Lo políticamente correcto o el acoso a la libertad

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MANUEL BALLESTER
LO POLÍTICAMENTE CORRECTO
O EL ACOSO A LA LIBERTAD
o políticamente correcto remite a un modo de actuar y de hablar que
se está imponiendo, pero no pacíficamente como si se tratase de una
nueva moda, por ejemplo. Por el contrario se trata de una imposición
a base de legislación y que cuenta con un poderoso aparato censor y punitivo. Remite, por una parte, a una cierta visión buenista de la sociedad que,
por otra, se contradice con el modo inquisitorial en que se aplica.
L
En este trabajo se indica su origen histórico (la izquierda americana) y
modo de difusión para desvelar su raíz totalitaria, se realiza un análisis de
su expresión lingüística (con especial referencia al lenguaje que se autodenomina no sexista). Se señalan asimismo los rasgos fundamentales de este
nuevo caballo de Troya en las sociedades democráticas, para terminar con
algunas orientaciones que permitan trabajar a favor de la libertad, contra
el totalitarismo.
INTRODUCCIÓN
La corrección política es, en cierto modo, el ambiente espiritual de nuestro tiempo. Se observa preocupación en instituciones públicas y privadas
Manuel Ballester es catedrático de Filosofía.
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por ser políticamente correctos, hay legislación que la impone en su área
de influencia, proliferan manuales de estilo que marcan el modo correcto
de escribir a periodistas que difunden opinión. Se trata, además, de algo relativamente reciente: llega a España en la última década del siglo XX.
Tenemos, pues, un objeto contemporáneo, difundido profusamente, con
gran entusiasmo incluso. Por tanto, algo sobre lo que cabría esperar que hubiese recaído no solo pasión, sino también algo de reflexión. Cabría esperar, además, que tal reflexión se hubiese plasmado en una serie de estudios
críticos a los que acudir para documentarse y comprender mejor este fenómeno. Al fin y al cabo, quizá una de las tareas de los intelectuales pueda
consistir en pensar el presente.
En los tiempos que corren, que lo políticamente correcto es una realidad omnipresente se constata, además de por la simple y cotidiana experiencia, acudiendo a internet. Si buscamos en Google, nos remite a
2.300.000 entradas. Por su parte, la base de datos del ISBN en España nos
sorprende con que solo constan siete libros con esa expresión en el título1.
Un dato aislado no dice mucho. Comparemos: si buscamos “ácaros” en
Google nos remite a un número un poco inferior de entradas: 1.630.000
(búsquedas realizadas el 8 de noviembre de 2011), mientras que el ISBN
nos remite a veintisiete libros sobre ácaros, casi cuatro veces más. Fenómeno que no deja de ser curioso.
Puesto que la bibliografía no es muy extensa, dedicaré unas líneas a hacer
una somera revisión. De los siete libros indicados, uno de ellos es traducción
1
Hay también otras obras que toman lo políticamente correcto como punto de partida inevitable de nuestro mundo cultural y reaccionan contra él, oponiéndosele abiertamente. Algunos
ejemplos son Esparza, José Javier y Esolen, Anthony: Guía políticamente incorrecta de la civilización occidental, Ciudadela, 2009; Rodríguez Braun, Carlos: Diccionario de lo políticamente
incorrecto, Ed. Lid, 2004 (reed. 2005 y 2008); López, Alfonso: Políticamente incorrecto: términos e imágenes de frecuente uso a principios del milenio, Icaria, 2005. Otros títulos que merecen ser destacados: Alonso Barahona, Fernando: Políticamente incorrecto: ensayo de
pensamiento para el final del milenio, Ediciones Internacionales Universitarias, 1998; Domenech Delgado, Luis Javier (Autor-Editor): Políticamente incorrecto, 2004; de Vilallonga, José
Luis: Políticamente incorrecto, Ediciones B, 2006; Alonso de los Ríos, César: La izquierda y la
nación: una traición políticamente correcta, Planeta, 1999; Mate, Reyes: Contra lo políticamente correcto, Ed. Museos de Buenos Aires, 2006; Sánchez Cámara, Ignacio y R. Lafuente,
Fernando: Apoteosis de lo neutro, Papeles de la Fundación, FAES, Madrid, 1996.
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del francés, se trata de La ley del más débil o genealogía de lo políticamente correcto, de André Lapied2; los seis restantes se deben solo a tres autores: Ramoncín, María Pilar Guitart Escudero y Mª Rosario Martín Ruano.
El libro de Ramoncín3, a cuya presentación asistió el ex presidente Felipe
González, es un diccionario que, “con humor y mala leche”, enfoca lo políticamente correcto como un discurso eufemístico. Por su parte, de Mª Pilar
Guitart tenemos una tesis doctoral defendida en el departamento de Teoría
de los lenguajes de la Universidad de Valencia; su enfoque es filológico, centrándose en el análisis lingüístico del lenguaje parlamentario (lo que explica
que la segunda publicación se deba al Congreso de los Diputados)4. Por último, Mª Rosario Martín Ruano es profesora de Traducción e interpretación en
la Universidad de Salamanca y traductora de diversas obras, y su enfoque
abunda en lo políticamente correcto desde el punto de vista lingüístico5.
En muchos sentidos, lo políticamente correcto es un lenguaje nuevo que
se construye inicialmente en inglés con peculiaridades difíciles de recoger
en una traducción, ya que no se trata de verter el inglés al español, sino ese
lenguaje nuevo (lo políticamente correcto) en inglés al español. En ese sentido, las obras de las autoras citadas son de gran interés en cuanto que trabajan en el ámbito de teoría de los lenguajes y de la traducción.
Aunque todos tenemos una idea más o menos clara de en qué consiste
lo políticamente correcto, vamos a empezar por intentar precisarla mediante una aproximación conceptual o, como se decía antes, con un intento de definición.
2
3
4
5
Lapied, A.: La ley del más débil o genealogía de lo políticamente correcto, introducción, traducción y notas de M. Ballester, Ed. Tres Fronteras, Murcia, 2009.
Martínez Márquez, J.R.: Políticamente correcto o cómo decir las cosas sin llamarlas por su nombre, Ed. Temas de Hoy, 1997.
Guitart, Mª Pilar: Lenguaje político y lenguaje políticamente correcto en España (con especial
atención al discurso parlamentario), Univ. Valencia, 2005 y Discurso parlamentario y lenguaje
políticamente correcto, Ed. Congreso de los Diputados, 2005, respectivamente.
Martín Ruano, Mª Rosario: A propósito de lo políticamente correcto, Institución Alfonso el Magnánimo, Valencia, 1999; Traducción y corrección política: interrelaciones teóricas, reescrituras
ideológicas, trasvases interculturales, Univ. Salamanca, 2001 y El (des)orden de los discursos:
la traducción de lo políticamente correcto, Comadres, 2003.
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INTENTO DE DELIMITACIÓN CONCEPTUAL
Más que tener una concepción clara de qué es lo políticamente correcto, me
atrevo a postular que reconocemos ciertos comportamientos como políticamente correctos o incorrectos. Así, por ejemplo, decir: “los ciudadanos y
las ciudadanas se alegran de la llegada del verano” es políticamente correcto,
mientras que la expresión “Ataúlfo es maricón” es políticamente incorrecta.
Esto, ya digo, no es sino reconocer ciertas conductas (lingüísticas, en este
caso) como correctas, adecuadas o no. Pero esto es distinto a tener claridad
en torno a qué es lo políticamente correcto. Se parece mucho a la respuesta
que da un alumno no aventajado cuando el profesor le pregunta: ¿Qué es una
novela? Y el alumno contesta: El Quijote. Respuesta incorrecta, pues El Quijote es, efectivamente, una novela. Pero el profesor pide la definición válida
para todas las novelas, es decir, qué características tiene un texto para que podamos considerarlo novela y no ensayo. Esas características se cumplen en
El Quijote, por eso es una novela.
Volviendo a lo políticamente correcto, aunque se trata de algo que todos
conocemos y sabemos identificar en sus concreciones, quizá una definición ayude a pensarlo con más rigor. Empezaremos con una delimitación
preliminar que nos permita establecer tentativamente qué sabemos, sin excluir una posterior profundización y clarificación.
En este sentido, llama la atención que no pocos de los autores que se han
ocupado de lo políticamente correcto coinciden en señalar que no es posible
definir esta realidad: porque no solo no es un sistema, sino que ni siquiera “es,
ni pretende ser coherente”6, porque “no constituye una doctrina sino más
bien una forma de reaccionar ante las cosas, una sensibilidad sui generis, todo
lo más una Weltanschauung”, una cosmovisión7. Incluso en un estudio absolutamente combativo a favor de lo políticamente correcto se llega a afirmar no
solo que “es imposible dar una definición ni siquiera poco rigurosa de lo políticamente correcto”, sino que se trata de “un falso problema. No hay con-
6
7
Lapied, A.: La ley del más débil o genealogía de lo políticamente correcto, p. 38.
Volkoff, V.: Manuel du politiquement correct. Eds. du Rocher, 2001, p. 7. La traducción es mía.
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sistencia nada más que en el discurso de quienes lo toman como blanco”8,
que es como decir que la tarea de elaborar y exponer las ideas que configuran la sensibilidad políticamente correcta corresponde a sus oponentes.
