Cultura política e ideología. Enfoques contrarios o complementarios

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Cultura política e ideología. Enfoques contrarios o complementarios.
Sherline Chirinos
Evelyn de Tortolero
(Investigadores de INFACES)
RESUMEN
En el marco de la investigación de los aspectos culturales de la política, pueden identificarse dos
enfoques que corresponden a otros tantos paradigmas en el campo de las ciencias sociales. Uno,
que desarrolla el concepto de cultura cívica, desarrollada especialmente por los sociólogos
norteamericanos Almond y Verba; otro, que gira en torno del concepto de ideología, inspirado en
los trabajos de una diversidad de teóricos. La primera orientación es propia de un enfoque
funcionalista y empirista; la segunda, corresponde a un abordaje marxista. Entre ambas
perspectivas puede plantearse un debate con importantes implicaciones teóricas y metodológicas
que enriquecerán el estudio de los aspectos culturales de la política. La diferencia entre ambas
visiones, corresponde a posturas políticas, consideradas tanto desde el punto de vista justificador
de la filosofía política, como desde sus implicaciones epistemológicas y metodológicas.
Palabras Clave:
Cultura política - cultura cívica - ideología - sociedad civil - democracia representativa sistema político - actores - actitudes
Abstract
In the Trame of the investigation about cultural aspects of politics, two views can be identify that
correspond to both paradigms in the social science fields. One of this displays the civic culture
concept, develop by the north-american sociologist Almond and Verba; another that turns around
the concept of ideology, inspire by few theorics works. The first sight owns a funcional view
1.- Introducción:
En el desarrollo del proyecto "La construcción de la cultura política por los medios de
comunicación (1989-1999)", se ha requerido de una revisión y recenso de las teorías acerca de
los aspectos culturales de la política, que ha llevado a los investigadores a identificar muy
variadas posturas teóricas, epistemológicas y metodológicas. A veces tales diferencias se ubican
en el marco de una disciplina. Otras, no. Las divergencias teóricas traspasan los campos de la
sociología, la psicología, la antropología y la semiótica (y la lingüística del texto). A veces
acercan y posibilitan colaboraciones interdisciplinarias; a veces motivan debates. Esta
circunstancia nos ha indicado que el tema mismo tiene un carácter multidisciplinario (y hasta
transdisciplinario) el cual orientaría el conjunto del trabajo investigativo.
La "cultura política" es, pues, tema de varias teorías y de varias disciplinas. En este artículo nos
centraremos en comentar dos conceptos que nos parecen estratégicamente claves: el de "cultura
cívica" y el "ideología". Estos dos términos representan otros tantos abordajes, o incluso tradiciones teóricas, en la sociología. No pueden comprenderse aislados de sus respectivos
contextos teóricos y metodológicas. Confrontarlos implica inevitablemente, referirse a las
divergencias entre paradigmas, diferencias que, como dijimos, atraviesan varias disciplinas.
Lo que nos proponemos esclarecer en este artículo es si los conceptos de cultura cívica e
ideología son conceptos antagónicos o complementarios. ¿Qué implicaciones teórico metodológicas y epistemológicas tiene la adopción de alguna de las dos o las dos perspectivas?
Los dos conceptos implican dos paradigmas diferentes dentro de la sociología. Esto llama la
atención sobre dos aspectos de la cuestión. Una, que la opción por alguna de las dos (o por una
combinación de las dos), tendría que ser fundamentada por la filosofía política y sus enunciados
prescriptivos, convirtiendo las opciones teóricas en una decisión propiamente política. La noción
clave para la decisión es la de democracia. El otro aspecto a tomar en cuenta son las
implicaciones metodológicas. Empirismo comparatista y funcionalista en una; interpretación
materialista histórica en la otra. Cada método tiene sus protocolos y modos de validación. Sus
formas de construir sus objetos de estudio y de observación, lo cual remitiría a una discusión
epistemológica, que sólo señalaremos aquí.
