SOCIOLOGÍA DE LA DESVIACIÓN: CASO COLOMBIA

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SOCIOLOGÍA DE LA DESVIACIÓN:
CASO COLOMBIA
ENRIQUE QUINTERO VALENCIA
Los inmorales en Colombia son la generalidad, el
84%. Los desviados son el otro 16%: Son los que
creen que el Derecho debe ser, y la violación del
derecho no debe ser, no debe tolerarse, no debe
justificarse. Es como lo de los no fumadores tras la
campaña oficial de salvar los pulmones de la gente.
En el supuesto de que la campaña sea obedecida, los no fumadores
son la regla, son la normalidad. Los fumadores que quedan son los
desviados. Y eso supone que son los malos. Desde las comunidades
primitivas, la desviación es la renuencia a cumplir las normas del
grupo. Otro ejemplo de lo que se quiere decir es éste: Si la mayoría
de los abogados contemporáneos anda en mangas de camisa y en
bluyines, ésta es la norma, es “lo correcto”. Los desviados son la
pequeña minoría que aún se pone saco y corbata.
Cuando se dice que fuera de la Iglesia no hay salvación hay qué
tener una cantidad de coraje para arriesgarse a ser hereje. Otro
tanto puede decirse cuando un gobierno afirma, repite y enseña
que quienes no están con él son terroristas. Se necesita valor civil
para decirle: No, yo no soy terrorista. Simplemente estoy en
desacuerdo con sus políticas.
Debe observarse que es la sociedad la que crea la desviación. Es la
que genera reglas, la que acepta y consolida y difunde criterios. Es a
partir de ahí como se mira la desviación. Es una sociedad la que
inducida por sus guías, entra a considerar que los rebeldes e
inconformes, son inadaptados sociales, son desviados, son
terroristas.
De acuerdo a las estadísticas, en Colombia el 84% de la población,
es decir los que respaldan las acciones del gobierno, aprueban 1) la
invasión armada a un Estado vecino y el bombardeo de un
campamento de guerrilleros; 2) el secuestro de Rodrigo Granda en
Caracas, por policías encubiertos, sin permiso del gobierno
venezolano, y su traslado hasta Cúcuta para hacer efectiva su
captura; 3) más de un centenar de asesinatos ejecutados por
personal de las Fuerzas Armadas para simular éxitos en combate
contra las guerrillas; 4) la utilización del símbolo internacional de la
Cruz Roja para realizar el rescate de quince personas retenidas por
las F.A.R.C.; 5) la utilización del D.A.S. para espiar a los magistrados
de la Corte Suprema, a prelados de la jerarquía católica y a
funcionarios diplomáticos de entidades extranjeras. 6) la discutible
entrega de siete bases militares colombianas a los Estados Unidos,
con la probabilidad de que se extiendan a trece; 7) aceptan que es
simplemente suerte que unos lotes comprados por los hijos del
Presidente se valoricen por encima del 1000% al ser convertidos en
zona franca por una disposición del gobierno. Estos son hechos
concretos. El resto de la discrepancia bien puede ser contra las
políticas: la seguridad democrática que convierte a Colombia en un
Estado policía. La salud, privatizada para enriquecer a las EPS. La
dilapidación de los recursos del Estado en la distribución de
subsidios a los grandes hacendados con el Agro Seguro. Los
fracasos en la generación de empleo. El robo a los trabajadores
nocturnos del 35% de su sueldo. El campeonato mundial en
pobreza: 45%. Y en desplazados: más de tres millones…
La razón que todos esgrimen es el éxito. El éxito en el ejercicio del
poder del Estado. El fin justifica los medios, hasta extremos no
previstos por Maquiavelo, como el asesinato y la violación de
Tratados Internacionales. El 16 % restante –que son los desviados
de la norma, puesto que son una minoría los detentadores de la
decencia moral- deben enastar su carácter para decirles a esas
mayorías: El derecho debe ser y la violación de las leyes no debe
ser. Eso no se hace. El derecho, las leyes, deben respetarse. No solo
por todos los ciudadanos, sino también por el gobierno y sus
funcionarios. No importa el éxito, esas conductas constituyen
delitos. Ustedes, los del 84% son unos inmorales, y por lo menos
comparten moralmente la responsabilidad por los delitos que
aprueban, comparten y justifican. Justifican con el éxito. Con tal de
lograr el éxito, todo se vale… No. No enseñen esa doctrina a sus