A pesar de lo indicado, vamos a hacer una primera aproximación. En
un sentido muy amplio, podríamos señalar que lo políticamente correcto
es un hecho social y lingüístico, un conjunto de comportamientos y actitudes que tienden a minimizar la discriminación de diversos grupos en función de su origen, raza o sexo.
Partiendo de esta caracterización, llama la atención que alguno de los
autores que se han ocupado sobre el tema en España escriban cosas como
las siguientes. Eugenio Trías publica un artículo que desde su mismo título
se sitúa en una línea diferente: “Lo políticamente correcto me parece totalitario”9; en la misma línea se sitúa Rocío Fernández-Ballesteros, catedrática de la Universidad Autónoma de Madrid, quien considera lo
políticamente correcto como la moderna Inquisición10. Y no son los únicos que se manifiestan contra lo políticamente correcto.
Tenemos, pues, de un lado, una caracterización de lo políticamente correcto como un modo de hablar y actuar acorde con una sensibilidad moderna que reacciona frente a todo tipo de discriminación. Por otro lado, la
consideración de ese mismo fenómeno como dotado de un aparato censor y totalitario.
Este tipo de situaciones llaman la atención a una inteligencia despierta
o, como dicen los antiguos, este asombro ante lo aporético espolea el afán
intelectual. Y el asombro, la admiración, es lo que pone en marcha la investigación, el deseo de saber, la filosofía, en suma que nos permite “salir
de nuestro asombro” mediante la comprensión.
8
9
10
Mangeot, Ph.: “Bonnes conduites? 1: Petite histoire du ‘politiquement correct’”, Vacarme, 01,
hiver 1997. La traducción es mía.
Cfr. Trías, E.: “Lo políticamente correcto me parece totalitario”, El Mundo, 30/01/1999.
Cfr. Fernández-Ballesteros, Rocío: “Lo ‘políticamente incorrecto’ o la ‘nueva inquisición’”, El
País, 30/10/1997.
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ORÍGENES HISTÓRICOS DE LO POLÍTICAMENTE CORRECTO
Me parece que poner de relieve los orígenes históricos de lo políticamente
correcto puede ayudar a superar esta perplejidad inicial.
Suele señalarse que el movimiento surge en EE. UU. en los años sesenta y llega a España en los noventa. Pero es un error decir que lo políticamente correcto es algo típicamente americano. Así se entendió al
principio en España. Eso explica, por ejemplo, que alguno de los primeros
artículos aparecidos en el diario El País fuesen muy críticos, que ridiculizaran incluso, lo políticamente correcto11. Es verdad que surge en EE. UU.
pero, como señala entre otros Umberto Eco, se gesta concretamente en la
izquierda americana12.
Por su parte, la izquierda americana no inventa ni la expresión ni la realidad a que alude; por el contrario, lo políticamente correcto se forja con
anterioridad en el ámbito del marxismo-leninismo para referirse a la línea
adecuada donde lo adecuado, o lo correcto, no es otra cosa que las directrices del partido. De modo que la izquierda americana entiende inicialmente “políticamente correcto” como idéntico a “ortodoxia” o “recta
opinión”, donde lo correcto es lo que establece la cúpula del partido13. De
ahí que R. Perry14 sostenga que el origen de esta expresión podría rastre-
11
Así, por ejemplo, Joaquín Estefanía sostenía aún en 1997 que en Europa y en España “lo políticamente correcto son los valores del liberalismo económico” (Estefanía, Joaquín, Tribuna:
La apoteosis de lo neutro, diario El País, 08/01/1997, pp. 11-12), de hecho, allí mismo se lee:
“Modernización, competitividad, Estado mínimo, mundialización, contracción de lo público, mercado, desregulación, individuo, sociedad civil, eficacia. Estos son los conceptos de lo políticamente correcto aquí y ahora”.
12
Cfr. Eco, U.: “Sobre lo políticamente correcto”, en A paso de cangrejo, Debate, México, 2007.
13
Así, por ejemplo, B. Epstein [Epstein, B.: “Political Correctness and Identity Politics” en Aufderheide, P. (Ed.), Beyond PC: Towards a Politics of Understanding] “sugiere la conexión de la
expresión con la del alineamiento correcto, utilizada por el Partido Comunista. En este sentido, es posible relacionar el mensaje de lo políticamente correcto con las dictaduras de izquierdas de mediados del siglo pasado”, Guitart, Mª Pilar: Lenguaje político y lenguaje
políticamente correcto en España, p. 65.
14
Cfr. Perry, R.: “A Short History of the Term Politically Correct” en Aufderheide, P. (Ed.), Beyond
PC: Towards a Politics of Understanding, Graywolf Press, 1992.
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arse, a través de los grupos de izquierda que lo adoptaron, hasta su origen
en el libro rojo de Mao15.
En cualquier caso, el movimiento políticamente correcto se fusiona en EE.
UU. con diversas corrientes que propugnan la abolición de situaciones de injusticia respecto a las mujeres, los negros, los homosexuales, etc. Es, de hecho,
la izquierda quien ha vehiculado esta ideología articulando su difusión de un
modo acorde con las tesis de Antonio Gramsci, según el cual el poder en la
sociedad reside en la cultura hegemónica, que es aquella que controla el sistema educativo, los medios de comunicación y las instituciones religiosas.
Más adelante la expresión fue redefinida por la izquierda estadounidense
como una forma satírica de referirse a quienes se apoyaban en el feminismo
(uno de los componentes de lo políticamente correcto) para criticar la pornografía. En este punto se genera cierta confusión, pues en los 70 y los 80 la
nueva izquierda, los movimientos feministas y progresistas en general comenzaron a usar la expresión “políticamente correcto” en forma irónica para
referirse a su propia ortodoxia. De ahí que la expresión “políticamente correcto” incluye tanto la versión “dura” del marxismo-leninismo y del
maoísmo como la versión irónica respecto a otros y a la propia izquierda.
Cuando se trata de traducir lo políticamente correcto a otras lenguas,
la dificultad se incrementa. Ha ocurrido, de hecho, que se han traducido
obras como exponentes de lo políticamente correcto cuando en su versión
original eran parodias, burlas, ridiculizaciones de lo políticamente correcto.
Por ejemplo, la versión políticamente correcta de algunos cuentos infantiles como los que se impulsaron en España desde el políticamente correctísimo Ministerio de Igualdad.
Para hacerse una idea de a qué me refiero, puede verse el siguiente fragmento del final políticamente correcto, corregido por tanto, de Caperucita.
Empieza en el momento en que el lobo, vestido con la ropa de la abuela,
salta de la cama:
15
Cfr. Guitart, Mª Pilar: Lenguaje político y lenguaje políticamente correcto en España, p. 65.
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“Caperucita gritó; no como resultado de la aparente tendencia del lobo hacia
el travestismo, sino por la deliberada invasión que había realizado de su espacio personal.
Sus gritos llegaron a oídos de un operario de la industria maderera (o técnico
en combustibles vegetales, como él mismo prefería considerarse) que pasaba
por allí. Al entrar en la cabaña, advirtió el revuelo y trató de intervenir. Pero apenas había alzado su hacha cuando tanto el lobo como Caperucita Roja se detuvieron simultáneamente.
— ¿Puede saberse con exactitud qué cree usted que está haciendo? –inquirió Caperucita.
— El operario maderero parpadeó e intentó responder, pero las palabras no
acudían a sus labios.
— ¿Se cree acaso que puede irrumpir aquí como un Neandertalense cualquiera
y delegar su capacidad de reflexión en el arma que lleva consigo? –prosiguió Caperucita–. ¡Sexista! ¡Racista! ¿Cómo se atreve a dar por hecho que las mujeres
y los lobos no son capaces de resolver sus propias diferencias sin la ayuda de
un hombre?
— Al oír el apasionado discurso de Caperucita, la abuela saltó de la panza del
lobo, arrebató el hacha al operario maderero y le cortó la cabeza. Concluida la
odisea, Caperucita, la abuela y el lobo creyeron experimentar cierta afinidad
en sus objetivos, decidieron instaurar una forma alternativa de comunidad basada en la cooperación y el respeto mutuos y, juntos, vivieron felices en los bosques para siempre”16.
Este es un texto breve, del que he seleccionado solo unos párrafos. No
tan breve es, por ejemplo, la edición políticamente correcta de La Biblia en
inglés, donde se interpretan y traducen a conceptos políticamente correctos la totalidad de La Biblia y se corrige la “palabra de Dios” cuando la divinidad no es suficientemente sensible según la mentalidad actual: Jesús se
mostró, claramente, torpe al enseñar a sus discípulos a rezar diciendo
“Padre nuestro…”, de ahí que el criterio superior de lo políticamente correcto le corrija (pues de corregir se trata) y traduzca: “Padre nuestroMadre nuestra…”.