En el artículo se expondrá primero la contribución de los sociólogos norteamericanos Almond y
Verba, y luego la crítica de los franceses Cott y Mounier, complementada con una revisión
acerca del concepto de ideología, que no puede exhaustiva, ni mucho menos, pero sí asentar las
bases para una nueva fase para nuestra indagación teórica.
2.- La cultura cívica según Almond y Verba:
Lo característico del estudio ya clásico de los dos sociólogos norteamericanos acerca de la
cultura cívica, es una preocupación, que no dudamos en calificar de política, por la viabilidad de
la democracia. Almond y Verba se proponen estudiar los factores culturales propicios a la
democracia, y las estructuras y procesos sociales que la sostienen. La motivación de la
indagación proviene del quiebre de la fe en el mantenimiento y desarrollo de la democracia en
dos circunstancias fundamentales. La primera, donde se concertan I Guerra Mundial, Revolución
Rusa y el advenimiento del nazi-fascismo, hechos todos que pusieron de manifiesto la fragilidad
de las democracias liberales; la segunda, la inestabilidad política de los países "en vías de
desarrollo" después de la década de los cincuenta del siglo XX, lo cual mostraba las dificultades
de aclimatación de las democracias en un contexto económico y social subdesarrollado. Sin
embargo, los dos autores constatan que el comunismo, el fascismo y el Tercer Mundo adquieren
de occidente la tecnología moderna y la organización burocrática del estado, a la vez que afirman
su adhesión en principio a la democracia basada en la igualdad de los hombres y la expresión de
la voluntad popular.
Antes de Almond y Verba, otros sociólogos habían intentando relacionar factores culturales y
psicológicos con la estabilidad de la democracia. Cabe mencionar otra orientación de los estudios
sociales acerca de la viabilidad de la democracia, que toma en cuenta las condiciones económicas y sociales. Lipset, por ejemplo, distinguió las naciones europeas e Hispanoamericanas
según fuesen democracias estables o inestables. La inclusión en uno u otro grupo se basaba en la
trayectoria histórica de estos países. Para ello, se reunía la información estadística asequible de
las condiciones económicas y sociales de dichos países, el grado de industrialización y
urbanización, el nivel de alfabetización y las pautas de educación. Pero, observan Almond y
Verba, esos estudios abandonan al campo inductivo las consecuencias culturales y psicológicas
de tecnologías y procesos de modernización. En la comparación, se omiten o quedan ocultas las
bases psicológicas de la democratización. Por ello, no se pueden explicar los casos significativos
que no se amoldan a la norma.
Otro antecedente de la consideración del factor psicológico en un estudio social, fue el planteado
por Lasswell, quien sistematiza los rasgos de personalidad de un demócrata:
•
•
•
•
•
Un ego abierto, postura cálida y acogedora en relación al prójimo.
Aptitud para compartir valores comunes con otros.
Orientación plurivalorizada ante que monovalorizada.
Fe y confianza en los demás hombres.
Relativa ausencia de ansiedad.
Este planteamiento es criticado por Almond y Verba por cuanto, si bien es cierto que la relación
entre estas características caracterológicas y una conducta democrática parece ser clara, aquéllas
no constituyen actitudes y sentimientos específicamente políticos, y en realidad, pueden
encontrarse con mucha frecuencia en sociedades que no son democráticas en su estructura
política. Por ello, proponen que el concepto de cultura política debe implicar un conjunto de
orientaciones relacionadas con un sistema especial de objetos y procesos sociales; orientaciones
específicamente políticas, posturas relativas al sistema político y sus diferentes elementos. La
cultura política de una sociedad debiera estar entonces referida al sistema político que da forma a
los conocimientos, sentimientos y valoraciones de su población. Los conflictos de culturas
políticas tendrían mucho en común con otros conflictos culturales y procesos políticos.
De allí que la cultura política de una nación consistiría en la distribución entre sus miembros de
las pautas y orientaciones individuales hacia objetos políticos.
