LOS NUEVOS POETAS DE FRANCIA

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LOS NUEVOS POETAS DE FRANCIA
DOS ANTOLOGÍAS INTERESANTES: LA DE ROBERT DE LA
VAISSIERE Y LA DEL SAGITARIO
EJEMPLARES CURIOSOS: FERNANDO DIVOIRE Y FELIPE SOUPAULT 1
París, Abril 1925.
Dos grandes antologías de poetas nuevos han aparecido casi simultáneamente en
estos últimos meses. La primera, en varios tomos, es la de Robert de la Vaissiere. la
segunda, sin nombre de compilador, es la del Sagitario. Una y otra están precedidas de
sendos estudios críticos, en los que los editores tratan de hacernos comprender lo que es
la poesía de los jóvenes. Cinco tendencias, según parece, se disputan hoy el predominio
del parnaso francés: primera, la de los fantasistas; segunda, la de los unanimistas; tercera, la de los simultaneístas; cuarta, la de los cubistas; quinta, la de los dadaístas. “Los
fantasistas –dice uno de nuestros cicerones- han querido dar a los juegos de palabras, a
las rimas raras, a la piruetas del lenguaje, una gran importancia, negándose a respetar la
parte seria, majestuosa y algo rígida de la poesía. Los unanimistas, por el contrario, se
muestran graves y cantan el alma de las multitudes. Los simultaneístas tratan de expresarse en poemas de varias voces. Más revolucionarios, los cubistas han suprimido la
puntuación, el ritmo, la rima, para dejar a cada palabra su valor real y para conservar a
lo inconsciente su sitio. Los dadaístas, en fin, dan a lo inconsciente más importancia,
cambiando la lógica, la sintaxis, el sentido de las palabras, para trasponer los linderos
del poema”… ¿Os basta con estas indicaciones para formaros un concepto aproximado
de lo que es la nueva poesía? No. Los mismos autores de las antologías confiesan que
hoy, más que en otras épocas, las teorías son cosas vagas que apenas sirven para explicar las realizaciones. El mejor método, pues, cuando se quiere dar a conocer el carácter
de los jóvenes, consiste en citar sus obras características.
Pero en cuanto abrimos los tomos recién publicados, nos hallamos ante otro problema. ¿Cuáles son, entre los innumerables poetas que allí figuran, los verdaderamente
jóvenes? He aquí, por ejemplo, a René Arcos, que pasa por un artista de vanguardia. La
nota que le concierne nos hace saber que tiene ya cerca de cuarenta y cinco años. ¿Y
Cocteau? Cocteau, quince años ha, había publicado un tomo de versos. ¿Y André Salmon? Este nació en 1881. ¿Y Max Jacob? Este se halla en vísperas de cumplir medio
siglo. ¿Y Blalse Cendrars, el gran pontífice del dadaísmo? Nació en 1887. ¿Y Ribemont
Dessaignes? Es de 1884. ¿Y Pierre Jean Jouve? De 1887. ¿Y León Paúl Fargue? Este ha
pasado ya de los cuarenta y seis… ¿Y Fernand Divoire? Nación en Marzo de 1883…
Hasta los más jóvenes, como Ivan Goil, como Pierre Reverdy, como Mathias Lubeck,
como Marcel Arland, están ya lejos de los veinte Abriles. Dejemos, pues, a un lado la
cuestión de fechas, y aceptemos que, en literatura, hay jóvenes con cabellos blancos, y
viejos, con rizos adolescentes. Es la poesía la joven, y no el poeta. ¿No murió acaso
Mallarmé a los catorce lustros figurando como el más joven amante de las musas?
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Publicado el 23 de mayo de 1925 en la página 19, correspondiente al Suplemento.
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En nuestro tiempo, el más juvenil parece ser Fernand Divoire, a pesar de sus
cuarenta y dos otoños. Belga de nacimiento, vino a París, antes de la guerra, para predicar el simultaneísmo.
