y todo en media hora

Anuncio
...y todo en media hora
Joaquín Lozano
Contacto autor: [email protected]
Dedicado a todos mis alumnos y alumnas.
Resumen:
..Y todo en media hora es el relato de los momentos previos y de los
treinta minutos siguientes de una clase de teatro para niños en el taller de artes
escénicas donde impartía docencia. Es un relato cariñoso desde la óptica del
profesor de lo que acontece en ese periodo de tiempo a un grupo de personas
en una situación de enseñanza- aprendizaje. Es así mismo una reflexión
general sobre la educación y los retos que esta tiene que afrontar en la
sociedad contemporánea de hoy al hilo del recuerdo de algunos de mis
maestros mas significativos para mi.
Como cada día, a las cinco menos cuarto me encuentro dando un paseo
por calles pequeñas y amables. Camino despacio y en paz, y regalo, al tiempo
que recibo, algún que otro saludo. Junto a la delicada temperatura del clima,
alegre como lo denominan los vecinos, el silencio protector que siempre
parecen formar los ruidos conocidos y de ajustado volumen de esa hora de la
tarde hace que me concentre en mis pasos.
En medio de estas calles y de sus gentes, que te singularizan con sus
gestos de vecindad, advierto como se convierten –una vez mas– en primeras
las últimas preguntas de la educación. Es un delicioso y comprometido juego
vital en el sentido de Huizinga (1972) que reconozco – ya empiezo con mis
viejos maestros – al que no opongo resistencia.
Ideas, ideales y utopías educativas que me acompañan desde el ya para
mi lejano periodo de formación en la facultad, vuelven a danzar alegres delante
de mis ojos. ¿Cómo ayudarles –o al menos no entorpecerles– en su largo y
muchas veces esquivo proceso de convertirse en persona?. Rogers (1981), y
también Neil (1979), Cagigal (1979), entrañables maestros para mi,
preocupados todos por una auténtico desarrollo integral del individuo.
Esta es la pregunta que me ayuda a realizar el último giro a la izquierda
antes de encarar los doscientos metros finales que me separan de mi destino.
Un “¡hola, Joaquín!” alegre y penetrante de una chiquilla me recibe nada mas
completar la vuelta. Es ...no sé su nombre, su cara me es conocida porque me
cruzo con ella casi todos los días pero no es mi alumna directa y no sé como
1
se llama. Acaba de terminar su jornada escolar y se dispone a iniciar el camino
a casa. La mirada que hace acompañar a su saludo es directa y franca,
¿mirará con esa seguridad a sus maestros, o ya la tendrá que esconder?.
“¿Vas a merendar?”, la pregunto. No se detiene. Oigo segundos después un
“sí, claro” todavía más agudo (¡Increíble!.¿Cómo habrá podido dar esa nota?)
que al volverme parece salir de una mochila con piernas en vez de una niña
entera.
Son ya las cinco y cuatro minutos cuando, en medio de un
conglomerado de carreras descontroladas, cuerpos de madres y criaturas con
brazos abiertos, me asalta un sentimiento que enturbia el paseo. Intento
apartar el desagrado que me produce preguntándome cuándo las cinco será
también una hora de padres. No lo consigo.
A poco que la dejemos aparecer, qué singular conciencia es esta
inteligencia emocional que templa el pensar y lo pensado. El paseo me ha
traído hasta las escaleras del colegio y me doy cuenta de que no tengo
demasiadas ganas de comenzar una sesión práctica. ¿Por qué ahora esta
sensación?, ¿qué ocurre?, si las dos horas anteriores las había dedicado a
preparar el encuentro en mi estudio.
Muchos profesores tenemos una relación especial con el lugar donde
preparamos nuestro trabajo. He hablado de esta relación con muchos de ellos
y todos parecemos coincidir en lo importante de la atmósfera de esa habitación
tan singular para el trabajo creativo. Rodeado de cosas y objetos, y con una
mesa permanentemente desordenada y repleta de libros me siento en ella
aprendiz y maestro al mismo tiempo. En este lugar, que no es secreto pero si
íntimo y protector donde he podido desarrollar una vez más mi “conciencia de
centralidad” (Bachelard,1994),he estado fabricando sueños que deseaba
compartir y han vuelto a resonar en mis oídos las palabras de Federico García
Lorca : “El teatro es una escuela de llanto y de risa, y una tribuna donde los
hombres pueden poner en evidencia morales viejas o equívocas, y explicar con
ejemplos vivos normas eternas del corazón y del sentimiento del hombre”.
