L`eutanàsia com a dret humà. Autor:Salvador Pániker

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L’eutanàsia com a dret humà
Salvador Pániker
Enginyer, filòsof, escriptor i president de l’Associació pro Dret a Morir Dignament d’Espanya
Existe un falso antagonismo entre el derecho a la vida y el derecho a la libertad.
Pero lo primero es dar un marco en el contexto de lo que son los derechos humanos.
Creo que ya les han hablado a ustedes de los grandes temas de la bioética y lo que
pueden ser estos mínimos éticos y jurídicos para llegar a un consenso en las cuestiones.
Anticipo de entrada lo que en el tema de la eutanasia es el centro de la cuestión. Decía
Arthur Koestler que la eutanasia, como la obstetricia, es una manera de superar un handicap biológico. Yo añadiría que la muerte digna, la muerte sin dolor y sin angustia es
básicamente un derecho humano. Y es un derecho humano de autodeterminación. Es un
derecho que se inscribe en el contexto de una sociedad secularizada, donde ya nadie
cree que el sufrimiento inútil tenga ningún sentido. Y el meollo de la cuestión es que
cada cual pueda decidir libremente, desde su plena capacidad jurídica y mental o, en su
defecto, a través de un previo testamento vital, cuándo quiere y cuándo no quiere seguir
viviendo. Es un tema interdisciplinario, en el que intervienen elementos jurídicos, médicos, éticos e incluso estéticos. Porque hay quien no tiene la sensibilidad de lo absurdo
que es ver a una persona reducida a la condición de piltrafa vegetativa en contra de su
voluntad. En fin, hay quien no tiene esa sensibilidad, como hay quien no tiene sensibilidad musical.
¿Qué puede decidir esta persona, digo, en el ámbito del respeto a su voluntad?
Yo, más que el derecho a la eutanasia, defiendo el derecho a que se respete la voluntad
de los pacientes, de los enfermos. En bioética se habla aquí del principio de autonomía. Este es un tema antiguo. Ha sido recogido por muchas filosofías: los estoicos lo
defendían. Incluso es curioso que un santo canonizado por la Iglesia, como Santo
Tomás Moro, reconociera en su Utopía el papel de la eutanasia voluntaria. Nosotros,
los que defendemos la eutanasia como derecho humano, podemos mencionar tres estamentos que al principio estaban en contra, que son el jurídico, el médico y el eclesiástico. Hoy en día el jurídico lo tenemos prácticamente a nuestro favor. El médico yo
diría que lo tenemos al 50%; hay muchos profesionales de la medicina que, en privado,
manifiestan su conformidad con la práctica de la eutanasia, pero que públicamente no
se atreven a decirlo. Este es un punto importante, porque en Holanda —luego explicaré la situación allí— ha sido decisivo que más del 80% de la clase médica esté a favor
de la eutanasia. En cuanto al estamento eclesiástico, como estamos en un estado laico,
da un poco igual lo que piense.
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Otro aspecto sorprendente es que ha habido una pasividad social. Después de 200
años de luchas sociales, de luchas por la emancipación de las clases trabajadoras, de la
mujer, del Tercer Mundo, de los pueblos de color, de los niños, etc., el tema de la muerte, que afecta al 100% de las personas, estaba congelado. Entre otras razones porque la
muerte ha sido durante muchos años, efectivamente, un tema tabú. Más tabú, incluso,
que el tema sexual.
Sorprende esta pasividad. Llegado el momento de morir, o como se dice en la
jerga teatral, de hacer mutis, se prefiere que lo decida el médico, la familia, etc. ¡No! Yo
quiero hacer mutis cuando a mí me parezca bien. He dicho que esto es un tema interdisciplinario. Filosóficamente, la vida no es un valor absoluto. La vida tiene que estar relacionada con calidad de vida, y cuando esta calidad se degrada más allá de ciertos límites,
y esto sólo uno puede decidirlo, uno tiene el derecho a «dimitir».
