Revista Universal. México, 28 de diciembre de 1875

Anuncio
CORREO DE LOS TEATROS
El Hereu, obra buena de dos ingenios españoles, fue recibida por el
público que asistió el jueves al Principal con unánime entusiasmo. La
concurrencia se identificó con el drama, en que una acción más
palpitante que nueva, se desenvuelve con maestría por situaciones
que carecerán alguna vez de verdad, pero que nunca carecen de
efecto.
No es El Hereu por cierto obra incorrecta de un espíritu rebelde, ni
obra tierna de un ánima tranquila. Es el desenvolvimiento de una
acción interesante que resbala con facilidad, se detiene de súbito, se
complica sin violencia, y se precipita de repente, todo por medio de
versos más sonoros que conceptuosos, algunas veces inspirados,
débiles en ciertos momentos, pero casi siempre buenos y agradables.
No tenemos espacio para hacer juicio del drama. Diremos sólo de
paso que hubiera sido menester para el trágico asunto que lo funda,
la grave y terrible forma de la tragedia. Para lo común el drama; para
lo vigoroso, heroico y enérgico, el levantado coturno. Así lo entendió
el teatro griego, que trató este asunto, si bien con aquella
intervención de la fatalidad que dio a sus obras tal sello de maravilla
y de grandeza. Así pensó también el teatro alemán, que dio suelta en
todas sus consecuencias espantosas al odio fatal de dos hermanos,
tibiamente explotados a nuestro juicio en la obra del clásico Retés y
del imaginador Echevarría.
La obra tiene las condiciones lógicas de bondad que la poética y el
arte dramático requieren. No hay el genio fogoso; pero hay la
práctica del teatro. No ilumina como llama permanente: pasa como
relámpago de fugaz, pero espléndida luz.
Sin embargo, al terminar el drama, la inteligencia no queda
contenta, ni el corazón tampoco. El drama no basta a las
tempestades del alma humana: el odio es como el huracán y la
pasión es como el fuego: una solución tibia disgusta en el teatro a un
ánimo fuerte.
Un mérito hay en El Hereu, que no es en verdad nada común. Los
caracteres son consecuentes: se sostienen tales como han sido
creados; y como los crean dos autores distintos, que son notables
dramaturgos, resultan diferentes ideas y personajes radicalmente
desemejantes, que producen naturalísimo contraste, y que favorecen
y aceleran la acción. En El Hereu, tal vez son falsos los accidentes
que estremecen el alma del joven catalán; pero el carácter es fiel;
hay catalanes así: no conocen el placer de abrazar, no saben que los
besos son nidos de venturas, lazos de concordia, alimentos del amor
y dulce prenda de paz.
Podrá ser, y es, débil el tipo de Marina; pero desde el principio de
la obra es tibia, es indecisa, es cándida. Mas no perdonamos a los
autores esa falta de colorido en la que debió ser importante personaje
que amontonara y precipitara las tormentas de la acción. No: no: el
talento no es expresión bastante del alma: es preciso que el genio
caliente, que se palpite de grandeza, que se conmueva y se sacuda
con vigor; puesto que la pasión era un abismo, en los precipicios no
crece pulida y bien cuidada flor. El precipicio quiere la flor silvestre:
Marina es demasiado sencilla.
Barraqueta es buen carácter. Mata con mucha facilidad; pero es
fuerza convencerse de que hay quien mate así. Y ¡qué venerables son
esos criados viejos, encariñados con la casa, regañones y solícitos,
los mejores lebreles y los mejores amigos, buenos hasta la
culpabilidad, que como Barraqueta en sus dos amos, ven en ellos los
huesos de sus huesos! Esas canas resplandecen, y se desea verse
siempre protegido por una sombra así.
La madre es un tipo bellísimo; es quizá el personaje que tiene en la
obra más de creación. A todo atiende; todo lo prevé; todo lo quiere
evitar; en todos los instantes sufre, llora y ama. Excita el sentimiento
de sus hijos, arranca lágrimas de sus ojos, los acerca y los une. En la
obra dice la madre:
Yo soy la imagen de Dios!
Si Dios es todo lo bueno, aunque en filosofía va siendo muy
abstracta esta imagen de Dios, indudablemente esa santa madre es
su imagen.
En El Hereu hay un hombre malo; no gustamos de ver malvados en
escena. Ello es verdad que sin él no habría drama; pero tal vez
preferiríamos un drama pálido a un drama con traidor.
Burla burlando, ya van escritas más cuartillas de las que para este
frívolo correo de teatros, fuera menester.
Pero fue tan bien ejecutada la obra, hizo tanto la Srita. Padilla,
realizó tan bien su carácter en la escena Enrique Guasp, dieron tal
forma de pasión el uno y de resignación santa la otra, a sus
caracteres respectivos, que a haber sido noche de estreno de la obra,
antes hubiéramos ido a felicitar a los actores que al autor. Porque el
autor creó la figura; pero estos dos actores le dieron movimiento,
calor y resplandores de vivísima luz.
