II. LA CONSTITUCIÓN COMO NOCIÓN HISTÓRICA El concepto de Derecho, como hemos visto, puede ser abordado desde perspectivas diversas; lo mismo ocurre con sus funciones, cuya realización además varía en el tiempo. Pues bien, el concepto de Constitución tampoco resulta unívoco y atemporal. Por eso, para aproximarnos al mismo hemos optado por ofrecer no una sola perspectiva, sino una tipología de conceptos de Constitución que permite apreciar las diversas versiones del mismo que se manejaban en el momento en que el constitucionalismo se consagró como movimiento cultural y político. Tal movimiento, que responde al espíritu ilustrado y se opone al orden político absolutista, se concreta a partir de las revoluciones americana y francesa. En ellas cobra sentido el intento de ordenar el poder no conforme a la tradición o a la legitimación divina del poder monárquico, sino de acuerdo con la razón; una razón que, por ser común a todos los hombres, venía a coincidir con la voluntad general, y que resultaba expresada por quienes habían podido emanciparse culturalmente y superar sus prejuicios: en definitiva, por la burguesía ilustrada. Tal Constitución tenía una evidente pretensión normativa, pues su objetivo era configurar de modo racional el conjunto de las relaciones sociales y políticas. Precisamente en contraposición a este concepto racional-normativo, que hoy puede seguir considerándose dominante, surgen en el propio siglo XIX las nociones sociológica e histórico-tradicional de Constitución. Esta última descarta la validez universal y abstracta de la razón y pretende encontrar en las tradiciones políticas y sociales de cada pueblo un espíritu propio que sería ilegítimo contrariar. El concepto sociológico, por su parte, descubre en las relaciones sociales y políticas la presencia de intereses cuya eficacia se sobrepone a la pura normatividad de la razón, de manera que la Constitución normativa o bien se atiene a esa realidad subyacente y se limita a consagrarla, o bien carece en última instancia de relevancia efectiva. La exposición magistral de Manuel García-Pelayo no necesita seguramente de ulteriores aclaraciones. Sin embargo, quien desee conocer cómo se concretaban en el tiempo esos “tipos ideales” de Constitución deberá profundizar en el conocimiento de la historia constitucional. Al efecto resulta imprescindible, para España, la obra de L. Sánchez Agesta, Historia del constitucionalismo español (1808-1936), Madrid: Centro de Estudios Constitucionales, 1984. Las más significativas realizaciones del movimiento constitucional en otros países pueden verse analizadas en J. Varela Suances (coord.), Fundamentos 2/2000. Modelos constitucionales en la Historia Comparada, Oviedo: Junta General del Principado de Asturias, 2000. Interesa hacer referencia aquí a otra tipología de conceptos de Constitución que tiene una muy notable difusión. En efecto, la aproximación al concepto de Constitución se ha ensayado también, con frecuencia, distinguiendo entre una noción formal y otra material. En términos muy generales, podría decirse que por Constitución en sentido formal se entiende el documento con valor jurídico que está dotado de una especial fuerza normativa, la supremacía constitucional; normalmente se trata de un texto específico, precisamente denominado “Constitución”, cuya reforma resulta particularmente complicada y que los jueces pueden hacer valer incluso frente a las leyes. Es evidente el parentesco de esta acepción formal con la idea de Constitución racional-normativa. A este concepto se opone el de Constitución en sentido material; pero, al efecto, son relevantes dos perspectivas distintas. En un caso, la Constitución en sentido material aludiría al conjunto de condiciones históricas, sociales y políticas que, al lado de la Constitución formal e interactuando con ella, condicionan la vida política de un Estado; los antecedentes de esta noción pueden encontrarse en la noción sociológica de Constitución, tal y como la formula por ejemplo Ferdinand Lasalle. Pero la Constitución en sentido material también puede hacer referencia no a factores “reales”, sino a “normas jurídicas”; que en este caso, sin embargo, no se identificarían por sus cualidades formales, por su supremacía, sino por su contenido, por la materia que regulan. Constitución material sería entonces el conjunto de normas que regula la materia propiamente constitucional. Ocurre, sin embargo, que, dentro de esta segunda concepción del concepto material de Constitución, esa materia constitucional, a su vez, puede ser identificada de modos diversos. De un lado, conforme a la tradición política clásica, se considera materia constitucional la regulación de los poderes del Estado y de los derechos que tienen los ciudadanos frente a ellos. Podríamos decir así que las Constituciones del siglo XIX, cuando no tenían reconocida supremacía, eran Constituciones en sentido material, pero no formal; y que ciertas normas que regulan hoy los poderes del Estado, como el Reglamento del Congreso de los Diputados o los Estatutos de Autonomía, son normas materialmente constitucionales. Desde otra perspectiva, con una pretensión de mayor precisión técnica, se consideran materialmente constitucionales las normas que regulan y limitan la producción de normas legislativas. Centrándonos en esta última perspectiva, conforme a la cual son constitucionales las normas que regulan y limitan la producción de las leyes, y atendiendo simplemente a la lógica, habría que concluir que tales normas constitucionales estarían por encima de las leyes con independencia de que estén recogidas en un documento dotado de supremacía; dado que las leyes sólo se pueden producir siguiendo los pasos que esas normas materialmente constitucionales establecen. Así, por ejemplo, las normas del Reglamento del Congreso de los Diputados que establecen el procedimiento legislativo tendrían una preferencia lógica sobre las leyes, en el sentido de que una ley que se aprobara sin atenerse a ese procedimiento no podría considerarse producida conforme a Derecho; y las normas de los Estatutos de Autonomía, que dicen si una competencia corresponde al Estado o a la Comunidad Autónoma, son lógicamente superiores a las leyes estatales o autonómicas, que sólo pueden producirse dentro del ámbito competencial que el Estatuto les ha atribuido. Desde esta perspectiva, pues, serían materialmente constitucionales las normas que regulan la composición y el procedimiento por el que actúan los órganos estatales que intervienen en la producción de leyes. Sin embargo, la lógica jurídica se supedita, en la realidad política concreta, a la Constitución formal. Y, así, lo relevante para que estas normas “materialmente constitucionales” se impongan de verdad sobre las leyes no es el puro argumento lógico, sino que haya una norma “formalmente constitucional” que establezca su primacía, y que permita así a los jueces valorar las leyes con el parámetro no sólo de la Constitución formal, del documento llamado Constitución, sino también recurriendo a otras normas no integradas en la Constitución formal y que, sin embargo, operarán como límite de la Ley. Estas normas, que no están incluidas dentro de la Constitución formal, cumplen así, por encargo de ésta, una función constitucional, la de limitar al legislador, y se integran de ese modo en el llamado “bloque de la constitucionalidad”. Pero su “supremacía material” sólo actúa cuando es impuesta por una norma dotada de “supremacía formal”, por la Constitución en sentido formal. Esta explicación permite comprender la posición que en España corresponde, por ejemplo, a los Estatutos de Autonomía. Por eso, pese a reconocer que tiene cierta complejidad, la hemos incluido en estas lecciones. En cualquier caso, para profundizar en este tema conviene acudir a dos textos de Ignacio de Otto: Lecciones de Derecho Constitucional, Oviedo: Guiastur, 1980, y especialmente Derecho Constitucional. Sistema de fuentes, Barcelona: Ariel, 1987.