“Mi sistema –dice él mismo- trata de seguir el desarrollo del pensamiento, en el
que las ideas se mueven por fragmentos, por grupos, hasta formar conglomerados, que
son los poemas”.
Hay algo que hace pensar en el unanimiso en esta teoría. Sin embargo, los simultaneístas se indignan cuando se les confunde con los unanimistas. “El unanimismo –
dicen- es un principio seudocientífico, en tanto que el simultaneísmo es la resurrección
de la gran poesía acomodada a los progresos contemporáneos”.
¿La gran poesía?... Vamos a verla. He aquí, traducida literalmente, una de las
composiciones más célebres de Fernand Divoire:
“Vagabundo, furibundo, infecundo,
Empuje;
Vida-cinema, cortada en milésimos de segundo,
Las líneas se funden, el resto también. Nuevo mundo,
Toda la cabeza ocupada en los virajes de la ronda.
¿En dónde están los mitos y los viejos secretos del mundo,
Ángulos, números? Y etcétera…
Amigos perdidos.
Los mitos se metieron allí.
Toda una vida nueva se metió allí.
Viviente, hormigueante, flotante.
Obsesión, desrazón, tontería, sorpresa.
Y que consuela, hierve, pulveriza, fertiliza,
Diviniza, eterniza, divide
A su manera
¡Bah!... ¡Urra!...
Chiquillo, déjame jugar con tu clown saltador
Y tu caballo sin alas”.
¿Sentís ímpetu de reír a carcajadas y de llamar en vuestro auxilio a “Melitón
González” para que os preste su socarronería de glosador de colmos? Yo también… Sí,
lo confieso humildemente. En poemas de esta especie, no logro encontrar el menor destello de poesía, de belleza, de gracia. Se me figura escuchar el balbuceo de un enfermo… Y sin embargo, algo debe de haber allí, puesto que el poeta que así canta tiene
admiradores, tiene lectores, tiene discípulos…
Felipe Soupault también los tiene.
“Este –dice el editor de la antología del Sagitario- es el poeta en el sentido más
puro de la palabra. La poesía, libre de todo plumaje, de todo velo, surge de sus escritos
como de un manantial, desnuda, tan desnuda, que no es más que una luz y un aliento”.
Yo he leído con respeto, con interés, defendiéndome de toda ironía, los poemas
de este gran revolucionario. He buscado en ellos las claridades reveladoras del genio.
He buscado algo que me haga sentir, aunque sea obscuramente, confusamente, la garra,
el soplo; pero no he hallado sino balbuceos. Escuchad una de sus canciones:
“Se ve
A alguien
A orillas del mar
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Para siempre
La ciudad es esta estrella
En lo infinito.
A través de los vidrios
La tierra gira.
La amistad de la otra orilla
La cabeza gira.
Las praderas del viento,
Los brazos abiertos,
Los árboles desterrados.
Nadie ha visto jamás la noche”…
Claro que estos dos poetas no son todo el Parnaso nuevo de Francia. Otros hay…
Otros debe de haber más capaces de hacernos sentir el divino estremecimiento.
¿Qué no?... Nada cuesta buscarlos en todo caso. Y tal vez con paciencia, poco a
poco, llegaremos a encontrarlos…
Los superrealistas
A decir verdad, la escuela que hoy más de moda está no es el unanimismo, sino
el superrealismo. El unanimismo es una cosa ya antigua, una cosa de antes de la guerra,
una cosa aceptada, en sus líneas generales, por los catedráticos; una cosa casi burguesa… En cambio, el superrealismo es “le dernier cri”. Cada mes aparece una nueva revista superrealista. Cada semana se publica un nuevo manifiesto superrealista. Cada día se
descubre una nueva fórmula para definir el superrealismo.