Leyendo este tipo de textos es legítimo preguntarse si va en serio o, por
el contrario, se trata de una burla de lo políticamente correcto. La que fuera
16
Puede verse el cuento completo en http://www.materialesdelengua.org/LITERATURA/TEXTOS_LITERARIOS/CUENTOS/contar/caperucita.htm
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ministra de Igualdad dio la noticia de que se iba a impulsar, precisamente, la
sustitución de los cuentos machistas por sus versiones políticamente corregidas. Parece, pues, que va en serio. Es sabido que lo políticamente
correcto ha puesto en marcha una ingente labor de reescritura de textos
que en nada tiene que envidiar al trabajo de Winston Smith en el Ministerio de la Verdad en 1984 de Orwell que, como es sabido, se trata de un
acercamiento novelado a ciertos sistemas totalitarios que, por cierto, son
precisamente los que están en el origen de la expresión que nos ocupa.
¿Será, como dice Trías, que lo políticamente correcto es, en el fondo,
un totalitarismo? Dejemos esta duda en suspenso. Volveremos sobre esta
cuestión más adelante, tras referirnos a un aspecto que es de extraordinaria importancia: la cuestión del lenguaje y, concretamente, el lenguaje autodenominado “no sexista”.
LA DIMENSIÓN LINGÜÍSTICA DE LO POLÍTICAMENTE CORRECTO
En un cierto sentido, la dimensión lingüística del lenguaje políticamente correcto se caracteriza por la proliferación de nuevos términos. En principio se
trata de eufemismos para sustituir términos que puedan ser ofensivos por otros
que suenen mejor. Pero una vez desencadenado el proceso no se sustituyen
solo los términos ofensivos, sino que la dinámica misma de lo políticamente
correcto lleva a la proliferación de más y más expresiones. Así, en el texto de
Caperucita vemos que el clásico leñador (término que no parece ofensivo) se
ha convertido en “operario de la industria maderera o técnico en combustibles
vegetales”; recordemos unas cuantas expresiones políticamente correctas: interrupción voluntaria del embarazo (aborto), cesión permanente de niños
(adopción), alternativa a la opción sexual mayoritaria (homosexualidad), impuesto revolucionario (extorsión), interno (preso), invidente (ciego). Dicho
queda, sin entrar en la cuestión de que el lenguaje ordinario ha sabido siempre manejar los eufemismos diciendo, por ejemplo, “de la acera de enfrente”
para referirse quienes manifiestan una “opción sexual no mayoritaria”.
A continuación voy a referir una serie de argumentos contra el lenguaje
políticamente correcto. Vaya por delante la advertencia de que el objetivo
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fundamental no es convencer. Mi intención es más básica: simplemente
quiero mostrar que hay argumentos contrarios.
Me parece que el aspecto más problemático del lenguaje políticamente
correcto es el que está ligado a la ideología de género. Por eso voy a centrarme especialmente en el lenguaje que se autodenomina no sexista, operación lingüística mediante la cual se descalifica al otro como sexista de un
modo subrepticio, es decir, haciendo un uso falaz del lenguaje.
El lenguaje políticamente correcto considera que el uso del genérico masculino para representar tanto a hombres como a mujeres es una expresión
de sexismo en el lenguaje. Para tratar adecuadamente esta cuestión hay que
recordar algunos aspectos relativos al género gramatical en español17.
Ocurre que el género es una categoría morfológica que se extiende a todos
los sustantivos de la lengua española sin excepción: no hay ninguno que no
sea o masculino o femenino pero, si bien es cierto que a veces el género del
sustantivo remite a diferencia de sexos, “no siempre el género determina diferencias de sexo. Así, entre los llamados sustantivos epicenos, de una parte la
hormiga, la liebre, la pulga son femeninos, y de otra, el mosquito, el vencejo, el ruiseñor son masculinos, aunque entre estas especies haya machos y hembras; o
la criatura, la persona, la víctima son femeninos, aunque pueden designar seres
de ambos sexos, y hasta el caracol es masculino aunque muchos gasterópodos
sean hermafroditas”18. En la realidad referida por este tipo de sustantivos hay
diferencias de sexo, pero de ellas no se ha hecho eco la lengua: el género no
refleja el sexo de persona, bebé, criatura, alguien o gacela. Por su parte, las diferencias de sexo “en los sustantivos referentes a personas, ha inducido, e induce,
a crear formas distintas de masculino y femenino: de huésped, patrón, oficial, jefe,
monje, sirviente, ministro, asistente, juez, etc., se han derivado los femeninos huéspeda, patrona, oficiala, jefa, monja, sirvienta, ministra, asistenta, jueza, etc.”19.
17
18
19
Para las cuestiones gramaticales a las que me refiero a continuación, me remito a Alarcos Llorach, Emilio: Gramática de la lengua española, Espasa-Calpe, 1994. El género es abordado en
los §§ 68-74, pp. 60-63.
Ibíd., § 70, p. 61.
Ibíd.
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Además, ocurre a veces que el género gramatical se refiere a aspectos
de la realidad que nada tienen que ver con el sexo: “puede ser la dimensión
o la forma del objeto designado lo que obligue a elegir el masculino o el
masculino: jarro/jarra, cesto/cesta, mazo/maza, cubo/cuba; o la diferencia
entre usuario e instrumento: el trompeta/la trompeta, el espada/la espada; o la
distinción entre árbol y fruto: cerezo/cereza, naranjo/naranja, manzano/manzana, ciruelo/ciruela, castaño/castaña”20. También puede aludir a la cantidad:
casi siempre el masculino se asocia al individuo, mientras que el femenino
lo hace al conjunto: tuno/a, huevo/a, leño/a.
Es más, no solo no existe identificación entre género y sexo, sino que
su asociación es estadísticamente minoritaria.
En definitiva, la no correlación entre género y sexo impide precisar cuál
es el género y, por eso, “es preferible considerarlo como un accidente que
clasifica los sustantivos en dos categorías combinatorias diferentes, sin que
los términos masculino y femenino prejuzguen ningún tipo de sentido concreto. Funcionalmente, el género es un mero indicio de ciertas relaciones
del sustantivo con otras palabras del enunciado […], el género solo sirve
para indicar las relaciones con otras palabras del enunciado. Por ejemplo,
el género femenino adscrito al sustantivo plata solo sirve, en enunciados
como El candelabro de plata vieja o El candelabro de plata viejo, para señalar la conexión o la inconexión de plata con el adjetivo”21.
Hay que señalar también que en español hay al menos tres clases de
concordancia de género, y que el masculino prevalece solo en una de ellas.
En todo caso, lo relevante es que la realización de una u otra depende, no
del sexo, sino de la construcción sintáctica y del orden de palabras. Ni
asomo de sexismo.
El lenguaje no sexista no se ha limitado a la morfología, ha ido también a
la sintaxis, a los enunciados concretos, en la forma del “doblete”; este ha lle-
20
21
Ibíd., § 71, p. 61.
Ibíd., § 73, p. 62.
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gado, casi por sí solo, a constituir seña de identidad del “lenguaje no sexista”,
que, por supuesto, señala como políticamente correcta a cualquier persona
que haga uso de él; profesoras y profesores, alumnas y alumnos, amigas y amigos:
Buenos días a todas y a todos. Esta fórmula –que prolonga el señoras y señores de
siempre– se ha generalizado. Si no sobrepasa los límites del vocativo, puede
resultar elegante. Pero si va más allá será insostenible en no pocas ocasiones
porque la concordancia es sistemática e implacable, y una vez desencadenada,
ya no se puede hacer otra cosa que tirarse en marcha e interrumpir el discurso, incurriendo en anacoluto. Así ocurre que este inicio: Como socias y socios
de esta Sociedad, todas y todos debemos mostrarnos contrarias y contrarios a la política
del Gobierno en materia educativa: ninguna ni ninguno debe permanecer callada ni
callado en las actuales circunstancias… hay que mantener el doblete todo el
tiempo que dure la intervención o el texto de modo que, cuando se diga que
todos rechazamos… ahí, y solo ahí, se estará discriminando a las socias.
Hay un principio general en la comunicación lingüística, que es el de
pertinencia o relevancia, y que se deja explicar fácilmente como el principio de “venir a cuento de algo”. Cuando el desdoblamiento no viene a
cuento de nada porque la referencia desglosada a “mujeres” y “varones”
no pinta nada, es irrelevante en la información comunicada. El doblete del
“lenguaje no sexista” es, por tanto, inoportuno y no pertinente. Y en cualquier forma de transmisión de la información, todo lo que no es pertinente
resulta impertinente (en el sentido técnico, y también vulgar, del término):
genera “ruido”, distrae, retarda la interpretación, marea la perdiz.
En todas las categorías con valores enfrentados hay un término marcado, definido o exclusivo, y otro que es no-marcado, genérico o incluyente: engloba al otro en ciertos contextos. La constatación de que en el
español, además de un masculino genérico, hay un número (el singular),
una persona (la tercera), un tiempo (el presente), un modo (el indicativo)
y un aspecto (el imperfectivo) igualmente genéricos, debería llevar a absolver al género masculino de todo machismo atávico22.
22
A la misma conclusión se llega desde la Lingüística Comparada, que constata cómo, por ejemplo, en el goajiro, una lengua indígena venezolana, el término inespecífico del género no es el
masculino sino el “femenino”, siendo así que dicha lengua lo es de un tipo de sociedad que
puede considerarse todo menos matriarcal.
