta técnica que consiste en la
implantación de una pequeña bomba que continuamente segrega estos
fármacos hacia el hígado. Este tipo de quimioterapia suele producir
menos efectos secundarios que la que se administra de forma sistémica,
precisamente porque no llega a todo el organismo.
Quimioembolización. Se coloca un pequeño catéter en una arteria de la
pierna. Empleando rayos X como guía, el médico mueve el catéter hasta
la arteria hepática e inyecta entonces los fármacos anticancerosos.
Empleando pequeñas partículas bloquea el flujo sanguíneo a través de
esta arteria, lo que permite que los fármacos permanezcan en el hígado
durante mucho más tiempo. Este procedimiento requiere ingreso
hospitalario y suele producir menos efectos secundarios que la que se
administra de forma sistémica, precisamente porque ésta no llega a todo
el organismo, aunque sí puede producir náuseas, vómitos, fiebre y dolor
abdominal. Debido a que reduce el suministro de sangre al tejido sano
del hígado, puede ser peligroso para pacientes con enfermedades como la
hepatitis o la cirrosis.
Hepatectomía total con trasplante de hígado. Si la extirpación del
tumor es imposible por culpa del mal funcionamiento del hígado,
algunos pacientes pueden beneficiarse de un trasplante. Mientras
aparece un donante adecuado, el equipo médico continuará
monitorizando el estado del paciente y, si fuese necesario,
administrándole tratamiento. El trasplante de hígado es también una
opción para pacientes con tumores pequeños pero que no pueden
operarse porque tienen cirrosis.
CÁNCER AVANZADO
Por cáncer avanzado se entiende aquel que afecta a ambos lóbulos del hígado o
bien que se ha extendido ya a otras partes del organismo. Aunque esta
enfermedad no tiene curación, algunos pacientes reciben tratamientos
paliativos que pueden prolongar su supervivencia y mejorar su calidad de vida.
No hay un tratamiento estándar para estas situaciones, en las que las
posibilidades de supervivencia a tres años son menores del 15%.
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Quimioterapia: El paciente puede recibir un sólo fármaco o una
combinación de varios agentes. Para ello se puede recurrir a la
quimioembolización o bien a la infusión arterial hepática. En otras
ocasiones el oncólogo prescribe una quimioterapia sistémica, que fluye
por todo el organismo a través de una inyección intravenosa que alcanza
a todo el flujo sanguíneo. Generalmente la quimioterapia es un
tratamiento ambulatorio, que permite al paciente regresar a su casa
después de recibir las sesiones, aunque en algunas situaciones, por la
agresividad de la terapia o el estado general del paciente, puede necesitar
ingreso hospitalario. Los efectos secundarios de esta terapia dependen
en gran medida del tipo de fármaco utilizado, así como de la reacción de
cada paciente.
Otras: las nuevas formas de radioterapia, así como de inmunoterapia y
terapia génica están siendo estudiadas actualmente en diversos estudios
clínicos.
CÁNCER RECURRENTE
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Después del tratamiento inicial, la enfermedad puede reaparecer. En
ocasiones, incluso aunque el cáncer haya sido extirpado completamente,
existe la posibilidad de recaída debido a la existencia aún de células
enfermas que no fueron detectadas en su momento. Es lo que se conoce
como cáncer recurrente y suele tener lugar al cabo de unos dos años. En
estos casos el paciente puede volver a someterse a una intervención o
bien recibir una combinación de tratamientos, como la quimioterapia o la
radioterapia.
Las radiaciones pueden usarse para reducir el tumor y paliar ciertos
síntomas como el dolor, aunque no mejora la supervivencia.
Generalmente no pueden usarse dosis muy altas porque la radioterapia
destruye también el resto de tejido sano del órgano, aunque las nuevas
técnicas tridimensionales permiten cada vez más delinear exactamente el
tumor para evitar radiar otros tejidos no enfermos.
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