“El realismo –dice “Le Gazetier Littéraire”- es la porquería; el superrealismo es
el olor de la porquería”… Pero claro que esto no es más que una frase irreverentemente
ingeniosa. Para saber lo que, en el espíritu de sus fundadores, es el nuevo grupo, hay
que atenerse al programa que acaba de aparecer en el primer número de “Surrealisme”:
“El primer poeta del mundo –reza este documento- vio que el cielo es azul; otro,
más tarde, dijo a una mujer: “Tus ojos son azules como el cielo”; muchos siglos después, otro dijo: “Tienen el cielo en los ojos”; un moderno, en fin, dirá: “Tus ojos de cielo”… Las más bellas imágenes son las que más se acercan a los elementos de realidad
alejados unos de otros lo más directamente posible. Así, la imagen se ha convertido en
lo más preciado de la poesía actual. Hasta los principios del siglo XX era el oído el que
decidía del valor de la poesía: ritmo, sonoridades, cadencia, aliteración, rima. Desde
hace unos años, la vista ha tomado su desquite. Estamos en la época del “film”. Nos
comunicamos más por signos visuales, que por sonidos. La rapidez es la gran virtud de
nuestros días”…
¿Me preguntáis lo que todo esto significa? Nada en el fondo. La poesía, en efecto, la verdadera poesía, la de Verlaine, la de Baudelaire, la de Hugo, la de Mallarmé, no
ha sido solo musical. En todos ellos las imágenes abundan, mismísimo Samain, que fue
el que mejor se ajustó al canon de “la musique avant toute chose”, está lleno de paisajes
de almas que se graban en nuestra retina y no en nuestra memoria. Pero, en fin, si lo que
quieren indicar los nuevos es que la armonía no los entusiasma, sería bueno preguntarles para qué se sirven del verso. La prosa les bastaría, si lo único que desean es sugerir
visiones rápidas e intensas por medio de imágenes.
¿La prosa?... No. Tampoco la prosa resulta adecuada a lo que ellos anhelan. Lo
digo porque en el manifiesto encuentro las líneas siguientes: “El superrealismo, expresión de nuestra época, tiene en cuenta los síntomas que lo caracterizan: es directo, inten-
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sivo, y rechaza las artes que se apoyan en nociones abstractas, como la lógica y la estética, efectos de gramática, juegos de palabras”. Así, pues, la prosa tal cual la entendemos, la prosa lógica, gramatical y estética, tampoco es de su reino. ¿Querrán, en tal caso, como Cocteau, servirse de la pantomima y del baile? Menos aún. Con una solemnidad que nadie esperaba de labios tan juveniles, los señores del manifiesto escriben: “El
arte de diversiones, el arte de “music-hall”, el arte curioso, el arte pintoresco, el arte a
base de exotismo o de erotismo, el arte extraño, el arte inquieto, el arte egoísta, el arte
frívolo y el arte decadente, habrán acabado pronto de interesar a una generación que
sólo les cultivaba para olvidar la guerra”. Y agregan, con viril acento: “El superrealismo
es un vasto movimiento de la época. Significa salud y rechaza las tendencias morbosas
que surgen en todos los lugares en donde se edifica algo”. Nada de novelerías, en suma,
para los superrealistas. La psicoanálisis de Freud, que también es un artículo de moda,
les repugna. Lo único que quieren es cultivar un arte que se halla en la Naturaleza y que
corresponde a las primeras emociones del hombre…
De todo esto, que es vago, que es contradictorio, lo que se saca en claro es que
los fundadores de la nueva escuela quieren ser algo así como los primitivos de las letras.
“Con materiales artísticos nuevos –cien- vamos hacia la naturaleza”.
¿Queréis ver como van estos ingenuos sicofantes hacia la selva del nuevo Pan?
Pues permitidme que os presente a los dos jóvenes que, según la opinión general, encarnan mejor el superrealismo integral. El primero se llama Marcel Arland, y nació en el
mes de Julio de 1900. El segundo, Ivan Goll, es de Marzo de 1891… No puede decirse,
pues, que se trate de adolescentes. Pero comparados con revolucionarios como los unanimistas René Arcos y Georges Chenneviére, que han pasado ya de los cuarenta otoños,
siempre resultan dignos de figurar entre los poetas en flor.