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En definitiva, “incluir el desdoblamiento genérico en el ‘lenguaje no sexista’, así como tachar de sexista al masculino genérico, han resultado ser
decisiones muy desacertadas. Como formas expresivas de la lengua, no son
sexistas ni no sexistas: están ahí para que cualquier hablante, por su cuenta
y riesgo, utilice una u otra, según lo demande la situación, y de acuerdo con
sus propósitos comunicativos”23.
Para terminar lo relativo al lenguaje políticamente correcto, quisiera subrayar que la Real Academia de la Lengua Española, formada por especialistas en lengua (filólogos, escritores y periodistas), tiene como tarea
mantener y reforzar la unidad y homogeneidad de la lengua estándar en
tanto que medio comunicativo, tomando como criterio básico el uso más
generalizado y extendido entre la gente, al margen de toda consideración
ética o ideológica. Por el contrario, la corrección política se propone sustituir términos de la lengua común por denominaciones inéditas, ideadas
en los gabinetes del lenguaje políticamente correcto. De modo que nos encontramos ante la paradoja de que mientras la “elitista” Academia fundamenta su labor en la que podría llamarse “iniciativa popular”; lo
políticamente correcto, aunque se autoproclame democrático, parece confiar más en un “cierto ‘despotismo ético o moral’”24.
Otras lenguas tienen diferentes criterios de clasificación (género) para sus sustantivos. Así, la
lengua australiana Dyirbal posee cuatro clases: a) objetos animados, hombres; b) mujeres,
agua, fuego, violencia; c) frutas y verduras comestibles; d) todo lo demás. Las lenguas bantu
tienen sistemas que distinguen hasta 22 géneros diferentes. En euskera hay dos clases, animados (humanos y resto de animales) e inanimados; sin embargo, se diferencian únicamente
en la declinación para los casos locativos o de lugar (inesivo, genitivo locativo, adlativo, adlativo terminal, ablativo y ablativo de dirección). Existen unas pocas palabras con versión femenina y masculina, generalmente parentescos (“primo/prima”: lehengusu, lehengusina) o de
raíz muy antigua y provenientes de idiomas con género como el latín (“rey”: errege, del latín
regem; “reina”: erregina, del latín reginam). En nombres de parentescos, cuando es preciso englobar los dos sexos, se unen los dos nombres (“hijo”: seme; “hija”: alaba; “hijo” (ambos
sexos): seme-alaba) o existe un nombre que los incluye: padre: aita; madre: ama; padre (ambos
sexos): guraso.
23
Martínez, José Antonio: El lenguaje (políticamente) correcto, Lección inaugural del Curso 20062007 de la Universidad de Oviedo, pronunciada por José Antonio Martínez, catedrático de
Lengua Española de dicha Universidad. Para la exposición de esta parte de mi texto, me he
apoyado ampliamente en esta lección inaugural.
24
Ibíd.
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Quisiera abundar en esta última idea recordando que hay distintos niveles de lenguaje que van desde el vulgar y coloquial hasta el formal y erudito. Todos esos registros forman parte de la misma lengua, si bien tienen
distinta extensión. Y saber hablar una lengua incluye también no usar un
registro culto cuando estamos en amigable camaradería, pues resultaría pedante, ni uno coloquial en un contexto académico, pues resultaría chabacano. Ahora bien, ¿por qué se emplean tales términos y no otros?, ¿por qué
los muebles franceses no tienen patas sino pies (pieds)?, ¿por qué la Luna
alemana es “el Luno” (der Mond)?, ¿por qué hace unos decenios hablábamos de “las computadoras” y hoy de “los ordenadores”?, ¿por qué tales expresiones lingüísticas y no otras? Situándonos en el plano político, la
respuesta es simple y contundente: lo hacemos por tradición, es decir, porque así lo han decidido libremente los millones de hablantes de esa lengua,
y ello a lo largo de cientos de años. En cualquiera de los niveles de lenguaje,
desde el más vulgar y tosco hasta el más refinado y selecto, ocurre que
cualquier hablante es libre de incorporar innovaciones. La misma libertad
de la que gozan sus interlocutores para aceptar o rechazar la novedad.
Cuando una innovación gusta, se transmite de boca en boca. Así ocurrió
con el español que fue modificando el latín de un modo “natural”, no dirigido, eliminando casos, introduciendo artículos, expresando lo mismo de
otro modo, de manera que lo que el latino expresaba con rosae, nosotros
lo hacemos con “para la rosa”. ¿Se les ocurre una actividad más profundamente democrática? A mí, no. Reparen en lo dicho: posibilidad de participación de todos, participación efectiva de todos y en un proceso
mantenido a lo largo de siglos. Mucho más allá que los sueños de asamblea permanente, muy cercano a la realidad de la voluntad general.
Anticipo una sugerencia que vendrá al final del artículo: no claudicar
ante el totalitarismo. Un primer modo: no caer en la trampa lingüística, no
usar los términos del lenguaje sexista frente al no sexista, sino los que corresponden a la realidad: lenguaje ideologizado de género frente a lenguaje
normal, natural, democrático incluso.
Dije más arriba que no pretendía convencer con los argumentos que manejan los lingüistas y yo he recogido. Pretendía algo más básico: mostrar que
hay argumentos, razones contrarias a lo que se está imponiendo desde lo po184
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LO POLÍTICAMENTE CORRECTO O EL ACOSO A LA LIBERTAD / MANUEL BALLESTER
líticamente correcto. Pues desde lo visto podemos colegir ya una primera característica de lo políticamente correcto: su actitud despótica, elitista y coercitiva. Dedicaremos el epígrafe siguiente a descubrir nuevas características.
ALGUNAS CARACTERÍSTICAS DE LO POLÍTICAMENTE CORRECTO
Señalar los rasgos que caracterizan a un movimiento tan amplio y difuso
es tarea ardua y, en cualquier caso, excede a las posibilidades de un acercamiento que, como el presente, ha de ser necesariamente breve. Vamos,
por eso, a señalar solo alguna de sus características más relevantes, aquellas que faciliten mirar lo políticamente correcto con ojos nuevos, pensarlo.
a) Totalitarismo del pensamiento único
Recuperemos ahora la pregunta que nos hacíamos más arriba. ¿Se puede
sostener, como vimos que hacía Trías, que lo políticamente correcto es un
totalitarismo?
Plantear esa posibilidad requiere dedicar previamente unas líneas a señalar alguna de las características del totalitarismo, “el hecho capital de nuestro tiempo”25. Sobre él han teorizado Hannah Arendt26, Raymond Aron27 y
Claude Lefort28, entre otros, y coinciden en señalar que el totalitarismo...:
1. Es una ideología. No es una teoría sobre la realidad, es más, como toda
ideología se caracteriza por un “desprecio por los hechos y la realidad”29.
25
Lefort, C.: La imagen del cuerpo y el totalitarismo, p. 242, en Lefort, C., La incertidumbre democrática. Ensayos sobre lo político, introducción y traducción de Esteban Molina, Anthropos,
Barcelona, 2004, pp. 241-257.
26
Cfr. especialmente Arendt, H.: The Origins of Totalitarianism; Nueva York, 1951, trad. de Guillermo Solana: Los orígenes del totalitarismo, Alianza Editorial, Madrid, 1982.
27
Pueden verse, especialmente, Aron, R.: L’homme contre les tyrans, New York, Éditions de la Maison française, 1944 y Démocratie et totalitarisme, 1965 (1ª ed.), Folio, essais, 1987.
28
Cfr. especialmente Lefort, C.: L’invention démocratique. Les limites de la domination totalitaire,
Paris, Fayard, 1981, así como Lefort, C., La incertidumbre democrática.
29
Arendt, H., Los orígenes del totalitarismo, vol. 3: Totalitarismo, prólogo de 1966, p. 410.
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CUADERNOS de pensamiento político
No es tampoco un programa político que se proponga como un proyecto que concurre junto a otros proyectos para que los ciudadanos elijan; por el contrario, se considera como la única postura válida que es,
por tanto, la que ha de imponerse en la sociedad, si bien...
2. no postula necesariamente el sometimiento violento de las masas, sino que procede mediante la propaganda, la desinformación y la manipulación30.
Puede usar la fuerza, pero “nunca se conforma con dominar por medios
externos, es decir, a través del Estado y de una maquinaria de violencia”31, sino que, en cualquier caso,
3. tiende a un estado de cosas en el que esté ausente un pluralismo que permitiera cuestionarse la validez de esa ideología en función de la cual...
4. pretende cambiar la sociedad de modo que configure la totalidad de los
aspectos de la vida32.
30
Así, subraya Hannah Arendt que “resulta, sin duda, muy inquietante el hecho de que el Gobierno
totalitario, no obstante su manifiesta criminalidad, se base en el apoyo de las masas. Por eso apenas es sorprendente que se nieguen a reconocerlo tanto los eruditos como los políticos, los primeros por creer en la magia de la propaganda y del lavado de cerebro, los últimos por negarlo
simplemente”, Arendt, H.: Los orígenes del totalitarismo, vol. 3: Totalitarismo, prólogo de 1966,
nota 1, p. 401. El asunto es ciertamente más complejo, de ahí que allí mismo concluya Hannah
Arendt que los citados elementos no bastan para explicar la adhesión de las masas: “Es completamente obvio que el apoyo de las masas al totalitarismo no procede ni de la ignorancia ni del
lavado de cerebro”, ha de radicar necesariamente en las necesidades internas de ese hombremasa, necesidades que derivan de la situación (atomización, aislamiento) en que este se encuentra y que el totalitarismo tan arteramente produce y colma como opio del pueblo de factura
artificial. Ahí reside, por cierto, el carácter religioso con que es vivida la adhesión a la ideología.