Había salido con ganas y ánimos para un encuentro sin reservas, como
me gustan que sean todos los encuentros de teatro. La sesión anterior
habíamos estado improvisando divertidas historias sobre uno de los temas
“tabú” como los denomina Rodari (1984). Y el jolgorio que se armó (la risa
franca en verdad parece liberadora) junto con la promesa por mi parte de que
continuaríamos en la sesión siguiente, hacían el encuentro de hoy de lo más
atrayente. Pero ahora, y justo antes de la inminente llegada de mis alumnos y
alumnas – jóvenes aprendices del arte dramático– reconozco que lo que más
me apetece es seguir navegando entre ideas, libros y cosas a una distancia
prudencial de grandes y pequeños. Es una sensación totalmente conocida para
mí. Sé con relativa seguridad que se hubiera traducido en pasar toda la tarde,
y quizás parte de la noche, leyendo, escuchando música, e imaginando nuevos
ejercicios, hasta saciar mi curiosidad. Y que de nuevo, una vez colmadas mis
ganas de aprender y descubrir, esta dinámica circular me llevaría al deseo
alegre de estar con mis alumnos otra vez.
2
¿Qué es lo que nos lleva a algunas personas a querer dedicarnos a la
enseñanza?. Esta pregunta se la he formulado cientos de veces a mis alumnos
de facultad –futuros profesores muchos de ellos– y lógicamente no hemos
dado con una respuesta definitiva. Sin embargo parece haber una
correspondencia entre el placer de enseñar y el placer de aprender, que
primero se da en uno mismo, y que más tarde aparece en el trabajo diario con
tus alumnos, y la elección de enseñante como opción profesional.
No consigo detener la cabeza, ni tampoco los pies, que parece que se
han puesto de acuerdo para actuar al unísono. ¿Es el ritmo escolar de
contenidos y materias –eso que llamamos currículum- que les imponemos a
nuestros alumnos en la escuela, respetuoso con ellos y con su deseo y
biorritmo de aprendizaje?. La duda me asalta y las palabras de Junger
recogidas por Ocaña (1992) no hacen sino hacer mas profunda esta duda: “El
bosque no es un lugar para un reloj, como tampoco lo es el mundo de los
amantes, de los juegos y de la música. ¿Encontraré el tiempo adecuado para
hacer posible el juego del teatro?.Apenas he terminado de formular la pregunta
y ya estoy subiendo por las escaleras de piedra y por una suerte de vacío. El
último escalón que atravieso con pereza se transforma generoso en una pista
polideportiva de un colegio de pueblo. De pie ante la sierra de Segariai al
fondo, contemplo el paisaje que llena por igual ojos y oídos. Son un grupo de
tres o cuatro muchachos que juegan contra otros tres o cuatro muchachos
frenéticamente al fútbol con las camisetas de su equipo del alma, con sus
poses y gritos identificatorios. Parecen una viva imagen del clan primitivo de
pertenencia que les provee de fuerza y valor para luchar contra el enemigo.
Juegan al fútbol a las cinco de la tarde como si fuera la primera vez en todo el
día.
Tutelado por las piedras de esta sierra juego yo con todo lo que veo y
con una cierta sensación de melancolía. En medio de esta recién instaurada
poética de los objetos me parece advertir la capacidad del deseo de conformar
la realidad a su antojo. La canasta de baloncesto es transformada en portería
de fútbol. Su serena y vertical disposición nada parece decirle a esos chicos
sudorosos y de cara enrojecida que siguen afanándose en parecerse lo mas
perfectamente posible a sus ídolos.