Marcel Arland escribe, al decir de su panegirista, en un estilo “acerado y depurado”, que se presta a maravilla a los análisis ardientes de la vida interior. Un artículo
suyo, publicado en la “Nueva Revista Francesa”, es célebre entre los innovadores de
Montparnasse. Se titula “un nuevo mal de siglo (estudio sobre la inquietud contemporánea)”. En Arland, sin embargo, la inquietud no aparece como muy nueva. Bajo las hojas
secas de su retórica, lo único que se descubre es el humorismo de Rimbaud, filtrado en
los aparatos paradójicos de Guilliaume Apollinaire. Escuchad su voz agria:
“Es necesario respetar a los padres,
a nuestra madre, a nuestros abuelos,
etcétera… No hay que matar a los padres,
porque son personas y son parientes cercanos.
-Hijo indigno, matricida, ¿qué hiciste de tu madre,
que te ha concebido, y alimentado, y cuidado, y amado?
- Hice con ella, señor juez, imágenes para mis poemas…
- No es excusa…”
En efecto, no hay excusa para poner en versos sin rima y sin ritmo, en versos sin
verso, las antiguas bromas de café de la época en que Baudelaire hablaba en alta voz,
deseoso de asustar a las familias burguesas de la necesidad de envenenar a las madres y
de asesinar a los padres. En teoría, todas las escuelas nuevas, invocando los progresos
de la ciencia y la fatiga del sentimiento, son enemigas del romanticismo, del parnasianismo y del simbolismo. “Hemos matado el dúo –dicen-. Hemos matado los violines y
las flautas”. “hemos matado los suspiros”. Pero después de esta ilusoria hecatombe de lo
que es eterno en la poesía, se complacen en continuar las muecas antiguas, dándoles una
especie de gravedad clownesca.
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Ivan Goll, aunque mayor en edad que Marcel Arland, parece más infantil que él.
Alsaciano de origen y educado entre los bohemios de Montparnasse, revela una mezcla
extraña de sencillez septentrional, enamorada de las imágenes sencillas, de los cuentos
brumosos y una tendencia a las bromas de estudiante parisiense. Su imperialismo lo
conduce hacia los asuntos modernos, mejor dicho, actuales. Su primer libro de poesías
se titula “El Canal de Panamá”. Pero es en “Nuevo Orfeo” donde se encuentran sus
composiciones más características. He aquí una de ellas:
“El sol se ha subido en su velocípedo,
corre por las rutas de Europa,
las gentes abren los ojos para verlo;
los pájaros límpidos
alarman al cuerpo,
y los lecheros tocan a rebato en los pueblos.
La hierba siente el amor de las violetas,
que se le sube a la cabeza;
pero antes de partir hacia el mar
los arroyos rosados,
hacen “pipí” detrás de las frambuesas…”
Ya lo veis… Es siempre el mismo tono de paradoja pueril y de ironía helada; el
mismo acento seco, el mismo modo de tratarlo todo con alardes de supremo prosaísmo… Y esa retórica que en otros se llama unanimista, y que en éstos se titula superrealista, la hallaremos, más adelante, con etiquetas diversas, en los demás poetas nuevos, con su eterna monotonía seca, breve, sin armonía.
E. Gómez Carrillo
Un paroxista y un sincronista
¿Habéis oído hablar de los poetas de la escuela paroxista? En las Antologías de
La Vaissiére y del Sagitario no figura ninguno de ellos. Y sin embargo, uno hay, llamado Nicolás Beaudoin, que me parece más digno de estudio que los unanimistas y los
superrealistas que allí llenan tantas páginas con sus secas estrofas. Este, en efecto, no ha
roto con la tradición en lo que la tradición tiene de sagrado. Armonioso cual el mejor de
los parnasianos, sólo se muestra revolucionario en su deseo de “crear poemas con diversos planos superpuestos”. ¿Me preguntáis lo que esto significa? Os confieso que no lo
sé a punto fijo. Pero observando las estrofas en que Lucien Aresy nos asegura que se
halla la nueva fórmula paroxista, me parece notar que todo es asunto de tipografía. Tres
palabras colocadas una detrás de otra son, en general, tres palabras que se siguen. El
paroxismo no quiere eso. Lo que quiere es que las tres palabras sean pronunciadas al
mismo tiempo por tres voces diferentes. El lector, pues, debe figurarse, al leer ciertos
poemas, que las frases impresas entre comillas son una sola frase emitida por tres bocas.