31
Arendt, H.: Los orígenes del totalitarismo, vol. 3: Totalitarismo, p. 443. Por tanto, el totalitarismo
tiene como meta la persuasión, no la exposición cabal de su programa. Lenin lo expresaba con
precisión cuando sostenía su célebre principio: “Diles lo que quieren oír”. Y este aspecto, de
un modo muy especial, revela la radical oposición a la democracia, a la libre exposición y contraposición de diversas opiniones. El totalitarismo es, a lo sumo, una forma de “despotismo
ilustrado”: una imposición de algo que los sabios, la élite, los elegidos, consideran bueno (la
ideología, el proyecto social) a gentes que no son capaces de ver lo que es bueno para ellas.
Por eso, como a incapaces, hay que engatusarlos. Y será la élite (llámese “vanguardia del proletariado”, “intelectual comprometido”, “legítimo representante del pueblo” o como se quiera)
la que conducirá a la masa hacia la meta que marca la ideología.
32
Fijándose en esta característica era cómo expresaba Goebbels la diferencia entre el fascismo
italiano y el totalitarismo nazi: El fascismo “no es… en absoluto como el nacionalsocialismo.
Mientras que este penetra hasta las raíces, el fascismo es solo algo superficial”, The Goebbels Diaries 1942-1943, editados por Louis Loechner, Nueva York, 1948, p. 71, citado por
Arendt, H.: Los orígenes del totalitarismo, vol. 3: Totalitarismo, p. 425, nota 12. El totalitarismo
tiene como objetivo “la dominación permanente de cada individuo en cada una de las esferas
de la vida”, Hitler, A.: Mein Kampf, lib. I, cap. XI. Véase también, por ejemplo, de Schwarz, Dieter: Angriffe auf die nationalsozialistlische Weltanschauung. Aus dem Schwarzen Korps,
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Me parece obvio que en lo políticamente correcto se cumplen los requisitos indicados y que, por tanto, nos encontramos ante un movimiento
totalitario, una ideología que se considera la única postura válida, que trata
de imponerse sin argumentación, sin afrontar las razones contrarias a las
que, sencillamente, ignora o ante las que reacciona con descalificaciones
(no con argumentos).
El primer paso para evitar un talante totalitario es identificarlo como tal.
Caer en la cuenta de que quien piensa de otro modo no es necesariamente
un racista, sexista, fascista, etc.: del otro lado puede haber argumentos, puede
haber personas bien intencionadas que piensen así. Y lo racional es enfrentarse a los argumentos mediante análisis, contraargumentar si nos parecen
erróneos o incoherentes los argumentos, etc. Y lo democrático es respetar
al adversario.
Ya hemos visto que hay argumentos contra postulados básicos del lenguaje políticamente correcto. A continuación voy a incoar una serie de argumentos contra otros elementos constitutivos de lo políticamente correcto. Mi
objetivo es, nuevamente, mostrar solo eso: que hay argumentos, que no toda
posición contraria es fruto de la estupidez y maldad radical del oponente. Por
otra parte, esto servirá de guía: una persona racional, equilibrada, se enfrenta
a los argumentos de un modo diferente a como lo hace un visceral totalitario.
Veamos algunos ejemplos:
•
Es evidente que en no pocas especies animales (perros, caballos, etc.)
hay razas de muy distintas características; si se admite que el hombre
es un animal más, ¿cómo desdeñar las diferencias raciales?
•
La ciencia genética sostiene que el sexo viene determinado por el par
de cromosomas que toca en suerte: XX o XY. Y no hay más posibilidanúmero 2, 1936, en respuesta a las obvias críticas del hecho de que los nacionalsocialistas,
después de la conquista del poder, siguieran hablando acerca de “una lucha”: “El nacionalsocialismo como ideología (Weltanschauung) no abandonará su lucha hasta que […] el estilo
de vida de cada alemán haya quedado conformado por sus valores fundamentales y hasta que
estos sean verdaderamente realizados cada día”, citado en Arendt, H.: Los orígenes del totalitarismo, vol. 3: Totalitarismo, p. 444 y nota 43.
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CUADERNOS de pensamiento político
des. Si, además, se sostiene un cierto influjo de la biología sobre la psique, ¿qué podríamos decir sobre la homosexualidad?
•
Sin abandonar el ámbito de la ciencia, hay claras diferencias (a nivel
hormonal, a nivel cerebral) entre varones y mujeres incluso en el ritmo
de maduración: ¿no sería conveniente replantear el dogma progre de la
coeducación, para empezar?
Me apresuro a recordar que son ejemplos, que mi objetivo no es argüir
en esa dirección. Mi objetivo es mostrar que nuestra mentalidad está tan
imbuida por lo políticamente correcto que la simple alusión a argumentos
contrarios al pensamiento único es ya turbadora, más perturbadora para
quien esté más capturado por esa mentalidad totalitaria.
Pero, si no se puede argumentar contra lo establecido, ¿no será porque eso
es considerado como un dogma, como algo intocable, como la verdad única
y definitiva? ¿Y no es eso un rasgo típicamente totalitario? ¿Y no es propio de
todo intelectual ser in-tempestivo, por aludir a la célebre expresión de Nietzsche? ¿Y al que no piensa contra el tiempo, contra los prejuicios de su época,
no podríamos considerarlo un ser gregario, un hombre-masa?
Si además ocurre que en la génesis y desarrollo de esta mentalidad hay
ideologías que han construido totalitarismos a lo largo de todo el siglo XX,
quizá haya que dar la razón a Trías.
Si, además, contamos con la propaganda continua a través de los medios de comunicación y si, finalmente, el Ministerio de Igualdad33 pretendía inmiscuirse no solo en qué tipo de ropa (rosa o azul) o juguetes usan
los niños, sino hasta en qué cuentos y cómo se narran, no podemos dejar
de constatar que los rasgos de los totalitarismos se cumplen a la perfección
en lo políticamente correcto.
Y la conclusión: una persona inteligente, que piense, que no quiera ser
ni un totalitario ni un anodino ser gregario, ha de hacer frente a lo políti33
A nadie se le escapa que la desaparición de ese ministerio no significa que el socialismo haya
renunciado a seguir trabajando en la misma línea.
188
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camente correcto. Es importante recordar que un rasgo propio de la actitud intelectual consiste en rebelarse ante la opresión totalitaria.
b) Maniqueísmo
Todo totalitarismo que se precie se concibe a sí mismo como el bien o, mejor,
el Bien. En el partido, en la ideología, en el movimiento totalitario, bulle el bien
absoluto; en forma larvada, eso sí, pues la configuración del mundo según la
Idea siempre es ardua y solo se conseguirá tras la lucha final. Antes hay que
detectar y aniquilar a los otros, al enemigo del progreso y del bien, es decir:
a todo el que no se alinea con el “movimiento”.
Los totalitarismos, por cierto, en cuanto que afectan a la totalidad de los
ámbitos de la existencia tienen un cierto aire religioso: tienen sus dogmas intocables, su imagen del mundo en la que en virtud de la fuerza misma del
dogma ideológico está establecida la verdad y el error, así como los buenos
y los malos. En el caso de las religiones clásicas, había una revelación divina
que transmitía más o menos infaliblemente qué era la verdad y el bien.
Los totalitarismos modernos, perfectamente ateos, aprendieron de Lenin
que “la verdad es un mezquino prejuicio burgués”. La verdad alude a la inteligencia, esa misma que rompe el monolítico pensamiento único y plantea
argumentos como los indicados más arriba. De ahí que la razón no sea de fiar
si lo que se pretende es imponer una ideología. Hay una cadencia en el pensamiento moderno que lleva a desconfiar de la razón, a sustituirla por diversas instancias conativas y, finalmente, por la sensibilidad hasta el punto que
el hombre moderno se guía más por la afectividad que por cualquier otra instancia. Por eso, quien es políticamente correcto, descubre espontáneamente
quién es bueno y quién es malo. La lógica totalitaria, en cuanto que es simple y simplista, reconoce con facilidad y precisión a los buenos y los malos.
Y este aspecto de lo políticamente correcto se denomina maniqueísmo.
De ahí que al mirar críticamente descubrimos: “¡Qué simple es el
mundo de lo políticamente correcto! Procede por proposiciones universales: ‘Todos los A tienen la propiedad X’. Todos los policías, militares… son
malos, todos los médicos, enseñantes… son buenos. Exhibe así directaABRIL / JUNIO 2012
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mente sus valores pues no reconoce la existencia de los hombres reales
sino de tipos totalmente construidos, de modelos o de antimodelos. En
esto procede como toda ideología primaria y totalitaria, oponiendo tipos
construidos punto por punto. Casi no nos alejamos de la odiosa propaganda nazi con sus malvados judíos, ladrones, cobardes, bribones, avaros
y los buenos arios honestos, valientes, leales, generosos”34.