A mí me parece que es extravagante que hoy estemos aquí hablando de esto. Lo
raro es que haya que defender todavía un tema que es mucho más claro que el del aborto. Como decía Dürrenmatt, «qué tiempos estos en los que hay que luchar por lo que es
evidente». Quiero destacar que las encuestas nos dicen que la mayoría de peticiones de
eutanasia no son por dolor físico, sino por dolor psíquico, y por la sensación de que uno
ha perdido la dignidad. Hay casos de ancianos que se tiran por la ventana y que buscan
el suicido desesperadamente, situaciones absolutamente inhumanas. No solamente el
caso Sampedro, que tanta relevancia ha tenido. Sampedro era amigo mío y era un personaje fuera de serie, de una lucidez inmensa. Hay otros casos Sampedro clandestinos,
desconocidos y que no han llevado su petición a los tribunales.
El tema también es ético y, concretamente, bioético. En realidad, la misma ética
se renueva por grandes movimientos de opinión, como el citado del aborto u otros como
la paz, el feminismo, la descolonización, la ecología. Son temas, en cierta manera, nuevos. Lo que ocurre hoy en día es que se ha renunciado a un principio universal de moralidad. El propio Darwin citaba la regla evangélica: no hagas a los demás lo que no quieras que te hagan a ti mismo. Pero es que a veces es bueno que te hagan lo que no quieres
que te hagan. Incluso esta regla es relativa.
Entonces, ¿qué ocurre ante esta situación? Se busca una ética de consenso, un
lenguaje mínimo común, o sea, una cierta democratización de la moral. Porque a veces
no se trata de encontrar un principio ético general sino de saber qué hacer con aquel feto
mal formado que tiene la señora Pérez en la habitación 122. A veces hay que decidirlo
rápidamente. Entonces, no nos podemos parar a pensar qué dicen las distintas morales,
no. Por eso se han creado, por ejemplo, los comités de ética. Se ha pasado a las éticas
aplicadas, a la casuística.
Otro aspecto que quiero señalar es que, en nuestro país, la clase jurídica aceptó
más fácilmente los principios de autonomía y la herencia de la Ilustración y de los derechos humanos. La clase médica, desgraciadamente, es más reacia. Se ha venido rigiendo
por lo que se llama el principio de beneficencia, que es un poco la herencia del juramento hipocrático. Y aquí abundan las hipocresías, sobre todo en médicos ideológicamente
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deformados por creencias religiosas mal asimiladas. Porque en la asociación que yo presido, por ejemplo, hay muchos católicos. Lo que ocurre es que no son católicos de la
jerarquía, no son del Vaticano.
Existe un atraso. La idea de que el enfermo tiene unos derechos, que por legislación en Cataluña se tendrían que repartir a la entrada de los hospitales, se desconoce.
Gran parte de las consultas que tenemos en la Asociación pro Derecho a Morir Dignamente derivan de que la gente no conoce sus derechos. Ni conoce cosas como que existen
unos tratamientos para el dolor, las curas paliativas, etc. Hay una gran desinformación.
En bioética se ha buscado una especie de lenguaje común. Hay tres principios en
el tema que nos ocupa: el principio de beneficencia, que dice que el médico tiene que
hacer el bien al paciente; el principio que guía al enfermo, que es su derecho a la libertad, y que se llama principio de autonomía; y como ocurre con tantas cosas, incluso en la
relación médico-enfermo, hay un tercero, que es la voz de la sociedad, y que se traduce
en el principio de justicia.
El principio de beneficencia es más para ser regido por la clase médica; el de
autonomía, por el enfermo, y el principio de justicia es por el que se rige la sociedad.
Evidentemente, estos tres principios pueden entrar en conflicto entre sí, y establecer una
jerarquía es difícil. Pero, ¿qué no es difícil? Aquella idea que nos habían inculcado de
que las cosas cada vez iban a ser más fáciles es falsa. Las cosas son cada vez más complejas y requieren cada vez más arte. El viejo contrato social que presidió otras épocas
—los hijos vivirán mejor que los padres, pleno empleo, etc.— ha entrado en crisis, y si
no que se lo pregunten a los chicos jóvenes que no encuentran empleo.
Lo nuevo también es que la tecnología médica permite mantener en vida verdaderos cadáveres vivientes. Y en esta situación hay que llegar a acuerdos. Los hospitales
ingleses han establecido un sistema, que a mí me parece inhumano, de coeficientes: el
que es fumador tendrá menos preferencia que el que no lo es para una diálisis o trasplante de riñón, y cosas de este estilo.