En contraste con las formulaciones de Lasswel o Lipsset (u otros autores, como Adorno, quien
discurrió acerca de las personalidades autoritarias y democráticas en clave psicoanalítica), el
concepto "cultura cívica" es central en las formulaciones de Almond y Verba. Para esclarecerlo,
los dos autores desarrollan sus formulaciones teóricas que pasan por la noción de democracia,
civilidad y cultura política. Llama la atención que su concepto de "cultura cívica" se afinca en la
historia de Inglaterra y los Estados Unidos, y no, por ejemplo, de la elaboración de una tradición
que vendría de los griegos (la noción de "democracia") y/o los romanos (la "civitas"). Así pues,
la "cultura cívica" nace en Inglaterra y se extiende históricamente a los Estados Unidos.
La historia del nacimiento de la cultura cívica está recogida en la historia inglesa extendida en
los Estados Unidos y en los países del antiguo Imperio Británico (...) la larga continuidad de la
experiencia política inglesa y norteamericana y el proceso evolutivo gradual han contribuido a
una democracia efectiva (ALMOND, 1992: 175)
Adelantándonos a la crítica de Almond y Verba, se percibe en esta concepción de la cultura
cívica un evidente etnocentrismo que coloca a los países de influencia anglosajona en el centro
generador de toda cultura cívica, la cual a su vez es un factor estabilizador de la democracia en
todo el mundo.
Los autores considerados desarrollan una estrategia analítica que muestra cómo lo moderno y lo
tradicional, elementos distintos y semejantes a la vez, contribuyen a consolidar la cultura cívica,
que a la vez estimula y modera el cambio social. Este equilibrio entre impulsos innovadores y
conservadores es lo que de alguna manera da forma al proceso histórico de la democracia
inglesa.
La cultura política se constituye por la frecuencia de diferentes especies de orientaciones
cognitivas, afectivas y evaluativas en relación al sistema político en general, sus aspectos
políticos y administrativos, y la propia persona como miembro activo de la política. Los tipos de
orientación, los toman Almond y Verba de la clasificación de Parsons y Shils, quienes hablan de
una orientación cognitiva, relativa al conocimiento y creencias acerca del sistema político en sus
aspectos específicamente administrativos y políticos; una orientación afectiva, referida a los
sentimientos acerca del sistema político, sus funciones, personal y logros, y una orientación
evaluativa, que incluye juicios y opiniones sobre objetos políticos que involucran típicamente la
combinación de criterios de valor con la información y los sentimientos.
El problema de la participación como elemento definidor del carácter democrático de los
regímenes, a criterio de los autores, podría dominar la escuela política del futuro. Almond y
Verba formulan dos modelos principales de participación política en las "nuevas naciones" (o
países "en vías de desarrollo") : el democrático y el totalitario. En el primero, se coloca el
ciudadano como participante activo, influyente en el proceso de toma de decisiones. Por ello, la
cultura cívica se define como una cultura política de participación, congruente con una estructura
política democrática. En esto, Almond y Verba continúan una tradición de pensamiento político
que viene desde Aristóteles, según la cual las democracias se mantienen en razón de tres
factores: " la participación activa de los ciudadanos en los asuntos públicos, a un elevado nivel
de información sobre estos mismos asuntos y a un sentido muy difundido de responsabilidad
cívica" (ALMOND, Idem: 194). El segundo tipo de sistema supone, no un ciudadano, sino más
bien un súbdito participante el cual tiene negada la participación al albergar un sentido
totalizador de la gestión del poder, el cual es de por sí excluyente de los individuos de los
organismos gubernamentales.
Almond y Verba distinguen entonces, tres clases de cultura política: la parroquial, la de súbdito y
la de participación.
La cultura política parroquial se desarrolla en sociedades donde no hay roles políticos
especializados, puesto que se hayan difusos con los económicos y religiosos. En consecuencia,
las orientaciones hacia esos roles no están separadas de sus orientaciones religiosas. El
individuo, por otra parte, no espera nada del sistema político; sólo tiene una conciencia confusa
de la existencia de un régimen político central (nacional), pero sus sentimientos hacia él son
inciertos o negativos.