Ha sido su tercera o cuarta tentativa –no estoy seguro- pero al final el
chaval lo ha conseguido. Esbozo una sonrisa para mis adentros cuando veo el
rito de celebración que ejecuta para festejar el gol de “chilena” recién
conseguido. Segaria parece estar acostumbrada a ello y recoge serena en su
vientre de piedra estos gritos de fútbol escolar de última hora. Es la televisión,
me digo. Es una muestra mas del poder hipnótico de “la caja tonta”. De esa
misma “caja tonta” que -siguiendo a Molina Foix (1990)- se esfuerza con ahínco
cada día y todos los días por hacer de la zona pélvica o bajo vientre el único
encuadre de la realidad. Pero no es únicamente eso. Acompañando al festejo
del chico una parte de mi cerebro reclama que retorne el sentido común a
algunos foros educativos. El tesoro de la imitación en la educación artística –
vuelvo a decirme- debería de volver a brillar en las alforjas de algunos de los
profesores de teatro. Imitar, aprender, transformar. Se abren un hueco en mi
cabeza las palabras de Eisner: “el copiar, tan a menudo desacreditado por los
3
educadores, especialmente por los de educación artística, puede convertirse en
un vehículo positivo para facilitar el aprendizaje” (1995, pp146-48).
Miro a Segaria y sonrío de nuevo intentando descubrir su secreto. Su
naturaleza mágica no está hecha solo de piedra . En sus adentros, dicen los
más viejos del lugar, habita la serenidad de esta tierra antigua y los gritos de
sus habitantes. Me pierdo al imaginarme ese rocoso vientre donde se guardan
los sentimientos que pintan el palimpesto de las vidas acompasadas de
alumnos y profesores.
María y Pedroii suspenden mi planeo filosófico acerca de los ritmos y
trayectorias vitales que se entrecruzan en toda relación profesor alumno y de
cómo esta se da, al tratarse en este caso de un pueblo, junto a otras
actividades sociales igualmente compartidas. Suspiro hondo. Sus gritos
reclaman expeditivamente atención inmediata.
Vuelvo a suspirar hondo. Bueno, vamos allá, me digo para mis adentros.
Aunque falta casi media hora para que formalmente empiece la clase, esta ya
ha comenzado. ¡Y como comienza!. Pedro con esa mezcla de picardía e
inocencia que le caracteriza me sacude con todas sus ganas una colleja
olímpica al tiempo que me recuerda eso de que “quién se pela se estrena”. Por
supuesto que aún no ha oído hablar de los actos del habla de Searle (1980) ni
de la influencia del cuerpo en el la mente de Johnson (1991) . Pero utiliza sus
teorías del lenguaje como un experto. Usa la conocida cantinela como se usa el
burladero en una plaza. Provocas al toro y cuando consigues llamar su
atención y ya viene a por ti, corres a toda prisa a refugiarte tras el.
Tengo el cogote colorado y tal circunstancia parece querer decir: la veda
se ha abierto, aprovéchense. Y claro, una vez abierta la veda, como María va a
desaprovechar la ocasión. Al instante siguiente tengo señalada otra vez mi
cerviz y destrozados por completo mis tímpanos. María no me ha cantado el
soniquete con el que acompaña y justifica el golpe. No se ha conformado sólo
con eso. Faltaría más. Lo ha gritado feliz y a pleno pulmón a un centímetro de
mis oídos. Si hablar es tocar, el abrazo que me ha dado ha resonado hasta en
el último rincón de mi cerebro.
Apelando a mi integridad, decido que a partir de ahora sólo me cortaré el
pelo en verano o en navidad. Sonrío ante el curioso paralelismo que se me
aparece entre el ritmo futuro de mis cortes de pelo y el ritmo habitual de los
festivales escolares de teatro. ¿Sería a esto a lo que se refería Koestler –
citado por Eisner– cuando habla de la creatividad como un proceso
bisociativo?iii. El ejercicio desconcertante con estos tres primeros eslabones
Golpe (“la colleja”) – cortar el pelo – festival de teatro (Lozano, 2004)iv se me
antoja interesante . Sonrío y miro mi reloj de profesor. Aunque faltan veintidós
minutos para empezar no hay tiempo que perder. Al taller de teatro “le prestan”
el aula así que tengo que retirar las mesas y las sillas, barrer el suelo antes de
extender la moqueta y modificar el ambiente. Como hoy Almudena ha decidido
que me ayudaba en la tarea (después de la colleja se me ha olvidado cerrar
con llave la puerta para poder realizar estas tareas yo solo) he estado
acompañado por una ametralladora de preguntas. “¿Qué vamos a hacer hoy?”.