En todo caso, lo nuevo es que la propia clase médica empieza a comprender que
hay que respetar el principio de autonomía y que es preciso abandonar los paternalismos. Yo estoy, en principio, en contra de todo tipo de paternalismo, y de paternalismo
del Estado. Por ejemplo, no veo por qué el Estado me tiene que obligar a ponerme un
cinturón de seguridad cuando voy por la carretera.
Para que no haya paternalismo existe una figura que se llama el consentimiento
informado. Hay que decirle al paciente la naturaleza de la intervención que se le va a
hacer, los riesgos que tiene y las alternativas. Y que entonces decida el paciente. En el
mundo anglosajón prima bastante esta idea de que el individuo decida. En el mundo
mediterráneo y latino la familia hace un poco de intermediario frente al médico. De
todos modos, este es un tema y una terminología que está bien que ustedes conozcan.
Uno tiene el derecho a rechazar el tratamiento. Sobre el derecho a estar informado, creo
que hace falta un poco de arte por parte del médico, porque a veces el paciente no quiere ser completamente informado. Una amiga mía, que vosotros conoceréis muy bien de
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nombre, Montserrat Roig, que murió de cáncer, prefería estar poco informada, y así trabajó hasta el final de su vida. A mí me parecía bien que el médico que la trataba no le
dijera toda la verdad. El sistema de informar, que se practica mucho en los Estados
Unidos, a mí me parece que no es humano e incluso que no es terapéutico. Que digan:
«Usted tiene un cáncer, tal y tal y tiene vida para tres semanas» me parece de una gran
brutalidad. Aquí a veces se peca por el otro lado. Es preciso, como he dicho, por parte
del médico, un arte, un intermedio, porque a veces quitar la esperanza puede ser muy
brutal. De todos modos, el principio del consentimiento informado consiste en que se
tiene que dar la información que el paciente pide. Ni más, ni menos.
El principio de autonomía, que es central en el tema que nos ocupa, va muy ligado a la aparición de los derechos humanos civiles y políticos, está en la base de toda la
filosofía del contrato social, incluso en la filosofía que informa las leyes fundamentales
o constitucionales de los países democráticos. En el esquema del marco que nos reúne
hoy aquí, yo diría que la defensa de la eutanasia es de la primera generación de los derechos humanos, o sea, de derechos de libertad, de derecho individual, de derecho de autodeterminación. Hay una segunda generación de derechos humanos que son los económicos, sociales, culturales, etc., que son sobre todo del siglo XIX, con las grandes luchas
sociales, y que todos hemos asumido. De alguna manera, son los que hacen que se substituya el estado liberal de derecho por el estado social de derecho. Pero luego hay una
tercera generación de derechos humanos que vienen siendo el resultado de estas nuevas
tecnologías que hacen posible situaciones que no habían ocurrido nunca, y que son los
problemas que se plantean en bioética. Los temas genéticos, de la eutanasia, de prolongar la vida de maneras artificiales, etc. En ese contexto, la eutanasia pertenece también a
la tercera generación de derechos humanos.
Yo diría más, creo que la eutanasia es incluso un derecho animal. Hay toda una
tradición, basada en un cierto antropocentrismo, que yo no comparto, porque creo que el
hombre es básicamente un animal. La tradición de Kant dice que sólo el animal humano
es una persona jurídica y que, por tanto, es la única capaz de ser susceptible de tener
derechos. Yo creo que hay unos derechos de la naturaleza. No se puede experimentar
con los animales, como si los animales fuesen máquinas. Los animales son susceptibles
de sufrir y tienen unos derechos genéricos en tanto que animales. La eutanasia, en este
contexto, es un derecho animal que se inscribe en la primera y tercera generación de los
derechos humanos.
Hoy en día, no está recogido en el ordenamiento jurídico este derecho a la eutanasia. Yo espero que tarde o temprano las legislaciones de Europa se unificarán, no vaya a
pasar como en épocas antiguas, aquel turismo para ir a abortar a Londres. Sería absurdo
tener que pensar en ir a morir a Holanda porque allí aceptan la eutanasia. Habrá que llegar
a una cierta uniformización de legislaciones. El caso de Ramón Sampedro es un caso de
suicidio asistido al que la legislación alemana y suiza no hubieran puesto tantos problemas.