La cultura política de súbdito supone una conciencia acerca del sistema político diferenciado,
con sus funciones administrativas propias; pero el individuo no cree en la eficacia de su
participación en la toma de decisiones, ni tiene objetos políticos relevantes. El súbdito tiene
conciencia de la existencia de una autoridad gubernamental especializada, hacia la cual está
afectivamente orientado; pero la relación del individuo con el sistema es pasiva.
El último tipo "puro" de cultura política es el de participación, que implica una orientación
explícita hacia el sistema político como un todo y hacia sus estructuras y procesos políticos y
administrativos. El individuo informado de este tipo de cultura política tiende a orientarse hacia
un rol activo de su persona en la actividad política.
Estos son "tipos puros". La cultura cívica resultaría más bien de la combinación de las "mejores"
orientaciones (cognitivas, afectivas y evaluativas) de los tres. En todas las democracias
estudiadas por Almond y Verba se han combinado o fundido las orientaciones parroquiales, de
súbdito y de participación. Todos los sistemas políticos en donde predomina un tipo de cultura
política, también subyacen las otras dos. De esta manera, puede hablarse de culturas políticas
sistemáticamente mixtas: prácticamente todas las existentes. Así pueden describirse culturas parroquial-de súbdito o de súbdito-participante. En todo caso, la cultura cívica, concepto clave, es
una mixtura especial, congruente con el sistema democrático, que combina la lealtad al sistema
político en su totalidad, propia de la cultura de súbdito, con las evaluaciones afectivas de la
cultura parroquial y la autonomía y propia relevancia del individuo de la cultura de participación.
El equilibrio entre estas actitudes (las tradicionales y las de participación) conducen a una cultura
política que combina el activismo político y la racionalidad, al lado de la aceptación de valores
de estabilidad.
Una vez diseñado este cuerpo de proposiciones teóricas, Almond y Verba las operacionalizaron
para describir y comparar, mediante encuestas, los indicadores de la composición de las culturas
políticas de varios países: México, Italia, Estados Unidos, Inglaterra, Alemania.
3.-La crítica a Almond y Verba y la formulación del tema de la ideología:
La teoría y las conclusiones empíricas del estudio de Almond y Verba recibió múltiples críticas.
Aquí nos referiremos específicamente a las planteadas por los teóricos franceses Pierre Cot y
Pierre Mounier (cfr. COT y MOUNIER, 1985)
En primer lugar, son críticas metodológicas. Según Cott y Mounier los sociólogos
norteamericanos no son completamente consecuentes con la premisas funcionalistas de su
estudio. Esto se evidenciaría en el método de comparar punto por punto, las respuestas recogidas
en países de historias y estructuración política muy diferentes, sin considerar si el mismo hecho o
estructura social (la filiación familiar o la existencia de oposición política, por ejemplo) ocupa el
mismo lugar y cumple la misma función en cada una de las cinco sociedades estudiadas.
Precisamente, uno de los supuestos metodológicos del funcionalismo es el principio de la
equivalencia funcional: una misma estructura puede cumplir funciones diferentes en contextos
diferentes. No considerar coherentemente este principio metodológico le resta rigurosidad a la
encuesta de los norteamericanos.
Otra observación fundamental es la tendencia a una generalización abusiva de los resultados,
presuponiendo la existencia de culturas nacionales homogéneas, dejando de lado la
consideración de diferencias regionales, locales y/o de grupos y clases sociales. Esta
generalización no suficientemente fundamentada, es la que caracteriza también la vinculación no
mediada por Almond y Verba entre cooperación social y cooperación política. Para Cott y
Mounier, no tomar en cuenta todas estas diferencias, falsea el análisis y dispensa al investigador
de precisar la descripción de las relaciones internas del subsistema estudiado.