He aquí un ejemplo:
“Elle avait des grands oiveaux Noris –“en cage –en cage”
Et de ses longs doits de feuillage,
Elle esressait le plumage
“A l’heure – á l’heure, á l’heure” de l’oblation du soit
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Que disaient ils ses oiseaux noirs?
“Nul ne le sait,
Nul ne le sait,
Nul ne le sait”…
Que le vent d’ombre qui passait…”
Ese “en cage”, ese “á l’heure” y ese “nui ne le sait” son frases superpuestas, frases paróxicas, frases que se emiten al mismo tiempo. La cosa, a primera vista, resulta
pueril. No obstante, yo he oído recitar esta estrofa con acompañamiento de dos voces
corales, y os aseguro que el efecto que produce no tiene nada de cómico. Beaudoin,
aunque raro, aunque obscuro, es un verdadero poeta. Posee el don de la armonía y de la
imagen. Y hasta en sus composiciones más singulares algo se siente en él de misterioso
y de hondo, que no pertenece a la categoría de los innovadores que hacen reír.
“Como tú,
tenía flores de luna en los dedos
y en su torre
repetía a media voz, en tono supernumerario:
“Ecce ancilla Dei.”
Luego, entornando los párpados ante el misterio,
suspiraba suavemente,
al escuchar la campana argentina,
con un ritmo de “De profundis”.
Ya la ves… ¿Querías como ella
exhalar tu alma en latín,
o ser siempre la primera prisionera,
del libro interminable,
de fábulas iluminadas,
sobre la desnudez del Destino…?”
Mas ahora sí confieso que mi traducción no da sino una idea caricaturesca de la
gracia irónica y tierna de ese poema que hace pensar en Jules Laforgue.
¿Hay otros poetas paroxistas? No lo sé. En la “Histoire Contemporaine”, de
Parmentier, en el capítulo de las escuelas literarias, el paroxismo aparece como fundado
por Albert Mockel, bajo la advocación de Verhaeren. Pero de su primer período, la escuela no dejó sino un manifiesto, en el que se leen estas líneas:
“El objeto de nuestro arte, en vez de surgir poco a poco, como del alma rejuvenecida, con silencios y músicas, se amontona en bloques de sombras y de terebrantes
luces, es un grito en el humo, un miedo en el sobresalto, un silbido en las tinieblas. No
es la armoniosa belleza. Es lo sublime…”
Desde que así habló Mockel hasta ahora, pocos poetas deben de haberse alistado
en las filas de esa escuela, puesto que, después de mucho buscar, yo no logro encontrar
sino a uno que se proclama paroxista. Pero claro que no estoy seguro de que Nicolás
Beudoin no tenga compañeros.
¿Y Marcello Fabri…? Marcello Fabri es el representante oficial del sincronismo.
Sus obras, que no sé si serán numerosas, tampoco figuran en las antologías recién publicadas. De su vida, nadie nos dice nada. ¿Es joven? ¿Es viejo? ¿Vive? Misterio. En uno
de sus tomos de versos encuentro una composición, que es algo así como el programa
del sincronismo. Helo aquí:
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Línea: armonía de puntos;
forma: armonía de líneas.
Todo es línea y forma ante los ojos del Escogido;
todo es digno,
todo es insigne;
y los acordes de la línea y del color,
como los de las notas musicales,
tienen relaciones fundamentales
con el globo,
con el hombre.