Nosotros vemos siempre con regocijo trabajar a la señorita Padilla.
¿Qué tiene en el alma, que así arranca lágrimas a los ojos? ¿Qué
tiene en la inteligencia, que así de niña joven se convierte en mujer
anciana y madre heroica? Se la oye hablar y parece que aquella voz
de timbre juvenil, expresión de su alma joven y serena, no puede
alzarse hasta la elevación de la tragedia o hasta las gravedades de
los años. Y todo lo vence, y se alza, y la mujer casi niña se convierte
por secreta fuerza de genio, en eminente, seductora y enérgica
actriz. A ella no la envanecen estos elogios: no merece su talento que
seamos parcos de ellos.
Nos admiró Concha Padilla el jueves, y todavía nos conmueve la
memoria de aquel vigor sorprendente con que dio cuerpo maternal a
la frescura de su corazón y a la esbeltez juvenil de su figura. Hay el
perfume de la mujer alrededor de los méritos de la actriz. Trabaje,
que para ella trabajar es cautivar, hacerse amar y vencer.
¿Y Guasp? Él fue el catalán amanerado y áspero que los autores le
exigían. Los catalanes son así: ese es el hijo de la casa afortunada:
esa barba es la que llevan los hijos de Cataluña; esa manera
apasionada y brusca de hablar y de moverse es de aquellos hombres
fuertes, hijos de la aspereza del corazón y de la brusquedad de las
montañas. Y cuando en el primer acto, ve llegar a su hermano y no le
tiende la mano cariñosa, Guasp fue el actor perfecto: esa es la
naturalidad: así se ven el Hereu y los hermanos menores; tienen la
tiranía en el alma, y la frialdad en los brazos. En todo el curso de la
obra Guasp logró conciliar estas dos condiciones difíciles; la
exaltación y la naturalidad. La naturalidad exagerada es insufrible:
ridícula es a la par la exageración de las graves situaciones. Un grito
lastima, y un movimiento débil desconsuela; el actor español vence
esto, se encarna en lo que hace, ama su tipo, se olvida de sí y se
vierte en él, y de este modo sorprende con la flexibilidad de su
talento, que hace ahora caballerete insustancial y necio, y luego viejo
honrado y celoso, y luego pulcro galán, y después catalán fiero. Si se
nos pregunta en qué momentos sobresalió, la respuesta será difícil
porque sobresalió en todos; pero fue más aplaudido en las escenas
del acto segundo, y en su sofocante lucha de conciencia en el acto
tercero.
Un recuerdo que honra a Guasp: en ese acto y en esa escena,
hemos visto fracasar a uno de los tres actores españoles que se
comparten hoy en la moderna Iberia el cetro del teatro. Guasp se
hizo aplaudir, y el hecho se comenta solo.
Pero el tiempo escasea y es fuerza ir concluyendo.
Ante todo, enhorabuena especial a la Srita. Padilla por el final del
segundo acto; ella elevó en aquel instante el drama a la tragedia:
¡quién sintiera en la frente el soplo griego, para que Concha Padilla
animase sus creaciones en la escena! Hace llorar, hace estremecer,
hace reír; es un alma bella y un talento fértil, vencedor de
obstáculos, y lleno de promesas.
Loscos, notable. Un punto más de pasión, y realiza todo el tipo.
Loscos tiene la costumbre del arte; sabe su deber, y lo cumple con
empeño y con cariño. Su Barraqueta era verdad; y ha merecido bien
del público.
Alonso nos reveló facultades que todavía no habíamos sospechado
en él. Estuvo tierno, y venció dificultades no escasas. A haber dicho
con más brío y ternura los versos con que comienza el segundo acto,
no habría observación que hacer a la manera nueva con que
desempeñó su papel.
Por cortesía y por mérito, debimos haber hablado antes de la Srita.
Navarro. Estuvo cándida y sencilla: dijo sus versos con la inocente
pasión que la obra exige: ayudaba con talento al buen éxito del
conjunto. La joven actriz embellece los papeles que tiene a su cargo,
y les imprime un agradable tinte de sencillez y de candor, que no son
por cierto comunes en escena. Es en la obra niña indecisa y
pudorosa: eso logró en la representación, con las graciosas miradas y
sencillas ternuras, con que dio realce a su papel.
Freyre hacía de mal hombre, y es justo que haya quedado para lo
último. Cumplió su cometido, cosa no fácil.
En suma, El Hereu ha sido la obra mejor representada por la
compañía del Principal, y una de las más sentidas y aplaudidas por el
público.
Todavía, al concluir, enviamos aplausos al talento poderoso de la
Srita. Padilla, y a la múltiple inteligencia y especiales condiciones
artísticas del caballero Enrique Guasp.
Revista Universal, 28 de diciembre de 1875.
[Mf. en CEM]
Descargar