Por lo que se refiere a la sanidad española, quiero añadir algunas observaciones.
El médico tiene una formación tal que cuando se le muere un paciente lo considera un
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fracaso. Ahora bien, tarde o temprano tendrá que fracasar, porque los pacientes, un día u
otro, al final, mueren y el médico también morirá. El tema es que en las facultades de
medicina falta una especialidad que trate sobre cómo ayudar a morir. Es un asunto que
requiere un cambio de mentalidad y un cambio cultural. Porque lo que sucede es que no
podemos desmedicalizar el tema.
Me he referido a la bioética. Podríamos también hablar del bioderecho. Formamos parte de una sociedad en la que las cosas entran en conflicto, y lo que pasa es que
tenemos que acostumbrarnos, sin fanatismos, a debatir. El derecho puede ser el principio
básico de defensa de la vida, pero en bioética muchas veces la vida no es el valor máximo, lo vemos cada día. Hay mucha gente que arriesga su vida por una causa. Incluso en
la propia Iglesia Católica tenemos el precedente de sus mártires, que preferían sacrificar la
vida, lo cual es un ejemplo de que la vida no es un valor absoluto. De todos modos, los
acontecimientos van mucho más deprisa que los legisladores. Aunque yo tampoco soy un
gran partidario de que se haga una ley de eutanasia: me contentaría con una despenalización en ciertos supuestos.
Los comités de ética, un tema que he mencionado antes, se podrían comparar un
poco con la institución del jurado. Son una novedad dentro de este contexto de buscar el
consenso. Yo no creo que hasta el momento hayan servido de mucho, pero de todos
modos significan un adelanto. En el ordenamiento jurídico español hay numerosas problemáticas bioéticas, como la ley de reproducción asistida, la ley de transplante y donación de órganos, la ley del medicamento... Pero, sobre todo, la ley general de sanidad,
que es la que aquí nos ocupa y que consagra un modelo de las relaciones médico-paciente basadas todas ellas en el principio del consentimiento informado y el respeto a la autonomía del paciente. Pero la ley general de sanidad no ha sido asumida por muchos médicos. La consideran como un enojoso trámite más, esto de tener que contar con el consentimiento informado a veces incluso por escrito.
En la cuestión de la eutanasia mi postura es muy conocida. He dicho cuál era el
meollo de la cuestión. Creo que la vida impuesta contra la voluntad del titular no puede
ni siquiera considerarse un bien jurídico protegible. Creo que ha de primar el principio
de libertad. Creo, también, que la socialización de la medicina hace mucho más necesario replantearse la relación médico paciente. Hemos visto que la bioética es interdisciplinaria, que se busca un lenguaje común, que hay tres principios y que de su articulación debe nacer una buena praxis médica. Hemos dicho que la autonomía va muy unida
a los derechos humanos y que estos podrían ser el denominador común, este mínimo
moral del que algunos han hablado, donde buscar el consenso. He dicho que además de
derechos humanos son derechos animales. He hablado de un consentimiento informado
como instrumento del principio de autonomía. He hablado de que hay un cierto vacío
jurídico frente al avance, que realmente es vertiginoso, de las nuevas biotecnologías. He
explicado que en los años sesenta y setenta la ética se renueva con estos movimientos,
que son nuevos. Además son movimientos que han venido a substituir a otros que están
ya más consolidados, los clásicos movimientos de la lucha social, y que a veces incluso
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pensadores de la derecha se han apropiado de ellos. Pero bueno, mejor. Yo fui de los primeros en España en hablar de ecología en los años setenta y recuerdo que muchos amigos míos marxistas lo consideraban como una especie de frivolidad, y ahora han comprendido que es importante, que es incluso un nuevo paradigma.