Las cinco partes tienen su sincronismo,
como los cinco sentidos;
y las armonías del color
son funciones de armonías invisibles,
cual en las notas de la octava:
del rojo vivo al morado grave,
y en los planes y relieves mentales o plásticos,
se inscribe único
un concepto claro:
Cada parte de un complejo armónico
está en relación con el conjunto.
Este estilo, que no pierde gran cosa en la traducción, es lo que el crítico de “La
Derniére Bohéme” llama “vanguardista”… Pero como lo importante, al hallarnos ante
un poema didáctico es averiguar lo que significa, tenemos que confesar que, sin glosas
aclaratorias, ese “vanguardismo” resulta terriblemente esotérico. Lo que es el sincronismo, nos lo explica, por fortuna, Aressy, en prosa, asegurándonos que “el arte no se
compone de pintura, poesía y música, ni de teatro, escultura, arquitectura y danza, sino
de todo eso sincronizado de tal modo, que el color cante, la danza esculpa, la música
pinte, y todo se resuma en la forma sublime del poema…” La escuela, como lo veis, no
carece de grandiosas ambiciones. Sus discípulos, sin embargo, no parecen ser muy numerosos. Yo, por lo menos, no conozco más que a Marcello Fabri.
El pontífice Max Jacob
Para darnos cuenta de lo que es la poesía nueva en Francia, hay que estudiar, de
una manera especial, según parece, a Max Jacob. “Max Jacob –escribe Maurice Marti
ndu Gard- domina a las generaciones actuales en literatura, como Picasso las domina en
pintura”. Más entusiasta aún, Jean Cocteau asegura que la verdadera belleza nueva data
del advenimiento de Max Jacob. “Con el “Cornet a Des” –dice este joven pontíficetocamos a un animal: la Poesía. Antes, la enjaulábamos, nos acercábamos a ella; pero no
la tocábamos.” Y aunque la imagen sea algo extravagante, no hay duda de que, en su
exuberancia clownesca, resulta muy apropiada al personaje que la inspira. Hay algo de
funambulesco en el arte de Max Jacob. No a la manera de Banville, no; ni tampoco a la
manera de Heine. No con paganas actitudes de fauno, que juguetea entre los citisos del
Parnaso. No con armoniosas locuras galantes y enternecidas… La juventud en nuestra
época ha condenado a muerte al Amor y lo ha colgado de un árbol para que sus gestos
macabros causen risa. “Los personajes más cómicos del mundo –murmura un cubista
célebre- son Julieta y Romeo.” ¿Más que Fedra e Hipólito? ¿Más que Paolo y Francesca? Todo es según el cristal con que se mira. Para un caricaturista, Tristán es un epilép-
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tico que tiene la boca torcida de tanto suspirar. Y el arte actual, el arte de los ultraístas
de todas las escuelas, el arte que hoy quieren imponer los representantes de las nuevas
generaciones, es terriblemente caricaturesco. Notad que digo terriblemente… Con una
falta de respeto increíble, en efecto, Max Jacob no deja de hacer muecas nunca, ni ante
los sentimientos más sagrados, ni ante las más fuertes pasiones, ni ante los ideales más
nobles. “Mis relaciones con Dios –dice- son como mis relaciones con mis amigos; mucha familiaridad, muchas exigencias, y algunas lágrimas para hacer creer en una devoción de que uno se enorgullece.” Luego ahondando en el vació de su ánima, agrega:
“No somos ni lo que somos, ni lo que no somos, ni lo que querríamos ser, ni lo que
creemos ser, ni lo que pasaríamos por ser si no fuéramos lo que somos…” Todo eso, sin
embargo, no le parece a él cómico, ni paradójico, ni siquiera singular. Enemigo de todo
romanticismo, cree hallarse en una era clásica, en la que los artistas, sin adoptar posturas originales, trabajan unidos por un gran desinterés humanitario. “Lo malo –escribees que no se logra llegar a lo impersonal fácilmente; mucho es ya conseguir, como yo
creo haber conseguido, salvarme de la preocupación de sí mismo, para crear la verdad
en toda su pureza.” La cosa es seria. Claro que hay una seriedad que resulta más extraña
que la seriedad de la gente vulgar. Esa seriedad le sirve a Max Jacob para hablar con el
mayor desprecio de Víctor Hugo y con el mayor entusiasmo de sí mismo. Pero en cuanto se trata de expresarse en verso, la seriedad desaparece al menos a nuestra vista.