Pero las debilidades no quedan allí. El punto neurálgico de crítica es la noción misma de "cultura
cívica". Esta, aunque pretende dar cuenta de una realidad política, no se enmarca en las mismas
relaciones políticas que, por definición, son de coacción o de poder. Aun desde una perspectiva
funcionalista, pretender postular una "cultura cívica" aparte de la problemática política por
excelencia, el poder, es omitir un aspecto esencial de la cuestión. El modelo funcionalista,
además, no brinda instrumentos conceptuales para comprender los conflictos políticos, que son
enfrentamientos de intereses, de concepciones y de fuerzas. Sus límites derivan de partir
únicamente de lo funcional, de los factores de estabilidad del sistema, lo cual lo incapacita de
captar las contradicciones internas de éste y explicar las inestabilidades. Estas únicamente se
perciben como resultados de carencias, en este caso, de orientaciones cognitivas, valorativas o
afectivas congruentes con el sistema político. Hay aquí una diferencia de fondo: la concepción
misma de lo político.
En este punto, se hace pertinencia la referencia a tres autores clásicos de la sociología: Marx,
Durkheim y Weber. Específicamente el último define lo político en relación a un grupo
dominante cuyas órdenes son ejecutadas en un territorio dado por una organización
administrativa que dispone de la amenaza y del recurso a la violencia física. ¿Puede entonces
definirse "cultura política" sin enmarcarlo en el hecho de lo político, es decir, a esa coerción de
grupos sociales sobre otros grupos sociales?
Como alternativa teórica, Cott y Mounier proponen considerar la noción de "cultura cívica"
como un componente de la ideología dominante, la cual contribuye al mantenimiento y
reproducción de un modo de producción capitalista con sus expresiones políticas,
específicamente la democracia liberal. Frente a la noción funcionalista de que la cultura política
se vincula a la colaboración social, se retoma a la tradición sociológica antes aludida, que
relaciona esos valores y creencias a la coerción jurídica, cultural y, en última instancia, física.
Aun estrechamente vinculadas la coerción física y las ideas que la justifican, caben ciertas
distinciones de niveles en el fenómeno global del poder. Gramsci, por ejemplo, distingue entre
sociedad política, que es el aparato coercitivo, el aparato estatal que garantiza la disciplina de los
grupos sociales; y sociedad civil que comprende los organismos o instituciones por las cuales se
ejerce la dirección cultural de la sociedad por parte de la clase dominante. Ambas funciones, la
de coerción y la de hegemonía, son ejercidas por un personal especializado. El Estado, según
Gramsci, entonces no se limita a la coerción, propia de la sociedad política; sino que también
ejerce un poder hegemónico, a través de la sociedad civil (la Iglesia, el sistema educativo, los
medios de comunicación), que produce, instaura y difunde la ideología correspondiente.
Hegemonía y coerción, sociedad política y sociedad civil, son dos aspectos de la dominación de
clase.
La misma distinción está en la base de la que hace otro teórico marxista, Louis Althusser, entre
el aparato represivo de Estado (ARE: gobierno, administración, ejército, policía, tribunales,
cárceles) y aparato(s) ideológico(s) de Estado. Este último se diversifica en una pluralidad de
aparatos, que comprende el AIE religioso, el AIE escolar, el AIE familiar, el AIE jurídico (el
derecho pertence a la vez al ARE y al AIE), el AIE político (partidos), el AIE sindical, el AIE de
información (prensa, radio, televisión) y el AIE cultural (letras, artes, deportes). Todos estos
aparatos pertenecen en general al "sector privado" (lo cual coincide con la apreciación de
Gramsci), y funcionan por medio de la ideología. La función de ésta última es garantizar la
reproducción de las relaciones sociales de producción en el modo de producción considerado
(capitalista).
Ahora bien, el concepto de ideología, tal y como hasta aquí se ha considerado, apunta a la
delimitación de una función estabilizadora o de mantenimiento. Para Almond y Verba, por su
parte, la "cultura cívica", aunque vista principalmente como un conjunto de contenidos, más que
un elemento inferido de un sistema político, cumple una función fundamental de estabilización
de un sistema político, específicamente de la democracia liberal representativa, propia de la
tradición anglosajona. Esta concepción tiene como fundamento previo una opción política por
ese sistema. A los sociólogos norteamericanos les interesa contribuir a implantar y estabilizar la
democracia liberal representativa en ambientes poco propicios.
Desde la perspectiva de Cott y Mounier, no se trata de sostener únicamente a un sistema político,
sino también todo un sistema social, un modo de producción o una formación social.