En este contexto, todos estos movimientos son nuevos y hay que afrontarlos con
un gran respeto y buscando el consenso. De todos modos, hay un argumento, que no digo
que sea el único, que son las encuestas. En los países desarrollados, incluida España, las
encuestas en el tema de la eutanasia son enormemente significativas. En Francia, un 80%
está a favor. Pero Francia no tiene un nuevo Código penal adecuado. En España, el
Código penal de 1995, el llamado Código Belloch, significa un avance, porque de hecho
se ha despenalizado la eutanasia pasiva, y se han rebajado las penas en la eutanasia activa. Antes, con el artículo 409 del Código penal, si tú ayudabas a morir a tu madre enferma de cáncer, te trataban igual que si fueses un asesino o un terrorista. Era una situación
insostenible. Pero, de todos modos, se perdió una oportunidad histórica para una despenalización como la de Holanda.
Otro aspecto que me parece interesante señalar es que en Occidente tenemos una
actitud histérica frente a la muerte, cosa que no ocurre en otras culturas, como por ejemplo, en la India. A mí me parece muy importante desdramatizar el tema de la muerte. En
una discusión que tuve con el representante de los obispos y que reprodujo el diario El
País hace unos meses, yo le decía: «¿por qué ustedes se oponen con tanta violencia a la
eutanasia? Porque ustedes han jugado siempre con el miedo a la muerte, y si se desdramatiza el tema del miedo a la muerte, ustedes pierden poder». Si se desdramatiza el tema
de la muerte, la Iglesia y todos los que nos han hecho chantaje con las postrimerías del
ser humano, pierden poder.
Sucede que Occidente es una cultura centrada en el ego. Nos han educado para
formar un ego fuerte, que es lo que decía Freud. Jung proponía, y esto lo sacó del
Taoísmo, dedicar la primera mitad de la vida a construir un ego fuerte y la segunda mitad
a desprenderse de este ego. Yo, que desgraciadamente estoy en la segunda mitad, intento
deshacerme de este ego, porque creo que la muerte es una catástrofe para el ego. Ahora
bien, si uno supera el ego, en cierta manera no hay muerte. Existe una ecología del morir:
uno se prolonga en los hijos, si los tiene, en sus obras si las ha hecho, incluso dando conferencias en Sabadell... uno se prolonga constantemente, y todo incide sobre todo.
Pero el movimiento pro eutanasia voluntaria me parece imparable. Hay grandes
declaraciones: Helsinki, Asociación Médica Mundial, congreso de Zurich, Asociaciones
pro Derecho a Morir Dígnamente. Estas asociaciones, dicho sea de paso, tienen unos
700.000 asociados. No somos, pues, una ONG despreciable.
Hay cambios legislativos. En Estados Unidos, por ejemplo, en 45 de sus 51 estados
ya tiene valor la declaración del testamento vital. En Dinamarca, el tema del testamento
vital es paradigmático porque los impresos los venden en las farmacias: tú rellenas el formulario, lo mandas al centro sanitario o asistencial más próximo y esto va a un ordenador
central que lo reparte a todos los centros de todo el país. Si usted tiene un accidente en la
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carretera, se busca inmediatamente si ha expresado una voluntad anticipada. Tienen una
obligación, como mínimo moral, de atender lo que usted dice allí. En otros países no es
punible la ayuda al suicidio. En Holanda, el 30 de noviembre del 1993 el parlamento
aprobó una serie de medidas legales sobre la práctica de la eutanasia, con un protocolo que
tienen que garantizar un par de médicos. Ha sido definitivo que la clase médica lo respaldara. En Australia se legalizó la eutanasia en los territorios del norte. En Estados Unidos
hubo el famoso caso del estado de Oregón, donde la mayoría de la población se manifestó en un referéndum a favor de la legalización del suicidio asistido con unas condiciones.
El asunto está pendiente de la corte suprema. En España ya he mencionado lo que pasó. El
artículo 143 recogió algo de las enmiendas que nosotros (la Asociación pro Derecho a
Morir Dignamente) presentamos y dice que se rebajarán las penas a quienes ayuden a
morir a otro por la petición expresa de este en caso que la víctima sufriera una enfermedad grave que conduciría necesariamente a su muerte o que produjera graves padecimientos permanentes y difíciles de soportar. El nuevo código contempla entre un año y
medio a tres años de cárcel si se ejecuta la muerte, y de seis meses a un año si sólo se
coopera. De hecho, los juristas que yo he consultado dicen que si uno no tiene antecedentes penales, es muy probable que no vaya a la cárcel o que sólo tenga que pasarse en
ella unos cuantos fines de semana.