4
“Ya lo verás”, le contesto. “¡Jo!, ¿qué vamos a hacer?, ¿qué vamos a hacer?,
¿qué vamos a hacer?”, la cadencia “rapera” reconozco que tiene buena
sonoridad y ritmo. “¿Para que son esas telas?, ¿y esas cuerdas?, ¿y esas
sillas?”. “¡Ya lo verás!”, vuelvo a responder. “¡Jo!,¿qué vamos a hacer?....”
Logramos acabar a tiempo la preparación del ambiente de la sesión y
empezamos a la hora.
Saludo a todos los presentes. De los seis alumnos que componen el
grupo solo hay tres en la sala y un cuarto que sube a regañadientes por las
escaleras después de haberlo llamado cinco veces por la ventana. Es uno de
los chicos de más edad en el grupo, que estaba jugando al fútbol en el patio y
se resistía a dejarlo; (fútbol y teatro juntos; tendré que volver a leer lo que dice
Antonio Gala al respecto). Cuatro de seis, se acaba de ir al garete el inicio de
sesión que había preparado. Normalmente esta circunstancia no es para mi
ningún problema. Pero, si a las pocas ganas con las que venía al principio, le
añado este imprevisto... A pesar del sentimiento de fastidio que tengo, he de
sacar el trabajo adelante. Intento darme ánimo. Hago teatro y me encanta. Soy
un profesor. Soy una persona. Ellos son mis alumnos y alumnas. Llevo más de
veinte años dando clases y sin embargo hoy nada de eso parece suficiente.
Aún no ha terminado Antonio de entrar por la puerta, cuando María ya se
ha enfadado por alguna circunstancia del juego y Almudena se ha caído de una
de las sillas del laberinto haciéndose daño. No se ha lesionado, menos mal.
Pero su llanto de desconsuelo y sus lágrimas indican con claridad que el
moratón que le está saliendo duele mucho. Duele mucho y reclama a gritos
consuelo materno. La imagen sobrecoge. La silla tumbada en el suelo en la
que se ha refugiado junto a la ventana parece una madriguera desde la que
llora desvalida y llama a su madre. Parece un cachorro. No, es un cachorro. El
sentimiento se ha impuesto a la razón y está gritando su necesidad: “¡quiero
irme a casa!, ¡quiero ir con mi madre!”. La respuesta de estrés ya ha inundado
mi cuerpo e intento multiplicarme por cuatro. Miro con una especie de
movimiento reflejo a Segaria.
Evaluación. Hago una evaluación instantánea de la situación. María
sentada en una silla y “de morros”, con los brazos cruzados con rabia, ajena a
todo lo que no sea su “cabreo” . Almudena sigue llorando a lágrima viva, ahora
sentada. Y en el otro extremo Pedro y Antonio jugando. Simple y llanamente
jugando con todo lo que está al alcance de su mano. Profesor, padre y hasta
madre ocasional, las demandas vienen todas al mismo tiempo y dudo de tener
el sistema nervioso adecuado..
Con la mirada pido colaboración, y como nadie me escucha me dirijo a
atender a Almudena. El moratón de la pierna sólo es una pequeña mancha
negra en medio de la piel. Pero el moratón del brazo, sin embargo, alcanza el
tamaño de una pelota de golf aplastada. El dolor es intenso.
Estamos en horario extraescolar y en este colegio pequeño el único
adulto que se encuentra en estos momentos soy yo. A pesar de que el moratón
ya ha alcanzado unas buenas proporciones, decido que ir al hospital, aunque
se encuentra a escasos doscientos metros, parece exagerado. “Échale
5
Trombocid”, me dice María que se acaba de acercar. Su voz suena segura
como si fuera el remedio habitual que ellos utilizan en estos caso Accedo a ello
después de mirar el prospecto pero me doy cuenta de que ahora lo que más le
duele a Almudena no son los moratones, sino el alma, y para eso no hay
pomada que valga.