Comprender en este contexto las características del sistema político democrático, del Estado y
del poder, es clave para comprender la función misma de conservación, mantenimiento o
estabilización que cumpliría la "cultura cívica" en tanto componente de la ideología. Para los
marxistas (Gramsci, Althusser) no se trata únicamente de un modo de gobierno o un "sistema
político", sino de una formación social, un modo de producción junto a un tipo de estado
correspondiente. este punto de vista es posible pues se parte de una crítica del conjunto del modo
de producción capitalista.
Se trata de una diferencia conceptual derivada de una opción política con efectos
epistemológicos. Veamos esto con más detenimiento en el balance a continuación.
4.- A manera de balance:
Este acercamiento y confrontación parcial en torno a los conceptos "cultura cívica" e "ideología",
nos coloca ante nuevos problemas teóricos y metodológicos, de los cuales aquí haremos un breve
balance.
En primer lugar, una observación lógica-conceptual. Aunque "cultura cívica" e "ideología" son
conceptos provenientes de contextos teóricos y epistemológicos distintos y contrarios,
observamos cómo Cott y Mounier proponen integrar el primero en el segundo. De esta manera,
la ideología designaría un fenómeno social más genérico e inclusivo que el de "cultura cívica", la
cual vendría siendo sólo una especificación de la ideología de la clase dominante (capitalista), en
el contexto de la sociedad civil (Gramsci) o de los Aparatos Ideológicos de Estado (Althusser).
Si tomamos en cuenta el acuerdo en torno a la existencia de una función política estabilizadora,
ambos fenómenos cumplirían con ella pero a dos niveles diferentes: el del sistema político
democrático, uno ("cultura cívica"); el de la formación social, el otro (ideología). El primero
sería una especie; el segundo, el género. De tal manera que, igual que existiría una "cultura
cívica", pudiera haber otras "culturas políticas" que también participarían de las funciones de la
ideología dominante. Estaría abierta la posibilidad de considerar entonces las otras variantes de
"cultura política", descritas por Almond y Verba, como otras tantas especies de ideología. La
concepción marxista de la ideología "superaría", conservándola en un nuevo contexto, la noción
descriptiva de la "cultura cívica" y hasta la de "cultura política".
Esta posibilidad teórica es discutible. Habíamos dicho que tanto los conceptos de los
norteamericanos, como los de los teóricos marxistas (secundados por Cott y Mounier), tienen un
fundamento político. Dicho en términos disciplinarios, las premisas no están situadas en el
contexto de una sociología descriptiva, comparativa, ni siquiera funcional, sino más bien en el
plano de la filosofía política, el campo teórico en el cual se evalúan los diferentes ideales de
estado, sistemas políticos e, incluso, de virtud pública.
Cott y Mounier observaban que los aportes de los norteamericanos se situaban en un terreno
distinto a los de tres tradiciones que habrían abordado previamente los problemas teóricos de la
política: la filosofía política la cual, desde Aristóteles, no sólo había sistematizado tipos de
gobierno, sino que había reflexionado acerca del problema de la virtud cívica o pública; la
psicología política, la cual había abordado problemas de relación entre las personalidades y las
situaciones políticas (en la línea de Adorno, por ejemplo); finalmente, cierta sociología política,
que vincula factores económicos y propiamente sociales (migraciones, agrupamientos, etc.) con
los regímenes políticos.
Almond y Verba, tal vez por primera vez, se propusieron abordar la cuestión cultural en relación
a la política. Es curioso que, tomando en cuenta su filiación funcionalista, no hubieran tomado en
cuenta los aportes de la antropología, específicamente del "concepto científico" de cultura
elaborado por Malinowsky. Por supuesto, esto es efecto de las fronteras disciplinarias, muy
marcadas para el momento del estudio de los norteamericanos. En todo caso, lo que hay que
resaltar aquí es que existe implícitamente una opción filosófica-política en su enfoque. Tal cosa
es evidente en el planteamiento de la problemática de su trabajo: como ya hemos señalado,
pretendían entender por qué la democracia había perdido viabilidad o estabilidad en ciertas
situaciones históricas específicas: la Segunda Guerra Mundial y los "países en vías de
desarrollo". Es decir, su premisa política es la defensa de la democracia liberal representativa.