Otro precedente interesante es el de Colombia. Allí hay una sentencia de la Corte
Constitucional que dice que el médico que ayude a morir a enfermos terminales con
intensos sufrimientos, cuando estos lo soliciten y la medicina no pueda ya ofrecer alternativas válidas, no será penalizado.
Alegan algunos detractores del derecho a la eutanasia que con los avances de la
medicina paliativa y con el tratamiento del dolor, el tema está resuelto. Ante todo, yo he
de decir que la medicina paliativa ha nacido, en parte, gracias a asociaciones como la
nuestra que funcionan en el mundo, sobre todo en Gran Bretaña, desde el año 1935. Han
concienciado a la sociedad. Y bienvenida sea la medicina paliativa, bienvenido sea el
tratamiento del dolor, lo que pasa es que todo eso está en pañales. Y los médicos que
dicen que el tema de morir sin sufrimiento y sin angustia está resuelto están deformados
ideológicamente, porque no está resuelto. La gente todavía muere con dolor y con
angustia, y muchas veces se les mantiene en vida en contra de su voluntad.
Hay que entender que el tratamiento del dolor, los cuidados paliativos, lo que
antes se llamaba eutanasia pasiva, lo que siempre se ha llamado eutanasia activa, todo
eso es un contínuum al que habría que llamar ayuda a morir. Hay que mentalizarse. Es
decir, hay algunos médicos pertenecientes a ese estamento más intransigente y fanático
que dicen: «El médico no puede matar» pero veamos: ¿es lo mismo una violación que un
acto de amor? Es distinto; sin embargo fisiológicamente el acto es el mismo. Esta es una
diferencia que podríamos establecer. Es la diferencia entre hacer el amor y violar. La violación sí que es un asesinato, pero ayudar a morir a una persona enferma y querida, y que
te lo está pidiendo, y que está en una situación degradada, que no tiene alternativas ni
esperanza de vida de ningún tipo, y que no tiene ninguna calidad, eso es un acto de amor.
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Hay aquí una hipocresía semántica, porque nos falta quizás el verbo adecuado. En
sánscrito, por ejemplo, que es una lengua muy rica, existen 90 palabras para referirse al
amor. Aquí tenemos muy pocas, se acaban muy pronto. Lo mismo pasa entre matar y no
matar. No es lo mismo matar en una riña, apuñalar al adversario en un ataque, que ayudar a morir a una persona enferma sin esperanza. La misma iglesia admite lo que se ha
llamado eutanasia indirecta: el suministro de fármacos para aliviar el dolor a conciencia
de que esto acorta la vida del paciente. El propio Pío XII se manifestó en contra de lo
que hoy llamaríamos encarnizamiento terapéutico. Con un poco de buena voluntad, se
podrían llegar a establecer unos puntos de proximidad. Es más, yo he defendido, y estoy
convencido de ello, que si hubiese una despenalización de la eutanasia o una ley de eutanasia, habría menos peticiones de eutanasia, porque se produciría un efecto tranquilizador. Si yo sé que llegado el momento del horror puedo encontrar una salida, retrasaré la
petición, porque siempre sé que tengo la puerta abierta. Lo intolerable es que te encierren y que no puedas salir. Esta es una situación que produce angustia. Muchos enfermos
que piden la eutanasia no la pedirían si supieran que están en su derecho de pedirla. Esto
es un efecto paradójico que se opone a lo que algunos de los detractores de mis tesis llaman la pendiente deslizante.
Y atención, nada de eutanasia social. Al contrario. Conviene revalorizar la tercera edad. Los males de la tercera edad están en un 75% en la sociedad y sólo en un 25%
en la biología. Se ha calculado que dentro de 25 años habrá en el mundo más de mil
millones de personas con edad superior a los 65 años. Yo creo que hay que revalorizar la
edad madura, superar este modelo tonto del culto de la juventud. El anciano puede tener
la edad de la sabiduría, y la juventud se mide por la curiosidad intelectual que te queda,
no por los años que tienes. Eso de medir la edad por los años es un procedimiento muy
inexacto y rudimentario.