Después de la tormenta un instante de calma. Y solo cinco minutos
después de esa breve calma una nueva tormenta. He terminado de extenderle
un poco de pomada por el moratón de la pierna cuando Almudena se niega a
quitarse la camiseta para atenderle el moratón del brazo. Inicia un juego – en el
sentido de E. Berne (1976)– de pudor y timidez que es la segunda parte del
juego de atrevimiento y provocación por el que besaba a “Vicenta”v momentos
antes de comenzar la clase. Insisto desde mi razón y ella continúa con el juego
desde su emoción. Después de un tira y afloja accede a ir al cuarto de baño a
darse la pomada acompañada de María.
Tiempo objetivo, tiempo subjetivo. El encadenamiento de las vivencias
es cuando menos sorprendente. Me viene a la memoria el comentario de
Almudena de hace unos días. “Escomencen a creixe’m les mamelles”vi.
Almudena tiene nueve años y tal vez dos mil años de cultura. No sé. Respeto y
prudencia, me digo. Acaban de volver del cuarto de baño y me muestro
disponible. “Quiero irme a casa”. La frase suena entre quejido y provocación a
mi autoridad de profesor. “Quiero irme a casa”, repite y yo trato de disuadirla
después de esta rapidísima evaluación a la nueva situación planteada. “¿Y si
no es una provocación a mi autoridad de profesor sino que responde a una
auténtica necesidad de ella y mi juicio de lo que está pasando lo realizo desde
el cansancio que siento?”.
Antonio, que hasta entonces había estado ajeno a todo lo que no fuera
su juego con Pedro, salta al proscenio con un notable sentido de la oportunidad
dramática y se ofrece para llevarla a casa en su bicicleta. El foco de atención
de la escena se ha trasladado con notable fluidez del punto en el que
estábamos hasta este nuevo lugar. Ya no es el moratón que parece que ha
entrado en un misterioso estado de latencia invernal lo que importa, sino esta
pequeña rebelión conjunta y orquestada que realza aún mas la de ya de por si
elevada tensión dramática. Imaginándome lo peor desempeño mi improvisado
papel lo mejor que sé. Habría que atender más en los planes de formación del
profesorado a la inteligencia actuante en situaciones improvisadas. Es el
conocimiento en la acción tal y como lo define Schon (1992) lo que se me
reclama en este momento. Y sigo imaginándome lo peor. La imagen de mi
temor se concreta en una caída de los dos de la bicicleta. Ya son suficientes
los moratones por hoy, y me parece una locura. Se lo digo. Y donde yo veo una
idea disparatada, ella y él ven una buena idea.
Teatro. Educación: un encuentro vital entre personas del que surgen
preguntas, dudas, alegrías, decisiones y contradicciones toda vez que
abandonemos tal y como nos indica Jover (1991) la perspectiva agrícola de la
educación por medio de la cual se explica el desarrollo y crecimiento del ser
humano como similar al crecimiento y desarrollo de una planta. Y ahora hay
que tomar una decisión. Mientras se ponen los zapatos hurgo en mi mochila.
6
Al despedirles les digo que en cinco minutos les llamo a casa y delante de sus
ojos marco el número “PIN” de mi teléfono móvil. En fin... Miro otra vez mi reloj
de profesor. Son las seis y la clase todavía dura media hora más.
A modo de epílogo:
Este relato lo escribí a los cuatro o cinco días después de aquella clase.
Volvimos a tener una nueva sesión de teatro a la semana siguiente y pude
comprobar cómo Almudena aún seguía disfrutando del estatus que le
concedía, entre los compañeros de su colegio, el tener un moratón de esas
características.
REFERENCIAS BIBLIOGRAFÍCAS DE INTERÉS
BACHELAR, G. (1994) “La poética del espacio”. Fondo de cultura económica.
Madrid.
BARBA, E. Y SAVARESE, N. (i988) “Anatomía del actor”. Grupo ed. Gaceta.
México.