La determinación de quiénes sean los buenos y quiénes los malos, que
ha supuesto incontables fatigas a los filósofos morales del pasado, está finalmente resuelta de una vez por todas. Buenos son los débiles, los oprimidos, las minorías, los parias, las mujeres, los homosexuales, los emigrantes,
los hijos (respecto a los padres), los alumnos (respecto a los profesores), los
trabajadores (respecto a los patronos)35.
El totalitarismo exige, en definitiva, no solo la posesión absoluta del
bien y la verdad, sino la demonización del adversario. Son los “dos minutos de odio” a los que alude Orwell en su obra maestra sobre el totalitarismo: el Gran Hermano tiene en Goldstein su enemigo, la sociedad
perfecta que quiere conseguir el partido no lo es y el culpable no es otro
que el malvado al que hay que motejar con nombres abominables (racista,
sexista, fascista, ultraderechista, neoliberal…) y odiar.
Y esto nos lleva a la siguiente característica de lo políticamente correcto
de la que vamos a ocuparnos.
c) Resentimiento
La división del mundo en buenos y malos con sus diferentes modalidades:
fuerte-débil, hombre-mujer, blanco-negro, europeo colonizador-indígenas,
profesor-alumno, empresario-trabajador, sabio-ignorante, constituyen, de
34
35
Lapied, A.: La ley del más débil o genealogía de lo políticamente correcto, p. 45.
Este maniqueísmo ha sido brillantemente analizado por André Lapied usando el método genealógico de Nietzsche que consiste en determinar las fuerzas latentes, es decir, fijando la
atención en el tipo de hombre que se expresa así. En terminología de Nietzsche, se trata del
reactivo, del hombre incapaz de obrar por propio impulso y cuya única meta es oponerse al
fuerte. Su razonamiento es “lo que no es yo, por tanto, el fuerte, es malo”, Cfr. Lapied, A.: La
ley del más débil o genealogía de lo políticamente correcto, pp. 23-25.
190
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facto, desigualdades. Constituyen, también, minorías. Minorías: oprimidas,
por tanto36. Generan injusticias. Y parece que el intento de abolir las injusticias (que es lo que parece pretender lo políticamente correcto) es algo loable.
No obstante, puesto que hablamos de desigualdades, merece la pena
detenerse en el siguiente texto de Rousseau, precursor, en tantos aspectos,
de nuestra moderna mentalidad y sensibilidad en general. Se lee en el Discurso sobre el origen de la desigualdad: los hombres acostumbraban “a reunirse
delante de las cabañas o alrededor de un gran árbol: el canto y la danza,
verdaderos hijos del amor y del ocio, se convirtieron en diversión o, mejor
aún, en la ocupación de hombres y mujeres ociosos y agrupados. Todos comenzaron a mirar a los demás y a querer ser mirado uno mismo, y la estima pública tuvo un precio. El que cantaba o bailaba mejor, el más bello,
el más fuerte, el más diestro o el más elocuente, llegó a ser el más considerado; y ese fue el primer paso hacia la desigualdad, y hacia el vicio al
mismo tiempo: de estas primeras preferencias nacieron, por un lado, la vanidad y el desprecio, por otro, la vergüenza y la envida”37.
En Rousseau aparecen claramente ligados desigualdad y vicio, diferencia
y mal: hay vicio porque hay desigualdad, hay mal porque hay diferencia o,
dicho de otro modo, la causa del vicio es la desigualdad y la causa del mal
es la diferencia. Pero conviene no apresurarse, detenerse en el texto y en las
ideas. Veremos entonces que el nexo no es directo: ¿Por qué habría de ser injusta, o mala, una desigualdad? Pensémoslo con el ejemplo de Rousseau: si
oigo a alguien que tiene una voz preciosa (a diferencia de la mía) o veo un
gran deportista, ¿por qué voy a pensar que eso es injusto? Es verdad que
puedo increpar a Deus sive natura, que diría Spinoza, acusándolo de no ha-
36
37
Se puede objetar “insolentemente” que, por ejemplo, las mujeres no son ninguna minoría. De
hecho, aunque suelen nacer más hombres que mujeres (del orden de 105 varones por cada 100
mujeres), los varones tienen una mayor tasa de mortalidad a todas las edades, por lo que a la
edad adulta se suele producir un equilibrio entre el número de hombres y mujeres. Y, entre los ancianos, hay mayoría de mujeres. Ya se ha dicho que los totalitarismos en general y lo políticamente correcto en concreto no dejan que los datos les estropeen su teoría. Cuando se dice que
las mujeres son una minoría, nada importa que no lo sean: lo son en cuanto a su presencia en
la vida pública y, sobre todo, ¡a ver quién es el machista que osa cuestionar que están oprimidas!
Rousseau, J.J.: Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres, II, 1.3. Primera revolución: la instauración y la diferenciación de las familias, p. 85.
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CUADERNOS de pensamiento político
berme hecho tan fuerte, tan bello, tan bien dotado como otros. Puede ocurrir que yo me mueva por envidia y resentimiento. Entonces, el único modo
de conseguir que yo no me sienta mal es eliminando toda desigualdad. Esa
es la conclusión políticamente correcta. Pero tal conclusión no solo no es
necesaria sino que, al decir de Nietzsche, solo apunta a la naturaleza envidiosa y resentida de quien así razona. Otro tipo de persona puede disfrutar
de esa maravillosa voz o del espectáculo deportivo, pero lo políticamente
correcto censurará incluso este gozoso discurrir por la vida ajeno al sufrimiento de millones de oprimidos a lo largo y ancho del planeta.
Antes de pasar a la siguiente característica, no quiero dejar pasar la ocasión de referir la respuesta que Voltaire dio a Rousseau cuando este le envió
su obra:
“He recibido su nuevo libro contra la especie humana y le doy las gracias por
él. Nunca se ha empleado tanta inteligencia en el designio de hacernos a todos
estúpidos. Leyendo su libro se ve que deberíamos andar a cuatro patas. Pero
como he perdido el hábito hace más de sesenta años, me veo desgraciadamente
en la imposibilidad de reanudarlo. Tampoco puedo embarcarme en busca de los
salvajes del Canadá, porque las enfermedades a que estoy condenado, me hacen
necesario un médico europeo”.
d) Nivelación
De modo que el resentimiento, como ya indicara Nietzsche en La genealogía
de la moral es, precisamente, el motor real de quienes, tras constatar que hay
diversidad, juzgan a unos buenos y a otros malos o a unos fuertes (y, por tanto,
opresores) y a otros (injustamente) oprimidos. Es importante subrayar que,
adoptado este punto de partida, su objetivo no es ayudar a los débiles, suprimir la injusticia. Su meta consiste en debilitar al fuerte. Y este resentimiento del
que habla Nietzsche actúa generando mala conciencia en los fuertes38.
38
Hay una amplia literatura que describe este mecanismo. Recuérdese, por ejemplo, el tratado
segundo de La genealogía de la moral (que sigue a la distinción de bueno-malo llevado a cabo
en el tratado primero, lo cual no es casualidad sino que se trata de la misma cadencia que estamos describiendo) o El resentimiento en la moral, donde Max Scheler realiza un estudio interesantísimo sobre la perspectiva nietzscheana a este respecto. Un desarrollo de este
aspecto centrado en lo políticamente correcto puede verse en Lapied, A.: La ley del más débil
o genealogía de lo políticamente correcto, pp. 23-57.
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De hecho, uno de los logros de lo políticamente correcto, incluido nuestro políticamente correcto y, por tanto, nefasto sistema educativo39, consiste en situar al individuo en permanente estado de culpa: los hombres
frente a las mujeres, los ricos frente a los pobres, los maestros frente a los
alumnos, los blancos frente al resto de razas. Así, ese prototipo de intelectual engagé que es Sartre decía en 1973: “Abatir a un europeo es matar dos
pájaros de un tiro, suprimir al mismo tiempo un opresor y un oprimido;
quedan un hombre muerto y un hombre libre”40: todo europeo es culpable (¿también Sartre?) y hay que conseguir que se sienta culpable.
La manipulación a través del lenguaje opera constantemente en lo políticamente correcto de modo que esta nociva característica se expresa, naturalmente, por bellas palabras. Así, por ejemplo, el primer y fundamental
pilar de nuestro deprimente sistema educativo (la LOGSE y su clon bobo,
la LOE) se llama “Principio de igualdad”: se aspira a una educación igual
para todos. ¿Quién que no sea “malo”, reaccionario, tardofranquista, elitista, carente de sensibilidad social, etc., estará contra la igualdad? No obstante, los griegos ya conocían este tipo de igualitarismo y lo ejemplificaban
con el mito del lecho de Procusto. Nuestro sistema educativo se hunde
cada vez más entre otras cosas porque ese es el objetivo: igualdad para
todos, no discriminar41. Y si alguien osa levantar la voz diciendo que quizá
habría que enseñar a los alumnos, que habría que establecer premios para
los mejores, no será raro que se le insulte como reaccionario, insolidario,
etc. Si bien es cierto que la izquierda vehicula lo políticamente correcto, que
39
Sobre este particular he tratado en Ballester, M.: “Bases ideológicas del sistema educativo
español. ¿Por qué y cómo hay que mejorar la educación?”, Cuadernos de pensamiento político, nº 31, Fundación FAES, julio-septiembre, 2011, Madrid, pp. 135-159.