La opción de los marxista también es, por supuesto, política, explícitamente política. De modo,
que si incluimos conceptualmente la "cultura cívica" y aun las "culturas políticas" descritas por
los autores norteamericanos, dentro del concepto global de ideología, estamos también optando.
Otra posibilidad es considerar que ambos términos son completamente antagónicos e
irreconciliables, no pueden ser usados juntos en un discurso coherente, a menos que se
esclarezca, en el plano de la filosofía política, las implicaciones de esa conciliación. Algunas
preguntas claves en esa labor son: ¿Es posible defender la democracia sin tener que defender el
capitalismo? ¿O la alternativa al capitalismo necesariamente implica un sistema distinto al
democrático? ¿La democracia sólo corresponde a un modo de producción capitalista? Si es así,
¿qué relevancia puede tener entonces el factor cultural y psicológico-social en la viabilidad y
mantenimiento de la democracia? ¿Hay que optar por la democracia independientemente de la
formación social que implica? ¿La democracia tiene un valor político absoluto e intrínseco?
¿Cuál sería el fundamento filosófico de ello?
Hay otro nivel de fundamentación, esta vez epistemológica y metodológica. La teoría de Almond
y Verba encuentra su operacionalización en un instrumento para la observación empírica, una
encuesta, cuyos resultados se procesan mediante una comparación punto a punto. Ya hemos
visto, por la crítica de Cott y Mounier, que este tipo de procesamiento de datos pasa por encima
de ciertos protocolos importantes, propios del mismo enfoque funcionalista: la especificación
histórica y funcional de las instituciones políticas de cada país, las determinaciones locales y
grupales de la cultura, la diferenciación funcional de ciertos hechos y estructuras sociales (como
la familia). Es decir, para poder comparar es preciso realizar una tarea previa de asimilación
descriptiva y hasta explicativa (es decir, teórica) de las cuestiones observadas a través de la
encuesta. Pero ¿cuáles serían los criterios de esta asimilación conceptual previa a la comparación? ¿Todas las sociedades son comparables? ¿A qué nivel de abstracción o generalidad es
relevante esa comparación, como para lograr establecer un factor cultural o psicosocial único
para la estabilización de la democracia? Otro asunto, ya metodológico, es discutir si una
encuesta, con lo supuestos estadísticos que la respalda, constituye el instrumento adecuado para
describir y eventualmente comprender igualmente la cultura política o la ideología. El
instrumento supone que la cultura política se encuentra en las respuestas de los individuos. Esto
no tiene que ser así necesariamente. Incluso desde la perspectiva de los norteamericanos, puesto
que enfocan sobre todo, supuestamente el contenido de la cultura política. La ideología, en
cambio, se encuentra en diversos lugares. Podríamos decir, incluso, que es socialmente ubicua.
Más que un contenido determinado (aunque también lo es: véase la crítica de Marx y Engels al
hegelianismo, por ejemplo), se trata de una dimensión funcional de muchos contenidos
específicos. Puede analizarse y criticarse en los textos legales, educativos, en los mensajes de los
medios de comunicación, observable en ciertas prácticas sociales y en, general, en todo tipo de
discursos, incluidos los literarios.
Como vemos, la confrontación entre ambos enfoques teóricos en relación a los aspectos
culturales de la política, nos remiten a serios problemas de filosofía política, epistemología y
metodología. No es este el espacio para resolverlos en extenso. Como conclusión obtuvimos
nuevos horizontes en nuestro programa de investigación.
BIBLIOGRAFIA
ALMOND, G et al (1992) Diez textos básicos de ciencia política. Editorial Ariel, Barcelona.
España.
COT, Jean Pierre y MOUNIER, Jean Pierre. (1985) SOCIOLOGIA POLITICA. Editorial Blume,
Barcelona. España.
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