Quisiera aclarar finalmente que nosotros no somos unos irresponsables. Defendemos que no se cometan abusos. ¿Cuál es el principal abuso que puede haber? Que te
practiquen la eutanasia sin haberla pedido. Algunos de mis opositores dicen que en
Holanda ya suele pasar esto. No es verdad. En Holanda hay una transparencia total.
Aquí, en cambio, sí que se practican eutanasias clandestinas; te dan esos cócteles líticos,
que les llaman, y la gente luego disimula y no se enteran. Otro posible abuso es que uno
no esté en situación irreversible. Por eso es importante que intervenga la clase médica.
No se puede desmedicalizar ese tema, como algunos han pretendido. Tiene que haber
unas garantías médicas para que no haya abusos.
Otra observación relevante es que lo que antes se llamaba eutanasia pasiva es
práctica médica correcta. En primer lugar, todo enfermo tiene derecho a rechazar un tratamiento, lo he dicho antes. En segundo lugar, la propia deontología médica prescribe
que no se debe comenzar un tratamiento que sólo conseguirá prolongar una agonía. En
tercer lugar ya nadie discute, como también he dicho, que se puedan dar medicamentos
para aliviar el dolor, aun cuando con ello se acelere la muerte del paciente. Estos tres
supuestos, que están reconocidos por las leyes, por los colegios de médicos y por el con-
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sejo de Europa, nos hacen ver claro que lo que antes se llamaba eutanasia pasiva era una
práctica médica correcta. Pero es que, además, la distinción entre activa y pasiva me
parece muy hipócrita, porque desconectar un respirador artificial es un acto y a veces
puede ser un acto más cruel que dar una inyección letal, porque puede conducir a una
agonía más larga. ¿Dónde está la diferencia? En que mueras en dos minutos o mueras en
cuatro horas, en dos semanas.
La Asociación pro Derecho a Morir Dignamente ha intentado concienciar a la
sociedad, dar un servicio a los afiliados. Se está estudiando que haya también una píldora de la eutanasia. Se está estudiando porque es peligroso, evidentemente y es una cosa
que tendría que estar legalizada; no puedes ir por allí repartiendo píldoras para que la
gente se mate cuando esté desmoralizada. Pero son temas que están en el aire. Y son
temas que madurarán. Yo creo que en España, y con esto voy a terminar, estando más o
menos resueltas algunas de las cuestiones de derecho positivo, habría que afrontar este
tema de una vez. En la Constitución española está el artículo 10, que reconoce la dignidad de la persona como fundamento del orden político y de la paz social; está el artículo
15, que prohíbe las situaciones de tortura y degradantes; en el artículo 16 se establece la
libertad ideológica y religiosa; en el artículo 17 se establece el derecho a la libertad y la
seguridad; en el 18 se establece el derecho a la intimidad. Morir es un acto íntimo, no
tiene que decidir el Estado, el médico o la familia, tiene que decidir uno mismo. Hay que
respetar este derecho a lo más íntimo que hay. El artículo 24, que invocaba mucho
Ramón Sampedro, es el derecho a obtener la tutela de los jueces y los tribunales. Él la
solicitó durante años y no se la dieron.
Yo diría, para terminar, que morir, más que un acto, es un proceso, que la mayoría de las personas queremos morir de una manera pacífica y sin sufrimientos.
Eutanasia quiere decir «buena muerte». La vida tiene que ir ligada siempre a calidad de
vida, la vida no es un valor absoluto. Muchas personas tienen un sufrimiento mucho más
psíquico que físico, un sufrimiento de haber perdido la dignidad. La dignidad, siendo un
valor socialmente reconocido, se concreta individualmente; soy yo quien debo decir lo
que siento. El respeto a la dignidad humana implica el respeto a la voluntad humana. Hay
que superar la falsa confrontación entre derecho a la vida y derecho a la libertad. Yo personalmente creo que la vida es un derecho, pero no un deber. Ciñéndonos a la misma
Constitución, se puede defender este derecho a disponer de la propia vida, creo que aquí
les hablaban el otro día de disponer del propio cuerpo, pues es lo mismo. En fin, hay que
llegar a la plena autonomía del sujeto, y en el límite, a la libre disposición de la propia
vida. El Estado tiene que ser neutral frente a las distintas creencias religiosas, e incluso
frente a las distintas éticas. Yo creo que la sociedad está madura para reconocer este derecho a la autodeterminación del individuo. Creo que es hora de conceder a cada ser humano la plena posesión de su destino. Mientras esto no suceda, estaremos en minoría de
edad.