Conchas de alas, hojas muertas;
entreabrid vuestros labios, insectos rojos;
no eran hojas en el umbral de la puerta,
eran insectos color de caoba.
¿Hablarán? ¿Se elevarán de la tierra?
¿Subirán sobre los ladrillos?
Ha llovido; ha llovido alrededor del presbiterio.
Yo espero; yo oigo el paso de los jinetes.
Yo espero; yo oigo cantar a las ranas.
Yo espero; yo oigo silbar a los sapos,
algo pasa bajo las largas hojas de los cucurbitáceos;
yo espero; yo oigo caer las gotas de agua.
La palmera enana, con sus lanzas, defiende
a los perales contra los ataques de la luz clara.
¿Quién ha reído en la noche, que se siente ofendida?
Alguien ha cantado; deben ser los carpinteros.
¡Oh, vida! ¡Oh, muerte! ¡Oh, misteriosa tierra!
¿Qué escondes tú qué revelan las tardes?
¿De qué tesoro eres tesorera…?
Y así continúa el poema del “Jardín misterioso”; y así continúan los demás poemas del gran poeta; y así continúan los poemas de sus discípulos… Porque entre todas
las ambiciones de este apóstol, la única que la suerte le ha permitido ver realizada es la
de la supresión de la personalidad en literatura… No, ciertamente, porque no haya en él
algo de singularismo, sino porque ese algo es igual en os demás cultivadores de la poesía novísima.
- Igual, salvo que los otros carecen del genio de Max Jacob – me dice muy irritado por mi falta de entusiasmo, el delicioso León Pacheco, gran propagandista de la fe
novísima.
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Y puede que tenga razón. Puede que Max Jacob sea un ser extraordinario, un vate cíclico, una imagen grandiosa de la belleza futura. ¡Es tan difícil darse cuenta de lo
que significa un arte al cual no estamos acostumbrados…! Cien años hace, cuando los
románticos comenzaban a publicar sus obras, los representantes de la literatura clásica
los trataban de locos, de insensatos, de farsantes. Oyendo ahora aquellas vociferaciones
críticas, las atribuimos a la mala fe, por no poder creer que fuese nunca posible dejar de
sentir todavía belleza que palpita en las poesías de Víctor Hugo. Y sin embargo, ¿quién
nos dice que los hombres de 1825 no eran tan sinceros al reírse de las “Orientales”, como nosotros al sonreír ante “Le Laboratoire Central”. Los que hoy “sienten” la poesía
nueva no merecen menos crédito que los que en los albores del simbolismo, defendían a
Mallarmé contras las injurias de los naturalistas. Y no vale decir que hay, fuera de las
consideraciones de escuela y de gusto, una diferencia inmensa entre un Max Jacob y un
Víctor Hugo o un Mallarmé. Sus discípulos y sus admiradores, ven en Max Jacob al
poeta por excelencia. ¿Se equivocan? Probablemente. Pero, ¿y si no se equivocan…? Lo
que a nosotros, educados dentro de otros cánones estéticos, se nos antoja extravagancia
o caricatura, es, tal vez, la fórmula ideal del arte de mañana. Y en todo caso, ya que admirar nos es imposible, debemos esforzarnos por reconocer que quizá la culpa de nuestra incomprensión la tiene la rutina, que nos ha acostumbrado a otros ritmos, a otras
imágenes, a otra belleza. Luego el tiempo se encargará de decidir si realmente Max Jacob merece ser llamado el Homero de nuestro siglo o si solo ha sido, como nos los figuramos los no iniciados, un prestidigitador que ha logrado engañar a los innumerables
homéridas que siguen sus huellas.
E. Gómez Carrillo
París, Abril, 1925
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