30 EUSKAL-ERRIA LAS ARMAS DE PIEDRA SUPERSTICIONES T las cuestiones relacionadas con los objetos de la edad de piedra se hacen en extremo interesantes y dignas de ocupar la atención de los hombres pensadores. Es tal el desarrollo que han alcanzado los estudios prehistóricos, que no se puede despreciar una ciencia que toca al origen del mundo y del hombre. Hay que advertir que la ciencia prehistórica se funda en hipótesis y por esto exige cierta serena prudencia en quienes tienden a disipar las tinieblas que oscurecen ese pasado en que se movió el hombre primitivo. No es nuestro propósito señalar en este lugar la ayuda que para el esclarecimiento de una época tan llena de misterios ofrece nuestra antiquísima y maravillosa lengua. Precisamente relacionado con la primera parte de nuestro epígrafe hallamos voces como aitzkkora, aitzpafa, aitzkillu, aitzkona, en que se nos revela la existencia de armas de piedra mediante la inicial aitz que aparece en todas las palabras copiadas. Existían, pues, las armas de piedra entre los vascos, y a ellas, andando los tiempos, debió aludir el poeta Claudio cuando decía que se encontraban en las cavernas de los Pirineos: ODAS Pyreneisque sub antris Ignea flaamineæ legere cerannia nymrhœ? No es, pues, bajo ese aspecto, como queremos tratar el asunto de las armas de piedra, más bien queremos referirnos a esas supersticiones ligadas a las hachas y puntas de lanza de pedernal, serpentina, diorita, etc., de las que se ha hallado noticia en los diferentes países. De los que no hemos de excluir el nuestro, a cuyo propósito aludi- REVISTA VASCONGADA 31 reinos al recuerdo histórico que cita M. Cartailhac (1). Este notable arqueólogo se refiere a lo que dejó, consignado Suetonio con relación al emperador Galba. Vió éste caer un rayo en un lago de la Cantabria, mandó que se registrase, sacando de él los soldados doce hachas. Galba juzgó el hallazgo como indicio deque había de obtener la púrpura. Hay que advertir que todas esas supersticiones están basadas en la opinión, muy extendida en el mundo antiguo y de la que desgraciadamente quedan aún algunos residuos, de que las piedras que figuraban en las armas procedían de la atmósfera. Encontrábanse éstas piedras en el campo y a diferentes profundidades y desconociéndose su verdadero origen, llegaron a creer y esta creencia llegó a estar arraigadisima, de que las tales piedras eran las exhalaciones. No podían comprender que un flúido imponderable, sutil e impalpable pudiera remover la tierra, rajar los árboles, abrir hondas brechas en los más fuertes muros, liquidar el bronce y llevar por todas partes la desolación y la muerte. Necesitaban dar forma material al flúido y resolvieron problema de términos tan irreconciliables, considerando como exhalaciones a esas piedras cortantes, de una naturaleza y textura extrañas que servían para las armas primitivas. De ahí que en las diversas lenguas haya expresado el vulgo la misma idea al denominar dichas piedras, a las que han llamado y siguen aún llamándoles: piedra del rayo, chimist-arriya. Atribuyendo, pues, origen atmosférico a las armas de la edad de piedra, completaron el extravío aplicándoles virtudes preservativas. Y así, por extraña paradoja, consideraban capaces de evitar el rayo a esos objetos que suponían eran el rayo mismo; teniendo por aseguradas y libres de los efectos desastrosos de las exhalaciones, las casas o lugares donde enterraban un hacha prehistórica. De ahí que los siles, dioritas, jades y serpentinas con los que el hombre primitivo construyó las armas para su defensa frente a los animales y aun, quizá principalmente, contra sus semejantes, fuesen considerados como de virtudes singulares, y aun descubierto el uso de los metales, se emplearon para casos solemnes y de índole religiosa. Al hacer tal afirmación, no llevaremos este criterio a los extremos apuntados por M. Arcelin (2), quien pretende que la estimación de los hombres primitivos por los objetos de piedra llegó a ser tal, que produjo el desprecio de las armas y utensilios de hierro, bronce y oro, hasta el punto de tenerlos como indignos de ser manejados por las altas jerarquías sociales y relegarlos a las castas inferiores. No encontramos fundamento serio para tales aseveraciones; lo que (1) «L'age de pierre dans les souvenirs et superstitions populaires.» (2) Revue des questions scientifiques. 32 EUSKAL-ERRIA no obsta para que insistamos en el aprecio y veneración de las piedras del rayo, a las que griegos y romanos rindieron cierto culto. De la voz primitiva griega correspondiente al rajo, formóse la latina Cerannia, y refiere Porfirio que el gran Pitágoras sufrió a su llegada a Creta la purificación de la cerannia. En Roma se adornaban las diademas de Isis y de Junocon cerannias, sin duda para indicar que eran las diosas del cielo. Los hebreos circuncidaban a los niños con un cuchillo de pedernal y los egipcios abrían los cadáveres con una piedra de Etiopía. Aun se atribuyeron a estas piedras virtudes medicinales de infalible eficacia y llegaron a considerarse como verdaderos amuletos. Así es que, no sólo se han llevado al cuello o en cualquier otra parte del cuerpo, sino que en ocasiones se tuvieron como adorno principalísimo. Estuvieron en uso asimismo para sortilegios y encancamientos, y más tarde fueron reproducidos en materias preciosas y metales estimados, formando parte de las joyas de más valor. De estas supersticiones populares participaron también los monumentos de toda clase de la edad prehistórica, en particular los megalíticos. Se comprende que mostraran mayor admiración y asombro delante de las piedras oscilantes y dólmenes gigantescos, que por simples pedazos de piedra, cuyo tamaño y condiciones no son bastantes por sí solos para atraer la atención. Estas supersticiones no tuvieron en el país vasco la amplitud y extensión que hemos visto en los otros pueblos de la antigüedad. Más prácticos y sin los idealismos y ensueños de otras razas, cuando los metales pudieron primer a nuestros antepasados de instrumentos más adecuados para la guerra y el trabajo, los aceptaron sin reparo, pero conservando los nombres primitivos. Por eso en nuestra lengua venerada designamos a instrumentos producto de la industria fabril más adelantada, con los nombres que seestablecieron en la edad de piedra. Prestando con ello un señalado servicio a la prehistoria. M. BERRA