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PARAULES DE CONCLUSIÓ
Montserrat Campillo
Advocada
A mi em toca fer el paper de relatora, que és un paper mixt entre recollir allò que
s’ha dit i induir a la polèmica. Evidentment jo, per crear polèmica, hauria de dir que estic
en plantejaments contraris als del conferenciant, però per honestedat personal haig de dir
que no hi estic. Per tant, m’és difícil fer polèmica.
Dels temes que ha tractat, sí que crec que hi ha dos eixos que podem compartir tots
els que estem en un cantó o altre (eutanàsia sí, o eutanàsia no): redefinir què vol dir vida,
redefinir què vol dir morir i m’ha semblat que aquesta redefinició dels termes ve molt en
funció dels paràmetres culturals en els quals ens movem. Jo subscric totalment allò que
ha dit, enfront del personatge de l’església catòlica, que desdramatitzar el tema de la mort
és perillós perquè és una pèrdua de poder; és per aquella por que sempre ens ha fet. És
difícil parlar de la mort en reunions, tots tenim un prejudici a parlar del moment al qual
ens acostarem. I com deia l’André Malraux, només hi ha una pregunta important a la
vida: «si acabo en aquesta vida o no». Les altres són absolutament subsidiàries.
Amb aquest paper de l’església, quan ha parlat molt del dret, i com a jurista, jo
crec que és evident la introducció d’elements de cultura cristiana dins el codi penal, com
també dins els altres codis hi ha una influència evident del que seria la lluita de classes,
com es denominava fins ara. I amb el codi penal encara se sustenten drets de la tutela de
l’Estat davant de drets individuals com seria el dret a viure o morir. És l’Estat qui et pot
enviar a morir en una guerra i el que no et deixa que et defineixis enfront d’un dret personal que tens de viure o no.
Un altre tema que també m’ha semblat molt interessant és el trencament dels
principis universals. És a dir, no hi ha principis universals, sinó que aquests principis
universals que s’han d’omplir canvien en funció d’ideologies i cultures i, per tant, no
són universals. Un tema que també m’ha semblat molt interessant i que només ha apuntat, ha estat la connexió entre el tabú a la mort i els tabús sexuals. Tots evoquen exactament al mateix lloc. Si les dones, en un moment determinat, descobríem el plaer, això
volia dir que podíem veure la vida d’una altra manera i, per tant, es tractava que no es
veiés aquest plaer en l’acte sexual. I la connexió amb el tabú de no parlar de la mort.
El que també ha destacat és el principi de justícia pel qual es regeix la societat.
Jo no crec que la justícia existeixi com a concepte global. Jo crec que tothom entenem
per justícia una cosa diferent. Una altra cosa és allò que es regula en les lleis i si això
porta a una situació de justícia o no. També l’altre punt que ha tractat ha estat la diferència entre eutanàsia i suïcidi, i una altra qüestió és en malalts en estat terminal o en
situació de dolor. Jo crec que l’església ens ha educat per al dolor. Només trobarem la
felicitat en un món que mai no ens han definit quin és. Amb el tema dels malalts jo
recordava fa poc que va sortir a les notícies, davant d’aquesta hipocresia generalitzada
CICLE
Nous Drets Humans I
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L’eutanàsia com a dret humà
que hi ha, que els malalts de SIDA no estaven a la llista d’espera per a trasplantament
d’òrgans, perquè entenien que tenien la mort a data més o menys propera i que, per tant,
la sanitat pública no es podia permetre el luxe de posar-hi un malalt que en principi
havia de morir, en llista d’espera de trasplantament d’òrgans. Això en un país que es
considera civilitzat.
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