hijos. No se ufanen en público de pensar así. Guárdenselo en la
conciencia, esos criterios no son dignos de compartirse con nadie
medianamente decente. Sería de ver, a los del 84%, justificando
que les bombardeen la casa con la familia adentro, para acabar con
un delincuente que se refugió en ella…
Cuando se da un proceso como el de Colombia, cuando después de
ocho años y un referendo tramposo, el gobierno se reelige por
segunda vez en un testaferro destinado a ser el títere oficioso,
quedan bendecidas y proclamadas doctrinas como el
maquiavelismo más procaz, el pragmatismo que hizo exclamar al
candidato ganador “Dios está con nosotros!”, el fascismo del
Estado de Opinión, la hegemonía presidencial empotrada sobre las
otras ramas del poder público, la cooptación romana en que los
emperadores adoptaban a su sucesor, y la dependencia de los
Estados Unidos. Entran en crisis, o francamente desaparecen,
condenadas por las mayorías votantes, la moral kantiana (Aquello
de que hay qué ser buenos porque sí!) y también la moral cristiana
de la civilización occidental, que enseñó que lo que empieza mal no
se convalida por el éxito. Desaparece la doctrina del delito político y
se consolida la concepción de que la desviación de los criterios
oficiales constituye terrorismo. El Estado Social, ya bastante
averiado, traslada sus herramientas al trabajar, trabajar y trabajar a
favor de las clases empresariales; la separación de poderes, tan
elogiada desde su propuesta por Montesquieu, es sustituída por la
omnipotencia y la omnipresencia del Ejecutivo. Y, desde luego,
resurge como dogma de la estrategia política la dependencia
creciente respecto de los Estados Unidos…
Desde el punto de vista de los sociólogos el intercambio se produce
prácticamente en la balanza de la estadística. Las buenas
costumbres, las mores majorum, tienen una crisis en el momento
en que la mayor parte de la gente las abandona y las sustituye. En
principio, los inmorales eran una pequeña minoría y constituían
“los desviados”. Pero cuando la corrupción cunde, desde la cima del
poder –una presidencia rodeada de docenas de delincuentes- el
apoyo a esa situación crece y se convierte en norma. La corrupción,
la inmoralidad, el 84%, pasan a constituír la norma, la conducta
políticamente correcta; y los otros, la minoría, el 16% pasan a ser
los inadaptados, “los desviados”. La desviación, en relación con la
situación mayoritaria, la salud, constituye una “enfermedad”.
Cuando –como en Colombia- estar sano es compartir los criterios
del 84%, el otro 16% sufre una “enfermedad” que se llama
conciencia moral, conciencia del bien y el mal.
Los sociólogos definen la conducta desviada como la que se aleja
sensiblemente de la conducta promedio. Y si bien es posible
alejarse de la conducta promedio hacia arriba o hacia abajo, por
exceso o por defecto, resulta clara la visión cuando se mira en
términos de porcentaje. En un grupo de alumnos se encuentra un
10 % de sobresalientes, un 80% de mediocres o medianos, y un 10%
de malos estudiantes. Tanto los sobresalientes como los malos
estudiantes son “desviados”. Pero queda en firme que la desviación
se mira en función de la actitud mayoritaria. En un mundo de
gentes correctas, los fumadores de marihuana son “los desviados”.
Pero si ellos constituyeran la mayoría, los desviados serían los
otros. Y lo mismo dicen los sociólogos respecto de aquellas
“minorías” de desviados. Homosexuales, ladrones, drogadictos… Si
el parámetro se invierte y se convierten en mayoría, los
“desviados” pasamos a ser los otros. Es lo que ocurre en Colombia
con la corrupción y la inmoralidad consolidadas, difundidas, y
defendidas a lo largo de ocho años. Han reducido la población
decente a un 16% de “desviados”. De hecho, es sustentable la tesis
de que no se es minoría porque se es desviado, sino que se es
desviado porque se es minoría. Es un supuesto falso pero
pragmático aquel de que las mayorías siempre tienen la razón. El
folclore lo ha mistificado con aquello de que “la voz del pueblo es la
voz de Dios”. Y Carl Schmitt, el “teólogo” del nazismo hitleriano, lo
consagró en su idea del “Estado de Opinión”: La opinión
mayoritaria lo bendice todo, inclusive el crimen.