40
Citado en Sévillia, J.: Le terrorisme intellectuel de 1945 à nos jours. Eds. Perrin, 2000 y 2004,
p. 62. La traducción es mía.
41
Esto es así hasta el punto de que “Ravitch defiende, incluso, la teoría de que el concepto de
mérito es un mero constructo social, una medida subjetiva de valoración creada en base a pruebas relacionadas con aspectos culturales. De forma semejante, J.M. Choi y J.W. Murphy afirman que, mientras la habilidad se equipare a habilidades cognitivas asociadas con la clase
media, la evaluación será siempre política y estará marcada por barreras culturales racistas,
sexistas o de cualquier otra condición. De ahí, en definitiva, que desde la universidad se promuevan sistemas de cuotas que favorezcan la admisión de las minorías, tradicionalmente discriminadas por los mencionados sistemas de evaluación y admisión”, Guitart, Mª Pilar:
Lenguaje político y lenguaje políticamente correcto en España, p. 81.
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CUADERNOS de pensamiento político
es más coherente con sus tesis ideológicas, pueden fijarse hasta qué punto
el pensamiento único ha permeado todas las ideologías: la derecha habla
de equidad. Equidad, igualdad, nivelación o lecho de Procusto, son distintas designaciones para una misma realidad42.
Este punto ha recibido numerosas críticas. Es de notar que una de las
obras clave en contra de lo políticamente correcto es la célebre El canon occidental, de Bloom. Téngase en cuenta que si, como sostiene Bloom, hay
autores de prestigio, mejores, modelos, etc., eso establece la diversidad (yo
no escribo como Shakespeare ni como Cervantes), jerarquía, afán de emular lo mejor, etc.: todo políticamente incorrecto.
e) Victimismo vindicativo
Por tanto, la minoría, oprimida por definición, es alentada en su resentimiento, en su odio de clase en terminología decimonónica, de modo que
se genera entre los desposeídos una mentalidad que podríamos denominar
victimismo vindicativo. Basta pertenecer a una minoría (oprimida, por
tanto; injustamente oprimida, por supuesto) para pasar automáticamente
a tener derecho frente al opresor. Recuérdese el texto de Caperucita: el
hombre (opresor, por definición, frente a las mujeres y los pobres animales) es violentamente insultado por Caperucita; la fuerza es pura irracionalidad si es usada por él, pero absolutamente legítima si lo usa la abuela
para cortarle la cabeza. En un mundo maniqueo, el uso de la fuerza es legítimo si son los buenos quienes la emplean.
Esto tiene una repercusión, incluso jurídica, en lo que se llama discriminación positiva o cuota. Cuenta Xavier Rubert de Ventós lo siguiente:
“un profesor de Nueva York me comenta: ‘¿Competir yo con una lesbiana
negra para el puesto en la Universidad? Misión imposible. Ella acumula
cuota de minoría sexual, de minoría racial, de minoría preferencial: tales
42
Igual que Procusto alargaba o acortaba a sus víctimas según el patrón previo, el gran maestro que es Álvaro Garrido sostiene que es posible una educación igualitaria que nivele “por
arriba” y que tal fue el intento de la Institución Libre de Enseñanza. Otro debate interesante
que ha de quedar al margen junto a la constatación de que no son esos los derroteros que,
de hecho, ha transitado la LO(GS)E.
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cuotas juntas son imbatibles’”43, ¿tendrá alguna relevancia cuál de los dos
sepa más?: he aquí otro ejemplo de pregunta “impertinente” que solo osaría proferir un opresor recalcitrante (varón blanco heterosexual: opresor
por los cuatro costados). He aquí otro ejemplo del procedimiento totalitario: no se trata del argumento, sino de que el argumentador pertenece al
campo de los malos y, por tanto, todo en él (argumento incluido) ha de ser
rechazado.
DE LOS INTELECTUALES DEL EUFEMISMO AL TERRORISMO
INTELECTUAL
Procedemos a continuación a referirnos brevemente a los agentes, al tipo
de fuerzas, que impulsan lo políticamente correcto.
Lo políticamente correcto es un mecanismo de control, de dominio.
Las relaciones de poder remiten muy obviamente a dos instancias: quienes
dominan y los que son dominados. Debemos a la finura analítica de Nietzsche la distinción entre dos tipos de “dominadores” o “señores”44; propongo
enriquecer el cuadro distinguiendo dos tipos de “dominados” o “siervos”,
ya que ocurre que entre los hombres que sustentan (o, más precisamente:
en quienes se sustenta) esa ideología hay quienes se denominan intelectuales y hay también una inmensa muchedumbre de gente que certeramente ha sido denominada hombre-masa o, simplemente, masa.
Se impone (es decir, domina) lo políticamente correcto sobre una gran
cantidad de personas que no son conscientes de su alcance y gravedad:
son embaucadas (sinónimo de manipuladas, como es sabido) por el aura
buenista en que se oculta este movimiento totalitario. Es de justicia decir,
con tanto respeto hacia las personas como al significado de los términos,
que quien no sabe es un ignorante. Hay sinónimos más delicados y tam-
43
44
Rubert de Ventós, Xavier: “Menos broma con la ‘corrección política’”, El País, 11 de noviembre de 1995, pp. 11-12.
Cfr. especialmente Nietzsche, F.: La genealogía de la moral, vers. Andrés Sánchez Pascual,
Alianza, Madrid, 2006, tratado primero, 6, pp. 50-53.
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CUADERNOS de pensamiento político
bién más desconsiderados para designar la condición de nesciencia. Lenin
usa uno célebre cuando se refiere a este tipo de gente; como se recordará,
habla del “tonto útil” para nombrar a quien, sin darse cuenta, hace el juego
al totalitario. Este primer tipo de sujeto que está al servicio de, se somete
a o es siervo del totalitarismo bien podría denominarse “tontalitario” pero,
encantado de haberse conocido, camina entre nosotros con el pomposo
nombre de “progre”. Y es así como el totalitarismo de lo políticamente correcto domina hoy sobre “tontalitarios” que constituyen una moderna y extensa clase: el “progretariado”, clase en la que con ínfulas de rebeldía
ignoran, entre otras cuestiones esenciales, la crucial distinción de Camus
entre revolución y rebeldía, la cadencia revolucionaria que hace que “todo
revolucionario acabe siendo un opresor o un herético”45, la verdad de que
“los pensamientos que pretenden conducir nuestro mundo en nombre de
la revolución en realidad se han convertido en ideologías de consentimiento, no de rebelión”46.
El primer tipo de sujeto sometido y gozosamente servidor de la causa
del totalitarismo es, pues, la masa “progretaria”. El totalitarismo de lo políticamente correcto promueve y triunfa, en efecto, sobre un tipo de hombre a propósito del que ya habló Ortega en La rebelión de las masas o Canetti
en Masa y poder. No hay que olvidar la conexión histórica de este tipo humano con otros totalitarismos (el nazi o el estalinista), cómo ha sido producido y “usado” para construir y consolidar tanto el nazismo como
diversos totalitarismos de izquierda a lo largo del siglo XX.
Junto a la masa hemos de citar otra fuerza “progretaria” que goza de especial prestigio: la intelligentsia progre, el intelectual engagé, comprometido
(más arriba vimos a Sartre en pleno ejercicio de “compromiso”). Puesto
que somos hijos de nuestro tiempo, estamos tan habituados a este producto de la modernidad que a veces cuesta darnos cuenta de que se trata
de una aberración. El pensador ha mostrado siempre un compromiso con
la verdad, con la realidad: lo contrario, exactamente lo contrario, que ocu45
46
Camus, A.: “Révolté et révolution”, p. 311 en Camus, A.: L’homme révolté, Gallimard, 1951,
pp. 307-314. La traducción es mía.
Ibíd., p. 308.
196
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LO POLÍTICAMENTE CORRECTO O EL ACOSO A LA LIBERTAD / MANUEL BALLESTER
rre con el intelectual “comprometido”, ya que ignora la verdad y la realidad a favor de una ideología47 y es así como se sumerge en el “progretariado” al que guía en ese camino de servidumbre. Y es ese clima espiritual
en el que viven el que les hace “despiadados para con las debilidades de las
democracias, indulgentes para con los mayores crímenes, a condición de
que se los cometa en nombre de las doctrinas correctas”48.
Conviene recordar, en ese sentido, unas palabras de Pier Paolo Pasolini leídas (había sido asesinado dos días antes) en noviembre de 1975 en
el Congreso del Partido Radical: “Cuanto más fanáticamente convencido
está un intelectual progresista de la bondad de su contribución a la realización de los derechos civiles, más acepta la función socialdemócrata que
el poder le impone aboliendo, a través de la realización falsificada y totalizadora de los derechos civiles, cualquier alteridad auténtica. Así pues,
dicho poder se prepara para adoptar a los intelectuales progresistas como
sus clérigos”.