BAY, C. (1961) “La estructura de la libertad”. Ed.: Tecnos. Madrid.
BERNE, E. (1976) “Juegos En que participamos”. Ed.: Diana, México.
BORREGO DE DIOS, C. (Ed.) (1992) “Currículum y desarrollo socio-personal”.
Ed.: Alfar, Sevilla.
CAGIGAL, J.M. (1979) “Cultura intelectual y cultura física”. Ed.: Kapelusz,
Buenos Aires.
CONTE, R. (Dr.) (1990) “Una cultura portátil”. Ed.: Temas de hoy, Madrid.
GROTOWSKI, J. (1987) “Hacia un teatro pobre”. Ed.: Siglo XXI, Madrid.
HUIZINGA, J. (1987) “Homo ludens”. Alianza editorial, Madrid.
JONSON, M. (1991) “El cuerpo en la mente”. Ed.: Debate, Madrid.
JOVER OLMEDA, G. (1991) “Relación educativa y relaciones humanas”. Ed.:
Herder, Barcelona.
LOZANO, J. (1994) “L expresión corporal está de moda. Consideraciones en
torno a este hecho”. Revista Perspectivas de la A. F. y el D. Nº16.
LOZANO, J. (1996) “El papel en la formación del profesorado de los nuevos
contenidos de la E. F.: Expresión Corporal, danza y mimo”. AIESAD.
7
LOZANO, J. (2001) “De la Candamia a Liencres. Un paseo por el jardín de la
Expresión Corporal”. Santander ADEF. Cantabria.
LOZANO, J. (2001) “El cuerpo de agua y “lo niño”. Elementos para una poética
de la Expresión Corporal”. Santander. ADEF. Cantabria.
LOZANO, J. (2004) “Técnicas básicas de relajación y dramatización”. Revista:
Teatro, expresión, educación. Nº 34, Ed.: Ñaque, Ciudad Real.
NEILL, A.S. (1979) “Hijos en libertad”. Ed.: Gedisa, Barcelona.
OCAÑA, E.F. (1992) “Del reloj de arena al reloj del “trabajador”: Ernst Junger y
la vivencia del tiempo. Revista Archipiélago nº 10-11 Barcelona.
PELEGRÍN, A. (1982) “La aventura de oír”. Ed.: Cincel, Madrid.
RODARI, G. (1984) “Gramática de la fantasía” Ed.: Argos Vergara, Barcelona.
ROGERS, C.R. (1981) “El proceso de convertirse en persona”. Ed.: Paidos,
Barcelona.
ROSS, J.E. y WATKINSON, A.M. (1999) “La violencia en el sistema educativo”.
Ed.: La Muralla, Madrid.
SCHÖN, D.A. (1992) “La formación de profesionales reflexivos” Ed.: Paidos,
MEC., Madrid.
SEARLE, J. (1980) “Actos del habla” Ed.: Cátedra, Madrid.
WATSON, I. (2000) “Hacia un tercer teatro” Ed.: Ñaque, Ciudad Real.
i
La sierra de Segaria está situada en la parte noroeste del término municipal de Ondara (Alicante), a la
espalda de Beniarbeig.
ii
Los nombres de los alumnos y alumnas son ficticios.
iii
La creatividad es –afirma Eisner, haciéndose eco de las palabras de Koestler- básicamente un proceso
disociativo en el cual el creador descubre que dos campos que normalmente se han considerado distintos
podrían ensamblarse para establecer una nueva relación productiva.
iv
Para una descripción más extensa del “Ejercicio desconcertante” ver la revista: “Teatro expresión
educación” num. 34, Abril-Mayo 2004. Ed.: Ñaque.
v
Así llamaban los alumnos del colegio al maniquí de goma totalmente desmontable que se usaba para la
enseñanza del cuerpo humano. La popularidad del muñeco era debida, sin embargo, a la posibilidad de
colocarle el aparato genital de uno u otro sexo según conviniera en cada momento. Operación de cambio
que los alumnos repetían una y otra vez en medio de grandes carcajadas.
8
vi
Escomencen a creixe’m les mamelles : “ me empiezan a crecer las tetas”
9
Descargar