Esta situación hemos tenidos la oportunidad de observarla en
diversas situaciones y conglomerados, vecindarios, y población
universitaria. El por qué de ese 84% de inmorales puede encontrar
en cierto momento la razón en el miedo. Cuando el mal se va
fortaleciendo es oportuno inscribirse en sus huestes, aunque a la
conciencia la repugne. Es una precaución. Y más empuja a
renunciar a las propias convicciones morales, la progresiva
justificación, explicación y glorificación, de hechos que son
naturalmente abominables, que son violaciones, que son delitos…
El prestigio de sus promotores y defensores arrastra
imperiosamente a las gentes que consideran que si las conductas
son asumidas y defendidas por los de arriba deben tomarse por
buenas… La imagen de delincuente está asociada en las personas
comunes a las gentes del montón, preferiblemente de las clases
inferiores, y resulta difícil compaginarlas con la estampa de los
presidentes, de los generales, de los prelados, de los altos
funcionarios… pero la práctica y la historia muestran que ellos
también pueden ser delincuentes. Claro que la sociología y la
psicología muestran que es peligroso decirlo, y decírselo. Por eso a
veces se apela, para evadir el peligro, al juicio de “la historia”
(cualquier cosa que eso signifique).
Generalmente todos somos tímidos ante la fuerza. Y más ante la
fuerza armada. Un fusil excluye todo razonamiento. (Decía el buen
Nicolás en la introducción a la biblia de los príncipes: “Como no hay
leyes malas con armas buenas, dejaré las leyes y me ocuparé de las
armas”) Una seguridad ciudadana fundada en las armas, se impone
como respetable, aunque no sea la seguridad óptima. Se puede
justificar su presencia temporal, pero no sus abusos ni su presencia
permanente. No es un ciudadano ético el que necesita la constante
presencia del fusil para su comportamiento ciudadano. (A menos
que se considere a la generalidad de los ciudadanos como hostiles a
la convivencia, o al gobierno que la administra: Que es la naturaleza
histórica del Estado Policía).
Dice H. Becker que la desviación no es una simple cualidad de las
personas, sino que depende de la actitud que los unos adoptan
frente a los otros. Y, repetimos, los desviados no son malos en sí,
sino en tanto se presume que la actitud de la mayoría es la
correcta, que son ellos los buenos. Desde el punto de vista
sociológico la facultad de crear reglas para los demás la tienen los
grupos que ejercen algún tipo de poder. Los hombres para las
mujeres, los blancos para los negros, los ricos para los pobres, los
empresarios para los trabajadores, los funcionarios del gobierno
para los ciudadanos… La violación de la ley por los funcionarios de
un gobierno comunica a los ciudadanos el mensaje de que es bueno
violar la ley: y esta fuerza se multiplica cuando el respaldo se
amplía en la dirección de los empresarios, los blancos, los ricos, los
adultos, etc. Frente a la conducta desviada, la conducta conformista
se respalda en el grupo mayoritario. Ahora bien, la conducta
conformista es ostensible y a veces los miembros del grupo se
ufanan de ella, de pertenecer a la mayoría de “los buenos”. A su
vez, la conducta desviada puede ser ostensible o clandestina. Es
más seguro mantener las convicciones, los principios, en la reserva,
cuando van en contra del pensamiento mayoritario. Y, desde luego,
hacer apostolado de ellos puede resultar peligroso…
En las tesis de Merton, la anomia o indefinición identitaria resulta
de las tensiones sociales, y ellas fuerzan al individuo a resolverla y
buscar seguridad ante exigencias contradictorias. Y si el modo de
solucionar su problema es ilícito, esto no constituye obstáculo para
adoptarlo. Ante ciertos conflictos como el peligro de perder la
estima, de ser extrañado en una clase social, de ser expulsado
explícita o materialmente de un grupo… el individuo puede
encontrar útil y hasta urgente la solidaridad con el delito y con el
delincuente. La salvación está en meterse dentro de “la mayoría”,
dentro de “los buenos”…
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