Retengamos que en el progre el compromiso con la idea ha provocado el alejamiento de la realidad. Falta en el progre (tanto en la masa
como en el intelectual comprometido), en el vehiculador de lo políticamente correcto, lo que Simone Weil ha denominado enracinement y que se
ha traducido como enraizamiento y también como arraigo. Al final ocurre
que el defensor de lo políticamente correcto tiene un compromiso con la
ideología pero es un desarraigado respecto a la vida real y palpitante, ama
la humanidad pero pisotea impávido al “hombre de carne y hueso” y se
justifica pensando que, “para hacer una tortilla, hay que cascar algunos
huevos”49.
47
Una obra de especial interés en ese sentido es Benda, Julien: La trahison des clercs, Grasset,
1927; La traición de los intelectuales, vers. Rodolfo Berraquero, Galaxia Gutenberg, 2008.
48
Aron, R.: El opio de los intelectuales, traducción de Enrique Alonso, Ed. Siglo XX, B. Aires, 1979,
p. 9.
49
Incidentalmente, eso se manifiesta en la preferencia constante por lo abstracto frente a lo
concreto: impulsan el uso de “profesorado”, “alumnado” frente a “los profesores” o “los alumnos”. Obsérvese que esta imposición no se debe a la cuestión de “género” ya que, al margen
de lo que quedó expuesto, el género masculino permanece en el “profesorado”.
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CUADERNOS de pensamiento político
PARA RECUPERAR LA LUCIDEZ Y SUPERAR LO POLÍTICAMENTE
CORRECTO
Estamos, como es obvio, ante una epidemia de alcance universal: una pandemia, por tanto. Ante ello lo primero que ha de hacerse es identificarla,
señalar sus síntomas. Saber que se trata de algo dañino y no de una simple
moda en la forma de hablar y, mucho menos, una conquista de los tiempos modernos: si bien aparece entretejido y camuflado entre indudables
progresos (la aspiración a la igualdad entre hombres y mujeres en el plano
social y jurídico, el respeto y protección por las minorías, etc.) no se identifica con ellos.
Como con toda enfermedad, lo que procede en primer lugar es ofrecer
un buen diagnóstico: llamar a lo políticamente correcto por su auténtico
nombre (totalitarismo revanchista cuyo motor es el resentimiento) es la
primera tarea del presente. Hecho queda.
Conviene, una vez identificado, subrayar su autismo ideológico, su desconexión respecto a la realidad a la que pretende corregir. Porque se trata de
eso: de corregir la realidad para adaptarla a la ideología. No se trata, hay que
tenerlo muy claro, de mejorar nada: se trata de configurar la realidad de
modo que, una vez corregida, sea una exacta réplica de lo que esa ideología
sostiene que debe ser.
Tras el diagnóstico y la detección de los agentes patógenos (el intelectual progre, engagé y el hombre-masa) que transmiten el mal, procede combatir la enfermedad en sus terrenos favoritos. A modo de sumaria
indicación, señalo:
1. El dominio del lenguaje que es, como quedó señalado, donde más plenamente se realiza la participación de la totalidad de los miembros de
una comunidad, y esto a través de los siglos. Aquí me parece obvio que
hay que preservar este espíritu de participación en pie de igualdad de
todos (ricos y pobres, hombres y mujeres, genios y necios, santos y canallas) y no tolerar imposiciones. En definitiva, hable usted como mejor le
parezca (con los obvios límites del lenguaje soez y el irrespetuoso) y
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deje usted que los demás hagan lo mismo. No trate de imponer sus
giros, no tolere que se los impongan. En definitiva, si a usted le parecen
bien los eufemismos, empléelos, pero tenga muy en cuenta que quien no
lo hace, quien (siguiendo una democrática y respetabilísima tradición)
usa el género masculino al nombrar al árbol o al niño no es por eso machista (quizá lo sea, pero no por eso), quien no emplea dobletes o llama
ciego al que no ve, no es necesariamente machista o discriminador, etc.
No hay ningún inconveniente en que usted use y anime a usar ciertos
términos o ciertos giros: eso forma parte del juego de la convivencia
democrática. Hay todos los inconvenientes en que usted pretenda imponer su terminología, porque forma parte de la estrategia totalitaria:
por favor, sea sensato y no haga el juego al totalitarismo.
2. El ámbito del pensamiento. Decir “pensamiento único” es como decir
“hierro de madera”, es un imposible: “el pensamiento único de lo políticamente correcto es sinónimo de ausencia de pensamiento”50. El
pensamiento afronta la diversidad de opiniones y argumentaciones y
las sopesa (de hecho, el término mismo “pensar” parece tener su origen ahí, en el sopesar distintos planteamientos, para ver cuál “pesa”
más). Un pensamiento único no es pensamiento, es una creencia. Y la
fe en la ideología vive hipnotizada, idiotizada por un autismo ajeno al
mundo real al que pretende convertir en un paraíso corrigiendo lo que
está mal, suprimiendo a los malos, a los otros, porque no hay que olvidar que, desde este planteamiento de simplismo maniqueo, “el infierno son los otros”, los que no profesan mi misma creencia, los que
no cacarean los mismos dogmas del pensamiento políticamente correcto, los que no están comprometidos con sus causas.
3. La acción. La modernidad nos ha traído multitud de aspectos positivos.
No todo es positivo en la modernidad, pero ese no es ahora el asunto.
Quizá haya que poner como conquista de la modernidad la mayor capacidad de apertura al otro, de encuentro, de diálogo, de empatizar y
descubrir poesía, que es belleza, bondad y verdad, que es, en fin, pro-
50
Lapied, A.: La ley del más débil o genealogía de lo políticamente correcto, p. 39.
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CUADERNOS de pensamiento político
mesa y consumación de algo que merece reverencia y admiración: el
rostro humano en quienes antaño fueron “humillados y ofendidos”51.
Pero en este ámbito conviene no confundir esta nueva mirada sobre el
rostro del otro con la sensiblería, tan cercana a la compasión que critica
Nietzsche, que no es sino signo de debilidad. La compasión puede ser
también manifestación de fortaleza y de una fuerza que crece para ofrecer ayuda a quien está (no necesariamente por una injusticia) en mala
situación.
Más arriba comparamos el totalitarismo de lo políticamente correcto
con el caballo de Troya en las modernas democracias. A veces da la impresión de que los griegos lo inventaron todo. Acabemos con otro mito,
griego también, de un ardid del sabio Ulises.
De alguna manera, lo políticamente correcto puede considerarse como
el arrullo de las sirenas que seducían a los marineros. Los seducían, los
conducían hacia ellas y provocaban que se olvidaran de sí mismos y acabasen naufragando. Quien oía a las sirenas seguía el camino de todos y ya
no sabía quién era, ni de dónde venía, ni a dónde iba. Perder el rumbo de
la propia existencia, ceder la fuente del sentido ante una ideología es también soltar el timón de la propia vida. La solución, ya lo vio Ulises, consiste
en estar bien arraigado, en hallar personas en las que confiar. Por eso Ulises pudo oír el canto de las sirenas y no sucumbir: porque supo ver la fuerza
del hombre que está bien anclado a la realidad del mundo y de los otros.
Así triunfó y “ese triunfo supone lucidez, humildad, confianza mutua y ascesis en el consumo de la información en el interior de un grupo dado. ¿Seremos capaces de esas virtudes?”52.
51
52
Esto no quita un ápice al hecho de que el siglo XX ha estado poblado por horrores sin precedentes en la historia de la humanidad como los campos de exterminio o los gulags. Quizá, incluso, un misterioso equilibrio haya provocado que las simas del horror exijan una
profundización en la reverencia con que el hombre ha de mirar al hombre. O, como lo expresa
un superviviente de los campos de concentración: “Después de todo, el hombre es ese ser que
ha inventado las cámaras de gas de Auschwitz, pero también es el ser que ha entrado en esas
cámaras con la cabeza erguida y el Padrenuestro o el Shema Yisrael en sus labios”, Frankl, V.:
El hombre en busca de sentido, Herder, Barcelona, 2007, p. 158.
Volkoff, V.: Petite histoire de la désinformation. Du cheval de Troie à Internet. Eds. Du Rocher,
1999, p. 280. La traducción es mía.
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LO POLÍTICAMENTE CORRECTO O EL ACOSO A LA LIBERTAD / MANUEL BALLESTER
PALABRAS CLAVE
•
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Libertad Valores occidentales Formas actuales de pensamiento antiliberal
Corrección política
RESUMEN
ABSTRACT
Este texto aborda el origen histórico de la
corrección política (la izquierda americana)
a través de diversos autores y libros que lo
han estudiado, así como su modo de difusión en las sociedades occidentales para
desvelar su raíz totalitaria. Suscita el autor,
además, un análisis de la expresión lingüística de lo políticamente correcto (con
especial referencia al lenguaje que se autodenomina no sexista), señala los rasgos
fundamentales que lo configuran en nuestras sociedades democráticas y termina
con algunas orientaciones que permitan
trabajar a favor de la libertad y contra esta
nueva forma de totalitarismo moderno.
This paper addresses the historical origin
of political correctness (the American left)
through several authors and books which
have studied this, as well as its
dissemination in Western societies
revealing their totalitarian core. The
author also makes an analysis of the
linguistic expression of political
correctness (with a particular reference
to a language that calls itself non-sexist),
he points out its main features in
democratic societies and ends with some
directions to work in favour of liberty and
against this new form of modern
totalitarianism.
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